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ArribaAbajoCapitulo LVIII

Que trata de cómo menudearon sobre don Quixote auenturas tantas, que no se dauan vagar vnas a otras


Qvando don Quixote se vio en la campaña rasa, libre y dessembaraçado de los requiebros de Altissidora, le parecio que estaba en su centro y que los espiritus se le renouauan para prosseguir de nueuo el assumpto de sus cauallerias, y, boluiendose a Sancho, le dixo:

«La libertad, Sancho, es vno de los mas preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, assi como por la honra, se puede y deue aventurar la vida; y, por el contrario, el cautiuerio es el mayor mal que puede venir a los hombres. Digo esto, Sancho, porque bien has visto el regalo, la abundancia que en este castillo, que dexamos, hemos tenido; pues en metad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas beuidas de nieue me parecia a mi que estaua metido entre las estrecheças de la hambre; porque no lo gozaua con la libertad que lo gozara si fueran mios; que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recebidas son ataduras que no dexan campear al animo libre. ¡Venturoso aquel a quien el cielo dio vn pedaço de pan, sin que le quede   —225→   obligacion de agradecerlo a otro que al mismo cielo!»

«Con todo esso», dixo Sancho, «que vuessa merced me ha dicho, no es bien que se quede[n] sin agradecimiento de nuestra parte docientos escudos de oro, que en vna bolsilla me dio el mayordomo del duque, que como pictima y confortatiuo la lleuo puesta sobre el coraçon, para lo que se ofreciere; que no siempre hemos de hallar castillos donde nos regalen, que tal vez toparemos con algunas ventas donde nos apaleen.»

En estos y otros razonamientos yuan los andantes cauallero   -fol. 219r-   y escudero, quando vieron, auiendo andado poco mas de vna legua, que encima de la yerua de vn pradillo verde, encima de sus capas, estauan comiendo hasta vna dozena de hombres, vestidos de labradores; junto a si tenian vnas como sabanas blancas, con que cubrian alguna cosa que debaxo estaua; estauan empinadas y tendidas y de trecho a trecho puestas. Llegó755 don Quixote a los que comian, y, saludandolos primero cortesmente, les preguntó que qué era lo que aquellos lienços cubrian. Vno de ellos le respondio:

«Señor, debaxo destos lienços estan vnas imagenes de reliebe y entabladura756, que han de seruir en vn retablo que hazemos en nuestra aldea; lleuamoslas cubiertas porque no se desfloren, y en ombros porque no se quiebren.»

«Si sois seruidos», respondio don Quixote, «holgaria de verlas, pues imagenes que con   —226→   tanto recato se lleuan757, sin duda deuen de ser buenas.»

«Y, ¡cómo si lo son!», dixo otro; «si no, digalo lo que cuesta; que en verdad que no ay ninguna que no esté en mas de cincuenta ducados, y porque vea vuessa merced esta verdad, espere vuessa merced, y verla ha por vista de ojos.»

Y, leuantandose, dexó de comer, y fue a quitar la cubierta de la primera imagen, que mostro ser la de San Iorge puesto a cauallo, con vna serpiente enroscada a los pies, y la lança atrauessada por la boca, con la fiereça que suele pintarse. Toda la imagen parecia vna asqua de oro, como suele dezirse; viendola don Quixote, dixo:

«Este cauallero fue vno de los mejores andantes que tuuo la milicia diuina; llamose don San Iorge, y fue, ademas, defendedor de donzellas758. Veamos esta otra.»

Descubriola el hombre, y parecio ser la de San Martin, puesto a caballo, que partia la capa con el pobre, y apenas la huuo visto don Quixote, quando dixo:

«Este cauallero tambien fue de los auentureros christianos, y creo que fue mas liberal que valiente, como lo puedes echar de ver, Sancho, en que está partiendo la capa con el pobre, y le da la mitad, y sin duda deuia de ser entonces   -fol. 219v-   inuierno, que si no, el se la diera toda, segun era de caritatiuo.»

«No deuio de ser esso», dixo Sancho, «sino   —227→   que se deuio de atener al refran que dizen: “que para dar y tener, sesso es menester”.»

Riose don Quixote, y pidio que quitassen otro lienço, debaxo del qual se descubrio la imagen del patron de las Españas a cauallo, la espada ensangrentada, atropellando moros y pisando cabeças, y, en viendola, dixo don Quixote:

«Este si que es cauallero y de las esquadras de Christo; este se llama don San Diego Matamoros, vno de los mas valientes santos y caualleros que tuuo el mundo y tiene agora el cielo.»

Luego descubrieron otro lienço y parecio que encubria la cayda de San Pablo del cauallo abaxo, con todas las circunstancias que en el retablo de su conuersion suelen pintarse; quando le vido tan al viuo, que dixeran que Christo le hablaua y Pablo respondia.

«Este», dixo don Quixote, «fue el mayor enemigo que tuuo la iglesia de Dios nuestro Señor en su tiempo, y el mayor defensor suyo que tendra jamas, cauallero andante por la vida, y santo a pie quedo por la muerte; trabajador incansable en la viña del Señor, doctor de las gentes, a quien siruieron de escuelas los cielos, y de cathedratico y maestro que le enseñasse, el mismo Iesu Christo.»

No auia mas imagenes, y, assi, mandó don Quixote que las boluiessen a cubrir, y dixo a los que las lleuauan:

«Por buen aguero he tenido, hermanos, auer   —228→   visto lo que he visto, porque estos santos y caualleros professaron lo que yo professo, que es el exercicio de las armas; sino que la diferencia que ay entre mi y ellos es que ellos fueron santos y pelearon a lo diuino, y yo soy pecador y peleo a lo humano. Ellos conquistaron el cielo a fuerça de braços, porque el cielo padece fuerça759, y yo hasta agora no se lo que conquisto a fuerça   -fol. 220r-   de mis trabajos; pero si mi Dulcinea del Toboso saliesse de los que padece, mejorandose mi ventura y adobandoseme el juyzio, podria ser que encaminasse mis pasos por mejor camino del que lleuo.»

«Dios lo oyga y el pecado sea sordo», dixo Sancho a esta ocasion.

Admiraronse los hombres assi de la figura como de las razones de don Quixote, sin entender la mitad de lo que en ellas dezir queria. Acabaron de comer, cargaron con sus imagines y, despidiendose de don Quixote, siguieron, su viage.

Quedó Sancho de nueuo como si jamas huuiera conocido a su señor, admirado de lo que sabia, pareciendole que no deuia de auer historia en el mundo, ni sucesso que no lo tuuiesse cifrado en la vña y clauado en la memoria, y dixole:

«En verdad, señor nuestramo, que si esto que nos ha sucedido oy se puede llamar auentura, ella ha sido de las mas suaues y dulces que en todo el discurso de nuestra peregrinacion nos ha sucedido; della auemos salido sin   —229→   palos y sobressalto alguno, ni hemos echado mano a las espadas, ni hemos batido la tierra con los cuerpos, ni quedamos hambrientos.

¡Bendito sea Dios, que tal me ha dexado ver con mis propios ojos!»

«Tu dizes bien, Sancho», dixo don Quixote; «pero has de aduertir que no todos los tiempos son vnos ni corren de vna misma suerte, y esto que el vulgo suele llamar comunmente agueros, que no se fundan sobre natural razon alguna, del que es discreto han de ser tenidos y juzgados760 por buenos acontecimientos. Leuantase vno destos agoreros por la mañana, sale de su casa, encuentrase con vn frayle de la orden del bienaventurado San Francisco, y como si huuiera encontrado con vn grifo, buelue las espaldas, y bueluese a su casa. Derramasele al otro Mendoça761 la sal encima de la mesa,   -fol. 220v-   y derramasele a el la melancolia por el coraçon; como si estuuiesse obligada la naturaleza a dar señales de las venideras desgracias con cosas tan de poco momento como las referidas. El discreto y christiano no ha de andar en puntillos con lo que quiere hazer el cielo. Llega Cipion a Africa, tropieça en saltando en tierra, tienenlo por mal aguero sus soldados, pero el, abraçandose con el suelo, dixo: «No te me podras huyr, Africa, porque te tengo assida y entre mis braços762.» Assi que, Sancho, el auer encontrado con estas imagines ha sido para mi felicissimo acontecimiento.»

«Yo assi lo creo», respondio Sancho, «y querria   —230→   que vuessa merced me dixesse qué es la causa porque dizen los españoles quando quieren dar alguna batalla, inuocando aquel San Diego Matamoros: «¡Santiago, y cierra España!» ¿Está por ventura España abierta, y de modo, que es menester cerrarla, o qué ceremonia es esta763?

«Simplicissimo eres, Sancho», respondio don Quixote, «y mira que este gran cauallero de la cruz bermeja haselo dado Dios a España por patron y amparo suyo, especialmente en los rigurosos trances que con los moros los españoles han tenido, y, assi, le inuocan y llaman como a764 defensor suyo en todas las batallas que acometen, y muchas vezes le han visto visiblemente en ellas, derribando, atropellando, destruyendo y matando los agarenos esquadrones; y desta verdad se pudiera traer muchos exemplos que en las verdaderas historias españolas se cuentan.»

Mudó Sancho platica y dixo a su amo:

«Marauillado estoy, señor, de la dessemboltura de Altissidora, la donzella de la duquessa; brauamente la deue de tener herida y traspassada aquel que llaman Amor, que dizen que es vn rapaz cegueçuelo que, con estar lagañoso, o por mejor dezir, sin vista, si toma por blanco vn coraçon, por pequeño que sea, le acierta y traspassa de parte a parte con sus flechas. He oydo dezir tambien que en la verguença y recato de las donçellas se despuntan   -fol. 221r-   y embotan las amorosas saetas; pero en esta   —231→   Altissidora mas parece que se aguzan que despuntan.»

«Aduierte, Sancho», dixo don Quixote, «que el amor ni mira respetos ni guarda terminos de razon en sus discursos, y tiene la misma condicion que la muerte, que assi acomete los altos alcaçares de los reyes como las humildes choças de los pastores, y quando toma entera possession de vna alma, lo primero que haze es quitarle el temor y la verguença; y, assi, sin ella declaró Altissidora sus desseos, que engendraron en mi pecho antes confussion que lastima.»

«Crueldad notoria», dixo Sancho; «dessagradecimiento inaudito. Yo de mi se dezir que me rindiera y auassallara la mas minima razon amorosa suya. ¡Hideputa, y qué coraçon de marmol, qué entrañas de bronce y qué alma de argamassa! Pero no puedo pensar qué es lo que vio esta donzella en vuessa merced que assi la rindiesse y auassallasse; qué gala, qué brio, qué donayre, qué rostro, qué cada cosa por si destas, o todas juntas, le765 enamoraron; que en verdad, en verdad, que muchas vezes me paro a mirar a vuessa merced desde la punta del pie hasta el vltimo cabello de la cabeça, y que veo mas cosas para espantar que para enamorar; y, auiendo yo tambien oydo dezir que la hermosura es la primera y principal parte que enamora, no teniendo vuessa merced ninguna, no se yo de qué se enamoró la pobre.»

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«Aduierte, Sancho», respondio don Quixote, «que ay dos maneras de hermosura: vna del alma, y otra del cuerpo; la del alma campea y se muestra en el entendimiento, en la honestidad, en el buen proceder, en la liberalidad y en la buena criança, y todas estas partes caben y pueden estar en vn hombre feo, y quando se pone la mira en esta hermosura y no en la del cuerpo, suele nazer766 el amor con impetu y con ventajas. Yo, Sancho, bien veo que no soy hermoso, pero tambien conozco que no soy disforme, y bastale a vn hombre de bien no ser monstruo para ser bien querido, como tenga767 los dotes del alma que   -fol. 221v-   te he dicho.»

En estas razones y platicas se yuan entrando por vna selua que fuera del camino estaua, y a deshora, sin pensar en ello, se halló don Quixote enredado entre vnas redes de hilo verde, que desde vnos arboles a otros estauan tendidas; y, sin poder imaginar qué pudiesse ser aquello, dixo a Sancho:

«Pareceme, Sancho, que esto destas redes deue de ser vna de las mas nueuas auenturas que pueda imaginar. Que me maten si los encantadores que me persiguen no quieren enredarme en ellas, y detener mi camino, como en vengança de la riguridad que con Altissidora he tenido. Pues mandoles yo que aunque estas redes, si como son hechas de hilo verde fueran de durissimos diamantes, o mas fuertes que aquella con que el zeloso dios de los herreros enredó a Venus y a Marte, assi la rompiera   —233→   como si fuera de juncos marinos o de hilachas de algodon.»

Y, queriendo passar adelante y romperlo todo, al improuisso se le ofrecieron delante, saliendo de entre vnos arboles, dos hermosissimas pastoras, a lo menos, vestidas como pastoras, sino que los pellicos y sayas eran de fino brocado, digo, que las sayas eran riquissimos faldellines de tabi de oro. Traian los cabellos sueltos por las espaldas, que en rubios podian competir con los rayos del mismo sol; los quales se coronauan con dos guirnaldas, de verde laurel y de rojo amaranto texidas. La edad, al parecer, ni baxaua de los quinze, ni passaua de los diez y ocho. Vista fue esta que admiró a Sancho, suspendio a don Quixote, hizo parar al sol en su carrera para verlas, y tuuo en marauilloso silencio a todos quatro; en fin, quien primero habló fue vna de las dos zagalas, que dixo a don Quixote:

«Detened, señor cauallero, el paso, y no rompais las redes; que no para daño vuestro, sino para nuestro passatiempo ay estan tendidas; y porque se que nos aueis de preguntar para qué se han puesto, y quién somos, os lo quiero dezir en breues palabras. En vna aldea que está hasta dos leguas de aqui, donde ay mucha gente principal y muchos hidalgos   -fol. 222r-   y ricos, entre muchos amigos y parientes se concerto que con768 sus hijos, mugeres y hijas, vezinos, amigos y parientes nos viniessemos a holgar a este sitio, que es vno de los mas [a]gradables   —234→   de todos estos contornos, formando entre todos vna nueua y pastoril Arcadia, vistiendonos las donzellas de zagalas, y los mancebos de pastores; traemos estudiadas dos eglogas, vna del famoso poeta Garcilasso, y otra de[l] excelentissimo Camoes, en su misma lengua portuguessa769, las quales hasta agora no hemos representado. Ayer fue el primero dia que aqui llegamos; tenemos entre estos ramos plantadas algunas tiendas que dizen se llaman de campaña, en el margen de vn abundoso arroyo que todos estos prados fertiliza; tendimos la noche passada estas redes de estos arboles, para engañar los simples paxarillos que, oxeados con nuestro ruydo, vinieren a dar en ellas. Si gustais, señor, de ser nuestro huesped, sereis agasajado liberal y cortesmente; porque por agora en este sitio no ha de entrar la pessadumbre ni la melancolia.»

Calló y no dixo mas. A lo que respondio don Quixote:

«Por cierto, hermosissima señora, que no deuio de quedar mas suspenso ni admirado Anteon770, quando vio al improuiso bañarse en las aguas a Diana, como yo he quedado atonito en ver vuestra belleza. Alabo el assumpto de vuestros entretenimientos, y el de vuestros ofrecimientos agradezco, y si os puedo seruir, con seguridad de ser obedecidas, me lo771 podeis mandar; porque no es [otra]772 la profession mia, sino de mostrarme agradecido y bienhechor con todo genero de gente, en especial,   —235→   con la principal que vuestras personas representa[n], y si como estas redes, que deuen de ocupar algun pequeño espacio, ocuparan toda la redondez de la tierra, buscara yo nueuos mundos por do passar, sin romperlas; y porque deis algun credito a esta mi exageracion, ved que os lo promete, por lo menos, don Quixote de la Mancha, si es que ha llegado a vuestros oydos este nombre.»

«¡Ay, amiga de mi alma», dixo entonces   -fol. 222v-   la otra zagala, «y qué ventura tan grande nos ha sucedido! ¿Ves este señor que tenemos delante? Pues hagote saber que es el mas valiente y el mas enamorado773 y el mas comedido que tiene el mundo, si no es que nos miente y nos engaña vna historia que de sus hazañas anda impressa y yo he leydo. Yo apostaré que este buen hombre que viene consigo774 es vn tal Sancho Pança, su escudero, a cuyas gracias no ay ningunas que se le igualen.»

«Assi es la verdad», dixo Sancho; «que yo soy esse gracioso y esse escudero que vuessa merced dize, y este señor es mi amo, el mismo don Quixote de la Mancha historiado y referido.»

«¡Ai!», dixo la otra, «supliquemosle, amiga, que se quede; que nuestros padres y nuestros hermanos gustarán infinito dello; que tambien he oido yo dezir de su valor y de sus gracias lo mismo que tu me has dicho, y, sobre todo, dizen del que es el mas firme y mas leal enamorado que se sabe, y que su dama es vna   —236→   tal Dulcinea del Toboso, a quien en toda España la dan la palma de la hermosura.»

«Con razon se la dan», dixo don Quixote, «si ya no lo pone en duda vuestra sin igual belleza; no os canseis, señoras, en detenerme, porque las precissas obligaciones de mi profession no me dexan repossar en ningun cabo.»

Llegó en esto adonde los quatro estauan vn hermano de vna de las dos pastoras, vestido assimismo de pastor, con la riqueza y galas que a las de las zagalas correspondia. Contaronle ellas que el que con ellas estaua era el valeroso don Quixote de la Mancha, y el otro su escudero Sancho, de quien tenia el ya noticia por auer leydo su historia. Ofreciosele el gallardo pastor, pidiole que se viniesse con el a sus tiendas; huuolo de conceder don Quixote, y assi lo hizo.

Llegó, en esto, el oxeo, llenaronse las redes de paxarillos diferentes, que, engañados de la color de las redes caian en el peligro de que yuan huyendo; juntaronse en aquel sitio mas de treynta personas, todas biçarramente de pastores y pastoras vestidas, y en vn   -fol. 223r-   instante quedaron enteradas de quienes eran don Quixote y su escudero, de que no poco contento recibieron, porque ya tenian del noticia por su historia. Acudieron a las tiendas, hallaron las mesas puestas, ricas, abundantes y limpias; honraron a don Quixote, dandole el primer lugar en ellas; mirauanle todos y admirauanse de verle.

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Finalmente, alçados los manteles, con gran reposo alçó don Quixote la voz, y dixo:

«Entre los pecados mayores que los hombres cometen, aunque algunos dizen que es la soberbia, yo digo que es el dessagradecimiento, ateniendome a lo que suele dezirse: que de los dessagradecidos está lleno el infierno. Este pecado, en cuanto me ha sido possible, he procurado yo huyr desde el instante que tuue vso de razon, y si no puedo pagar las buenas obras que me hazen con otras obras, pongo en su lugar los desseos de hazerlas, y quando estos no bastan, las publico, porque quien dize y publica las buenas obras que recibe, tambien las recompensara con otras si pudiera; porque, por la mayor parte los que reciben son inferiores a los que dan, y, assi, es Dios sobre todos, porque es dador sobre todos, y no pueden corresponder las dadiuas del hombre a las de Dios con igualdad, por infinita distancia; y esta estrecheça y cortedad, en cierto modo, la suple el agradecimiento. Yo, pues, agradecido a la merced, que aqui se me ha hecho, no pudiendo corresponder a la misma medida, conteniendome en los estrechos limites de mi poderio, ofrezco lo que puedo y lo que tengo de mi cosecha, y, assi, digo, que sustentaré dos dias naturales, en metad de esse camino real que va a Zaragoça, que estas señoras zagalas contrahechas que aqui estan son las mas hermosas donzellas, y mas cortesses, que ay en el mundo, exceta[n]do solo a la sin par Dulcinea del Toboso,   —238→   vnica señora de mis pensamientos, con paz sea dicho de quantos y quantas me escuchan.»

Oyendo lo qual Sancho, que con grande atencion le auia estado escuchando, dando vna gran voz, dixo:

  -fol. 223v-  

«¿Es posible que aya en el mundo personas que se atreuan a dezir y a jurar que este mi señor es loco? Digan vuessas mercedes señores pastores, ¿ay cura de aldea, por discreto y por estudiante que sea, que pueda dezir lo que mi amo ha dicho, ni ay cauallero andante, por mas fama que tenga de valiente, que pueda ofrecer lo que mi amo aqui ha ofrecido?»

Boluiose don Quixote a Sancho, y, encendido el rostro, y colerico, le dixo:

«¿Es posible, o Sancho, que aya en todo el orbe alguna persona que diga que no eres tonto, aforrado de lo mismo, con no se qué ribetes de malicioso y de bellaco? ¿Quién te mete a ti en mis cosas, y en aueriguar si soy discreto o maxadero? Calla y no me repliques, sino ensilla, si está dessensillado Rocinante; vamos a poner en efecto mi ofrecimiento; que con la razon que va de mi parte, puedes dar por vencidos a todos quantos quisieren contradezirla.»

Y con gran furia y muestras de enojo se leuantó de la silla, dexando admirados a los circunstantes, haziendoles dudar si le podian tener por loco, o por cuerdo. Finalmente, auiendole persuadido que no se pusiesse en tal demanda,   —239→   que ellos dauan por bien conocida su agradecida voluntad, y que no eran menester nueuas demostraciones para conocer su animo valeroso, pues bastauan las que en la historia de los hechos se referian, con todo esto, salio don Quixote con su intencion, y, puesto sobre Rocinante, embraçando su escudo y tomando su lança, se puso en la mitad de vn real camino que no lexos del verde prado estaua. Siguiole Sancho sobre su ruzio, con toda la gente del pastoral rebaño, desseosos de ver en qué paraua su arrogante y nunca visto ofrecimiento.

Puesto, pues, don Quixote en mitad del camino, como os he dicho, hirio el ayre con semejantes palabras:

«¡O vosotros, passageros y viandantes, caualleros, escuderos, gente de a pie y de a cauallo que por este camino passais o aueis de passar en estos dos dias siguientes, sabed que don Quixote de la Mancha,   -fol. 224r-   cauallero andante, está aqui puesto para defender que a todas las hermosuras y cortesias del mundo exceden las que se encierran en las ninfas habitadoras destos prados y bosques, dexando a vn lado a la señora de mi alma, Dulcinea del Toboso. Por esso, el que fuere de parecer contrario, acuda; que aqui le espero!»

Dos vezes repitio estas mismas razones, y dos vezes no fueron oydas de ningun auenturero. Pero la suerte, que sus cosas yua encaminando de mejor en mejor, ordenó, que de alli a poco se descubriesse por el camino muchedumbre   —240→   de hombres de a cauallo, y muchos dellos con lanças en las manos, caminando todos apiñados de tropel y a gran priessa. No los huuieron bien visto los que con don Quixote estauan, quando775 boluiendo las espaldas se apartaron bien lexos del camino; porque conocieron que si esperauan les podia suceder algun peligro. Solo don Quixote, con intrepido coraçon, se estuuo quedo, y Sancho Pança se escudó con las hancas de Rocinante.

Llegó el tropel de los lanceros, y vno dellos que venia mas delante, a grandes vozes començo a dezir a don Quixote:

«¡Apartate, hombre del diablo, del camino; que te haran pedaços estos toros!»

«¡Ea, canalla», respondio don Quixote, «para mi no ay toros que valgan, aunque sean de los mas brauos que cria Xarama en sus riberas! Confessad, malandrines, assi, a carga cerrada, que es verdad lo que yo aqui he publicado; si no, conmigo sois en batalla.»

No tuuo lugar de responder el baquero, ni don Quixote le tuuo de desuiarse, aunque quisiera; y, assi, el tropel de los toros brauos y el de los mansos cabestros, con la multitud de los baqueros y otras gentes que a encerrar los lleuauan a vn lugar donde otro dia auian de correrse, passaron sobre don Quixote y sobre Sancho, Rocinante y el ruzio, dando con todos ellos en tierra, echandole776 a rodar por el suelo. Quedó molido Sancho, espantado don Quixote, aporreado el ruzio y no muy catolico   —241→   Rocinante; pero,   -fol. 224v-   en fin, se777 leuantaron todos, y don Quixote a gran priessa, tropeçando aqui y cayendo alli, començo a correr tras la vacada, diziendo a vozes:

«¡Deteneos y esperad, canalla malandrina; que vn solo cauallero os espera, el qual no tiene condicion, ni es de parecer de los que dizen que al enemigo que huye, hazerle la puente de plata!»

Pero no por esso se detuvieron los apressurados corredores, ni hizieron mas caso de sus amenazas que de las nubes de antaño. Detuuole el cansa[n]cio a don Quixote, y mas enojado que vengado se sento en el camino, esperando a que Sancho, Rocinante y el ruzio llegassen. Llegaron, boluieron a subir amo y moço, y sin boluer a despedirse de la Arcadia fingida o contrahecha y, con mas verguença que gusto, siguieron su camino.



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ArribaAbajoCapitulo LIX

Donde se cuenta del extraordinario sucesso, que se puede tener por auentura, que le sucedio a don Quixote


Al poluo y al cansancio que don Quixote y Sancho sacaron del descomedimiento de los toros socorrio vna fuente clara y limpia que entre vna fresca arboleda hallaron, en el margen de la qual, dexando libres sin xaquima y freno al ruzio y a Rocinante, los dos assendereados amo y mozo se sentaron; acudio Sancho a la reposteria de sus alforjas, y dellas sacó de lo que el solia llamar condumio; enxuagose la boca, lauose don Quixote el rostro, con cuyo refrigerio cobraron aliento los espiritus desalentados. No comia don Quixote de puro pessaroso, ni Sancho no ossaua tocar a los manjares que delante tenia, de puro comedido, y esperaua a que su señor hiziesse la salua778; pero viendo que, lleuado de sus imaginaciones, no se acordaua de lleuar el pan a la boca, no abrio la suya779, y, atropellando por todo genero de criança, començo a embaular   -fol. 225r-   en el estomago el pan y queso que se le ofrecia.

«Come, Sancho amigo», dixo don Quixote; «sustenta la vida, que mas que a mi te importa, y dexame morir a mi a manos de mis pensamientos y a fuerças de mis desgracias. Yo, Sancho, naci para viuir muriendo, y tu para morir comiendo, y porque veas que te digo   —243→   verdad en esto, considerame impresso en historias, famoso en las armas, comedido en mis acciones, respetado de principes, solicitado de donzellas; al cabo al cabo quando esperaua palmas, triunfos y coronas grangeadas y merecidas por mis valerosas hazañas, me he visto esta mañana pisado y acoceado y molido de los pies de animales inmundos y soeces. Esta consideracion me embota los dientes, entorpece la[s] muelas y entomece las manos y quita de todo en todo la gana del comer, de manera, que pienso dexarme morir de hambre: muerte la mas cruel de las muertes.»

«Dessa manera», dixo Sancho, sin dexar de mascar apriessa, «no aprouará vuessa merced aquel refran que dizen: “muera Marta, y muera harta”; yo, a lo menos, no pienso matarme a mi mismo. Antes pienso hazer como el çapatero, que tira el cuero con los dientes hasta que le haze llegar donde el quiere; yo tiraré mi vida comiendo hasta que llegue al fin que le tiene determinado el cielo, y sepa, señor, que no ay mayor locura que la que toca en querer desesperarse como vuessa merced, y creame y despues de comido, echese a dormir vn poco sobre los colchones verdes destas yeruas, y vera como quando despierte se halla algo mas aliuiado.»

Hizolo assi don Quixote, pareciendole que las razones de Sancho mas eran de filosofo que de mentecato, y dixole:

«Si tu, o Sancho, quisiesses hazer por mi lo   —244→   que yo aora te dire, serian mis aliuios mas ciertos y mis pesadumbres no tan grandes, y es que mientras yo duermo, obedeciendo tus consejos, tu te desuiasses vn poco lexos de aqui, y con las riendas de Rozinante, echando al ayre tus carnes, te diesses trecientos o quatrocientos açotes a buena cuenta de los tres mil y tantos que te has de dar por el desencanto de Dulcinea;   -fol. 225v-   que es lastima no pequeña que aquella pobre señora esté encantada por tu descuydo y negligencia.»

«Ay mucho que dezir en esso», dixo Sancho; «durmamos por aora entrambos, y despues, Dios dixo lo que sera. Sepa vuessa merced que esto de açotarse vn hombre a sangre fria es cosa rezia, y mas si caen los açotes sobre vn cuerpo mal sustentado y peor comido; tenga paciencia mi señora Dulcinea; que quando menos se cate, me vera hecho vna criua, de açotes; y hasta la muerte todo es vida, quiero dezir que aun yo la tengo, junto con el desseo de cumplir con lo que he prometido.»

Agradeciendoselo don Quixote, comio algo, y Sancho mucho, y echaronse a dormir entrambos, dexando a su aluedrio y sin orden alguna pacer del abundosa yerua de que aquel prado estaua lleno a los dos continuos compañeros y amigos Rozinante y el ruzio. Despertaron algo tarde, boluieron a subir y a seguir su camino, dandose priessa para llegar a vna venta, que, al parecer, vna legua de alli se descubria: digo que era venta, porque don   —245→   Quixote la llamó assi, fuera del vso que tenia de llamar a todas las ventas castillos.

Llegaron, pues, a ella, preguntaron al huesped si auia posada. Fueles respondido que si, con toda la comodidad y regalo que pudiera hallar en Zaragoça. Apearonse, y recogio Sancho su reposteria en vn aposento, de quien el huesped le dio la llaue; lleuó las bestias a la caualleriza, echoles sus piensos, salio a ver lo que don Quixote, que estaua sentado sobre vn poyo, le mandaua, dando particulares gracias al cielo de que a su amo no le huuiesse parecido castillo aquella venta.

Llegose la hora del cenar, recogieronse a su estancia. Preguntó Sancho al huesped que qué tenia para darles de cenar. A lo que el huesped respondio que su boca seria medida, y, assi, que pidiesse lo que quisiesse; que de las paxaricas del ayre, de las aues de la tierra y de los pescados del mar estaua proueyda aquella venta.

«No es menester tanto», respondio Sancho; «que con vn par de pollos que nos asse,   -fol. 226r-   tendremos lo suficiente, porque mi señor es delicado y come poco, y yo no soy traganton en demasia.»

Respondiole el huesped que no tenia pollos, porque los milanos los tenian asolados.

«Pues mande el señor huesped», dixo Sancho, «assar vna polla que sea tierna.»

«¿Polla? ¡Mi padre!», respondio el huesped; «en verdad en verdad que embié ayer a la   —246→   ciudad a vender mas de cincuenta; pero fuera de pollas pida vuessa merced lo que quisiere.»

«Dessa manera», dixo Sancho, «no faltará ternera o cabrito.»

«En casa, por aora», respondio el huesped, «no lo ay, porque se ha acabado; pero la semana que viene lo aura de sobra.»

«¡Medrados estamos con esso!», respondio Sancho; «yo pondre que se780 vienen a resumirse todas estas faltas en las sobras que deue de auer de tocino y hueuos.»

«Por Dios», respondio el huesped, «que es gentil relente el que mi huesped tiene, pues hele dicho que ni tengo pollas ni gallinas, y quiere que tenga hueuos; discurra, si quisiere, por otras delicadezas, y dexese de pedir gallinas.»

«Resoluamonos, cuerpo de mi», dixo Sancho, «y digame finalmente lo que tiene, y dexese de discurrimientos, señor huesped781

Dixo el ventero:

«Lo que real y verdaderamente tengo son dos vñas de vaca que parecen manos de ternera, o dos manos de ternera que parecen vñas de vaca; estan cozidas, con sus garuanços, cebollas y tozino, y la hora de aora estan diziendo: “¡Coméme, coméme!”.»

«Por mias las marco desde aqui», dixo Sancho, «y nadie las toque; que yo las pagaré mejor que otro, porque para mi ninguna otra cosa pudiera esperar de mas gusto, y no se me daria nada que fuessen manos como fuessen vñas.»

  —247→  

«Nadie las tocará», dixo el ventero, «porque otros huespedes que tengo, de puro principales, traen consigo cozinero, despensero y reposteria.»

«Si por principales va», dixo Sancho, «ninguno mas que mi amo; pero el oficio que el trae no permite despensas ni botillerias; ai nos tendemos en mitad de vn prado, y nos hartamos de bellotas o de nisperos.»

Esta fue la platica que Sancho tuuo con el ventero, sin querer Sancho pasar adelante en responderle; que ya le auia preguntado qué oficio   -fol. 226v-   o qué exercicio era el de su amo.

Llegose, pues, la hora de782 cenar, recogiose a su estancia don Quixote, truxo el huesped la olla assi como estaua, y sentose a cenar muy de proposito. Parece ser que en otro aposento que junto al de don Quixote estaua, que no le diuidia mas que vn sutil tabique, oyo dezir don Quixote:

«Por vida de vuessa merced, señor don Geronimo, que en tanto que trae783 la cena leamos otro capitulo de la Segunda Parte de don Quixote de la Mancha

Apenas oyo su nombre don Quixote, quando se puso en pie, y con oydo alerto escuchó lo que del tratauan, y oyo que el tal don Geronimo referido respondio:

«¿Para qué quiere vuessa merced, señor don Iuan, que leamos estos disparates [si]784 el que huuiere leydo la primera parte de la historia de don Quixote de la Mancha no es possible   —248→   que pueda tener gusto en leer esta segunda?»

«Con todo esso», dixo el don Iuan, «sera bien leerla, pues no ay libro tan malo que no tenga alguna cosa buena. Lo que a mi en este mas desplaze es que pinta a don Quixote ya desenamorado de Dulcinea del Toboso.»

Oyendo lo cual don Quixote, lleno de ira y de despecho, alçó la voz, y dixo:

«Quienquiera que dixere que don Quixote de la Mancha ha oluidado, ni puede oluidar, a Dulcinea del Toboso, yo le hare entender con armas yguales que va muy lexos de la verdad, porque la sin par Dulcinea del Toboso ni puede ser oluidada, ni en don Quixote puede caber oluido. Su blason es la firmeza, y su profession el guardarla con suauidad y sin hazerse fuerça alguna.»

«¿Quién es el que nos responde?», respondieron del otro aposento.

«¿Quién ha de ser», respondio Sancho, «sino el mismo don Quixote de la Mancha, que hara bueno quanto ha dicho, y aun quanto dixere?; que al buen pagador no le duelen prendas.»

Apenas huuo dicho esto Sancho, quando entraron por la puerta de su aposento dos caualleros, que tales lo parecian, y vno dellos, echando los braços al cuello de don Quixote, le dixo:

«Ni vuestra presencia puede desmentir vuestro nombre, ni vuestro nombre puede no acreditar vuestra presencia; sin duda vos, señor, soys el verdadero   -fol. 212r [227r]-   don Quixote de la Mancha,   —249→   norte y luzero de la andante caualleria, a despecho y pesar del que ha querido vsurpar vuestro nombre y aniquilar vuestras hazañas, como lo ha hecho el autor deste libro que aqui os entrego.»

Y, poniendole vn libro en las manos, que traia su compañero, le tomó don Quixote, y, sin responder palabra, començo a hojearle, y de alli a vn poco se le boluio, diziendo:

«En esto poco que he visto he hallado tres cosas en este autor, dignas de reprehension. La primera es algunas palabras que he leydo en el prologo. La otra, que el lenguage es aragones, porque tal vez escriue sin articulos785; y la tercera, que mas le confirma por ignorante, es que yerra y se desuia de la verdad en mas principal de la historia, porque aqui dize que la muger de Sancho Pança mi escudero se llama Mari Gutierrez786, y no llama787 tal, sino Teresa Pança; y quien en esta parte tan principal yerra, bien se podra temer que yerra en todas las demas de la historia.»

A esto dixo Sancho:

«¡Donosa cosa de historiador! ¡Por cierto, bien deue de estar en el cuento de nuestros sucessos, pues llama a Teresa Pança, mi muger, Mari Gutierrez! Torne a tomar el libro, señor, y mire si ando yo por ay, y si me ha mudado el nombre.»

«Por lo que he oydo hablar, amigo», dixo don Geronimo, «sin duda deueis de ser Sancho Pança, el escudero del señor don Quixote.»

  —250→  

«Si soy», respondio Sancho, «y me precio dello.»

«Pues a fe», dixo el cauallero, «que no os trata este autor moderno con la limpieça que en vuestra persona se muestra: pintaos comedor y simple, y no nada gracioso, y muy otro del Sancho que, en la primera parte de la historia de vuestro amo se descriue.»

«Dios se lo perdone», dixo Sancho; «dexarame en mi rincon, sin acordarse de mi, porque quien las sabe las tañe, y bien se está San Pedro en Roma.»

Los dos caualleros pidieron a don Quixote se passasse a su estancia a cenar con ellos; que bien sauian que en aquella venta no auia cosas pertenecientes para su persona. Don Quixote,   -fol. 212v [227v]-   que siempre fue comedido, condecendio con su demanda, y cenó con ellos; quedose Sancho con la olla con mero mixto imperio788; sentose en cabecera de mesa, y con el el ventero, que no menos que Sancho estaua de sus manos y de sus vñas aficionado.

En el discurso de la cena preguntó don Iuan a don Quixote qué nueuas tenia de la señora Dulcinea del Toboso, si se auia casado, si estaua parida o preñada, o si estando en su entereza se acordaua -guardando su honestidad y buen decoro-, de los amorosos pensamientos del señor don Quixote. A lo que el respondio:

«Dulcinea se está entera, y mis pensamientos mas firmes que nunca; las correspondencias,   —251→   en su sequedad antigua; su hermosura, en la de vna soez labradora transformada.»

Y luego les fue contando punto por punto el encanto de la señora Dulcinea, y lo que le auia sucedido en la cueua de Montesinos, con la orden que el sabio Merlin le auia dado, para desencantarla, que fue la de los açotes de Sancho.

Sumo fue el contento que los dos caualleros recibieron de oyr contar a don Quixote los estraños sucessos de su historia, y, assi, quedaron admirados de sus disparates, como del elegante modo con que los contaua. Aqui le tenian por discreto, y alli se les deslizaua por mentecato, sin saber determinarse qué grado le darian entre la discrecion y la locura.

Acabó de cenar Sancho, y, dexando hecho equis789 al ventero, se passó a la estancia de su amo, y, en entrando, dixo:

«Que me maten, señores, si el autor deste libro que vuessas mercedes tienen [no] quiere que no comamos790 buenas migas juntos; yo querria que ya que me llama comilon, como vuessas [mercedes] dizen, no me llamasse tambien borracho.»

«Si llama», dixo don Geronimo; «pero no me acuerdo en qué manera, aunque se que son malsonantes las razones, y ademas, mentirosas, segun yo echo de ver en la fisonomia del buen Sancho, que está presente.»

«Creanme vuessas mercedes», dixo Sancho,   -fol. 228r-   «que el Sancho y el don Quixote dessa historia   —252→   deuen de ser otros que los que andan en aquella que compuso Cide Hamete Benengeli, que somos nosotros: mi amo, valiente, discreto y enamorado, y yo, simple, gracioso, y no comedor ni borracho.»

«Yo assi lo creo», dixo don Iuan, «y si fuera possible, se auia de mandar que ninguno fuera osado a tratar de las cosas del gran don Quixote, si no fuesse Cide Hamete su primer autor; bien assi como mandó Alexandro que ninguno fuesse osado a retratarle sino Apeles.»

«Retrateme el que quisiere», dixo don Quixote, «pero no me maltrate; que muchas vezes suele caerse la paciencia quando la cargan de injurias.»

«Ninguna», dixo don Iuan, «se le puede hazer al señor don Quixote, de quien el no se pueda vengar, si no la repara en el escudo de su paciencia, que, a mi parecer, es fuerte y grande.»

En estas y otras platicas se passó gran parte de la noche, y aunque don Iuan quisiera que don Quixote leyera mas del libro, por ver lo que discantaua, no lo pudieron acabar con el, diziendo que el lo daua por leydo y lo confirmaua por todo necio, y que no queria, si acaso llegasse a noticia de su autor que le auia tenido en sus manos, se alegrasse con pensar que le auia leydo, pues de las cosas obscenas y torpes los pensamientos se han de apartar, quanto mas los ojos. Preguntaronle que adónde lleuaua determinado su viage. Respondio que   —253→   a Zaragoça a hallarse en las justas del arnes que en aquella ciu[d]ad suelen hazerse todos los años. Dixole don Iuan que aquella nueua historia contaua como do[n] Quixote, sea quien se quisiere, se auia hallado en ella en vna sortija falta de inuencion, pobre de letras, pobrissima de libreas, aunque rica de simplicidades.

«Por el mismo caso», respondio don Quixote, «no pondre los pies en Zaragoça, y, assi, sacaré a la plaça del mundo la mentira desse historiador moderno, y echarán de ver las gentes como yo no soy el don Quixote que el dize.»

«Hara muy bien», dixo don Geronimo; «y otras justas ay en Barcelona, donde podra el señor don Quix[o]te mostrar su valor.»

«Assi lo pienso hazer», dixo don Quixote,   -fol. 228v-   «y vuessas mercedes me den licencia, pues ya es hora, para yrme al lecho, y me tengan y pongan en el numero de sus mayores amigos y se[r]uidores.»

«Y a mi tambien», dixo Sancho; «quiça sere bueno para algo.»

Con esto, se despidieron, y don Quixote y Sancho se retiraron a su aposento, dexando a don Iuan y a don Geronimo admirados de ver la mezcla que auia hecho de su discrecion y de su locura, y verdaderamente creyeron que estos eran los verdaderos don Quixote y Sancho, y no los que descriuia su autor aragones. Madrugó don Quixote, y, dando golpes al tabique   —254→   del otro aposento, se despidio de sus huespedes; pagó Sancho al ventero magnificamente, y aconsejole que alabasse menos la prouision de su venta, o la tuuiesse mas proueyda.



  —255→  

ArribaAbajoCapitulo LX

De lo que sucedio a don Quixote yendo a Barcelona


Era fresca la mañana, y daua muestras de serlo assimesmo el dia en que don Quixote salio de la venta, informandose primero quál era el mas derecho camino para yr a Barcelona, sin tocar en Zaragoça; tal era el desseo que tenia de sacar mentiroso aquel791 nueuo historiador que tanto dezian que le vituperaba.

Sucedio, pues, que en mas de seys dias no le sucedio cosa digna de ponerse en escritura, al cabo de los quales, yendo fuera de camino, le tomó la noche entre vnas espessas encinas, o alcornoques; que en esto no guarda la puntualidad Cide Hamete que en otras cosas suele. Apearonse de sus bestias amo y moço, y acomodandose a los troncos de los arboles, Sancho, que auia merendado aquel dia, se dexó entrar de rondon por las puertas del sueño, pero don Quixote, a quien desuelauan sus imaginaciones mucho mas que la hambre, no podia pegar sus ojos, antes yua y venia con el pensamiento por   -fol. 229r-   mil generos de lugares. Ya le parecia hallarse en la cueua de Montesinos792; ya ver brincar y subir sobre su pollina a la conuertida en labradora Dulcinea; ya que le sonauan en los oydos las palabras del sabio Merlin, que le referian las condiciones y diligencias que se auian [de] hazer793 y tener en el desencanto de   —256→   Dulcinea. Desesperauase de ver la floxedad y caridad poca de Sancho su escudero, pues, a lo que creia, solos cinco açotes se auia dado, numero desigual y pequeño para los infinitos que le faltauan, y desto recibio tanta pesadumbre y enojo, que hizo este discurso:

«Si nudo gordiano cortó el Magno Alexandro, diziendo: «Tanto monta cortar como desatar», y no por esso dexó de ser vniuersal señor de toda la Asia, ni mas ni menos podria suceder aora en el desencanto de Dulcinea, si yo açotasse a Sancho a pesar suyo; que si la condicion deste remedio está en que Sancho reciba los tres mil y tantos açotes, ¿qué se me da a mi que se los de el, o que se los de otro, pues la sustancia está en que el los reciba, lleguen por do llegaren?»

Con esta imaginacion se llegó a Sancho, auiendo primero tomado las riendas de Rozinante, y, acomodadolas en modo que pudiesse açotarle con ellas, començole a quitar las cintas, que es opinion que no tenia mas que la delantera, en que se sustentauan los greguescos; pero apenas huuo llegado, quando Sancho desperto en todo su acuerdo, y dixo:

«¿Qué es esto? ¿Quién me toca y desencinta?»

«Yo soy» respondio don Quixote, «que vengo a suplir tus faltas y a remediar mis trabajos; vengote a açotar, Sancho, y a descargar en parte la deuda a794 que te obligaste. Dulcinea perece, tu viues en descuydo, yo muero desseando, y, assi, desatacate por tu voluntad; que   —257→   la mia es de darte en esta soledad por lo menos dos mil açotes.»

«Esso no», dixo Sancho; «vuessa merced se esté quedo: si no, por Dios verdadero que nos han de oyr los sordos. Los açotes a que yo me obligué han de ser voluntarios, y no por fuerça, y aora no tengo gana de   -fol. 229v-   açotarme. Basta que doy a vuessa merced mi palabra de vapularme y mosquearme quando en voluntad me viniere.»

«No ay dexarlo a tu cortesia, Sancho», dixo don Quixote, «porque eres duro de coraçon, y aunque villano, blando de carnes.»

Y, assi, procuraua, y pugnaua por desenlazarle. Viendo lo qual Sancho Pança, se puso en pie, y, arremetiendo a su amo, se abraçó con el a braço partido, y, echa[n]dole vna çan[ca]dilla, dio con el en el suelo boca arriba; pusole la rodilla derecha sobre el pecho, y con las manos le tenia las manos, de modo, que ni le dexaua rodear ni alentar. Don Quixote le dezia:

«¿Cómo, traydor? ¿Contra tu amo y señor natural te desmandas? ¿Con quien te da su pan te atreues?»

«Ni quito rey, ni pongo rey795», respondio Sancho, «sino ayudome a mi, que soy mi señor. Vuessa merced me prometa que se estara quedo y no tratará de açotarme por agora; que yo le dexaré libre y desembaraçado; donde no,


aqui moriras, traydor,
enemigo de doña Sancha796



  —258→  

Prometioselo don Quixote, y juró por vida de sus pensamientos no tocarle en el pelo de la ropa, y que dexaria en toda su voluntad y aluedrio el açotarse quando quisiesse. Leuantose Sancho, y desuiose de aquel lugar vn buen espacio, y, yendo a arrimarse a otro arbol, sintio que le tocauan en la cabeça, y, alzando las manos, topó con dos pies de persona, con çapatos y calças. Temblo de miedo, acudio a otro arbol y sucediole lo mesmo; dio vozes, llamando a don Quixote que le fauoreciesse. Hizolo797 assi don Quixote, y, preguntandole qué le auia sucedido y de qué tenia miedo, le respondio Sancho que todos aquellos arboles estauan llenos de pies y de piernas humanas. Tentolos don Quixote, y cayo luego en la cuenta de lo que podia ser, y dixole a Sancho:

«No tienes de qué tener miedo, porque estos pies y piernas que tientas y no vees, sin duda son de algunos foragidos y vandoleros que en estos arboles estan ahorcados; que por   -fol. 230r-   aqui los suele ahorcar la justicia, quando los coge, de veynte en veynte, y de treynta en treynta, por donde me doy a entender que deuo de estar cerca de Barcelona.»

Y assi era la verdad, como el lo auia imaginado.

Al parecer798, alçaron los ojos y vieron los razimos de aquellos arboles, que eran cuerpos de vandoleros. Ya, en esto, amanecia, y si los muertos los auian espantado, no menos los atribularon mas de quarenta vandoleros viuos   —259→   que de improuiso les rodearon, diziendoles en lengua catalana que estuuiessen quedos y se detuuiessen, hasta que llegasse su capitan.

Hallose don Quixote a pie, su cauallo sin freno, su lança arrimada a vn arbol, y, finalmente, sin defensa alguna, y, assi, tuuo por bien de cruzar las manos e inclinar la cabeça, guardandose para mejor sazon y coyuntura. Acudieron los vandoleros a espulgar al ruzio, y a no dexarle ninguna cosa de quantas en las a[l]forjas y la maleta traia, y auinole bien a Sancho, que en vna ventrera799 que tenia ceñida venian los escudos del duque y los que auian sacado de su tierra; y con todo esso, aquella buena gente le escardara y le mirara hasta lo que entre el cuero y la carne tuuiera escondido, si no llegara en aquella sazon su capitan, el qual mostro ser de hasta edad de treynta y quatro años, robusto, mas que de mediana proporcion, de mirar graue y color morena. Venia sobre vn poderoso cauallo, vestida la acerada cota, y con cuatro pistoletes, que en aquella tierra se llaman pedreñales, a los lados. Vio que sus escuderos, que assi llaman a los que andan en aquel exercicio, yuan a despojar a Sancho Pança; mandoles que no lo hiziessen, y fue luego obedecido, y, assi, se escapó la ventrera800. Admirole ver lança arrimada al arbol, escudo en el suelo, y a don Quixote armado y pensatiuo, con la mas triste y melancolica figura que pudiera formar la misma tristeza. Llegose a el, diziendole:

  —260→  

«No esteis tan triste, buen hombre, porque   -fol. 230v-   no aueis caydo en las manos de algun cruel Osiris801, sino en las de Roque Guinart802, que tienen mas de compassiuas que de rigurosas.»

«No es mi tristeza», respondio don Quixote, «auer caydo en tu poder, o valeroso Roque, cuya fama no ay limites en la tierra que la encierren, sino por auer sido tal mi descuydo, que me ayan cogido tus soldados sin el freno, estando yo obligado, segun la orden de la andante caualleria, que professo, a viuir contino alerta, siendo a todas horas centinela de mi mismo; porque te hago saber, o gran Roque, que si me hallaran sobre mi cauallo, con mi lança y con mi escudo, no les fuera muy facil rendirme: porque yo soy don Quixote de la Mancha, aquel que de sus hazañas tiene lleno todo el orbe.»

Luego Roque Guinart conocio que la enfermedad de don Quixote tocaua mas en locura que en valentia, y aunque algunas vezes le auia oydo nombrar, nunca tuuo por verdad sus hechos, ni se pudo persuadir a que semejante humor reynase en coraçon de hombre, y holgose en estremo de auerle encontrado, para tocar de cerca lo que de lexos del auia oydo, y, assi, le dixo:

«Valeroso cauallero, no os despecheis, ni tengais a siniestra fortuna esta en que os hallais; que podia ser que en estos tropieços vuestra torçida suerte se endereçasse; que el cielo, por estraños y nunca vistos rodeos, de   —261→   los hombres no imaginados, suele leuantar los caydos y enriquezer los pobres.»

Ya le yua a dar las gracias don Quixote, quando sintieron a sus espaldas vn ruydo como de tropel de cauallos, y no era sino vno solo, sobre el qual venia a toda furia vn mancebo, al parecer, de hasta veynte años, vestido de damasco verde, con passamanos de oro, greguescos y saltaembarca803, con sombrero terciado a la balona, botas enceradas y justas, espuelas, daga y espada doradas, vna escopeta pequeña en las manos y dos pistolas a los lados. Al ruydo, boluio Roque la cabeça y vio esta hermosa figura, la qual, en llegando a el, dixo:

«En tu   -fol. 231r-   busca venia, o valeroso Roque, para hallar en ti, si no remedio, a lo menos aliuio en mi desdicha, y por no tenerte suspenso, porque se que no me has conocido, quiero dezirte quién soy; y804 soy Claudia Geronima, hija de Simon Forte, tu singular amigo, y enemigo particular de Clauquel Torrellas, que assimismo lo es tuyo por ser vno de los de tu contrario vando; y ya sabes que este Torrellas tiene vn hijo que don Vicente Torrellas se llama, o, a lo menos, se llamaua no ha dos horas. Este, pues -por abreuiar el cuento de mi desuentura, te dire en breues palabras la que me ha causado-, viome, requebrome, escuchele, enamoreme a hurto de mi padre, porque no ay muger, por retirada que esté y recatada que sea, a quien no le sobre tiempo para poner en execucion y   —262→   efecto sus atropellados desseos. Finalmente, el me prometio de ser mi esposo, y yo le di la palabra de ser suya, sin que en obras passassemos adelante. Supe ayer que, oluidado de lo que me deuia, se casaua con otra, y que esta mañana yua a desposarse, nueua que me turbó el sentido y acabó la paciencia; y, por no estar mi padre en el lugar, le tuue yo de ponerme en el trage que vees, y, apresurando el paso a este lo cauallo, alcançé a don Vicente obra de vna legua de aqui, y, sin ponerme a dar quexas ni a oyr disculpas, le disparé esta escopeta805, y, por añadidura estas dos pistolas, y a lo que creo le deui de encerrar mas de dos balas en el cuerpo, abriendole puertas por donde embuelta en su sangre saliesse mi honra. Alli le dexo entre sus criados, que no osaron ni pudieron ponerse en su defensa. Vengo a buscarte para que me passes a Francia, donde tengo parientes con quien viua, y, assimesmo, a rogarte defiendas a mi padre, porque los muchos806 de don Vicente no se atreuan a tomar en el desaforada vengança.»

Roque, admirado de la gallardia, bizarria, buen talle y sucesso de la hermosa Claudia, le dixo:

«Ven, señora, y vamos   -fol. 231v-   a ver si es muerto tu enemigo; que despues veremos lo que mas te importare.»

Don Quixote que estaua escuchando atentamente lo que Claudia auia dicho y lo que Roque Guinart respondio, dixo:

  —263→  

«No tiene nadie para qué tomar trabajo en defender a esta señora; que lo tomo yo a mi cargo. Denme mi cauallo y mis armas, y esperenme aqui; que yo yre a buscar a esse cauallero y, muerto o viuo, le hare cumplir la palabra prometida a tanta belleza.»

«Nadie dude de esto», dixo Sancho, «porque mi señor tiene muy buena mano para casamentero, pues no ha muchos dias que hizo casar a otro que tambien negaua a otra donzella su palabra, y si no fuera porque los encantadores que le persiguen le mudaron su verdadera figura en la de vn lacayo, esta fuera la hora que ya la tal donzella no lo fuera.»

Roque, que atendia mas a pensar en el sucesso de la hermosa Claudia que en las razones de amo y moço, no las entendio; y, mandando a sus escuderos que boluiessen a Sancho todo quanto le auian quitado del ruzio, mandandoles assimesmo que se retirassen a la parte donde aquella noche auian estado aloxados, y807 luego se partio con Claudia a toda priessa a buscar al herido o muerto don Vicente. Llegaron al lugar donde le encontro Claudia, y no hallaron en el sino rezien derramada sangre; pero tendiendo la vista por todas partes, descubrieron por vn recuesto arriba alguna gente, y dieronse a entender, como era la verdad, que deuia ser don Vicente, a quien sus criados, o muerto o viuo, lleuauan, o para curarle o para enterrarle; dieronse priessa a alcançarlos, que, como yuan de espacio, con facilidad lo hizieron808.

  —264→  

Hallaron a don Vicente en los braços de sus criados, a quien con cansada y debilitada voz rogaua que le dexassen alli morir, porque el dolor de las heridas no consentia que mas adelante passasse. Arrojaronse de los   -fol. 232r-   cauallos Claudia y Roque, llegaronse a el; temieron los criados la presencia de Roque, y Claudia se turbó en ver la de don Vicente, y, assi, entre enternecida y rigurosa se llegó a el, y, assiendole de las manos, le dixo:

«Si tu me dieras estas conforme a nuestro concierto, nunca tu te vieras en este paso.»

Abrio los casi cerrados ojos el herido cauallero, y, conociendo a Claudia, le dixo:

«Bien veo, hermosa y engañada señora, que tu has sido la que me has muerto, pena no merecida ni deuida a mis desseos, con los quales, ni con mis obras, jamas quise ni supe ofenderte.»

«Luego, ¿no es verdad», dixo Claudia, «que yuas esta mañana a desposarte con Leonora, la hija del rico Baluastro?»

«No, por cierto», respondio don Vicente; «mi mala fortuna te deuio de lleuar estas nueuas, para que, zelosa, me quitasses la vida, la qual pues la dexo en tus manos y en tus braços, tengo mi suerte por venturosa. Y para assegurarte desta verdad, aprieta la mano y recibeme por esposo, si quisieres; que no tengo otra mayor satisfacion que darte del agrauio que piensas que de mi has recibido.»

Apretole la mano Claudia, y apretosele a   —265→   ella el coraçon de manera, que sobre la sangre y pecho de don Vicente se quedó desmayada, y a el le tomó vn mortal parasismo. Confuso estaua Roque y no sabia qué hazerse. Acudieron los criados a buscar agua que echarles en los rostros, y truxeronla, con que se los bañaron. Boluio de su desmayo Claudia, pero no de su parasismo don Vicente, porque se le acabó la vida. Visto lo qual de Claudia, auiendose enterado que ya su dulce809 esposo no viuia, rompio los ayres con suspiros, hirio los cielos con quexas, maltrató sus cabellos entregandolos al viento, afeó su rostro con sus propias manos, con todas las muestras de dolor y sentimiento que de vn lastimado pecho pudieran imaginarse.

«¡O cruel e inconsiderada muger», dezia, «con qué facilidad   -fol. 232v-   te mouiste a poner en execucion tan mal pensamiento! ¡O fuerça rabiosa de los zelos, a qué desesperado fin conduzis a quien os da acogida en su pecho! ¡O esposo mio, cuya desdichada suerte, por ser prenda mia, te ha lleuado del talamo a la sepultura!»

Tales y tan tristes eran las quexas de Claudia, que sacaron las lagrimas de los ojos de Roque, no acostumbrados a verterlas en ninguna ocasion. Llorauan los criados, desmayauase a cada paso Claudia, y todo aquel circuito parecia campo de tristeza y lugar de desgracia. Finalmente, Roque Guinart ordenó a los criados de don Vicente que lleuassen su cuerpo al lugar de su padre, que estaua alli cerca, para   —266→   que le diessen sepultura. Claudia dixo a Roque que querria yrse a vn monasterio donde era abadessa vna tia suya, en el cual pensaua acabar la vida, de otro mejor esposo y mas eterno acompañada. Alabole Roque su buen proposito, ofreciosele de acompañarla hasta donde quisiesse, y de defender a su padre de los parientes810 y de todo el mundo, si ofenderle quisiesse. No quiso su compañia Claudia en ninguna manera, y, agradeciendo sus ofrecimientos con las mejores razones que supo, se despedio del llorando; los criados de don Vicente lleuaron su cuerpo, y Roque se boluio a los suyos, y este fin tuuieron los amores de Claudia Geronima. Pero, ¿qué mucho, si texieron la trama de su lamentable historia las fuerças inuencibles y rigurosas de los zelos?

Halló Roque Guinart a sus escuderos en la parte donde les auia ordenado, y a don Quixote entre ellos sobre Rozinante, haziendoles vna platica en que les persuadia dexassen aquel modo de viuir tan peligroso assi para el alma como para el cuerpo; pero como los mas eran gascones, gente rustica y desbaratada, no les entraua bien la platica de don Quixote. Llegado que fue Roque, preguntó a Sancho Pança   -fol. 233r-   si le auian buelto y restituydo las alhajas y presseas que los suyos del ruzio le auian quitado. Sancho respondio que si, sino que le faltauan tres tocadores que valian tres ciudades.

«¿Qué es lo que dizes, hombre?», dixo vno   —267→   de los presentes; «que yo los tengo y no valen tres reales.»

«Assi es», dixo don Quixote, «pero estimalos mi escudero en lo que ha dicho, por auermelos dado quien me los dio.»

Mandoselos boluer al punto Roque Guinart, y, mandando poner los suyos en ala, mandó traer alli delante todos los vestidos, joyas y dineros, y todo aquello que desde la vltima reparticion auian robado, y, haziendo breuemente el tanteo, boluiendo lo no repartible, y reduziendolo a dineros, lo repartio por toda su compañia con tanta legalidad y prudencia, que no pasó vn punto ni defraudó nada de la justicia distributiua. Hecho esto, con lo qual todos quedaron contentos, satisfechos y pagados, dixo Roque a don Quixote:

«Si no se guardasse esta puntualidad con estos, no se podria viuir con ellos.»

A lo que dixo Sancho:

«Segun lo que aqui he visto es tan buena la justicia, que es necessaria se vse aun entre los mesmos ladrones.»

Oyolo un escudero, y enarboló el mocho de vn arcabuz, con el cual sin duda le abriera la cabeça a Sancho, si Roque Guinart no le diera vozes que se detuuiesse. Pasmose Sancho y propuso de no descosser los labios en tanto que entre aquella gente estuuiesse. Llegó, en esto, vno o algunos de aquellos escuderos que estauan puestos por centinelas por los caminos, para ver la gente que por ellos venia y dar   —268→   auiso a su mayor de lo que passaua, y este dixo:

«Señor, no lexos de aqui, por el camino que va a Barcelona, viene vn gran tropel de gente.»

A lo que respondio Roque:

«¿Has echado de ver si son de los que nos buscan, o de los que nosotros buscamos?»

«No sino de los que buscamos», respondio el escudero.

«Pues salid todos», replicó Roque,   -fol. 233v-   «y trahedmelos aqui luego, sin que se os escape ninguno.»

Hizieronlo assi, y, quedandose solos don Quixote, Sancho y Roque, aguardaron a ver lo que los escuderos traian, y en este entretanto dixo Roque a don Quixote:

«Nueua manera de vida le deue de parecer al señor don Quixote la nuestra, nueuas auenturas, nueuos sucessos, y todos peligrosos; y no me marauillo que assi le parezca, porque realmente le confiesso que no ay modo de viuir mas inquieto ni mas sobresaltado que el nuestro. A mi me han puesto en el no se qué desseos de vengança, que tienen fuerça de turbar los mas sossegados coraçones; yo de mi natural soy compassiuo y bien intencionado; pero, como tengo dicho, el querer vengarme de vn agrauio que se me hizo, assi da con todas mis buenas inclinaciones en tierra, que perseuero en este estado a despecho y pessar de lo que entiendo. Y como vn abismo llama a otro y vn pecado a otro pecado, hanse eslabonado las   —269→   venganças de manera, que no solo las mias, pero las agenas tomo a mi cargo. Pero Dios es seruido de que, aunque me veo en la mitad del laberinto de mis confussiones, no pierdo la esperança de salir del a puerto seguro.»

Admirado quedó don Quixote de oyr hablar a Roque tan buenas y concertadas razones, porque el se pensaua que entre los de oficios semejantes de robar, matar y saltear, no podia auer alguno que tuuiesse buen discurso, y respondiole:

«Señor Roque, el principio de la salud está en conocer la enfermedad, y en querer tomar el enfermo las medicinas que el medico le ordena; vuessa merced está enfermo, conoce su dolencia, y el cielo, o Dios, por mejor dezir, que es nuestro medico, le aplicará medicinas que le sanen, las quales suelen sanar poco a poco, y no de repente y por milagro; y mas, que los pecadores discretos estan mas cerca de enmendarse que los simples, y pues vuessa merced ha mostrado en sus razones su prudencia, no ay sino tener buen animo y esperar mejoria de la enfermedad de su conciencia.   -fol. 234r-   Y si vuessa merced quiere ahorrar camino y ponerse con facilidad en el de su saluacion, vengase conmigo; que yo le enseñaré a ser cauallero andante, donde se passan tantos trabajos y desuenturas, que, tomandolas por penitencia, en dos paletas le pondran en el cielo.»

Riose Roque del consejo de don Quixote, a quien, mudando platica, conto el tragico sucesso   —270→   de Claudia Geronyma, de que le pessó en estremo a Sancho; que no le auia parecido mal la belleza, dessemboltura y brio de la moça. Llegaron, en esto, los escuderos de la pressa, trayendo consigo dos caualleros a cauallo y dos peregrinos a pie, y vn coche de mugeres con hasta seis criados, que a pie y a cauallo las acompañauan, con otros dos moços de mulas que los caualleros traian. Cogieronlos los escuderos en medio, guardando vencidos y vencedores gran silencio, esperando a que el gran Roque Guinart hablasse. El cual preguntó a los caualleros que quién eran y adónde yuan, y qué dinero lleuauan. Vno dellos le respondio:

«Señor, nosotros somos dos capitanes de infanteria española; tenemos nuestras compañias en Napoles y vamos a embarcarnos en quatro galeras que dizen estan en Barcelona, con orden de passar a Sicilia. Lleuamos basta docientos o trecientos escudos, con que, a nuestro parecer, vamos ricos y contentos, pues la estrecheça ordinaria de los soldados no permite mayores tesoros.»

Preguntó Roque a los peregrinos lo mesmo que a los capitanes; fuele respondido que yuan a embarcarse para passar a Roma, y que entre entrambos podian lleuar hasta sesenta reales. Quiso saber tambien quién yua en el coche y adónde, y el dinero que lleuauan; y vno de los de a cauallo dixo:

«Mi señora doña Guiomar de Quiñones, muger del regente de la Vicaria de Napoles, con   —271→   vna hija pequeña, vna donzella y vna dueña, son las que van en el coche; acompañamosla seis criados,   -fol. 234v-   y los dineros son seiscientos escudos.»

«De modo», dixo Roque Guinart, «que ya tenemos aqui nouecientos escudos y sesenta reales; mis soldados deuen de ser hasta sesenta; mirese a cómo le cabe a cada vno, porque yo soy mal contador.»

Oyendo dezir esto los salteadores, leuantaron la voz, diziendo: «¡Viua Roque Guinart muchos años, a pessar de los lladres que su perdicion procuran!»

Mostraron afligirse los capitanes, entristeziose la señora regenta y no se holgaron nada los peregrinos, viendo la confiscacion de sus bienes. Tuuolos assi un rato suspensos Roque; pero no quiso que passasse adelante su tristeza, que ya se podia conocer a tiro de arcabuz, y, boluiendose a los capitanes, dixo:

«Vuessas mercedes, señores capitanes, por cortesia sean seruidos de prestarme sesenta escudos, y la señora regenta ochenta para contentar esta esquadra que me acompaña; porque el abad de lo que canta yanta. Y luego puedense yr su camino libre y dessembaraçadamente, con vn saluoconduto que yo les dare, para que si toparen otras de algunas esquadras mias, que tengo diuididas por estos contornos, no les hagan daño; que no es mi intencion de agrauiar a soldados, ni a muger alguna, especialmente, a las que son principales.»

Infinitas y bien dichas fueron las razones con   —272→   que los capitanes agradecieron a Roque su cortesia y liberalidad; que por tal la tuuieron en dexarles su mismo dinero. La señora doña Guiomar de Quiñones se quiso arrojar del coche para besar los pies y las manos del gran Roque; pero el no lo consintio en ninguna manera; antes le pidio perdon del agrauio, que le [hazia]811, forçado de cumplir con las obligaciones precissas de su mal oficio. Mandó la señora regenta a vn criado suyo diesse luego los ochenta escudos que le auian repartido, y ya los capitanes auian dessembolsado los sesenta. Yuan los peregrinos a dar toda su miseria; pero Roque les   -fol. 235r-   dixo que se estuuiessen quedos, y, boluiendose a los suyos, les dixo:

«Destos escudos dos tocan a cada812 vno, y sobran veynte; los diez se den a estos peregrinos, y los otros diez a este buen escudero, porque pueda dezir bien de esta auentura.»

Y, trayendole adereço de escribir, de que siempre andaua proueydo Roque, les dio por escrito vn saluoconduto para los mayorales de sus esquadras, y, despidiendose dellos, los dexó yr libres y admirados de su nobleza, de su gallarda disposicion y estraño proceder, teniendole mas por vn Alexandro Magno, que por ladron conocido. Vno de los escuderos dixo en su lengua gascona y catalana:

«Este nuestro capitan mas es para frade, que para bandolero; si de aqui adelante quisiere mostrarse liberal, sealo con su hazienda, y no con la nuestra.»

  —273→  

No lo dixo tan paso el desuenturado, que dexasse de oyrlo Roque, el qual, echando mano a la espada, le abrio la cabeça casi en dos partes, diziendole:

«Desta manera castigo yo a los deslenguados y atreuidos.»

Pasmaronse todos y ninguno le osó dezir palabra; tanta era la obediencia que le tenian. Apartose Roque a vna parte y escriuio vna carta a vn su amigo, a Barcelona, dandole auiso como estaua consigo el famoso don Quixote de la Mancha, aquel cauallero andante de quien tantas cosas se dezian, y que le hazia saber que era el mas gracioso y el mas entendido hombre del mundo, y qué de alli a quatro dias, que era el de San Iuan Bautista, se le pondria en mitad de la playa de la ciudad, armado de todas sus armas, sobre Rocinante su cauallo, y a su escudero Sancho sobre vn asno, y que diesse noticia desto a sus amigos los Niarros, para que con el se solazassen; que el quisiera que carecieran deste gusto los Cadells813, sus contrarios; pero que esto era impossible, a causa que las locuras y discreciones de don Quixote, y los donayres de su escudero Sancho Pança no podian dexar de dar gusto general a todo el mundo. Despachó esta carta814 con vno de sus escuderos   -fol. 235v-   que, mudando el trage de bandolero en el de vn labrador, entró en Barcelona y la dio a quien yua.



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ArribaAbajoCapitulo LXI

De lo que le sucedio a don Quixote en la entrada de Barcelona, con otras [cosas] que tienen mas de lo verdadero que de lo discreto


Tres dias y tres noches estuuo don Quixote con Roque, y si estuuiera trecientos años, no le faltara qué mirar y admirar en el modo de su vida; aqui amanecian, aculla comian, vnas vezes huian sin saber de quién, y otras esperauan sin saber a quién. Dormian en pie, interrompiendo el sueño, mudandose de vn lugar a otro. Todo era poner espias, escuchar centinelas, soplar las cuerdas de los arcabuzes, aunque traian pocos, porque todos815 se seruian de pedreñales. Roque passaua las noches apartado de los suyos en partes y lugares donde ellos no pudiessen sauer donde estaua, porque los muchos bandos que el visorrey de Barcelona auia echado sobre su vida, le traian inquieto y temeroso, y no se osaua fiar de ninguno, temiendo que los mismos suyos, o le auian de matar, o entregar a la justicia: vida, por cierto, miserable y enfadosa.

En fin, por caminos desusados, por atajos y sendas encubiertas partieron Roque, don Quixote y Sancho con otros seis escuderos a Barcelona. Llegaron a su playa la vispera de San Iuan, en la noche, y abraçando Roque a don Quixote y a Sancho, a quien dio los diez escudos   —275→   prometidos, que hasta entonces no se los auia dado, los dexó, con mil ofrecimientos que de la vna a la otra parte se hizieron. Boluiose Roque; quedose don Quixote esperando el dia, assi, a cauallo como estaua, y no tardó mucho quando començo a descubrirse por los balcones del Oriente la faz de la blanca Aurora, alegrando las yeruas y las flores, en lugar de alegrar el oydo, aunque al mesmo instante alegraron tambien el oydo el son de muchas chirimias y atabales, ruido de cascaueles, «trapa,   -fol. 236r-   trapa816, aparta, aparta», de corredores que, al parecer, de la ciudad salian. Dio lugar la Aurora al sol, que, vn rostro817 mayor que el de vna rodela, por el mas baxo orizonte poco a poco se yua leuantando. Tendieron don Quixote y Sancho la vista por todas partes, vieron el mar hasta entonces dellos no visto; parecioles espaciosissimo y largo, harto mas que las lagunas de Ruydera que en la Mancha auian visto; vieron las galeras que estauan en la playa, las quales, abatiendo las tiendas, se descubrieron llenas de flamulas y gallardetes, que tremolauan al viento y bessauan y barrian el agua. Dentro sonauan clarines, trompetas y chirimias, que cerca y lexos llenauan818 el ayre de suaues y belicosos acentos. Començaron a mouerse y a819 hazer modo de escaramuça por las sossegadas aguas, correspondiendoles casi al mismo modo infinitos caualleros que de la ciudad, sobre hermosos cauallos y con vistosas libreas, salian. Los soldados de las   —276→   galeras disparauan infinita artilleria, a quien respondian los que estauan en las murallas y fuertes de la ciudad; y la artilleria gruessa con espantoso estruendo rompia los vientos, a quien respondian los cañones de cruxia de las galeras. El mar alegre, la tierra jocunda, el ayre claro, solo tal vez turbio del humo de la artilleria, parece que yua infundiendo y engendrando gusto subito en todas las gentes.

No podia imaginar Sancho cómo pudiessen tener tantos pies aquellos bultos que por el mar se mouian. En esto, llegaron corriendo con grita, lililies y algazara los de las libreas, adonde don Quixote suspenso y atonito estaua, y vno dellos, que era el auisado de Roque, dixo en alta voz a don Quixote:

«Bien sea venido a nuestra ciudad el espejo, el farol, la estrella y el norte de toda la caualleria andante, donde mas largamente se contiene. Bien sea venido, digo, el valeroso don Quixote de la Mancha, no el falso, no el ficticio, no el apocrifo, que en falsas historias estos dias nos han mostrado, sino el verdadero,   -fol. 236v-   el legal y el fiel que nos descriuio Cide Amete Benengeli, flor de los historiadores.»

No respondio don Quixote palabra, ni los caualleros esperaron a que la respondiesse, sino, boluiendose y reboluiendose con los demas que los seguian, començaron a hazer un rebuelto caracol al derredor de don Quixote, el qual, boluiendose a Sancho, dixo:

«Estos bien nos han conocido; yo apostaré   —277→   que han leydo nuestra historia, y aun la del aragones recien impressa.»

Boluio otra vez el cauallero que habló a don Quixote, y dixole:

«Vuessa merced, señor don Quixote, se venga con nosotros; que todos somos sus seruidores, y grandes amigos de Roque Guinart.»

A lo que don Quixote respondio:

«Si cortesias engendran cortesias, la vuestra, señor cauallero, es hija o parienta muy cercana de las del gran Roque. Lleuadme do quisieredes, que yo no tendre otra voluntad que la vuestra, y mas, si la quer[e]is ocupar en vuestro seruicio.»

Con palabras no menos comedidas que estas le respondio el cauallero, y, encerrandole todos en medio, al son de las chirimias y de los atabales, se encaminaron con el a la ciudad; al entrar de la qual, el malo, que todo lo malo ordena, y los muchachos que son mas malos que el malo, dos dellos, trauiessos y atreuidos, se entraron por toda la gente, y, alçando el vno de la cola del ruzio, y el otro la de Rocinante, les pusieron y encaxaron sendos manojos de aliagas820. Sintieron los pobres animales las nueuas espuelas, y, apretando las colas, aumentaron su disgusto de manera, que, dando mil corcobos, dieron con sus dueños en tierra. Don Quixote, corrido y afrentado, acudio a quitar el plumage de la cola de su matalote, y Sancho el de su ruzio. Quisieran los que guiauan a don Quixote castigar el atreuimiento de los muchachos,   —278→   y no fue possible, porque se encerraron entre mas de otros mil que los seguian. Boluieron a subir don Quixote y Sancho; con821 el mismo aplauso y musica llegaron a la casa de su guia,   -fol. 237r-   que era grande y principal, en fin, como de cauallero rico, donde le dexaremos por agora, porque assi lo quiere Cide Hamete.