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ArribaAbajoGarcía de la Huerta y el «antiespañolismo» de Gregorio Mayans218

Juan A. Ríos Carratalá


Universidad de Alicante

García de la Huerta (1734-1787) es presentado en la mayoría de los manuales como el autor de la tragedia Raquel219 y el protagonista de la polémica desatada por la publicación de su Theatro Hespañol220. Ambas obras marcan los puntos culminantes de las dos fases de su conflictiva trayectoria literaria y personal, dividida por el largo destierro sufrido   —218→   en Orán. La citada tragedia ha sido ampliamente analizada, sobre todo en los siempre sugestivos trabajos del profesor R. Andioc221. Pero la polémica desatada por la peculiar colección teatral de Huerta apenas ha contado con observadores tras la tajante sentencia de Menéndez Pelayo222. La mezcla de cuestiones estéticas con otras de índole personal, la acumulación de críticas reiterativas sobre temas no siempre trascendentes y la debilidad teórica de Huerta han alejado a la crítica de una polémica intensa y agresiva. Sin pretender reivindicar lo condenado por un justo olvido, es indudable que el Theatro Hespañol posee elementos significativos para la dialéctica teatral e ideológica de la época223. De otro modo no se explicaría la participación de figuras como Samaniego, Forner, Jovellanos, Joaquín Ezquerra, Trigueros, Leandro Fernández de Moratín y otros en una polémica donde la cuestión teatral derivó irremediablemente hacia un enfrentamiento más amplio.

La significativa fecha de 1785 y la consideración del teatro como catalizador de la lucha ideológica favorecieron sin duda el ambiente polémico creado por el Theatro Hespañol. Desde que Blas Nasarre prologara en 1749 una edición del teatro cervantino224, fueron numerosos los autores que con variable fortuna se ocuparon de nuestra dramaturgia en un acentuado tono crítico o apologético. Las figuras de Romea y Tapia, Erauso y Zavaleta, Nicolás Fernández de Moratín, Clavijo y Fajardo y otros son referencias ineludibles en la trayectoria de la polémica teatral española. La obra de Huerta se podría analizar, pues, como un nuevo episodio de este enfrentamiento, que a menudo sobrepasó los límites de la preceptiva dramática. Pero, en nuestra opinión, el Theatro Hespañol sólo es comprensible partiendo del ambiente xenófobo creado alrededor de 1785.

El Prólogo que Huerta redactó para su colección es una suma contradictoria de actitudes estéticas225. El único hilo conductor es la defensa a ultranza de lo español y el ataque desmesurado a toda crítica o comentario proveniente del extranjero. Los argumentos esgrimidos siempre están en función de demostrar por cualquier medio este maniqueo planteamiento.   —219→   Lógicamente, la xenofobia llevaba a Huerta a posturas distantes del Neoclasicismo, movimiento muy crítico con respecto a la tradición teatral española. El análisis detenido del citado Prólogo revela algunos matices, pero es indudable que la defensa apasionada y xenófoba de nuestro teatro prevalece sobre cualquier consideración estética. Huerta supo captar un momento histórico muy sensibilizado, en donde las contestaciones a las críticas foráneas dieron lugar a un auténtico alud de apologistas perdidos actualmente en un olvido comprensible226.

Este contexto posibilita los ataques de Huerta contra Napoli-Signorelli, Voltaire, Du Perron de Castera, Linguet y otros autores extranjeros que habían examinado nuestro teatro con diversa fortuna. Si partimos del principio de que para Huerta la envidia y la crítica eran conceptos sinónimos227, ya podemos imaginar el cariz de sus diatribas, dirigidas con especial énfasis contra Voltaire228. Sin embargo, los autores españoles que ya por entonces habían mostrado una actitud crítica con respecto al teatro español son olvidados por Huerta229. Ello obedece, en nuestra opinión, a un deseo de reforzar el esquema maniqueo ya citado presentando una supuesta homogeneidad frente a los extranjeros.

Todo lo anterior es fácilmente observable, aunque no siempre haya sido tenido en cuenta por una crítica que por lo general ha realizado un análisis poco contextualizado del Theatro Hespañol230. Sin embargo, encontramos en el Prólogo un dato hasta ahora olvidado. El único autor   —220→   español atacado veladamente por Huerta es Gregorio Mayans, muerto en 1781. La acusación, en la que no se cita el nombre del erudito, es muy simple: toda crítica de nuestra cultura conduce al «antiespañolismo»231.

No se puede hablar de casualidad en la elección de una figura tan significativa como la del erudito valenciano, el cual ya había recibido parecidas acusaciones desde 1737232. La amplitud de miras, el deseo de intercambio cultural, el rigor científico y humanístico, la independencia y otros rasgos hacen de Mayans la perfecta antítesis de un espíritu xenófobo. Sus detractores fueron muy numerosos en una época teñida de tinieblas a pesar de los calificativos puestos por los historiadores. La amplia bibliografía de A. Mestre y V. Peset233 es lo suficientemente elocuente sobre estos temas, excusándonos el tener que hacer cualquier comentario acerca de la valoración que nos merece la figura de Mayans.

Tras la aparición del Prólogo del Theatro Hespañol, los folletos a favor o en contra se sucedieron con inusitada intensidad. Huerta contestó violentamente a Samaniego en su ya citada Lección Crítica..., auténtica diatriba que acabó concitando las iras de sus detractores a causa del duro ataque dirigido contra el «envidioso» Cervantes234. Las pocas novedades   —221→   que encontramos en las reimpresiones del citado Prólogo o en la misma Lección Critica... se limitan a favorecer la polémica personal en detrimento de la discusión estética, que pasa a un lamentable segundo plano. Fruto de esta tendencia es la nueva y velada acusación contra Mayans por haber colaborado con Voltaire. A pesar de su considerable extensión, creemos oportuno reproducir lo escrito por Huerta porque nos revelará la forma en que con su peculiar enfoque desfiguró el sentido de la relación entre el filósofo francés y Mayans:

Una de las más célebres tragedias de Pedro Corneille es el Heraclio [...] Créese con bastante fundamento que este trágico francés imitó algunos pasajes de la comedia de Calderón intitulada En esta vida todo es verdad... [...] Propúsose Voltaire no averiguar la verdad, porque estas averiguaciones no le eran geniales, sino buscar razones con que desfigurarla. Para eso, valiéndose del Abate Beliardi235 [...] remitió a esta Corte en el año 1763 cierta especie de interrogatorio para que por su contexto se recogiesen algunas épocas y noticias que exigía para la comentación del Heraclio [...] Yo fui acaso de los primeros a quienes se intentó encargar estas averiguaciones, a lo que hallé conveniente negarme, previendo el triste uso que había de hacerse de mis noticias y trabajo. Con este motivo mejoró de mano el encargo, (no de fortuna) que, según parece, se fio a D. Gregorio Mayans, el cual, por lo que el mismo Voltaire afirma en la Prefación de esta Tragedia y por otras especies, que en ella se advierten, no sólo le envió un ejemplar de la Comedia de Calderón, sino también le comunicó en desempeño del encargo algunas anécdotas, que, si fueron exactas, tuvieron la desgracia de haber aparecido en aquella obra muy ridículamente desfiguradas, pues no es creíble que Mayans incurriese en los absurdos que se hallan en la Disertación del comentador sobre la expresada Comedia236.



Vemos, pues, que la acusación es velada, al igual que la comentada en la nota 231237. Huerta no acusa directamente al erudito por «antiespañol», incluso en algunas frases le reconoce su valía intelectual, pero la intención que subyace en el anterior comentario es clara.

La xenofobia de Huerta rechazaba cualquier tipo de intercambio con autores extranjeros, pues -según él- sólo se conseguía colaborar en   —222→   una campaña de descrédito contra nuestro país. Esta actitud no sólo se enfrenta con la mantenida por Mayans -uno de los más importantes ejemplos de intercambio cultural con autores extranjeros238-, sino con la de la mayoría de los ilustrados. Éstos se suelen mostrar abiertos a las corrientes foráneas sin perder por ello el sentimiento patriótico. Pocos españoles del siglo XVIII tendrán este último tan presente como Jovellanos y, sin embargo, son conocidísimos sus intercambios con autores extranjeros, aunque a menudo no estuviera de acuerdo con ellos. Lo mismo sucede con Mayans quien, como dice A. Mestre, «... era un buen español, pero no un nacionalista fanático»239. Precisamente es ese fanatismo, portador de evidentes connotaciones ideológicas, el punto que separa tajantemente al valenciano y a Huerta en el tema que nos ocupa. Mayans no parte de prejuicios xenófobos a la hora de enjuiciar nuestra cultura, sino que intenta evaluarla con realismo y verdadera preocupación por su defensa. Si en 1747 se preguntaba:

¿De qué sirve gritar España, España, sin atender al descubrimiento de los males públicos y mucho menos de su remedio?240.



es porque en su actitud consecuente planteaba una dura crítica a ese fanatismo xenófobo -del que Huerta es partícipe, aunque no en la misma medida que otros autores verdaderamente ultramontanos- que intentó ahogar los deseos reformistas de nuestros ilustrados.

No obstante, conviene volver al episodio de la relación entre Mayans y Voltaire para conocer en qué medida fue desfigurado por nuestro autor, pues -como dice V. Peset- esta relación breve e intensa ha sido objeto de visiones muy parciales por parte de todos aquellos que la han tratado241. El mismo autor reproduce una carta, fechada el 28 de mayo de 1756, del editor suizo de Voltaire, Cramer, en la que se demuestra que éste sirvió de enlace entre el francés y Mayans242. Cuatro años después el filósofo galo hacía patente su admiración por el erudito valenciano en una nueva carta, por lo que -según V. Peset-

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...no es d’estranyar que, quan en 1761 es trobava ocupat en un comentari de Corneille, del qual es proposava fer una bona edició crítica, Voltaire recorregués a Mayáns243.



Pero lo más curioso es que este episodio, que tan sólo constituye un fructífero intercambio cultural, es ajeno a la consulta que Voltaire envió a Madrid a través del abate Beliardi. La cronología resulta inequívoca. Las relaciones entre el filósofo y Mayans se centran, en lo que se refiere a este episodio, entre 1761 y 1762, mientras que la consulta a la que hace referencia Huerta tuvo lugar, según él, en 1763 y, según V. Peset, en 1764244. En ambos casos se demuestra que la versión dada por el autor del Theatro Hespañol es falsa. Algo de su natural soberbia encontramos en atribuirse el haber desechado lo que Mayans se había aprestado a tomar, pero -sobre todo- vemos la clara intención de denigrar a una figura que simbolizaba una actitud totalmente opuesta a la suya245.

Juan Pablo Forner, el principal detractor de Huerta, defendió a Mayans de las veladas acusaciones arriba comentadas246. Aparte de la polémica mantenida entre los dos autores extremeños, no nos debe sorprender el hecho de que el apasionado apologista247 apoyara a un autor acusado de «antiespañolismo». El imprescindible estudio de François Lopez sobre el sempiterno polemista248 demostró la profunda relación existente entre el grupo de eruditos levantinos capitaneados por Mayans y el pensamiento de un Forner complejo y, afortunadamente, alejado del falso «cliché» propiciado por la crítica.

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Con una lógica implacable, característica de todos los textos que escribió contra Huerta, Forner desmonta la débil argumentación utilizada por éste, demostrando que era contradictoria y carente de pruebas mínimamente sólidas249. Huerta no contestó, pero su hermano José, jesuita expulso, secundó la acusación de antiespañolismo vertida contra Mayans. En una de sus manuscritas Cartas desde Ytalia250, critica la postura mantenida por el valenciano ante la decadencia de nuestra abogacía. José García de la Huerta piensa, con el afán de reivindicar lo español tan extendido entre los jesuitas expulsos, que la realidad de nuestros abogados es muy distinta y que Mayans

Con estas y otras no menos galantes expresiones expone a la risa de los que saben poco, y, lo que es peor, de los italianos preocupados contra las cosas de España, un gremio de Sabios tan distinguido251.



Idéntico significado tiene la protesta de José García de la Huerta ante la crítica de Mayans contra la decadencia del estudio de las lenguas clásicas en España252. Se trata en ambos casos de rechazar posturas como la del erudito valenciano, pues los hermanos Huerta, al igual que tantos otros apologistas de entonces, pensaban que con ellas se daban argumentos para alimentar la «leyenda negra» de nuestro país253.

En definitiva, vemos que este breve episodio polémico viene a confirmar posturas ya conocidas. La xenofobia de Huerta, presente incluso en Raquel, tergiversa tanto sus actitudes estéticas como las noticias y acusaciones insertas en el Theatro Hespañol. El apologismo tan extendido alrededor de 1785 justifica o hace comprensible que, una vez muerto, Mayans fuera discutido de nuevo por haber mantenido posturas críticas ante nuestra realidad cultural. El espíritu polémico llevó a Huerta a enfrentarse con Voltaire, Cervantes, Mayans y otros en un contexto que no permite seguir hablando de «demencias» o de «pérdidas del buen gusto», ya que la xenofobia fue un mal colectivo excesivamente extendido entre nuestros literatos del siglo XVIII.