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ArribaAbajoJardines abiertos para todos

Guillermo Carnero


Universidad de Alicante

Pedro Soto de Rojas

Paraíso cerrado para muchos. Adonis

Edición de Aurora Egido

Madrid, Cátedra, 1981

La constelación de grandes poetas que produjo el Barroco español es todavía, en buena parte, inaccesible al lector curioso y al estudiante universitario. Si la obra imprescindible de Góngora, Villamediana, Quevedo, Lope o Jáuregui se ha ido poniendo, en estos años, al alcance de cualquier voluntad y fortuna, otros autores, que no desentonan a su lado en calidad y significación histórica, esperan, sepultados en ediciones agotadas o eruditas, que alguien los saque del ángulo oscuro que sólo frecuentan los profesionales de la enseñanza y la investigación, y los revele al gran público. Eso ha hecho, con oportunidad, sensibilidad y sabiduría poco comunes, la joven catedrática de la Universidad de Zaragoza, Aurora Egido, con esta ejemplar edición de Soto de Rojas, que hará las delicias de todos los amantes de la literatura de nuestro llamado Siglo de Oro.

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El libro lleva una documentadísima introducción que es todo un tratado, de insuperable densidad, sobre la refinada cultura que servía de caldo de cultivo a la inspiración y la técnica de un poeta como Soto de Rojas, encuadrado en la corriente preciosista y erudita que produjo los mejores frutos literarios del XVII. Soto fue un autor que, tras los obligados escarceos en certámenes poéticos y academias, se vio recompensado con una soledad sonora en la que hacer posible el sueño de un doble mundo cerrado y puro, como el que reclamaba Fray Luis de León. Por una parte, el acotamiento de un espacio físico -su quinta granadina- donde levantó una morada como mundo abreviado y alegoría materializada de su talante intelectual. Por el otro, una obra reflejo del equivalente tránsito de su sensibilidad y su pensamiento. En la invención de esos dos microcosmos semejantes, el poema y la residencia-jardín, descubre Aurora Egido la clave de la personalidad del hombre y poeta granadino, escultor reconcentrado de su vida y sus versos lejos de las esperanzas cortesanas.

Quienes duden de la vigencia y la fecundidad de una ciencia de la Literatura concebida como historia erudita deberían desengañarse leyendo la introducción de Aurora Egido, que nos ofrece una reconstrucción cumplida de las fuentes y del significado de la sensibilidad y la inteligencia de un poeta docto como Rojas, enraizado en la más selecta tradición humanística. La historia del jardín occidental es inseparable de la evolución de los estilos de época y de sus formas literarias, como bien saben los expertos en Estética. Apoyándose en las diferencias que separan los jardines de Pope en Twickenham, los del palacio de Versalles y los «jardines salvajes» de la Inglaterra de fines del XVIII, con sus ruinas artificiales y sus chalets suizos, se puede descubrir la evolución de una sensibilidad que corre paralela en las obras literarias coetáneas. Aurora Egido nos la proporciona para la primera mitad del siglo XVII: en su reconstrucción vemos desfilar el simbolismo del «lugar ameno» como compendio del goce y la sabiduría, tanto en la tradición occidental como en la islámica; la literatura emblemática, clave fundamental de las Letras y las Artes de la época; las referencias mitológicas y eruditas y, en fin, todos los elementos que un poeta como Soto de Rojas, encarnación de la síntesis horaciana entre inspiración y cálculo sabio, era capaz de introducir en el pequeño mundo que levantó por medio de su palabra y del trabajo de albañiles y jardineros. El edificio interpretativo levantado por Aurora Egido se fundamenta en una bibliografía cuya riqueza no es posible recoger aquí, aunque es de justicia señalar sus referencias a los estudios de Dámaso Alonso, Antonio Gallego Morell, Emilio Orozco y Juan Manuel Rozas, maestros de la exégesis de nuestro Barroco.

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Verá el lector de esta edición una detallada descripción del jardín de Soto en el prólogo que puso Francisco de Trillo y Figueroa a Paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos. El poema, de mil y pico de versos, va dividido en siete «mansiones» o partes, de cuya riqueza léxica sólo puede dar cuenta su misma lectura. Por entre la descripción esplendorosa, la metáfora y las fórmulas retóricas corre un hilo de estoicismo luminoso: «quietudes en que nace la esperanza», como dice el poeta en el verso 559. Y a él mismo podríamos llamarlo, aplicándole el 692, «filósofo emblemático poeta». Una filosofía que descansa en la contemplación gozosa de una realidad limitada a sus manifestaciones de belleza, como en Góngora, y que el autor concluye en reflexiones que llamaríamos deístas si no fuera por miedo al anacronismo.