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ArribaAbajoI Simposio de Literatura Comparada (1977)

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ArribaAbajoPresentación

Martín de Riquer


Hace siglos que los ingenios españoles se entregan a lucubraciones que podríamos clasificar como intentos de literatura comparada. Recordemos que hacia el año 1200 Ramón Vidal de Besalú, el más antiguo de los teóricos de la poesía en lengua romance, consideraba que para determinados géneros líricos es más propia la «parladura francesa» y para otros la «parladura del Lemosí»; y es evidente que, cuando hacia 1448 el marqués de Santillana escribía su Prohemio, ofrecía un panorama poético cuya lectura reclamaba la inmediata «comparación».

Nuestra disciplina -la «literatura comparada»- ha sido objeto, en lo que va de siglo, de bellas y sesudas teorizaciones y de nobles intentos de precisión y de determinación, aportaciones que mucho han contribuido al examen del hecho literario. Ahora tal vez sean necesarias una mayor amplitud e incluso cierta vaguedad, y no nos empeñemos en poner diques a todo un mar de posibilidades, ya que cualquier indagación literaria ha de ser recibida con simpatía y con agradecimiento. Recordaré un conocido caso de literatura comparada «en cadena». En 1189 el cisterciense irlandés Saltrey escribe el apasionante Tractatus de Purgatorio Sancti Patricii, cuyo influjo sobre la Commedia algunos defienden; y hacia 1190 ya lo traslada en verso octosilábico francés la primera de las escritoras medievales, María de Francia, con el título de Espurgatoire Saint Patrice, y mucho más tarde, en 1397, pone en catalán el Tractatus, con elementos de cosecha propia, el caballero y diplomático Ramón de Perellós y de Roda, vizconde de Perellós. Su Viatge al purgatori se traduce al provenzal y en esta lengua se imprime en Tolosa de Languedoc en 1489; pero también se traduce -o retraduce- al latín y así se publica en 1621 en Lisboa en un libro del irlandés Felipe O'Sullivan. El texto latino de O'Sullivan es a su vez traducido al castellano por el doctor don Juan Pérez de Montalbán con el título de Vida y purgatorio de San Patricio que se imprime en 1627, libro que leyeron Lope de Vega, autor de El mayor prodigio o el purgatorio en vida, y Calderón de la Barca, autor de El purgatorio de San Patricio. Es toda una excursión por las literaturas de Europa desde el siglo XII hasta el XVII, en la que se van alternando la traducción, la imitación, el plagio y el influjo, aspectos todos ellos que se integran en la materia propia de la literatura comparada.

Nuestra disciplina, natural y afortunadamente, se desborda de lo puramente literario. El especialista en arte que no conozca los Evangelios apócrifos no entenderá jamás muchos retablos medievales sobre el nacimiento e infancia de Jesús;   —58→   y es evidente la relación que existe entre las visiones del Bosco y los Sueños de Quevedo y entre los Diálogos de Luciano de Samósata y algunos cuadros mitológicos de Velázquez. Y, más allá de la pintura, fuimos varios los espectadores de la película japonesa Rashômon (presentada en Venecia en 1951) que nos quedamos sorprendidos al comprobar que su asunto era muy similar al de la novelita francesa del siglo XIII La fille du Comte de Pontieu, sorpresa que disminuye cuando nos enteramos de que la película nipona está basada en un cuento de Ryunosuka Akutagawa (muerto en 1927), escritor tan europeizado que tradujo Yeats y Anatole France al japonés.

Al emprender nuestros estudios de literatura comparada no olvidemos que, en más ocasiones de las que parece, el «libro» no es elemento de transmisión imprescindible. Poco antes de 1186 el trouvère Gace Brulé compuso su canción «Tant m'ait moneit force de signoraige», que fue imitada por el trovador Gaucelm Faidit, hacia 1190, en «Pel messatgier que fai tan lonc estage». Un año después oyó esta canción provenzal el Minnesänger Rudolf von Fenis y la imitó en «Mit sange wânde ich mine sorge krenken», y lo mismo hacían luego Friedrich von Hausen, Hartwig von Rute y Bligger von Steinach, todo antes de 1193. Así, pues, las melodías hicieron que los textos literarios romances atravesaran el Rin y fueran adaptadas a canciones germánicas, todo ello en un estrato cultivado y casi erudito, que nada tiene que ver con la lírica llamada popular. Y este trasiego de canciones amorosas fue «por los aires», en la voz de juglares, sin que el libro interviniera para nada. Buen lema para el estudioso de literatura comparada e incluso para el que confía en la paz entre los pueblos civilizados, son aquellos versos del Minnesänger Ulrich von Lichtenstein:


Iu hât vrowe her gesant
bî mir ein wîs diu enbekant
ist in tiutschen landen gar
-daz sült gelouben ir für wâr-
dâ sult ir ir tiutsch singen in:
des bitet si, der bot ich bin83.