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ArribaAbajo Caballería y juego

J.E. Ruiz Doménec, El laberinto cortesano de la caballería, (Medievelia, Monografías [1 y 2]), Universidad Autónoma de Barcelona, Bellaterra 1981-1982.


Carmen Gala Vela


Universidad de Barcelona

La caballería como «modelo imaginario que se desarrolló en Europa a finales del siglo XII» es el objeto de estudio de la obra que someramente reseñamos. La caballería vista desde una nueva óptica, su orden como modelo que intenta provocar la «alteridad», o sea, la otredad del mundo feudal, el gremio ecuestre como simbólico camino de perfección. Y desde este particular enfoque, la materia de Bretaña será la que conducirá dicho orden a través de un laberinto realmente intrigante en busca de una «utopía social» que en el fondo estaba -según dice el A.- al servicio de la Iglesia. Únicamente la novela logró armonizar el carácter universal, absoluto, de la ideología eclesiástica con el ansia por lo concreto, por lo particular de la aristocracia.

La caballería sería pues «una creación eclesiástica, más exactamente, de la nueva moral que la reforma cisterciense desarrolló en el suelo europeo en las décadas centrales del siglo XII» (p. 16). Por aquel entonces la aristocracia sufría una profunda crisis a la cual se agregaba una honda conciencia religiosa impregnada de ideales de libertad e individualidad. Paralelamente y sin embargo, no dejaba de funcionar el eje del deber caballeresco: el servicio al príncipe.

A partir de este momento las clases sociales se distinguirán en una jerarquía cuya línea divisoria será la virtud, y el modo de alcanzar esta virtud es un resultado de la integración en lo caballeresco, que se presenta como ya hemos dicho cual nuevo modelo aristocrático. Pero, ¿quién pertenece a este ordo, qué requisitos exigen al joven para entrar en la caballería? Alcanzar el grado de caballero no sería una cuestión de linaje, y esto en contraste con cuanto   —568→   afirman el Rey Sabio (Partidas, parte II, tit. 21), y Ramón Lull (Libre del Orde de caballeria, parte II, 6), sino el resultado de un largo proceso de interiorización -seguido por Doménec en sus líneas principales- que la clase dominante lleva a cabo a través de cuatro componentes (coraje, amor, fidelidad y honor). «Estos cuatro elementos modelaron los ideales de la conducta social de la clase dominante y la disciplinó para servir al príncipe, y más adelante, incluso al rey» (p. 26). La novela de caballería vendría pues a ser como el trasunto y la composición de estos cuatro elementos.

Dicho esto a modo de «generalidades» del libro, veamos algunos puntos relacionados con el aspecto puramente literario de la cuestión caballeresca. Nuestro autor utiliza dos textos fundamentales de literatura medieval para probar la verdad de su tesis: Le chevalier de la charrete y Le chevalier au lion.

En la primera de ellas Chrétien de Troyes pretende centrar la existencia de la aristocracia, encontrarle un sentido e imponerle una norma de conducta. La única cosa que se le ocurre es la idea del juego: la caballería «juega a ser prolongación de la función monárquica» reproduciendo las palabras del estudioso Duby. No podríamos seguir esta interesante disertación sin antes aclarar que lo del juego aplicado al mundo caballeresco puede aceptarse sólo en el sentido que a dicha palabra atribuye Huizinga en su fundamental Homo ludens. Lo que se llama «juego» es en realidad un cuadro ritual en el que deben observarse unas precisas reglas remitiendo al carácter sagrado del cuadro mismo, y que por lo tanto desmienten cualquier gratuidad o futilidad del juego. «En una época de la cultura en que proceso, suerte, juego, apuesta, desafío, lucha y ordalías en cuanto cosas sagradas pertenecían al mismo ámbito conceptual [...] hasta la guerra en virtud de tal naturaleza debió pertenecer cabalmente a tal ámbito de conceptos». (J. Huizinga, Homo Ludens [1939], cap. V).

Véase también el capítulo I donde se define la índole sagrada del término «juego». Y a este concepto Franco Cardini refiere toda una serie de reglas pertenecientes a la más «seria» de las convenciones: cualquier manifestación entendida desde este punto de vista constaría de unas reglas, de un comportamiento en basado en éstas y de una compensación o castigo final. (F. Cardini, Alle radici delta cavalleria medievale, [1981]).

En Le chavalier de la charrette la aceptación del juego es la aceptación de una realidad absoluta, sin límites. Se juega por amor -fundamento de la decisión al juego- como alternativa a la destrucción, al sacrificio. El caballero acepta el reto que se le imponía (el reto de la locura, de la degradación) y se introduce en le mundo lúdico sin reservas, en una total entrega, guiado por su fe en el juego.

En contraposición, el no aceptar las reglas del juego supone descortesía, insensatez, provoca la subversión, mientras que el objetivo caballeresco es la paz. La realidad es que el mundo caballeresco es un mundo sin solución práctica, pues es todavía la sociedad feudal la que detenta la supremacía.

En Le chevalier au lion el objeto es siempre la confusa situación de la aristocracia hacia finales del siglo XII, la cual aún no había encontrado un modelo   —569→   social que sustituyera satisfactoriamente al régimen feudal: es un auténtico laberinto cortesano donde el héroe se introduce con la intención de descubrir el límite de dicho laberinto. El errar acompaña al «ente cortesano» en la búsqueda de su realización espiritual. La finalidad de la errancia es la lucha ansiosa del ser de la caballería por la perfección ética, localizada ésta en la identidad cortesana. Una vez que el héroe alcanza su identidad debe crear corte y establecer el paradigma de la buena sociedad. Pero la identidad se quiebra por la inmadurez del personaje que abandona el juego en la «indiferencia», es decir, en lo caótico. La exigencia del retorno a ejercer los valores del juego en la esfera cortesana es en realidad una expresión de la voluntad de poder (el protagonista desea poseer lo que es suyo: su tierra, su mujer, su honor). El destino final del juego (y de la obra) es alcanzar el éxtasis cortesano.

Estudio de gran interés y de amplias posibilidades aplicativas, que debe leerse siempre teniendo en cuenta, a título de premisa, el concepto de ludus según el gran historiador holandés citado, y la realidad no fútil de las reglas que lo justifican en el ámbito de la jerarquía feudal.