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ArribaAbajo Antonio Prieto y el siglo XVI

Antonio Prieto, La poesía española del s. XVI (I), Madrid, Cátedra, 1984.


L. Gutiérrez Arranz


Universidad de Barcelona-Central

«La poesía situada en la cronología de este volumen es, en importante medida, producto del ayuntamiento de dos vertientes poéticas que tuvieron su común raíz en la lírica cultivada por los trovadores». Con estas palabras comienza Antonio Prieto su andadura por la poesía española del S. XVI. Una acotación cronológica muy clara y unas mínimas notas teóricas le sirven como pretexto para deslizarse por la poesía renacentista y, realmente, andar tras los escritos de las figuras más representativas del S. XVI en España. Del ayuntamiento de la vertiente culta de raíz provenzal, pero sobre todo petrarquista, y la vertiente tradicional, y de la decidida adopción o de la permeabilidad ante ellas, surge la producción poética de este siglo.

Se inicia el camino con el planteamiento de los problemas textuales, tan curiosos e inquietantes para el investigador de nuestros Siglos de Oro. La despreocupación editora ha caracterizado a la mayoría de nuestros poetas, a pesar de su conocimiento del poder inmortalizador de las letras. De ella se deriva, en muchas ocasiones, el problema de las atribuciones y ediciones: la mayoría de las obras poéticas serán editadas póstumamente, como es el caso de las de Boscán, Garcilaso, Acuña, Aldana, Medrano, Figueroa, fray Luis, etc. Los que publicaron en vida lo hicieron de modo muy restringido: Herrera, Espinel.

Allende nuestras fronteras encontramos un poeta, Petrarca, que, no sólo se preocupa por un correcto registro de su obra, sino también por la disposición   —574→   y estructura de la misma, dejando a las generaciones siguientes un Canzoniere cuyas repercusiones son extraordinarias. Su estructura es tomada por Antonio Prieto como base para seguir las influencias y la disposición de la obra poética de nuestros autores.

Hechos estos planteamientos, los seis capítulos restantes constituyen un discurrir por la producción de poetas y grupos, bajo unos epígrafes que podrían parecer tópicos (P.w.: Cap. III: Boscán y Garcilaso; Cap. IV: Hurtado de Mendoza y Castillejo, etc.). Nada más alejado de las estructuras rígidas y de las clasificaciones acartonadas que la obra de Prieto. Se trata de un planteamiento nuevo, que consiste en seguir el hilo del Canzoniere de Petrarca (como estructura de cancionero distinta a los cancioneros colectivos y particulares de la época) y ver cómo la disposición del corpus poético atiende a una trayectoria vital, que nos guía a través de contenidos y formas, y constituye una obra cuya unidad es la unidad personal del poeta. Este planteamiento es seguido por Prieto tanto en las obras ordenadas por sus autores como en aquellas que se editaron póstumas, siempre con un juicio crítico respecto a ordenación y resultados. El estudio es llevado a cabo en las obras de Juan Boscán, Garcilaso de la Vega, Diego Hurtado de Mendoza, Cristóbal de Castillejo, Gregorio Silvestre, Gutierre de Cetina, Hernando de Acuña y Jorge de Montemayor. Pero los poetas del XVI no sólo siguen las formas cultas de línea provenzal e italiana, sino que participan de la lírica tradicional española. En el capítulo VI, Prieto interrumpe su relato y nos presenta otras tendencias poéticas que se desarrollan al margen de la poesía culta.

Vistos los grandes representantes de la primera mitad de siglo y vistas las otras corrientes por las que paralelamente discurre la poesía del momento, el autor continúa el camino iniciado, a través de la obra de una serie de figuras que se distancian de las ya estudiadas (y de sus sucesoras) en cuanto a formas e intencionalidad: Diego Ramírez Pagán, Pedro Laynez y López Maldonado (la mirada hacia Garcilaso), y el grupo valenciano con Andrés Rey de Artieda Francisco de Figueroa y Francisco de Aldana (la nueva actitud, impulsada por la obra de Juan Luis Vives), todos ellos en convivencia con otros grupos literarios.

Concluye Prieto su obra del mismo modo como acaba cada uno de sus capítulos: con afán de continuidad. No podemos hallarnos ante una estructura cerrada porque, desde la misma concepción del libro, vemos cómo los límites, cualquier límite que el autor decida poner es una acotación de utilidad para el estudio, que nada tiene que ver con los amplios márgenes y múltiples relaciones de la poesía de este período. A la espera de un segundo volumen que tratará de la mística, la épica, etc. completando facetas de la época, el autor deja trazadas una serie de líneas, de orientaciones, a modo de guía de lectura para la comprensión del período. El libro, como un paseo, ha discurrido por   —575→   versos y epístolas, descubriéndonos los modos de pensar y las maneras de orientar una serie de trayectorias poéticas personales, así como caminos para nuevas ediciones de la poesía de los Siglos de Oro, siempre alejado de apriorismos y de clasificaciones que poco tienen que ver con aquellos a quienes encuadran.

Carente de teoría hueca, con las notas suficientes para el estudio y la cómoda lectura (sería útil un índice de autores) y con una bibliografía actual, Antonio Prieto nos descubre el gusto por la lectura de esa convivencia literaria que constituye la poesía española del S. XVI.