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El mismo texto, con el título de «El dolor de llegar», se recoge en la Antología de la novela corta, I (Barcelona, editorial Andorra S.L., 1972, 419-460) ordenada por Federico Carlos Sainz de Robles, y figura asimismo en Mis mejores cuentos (Madrid, Prensa Popular, s.a.) (N. del A.)

 

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El próximo relato del libro («Bienaventurados los mansos», 83-147) es una historia cruel y truculenta, de bajezas morales y amores adúlteros. Las mujeres son sirenas que devoran a los hombres, sometiéndoles a humillaciones de toda índole, y la obra es fundamentalmente el calvario de Claudio, hombre débil pero en el fondo inofensivo, que se casa con Blanca. Esa unión matrimonial se convierte en un infierno, pero nace un grotesco engendro (130). Se trata de un mundo de covachuelistas y usureros, sin compasión humana, y el amigo de Claudio, enriquecido por la lotería y tirando su dinero con típico gesto bohemio, se entrega a oficios distintos para volver años después a Madrid, pobre y sin casa. Mientras tanto Claudio ha huido con su hijo e irónicamente lo ha hecho con la entera seguridad de que no era suyo el niño. Finaliza la novelita con el encuentro de ambos en un sórdido café de golfos y trotacalles (141-142). Aquí se narra la tragedia de Claudio despreciado por todos y echado a rodar por la calle, llevando al supuesto hijo. Todas sus ternuras están cifradas en él y exclama «por su amor, mi espíritu es fuerte» (147). (N. del A.)

 

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Sobre el mismo poeta Gonzalo Seijas, víctima del monstruo de la bohemia y que ha dejado un hogar cómodo en Galicia a causa de su pasión por la literatura, véase la nota de Carrère, «El encanto de la bohemia», Los Lunes del Imparcial, 21 de Febrero de 1910. (N. del A.)

 

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Cito siempre según la reproducción titulada El dolor de llegar incluida en la ya mencionada Antología de la novela corta (419-460) de Sainz de Robles. (N. del A.)

 

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Antes me ocupé de su único libro de versos, Cirios en los rascacielos (1963), pero quisiera agregar que la primera obra impresa de Vidal y Planas era un largo poema romántico, Leyenda del monje ingrato, que desconozco. Cansinos-Asséns se refiere a este folleto en el prólogo al libro de Vidal y Planas Memorias de un hampón (Madrid, Imprenta Juan Pueyo, 1918), 12. El prólogo se compone de los dos artículos publicados por Cansinos-Asséns en La Correspondencia de España, 18 y 19 de Marzo de 1918. Otro libro temprano que no interesa aquí es Odisea del legionario Adolfo Torres, herido en la guerra (Madrid, Imprenta Juan Pueyo, 1915, págs. 112), que relata las aventuras de un legionario durante la primera Guerra Mundial. (N. del A.)

 

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Con evidente incongruencia se añade al libro un breve relato «El pecado mortal», de austero ambiente monástico, en que los monjes santifican el cuerpo de Fray Serafín hollando el pecado de su carne con la santidad de los pies descalzos y éste muere en el acto de penitencia. (N. del A.)

 

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La edición que poseo no tiene fecha de publicación, pero en una de las cartas finales de Monigote al narrador se lee: «... ¿Te acuerdas de aquella noche que sufriste tanto, porque toda una multitud cobarde, a la que enseñabas los tesoros de tu alma, se mofó de ti a carcajadas? Se estrenaba en Eslava tu drama Los gorriones del Prado, que yo te había visto escribir con fiebre del corazón. Y cada frase arrancaba al auditorio una risotada brutal» (151). El fracaso de la obra citada data de 1923 y otros elementos narrativos pertenecen a ese mismo año fatídico. (N. del A.)

 

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En el volumen El manicomio del Doctor Efe se incluyen otros dos relatos: «El incendiario» (159-201) y «La tragedia de Cornelio» (203-232). Nuevamente en el primer texto la locura desempeña un papel principal aunque el demonio mismo es el protagonista («... Flota en la Inmensidad, y es la parte negra de su alma infinita, como la noche es la parte negra del alma del Tiempo», 160), así como la imagen a que siempre recurre Vidal y Planas es la cárcel. También en el segundo relato hay un fragmento titulado «Sobre la locura» (179-182).

Por lo demás se incorporan al cuerpo de la novela otros retazos tomados de obras menores como La papelón, El patio de primera, La camisa fatal e inclusive los versos de «La ramera muerta» firmados por César González (69-70). (N. del A.)

 

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En el mismo libro figuran dos historias menores, de fuertes pasiones y desenlaces funestos: «Una novela de la cárcel» (145-186) y «Los amantes de Cuenca» (191-239), textos que poco o nada agregan a la valoración de su prosa. (N. del A.)

 

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Esencialmente es igual la obra de teatro del mismo título (Barcelona, Editorial Maucci, 1913), drama con prólogo y tres actos, aunque al final el Cartagena no mata a Sor Martirio, porque cuando le llama hijo mío se le cae el puñal, y ella le asegura que también irá al cielo. La ve como todo luz y cree que es la Virgen María. Nuevamente se trata de una lúgubre cueva de sombras, donde todo son vilezas, pero Sor Martirio, santa y virgen, dulce y bella, quiere a los presidiarios y los cuida con ternura. En la obra teatral se acentúa también el tono religioso al final, porque el rostro del muerto adquiere gran semejanza con el de Jesús, cuya voz se oye («¡Tuve hambre de amor y me amaste! ¡Porque yo soy este presidiario pobrecito!»), y Sor Martirio le llama «esposo mío». (N. del A.)