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ArribaAbajo Hacia un teatro liberador

Federico García Lorca, El Público, ed. de María Clementa Millán, Madrid, Cátedra, 1987


Francisco Abad


UNED, Madrid

Este volumen posee el interés de presentarnos juntamente un texto bello e importante y poco accesible de Lorca, más una introducción larga a los distintos problemas literarios que plantea. El estudio preliminar y la edición están a cargo de una especialista rigurosa en el creador granadino, que lleva años dedicada a él y que ahora nos está dando sus resultados, el próximo de los cuales será la edición también y el análisis del texto paralelo y complementario de El público, Poeta en Nueva York.

El sentido teatral de El público lo explica la profesora Millán advirtiendo que estamos a la vez ante una obra reflexiva como las de Unamuno, y ante un ejemplo de «la explosión liberadora de la escena superrealista»; en efecto, rasgos superrealistas del drama lorquino resultan los ambientes irreales, los personajes sin individualidad, y el que la acción transcurra por superposición de escenas que no suceden lógicamente sino que se yuxtaponen.

Por su propósito dramático, El público constituye una proclama a favor de la expresión en el escenario de las verdades y realidades naturales e inocentes, y ello frente al convencionalismo hueco del peor teatro burgués. La verdad primaria, que surge natural y espontáneamente, es la que Lorca reclama que suba a las tablas.

Junto a esta concepción del teatro, la obra incluye en perfecta coherencia consigo misma el discurso sobre una de tales verdades primarias e inocentes,   —460→   quizá la más radical de todas, la del amor humano. El amor, en cuanto respuesta a la soledad y al desamparo constitutivos de la persona, es el tema que da Lorca como ejemplo de un teatro lleno de verdad; distintos personajes de El público no son así sino concreciones o manifestaciones de la expresión del sentimiento amoroso.

Nuestra autora insiste en que -ciertamente- el conflicto amoroso es la vivencia que se expresa en la obra, en una expresión liberadora a la vez de la verdad personal del dramaturgo y de su afán estético-teatral; teatro y amor llevan su realidad a las tablas en cuanto expresión de autenticidad de Lorca tanto persona como escritor. «El autor expresa -escribe María Millán-... el terrible dolor que subyace en el contenido de esta obra. La soledad y angustia de las que brota su acción dramática»; también cabe saber que «lo que se debate en la obra de Lorca no es un amor heterosexual».

El granadino propone y proclama, en efecto, un teatro distinto que no es el que le gusta a «el público», teatro que impregne emocional y sensorialmente al espectador, y que éste acoja en la forma que le ha dado el dramaturgo. «El teatro agoniza -exclama-: el público no debe atravesar las sedas y los cartones que el poeta levanta en su dormitorio. Romeo puede ser un ave y Julieta puede ser una piedra. Romeo puede ser un grano de sal y Julieta puede ser un mapa. ¿Qué le importa esto al público?... El público se ha de dormir en la palabra». García Lorca parece reclamar su derecho, como hombre y como creador, a llevar hasta el teatro las verdades primarias de su vida, las más reales y actuantes; esto, no obstante, sabe que le produce a los públicos burgueses triviales «una desorientación absoluta».

El tema del sentimiento amoroso ejemplifica y prueba en El público el anhelo del granadino por un drama que le expresase a sí mismo, tal como en su individualidad tiene derecho a aparecer y a manifestarse artísticamente. El cuadro segundo de la obra declara surrealistamente la necesidad y la fuerza del amor, en el diálogo entre la Figura de cascabeles y la Figura de pámpanos:


-¿Si yo me convirtiera en nube?
-Yo me convertiría en ojo
-¿Si yo me convirtiera en casa?
-Yo me convertiría en mosca
-¿Si yo me convirtiera en manzana?
-Yo me convertiría en beso
-¿Si yo me convirtiera en pecho?
-Yo me convertiría en sábana blanca
..........................................
-¿Y si yo me convirtiera en hormiga?
-Yo me convertiría en tierra
-¿Y si yo me convirtiera en tierra?
-Yo me convertiría en agua.



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Una de estas mismas dos voces se hará luego eco otra vez de su pasión amorosa, de la fuerza interior que desprecia las convenciones que no le permiten ser auténtico. El Hombre 1 tiene una única verdad que es su amor o su deseo: «Yo no tengo más que un deseo... Yo no tengo máscara... Mi lucha ha sido con la máscara hasta conseguir verte desnudo... Te amo delante de los otros porque abomino de la máscara y porque ya he conseguido arrancártela».

Análogamente a Lorca, podemos recordar cómo Luis Cernuda se refirió también al hombre que ama,


      la verdad
   de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo.



En fin el Hombre 1 de El público hará patente la desesperación de su soledad, la desesperación a la que lleva la frustración sentimental, y así dice: «Agonía. Soledad del hombre en el sueño lleno de ascensores y trenes donde tú vas a velocidades inasibles. Soledad de los edificios, de las esquinas, de las playas, donde tú no aparecerías ya nunca».

Lorca creemos que está manifestando en su obra el derecho a la propia individualidad y mismidad personal, a aparecer y manifestarse como es, y a llevarlo también a la escena puesto que se trata de un creador dramático. El teatro falso y mediocre y el amor constituyen pues los dos motivos a los que está referido el discurso de El público; en cuanto al segundo, el granadino nos da testimonio con este texto de un momento de angustiosa soledad, del vacío de la compañía amorosa y sexual que la naturaleza del ser humano reclama.

Gracias al trabajo de la profesora Millán podemos disponer ahora con comodidad del bello texto lorquino, y de un estudio bien hecho sobre el mismo, que nosotros hemos tomado como punto de partida para este comentario. Don Rafael Lapesa nos ha enseñado una ética del trabajo llevado a cabo despacio y bien, con sano espíritu de libertad e independencia científica, y caballeroso y honesto en la discrepancia; María Clementa Millán es alumna de Lapesa, y por algún rasgo de su escrito vemos que aspira a moverse en la traza de su maestro.