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ArribaAbajoTorquemada, ¿San Eloy o Dagoberto?

Pierre I. Ullman


Entre los numerosos estudios ocasionados por las novelas de Torquemada,61 se destacan algunos que con razón apuntan a ciertas ambivalencias aprovechadas por el autor para pintarnos una España decimonónica dedicada al conato de compaginar el nuevo culto seudopositivista a la riqueza material, con las antiguas tradiciones religiosas. Nos recuerdan que si el apellido Torquemada parece venirle muy bien a aquel individuo cuyas demandas de pago constituyen una especie de tormento para inquilinos y deudores, tal tropo onomástico por parte del autor obedece a móviles bastante profundos. Además de la semejanza percibida por la mente popular entre usurero e inquisidor a un nivel práctico, existe otra a un nivel histórico e ideológico: el usurero moderno atormenta a los que pecan contra la fe del siglo diecinueve, el dinero, así como el inquisidor había hecho torturar a los que desacataban la ideología de tres siglos atrás.62

Así y todo, el uso por parte de Galdós del apellido del inquisidor para su protagonista estriba en un concepto popular del coaccionador tiránico. La comparación obvia del usurero con el atenazador inquisitorial que leemos en Torquemada en la hoguera supone el olvido o descuido, por parte de la mente y la tradición popular, de las razones teológicas y estatales de la Inquisición para recalcar la memoria de sus terríficos métodos.63

Ahora bien, desde Torquemada en el Purgatorio, tercera novela de la serie, el protagonista ha dejado de ser un tipo popular; ha puesto fin al contacto que tenía con las capas inferiores de la sociedad. El tosco usurero se ha hecho poderoso financiero. Por lo tanto el apellido Torquemada podrá cuadrarle todavía transcendentalmente (es decir, para analogías históricas e ideológicas), pero su origen en la imaginación popular ya no viene al caso. Con la elevación social del personaje, la múltiple sugestividad del apellido pierde gran parte de su vigencia.

Efectivamente, don Francisco Torquemada compra el título de Marqués de San Eloy, perteneciente de marras a la familia de su segunda esposa, Fidela del Águila. Si nos preocupamos por indagar la significación simbólica del título, encontraremos primero que es puramente fictivo como cognomento nobiliario español. Efectivamente, el nombre tiene un sabor muy francés, puesto en relieve además por el del nuevo domicilio del protagonista, el Palacio de Gravelinas, recientemente restaurado «por el patrón parisiense»,64 es decir, según la moda francesa. Recordemos que Gravelines es un pueblo del norte de Francia donde los españoles tuvieron en 1558 una gran victoria sobre la nación vecina (por eso se trasluce una irónica ambigüedad en la manera como Galdós presenta lo francés). Otros pormenores a dicho efecto son los dos criados franceses, uno de los cuales, llamado Chatillon, es el cocinero mayor, de rigor naturalmente, y el primer personaje   —50→   que aparece en la última novela, Torquemada y San Pedro. Además el capellán don Luis de Gamborena, en cierta ocasión apoda inesperadamente a la cuñada del tacaño, Cruz, con el nombre Croissette.65 En resumidas cuentas, un tono cómico franchute, digamos, informa el comienzo de esta última novela.

El título de Marqués de San Eloy parece bastante significativo al aplicarse a un hombre de talentos tan extraordinarios, a quien su cuñado moteaba de «reluciente becerro de oro.»66 En efecto, San Eloy es patrón de los orfebres. Pero esto no es todo. Nacido en 590 y muerto en 659 o 660 el primero de diciembre, su día festivo, Eloy fue aprendiz de un orfebre de Limoges, donde cobró fama de honestísimo y hábil artesano. Animado a probar fortuna en París, Eloy se hizo amigo del real tesorero, por lo cual sin duda se le pidió que crease un trono para Clotario II. Se dice que con el oro a él fiado, hizo dos magníficos tronos, acreditándose así de hábil y probo. De resultas, el rey lo nombró director de la Casa de la moneda. Muerto Clotario, Eloy llegó a ser favorito del nuevo monarca, Dagoberto I. Algunas fuentes refieren que Dagoberto le hizo su tesorero. Eloy era sumamente dadivoso; repartía a los pobres cuanto le regalaba el rey y compraba esclavos para manumitirlos.

Es indisputable la semejanza superficial de la vida de Francisco de Torquemada con la del santo. Torquemada se distingue por su habilidad, cobra prestigio y logra un puesto en el gobierno como senador. Podemos asimismo asociarlo al oro, aunque, a diferencia del santo, lo acumula literal o figuradamente. Al llegar la hora de redactar el testamento del protagonista, quien ha sido persuadido a dejar todos los fondos disponibles a buenas obras religiosas, su amigo Augusto Donoso «afirmó que el capital del señor marqués viudo de San Eloy no bajaría de treinta millones de pesetas, oído lo cual por los otros abrieron un palmo de boca, y cuando el estupor les permitió hablar, ensalzaron la constancia, la astucia y la suerte, fundamento de aquel desmedido montón de oro» (TSP, III, 7). La constancia de Torquemada al buscar tesoros en el mundo es comparable a la del santo al buscarlos en el cielo.

Con todo, es de notar que en ninguna parte deja el autor transparentar cualquier analogía entre santo y prestamista salvo a través del título nobiliario. ¿Pero debemos por eso detenernos en el intento de establecer un posible paralelismo? Para un hombre tan enterado de la cultura francesa como lo estaba Galdós, el nombre de San Eloy traería a la mente la célebre canción acerca del rey Dagoberto, que se puso las bragas al revés, según se lo advirtió su consejero San Eloy.

¿Tendrá esta canción popular algo que ver con la novela galdosiana? Hace diez años intenté demostrar cómo Galdós fue inspirado quizás por formas populares al escribir Torquemada en la hoguera, pues se podía observar en esta obra una posible influencia de los romances de ciego.67 Ya que, por un cambio externo y ambiental en la figura del protagonista, esta primera fuente popular ha perdido su vigencia, Galdós introdujo posiblemente en la cuarta novela otra influencia folklórica que coadyuvara a estructurar la obra.

Ahora bien, si comparamos Torquemada y San Pedro a la canción francesa, averiguaremos que don Francisco se parece más bien al bobalicón de Dagoberto que a San Eloy, y que quien se parece más a éste es el capellán de Torquemada, don Luis de Gamborena. De ello resulta una identificación ambivalente del protagonista, gracias a su comparación por una parte con una figura histórica, y por otra con una figura de la tradición popular. Pero esta ambivalencia posibilitada   —51→   por la degeneración folklórica de la historia es más bien un motivo. Bajo el motivo yace una ambivalencia temática producida por la caracterización. Efectivamente, se nos presentan dos aspectos distintos del protagonista: por una parte es figura pública, admirado taumaturgo de las finanzas; por otra, dentro del hogar, es un individuo grosero dominado por su cuñada y su capellán. Resulta pues, que en cuanto al lado doméstico de la novela, los nombres parecen aplicados al revés, como las reales bragas de la canción.68

Estableciendo comparaciones tanto con la historia como con lo popular, se mantiene un enfoque irónico sobre ambos aspectos de la vida de don Francisco, el público y el doméstico, pues comparamos irónicamente a Torquemada al San Eloy histórico cuando lo consideramos en su papel público, mientras que, en el plano doméstico, podemos verlo como un Rey Dagoberto ironizado por la tradición popular.

En cuanto a Gamborena, este personaje será un San Eloy de canción dentro del Palacio de Gravelinas; y será como el San Eloy histórico en público, así como el mismo Torquemada, pero con ironía más sutil. A semejanza del santo, Gamborena es un clérigo mundano. Durante su carrera de misionero se había encargado de asuntos no siempre puramente religiosos:

Enviáronle después a Europa formando parte de una comisión, entre religiosa y mercantil, que vino a gestionar un importante arreglo colonial con el rey de los belgas, y tan sabiamente desempeñó su cometido diplomático el buen padrito, que allá y acá se hacían lenguas de la generalidad de sus talentos. «El comercio -decían- le deberá tanto como la fe.» [...] Cumplidos los sesenta años, [...] le enviaron a España con la misión sedentaria y pacífica de organizar aquí sobre bases prácticas la recaudación de la Propaganda.


(TSP, 1, 5)                


En el plano burlesco encontramos también referencias de la misma índole, que equiparan los altos puestos religiosos y estatales. Cuando Cruz intenta persuadirle que pernocte en el palacio, le dice: «Le arreglaríamos el cuarto de arriba, donde estaría como un príncipe, mejor sería decir un señor cardenal» (TSP, 1, 10). Más adelante, el autor llama el cuarto, con bastardillas para atribuir la idea a Cruz, «la habitación cardenalicia que en el piso alto le tenían preparada» (TSP, I, 12). Y cuando Torquemada, una vez enfermo, recibe la visita de Gamborena, el autor comenta, también con bastardillas: «A veces oficiaba de legado pontificio el padre Gamborena [...]» (TSP, II, 3).

Examinemos ahora las dos obras para ver qué reminiscencias hallaremos de la canción en la novela. En las dos primeras estrofas de la canción presenciamos la torpeza del rey al vestirse, su descuido indumentario y su tacañería:


C'est le roi Dagobert
qui met sa culotte à l'envers.
Le grand Saint Eloi
lui dit: «O mon roi!
Votre Majesté
est mal culottée.»
-«C'est vrai, lui dit le roi.
Je vais la remettre à l'endroit.»
Le bon roi Dagobert
fut mettre son bel habit vert.
Le grand Saint Eloi
lui dit: «O mon roi,
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votre habit paré
au coude este percé.»
-«C'est vrai, lui dit le roi.
Le tien est bon; prête-le-moi.»


Recordemos que al conocer al usurero por primera vez en Torquemada en la hoguera, lo encontramos mal vestido y raído. Al verlo por primera vez en Torquemada y San Pedro, está vistiéndose para ir a la misa de primas, pero con retraso: «en el momento de empezar la misa, salió de su habitación tan destemplado y con los humores tan revueltos, que daba miedo verle. Calzado con gruesas botas relucientes, la gorra de seda negra encasquetada hasta las orejas, bata oscura de mucho abrigo, echose al pasillo dando tumbos y patadas [...]» (TSP, I, 2). Al llegar se da cuenta de su tardanza:

[...] en la mitad de un terno que se le quedó atravesado entre los dientes, con parte de la grosería fuera, parte de ella dentro, pegada a la lengua espumarajosa, hallose junto a la capilla, y oyó un sonoro tilín dos veces, tres.

-Ea, ya están alzando -dijo en un gruñido-. Yo no entro. ¿Ni a santo de qué había de entrar, malditas Biblias?

Volvió a su cuarto, donde acabó de vestirse.


(TSP, I, 2)                


No está fuera de lo posible que la idea de San Eloy diciendo al rey que sus bragas están puestas al revés inspirara al autor la presentación del financiero medio vestido apresurándose para ir a la misa de su capellán. Este episodio es un ejemplo más del procedimiento burlesco que informa gran parte de la novela, evidente desde su segundo párrafo, donde aprendemos que los ratones del archivo del palacio se habían nutrido de una carta del Gran Capitán a Fernando el Católico: «Estos y otros escandalosos festines ocurrían por haberse muerto de cólico miserere el gato que allí campaba y no haberse cuidado los señores de proveer la plaza, nombrando nuevo gato o gobernador de aquellos oscuros reinos» (TSP, I, 1).

Más evidente que la influencia provinente de gatos es la de perros. En la quinta estrofa de la canción, San Eloy entera a Dagoberto de que los reales canes están sarnosísimos, siendo el ahogarlos el único modo de limpiarlos, a lo cual el rey responde a su ministro que se ahogue él con los perros:


Les chiens de Dagobert
Étaient de gale tout couverts.
Le grand Saint Eloi
lui dit: «O mon roi,
pour les nettoyer
faudrait les noyer.
-«C'est vrai, lui dit le roi.
Va donc les noyer avec toi.»


Ahora bien, en la novela se compara al hijo de Torquemada, caso desahuciado de imbecilidad mongoloide, con un perro que se revuelca en la suciedad, y se insinúa que la única solución posible al problema que presenta aquel hijo es su muerte. Además, el tema de la muerte introduce el de la fe, desarrollándose los dos al tratarse de la muerte de Fidela y finalmente de Torquemada.

Con el tema de la muerte se asocia otra vez el motivo del ahogamiento en la octava estrofa, donde aparece la inevitable rima de Dagobert con mer:

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Le bon roi Dagobert
voulut s'embarquer sur la mer.
Le grand Saint Eloi
lui dit: «O mon roi,
Votre Majesté
veut donc se noyer!»
-«Eh bien! lui dit le roi,
on pourra crier: le roi boit!


La actitud temeraria del monarca ante la posibilidad de perecer en un naufragio recuerda tal vez las aventuras de Gamborena oídas con admiración por las Águila y sus amigas: «Los naufragios, en que estuvo su vida en inminente riesgo, salvándose por milagro del furor de las aguas embravecidas; unas veces en las corrientes impetuosas de ríos como mares, otras en las hurañas costas, navegando en vapores viejos que se estrellaban contra los arrecifes o se incendiaban en medio de las soledades del océano; [...]» (TSP, I, 5). Digamos de paso que quizás haya asimismo en este pasaje una parodia de cierto tipo de literatura por entregas.

Otra estrofa de la canción que podrá haber inspirado a Galdós es la cuarta, donde Dagoberto vuelve jadeante de la caza, perseguido por un conejo:


Le bon roi Dagobert
chassait dans la plaine d'Anvers.
Le grand Saint Eloi
lui dit: «O mon roi,
Votre Majesté
est bien essouflée.»
-«C'est vrai, lui dit le roi.
Un lapin courait après moi.»


Cuando Torquemada se da cuenta de que su esposa está moribunda, «Metiose en su cuarto el marqués de San Eloy, como alimaña huida que sólo se cree segura en la grieta que le sirve de albergue; pero como éste era, en aquel caso, bastante holgado, allí se entretuvo el hombre en espaciar su desventura, paseándola de un extremo a otro, como si de esta suerte, por estirarla y darle vueltas, pudiera llegar a ser menos honda» (TSP, I, 15). La gracia de la canción estriba en una inversión irónica: en vez de huir hacia su madriguera, un conejo persigue a un rey cazador por anchas llanuras. El motivo parece haberse transformado en otra inversión irónica: un amplio cuarto palatino se compara a una madriguera, aun cuando su dueño «pasea» su desventura en él. ¿Pensó Galdós tal vez en la canción francesa? Si la recordó, hizo como si el conejo alcanzara al rey, el cuarto del rey se convirtiese en madriguera sin perder sus proporciones palaciegas y el rey paseara al conejo enemigo como a una criatura.

La tercera estrofa de la canción se refiere a la mala costumbre de no afeitarse en invierno, aparentemente por ahorrar el coste del jabón:


Le bon roi Dagobert
faisait peu sa barbe en hiver.
Le grand Saint Eloi
lui dit: «O mon roi,
il faut du savon
pour votre menton.»
-«C'est vrai, lui dit le roi.
As tu deux sous? Donne-les-moi.»


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Nos recordará tal vez el empeoramiento del carácter del protagonista en el invierno de su vida después de la muerte de su esposa:

En lo moral, veíanse más claramente que en lo físico los estragos del mal desconocido que le minaba, porque si siempre fue hombre de malas pulgas, en aquella época gastaba un genio insufrible [...] sus malas cualidades, la sordidez, la desconfianza, la crueldad con los inferiores se acentuaron [...] Otra novedad le hacía más desemejante a sí propio, y era que como últimamente le molestaba el afeitarse, resolvió por fin cortar por lo sano, dejándose la barba y así no tenía que pensar más en aquel martirio del jabón y la navaja, raspándose la piel.


(TSP, II, 3)                


Evidentemente, en la novela figuran el afeitarse, el jabón y la sordidez mencionadas en la canción. Notemos además que inmediatamente después de describir la barba de Torquemada, Galdós hace uso de una metáfora referente a lo regio: «[...] pudo salir a sus negocios y dar alguna vuelta por el reino de la mercadería en gran escala [...]» (TSP, II, 3).

La sexta estrofa nos presenta a Dagoberto en un arranque de glotonería y no tomando en serio las reconvenciones de San Eloy:


Le bon roi Dagobert
Mangeait en glouton du dessert.
Le grand Saint Eloi
lui dit: «O mon roi,
ne mangez pas tant;
vous êtes gourmand!
-«Bah! bah! lui dit le roi,
je ne le suis pas tant que toi.»


Lo que acaba verdaderamente con la vida de Torquemada es la comilona en el figón de Matías Vallejo. Durante cuatro capítulos, Galdós se detiene en la descripción de la escapatoria del protagonista enfermo y del festín, vomitado al fin por el prócer beodo, quien se había obstinado a desatender los consejos de su médico, así como Dagoberto los de su privado.

Es posible que no haya en la canción francesa ni una sola estrofa que no halle un eco, por débil que sea, en la novela. Por ejemplo, cuando Gamborena reconviene a Torquemada por desplegar mala voluntad hacia Cruz y manifestar así orgullo pecaminoso, el narrador comenta: «Dijo esto el misionero con tan soberana convicción, con énfasis tan pujante en la palabra y el gesto, que no parecía sino que le acuchillaba, cosiéndole a cintarazos con una luenga y cortante espada. El otro se tambaleó, aturdido de los golpes, y de pronto no supo qué decir, ni hacer otra cosa que llevarse las manos a la cabeza» (TSP, II, 4). Esta metáfora de la derrota de Torquemada en un duelo imaginario recuerda la séptima estrofa, donde Dagoberto admite su torpeza con armas blancas y decide llevar un sable de madera en vez de uno de metal para no herirse a sí mismo:


Le bon roi Dagobert
avait un grand sable de fer.
Le grand Saint Eloi
lui dit: «O mon roi,
Votre Majesté
pourrait se blesser.»
-«C'est vrai, lui dit le roi.
Qu'on me donne un sabre de bois.»


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Ahora podemos examinar la última estrofa de nuestra canción. El rey se halla en trance de muerte, con lo cual acude el Demonio. San Eloy insta a Dagoberto a confesarse, pero éste se lamenta porque aquél no puede morir en su lugar:


Quand Dagobert mourut
le diable aussitôt accourut.
Le grand Saint Eloi
lui dit: «O mon roi,
Satan va passer,
faut vous confesser.»
-«Hélas! lui dit le roi,
tu ne peux pas mourir pour moi.»


Aquí hallamos tres motivos: el moribundo substituto, la confesión y la llegada del Demonio. Los tres se encuentran en la novela, cuyo motivo más evidente es la llegada de la muerte, aun si no se considera la muerte misma como su tema principal.69

El primer motivo se ve ya en los comienzos del libro, al percatarse Torquemada del estado desahuciado de su esposa. No comprende el hombre por qué el golpe del hado no recayó sobre la cuñada: «Verdaderamente era una cosa inicua, casi estaba por decir una mala partida..., vamos, una injusticia tremenda, que debiendo ser Cruz la condenada a fallecer, por razón de la edad y porque maldita la falta que hacía en el mundo, falleciese la otra, la bonísima y dulce Fidela. ¡Qué pifia, Dios! Y a él no le faltaban agallas para decírselo en su cara al Padre Eterno, como se lo diría al nuncio y al Papa para que fueran a contárselo» (TSP, I, 15). Además, cuando al día siguiente llega Donoso para hablarle de pompas fúnebres, Torquemada acude a tales ideas con vista a ahorrar dinero:

-Amigo mío, le soy a usted franco. Si tratáramos ahora de enterrarla a ella, a mi ilustre hermana política, debiéramos hacerlo a todo coste, por aquello de a enemigo que huye, puente de plata...

-¡Por Dios, amigo mío!

-¡Déjeme acabar, Biblia! Digo que cuando a uno le pasa una desgracia buena, es a saber, una desgracia de las que acarrean el descanso y la paz, no importa gastarse un capital en el sepelio. Pero cuando la desgracia es mala, de las que duelen, ¿eh?..., entonces el demasiado coste de honras fúnebres es acumular males y aunar penas con penas. Porque, resumiendo: usted no dejará de reconocer, si piensa en ello, que en buena lógica, y sentando el principio que tenía que morir una, ésta no debió ser Fidela, sino su hermana...


(TSP, II, 1)                


Este motivo del moribundo substituto reaparece cuando el mismo Torquemada está en trance de muerte. Su proyecto para la conversión de la deuda beneficiaría tanto a España, «la nación católica por excelencia» (TSP, III, 6), que el protagonista no concibe cómo Dios podría permitir su fallecimiento antes de dejarlo poner el proyecto por obra. Esta idea exagerada de la propia importancia subyace las palabras que dirige a su médico: «Veo que o no saben ustedes una patata o que no quieren curar de veras más que a los pobres de los hospitales, que maldita la falta que hacen a la Humanidad. ¿Les cae un rico por delante? Pues a partirlo por el eje... Eso, eso; a dividir la riqueza para que las naciones se debiliten y no haya jamás un presupuesto verdadero» (TSP, III, 8). Equivale esto a emitir el juicio de que quienes deberían morir son los pobres y no Torquemada.

Por lo que respecta al tema o motivo de la confesión, es uno de los principales de la novela, ya desde el cuarto capítulo de la segunda parte, donde Gamborena   —56→   advierte a Torquemada de que «el hombre que, próximo ya al fin de la vida, no se cura de purificar su conciencia y de sanarla de tanta podredumbre» está en peligro, y añade: «¿quiere usted, si o no, prepararse para mirar con ánimo sereno el trance final, o el paso de lo finito a lo infinito?» Unos días más tarde el capellán repite su advertencia: «Paréceme, señor mío, que ya no debemos aplazar por más tiempo nuestro asunto», a lo cual don Francisco responde: «[...] si he de serle franco, no tengo tanta prisa», y aun «Pero, ¡si yo no tengo pecados, diantre!» (TSP, III, 2). El resto del libro versa en especial sobre la dudosa conversión, la última comunión y las delirantes y afrentosas divagaciones del financiero marqués, las cuales entristecen a los que lo rodean. Nos inclinamos a poner en tela de juicio la validez de su confesión.

El tercer motivo por discutir, presente tanto en la novela como en la última estrofa de la canción, es la llegada de Satanás para posesionarse del alma del moribundo. En ambas obras este motivo se relaciona estrechamente con la necesidad de confesarse, patentizándose tal relación bastante temprano en el libro, al anunciar Torquemada a Gamborena sus premoniciones de decaimiento:

[...] no hay más que entregarse y sucumbir velis nolis, maldiciendo uno su destino y dándose a todos los demonios.

-Calma, calma, señor marqués -dijo el eclesiástico con severidad paternal, un tanto festiva-; que eso de darse a los demonios no lo admito ni lo consiento. ¡Tal regalo a los demonios! ¿Y para qué estoy yo aquí, sino para arrancar su presa a esos caballeros infernales, si por acaso llegaran a cogerla entre sus uñas? ¡Cuidadito!


(TSP, I, 3)                


Estas palabras del capellán no son más que un anticipo de su gran lucha al fin de la novela para poner a don Francisco en camino de arrepentirse genuinamente:

[...] recelaba que el espíritu maligno, burlando las precauciones tomadas contra él, hubiese ganado solapadamente la voluntad del desdichado marqués de San Eloy y le tuviese ya cogido para llevársele. El buen sacerdote se preparó a luchar como un león; examinado el terreno y elegidas las armas, se trazó un plan, cuya estructura lógica se comprenderá por el siguiente razonamiento: «Este desdichado es todo egoísmo, con su poco de orgullo y desmedido amor a las riquezas. En el egoísmo, enorme peso, monstruoso bulto, hace presa el maldito Satán [...]


(TSP, III, 9)                


En estos pasajes la mezcla del término filosófico moderno egoísmo, piedra angular del pensar positivista, con la antigua imagen de Satanás matiza los razonamientos de Gamborena con cierto anacronismo inconsciente que destaca el lado un tanto cómico de su determinación de no dejar morir en paz a Torquemada. Así discurre el sacerdote:

Duro es, y a veces inhumano, quitar a los moribundos la última esperanza, cortar la hebra tenue con que el instinto se agarra a las materialidades de este mundo. Pero hay casos en que conviene cortarla, y yo la corto porque en ello veo, en conciencia, el único medio de arrancar al demonio maldito lo que no debe ser suyo, no y no mil veces... no lo será.


(TSP, III, 9)                


No obstante, el buen padre nunca podrá estar seguro de los resultados:

Desconsolado y lleno de inquietud, Gamborena tuvo por cierto que la lucha seguía empeñada entre él y Satanás, disputándose la posesión de un alma próxima a lanzarse a lo infinito. ¿Quién vencería? Dotado de facultades poéticas, la mente del clérigo vio representada en imágenes la formidable batalla. Del otro lado del lecho, por la parte de la pared, estaba el demonio, tanto más traidor cuanto más invisible. El sacerdote cristiano sugería por la izquierda; el enemigo de todo bien, por la derecha.


(TSP, III, 10)                


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En resumen, el nuevo título del protagonista, Marqués de San Eloy, nos ha llevado a compararlo con el verdadero San Eloy, director de la casa de moneda merovingia. La comparación quizás resulte apta si pensamos en el protagonista como personaje político. Por una parte, el ascendiente ejercido por la Inquisición en la monarquía española fue un terrible remedo de la influencia de que debiera gozar la religión en torno al trono, ejemplificada por la figura histórica de San Eloy con Dagoberto. Por otra parte, el financiero es el mantenedor de los valores decimonónicos así como lo era el inquisidor de los decimosextos. Existe por consiguiente la posibilidad de una metáfora de segundo orden, comparando al Torquemada financiero fictivo con el San Eloy histórico a través del Torquemada inquisidor histórico. Pero a la par que intuimos esta metáfora de orden histórico, no olvidemos que nuestro personaje es una caricatura, lo cual quedó establecido desde Torquemada en la hoguera, porque el primer párrafo de la novelita procede evidentemente de la literatura popular.70 Por lo tanto, es razonable buscar otra vez fuentes populares al elucidar la significación de la elección onomástica hecha por el autor cuando la adquisición de un título nobiliario conviene al ascenso social del protagonista. En consecuencia, nos fijamos en la relación entre San Eloy y su rey en la canción popular francesa. Si en vez de pensar en Torquemada como personaje político lo concebimos en familia, en la intimidad del propio hogar, se parece mucho más al rey Dagoberto de la canción, mientras que quien se parece a San Eloy es su capellán, Gamborena. Efectivamente, el título de Marqués de San Eloy llega a ser un equívoco: así como Dagoberto fue el rey de su vasallo San Eloy, don Francisco es el marqués de don Luis; es decir, el Torquemada decimonónico es señor del San Eloy coetáneo.

University of Wisconsin Milwaukee



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