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ArribaAbajoGaldós y Valle-Inclán: A propósito de un texto olvidado

Allen W. Philips


El objeto original del presente trabajo fue sencillamente dar a conocer una página de Valle-Inclán publicada en La correspondencia de España, con fecha del 6 de julio de 1902, sobre Las tormentas del 48, la novela de Galdós que inicia, en aquel año de 1902, la cuarta y penúltima serie de los Episodios nacionales. El texto en sí no carece de interés por ser de quien es y por su contenido, pero también se destaca de modo especial, porque Valle no solía prodigar por escrito, aun en los comienzos de su vida literaria, sus juicios sobre los escritores del día. Por lo tanto, dentro de ese contexto, no pude resistir totalmente la tentación de abordar, por lo menos de manera tangencial, otras pertinentes consideraciones que conciernen las relaciones entre Galdós y Valle-Inclán, aunque sé que éstas merecen un estudio más serio del que ahora se hace. Nadie ha estudiado a fondo y exhaustivamente la ambigua amistad literaria y personal entre los dos, aunque es bien sabida, frente a su franca admiración juvenil, la notable antipatía que el irascible gallego tenía a Galdós durante los últimos años de su vida. Todo el mundo recuerda cómo en boca de Dorio de Gádez (Antonio Rey Moliné), uno de los poetastros del Parnaso Modernista en Luces de bohemia (1920), se oyen las tan a menudo citadas palabras irrespetuosas: «Precisamente ahora está vacante el sillón de Don Benito el Garbancero (Escena Cuarta)». No dudo por un instante de la intención despectiva del apelativo, pero también la frase debe leerse como procedente de un modernista venido a menos, que ataca con sarcasmo a la Academia como lo solía hacer Valle en ésta y otras obras suyas.

Otro tema, de mayor importancia literaria que las relaciones personales entre los dos escritores que no puede ser rehuido del todo aquí, es el tratamiento de la historia en los Episodios nacionales y el concepto que de ella tenía Valle al escribir las tres novelas de La guerra carlista, tal vez el comienzo frustrado de otra serie de episodios, que irían a desembocar, años después, en la incompleta serie de las grandes novelas históricas de El ruedo ibérico. Recordemos aquí las palabras de Rubén Darío referidas a las novelas de La guerra carlista: «El viejo e ilustre Galdós debía haber hablado ya y decir quién viene después de él... Y conste que hoy yo amo y respeto a don Benito casi lapidariamente».143 Así Rubén intuía con acierto quien iba a seguir a Galdós en la interpretación de la historia española del XIX.


Algunos testimonios sobre Galdós y Valle144

No me propongo historiar detalladamente las relaciones personales entre ambos novelistas, ni tampoco puntualizar todos los motivos que determinaron su separación posterior, sino recordar unos hechos capitales que gravitaron en sus desavenencias ulteriores. Se puede suponer que una firme amistad unía a   —106→   Galdós y Valle hasta el año de 1913 poco más o menos, una amistad rota por el episodio notorio de El embrujado; la crítica siempre ha recalcado ese distanciamiento posterior que los separaba durante los últimos años de la vida de Galdós, ya viejo y quebrantado de salud.

Con ciertas reservas, los escritores del 98 admiraron en general la obra de Galdós; admitieron su magisterio aunque pretendían seguir otros caminos. Se quejaban a lo sumo de su falta de estilo lírico, cosa muy lógica desde el punto de vista de las nuevas estéticas de fines del siglo. No eran, sin embargo, antigaldosianos, y no podía ser de otra manera, porque en más de un sentido él era precursor de todos ellos en la preocupación por España y su regeneración. No hay por qué olvidar tampoco que sus colaboraciones fueron bien recibidas en ciertas revistas de los jóvenes de aquel entonces (Electra, Alma española entre otras).145

El primer texto que me concierne de modo directo aquí es el muy conocido comentario que publicó Valle-Inclán acerca del Ángel Guerra en El Globo (13 de agosto de 1891).146 Que me perdone el lector la impertinencia de resumir de nuevo los conceptos más significativos expresados por su autor. La reseña es generosa, aunque a veces creo que la crítica ha destacado más el reproche final sobre la fecundidad de Galdós («Pienso que a producir con menos facilidad, Galdós sería no más novelista, pero sí más literato» (58)147) que los aspectos positivos de ese temprano texto crítico. Recordemos que estamos en 1891, y el Valle modernista, aunque da clara indicación de sus ambiciones artísticas en aquella frase citada, no ha dado a la estampa en su forma definitiva las Sonatas. Ya se había estrenado (30 de enero de 1901), sin embargo, Electra de Galdós.

Además de nombrar a Galdós el «primer novelista español», «insigne autor» y hasta llamarle «el maestro» (ibídem), Valle se fija en otros aspectos de su arte de novelar que merecen tenerse en cuenta. Acerca de la novela galdosiana escribe primero que «lo principal son las personas, por dentro, y esta clase de principalidades son innarrables o poco menos. Lo que constituye la atmósfera moral en una novela, al igual que la atmósfera física, se siente, sí, pero no se ve ni se palpa» (56). Descubre en Ángel Guerra (y hay que retener el dato) un cierto realismo superior (57); no es, pues, el realismo limitado, de mera copia. Asombrado además por el conocimiento que el autor tiene de los diferentes ambientes sociales del mundo español, afirma Valle con certeza y en tono de encomio que Galdós es un novelista hondo y que ha adivinado toda una época en sus Episodios (ibídem). No escatima, pues, los elogios: «Y no se diga que en esta novela hay pobreza de asunto: todo lo contrario»; «¡Qué galería de admirables figuras!»; y «¡qué riqueza de caracteres!» (58).148




Algo sobre historia, novela y estilo en Galdós y Valle

La bibliografía sobre los indicados aspectos de la obra de Galdós y Valle-Inclán es naturalmente imponente, así como contradictoria a veces en sus premisas y conclusiones. Son temas importantes que han interesado a los más eminentes críticos de hoy y de ayer: sería impertinente que hiciese yo más que resumir, desde mi propio ángulo de interés, lo más sustancioso dicho ya por otros críticos. Son notorias las diferencias y semejanzas de ambos escritores en su intento de novelar e interpretar la historia española del XIX. En sus Episodios, al menos en   —107→   la primera serie, Galdós, movido por un sincero patriotismo o, si se prefiere, por un nacionalismo de buena fe, deseaba destacar principalmente lo heroico y lo grande del pasado español, así como algunos momentos culminantes de la historia decimonónica; su plan abarcaba una amplia zona de tiempo; hacía novelas amenas, de tono familiar, que debían mucho al costumbrismo de factura popular. Su estilo realista, siempre llano y sencillo, sin preciosismos de ninguna clase, se prestaba de modo admirable a la narración de los hechos y de las peripecias de sus personajes. En sus Episodios describía y explicaba naturalmente de acuerdo con las normas características de su época.

Por otra parte, en su visión de la historia y bajo el signo del esperpento, Valle-Inclán quería captar lo incongruente y mezquino de las «amenes de un reinado», concentrándolo todo en un corto lapso, para llenar completamente ese espacio de pocos meses. Al acentuar lo grotesco y lo degradado de aquella vida, ya no se trata del espejo plano del realismo, sino de los espejos deformantes que estilizan y distorsionan.149 No quiero decir que Galdós después no se haya decepcionado con el progresivo desmoronamiento de la vida nacional,150 y también creo que inicialmente buscaba Valle, sin encontrarlo, la epopeya de esa guerra frustrada de partidas, presentadas con todo su fragmentarismo en la serie de las novelas de La guerra carlista (1908-1909). Quizá decepcionado por la falta de grandiosidad épica, regresó Valle hacia 1909 al teatro modernista en verso. Así en las extensas novelas de El ruedo ibérico nos da, desde su posición criticista o moralista si se quiere, un cuadro caricaturesco y corrosivo de aquellos últimos meses del reinado de Isabel II. De gran complejidad formal y densa elaboración estilística, esas últimas obras se diferencian de las de Galdós por sus modos expresivos y su riqueza lingüística. Se ha relacionado con el último estilo de Valle-Inclán el impresionismo; yo creo que sería más exacto, al pensar en los procedimientos de Tirano Banderas y las novelas finales, caracterizar su estilo como expresionista. Galdós y Valle se documentaban escrupulosamente, y el genio de cada uno hizo posible que se fundiese en feliz amalgama novela e historia; realidad y ficción se dan la mano, con las inevitables fluctuaciones entre la invención y la fidelidad.151 No olvidemos nunca, no obstante, que de novelas (obras de arte) se trata aquí en los dos casos.152

Sin embargo, no creo que sea imprudente decir que más le interesaba a Valle la vida vacua y grotesca de la época, en todos sus aspectos chulescos y aflamencados, que la historia misma, aunque no por eso fue menos verídica su visión del pasado. La desrealización satírica es una de las constantes de El ruedo ibérico, y Valle encontraba en las fuentes consultadas la degradación, que solía relacionar con la actualidad; quizá sería más exacto decir que su dolor actual se proyectaba hacia lo pretérito.153 Para Gaspar Gómez de la Serna, especialista en el tema, la nota más característica del Episodio es, por lo contrario, «la historia como suceso»,154 y define el género como «la versión literaria de la Historia».155 El mismo comentarista sintetiza los orígenes del nuevo género que por tantos años iba a ocupar a Galdós:156

Ese fondo general... se articula, desde el punto de vista ideológico en las dos grandes ideas políticas del siglo XIX; el liberalismo y el nacionalismo que arrancan, sobre todo, de la revolución de 1848. Estéticamente se le corresponden otras dos tendencias claves de la literatura del tiempo; una, el costumbrismo, que Galdós recibe directamente de Mesonero Romanos limpio de toda   —108→   ganga romántica; otra, el puro realismo que ha de culminar en él; despojado de los arrastres naturalistas anteriores. Desde ahí, la doble vocación narrativa e historiográfica de Galdós va a poner en marcha, con cuerda propia, el nuevo género.



En sus excelentes páginas sobre Galdós y Valle-Inclán, se refiere Yndurain a la creación de personajes en El ruedo ibérico, algunos identificables y otros simplemente criaturas de ficción y a cómo los somete Valle a un tratamiento esperpéntico.157 Luego nota, entre otros aciertos, dos cosas no siempre señaladas al hablar de los personajes valleinclanescos y los modos narrativos de su creador:158

[...] esa novela histórica, llamémosla así, tiene el carácter de una estampa de época a la que, de pronto, se le hubiera dado movimiento y voz. No hay antecedentes: los personajes están ya hechos del todo, ni el autor se ocupa de ponernos en autos, salvo en muy contados casos. Parece que hemos sido introducidos como intrusos, sin más, porque tampoco se nos da la pista de una perspectiva histórica, es decir, no está contado en forma de rememoración evocadora, sino, lo diré una vez más, presente y sin interpuesta persona. Lo que se advierte en el escamoteo del narrador.



y un poco más adelante persigue atinadamente la misma idea:159

Los personajes tienen escasa vida interior, se producen en pura exterioridad, desde una presencia que se nos da en visión y audición (gestos y voces, también en la gama grotesca). Apenas les concede el autor una postura crítica respecto de los sucesos o los otros personajes... Viven una farsa íntegramente. Por eso los parlamentarios son tan superficiales, sin complicaciones, y por lo mismo la vida interior de los actores, de los personajes quiero decir, no es atendida...



Pienso que éste es el momento más indicado para dejar que nos hable Valle un momento de sus propias intenciones al emprender la magna tarea nunca terminada que le ocupó durante los últimos años de su vida. Cuando un periodista le preguntó sobre lo que se había propuesto en las novelas históricas de El ruedo ibérico, la contestación fue rotunda: «-Burlarme, burlarme de todo y de todos... La verdad, la justicia son las únicas cosas respetables... La literatura satírica es una de las formas de la canción histórica que cae sobre los poderosos que no cumplieron con su deber».160 Afirma Valle en el mismo sitio que las novelas no necesariamente tienen un personaje principal, sino que las suyas tienen uno colectivo:161

[...] Cuando le llega [al personaje] su hora se destacan del fondo y adquieren la máxima importancia. Ya sé que al lector le molesta que le abandonen al personaje que ganó su simpatía, pero yo escribo la novela de un pueblo, en una época, y no la de unos cuantos hombres. El gran protagonista de mi libro es el Ruedo Ibérico. Los demás sólo sirven mientras su acción es definidora de un aspecto nacional. La calidad externa del suceso o la anécdota me tienen sin cuidado. Lo que me interesa es su calidad expresiva...



Continúa hablando Valle nuevamente de los tres modos en que los autores ven a sus criaturas, pero vuelve a insistir más adelante en que el protagonista de El ruedo ibérico es el medio social, el ambiente: «[...] Quiero llevar a la novela la sensibilidad española, tal como se muestra en su reacción ante los hechos que tienen una importancia. Para mí, la sensibilidad de un pueblo se refleja y se mide por la forma de reaccionar ante esos hechos. Ver la reacción de la sensibilidad española en aquel período tan interesante que va desde la Revolución, en el año 68, hasta la muerte de Alfonso XII, en el año 85, es lo que me propongo en la nueva novela...»162

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Por último, la diferencia principal entre Galdós y Valle-Inclán, ambos emparentados por su innegable afición a la historia como materia novelable, consistía en el modo de expresarla y no necesariamente en su manera de percibirla. Muy bien vio Antonio Machado lo que separaba a los dos escritores cuando en 1938 escribió en Barcelona un prólogo para La corte de los milagros:

Don Ramón, que escribe para la posteridad y, por ende, para los jóvenes de hoy, olvida a veces, lo que nunca olvidaba Galdós: mostrar al lector el esquema histórico en el cual encuadraba las novelas un tanto frívolas de sus Episodios Nacionales. Pero don Ramón, aunque menos pedagogo, es mucho más artista que Galdós, y su obra es además mucho más rica de contenido histórico y social que la galdosiana.



Habría que añadir aquí con Iris Zavala que Valle en aquellas novelas tenía plena conciencia del anarquismo revolucionario, la lucha de clases, y el sistema socialista que intentaba romper con el viejo orden monárquico. Con espíritu combativo pone de manifiesto los vicios y abusos, tanto políticos como sociales, de todo un mundo en crisis cuya representación se logra por una visión corrosiva que subraya sus elementos más grotescos y negativos.163




Otros testimonios sobre Galdós y Valle-Inclán

Aunque al final de la presente nota se reproduce íntegro el texto de Valle sobre Las tormentas del 48 (1902), veámoslo ahora con toda brevedad. En primer lugar, abundan los términos de elogio que Valle utiliza para referirse al maestro, y califica este nuevo episodio de Galdós de admirable relato. Bien caracterizado José García Fajardo, el listo protagonista de la novela escrita en forma de memorias, Valle pasa a decir algo muy importante al afirmar sin titubear que la novela «marca una nueva manera dentro de los Episodios»: advierte también una mayor amplitud en el medio social, que ahora adquiere un noble carácter de severidad moral y política: «¡Son otros los tiempos!» exclama, tiempos en los cuales no hay ya «heroísmos populares ni caudillos valerosos». Continúa diciendo el futuro autor de las novelas de El ruedo ibérico:

[...] Acaso en Las tormentas del 48 se inicia por primera vez la decadencia del alma nacional. Con la nueva aristocracia que se forma, comienza la lepra que nos devora hoy. El vampirismo de los poderosos y la indiferencia del pueblo. Los motines, las asonadas, los pronunciamientos que estallan todos los días son únicamente obra de generales y de políticos despechados, ávidos de medro personal.

[...] maravilla la poderosa visión del maestro. Palpita en los otros episodios la fuerza creadora, la inspiración serena, llena de simpatías humanas, que tiene a veces, como el Romancero, un aliento popular y heroico, pero en este último Episodio el maestro se muestra solamente como prodigioso creador de hombres y mujeres. Resucita toda una sociedad.



¿Hasta qué punto -nos preguntamos- veía Valle en la remota lejanía un cambio posible para su manera propia de recrear y rehacer la historia de las postrimerías del reinado de Isabel II? Hay que señalar que ahora, al iniciar la cuarta serie de Episodios, percibía con toda claridad Galdós la degradación moral del medio nacional.

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Así aparentemente las relaciones entre Galdós y Valle-Inclán son muy cordiales en los primeros años del nuevo siglo. Sabemos, por ejemplo, que al ofrecer a Valle los escritores un banquete en 1904, probablemente con motivo de la publicación de Flor de santidad, don Benito se sentó al lado derecho del autor y Blasco Ibáñez al izquierdo. Acompañado de inteligente comentario, Sebastián de la Nuez y José Schraibman han recogido siete cartas y cuatro tarjetas de Valle escritas a Galdós entre 1898 y 1913.164 En ellas se trata principalmente de asuntos relacionados con el teatro; su tono, siempre cordial, es respetuoso. Lo más interesante de ese breve epistolario es que hacia 1904 Valle había concertado por lo visto con Galdós la dramatización de Marianela, proyecto nunca realizado por el escritor gallego. Por último, en las dos cartas finales se habla ya de El embrujado, origen definitivo del distanciamiento ocurrido entre los dos escritores. Valle pide la opinión de Galdós sobre la obra (penúltima carta, con fecha del 22 de noviembre de 1912); en la última comunicación (3 de febrero, ¿1913?) alude a sus esfuerzos fallidos de verle en su casa y vuelve a su petición de consulta, así como a su deseo de que oiga la pieza el primer actor Francisco Fuentes. Antes de comentar con más detalle el incidente de El embrujado, no quiero dejar de advertir otro dato curioso. Cuando Valle estuvo en Buenos Aires en 1910 dictó, como es bien sabido, cuatro conferencias, solamente en parte conservadas. Una fue titulada «El modernismo», y, aunque se habla más de la pintura que de la literatura, se lee al final del texto:165

En la literatura, Unamuno, Benavente, Azorín, Ciges Aparicio, Baroja, los Machado, Marquina y Ortega tienen un sentimiento nuevo de patria... El patriotismo consiste en imponer lo grande, y no en dejar que la audacia vanidosa se imponga. Tal fuerza anima y vive en la obra de los nuevos escritores...

Entre los precursores del modernismo hay que señalar a Pérez Galdós. Galdós marca los senderos de la tradición y va contra los «patriotas» que reniegan de la Historia para ver tan sólo las acciones de los hombres.

Los pueblos son grandes por la comunidad de un mismo sentimiento de la historia. Si la de España fuese un zurcido de rectificaciones como es su política actual, su grandeza se convertiría en mito.






El incidente de El embrujado

En el libro de Manuel Bermejo Marcos sobre Valle-Inclán se lee el siguiente párrafo:166

El que Galdós rechazase esta obra para ser estrenada en el Teatro Español, en 1912, debió ser uno de los principales motivos -si no el único- del exagerado y, en mi opinión, totalmente injusto menosprecio que don Ramón demostró públicamente en adelante por el gran novelista y autor de los Episodios nacionales. Tanto más injusto cuando sabemos que ese menosprecio sólo era aparente, ya que puede comprobarse la admiración que Valle sentía en privado por Galdós como novelista al leer las páginas mejores de El ruedo ibérico, que tanto deben en inspiración -en guía- al autor de Doña Perfecta.



Al menos en parte las observaciones despectivas sobre la persona y la obra de don Benito se debían a la personalidad agresiva de Valle. Son generalmente posteriores al rechazo de El embrujado, lo que precipitó sin duda la aparente ruptura entre los dos escritores. Resulta difícil, sin embargo, lejos de la hemerografía española de la época, documentar con el debido detalle el asunto que ocupó bastante la   —111→   atención de los aficionados literarios del día. Acerca del episodio una de las mejores fuentes es por supuesto la de Fernández Almagro,167 quien recuerda que Valle-Inclán había roto ya, en 1912, con la compañía de María Guerrero y Díaz de Mendoza, lo cual impedía su estreno en La Princesa, que un poco antes había presentado La marquesa Rosalinda, obra de muy distinta índole que El embrujado. No admitida su «tragedia de tierra de Salnés» por El Español, cuyo director artístico era Galdós, la prensa española (El Imparcial, 24 de febrero de 1913) anunció su lectura en el Ateneo para el martes, y en el mismo sitio se lee la siguiente breve noticia: «Intercalados con la lectura, el autor de Rosas de otoño [sic] hará comentarios estéticos como exégesis de su última producción». Según Fernández Almagro, el autor se arremetió contra Galdós en una protesta dirigida al Ayuntamiento de Madrid, y también, en las palabras que antecedían la primera lectura de la obra, atacó a Matilde Moreno, primera actriz, y a Francisco Fuentes. Para ampliar los pocos datos que ahora se dan en forma tan limitada, existe un texto anterior, publicado también en El Imparcial (26 de febrero de 1913), amén de otros comentarios periodísticos sobre tan sonado caso. A pesar de las varias versiones contradictorias, allí se refiere que Francisco Fuentes había elegido El embrujado de Valle para su beneficio y que estaba conforme Galdós con esa selección para el Teatro Español, pero cuando la empresa resolvió no aceptar la obra, renunció el primer actor. En el artículo se reproducen algunas comunicaciones pertinentes al asunto: Matilde Moreno, coempresaria y primera actriz, manifiesta a Valle, en Cambados, que no puede asegurar el estreno de El embrujado por compromisos ya contraídos. Parece que Valle, por su parte, dijo en otro cable que Rosario Pino quería estrenar el drama en La Coruña, hecho que había motivado la mencionada comunicación de Matilde Moreno. Al recibir a su vez unas palabras de Galdós, ahora por correo, mediante las cuales le informa que oirá con gusto su comedia («Una obra de usted es siempre un hallazgo para esta empresa»), Valle-Inclán fue a Madrid para resolver el asunto. A su llegada el autor de la obra se entera de que había sido definitivamente rechazada por el Español. Sin embargo, en otra versión, se citan las palabras de Galdós, el director artístico de la empresa: «[...] yo le contesté [a Valle] que siendo cosa suya sería muy bonita y tendría yo mucho gusto en leerla; que me la enviase y que, de acuerdo con Matilde Moreno, como coempresaria, procederíamos a su admisión. Y, esto hecho, ya no volví a tener más noticias directas de El embrujado ni de su autor. Conste, pues, que yo ni conozco todavía la obra, ni mucho menos la he tenido admitida, ni muchísimo menos, como se ha afirmado, se ha sacado de papeles». Como se ve, este litigio es complejo y delicado. Y en virtud de lo anterior, parece menos seguro el papel de Galdós en su rechazo; El Imparcial se niega a entrar en más pormenores sobre tan lamentable cuestión. Se concluye el artículo con un breve comentario acerca de la lectura hecha por Valle (25 de febrero) de su drama ante un público curioso y nutrido en El Ateneo. Se decía además que Valle, tan admirado por los que llenaban el salón de actos, iba a contar intimidades de la gente del teatro; fue recibido con grandes aplausos y, a su modo, refirió, como prólogo a la lectura de El embrujado, los incidentes ocurridos: «Todo el relato fue hecho con energía y humorismo, alternativamente y sabiamente mezclados, que son las notas características del Valle-Inclán conversador». Por el ingenio del conferenciante, que hablaba claro y sin eufemismos, quedó encantado el público, y Valle terminó su actuación de aquel primer día al concluir la lectura del primer acto solamente de la comedia para no fatigar a los   —112→   oyentes. Se escucharon prolongados aplausos, y se marchó Valle para continuar al día siguiente, a las seis y media de la tarde, su disertación. El desenlace de aquella lectura, con la fecha del 26 de febrero, fue por lo visto tumultuoso. A pesar de lo dicho por Fernández Almagro, en la segunda parte de «La cuestión de El embrujado» (El Imparcial, 27 de febrero de 1913) se refiere que pudo Valle en esa ocasión concluir su lectura y que después se oyó una atronadora ovación. Fue en aquel momento, mientras el público todavía aplaudía, cuando el vocal de la Junta de Gobierno D. Pedro Díaz se levantó para decir que el Ateneo no podía hacerse solidario con los juicios relativos a las personas mencionadas expresados el día anterior por Valle. Contestó el dramaturgo en seguida que «no había pretendido que se hiciese nadie solidario de sus palabras». Dijo además que «sólo había deseado exponer una cuestión en la que considera tener la razón de su parte. Y los aplausos -añadió- con que me ha honrado el público del Ateneo ayer y hoy vienen a demostrar que efectivamente, la tenía». En la salida hubo muchos vivas a Valle-Inclán, pero también algunos gritaban «¡viva Galdós!» Así, Valle, sonriente y rodeado de sus admiradores, subieron a la plaza de Santa Ana para pasar por delante del teatro Español, pero pronto se disolvió lo que fue aparentemente una verdadera manifestación.

Desde luego, hay otros testimonios posteriores que tienden a confirmar la actitud antigaldosiana de Valle-Inclán. Por ejemplo, se ha recordado que cuando un periodista le preguntó su opinión de Galdós, con motivo de un homenaje que se le iba a hacer, contestó con el siguiente exabrupto: «¿Cree usted que la fotografía puede sustituir al arte?»168 Otros datos negativos se hallan en uno de los últimos artículos de Valle publicado en Ahora (1935) e íntimamente relacionado con El ruedo ibérico. Vuelve a surgir el traído y llevado asunto del asesinato del general Prim. Al narrar su muerte, Galdós había aceptado la versión oficial, y Valle, cuya intención fue disculpar a Paul y Angulo, no deja pasar la ocasión sin volver a zaherir al autor de los Episodios.169

Hasta aquí todo lo negativo después de la ruptura hacia 1913 y por las razones aducidas, en la amistad personal entre Galdós y Valle-Inclán. No obstante, he podido recoger también algunos testimonios de Valle en otro sentido; pocos es verdad, pero merecen citarse. Cipriano Rivas Cherif recuerda haberle oído elogiar muchas veces los grandes méritos dramáticos de don Benito y solía citar Alma y vida, El abuelo y Sor Simona.170 El siguiente texto, cuya fecha ignoro, parece confirmar lo anterior:171

-Don Benito es pintoresco e intenso. La misma exuberancia de sus obras ha perjudicado el valor intrínseco de las mismas. Pero a pesar de eso Galdós ha sido el redentor de nuestro teatro. Nadie antes que él había llevado a la escena los vastos problemas. Realidad fue el preludio de una renovación gloriosa. Reinando Echegaray, todo era arbitrariedad ampulosa y vana retórica. ¡Lo que tendría que luchar Galdós con los cómicos! Alma y vida, tan fresca y tan delicada, fue verdaderamente escarnecida por quienes la estrenaron...



Finalmente en el artículo de Maeztu (enero de 1901) se lee sobre el estreno de Electra: «[...] nuestro Valle-Inclán, el enemigo de la emoción en la obra de arte, llora por detrás de sus quevedos».172 Me permito recordar aquí un testimonio último que no he mencionado a propósito hasta ahora que ha sido contado en la hermosa y detallada reseña que José Montesinos dedica al ya citado libro de Fichter. Al comentar la reseña que Valle, en 1891, dedica a Ángel Guerra afirma el crítico que es «testimonio de una admiración a la que Valle fue fiel toda su vida».173   —113→   En una nota el mismo Montesinos recuerda que el pintor José Moya del Pino «[...] me refería que en ocasiones, don Ramón salía del café por las tardes "para ir a ver a don Benito," que solía pasear a aquellas horas por el Retiro. El inmenso poder creador del novelista, o su nunca desmentida humanidad, le salvaron de ser considerado como un "viejo idiota"...»174 En su libro misceláneo Madrid se refiere a los ataques a Pérez Galdós y a cómo éste había decidido escribir un artículo violento contra su amigo distanciado, para luego decir, años después: «[...] Sí, tuve el propósito de responder varonilmente a don Ramón. Fui a casa para redactar una réplica a tono con sus ataques. Pero antes se me ocurrió fijar la vista en uno de los estantes de mi biblioteca y leí unos títulos de sus obras: Sonata de estío... Sonata de primavera, Cuento de abril. Abrí sus páginas debidas a la pluma de mi detractor. Y entonces fue cuando decidí no responder, por respeto y por admiración a mi talentoso adversario.»175




Unas palabras finales sobre Las tormentas del 48

Valle-Inclán acertó plenamente en su rápida caracterización de Las tormentas del 48 y, a no dudarlo, encontró en aquel nuevo episodio algo que ya creía suyo tal vez, una dirección estética y un ambiente pagano que, con el transcurrir del tiempo, él iba a perfeccionar a su modo. Efectivamente ha habido un cambio en la visión artística de Galdós. También más importancia que a la historia se concede, en la primera porción de las memorias o confesiones de José García Fajardo, a las intrigas amorosas y a las travesuras de los jóvenes. Hasta puede decirse que los conflictos anímicos y su solución tienden a desplazar las acciones y hechos externos. El final de ese primer episodio de la cuarta serie no puede ser más desolador: el joven cínico y frívolo, de poca o ninguna vocación religiosa, se va a casar con la grotesca y repugnante María Ignacia, cuyos títulos y riqueza solucionarán de inmediato sus graves apuros económicos. Se impone, de modo implacable, la nota fría y egoísta que caracteriza a la sociedad hipócrita e inmoral de aquellos tiempos:176

[...] Retiréme sin comprender bien la intrincada psicología de aquella mujer, mas con esperanza de entenderla y desentrañarla pronto, algún día... Desde la sala próxima, volviéndome para mirarla, vi que en mí clavaba sus negros ojos, y en ellos se me reveló su soberano talento, su apasionado corazón... y su profunda inmoralidad. Eran sus ojos el signo de los tiempos.


Como lamenta Valle en su reseña del libro, los tiempos son otros y ya no hay hechos épicos que cantar. Es significativo advertir que Galdós, en tono didáctico, habla con sus lectores de la historia y de su papel. Sobre ella y quienes la hacen escribe el siguiente pasaje, el cual, al menos en parte, puede relacionarse con lo que después Unamuno iba a llamar la intrahistoria:177

Cosas y personas mueren, y la Historia es encadenamiento de vidas y sucesos, imagen de la Naturaleza, que de los despojos de una existencia hace otras, y se alimenta de la propia muerte. El continuo engendrar de unos hechos en el vientre de otros es la Historia, hija del Ayer, hermana del Hoy y madre del Mañana. Todos los hombres hacen historia inédita; todo el que vive va creando ideales volúmenes que ni se estampan ni aun se escriben. Digno será del lauro de Clío quien deje marcado de alguna manera el rastro de su existencia al pasar por el mundo, como los caracoles que van soltando sobre las piedras un hilo de baba, con que imprimen su lento andar...


(1416)                


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El ojo zahorí de Casalduero ha percibido en Las tormentas 48, así como en otras obras de aquella época, que Galdós se acerca de cuando en cuando a una nueva técnica y estilo de escribir: el impresionismo.178 Es decir, cultiva un estilo más decorativo y libresco, con fondo helenístico de gran plasticidad (1410), y se recordará que una buena porción de la acción transcurre en Roma, a donde había ido a estudiar teología el imberbe protagonista. Hasta habla Galdós de sus gustos literarios, explicando los motivos por los cuales le retiró su confianza don Matías:

[...] la inclinación vivísima que a las cosas paganas sentía yo sin cuidarme de disimularla; mis preferencias de poesía y arte, manifestadas con un calor y desparpajo enteramente nuevos en mí; la soltura de modales y flexibilidad de ideas que repentinamente adquirí,... mi despego de los estudios teológicos, exegéticos y patrológicos, en los cuales mi entendimiento desmentía ya su anterior capacidad; la insistencia con que volvía los cien ojos de mi atención a historiadores y filósofos vitandos, y aun a poetas que mi protector creía sensuales, frívolos y de poco fuste, pues él, por una aberración muy propia de la monomanía humanista, no quería más que clásicos latinos, sin poner pero a los que más cultivaron la sensualidad...


(P. 1404)                


Efectivamente el instrumento de seducción de aquella tarde cuando «piu non vi lleggemmo avanti» eran las Confesiones de Rousseau (1414). En el fragmento que ahora citaremos con cierta extensión Casalduero ha notado en algún momento el juego impresionista de colores y un ambiente casi modernista poco frecuente en el mundo novelesco de Galdós:

[...] La vi entre la arboleda, corriendo gozosa, y fui en su seguimiento; se me perdía en el ameno laberinto, pasando de la verde claridad a la verde sombra, y no encontraba yo la callejuela que me había de llevar a su lado. Llamé, y sus risas me respondieron detrás de los altos grupos de lilas. Se escondía, quería marearme... ¡Qué hermosa estaba, encendido el rostro por la agitación de sus carreritas y el contento de la libertad! En su peinado advertí alguna incorrección, sin duda producida por las mismas causas. Vestía con sencillez deliciosa. Nunca la vi más interesante...

[...] A cada instante se detenía para señalarme los grupos de rosas que con insolente fragancia y risotadas de colores nos daban el quién vive. Por otro lado, me mostraba los cuajarones de lilas inclinando con su peso las ramas de que pendían, como millares de hijos colgados de los pechos de sus madres; luego vi el árbol del amor, con su infinita carga de flores entre las hojuelas incipientes, símbolo de la precocidad juvenil y de la desnuda belleza pagana; vi el árbol del Paraíso, de lánguidas ramas que huelen a incienso hebraico, y la acacia de mil flores olorosas... En los cuadros rastreros, los lirios de morada túnica eran los heraldos de las no lejanas fiestas del Señor, Ascensión, Corpus, y las blancas azucenas anunciaban la proximidad del simpático San Antonio.


(1489)                


En el mismo bello y ameno jardín, de flores y olores enervantes, continúa el dulce coloquio amoroso, y nuestro héroe entona, como dice Galdós, sus estrofas de amor y canta en variados metros sus quejas.

El autor de los Episodios nacionales no sólo comparte con los del 98 su amor por la patria y la rehabilitación de la vida, nacional, sino que también ahora, en 1902, escribe con ideales artísticos que no dejan de relacionarse lejanamente con el modernismo que empieza a ponerse de moda hacia aquellas fechas. El breve comentario que hace Valle-Inclán de Las tormentas del 48 y que ahora reproducimos se presta a toda una serie de interesantes cuestiones, que no hemos pretendido agotar, ni mucho menos, en las páginas del presente trabajo.

Universidad de California. (Santa Bárbara)



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Apéndice: Las tormentas del 48

Ha comenzado el maestro la cuarta serie de los Episodios nacionales. Nuestro gran don Benito tal vez abriga el generoso propósito de darnos completa la historia del siglo XIX. Alcanzado ese monumento de la literatura española, acaso sueña el maestro, como el término más venturoso, con sentarse en la estela del camino y contemplar sus obras en silencio y en paz, como ha vivido siempre. La tarde le cubrirá de luz y de gloria.

Este último Episodio, que acabo de leer en pocas horas, sin descanso y sin fatiga, es un admirable relato.

Las tormentas del 48 son las memorias amables, egoístas y burguesas de un muchacho muy despierto que ahorca los hábitos falto de vocación. Hermano de un prestamista y de una monja, y por valimiento de ellos rico y ennoblecido de la noche a la mañana, parece el símbolo de esa aristocracia híbrida y rampante formada de aluvión, sin ningún prestigio tradicional e histórico y sin ninguna de las fieras virtudes populares.

Taifa de logreros y de agiotistas, que restaura y dora los más ilustres blasones en la oscuridad de una trastienda, y procura dar pátina a los nuevos con el humo de los incensarios en la paz de las sacristías. Aristocracia nacida de la vanidad y del expolio, que triunfa en la Bolsa y malbarata en la política.

Ya Eufrasia, la dama de los ojos morunos, con frases de profundo sentido y de malicioso donaire, predice a su enamorado galán esta metamorfosis de la sociedad española. -«Hágase cargo de lo que pasa. La aristocracia histórica, que no sabe administrar su riqueza ni cuidar sus fincas, se va quedando en los huesos. Toda la carne viene a poder de los del estado llano, que cada día afilan más las uñas, y acabarán por ser poderosos. ¡Como que también están afanando lo que fue de frailes y monjas!... Claro que luego volverán las aguas a su nivel; los que vivan mucho verán cómo se forma una nueva aristocracia de la cepa de esos ricachos, y cómo recobrará el clero lo suyo, no sé por qué medios, pero ello ha de ser. El mundo da vueltas, y al cabo de cada una de ellas se encuentra donde antes estuvo. Por esto digo yo que andando hacia adelante, andamos hacia atrás.»

Las tormentas del 48 marcan una nueva manera dentro de los Episodios.

La visión del medio social parece más amplia, y adquiere muchas veces un noble carácter de severidad moral y política. En Las tormentas no hay heroísmos populares ni caudillos valerosos.

¡Son otros los tiempos!

El maestro recuerda más sus novelas como Lo prohibido que sus episodios como Trafálgar, Zaragoza, Juan Martín, Zumalacárregui, Luchana y Montes de Oca. Acaso en Las tormentas del 48 se inicia por primera vez la decadencia del alma nacional. Con la nueva aristocracia que se forma, comienza la lepra que nos devora hoy. El vampirismo de los poderosos y la indiferencia del pueblo. Los   —116→   motines, las asonadas, los pronunciamientos que estallan todos los días son únicamente obra de generales y de políticos despechados, ávidos de medro personal.

Ya en su tiempo lo creía así aquel Pepito Fajardo, protagonista de Las tormentas del 48. En sus Memorias o Confesiones escribe: «La verdad, ni a mí me interesa grandemente la detallada relación de los movimientos de la tropa leal y de la tropa rebelde, con tanto general que va y viene de calle en plaza, o de uno a otro cuartel, ni creo que la remota posteridad que esto lea con ello se divierta ni se instruya. Porque, si bien se mira, por lo muy repetidos son estos movimientos sediciosos como los amanerados poemas de corta inspiración y de frase pedestre, y sólo en el caso de que el triunfo los haga eficaces merecen la atención de las gentes.

En los pronunciamientos fallidos veo yo la más tediosa sarta de aleluyas que nos ofrece nuestra historia. Mirémosla de prisa y pasaremos a otro asunto. Por mi gusto, no me habría detenido en puntualizar la psicología de aquel movimiento; todo era vanidad, interés de personas.

Salamanca, Buceta, León Bullwer, Gándara y luego una cáfila de nombres de progresistas, llenaban la histórica aleluya.»

¡Qué lejos estamos del ingenuo y fervoroso patriotismo de Rafael (sic) Araceli, del nombre y caballeresco entusiasmo de Salvador Monsalud, del romántico y juvenil ardimiento de Fernando Calpena! ¡Cómo ha degenerado la raza! Pepe Fajardo no pasa de ser un muchacho listo, con cuatro libros en la cabeza, mucha ambición y muchas trampas.

Yo lamento que hubiese perdido en Roma la gracia de Dios y ahorcado los hábitos, porque el ex seminarista nos regaló con tan larga y lúcida descendencia, que apenas hay español con prebenda, que no sea su hijo o cuando menos su yerno.

En Las tormentas del 48 maravilla la poderosa visión del maestro. Palpita en los otros Episodios la fuerza creadora, la inspiración serena, llena de simpatías humanas, que tienen a veces, como el Romancero, un aliento popular y heroico, pero en este último Episodio el maestro no se muestra solamente como prodigioso creador de hombres y de mujeres. Resucita toda una sociedad.

Las gentes del año 48 comparecen a nuestra vista con los mismos cuerpos y almas que tuvieron, como sin duda comparecerán en el valle de Josafat.

A este propósito recuerdo un artículo de don Federico Rubio, que leí hace mucho tiempo en no sé qué revista médica. El artículo parecía escrito para refutar ciertos casos de telepatía, que pudieran tomarse por adivinaciones de lo pasado y de lo venidero. Don Federico Rubio, después de dar una explicación científica, recordaba los Episodios nacionales, y decía poco más o menos: «Don Benito Pérez Galdós retrata personajes históricos que no pudo haber conocido.»

Yo conocí algunos, porque ya cuento muchos años.

Pues bien, el retrato que hace el novelista de aquellos hombres es tan semejante, que maravilla. Y hasta parece que nos completa el conocimiento, a nosotros que con los propios ojos los hemos visto. El escritor que consigue esto no tiene ningún demonio familiar. Su talento es quien crea.

He citado de memoria, y ciertamente no son éstas las palabras exactas; pero   —117→   tal es su sentido. Al recordarlas ahora, alzando el corazón, me inclino ante el maestro, que sin ningún demonio familiar, y sólo con los sentidos perecederos crea la obra inmortal.

Ramón del Valle-Inclán

[La correspondencia de España, 6 de julio de 1902, p. 5.]





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