Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

  —124→     —125→  

ArribaAbajoDocumentos


ArribaAbajoEl asesinato del Obispo Martínez Izquierdo (1886) y el clero madrileño en la época de Galdós

Robert Ricard


No ignora nadie que Galdós leía muchos periódicos y que se interesaba casi apasionadamente por los «faits divers», y más especialmente por los crímenes. A este propósito, escribe lo siguiente Chonon Berkowitz en su Galdós, Spanish Liberal Crusader, que, de momento, sigue siendo la mejor biografía de que disponemos sobre el gran novelista:

With regard to sources other than those of his characters Galdós was freely communicative. It would have availed him little to conceal the fact that he attended assiduously all the leading murder trials. The court proceedings did not always satisfy him, and he often interviewed the prisoners and the important witnesses. In the famous case of Father Galeote (1886), accused of shooting a bishop, he called on the priest in his cell and on his housekeeper, Doña Tránsito, at her home. The direct evidence he thus obtained, together with what he gleaned from popular discussion, enabled him to test the impression he gathered during the trial. Father Galeote's case furnished material only for a lengthy story in a Spanish-American newspaper...


(H. Chonon Berkowitz, Galdós Spanish Liberal Crusader, Madison, 1948, pág. 107).                


Antes de pasar al punto principal de la presente nota, señalaremos que este pasaje de Chonon Berkowitz, que no resulta tan preciso como fuera de desear, merece un comentario aclaratorio. El hecho a que alude tan vagamente es perfectamente conocido. Se trata del acontecimiento siguiente: el 18 de abril de 1886, domingo de Ramos, el obispo de Madrid-Alcalá, D. Narciso Martínez Izquierdo, fue asesinado a tiros, en la catedral de San Isidoro, por un sacerdote llamado Cayetano Galeote Cotilla (para decir las cosas de modo completo, hay que añadir que el prelado no murió en el acto, sino solamente al día siguiente, 19 de abril). Como es natural, el hecho suscitó honda emoción, no sólo por lo que era en sí mismo, sino también porque se trataba del primer obispo de Madrid-Alcalá. Esta diócesis había sido erigida por el papa León XIII el 7 de marzo de 1885 por desmembración de la arquidiócesis de Toledo, y D. Narciso Martínez Izquierdo, entonces obispo de Salamanca, había sido trasladado poco después a la sede recientemente fundada. La tarea que le incumbía de organizar sobre nuevas bases la vida religiosa de la capital de España muestra bien a las claras el alto concepto que se tenía de él, y esta circunstancia aumentó aun la emoción provocada por su trágica y prematura muerte: apenas dotado de un obispo, Madrid lo perdía antes de tiempo y del modo más dramático.

El asesinato fue un hecho ampliamente público, que tuvo una multitud de testigos, y, al contrario de lo que parece insinuar Chonon Berkowitz, no había ninguna duda sobre la culpabilidad de Galeote: éste disparó tres veces después de hacer ademán de besar el anillo del obispo, y nunca opuso la menor denegación a la inculpación que se le hizo, diciendo solamente que no había querido matar al prelado, sino sólo herirle para que se recordara de la   —126→   injusticia que había cometido con él. Si se tiene en cuenta la naturaleza de su crimen, se trato al asesino con relativa benignidad, puesto que se le conmutó la pena de muerte, casi inevitable en el caso, por la de la reclusión perpetua en el manicomio de Leganés -que aparece tantas veces en las novelas de Galdós. Ahora bien, si no se puede ni se podía abrigar la menor duda acerca de los hechos escuetos, lo que resultaba algo oscuro, y lo sigue siendo, son los móviles del matador. Nunca se aclararon del todo, en gran parte a causa de las declaraciones confusas y contradictorias del reo, que da la impresión de haber sido hombre de inteligencia perturbada, como lo confirma el carácter del castigo que se le impuso. Este es el punto que pudo excitar la curiosidad de Galdós y llevarle a visitar a Galeote y a Tránsito Durdal, muchacha de Marbella con quien Galeote había venido a Madrid desde su provincia natal de Málaga. Pero lo que hoy a mí me interesa no es lo que Galdós pudo sacar directamente de aquella tragedia -tema por cierto curiosísimo que queda para otro estudio, o para otro estudioso-, me interesa sobre todo lo que ella puede enseñarnos con relación a su obra novelesca.

No hace falta subrayar la fecha del acontecimiento: 1886. Pertenece por lo tanto al período 1881-1897 que en general se considera como el apogeo del genio creador de Galdós. Durante este período nos presenta en sus novelas una galería riquísima de personajes eclesiásticos, con una gama completa que va desde el vicio y la maldad más extremos hasta una santidad que podemos mirar como auténtica. El vicio y la maldad tienen en esta galería varios representantes, como el renegado Baylón y sobre todo Pedro Polo, que es una de las creaciones más fuertes de Galdós. Al margen de estos personajes, buenos o malos, el novelista nos pinta de vez en cuando, a manera de trasfondo, lo que podía ser la vida eclesiástica en el Madrid de entonces: recuérdese por ejemplo los sacerdotes que vemos en ciertas escenas de café de Fortunata y Jacinta, en la primera parte de Nazarín y en varios episodios de Halma.

La relación entre estos personajes y estas pinturas por un lado y la situación del clero madrileño en tiempo del asesinato de Martínez Izquierdo por el otro aparece en plena luz cuando se lee una obra que salió hace pocos años, de que ya tomé gran parte de los datos que anteceden, y de que me permitirán hacer unos extractos, porque supongo que, a consecuencia de su carácter y limitada difusión, habrá pasado desapercibida a los ojos de muchos estudiosos. Quiero hablar de un libro del P. Antonio García Figar, O. P., titulado Vida del Excmo. e Ilmo. Sr. Doctor Don Narciso Martínez Izquierdo, obispo de Salamanca y primer obispo de Madrid-Alcalá, Madrid, 1960 (sin indicación de editor; la obra, con un retrato de Martínez Izquierdo al principio, consta de 212 páginas y es de formato 15 x 21). Aunque de escaso valor literario e impreso con alguna negligencia, este libro del P. García Figar es de gran interés para nosotros, por los datos que trae sobre la situación del clero madrileño cuando la creación de la diócesis y el asesinato de Martínez Izquierdo y también por la misma categoría del autor, que no se puede sospechar de anticlericalismo. De este libro se saca en primer lugar la conclusión de que la creación de la diócesis de Madrid-Alcalá obedeció, entre otras razones, a la dificultad que encontraba el arzobispo de Toledo para gobernar sin residir en ella, urbe ya tan   —127→   importante y populosa y dotada de un clero sumamente heterogéneo y mezclado. A este propósito escribe el P. García Figar, cuya frase final llamará la atención:

El Sr. Martínez Izquierdo, sin gran trabajo y con una sola mirada, vio al momento todo lo difícil de la empresa. Organizar una diócesis no es tarea de un día, sino de años, y contando con medios abundantes y colaboraciones técnicas en asuntos eclesiásticos. En Madrid se recogían los eclesiásticos y religiosos a quienes la vida sacerdotal repugnaba, formando un buen grupo de disolutos al frente de los cuales y como cabeza visible había a la sazón un apóstata, y no falto de ingenio...


(págs. 141-142)                


He aquí lo que el propio Martínez Izquierdo contestaba a la felicitación de un amigo:

Como felicitación no me alegra mucho, pues siento sobremanera dejar esta diócesis [la de Salamanca] y me intimida la de Madrid. Solamente el estado de esta población es para aterrar. Me aseguran que mueren más de un setenta por ciento sin sacramentos, dependiendo esto principalmente de que la cura de almas es muy escasa, mal dispuesta y sin dotar... El clero muy poco y no todo bueno, y no hay seminario.


(Citado pág. 142)                


Reproduce después el P. García Figar el testimonio de un sacerdote cuyo alcance resulta difícil apreciar puesto que, escrito con posterioridad al asesinato, afirma o a lo menos insinúa que el obispo había profetizado su propia muerte. Sin embargo, podemos notar que, a las palabras de fortaleza de dicho sacerdote, que deseaba animarle en su nueva misión, Martínez Izquierdo contestó con las reflexiones siguientes:

Es verdad que así es, pero tú mismo conoces a fulano, a zutano y algún otro más (por desgracia sacerdote, diciéndome los nombres, que yo omito), y ¿qué quieres que haga con ellos? Pues como éstos hay por desgracia muchos, y éstos son los que me han de matar.


El testigo se pregunta a sí mismo si estas expresiones constituyen una verdadera profecía debida a revelación divina, y añade por su cuenta a continuación:

¿Son por el contrario una sospecha fundada, un presentimiento legítimo y natural, una deducción lógica del conocimiento que él tenía de algunos sacerdotes cortesanos, los cuales estaban ya tan al borde de la apostasía y del crimen que la llamada a la reparación y enmienda armaría su brazo contra él?


(pág. 147)                


El asesinato de Martínez Izquierdo dio lugar a la publicación por el polemista católico Sardá y Solvany de un opúsculo titulado Los malos sacerdotes. En él denunciaba a éstos en los términos que siguen:

Tales son los aseglarados que no traen de clérigo más que el traje y aún no a toda hora; los vividores que no buscan en el ministerio sagrado más que su medro personal; los avaros, que explotan el campo de padres de familias, no para cosechas del Cielo, sino para llenar su bolsón; los muelles y regalones, zánganos de la espiritual colmena, que no una gota de sangre, pero ni una gota de sudor gustan de derramar arrimando un poquito el hombro a la cruz del Redentor; los complacientes con todos los errores y corrupciones del siglo, que se han forjado nuevo decálogo y nuevo evangelio prácticos, para en ningún caso tener que chocar de frente con él...


(Citado pág. 148)                


Después de esta cita, añade a su vez el mismo P. García Figar, repitiendo en parte lo ya dicho:

Un grupito de estos pobres sacerdotes vivía en Madrid al amparo del incógnito algunos, y bien conocidos otros. Las grandes urbes son buenas acogedoras de indocumentados   —128→   y disolutos de todo género y de todas procedencias, que suelen buscar en ellas cobijo y socorro. Así se explica el por qué dichos sacerdotes vivían en Madrid unidos... [Aquí alude a uno que los capitaneaba]... Vestían chupa y se tocaban la cabeza con sombrero flexible. El punto de reunión era un café céntrico en las proximidades de la calle de Sevilla. Allí discurrían, llevaban cuentos y rencores, amenazaban y sugerían campañas contra las autoridades eclesiásticas...


(Págs. 148-149)                


Citaré también, aunque haya alguna contradicción con ciertos detalles anteriores, lo que el autor escribe más adelante, hablando de la labor del nuevo obispo:

Era preciso acometer, en primer término, la reforma de los sacerdotes en sus vidas, costumbres y ministerio sacerdotal. Eran muchos por aquellos días los que se encontraban en Madrid, sin otro título que el de gozar ampliamente de su libertad al amparo de los beneficios que la Iglesia les proporcionara con sus ayudas económicas. Las primeras disposiciones episcopales en este sentido habían de levantar ampollas, y las levantaron, en efecto. Comenzó primeramente una campaña sorda y contumaz de los descontentos, de los complicados en mil feos negocios y compañías, los cuales se daban cita en un café de la calle de Alcalá, junto a la iglesia de San José... Cabeza diabólica de aquel conciliábulo de malos clérigos era el Sr. Ferrándiz, sacerdote renegado... Una de sus primeras disposiciones [de Martínez Izquierdo] fue la asignación de los sacerdotes al servicio de una iglesia determinada. Con ello cortaba el abuso incalificable de algunos nada escrupulosos que acudían a la iglesia donde se diera mayor estipendio y se percibieran más altos emolumentos, estando el servicio de otras iglesias abandonado por su pobreza. Obligaba, por otra parte, a una sola celebración que algunos desdeñaban celebrando dos o más misas diarias...»


(Págs. 156-157)                


Y termina el P. García Figar señalando otros abusos que omito para no caer en prolijidad y contra los que el nuevo prelado emprendió lucha enérgica.

Por fin el mismo autor nos cuenta una anécdota que parece sacada de las propias novelas de Galdós, aunque es lástima no nos indique las fuentes de su relato:

Mientras el suceso enlutaba los corazones, escribe en un cafetín de la calle de Alcalá estaban en aquella hora reunidos tres o cuatro sacerdotes apóstatas... En lo más exaltado de sus discusiones penetró en el mismo local el que llevaba la voz cantante en la campaña antiepiscopal, señor Ferrándiz... Al verlo, los contertulios de todos los días se levantaron y alzaron los brazos, como aterrorizados del asesinato, atribuyéndolo a Ferrándiz. Este los calmó, diciéndoles estas palabras: -Pero, ¿me creéis tan loco? No he sido yo, sino el imbécil de ese Galeote.


(Pág. 167)                


No menos elocuente y reveladora es la historia del mismo Galeote antes de su crimen, tal como la cuenta el P. García Figar. Galeote había nacido en 1841 en Vélez-Málaga. Hizo sus estudios clericales en el seminario de Málaga, ejerció de coadjutor en su pueblo natal de Vélez, aunque no confesaba a causa de una sordera real o pretendida, y después se fue a Puerto Rico en donde permaneció hasta 1880. Regreso entonces a la Península y se dirigió casi inmediatamente a Madrid sin reanudar los lazos con su diócesis de origen. Llegó con aquella Tránsito Durdal, de la que ya hemos hablado y cuya presencia a su lado dio bastante que murmurar, y ejerció en la Corte «en calidad de cura suelto, sin oficio ni beneficio» (pag. 173). Sin medio fijo de subsistencia, fue corriendo diferentes iglesias -San Ginés, San Marcos, las Comendadoras, la capilla de los Irlandeses- con su correspondiente estipendio. Por fin, consiguió decir regularmente la misa de once en el Cristo de la Salud, con sus emolumentos que cubrían suficientemente sus necesidades. Pero aquello no duró mucho, pues el Rector, cerciorado de su mala conducta y de los escándalos que daba, empezó   —129→   por llamarle la atención acerca de todo ello, insistió varias veces sobre este punto, y, como no le hizo caso y se afirmó en su terquedad, acabó por despedirle, aplicando el acuerdo tomado por los Hermanos de la Congregación. El obispo confirmó esta decisión, pues no tenía motivo concreto para anularla. Tan justificada la medida como lo era, llevó a Galeote a la perdición final. Después de haber protestado sin éxito en cartas al Rector y a los Hermanos del Cristo de la Salud, se volvió hacia el prelado. Este, en son de paz, le buscó otra colocación, pero Galeote no aceptó ninguna de las que le ofrecieron, tanto más cuanto que reclamaba insistentemente una reparación y satisfacción. De una cosa a otra, y sin tener en cuenta la buena voluntad de Martínez Izquierdo -el obispo no podía ofrecer satisfacción por una decisión ampliamente motivada-, se agrió poco a poco el desdichado Galeote y así emprendió el amargo camino que lo condujo al crimen.

Tales son las líneas principales del cuadro que podemos sacar del libro del P. García Figar. Más bien que de un individuo, Martínez Izquierdo cayó víctima de una situación eclesiástica de la que no era responsable y que trató de enmendar y mejorar, restableciendo el orden y la disciplina, y restaurando en el clero madrileño el verdadero espíritu apostólico. La pintura del mundo eclesiástico que nos presenta Galdós en varias de sus novelas no es más que el fiel reflejo de esta situación, que vemos no era mero producto de su imaginación. Para los galdosistas, el interés del libro del P. García Figar consiste precisamente en la luz que arroja sobre ella.

Es de suponer que el artículo a que alude Chonon Berkowitz es el que forma parte del Cronicón (1886-1890) reproducido por Alberto Ghiraldo en el vol. VII, Madrid, Renacimiento, s.a., de sus Obras inéditas de Galdós y que no figura en las llamadas Obras completas de la Editorial Aguilar. Este artículo lleva por título El crimen del cura Galeote, ocupa las págs. 145-182 y va dividido en tres partes, con las respectivas fechas de 21 de abril, 30 de abril y 9 de octubre de 1886. Aunque escrito con una sencillez rayana en banalidad, este artículo merecería un estudio, que no puedo hacer de momento, por lo que nos enseña sobre las ideas y preocupaciones de Galdós por aquel entonces. Si se le compara con el libro del P. García Figar, se ve en seguida que, por razones obvias, la perspectiva de los dos autores difiere claramente. Pero ambos textos concuerdan en lo sustancial, es decir en lo que atañe al asesinato del obispo, al proceso de Galeote y a la situación del clero madrileño en aquellas fechas.

París, Francia.