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El Padre Coloma y sus muñecas de palo


Marisol Dorao


Luis Coloma nació en Jerez de la Frontera (Cádiz) el 9 de enero de 1851. A los doce años entró en la Escuela Naval de San Fernando, pero no tardó en irse a Sevilla a estudiar Derecho. Allí conocería a Fernán Caballero, que tanta influencia tuvo sobre su vida y su obra, y a la poetisa cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda.

Terminada la carrera, trabajó en Madrid como pasante de un conocido abogado, y allí se vio inmerso en la revolución de 1868, que trajo consigo el triunfo de las ideas liberales. Sus conocimientos de la aristocracia jerezana, de la sevillana y de la madrileña, le hacen aparecer, en sus escritos, como representante de la reacción anti-liberal, manifestada especialmente en provincias.

En 1874, después de haber sufrido un accidente de arma de fuego, Luis Coloma abandona el mundo e ingresa en la Compañía de Jesús. Pasa algunos años en Francia, en el noviciado de la Compañía, y en 1877 vuelve a España y ocupa cargos docentes en diferentes centros de la Compañía.

En 1881 reestructura sus escritos anteriores para adaptarlos a un nuevo estilo más acorde con su nuevo estado.

En 1908 ingresa en la Real Academia Española. Muere en Madrid, en 1915.

Sus «Cuentos para niños».

Partimos de la base de reconocer que el Padre Coloma no es un escritor de cuentos para niños. Es más, a lo largo de toda su

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trayectoria de escritor social (ya que la parte más conocida de su obra es de crítica a la sociedad) parece presentar un desconocimiento absoluto de la psicología infantil. Los niños que aparecen en sus obras son más bien caricaturas de adultos, un poco como los niños medievales de que habla Philippe Ariès19.

Sus descripciones, sus críticas, sus simpatías y sus antipatías se centran en los adultos, recreándose en este menester hasta el punto de conseguir, en algunos casos, estudios admirables, especialmente en el caso del elemento femenino. Los niños, sin embargo, son para él personajes marginales, inevitables pero poco interesantes, indispensables solamente para poner de relieve el amor de una madre, como el de la Condesa de Bureva20; una aberración materna como en «Ranoque», o el poder de la caridad, como en «La almohadita del Niño Jesús»21. Y, por supuesto, para justificar la presencia de institutrices inglesas en las novelas de ambiente aristocrático.

Y, sin embargo, hay dos cuentos del Padre Coloma, casi desconocidos, a los que el mismo autor nunca dio demasiada importancia, que presentan unos magistrales retratos infantiles,


P. Luis Coloma



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en unas narraciones que se ajustan a las reglas tradicionales. Son «Pelusa» y «Ajajú», de los que hablaremos más adelante.

En la clasificación que el Padre Coloma hace de sus obras22 la parte V de las «Lecturas Recreativas» se subtitula «Cuentos para niños». En mi trabajo sobre E. Nesbit23 intenté, basándome en estudios de otros autores, encontrar una línea divisoria entre «cuento popular» y «cuento infantil», pero no la encontré. En realidad, los primeros cuentos que se cosideraron infantiles no eran sino cuentos populares, y algunos tan poco apropiados para niños como Pulgarcito, Caperucita Roja, o Piel de Asno.

Así es que he decidido adoptar el punto de vista de E. Nesbit, que entendía tanto de niños como de cuentos, y que decía que un cuento infantil es aquel en que el niño puede identificarse con el personaje y desear acompañarle en sus aventuras24.

Realmente, tampoco el P. Coloma tiene del todo clara esta línea divisoria. El primero en su clasificación de «Cuentos para niños» es «Las dos madres», y la descripción inicial del protagonista no parece la más apropiada para que ningún niño se identifique con él:

«Había un condesito bueno como un ángel y noble como un rey, que era el orgullo y la esperanza de sus padres. Una educación brillante había perfeccionado los sentimientos de su corazón y las ideas de su mente»...



«La camisa del hombre feliz», que casi se ha convertido en un clásico, tiene más de cuento moralizante que de infantil. De «Historia de un cuento», dedicada a «un crítico de diez años», el mismo Padre Coloma dice a pie de página que es «verdaderamente popular», y que se parece mucho a «uno cuyo título no recordamos, comprendido en la colección sueca de Andersen». Es posible que quisiera decir «danesa» en vez de «sueca», pero el cuento no es más que una repetición de uno de Andersen que en español se tituló «Nicolasón y Nicolasillo»25.



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La influencia centro-europea, tanto en «Historia de un cuento» como en «Porrita componte», le vino seguramente a través de Fernán Caballero, ya que este último cuento no es sino una versión españolizada, y ambientada en Andalucía, de «El pescador y su mujer», recogido por los Hermanos Grimm.

En cambio, «Las tres perlas», que lleva como subtítulo «Leyenda imitada del alemán», no tiene de alemán más que la ubicación, «en el pueblecillo de Sigmaringa», y los nombres de los personajes. Por lo demás, es un cuento moralizante, tan almibarado y lacrimógeno como «Las dos madres».

«Periquillo sin miedo», que, aunque está entre los cuentos de niños va subtitulado «cuento popular», es una versión más de «Juan sin miedo», de los Hermanos Grimm. Es la historia de un muchacho que recorre el mundo en busca del miedo, corre muchas aventuras sin asustarse de nada, y al final se casa con la hija del rey. Descubre, por fin, el miedo en un lecho nupcial, porque su recién adquirida esposa le echa por la cabeza un cubo de agua con pececillos dentro. La sotana del Padre Coloma aparece, como en otras ocasiones, cambiando este final, de tan poco sentido didáctico, por una complicada situación en que Periquillo encuentra el miedo ante la visión de sus vicios.

«Ratón Pérez», netamente español en la ambientación, o, para ser más exactos, netamente madrileño, tiene el mérito de haber iniciado la tradición de que los niños dejen debajo de la almohada el primer diente que se les cae26 en la seguridad de que vendrá el Ratón y se lo cambiará por un regalo. En cierto modo puede decirse que recuerda a «El príncipe feliz» de Oscar Wilde, cuando el Ratón lleva al Rey Buby a visitar la ciudad y sus miserias. Y sería un buen cuento para niños si el estilo no fuese tan artificial y tan barroco como el de los relatos de sociedad.

Y al final de la lista, olvidados de crítica y público, y, como dije antes, sin ser tenidos demasiado en cuenta por el autor, están sus auténticos cuentos infantiles, de una naturalidad y una amenidad tales, que cuesta trabajo pensar que salieron de la misma pluma adusta y abigarrada que escribió «Juan Miseria», o «Pequeñeces».



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Ilustración tomada de Les nines del Museu Romàntic, Diputació de Barcelona.



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Sus muñecas de palo. Pelusa

El secreto de «Pelusa» está en la dedicatoria. El Padre Coloma está ya viejo, el Padre Coloma siente que la enfermedad le arrebata la pluma de las manos... pero el Padre Coloma tiene todavía cosas que decir, y, sobre todo, el Padre Coloma no quiere que se le olvide.

Eso es lo que hace que «Pelusa» (y lo mismo pasa con «Ajajú») no sea un cuento escrito sino contado. De ahí le viene su frescura, su agilidad, su coloquialismo, las extraordinarias descripciones de sus personajes, y esa mezcla de tradición e innovación que lo hace tan atractivo.

El cuento está dedicado a dos grandes pequeñas amigas suyas: una es Azlor Aragón y Guillamas y la otra es Silvia y Azlor Aragón, descendientes las dos de aquella Duquesa de Villahermosa que protagonizó «Retratos de antaño». Las dos niñas iban a ver al enfermo, y le pedían un cuento, y él iba creando para ellas estas dos obras maestras.

El narrador respeta la forma exterior del cuento y emplea las frases introductoras de rigor27. Mantiene la estructura tradicional, lo que permite la aplicación de las funciones de Propp, pero introduce sus innovaciones, especialmente en lo que a nombres y lugares se refiere.

María Rosa Lida de Malkiel28 opina que, en los cuentos, el narrador pretende no acordarse ni de quién, ni de dónde, y, las más de las veces, ni siquiera de cuándo. Según los Opie:

Los personajes de los cuentos reciben siempre nombres genéricos o descriptivos: Bella Durmiente, Blanca Nieves, Caperucita Roja, Pulgarcito, etc...29



Pero Luis Coloma sabe que serán precisamente los nombres, y los sitios, los que harán que sus pequeños oyentes «entren» en el cuento y se identifiquen con sus protagonistas. Así, en «Pelusa», todos (menos, precisamente, la protagonista), tienen nombre y

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todos esos nombres debían de serles familiares a las dos niñas.

Y los lugares también. Cuando llega el momento de ir a buscar a los padres de «Pelusa», ella y Doña Amparo «tomaron por la carretera de Aragón» para ir al castillo de Irás y no Volverás, que estaba precisamente «un poquito más allá de Cortes y un poquito más acá de Pedrola». Los nombres no están colocados a capricho: en la villa de Pedrola había estado, desde el siglo XVI, la casa solariega de los Villahermosa, en Aragón, de donde los Duques eran oriundos. El Padre Coloma describe así el palacio:

Rodeaban en otro tiempo el palacio de Pedrola frondosos jardines que llegaban hasta la orilla del Ebro, y, pasado éste, hallábase la famosa «casa de placer» con bosques, jardines, y estanques de mucho recreo, labrada por Don Juan de Aragón, Duque de Luna30.



Cortes es un pueblecito aragonés casi en la frontera con Navarra, de modo que las dos niñas tenían que sentirse como en casa yendo de camino con Pelusa y Doña Amparo.

Cuando Doña Amparo le asegura al gigante Don Bruno que ella puede curarle los dolores de muelas porque es una dentista americana, nos enteramos de que estuvo trabajando en casa de Newland, Alcalá, 43, Madrid, para mudarse después a Zorrilla, 12:

... donde el Duque de Luna, que es el amo de la casa, me dio un cuarto de balde, porque es muy buen señor y me quiere mucho.



A este Duque de Luna, contemporáneo y amigo del P. Coloma, están dedicados los «Retratos de antaño», como descendiente directo que es de los Duques de Villahermosa.

Al final del cuento, insiste en las señas de Doña Amparo: sigue viviendo en Zorrilla, 12, pero

... ha tomado también otro cuarto bajo en la calle de San Bernardino, número 14...





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Y lo mismo que, para que sus oyentes entraran en situación, había utilizado unas frases introductoras, ahora, para hacerles salir del «trance» las vuelve a utilizar:

«Y aquí se acabó mi cuento, con pan y pimiento; y si alguien quiere saber más, que se compre un viejo».



Ajajú

Este cuento tiene el mismo estilo que el anterior, entre coloquial y tradicional, pero distinto ambiente. Pelusa, a pesar de no tener nombre, es una niña de clase media alta, o quizás incluso fuera una aristócrata: recordaba haber bebido de pequeña en vaso de oro, y sus padres comían sobre mantel adamascado, con vajilla de plata.

Pero la protagonista de «Ajajú», la Pelona, que en realidad se llama mariquita, es una niña pobre, y huérfana, y además tiene madrastra y hermanastra: una verdadera Cenicienta. Y a la de Cenicienta se parece su historia, especialmente al final.

No podía faltar la moraleja, que es la misma para los dos cuentos: «Las niñas buenas acaban siendo felices». Y aquí podíamos añadir una coletilla cínica, al estilo de las moralejas de Perrault: «Siempre que encuentren quien les ayude».


Ilustración de Cenicienta, por Gustave Doré.



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Esta ayuda viene dada en los dos cuentos por una muñequita de palo. Es curioso como, en la historia del juguete, las niñas de las clases altas tenían muñecas de porcelana, las de la clase media eran de trapo, y sólo en las clases muy bajas se encontraban las muñecas de madera. Mejor dicho, de palo, porque la madera presupone una cierta talla, por lo menos marcando los rasgos de la cara, y ni Rafaela ni Doña Amparo tenían más rasgos ni más adornos que los que les había asignado el profundo amor de sus jóvenes madres. Pelusa le había hecho a Doña Amparo

«... un vestidito con unos papeles de colores que se encontró en la calle, y una monterita de papel blanco, y la adornó con plumas que arrancó de una gallina muerta».



Y Rafaela, que parecía «dócil pero poco flexible»

... dejose cubrir su desnudez con un papelito de seda31.



En «Ajajú» se da otro detalle que no es frecuente en los cuentos infantiles de la época, y mucho menos en los temas sociales del Padre Coloma. Y es que prácticamente todo el cuento está centrado en una función fisiológica. La primera vez que Rafaela la lleva a cabo, el resultado son «cuatro centines nuevecitos, muy brillantes, con el cuño de Isabel II». La segunda vez, para escarnio de la malvada hermanastra32 la consecuencia de la función fisiológica es la fisiológicamente normal.

Es preciso recordar que las funciones fisiológicas no son del todo ajenas a los cuentos infantiles. Existe un cuento medieval (en el que posiblemente se inspirara Perrault para su Caperucita) en el que la niña, cuando está en la cama con el lobo, le dice a éste que tiene una «urgencia». El lobo, como la Pelona a Rafaela, le dice que lo haga en la cama, pero la niña insiste en salir, y eso es lo que la salva33.



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Esta función vuelve a aparecer, ahora protagonizada por el Rey, que acaba de desayunarse su chocolate34, se le indigesta cuando se entera de que un batallón de moros del Rif se acerca a la ciudad35. Después de «desahogarse» en el jardín, busca con qué limpiarse, y solo encuentra las faldas de papel de Rafaela, que está tirada detrás de unos arbustos. Las usa, con tan mala suerte que la muñeca se le queda pegada, y ni dos tiros de bueyes, ni seis gallegos al grito de «¡ajajú!»36 consiguen despegarla. La Pelona, que es la que lo consigue, se casa con el Rey, mientras que la madrastra y la hermanastra reciben su castigo.

También aquí, como en «Pelusa», el autor nos da más datos al terminar el cuento: la Pelona se llama realmente Mariquita Pérez Pulga, y es natural de Alhaurín, en la provincia de Málaga.



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