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ArribaAbajoIII. San Francisco de Asís (siglo XIII) por doña Emilia Pardo Bazán

El Marqués de Molins


Nuestro respetado Sr. Director me honró, hace ya largo tiempo, encargándome de dar informe sobre la obra de Doña Emilia Pardo Bazán titulada San Francisco de Asís (Siglo XIII), para responder al Gobierno de S. M. acerca de si merece ó no los auxilios que prescriben la ley y el Real decreto de 12 de Marzo de 1875.

Graves y perentorias ocupaciones políticas y domésticas, que pesaban sobre mí á la sazon, me impidieron poner mano á la   —32→   obra tan pronto como yo hubiera deseado; no sin que en aquella ocasión me ocurriese la idea de que la moda extiende su imperio aun á la devoción á los Santos.

Que ello es cierto que el Fundador de los Menores, el cual en lo antiguo había sido ya historiado por grandes escritores, contándose entre estos el clásico Rivadeneira, y asimismo cantado por ilustres poetas, incluso en el Parnaso castellano el Fénix de los ingenios Lope de Vega: ve al presente donde quiera reverdecer su gloria.

Siendo muy de notar entre los escritores franceses Ozanam en Les poëtes Franciscains, y entre los españoles Verdaguer, el insigne catalán autor de la Atlántida.

La hagiografía española concurre ahora con la producción de una dama tan ventajosamente conocida en la República de las letras como la Sra. Doña Emilia Pardo Bazán.

Pero es el caso que apenas al comienzo del examen de su libro, una picante duda asaltó mi ánimo y abultó mi responsabilidad. Ví en las primeras páginas encomios y recomendaciones de su contenido con las firmas de personas tan competentes en todo y tan autorizadas en la materia como los Cardenales de Toledo (entonces de Compostela) de Sevilla, á la sazón Obispo de Córdoba y siempre de alto renombre filosófico, y los Ilmos. de Lugo y de Mondoñedo, prelados del país en donde la autora escribe.

Pero al mismo tiempo llegaban á mis oídos voces de alarma sobre el espíritu y tendencias de la escritora; afiliada, según me decían sujetos también dignos de todo crédito, á la novísima escuela de pensadores naturalistas.

En tal duda resolví estudiar concienzudamente el libro... no en verdad para erigirme juez entre ambas opiniones, sino para dar la mía en calidad de testigo con lisa y llana sinceridad.

Comenzada la lectura debo decir que la magia de su estilo, el interés de su argumento, la verdad de su narración se apoderaron de mi ánimo y ni pude interrumpirla hasta rematarla, ni me acordé de la moda que puede influir en tales obras, ni menos de los prejuicios favorables ó adversos que pueden calificarlas.

Terminada, pues, la lectura como curioso, la repetí como crítico y comencé á escribir un concienzudo análisis que me propuse fuese   —33→   breve... pero currente rota resultó de una extensión que ni el caso merece, ni la Academia podría soportar.

Acompaño, sin embargo, mi trabajo, como pieza justificativa del interés que el libro me ha inspirado y del respeto que la Academia me merece, y en cuanto al informe que ha de transmitirse al Gobierno, creo podría ser, poco más ó menos, en los siguientes términos:

Excmo. Señor:

La Real Academia de la Historia ha examinado el libro de Doña Emilia Pardo Bazán, titulado San Francisco de Asís (Siglo XIII), y aunque quizá fuera semejante obra más de la competencia de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, por ser un Santo su héroe y una Orden religiosa su asunto, la de la Historia no vacila en decir breve y sencillamente a V. E. su sentir.

La obra, aunque dividida en dos volúmenes y designada con un solo título, consta en realidad de tres partes, entre sí muy diversas, aunque conexas todas con la vida y la Orden del gran penitente de Asís.

La primera parte ó Introducción, que se extiende hasta la página CLXXXVII (números romanos) y que la autora califica modestamente de bosquejo de la Edad Media, es una bien pensada y mejor sentida demostración de la marcha y triunfo del Cristianisino, de su influencia moral y de su necesidad absoluta para el perfeccionamiento de humana sociedad y para la consecución del último fin á que individuos y pueblos están providencialmente llamados.

Sus consideraciones históricas comienzan en la caída del imperio romano; la cual en sentir de la Sra. Pardo Bazán, no fué mero efecto de la corrupción de costumbres, si no del escepticismo que se había enseñoreado de todos los ánimos. «Faltó, dice, al pueblo rey en los últimos siglos de su soberanía el nervio del alma, la fe

Toma luego en cuenta la predicación de los apóstoles, que arroja al campo la semilla evangélica, la sangre de los mártires, que la riega y fecundiza. Al mismo tiempo reconoce la necesidad de la invasión de los pueblos destructores, que arruinaron el vetusto y   —34→   ya cuarteado edificio del mundo romano. De donde deduce esta singular afirmación.

«A no ser por la barbarie, Europa decadente se hubiera estancado como el agua de fétida laguna. Las palabras concuerdan mal, pero los hechos obligan á decir: Gloria á la barbarie que ayudó á civilizarnos

Pero para la autora «la eflorescencia cabal del reinado áureo, que Virgilio había entrevisto, que los pobres pescadores de Galilea habían sembrado, que habían regado los mártires y que habían reconocido y consolidado los bárbaros: la soberanía, en fin, de Cristo sobre el orbe romano, fué sin disputa alguna la Edad Media.»

«Porque cuanto elaboró la creadora actividad medio-eval lleva el sello cristiano: filosofía, poesía, pintura, arquitectura, ciencia, instituciones, derecho consuetudinario y escrito.»

Para probarlo toma luego en cuenta nuestra escritora el feudalismo, las cruzadas, las guerras de las investiduras, los cismas, los concilios, las herejias, los doctores y los monges, etc., etc., y cuando toca ya á la conclusión de su estudio histórico y al mismo tiempo se acerca al comienzo de su narración biográfica, solicitada á la vez por lo que recuerda y por lo que ve, por los hechos y los personajes que pinta y por el siglo y la sociedad en que vive, no puede menos de estampar esta breve, pero importante comparación.

«Ofrece la Edad Moderna una contradicción opuesta á la que en la Edad Media observamos: fué la Edad Media más cristiana de corazón y entendimiento, que de costumbres: creyó en Cristo; le amó, pero anduvo muy reacia en seguirle y en obedecerle: la Moderna, más suave y benigna, más cristiana sin saberlo, en parte de sus hábitos, en su noción del derecho, en su criterio social, está inficionada por el indiferentismo y el escepticismo, y prepara el advenimiento de un retroceso enorme, de una edad de barbarie moral; porque no impunemente luchan la teoría y la práctica, ni se infringe la ley divina, sin que forzosamente, mas tarde ó más temprano, venga á tierra la regla ética, en unión de las creencias que la instituyen y vigorizan.»

«Cuando logre la sociedad moderna apagar la lumbre celeste,   —35→   caerá, según todas la probabilidades, en profundas tinieblas: ó el mundo seguirá cristiano, ó concluirá bárbaro.»

La segunda sección ó parte de la obra que examinamos comprende la vida, por decirlo así, personal, temporal de San Francisco; y estos adjetivos necesitan de alguna explicación.

Uno de los escritores católicos contemporáneos que han logrado mayor y más justa popularidad, Augusto Nicolás, al tratar de la Virgen María ha dividido su admirable trabajo en tres partes.

La primera, titulada El Plan divino examina el papel que Dios en la creación destinaba á María, ya en el orden finito de la naturaleza, ya en el orden infinito de la gracia: la segunda, María en el Evangelio, tiene por objeto narrar y explicar la importantísima, pero reducida mención, que de la vida moral de la Madre inmaculada del Mesías hacen los Evangelios.

La tercera, en fin, María en la Iglesia, relata la influyente, benéfica y universal acción que la Madre de Jesús, y madre asimismo de los hombres, ejerce á través de los siglos en la humanidad.

Pues á semejanza de Augusto Nicolás, en mi entender, la escritora española ha demostrado en su introducción ó primera parte la preexistente necesidad histórica que el estado social sentía de una reforma moral, literaria y, en buen sentido, democrática, cual la plantearon las órdenes del siglo XIII y singularmente la franciscana.

Vamos á ver en la segunda parte la vida del fundador, correspondiente á las exigencias de los anteriores siglos: adecuada á la naturaleza del en que vivía: y para los futuros, ejemplar y maravillosa en su persona y su vida. Francisco, ministro del cristianismo, que vestido de un sayal, ceñido con un cordel, descalzos los piés, rapada la cabeza, iba á pié predicando el Evangelio, ó se aposentaba en una gruta para celebrar los misterios del culto, es á la vez resultado y contraste de aquellos otros miembros del clero que, vestidos de seda, en soberbios caballos perseguian al jabalí y al ciervo en feudales bosques, ó se regalaban con espléndidos banquetes en almenados castillos: Francisco, que no tiene más nombre que el de su pueblo natal, ni más renta que la mendicidad, ni más familia que los arrepentidos á quienes convierte, ó los leprosos á quienes cura: es resultado y contraste de aquella sociedad viciosamente   —36→   aristocrática y tiranamente feudal, legada por los siglos pasados. Y sin embargo, participa del modo de ser y de obrar dominante en el suyo. Caballero andante de la fe, que corre el mundo por conquistar la palma del martirio, que acomete los gigantes de la ambición y los monstruos de la herejía sin más armas que su palabra. Trovador enamorado de la Dama Pobreza, señora de sus pensamientos, que va de ciudad en ciudad y de desierto en desierto trovando las maravillas del Criador y cantando á sus hermanas las criaturas la selva y el sol, las plantas y las aves.

Fácilmente se comprenderá que en toda esta parte del trabajo de la Sra. Pardo Bazán está patente la gravísima y debatida tesis de lo sobrenatural; y sin embargo no la discute. Recoge y narra cuantos hechos de esta especie se refieren al Santo Patriarca; pero sin empeño por la admiración de los creyentes ni temor de la burla de los incrédulos: cuenta con fácil y á veces con muy pintoresco estilo lo que se propone, con la sencillez de una crónica, con el interés de una novela, con la naturalidad de una hija que relata los hechos de su padre, sin cuidarse de que los oyentes participen de su entusiasmo, ó se rian de sa ternura.

Como muestra elegimos expresamente la narración de dos hechos de los menos conocidos en la biografía del Santo de Asís.

Es uno la conversión del célebre trovador «Guillermo de Lisciano, que gozó gran fama en aquel siglo: llámanle Rey de los versos y dícese que nadie lo aventajó en canciones eróticas y en poesías galantes y libres; por lo cual el Emperador (Federico II) le coronó con gran pompa, honor (hasta entonces) á ningún otro otorgado; pero acontece al Rey de los versos lo que suele á los trovadores: célebres en su vida por sus trovas, lo son en la posteridad por su vida... Asi Guillermo Lisciano, desciñéndose la corona de laurel para calarse la capilla de San Francisco, logra la inmortalidad, no en la literatura, pero sí en la leyenda y en la historia.

»La verdadera poesía que hoy nos resta del que después fué Fr. Pacífico son sus visiones, cuando casualmente oye predicar á San Francisco de Asís en San Severino y ve el cuerpo del predicador atravesado por dos espadas resplandecientes en figura de cruz, y escrita en su frente la letra Tau, signo misterioso con   —37→   que el de la profecía de Ezequiel señala á los que no serán exterminados porque gimen; y en el cielo divisa el sitial de oro que perdió Satanás por su soberbia, reservado para el humildísimo mendicante, y echándose á los piés de Francisco le pide la cuerda y el sayal y un nombre de paz que cubriese la profana gloria del suyo. Amén de maestro en gaya ciencia, debió Fr. Pacífico ser docto en otras materias; cuando Blanca de Castilla le eligió para educador del gran príncipe con razón llamado el Marco Aurelio del Cristianismo.»

A este relato, en el cual, ó yo me engaño, ó lo maravilloso y sobrenatural está narrado sin que aparezca el empeño de entusiasmar á los piadosos creyentes, puede hacer compañia el siguiente en que lo familiar y casi cómico se refiere sin propósito de hacer reir á los escépticos. Trátase de «la conversión singular de Juan Parente, que ejercía las funciones de jaez en su ciudad natal, Civita-Castellana. Salió un dia á pasearse por los arrabales (dice la autora) y vió á un porquero, que inútilmente trataba de recoger su piara en la pocilga, y que tras de mil alaridos y maldiciones gritaba por fin: Así entréis como los abogados y jueces entran en el infierno, y á tal invectiva las bestias entraron dócilmente. Tan insignificante y vulgar suceso causó al juez uno de esos repentinos presentimientos de responsabilidad ultramundana frecuentes en la Edad Media. Imaginóse que la vara de la justicia, vuelta hierro candente, abrasaba en el infierno la diestra del que la torcía en el mundo; y espantado del cargo que desempeñaba, se apresuró á hacerse franciscano, acompañándole al cláustro un hijo suyo.»

La tercera sección de la obra de la Sra. Pardo Bazán, á saber: la vida de San Francisco ó de su idea en la Iglesia y en la Sociedad hasta nuestros días, es la más extensa y quizá la más importante: comprende todo el segundo volumen: consta de nueve capítulos y de preciosos apéndices, y contiene una especie de crónica de la Orden, ó más bien una razonada demostración de la influencia que la idea franciscana ha ejercido en la marcha de la civilización cristiana desde el siglo XIII hasta nuestros días.

Hé aquí los títulos de estos nueve capítulos: 1.º La Orden Tercera; 2.º La indulgencia de las rosas; 3.º San Francisco y la mujer;   —38→   4.º San Francisco y la naturaleza; 5.º La pobreza franciscana y las herejías comunistas; 6.º La inspiración franciscana en las artes; 7.º La inspiración franciscana en la ciencia; 8.º Los filósofos franciscanos; 9.º San Francisco y la poesía.

En el primer capítulo, tomando en cuenta las dos corrientes sociales que predominaban en la Edad Media, una de actividad, de esfuerzo, de combate; otra de retiro, de ascetismo y desprendimiento: aquella origen de luchas, de empresas extraordinarias, guerras, cruzadas, rasgos de heroismo, á veces bárbaros; esta última que guía á los desiertos, á las sangrientas penitencias, á los voluntarios sepelios, hace ver cómo San Francisco encauzó ambas corrientes fundando una Orden que viviendo en medio de la sociedad la influyese y santificase con su predicación, con su ejemplo, con su familiar y desinteresado trato.

Como además y aparte de eso, estatuyendo la Orden tercera hizo posible y provechosa la práctica de la perfección cristiana, ora en medio de las atenciones domésticas y vida conyugal de simples ciudadanos, como en Luquesio y Bonadona, ora en los más altos cargos de la política, como en San Fernando y Doña Berenguela, en San Luís y Blanca de Castilla; conciliando la austeridad evangélica, tanto con el esfuerzo de los más asombrosos emprendedores como Colón, cuanto con los arrebatos de los más grandes ingenios como Lope y Calderón, Dante y el manco de Lepanto.

En el capítulo II titulado La indulgencia de las rosas, después de una bella descripción del hecho y una clara explicación de las indulgencias, asienta que la concesión de estas, no solo fué palanca poderosa para grandes empresas, sino que ejerció en la Edad Media influjo civilizador y económico, semejante al que hoy producen las exposiciones universales. «Por ellas se comunicaban gentes de remotas comarcas, se establecía comercio activo, se roturaban vías de comunicación y se colgaban puentes sobre los abismos de los senderos de atajo.»

El capítulo III San Francisco y su mujer.

La autora prueba la influencia de «la vida maravillosa, de la caridad abrasada de San Francisco en los corazones puros y las encendidas mentes del sexo femenino, trazando una larga y magistral galería de retratos, que hacen esta parte de su libro amena   —39→   al par que convincente. Santa Clara y su hermana Inés, Rosa de Vitervo, predecesora de Juana de Arco; otra Clara de Rímini, especie de D. Juan Tenorio con faldas; Margarita de Cortona, copia de la Magdalena en la Edad no evangélica. Las dos Reinas Isabeles de Hungria y de Portugal y luego un largo catálogo de escritoras, comenzando por nuestra compatriota la V. de Agreda y extendiendo la lista quizá en demasía.»

Falta, ó más bien exceso, es este disculpable, si reconoce como principio el patriotismo, y se propone como fin demostrar que: «La mujer conquistó su personalidad al venir al mundo la ley de amor, y mantendrá, gracias á esta ley, el derecho contra el concepto materialista que en nuestros días la amenaza con nueva esclavitud.»

El capítulo IV, San Francisco y la Naturaleza, es el más lleno de poesía de todo el libro. Vindica al cristianismo de la injusta acusación, que algunos le han hecho, de que con su espíritu ascético y penitente fué causa y origen del desprecio de la belleza natural, encomiando el simbolismo. Niega al Renacimiento el mérito que en sentido contrario le atribuyen otros; y pinta al cabo como tipo de amantes de las obras del Criador, no como malamente idólatras de las criaturas, á San Francisco, que predica á los pajarillos, domestica á los halcones, amansa los lobos, se enternece con las tórtolas, protege á los corderillos, abraza á los árboles, se arroba á la vista de los paisajes, se arrebata al rayar la aurora, canta en admirable himno al sol, y llama amorosamente hermanos á los seres todos del universo.

El capítulo V, que lleva por epígrafe La pobreza franciscana y las herejías comunistas, es quizá, en concepto de la autora, el más trascendental de su libro; es, sin duda, el más comprensivo de sucesos, el más abundante en citas y rico en fuentes históricas.

Con ello describe y analiza las herejías comunistas antiguas y modernas, y señala fija y acertadamente en ese terreno, la línea «hasta dónde llega y dónde se detiene el espíritu democrático de la obra de San Francisco de Asís; espíritu democrático puramente afectivo de amor y caridad infinita para los pequeños y los débiles y los ignorantes; pobreza voluntaria que no anatematiza   —40→   la riqueza; celibato que bendice el matrimonio; humildad popular que venera las ciencias y las artes; igualdad espiritual regulada por la obediencia y, sobre todo, sumisión omnímoda y filial á la autoridad de la Iglesia.»

La autora emplea los cuatro últimos capítulos de su importante trabajo en probar la influencia franciscana en la filosofía, en las artes, en la ciencia, en la poesía, y lo hace con victoriosos raciocinios, con abundantes hechos, con numerosas é irrecusables autoridades, y, sobre todo, con biografías magistralmente trazadas.

Fuera en la Academia excesiva proligidad repetir, ni aun extractar, esta parte, quizá la más rica de la obra, y basta para demostrar la verdad del aserto citar en prueba de la influencia filosófica al sutil Escoto, pasmo de las universidades de Oxford, París y Colonia, doctor felicísimo, que logró ver juntos en su aula á Santo Tomas y San Buenaventura, Aristóteles y Platón de la Edad Media: San Buenaventura solo, el filósofo y el poeta místico del siglo XIII, bastaría para acreditar la influencia del seráfico Patriarca, á quien debió milagrosamente la vida, y filosóficamente la inspiración.

La influencia franciscana en la ciencia se demostraría con el solo nombre de Rogerio Bacon, fundador del método experimental y precursor de los más grandes descubridores de la Edad Moderna.

Pues para tocar la inspiración franciscana en las artes, basta recorrer bajo las ojivas maravillosas de Asís, los frescos de Cimabue y de Giotto y seguir el árbol genealógico pictórico que tiende sus ramas por nuestra España en las maravillosas estatuas de Alonso Cano y en los inimitables lienzos de Murillo.

La poesía como la elocuencia sintieron la benéfica influencia del penitente de Asís, trovador del amor divino y de las maravillas de la creación y orador popular conmovedor y persuasivo, más aún á los corazones que á los oídos.

El himno al Frate Sole, obra suya, In Fuoco, y Amor di caritate, inspiración del mismo, el Dies irae y el Stabat, producción de sus imitadores y discípulos, lo acreditan.

Por todo lo cual, la Academia, que en el libro de Doña Emilia   —41→   Pardo Bazán, no solo ve un trabajo histórico y crítico de sumo valor, sino una obra de amena lectura, de moral instructiva y de útil enseñanza, la cree digna de que el Gobierno de S. M. la propague, adquiriendo ejemplares para enriquecer con ellos las bibliotecas populares.

Lequeitio, 9 Setiembre 1886.

EL MARQUÉS DE MOLINS.