Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente




ArribaAbajoII. Santa María la Real de Nájera

Pedro de Madrazo


Al Ilmo. Sr. Director general de Instrucción pública:

Para resolver el expediente incoado por el ayuntamiento de Nájera, que solicita sea declarado monumento nacional, histórico y artístico el ex-monasterio de Santa María la Real de aquella ciudad, desea esa Dirección general de su digno cargo informes acerca del valor histórico del expresado monumento: y esta Academia se apresura á evacuar dicho cometido.

La historia de la fundación del Real monasterio de Santa María de Nájera se cuenta de una manera tan poco verosímil como la   —295→   famosa leyenda del caballo del rey D. Sancho el Mayor; y viene á ser una repetición del cuento mismo que explica el descubrimiento de milagrosas imágenes en Palencia, San Juan de la Peña, Aguilar de Campóo y otros lugares donde luego se erigieron devotos y suntuosos santuarios.

Refiérese pues, que preocupado el rey de Navarra D. García con la idea de tomar á Calahorra, que allá por los años 1045 se hallaba aún en poder de los moros, estando en su palacio de Nájera, donde frecuentemente reside, sale un día de caza, y habiendo levantado una perdiz, suelta su azor hacia ella. La perdiz, huyendo del ave enemiga, atraviesa con rápido vuelo el Najerilla y se mete en un enmarañado boscaje que hay á la orilla occidental del río, desierto, peñascoso y lleno de maleza; sigue el azor el vuelo de la perdiz, y el rey que lo observa, con el cebo de la caza esguaza el río, explora el sitio, y abriéndose paso con la espada por el espeso matorral, descubre la boca de una profunda cueva; apéase del caballo y penetra en ella. Lleno de admiración, se encuentra enfrente de una hermosa imagen de la Virgen María con el niño Dios en los brazos, puesta sobre un pequeño y tosco altar, en que una jarra ó terraza con frescas y olorosas azucenas rinde á Nuestra Señora el espontáneo tributo de su fragancia. Para mayor asombro, advierte D. García que el azor y la perdiz, olvidando aquél su instinto carnicero y ésta su natural timidez, posan juntos al pie de la sagrada imagen, como queriendo también prestar homenaje de paz y amor á la excelsa Señora. Postrado ante esta el rey, la adora reverente, y tomando el hallazgo por buen agüero de los proyectos belicosos que revuelve en su mente, determina ennoblecer aquel sitio en honor de la Santísima Virgen. Manda labrar allí mismo un vasto monasterio y un suntuoso templo, desmontando y abriendo á hierro aquel paraje silvestre y peñascoso. Años habían de transcurrir antes que lo viese concluído; pero la fervorosa piedad del rey no consiente dilaciones, y mientras los artífices benedictinos emprenden la construcción animando aquel desierto con sus ruidosas faenas, resuelve Don García conmemorar con un solemne acto el hallazgo con que le ha favorecido el cielo, é instituye, como perdurable recuerdo de lo que vió y admiró en la cueva milagrosa, una orden de caballería   —296→   que, por la divisa de la jarra con las azucenas, recibe el nombre de Orden de la Terraza. Y aquí es donde lo legendario cede el campo á lo histórico.

Manda el rey labrar collares de oro y plata con la insignia de la Jarra, y los entrega á sus hijos los infantes, á los ricos hombres y señores principales de su reino, y consagra su instituto á la Bienaventurada Virgen María bajo la advocación de la Anunciación. Señala el 25 de Marzo, dedicado á su festividad, para celebrarla con gran pompa y con asistencia de todos los personajes á quienes honra con su divisa; y él, mientras permanece en Nájera, acude todos los sábados con los caballeros de esta orden y con toda su corte, á la santa cueva, enclavada en el recinto de la nueva iglesia, para celebrar con cánticos y loores el culto de la santa imagen.

Con este feliz presagio de la asistencia divina, lleva D. García su ejército sobre Calahorra, que se le entrega después de porfiada y sangrienta lucha. Con la expugnación de tan importante plaza, redondea el hijo de D. Sancho su Estado de Nájera, y desde entonces ostenta con orgullo las tres coronas de Pamplona, Álava y Nájera que ciñeron sus predecesores. La orden de caballería de la Terraza se sostuvo mientras vivió su fundador, y desapareció luego con el breve reinado de su hijo D. Sancho el de Peñalén, en quien también acabó la corona de Nájera. La restablecerá andando los tiempos el infante D. Fernando de Antequera, con la misma insignia primitiva de la jarra; pero añadiéndole un grifo pendiente, y mudando también su advocación primera por el de la Asunción de Nuestra Señora. Mas no perdamos de vista la fundación del rey D. García.

Dispónese en el palacio de Nájera magnífica y brillante ceremonia: el nuevo monasterio y su templo tocan á su término; los artífices benedictinos han sobrepujado los deseos del monarca, el cual contemplaría quizás absorto las portadas de la iglesia en que el cincel cluniacense esculpía las figuras y alegorías destinadas á despertar en los fieles las esperanzas de la gloria reservada á los justos y el temor de los castigos que aguardan á los réprobos.

Congregáronse en la corte riojana reyes y principes, obispos y   —297→   magnates de varios Estados peninsulares: los hermanos del rey, D. Fernando, rey de Burgos y León, D. Ramiro, rey de Aragón y Sobrarbe; el conde de Barcelona D. Ramón, su cuñado, hermano de la reina Estefanía, y lo más granado en dignidades eclesiásticas y seculares. Admirarían todos la suntuosidad de la fábrica y los ricos ornamentos con que para el servicio del templo la dotaba D. García, el cual no perdonó las mejores piezas de su oratorio y de los reyes sus antepasados.

Entre las alhajas figuraba el frontal del altar mayor, de planchas de oro trabajado á martillo, con mucha imaginería de relieve, guarnecidas de abundante y rica pedrería, con una inscripción relevada en que se expresaba ser aquel objeto dádiva de los reyes D. García y Doña Estefanía, y además el nombre del artífice Almanio. Esta inestimable joya constaba descrita en la carta de donación original que en tiempo del analista Moret se conservaba en el archivo de Santa María la Real, y que hoy no existe. Era la carta un curiosísimo pergamino de grandes dimensiones, en cuya parte alta, sirviendo de inicial á la primera línea, estaba representada la imagen de Nuestra Señora en el misterio de la Anunciación, iluminada de vivos colores, correspondiendo con ella en la parte opuesta la figura del ángel Gabriel en el acto de dirigir su salutación á la elegida. Al pie de la donación se veía retratado al rey D. García, de prócera estatura, color blanco, cabello rubio, la barba hendida, las cejas arqueadas, los ojos muy vivos, el rostro abultado, la cabellera larga y abundante, cubierta la cabeza con un bonete dorado en forma de media naranja. Vestía ropilla suelta y larga, de color celeste y sembrado de pintas rojas, como estrelluelas; sobre ella manto morado muy cumplido, y sujeto, no al cuello, sino en el hombro con fíbula de oro, y descubriendo todo el brazo derecho; medias de grana bien estiradas y zapatos negros muy puntiagudos, con botonadura de oro al costado. El rey estaba representado extendiendo un pergamino hacia una iglesia, y en el lado izquierdo estaba retratada la reina Doña Estefanía, mirando al templo que se alzaba entre ambos, con traje de tocas largas, saya azul, manto morado y zapatos anchos con botonadura al costado como los del rey. Correspondiendo este precioso diploma al siglo XI en su comedio, hubiera sido del   —298→   mayor interés su conservación, no solo para la indumentaria, sino también para la historia del arte pictórico. Comparadas sus miniaturas con las de los códices Vigilano y Emilianense, sus coetáneos, hubiera podido estudiarse en él hasta qué punto influía el arte francés cluniacense del siglo XI en la pintura de iluminación que se cultivaba en los monasterios de la vertiente meridional del Pirineo.

Más interesante aún hubiera sido quizá el estudio de la estupenda obra de orfebrería del hoy ignorado Almanio. Los breves rasgos que de ella nos traza Moret, autorizan hasta cierto punto á sospechar que el frontal de Santa María de Nájera no era de procedencia distinta que el famoso retablo, primitivamente frontal también, del Santuario de San Miguel in excelsis de la Borunda, que el autor de este informe conceptúa labrado en los talleres alemanes de Verdun.

Pero aquellos peregrinos objetos perecieron, sin que quede de ellos más que un pálido recuerdo recogido por la historia. Ella nos dice asimismo que entre las alhajas regaladas á Santa María de Nájera por los dos egregios consortes, figuraba una grande y rica cruz de oro sembrada de gemas, que fué mandada labrar por el bisabuelo de D. García, el rey D. Sancho Abarca, la cual contenía, como inestimable y milagrosa reliquia, dientes del protomártir San Esteban engastados en ella.

Con la desgraciada muerte de D. García en Castilla y la no menos desastrosa de su hijo D. Sancho en Peñalén, concluyó la prosperidad y grandeza de Nájera como segunda corte del reino de Navarra. En lo sucesivo, aunque parece momentáneamente renacer bajo el cetro de D. Alonso el Batallador, su nuevo brillo es efímero, y la fastuosa fábrica de Santa María solo mantiene su importancia como panteón de reyes y grandes señores de Navarra y Castilla promiscuamente, pero en ciudad de segunda jerarquía. Hasta el siglo XV reina grande oscuridad en todo lo concerniente á la historia de la gran fundación que nos ocupa; sólo algunos datos aislados despiertan el interés del arqueólogo en ese largo crepúsculo de cuatro siglos, y el primer cuadro que estos aislados recuerdos ofrecen, es todo de horror y luto. El generoso y munificiente fundador de Santa María la Real, el glorioso   —299→   expugnador de Calahorra, aquel rey D. García en quien tantas y tan grandes esperanzas se libraban, cadáver yerto y ensangrentado, vuelve en hombros de sus guerreros traído del infausto campamento de Atapuerca, y el mismo vencedor en aquella batalla que, como dice el analista, entristeció al cielo y alegró al infierno, su hermano el rey Fernando I de León, viene escoltando aquellos inanimados despojos que, bañados de sinceras lágrimas, deposita en el templo que aquel había escogido para panteón de los reyes de Navarra y Nájera, sin sospechar que iba á comenzar en él la serie de los egregios difuntos. Su hijo D. Sancho no puede residir en una ciudad de continuo amagada por el castellano; pero vendrá á dormir el sueño eterno en el mismo panteón de su padre cuando en él se consume un nuevo fratricidio. Pasan años, y reinando en Castilla D. Alonso VIII, vemos descollar en Nájera la hermosa figura de su gobernador, D. Diego López de Haro, alférez mayor del rey y señor de Vizcaya, á quien apellidan el Bueno por sus relevantes prendas morales. Este descansa en un suntuoso sepulcro de piedra adornado con preciosos y muy gastados relieves del siglo XIII, en hornacina del estilo plateresco, en el claustro llamado de los Caballeros.

El panteón real está á los pies de la iglesia, detrás del coro bajo, y los sepulcros que contiene, casi todos relativamente modernos, se hallan repartidos entre las dos naves de la Epístola y del Evangelio. En ellos se supone que yacen los restos mortales del fundador, de su mujer doña Estefanía, de su hijo D. Sancho el de Peñalén, de la esposa de este, doña Blanca, y de otros veinte más entre reyes é infantes de ambos sexos.

Cualquiera que por el gran número de reyes, infantes y magnates enterrados en Nájera, quisiera deducir lo que fué esta pequeña corte, se figuraría que en ella y no en Pamplona había estado la cabeza del reino.

Del templo románico primitivo nada existe quizá: la actual arquitectura de la iglesia es de estilo gótico decadente; la de su claustro, plateresca muy galana. Hace unos veinte años, en el frente del subasamento del sepulcro de D. Diego López de Haro, se veían claramente emparejados los lobos heráldicos de la familia del ilustre magnate; hoy ese emblema ha desaparecido bajo la   —300→   niveladora llana del albañil. Nada tiene esto de particular: hubo una época, y no muy lejana por cierto, en que el jardín ó luna de este venerando claustro estuvo convertido en circo ecuestre de una compañía de acróbatas trashumantes: entonces retemblaban las santas bóvedas con el estrépito de los discordes instrumentos de una murga bestial, y el sol de ocaso proyectaba la sombra de los mimos obscenos sobre las losas donde hasta estos últimos tiempos se tendía la alfombra ante el sepulcro de López de Haro y se encendían cirios para hacer en el claustro de los Caballeros las elecciones de corregidor y de nuevo ayuntamiento, bajo la protección de aquel respetado personaje.

Entiende la Academia que para evitar en lo sucesivo tales profanaciones, sería altamente conveniente declarar el ex-monasterio de Santa María la Real de Nájera monumento nacional.

Madrid 1.º de Marzo de 1889

Pedro de Madrazo



Anterior Indice Siguiente