Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

  —223→  

ArribaAbajoII. Juan de la Torre

Cesáreo Fernández-Duro


Importante y curiosa es en verdad la monografía que desde Lima remite á esta Real Academia su autor, el Sr. D. J. A. de Lavalle259, por cuanto desvanece uno de esos errores frecuentes en las historias generales por causa de sinonimia en documentos de la misma época.

Las crónicas y relaciones que tratan del descubrimiento y colonización del continente nuevo, y más especialmente las circunscritas al imperio de los Incas, nombran entre los primitivos conquistadores á un Juan de la Torre, hombre de acción prolongada, si bien no siempre meritoria. Autor hay que le hace natural de Benavente, mientras otros le suponen ya de Madrid, ya extremeño, ya criollo; dando con la disparidad nacimiento á la sospecha de no ser uno solo y mismo el individuo, mientras no llegan á referir los acontecimientos de las guerras civiles, pues entonces, hallando á Juan de la Torre en los bandos opuestos, se convierte en certeza la multiplicación.

El señor de Lavalle ha logrado examinar documentos de familia de uno de ellos: empiezan por información de servicios personales de aquellos tan comunes en Indias, que son en realidad autobiografías legalizadas; comprenden después institución de mayorazgo, carta dotal, testamento, con otras escrituras notariales, completando la serie doce Provisiones y Reales cédulas en remuneración de méritos, con lo cual, no sólo se esclarece la vida y circunstancias de este conquistador, sino que también se da á conocer su descendencia hasta la octava generación, apareciendo tres vástagos del mismo nombre, y quedando desglosadas para otros las acciones tan confusas en las crónicas.

  —224→  

Aún recoge el señor de Lavalle, en compendio, las que corresponden á Juan de la Torre Villegas (a) el Madrileño, de modo que únicamente el de Benavente, si realmente ha existido, queda en la oscuridad. La importancia resumida de tales personajes, dará á entender la del servicio que el investigador presta á la historia presentándolos cual fueron.

Sabido es que los trabajos que sufrió Francisco Pizarro en la navegación del mar del Sur, habían desanimado á sus compañeros, á tal punto, que llegando las quejas al gobernador de Panamá, envió bajel con orden terminante de regreso. Que todo cuanto el descubridor consiguió del emisario de aquella autoridad, fué quedasen con él los que voluntariamente lo quisieran, y que entonces marcó en el suelo con la espada la raya, que sólo trece hombres pasaron, para esperar en la isla del Gallo primero; en la de la Gorgona después, el socorro necesario. Uno de los trece, el último nombrado por Pizarro, al escribir los nombres en el asiento y capitulación firmada en Toledo el 26 de Julio de 1529, era Juan de la Torre.

Cuando el Emperador oyó de boca del caudillo la relación de la empresa y los trabajos increibles de aquellos hombres sin vestido ni calzado, los piés corriendo sangre, muertos de hambre, metidos en manglares y pantanos sin poder defenderse de las lluvias, de los mosquitos que martirizaban sus carnes y de las flechas de los indios salvajes, todo por engrandecer más la Corona de Castilla, se mostró muy reconocido y acordó, entre otras mercedes, hacer hijosdalgo á los trece que con él quedaron en la isla, y si ya lo fuese cualquiera de ellos, que se tuviera por caballero de la espuela dorada. La historia los denominó más tarde LOS TRECE DE LA FAMA.

El caballero Juan de la Torre, según hizo constar en testamento, nació en Villagarcía de Extremadura, cerca de Llerena, en los primeros meses del año 1473. Su padre, Hernando de la Torre, fué del número de los conquistadores de las islas Española y de San Juan de Puerto-Rico; el primero que en la ciudad de Santo Domingo ejerció cargo de alguacil mayor del Santo Oficio, con repartimiento de indios, estancias y casas muy principales, situación que le consintió llamar á la familia á disfrutarla. Así,   —225→   Juan consignaba que pasó allí con armas y caballo, á su costa, en 1516, ayudando á ganar las islas en diez años y sirviendo al Rey, con recompensas que acrecentaron su hacienda. Casó con dama española, y en Santo Domingo tuvo el primer hijo, que llamó de su nombre, Juan.

Excitado el espíritu aventurero con las nuevas de regiones más grandes y ricas, marchó á Castilla del Oro, también á su costa, en 1526; hizo conocimiento con Francisco Pizarro y contribuyó á los gastos de la expedición que emprendieron juntos el mismo año. Por ello fué del corto número de los perseverantes en la isla Gorgoria y de los señalados en los cargos. Al primer reconocimiento de la costa del Perú, llevó el de veedor; al definitivo de la conquista, el de Maese de Campo, y con alcanzar la peor parte en las penalidades de la guerra, como hombre de confianza y cabeza de tropa separada, no tuvo participación en el tesoro del Inca Atahualpa, que se dividió en su ausencia.

Las desavenencias entre Pizarro y Almagro pusieron á prueba las condiciones de su espíritu noble y leal; amigo de uno y otro, se mantuvo sin tomar partido por ninguno, proceder singular entonces. No fué aquello sino el preludio de las desdichas que amagaban al Perú. Asesinado Pizarro, ardiendo los ánimos al llegar el gobernador Vaca de Castro, ya sin vacilar acudió Juan de la Torre á sostener el estandarte real, con gente de á pie y de á caballo pagada de su bolsillo. Igual auxilio dió al virrey Blasco Núñez Vela y á su sucesor el Presidente la Gasca, sin mirar por la hacienda, que secuestró Gonzalo Pizarro, ni mucho más por la vida arriesgada en todas las batallas, singularmente en la de Guarina, de cuya rota escapó á duras penas, corriendo más de doscientas leguas antes de reunirse con el gobernador, si bien esta vez fué para conseguir en Jaquijahuana el fin de la tiranía.

La Torre residía ordinariamente en Arequipa, ciudad de que fué fundador y primer alcalde, y cerca de la cual tenía la encomienda y repartimiento de pueblos que le cupo por la conquista en la provincia de Condesuyo.

Pacificada la tierra, volvió á su ciudad, obteniendo por recompensa de servicios é indemnización de daños, nuevas encomiendas.   —226→   Contrajo en la quietud, con señoras españolas, segundas y terceras nupcias, aunque contara setenta y dos años de edad las últimas, distrayendo su prodigiosa actividad en los negocios del común que seguía dirigiendo como alcalde, hasta sufrir el más triste desengaño. Aquella ciudad de su hechura, se adhirió con entusiasmo á la rebelión iniciada en el Cuzco por Francisco Hernández Giron: ¡y qué mucho, si su hijo primogénito, desoyendo la voz de los deberes, olvidando las lecciones y el ejemplo del caballero de la espuela dorada, marchaba al campo de la insurrección! El anciano conquistador hubo de salir huyendo de la casa, con pocos, si fieles criados., para unirse al mariscal Alvarado, que llevaba en Potosí la voz de Rey. Como soldado voluntario le vieron arremeter en las batallas de Chuquinga y Pucará (1554) sin que el brazo mostrara sentir todavía el peso de la lanza. Acaso la cruzó con la del hijo que manchaba sus canas, que á tal extremo llevan las guerras intestinas; acaso deseó en aquel momento que materialmente atravesara su corazón paternal destrozado; mas la buena causa triunfó, y con mayor lástima del alma se encontraron frente á frente el amor y el concepto de la honra que los caballeros del siglo XVI tenían. Dejemos á los testigos de vista referir el choque.

«Juan Vasco, alférez de la compañia del capitan Ruy Barba, dijo, que el dia que se dió la batalla al dicho Francisco Hernandez, entre otros muchos soldados de la parte del dicho que se prendieron, fué uno Joan de la Torre, el mozo, hijo del dicho Joan de la Torre, el viejo, fué muy público entre la gente del campo de su Magestad, que si el dicho Joan de la Torre, el viejo, quisiera volver por el dicho su hijo, que los señores presidente y oidores que iban en el dicho campo, considerando los servicios del padre, otorgaran la vida al hijo, y entendió que el mismo padre habia sido contra su hijo, diciendo que habia sido traidor á su rey y señor é que no merecia que se le otorgase la vida; é ansi se fizo del dicho Joan de la Torre, el mozo, josticia, é le dieron garrote é le cortaron la cabeza el dicho dia en presencia deste testigo é de todo el campo.»

Jerónimo Holguín, con testimonio del Licenciado Marco Antonio, médico del campo real, agregó «que el dia con que habían   —227→   fecho josticia del dicho su hijo, el dicho Joan de la Torre, el viejo, en lugar de luto se habia vestido de grana.»

El capitán Pedro de Valencia, dijo, «que Lorenzo de Aldana, Gomez de Solís, vecinos de la ciudad de la Plata é muchas diferentes personas en este reino, ponian culpa al dicho Joan de la Torre, diciendo que aunque Joan de la Torre, el mozo, hijo del susodicho, merecia muy bien la muerte por haber deservido á su Magestad andando en el campo de Francisco Hernandez Giron, habia sido gran rigor del padre consentir que se ficiese josticia de su hijo; pues los oidores usaran clemencia con el dicho Joan de la Torre, el mozo, por los grandes servicios que el dicho su padre habia fecho á su Magestad, é que pudiera negociar de suerte que conmutase su pena en destierro, ó en otra cualquier pena, reservándole la vida, é no quiso hablar ni rogar por él, diciendo que habia deservido á su rey y Señor.»

Que por el interés y la honra de la patria sean los hijos sacrificados, como los de Arias Gonzalo, muchas veces se ha visto; que la honra propia y la lealtad se antepongan á los más tiernos sentimientos de la naturaleza, también se admite, admirando los ejemplares sublimes de Guzmán el Bueno y Alonso de Tejera, pero de que esos afectos se sofoquen ante el ideal de la justicia reparadora del honor, no sé yo que la Historia ofrezca muestra de tan bárbara grandeza.

La batalla de Pucará fué el último hecho de armas en que se halló Juan de la Torre. Regresando á la ciudad de Arequipa siguió prestando excelentes servicios de otra índole como regidor perpetuo, alcalde, contador de las Cajas reales ó procurador y enviado del común ante los virreyes del Perú. De todos los que alcanzó, como de los reyes de España, recibió testimonios repetidos de alto aprecio, y es de presumir el del pueblo por la generosidad con que tenía abierta la bolsa.

En 28 de Agosto de 1579 firmó escritura pública diciendo: «...de presente me hallo próximo á la muerte por ser de más de cien años...» Pero cumplió todavía los ciento uno, dejando el mundo por Setiembre de 1580 y en él noble prole.

Contraste notabilísimo forma Juan de la Torre el Madrileño, desleal, avaricioso y bajo. En los principios de la conquista empezó   —228→   también á conocerse su depravado corazón por la falsa denuncia que hizo á Pizarro contra Hernando de Soto, á cuyas órdenes había salido de descubierta; no arrojó del todo la máscara sin embargo, hasta las alteraciones que ocurrieron el año de 1544. Nombrado por el gobernador para concurrir con su hermano Vela Núñez á cerrar el camino á Gonzalo Pizarro, trató de asesinarlo y acabó por entregarlo traidoramente á su enemigo, que lo decapitó. Delató en Quito á Pedro de Tapia por apoderarse de su muger, que era muy hermosa; se paseó por las calles de Lima llevando en la gorra á guisa de plumaje las barbas arrancadas al cadáver del virrey en el campo de Añaquito, y á este tenor fueron otros hechos que no hay para que referir. Preso con Gonzalo Pizarro en la batalla de Jaquijahuana, sufrió la misma triste y merecida suerte en el Cuzco, año de 1548.

El señor de Lavalle, condensa en una nota, y hace bien, las referencias de este malvado. Fernández en la Historia del Perú, Cieza de León en La Guerra de Quito y Herrera en las Décadas de Indias, las relatan con amplitud. El último asienta que por aviso de cierta india halló Juan de la Torre dentro de una huaca ó sepultura antigua, oro por valor de 80.000 ducados, que lo sirvieron para engañar á Vela Núñez; y sin mención de la noticia, limítase el investigador peruano á rectificar la especie sentada por el Dr. Travada, de ser Juan de la Torre, el viejo, quien encontró el tesoro á favor de las inteligencias de la india con quien estuvo casado. No hubo tal casamiento ni el tesoro pareció por más que el viejo y sus herederos lo buscaran en la hacienda de Pitay, conociendo la tradición de haberlo enterrado por allí los indios que lo llevaban para rescate del Inca en Caxamarca, al saber su muerte. Pero esto no quiere decir que el otro la Torre, el Madrileño, casado tal vez con la india, no lo encontrase en distinto lugar, según Herrera cuenta. La aclaración sería curiosa aunque en nada afecte al propósito con tanta ilustración cumplido por el dicho señor de Lavalle.

La Academia, á juicio del que informa, está en el caso de significarle la estimación con que ha recibido su agasajo.

Madrid, 25 de Enero de 1886.

CESÁREO FERNÁNDEZ-DURO.