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ArribaAbajoBécquer y el Romanticismo catalán: literatura y topografía

Joan ESTRUCH TOBELLA


I.B. Sant Andreu (Barcelona)

Tres son los textos becquerianos que están ambientados en Cataluña: dos leyendas, La cruz del diablo (1860) y Creed en Dios (1862); y un artículo periodístico, «Sepulcro de Raimundo Berenguer en la catedral de Gerona» (1866), que, aunque de menor interés literario, nos servirá para completar nuestro análisis.

El problema que intentaremos resolver en primer lugar es si la ambientación de estos textos obedece a un conocimiento directo, a la presencia del escritor en los lugares en que sitúa sus relatos o si, por el contrario, se trata de un conocimiento indirecto, basado en fuentes escritas. La cuestión, no resuelta por los estudiosos, afecta no sólo a la biografía del escritor, sino también a su técnica compositiva. Si las leyendas catalanas fueran fruto de una estancia del poeta en Cataluña, nos hallaríamos ante una técnica de tipo realista, basada en la observación directa. Si se sustentaran en fuentes escritas, tendríamos que inclinarnos por una técnica basada en la imaginación, una imaginación, eso sí, apoyada en una documentación que la hace verosímil.

Ante todo, nos referiremos a las distintas soluciones planteadas hasta ahora por los especialistas. Son mayoría los que optan por considerar que la ambientación de La cruz del diablo permite afirmar que Bécquer estuvo en Cataluña y conoció de visu los lugares en los que sitúa sus narraciones.462 Esta creencia ha llegado a tener plasmación material por medio de una placa conmemorativa que certifica el paso del poeta sevillano por Bellver.463

Quien más ha intentado demostrar la presencia de Bécquer en Cataluña y, por tanto, el sólido realismo ambiental de las dos leyendas catalanas, es Joan Pous i Porta,464 quien únicamente se apoya en conjeturas extraídas de la lectura de los tres textos becquerianos ambientados en Cataluña. Las fórmulas de probabilidad aparecen en abundancia a lo largo de su estudio, que va aportando datos no comprobados: Bécquer, «probablemente» acompañado de García Luna, Nombela y Rodríguez Correa, llegó en el verano de 1860 a Cataluña desde Aragón, pasando por Lérida y el valle del Segre hasta negar a Bellver. Visitaron Sant Martí dels Castells, que Pous identifica con el castillo del señor del Segre, y «probablemente» Talló, antiguo monasterio que se correspondería con la vivienda del ermitaño que aconseja a los lugareños la manera de deshacerse de la armadura diabólica, etc. Seguidamente Bécquer se dirigiría hacia Gerona, pasando por Ripoll, Sant Joan de les Abadesses y Castellfollit de la Roca, donde se encuentran las ruinas del castillo del Cos, que Pous identifica con el castillo de Montagut, residencia del protagonista de Creed en Dios. El templo de Sant Joan Les Fonts sería el marco en el que Bécquer situaría la irreverente actuación de Teobaldo. Por último, el viaje proseguiría hasta Gerona, donde el poeta visitaría la catedral y, en especial, el sepulcro de Ramon Berenguer, que describiría en un artículo de El Museo Universal seis años después. Pous termina diciendo que «probablemente» Bécquer visitaría otros lugares de Cataluña: Montserrat, Barcelona, Poblet... De este modo, los textos literarios quedan convertidos en documentos autobiográficos.

Por lo que se refiere a La cruz del diablo, al lector atento no le pasa por alto que en la leyenda se hace una referencia explícita a que el narrador y sus compañeros se dirigen a la frontera, que no puede ser otra que el paso fronterizo de Puigcerdà.465 Esta referencia, por sí sola, invalida la tesis de que el poeta, desde Bellver, se dirigió hacia Gerona. Y si la aceptáramos como dato autobiográfico, nos forzaría a planteamos un supuesto viaje del poeta a un lugar indeterminado de Francia. Por lo demás, las restantes indicaciones paisajísticas y topográficas de La cruz del diablo no son tan exactas y precisas que permitan afirmar que Bécquer tuvo que obtenerlas de visu. En vano buscaremos en Bellver el castillo del señor del Segre. Tampoco nos ayuda mucho la referencia a la antigua línea divisoria entre el condado de Urgel y el más importante de sus feudos» (p. 87), ya que tal división siempre quedó lejos de Bellver, situado en el interior del condado de Cerdaña. Por otro lado, parece arriesgado identificar «el más escondido y lóbrego de los paradores de Bellver» (p. 89) con Cal Patanó, lugar donde se habría alojado el poeta, ya que ello presupone aceptar que en 1860 en Bellver habría varios albergues, cuestión sumamente dudosa. A todo ello hay que añadir la inexistente cruz diabólica y un inverosímil ayuntamiento con «altas bóvedas» (p. 100). De todo ello podemos extraer la conclusión de que las referencias topográficas de La cruz del diablo son erróneas o demasiado imprecisas, y por sí solas no pueden probar la presencia de Bécquer en la Cerdaña.

Por otra parte, si analizamos la descripción de Bellver que inicia la leyenda, observaremos que enseguida aparece el adjetivo «pintorescas», aplicado a las orillas del Segre. Bécquer se dispone, pues, a trazar un cuadro literario, una de esas descripciones de gran fuerza plástica que caracterizan su estilo. Más adelante tropezamos con la comparación «como las gradas de un colosal anfiteatro de granito», aplicada a las montañas del Pirineo. Esta expresión aparece en una obra becqueriana anterior, la Historia de los templos de España, dentro de una descripción paisajística que antecede a la de la basílica de Santa Leocadia, extramuros de Toledo.466 El paralelismo entre ambas descripciones no se limita a esta coincidencia aislada. En la de la vega del Tajo, como en La cruz del diablo, Bécquer se sitúa en el atardecer, y el panorama que traza se parece bastante al de la vega del Segre. Cuando el narrador llega ante las ruinas de la basílica, se encuentra ante una gran cruz de hierro. La contemplación de las ruinas le sume en un estado de ensimismamiento, del que, como en la leyenda, lo saca el guía que lo ha conducido hasta allí. Así pues, la descripción de Bellver está hecha más con elementos literarios que topográficos.

Pasemos ahora al análisis de las referencias topográficas de Creed en Dios, todavía más imprecisas que las de La cruz del diablo, lo que ha provocado una notable desorientación por parte de los estudiosos que han intentado ubicar la leyenda en un lugar concreto de la geografía catalana. Está claro que Bécquer ambienta la leyenda en Cataluña: los topónimos y los nombres de persona son catalanes, y, además, se habla de la virgen de Montserrat. Sin embargo, las referencias topográficas de Creed en Dios no permiten asegurar que Bécquer estuviera en alguno de los más de siete Montagut que existen en la geografía catalana, tal como hemos estudiado en otro lugar.467 Como en otras leyendas, el poeta toma libremente datos históricos y geográficos para crear con ellos el ámbito más apropiado para sus fantasías.

Nos queda por examinar el realismo topográfico de «Sepulcro de Raimundo Berenguer en la catedral de Gerona», artículo ilustrado por un dibujo de Ruiz y que se publicó en El Museo Universal en 1866. No merece un análisis muy exhaustivo, ya que claramente manifiesta que ha sido elaborado mediante fuentes indirectas. La descripción de la catedral es muy somera y genérica, válida para cualquier catedral gótica, sin que se entre en detalles, ni siquiera para describir el sepulcro, que el lector ya podía ver en el grabado. A esta descripción se añade un breve resumen de la historia de Ramón Berenguer, así como de la leyenda acerca de su muerte, que Bécquer toma de «documentos sacados a la luz en nuestros días por escritores diligentes y eruditos».468 Resulta, pues, totalmente aventurado basarse en las referencias topográficas de ese texto para sostener, como hace Pous, que Bécquer visitó la catedral de Gerona después de su supuesta estancia en Bellver.

Veamos ahora lo que los biógrafos más reconocidos de Bécquer han dicho sobre la posible presencia de Bécquer en Cataluña. Rica Brown, al hablar de la ambientación de La cruz del diablo, dice que se trata de «lugares que el autor pudo conocer».469 Por su parte, Robert Pageard indica que la leyenda tiene por marco los Pirineos catalanes, pero añade que «Bécquer no visitó nunca esa región».470 El mejor aval de la escueta aseveración de Pageard es que no existe documentación al respecto.

Así pues, resulta evidente que la tesis de la presencia de Bécquer en Cataluña se apoya tan sólo en la interpretación «realista» de los datos, sumamente imprecisos, que aparecen en los textos becquerianos de ambientación catalana. Por tanto, mientras no se descubra nueva documentación, hay que considerar que Bécquer no estuvo en Cataluña.

Fuentes tradicionales y fuentes literarias.

Una vez descartada la presencia física de Bécquer en Cataluña, surge el problema de dilucidar qué fuentes utilizó el escritor para dar color local a sus leyendas catalanas. Antes de entrar en detalles, hay que destacar la extraordinaria capacidad que el poeta demuestra a la hora de crear con su imaginación ambientaciones verosímiles, incluso cuando, como en El caudillo de las manos rojas, sitúa su ficción en la remota India, logrando que muchos lectores creyeran que el subtítulo, «tradición india», era una errata por «traducción india».471 Pero la imaginación de Bécquer no sólo se pone de manifiesto en la recreación de escenarios que no pudo conocer, sino también en la construcción de escenarios ficticios a partir de datos tomados de la realidad. El beso constituye un buen ejemplo de cómo manipula la topografía toledana, que tan bien conocía, para crear el marco más idóneo para sus fantasías.472

Sin embargo, no sólo se trata de imaginación o de inspiración, es decir, de cualidades innatas e intuitivas. En El caudillo de las manos rojas se percibe un importante trabajo de documentación. Imaginación y documentación, en Bécquer, no se presentan separadas o enfrentadas, sino perfectamente ensambladas. No hay que olvidar que trabajó como periodista profesional durante largos años, escribiendo todo tipo de textos: crónicas parlamentarias, artículos políticos, crónicas de sociedad, gacetillas diversas, etc. El periodista de la época tenía que redactar las noticias a partir de informaciones muy escuetas, sin imágenes, y que apenas podía contrastar. Se trataba, pues, de una labor muy cercana a la creación literaria.

En un artículo periodístico de El Museo Universal sobre los combates que la escuadra de Méndez Núñez sostenía en el Pacífico (1866), Bécquer reflexiona sobre el exceso de imaginación con que ciertos periodistas recreaban desde Madrid las noticias que les llegaban de Sudamérica:

Verdad es que la fantasía no se detiene en barras, y lo que no ve lo presume, y lo que no acierta a presumir lo inventa. Merced a este procedimiento, no faltan detalles en algunas publicaciones, y noticiero hay que relata lo acontecido con más pormenores que si hubiese presenciado la acción desde el tope de la Numancia. De estas relaciones prematuras debe desconfiarse siempre.473


Es evidente que el rigor profesional que Bécquer exige a los periodistas no lo aplica a relatos de ficción como los suyos, en los que la imaginación podía volar con mayor libertad. Una imaginación que intentaba, sin embargo, hacerse verosímil, creíble a los ojos del lector del periodo postromántico, escéptico y racionalista.474 Y, para lograrlo, era fundamental la creación de una atmósfera y de un contexto creíbles. Tanto La cruz del diablo como Creed en Dios se basan en materiales folclóricos, como la leyenda del mal caballero, muy extendidos por toda Europa. Pero parece lógico suponer que si Bécquer eligió Cataluña como escenario de sus relatos es porque las fuentes que manejó eran de procedencia catalana.

Una de las influencias más fuertes y constantes en Bécquer es la de los Recuerdos y bellezas de España (1839), de Pablo Piferrer, que inspiró directamente la concepción de la Historia de los templos de España, así como aspectos parciales de las leyendas becquerianas. Además de la obra de Piferrer, Bécquer pudo conocer Monserrate, de Victor Balaguer,475 que contiene una serie de leyendas sobre la famosa montaña. Una de las leyendas reproducidas por Balaguer, «Beremundo el Rojo» tiene especial interés para nosotros. Se trata de una de las múltiples versiones de la leyenda del mal caballero: Beremundo, señor del castillo de Montserrat, era «el hombre más cruel, el señor más tirano y el guerrero más indómito de que nos hablan las crónicas» (p. 55). Después de relatar algunas de sus fechorías, Balaguer adopta el punto de vista narrativo de la «balada» en que dice inspirarse: «¡Huid, huid, bellas niñas! Huid las que estimáis en algo la paz del hogar doméstico...» (p. 58). El recurso ya había sido utilizado por Piferrer.476 Y también lo utilizaría Bécquer en Creed en Dios: «Niñas de las cercanas aldeas, lirios silvestres que crecéis felices al abrigo de vuestra humildad...» (p. 162).

Balaguer prosigue contando las fechorías que cometen los bandidos, que se dedican a saquear los pueblos cercanos a Montserrat. Vale la pena transcribir la caracterización de estos forajidos:

«Los treinta tienen su vivienda en una de las cimas más altas de la montaña de la Virgen, en el mismo castillo de Monserrate, morada un día de nobles adalides... El castillo de los señores de Monserrate es ahora una guarida de bandidos... Todos los que hablan de los treinta lo hacen con terror, y si alguna vez se atreven los campesinos a citar el nombre de su capitán, es en voz baja... Pero ¿quién era ese temido capitán? Era... nadie lo sabía a punto fijo, pero todos lo sospechaban. Era Beremundo el Rojo. ¿Y quién otro podía ser el jefe de atlética estatura y de rostro siempre encubierto que en los ataques de castillos y saqueos de los pueblos capitaneaba la banda de los treinta, sino el castellano de Collbató?... Un día apareció en la comarca una banda de salteadores, casi todos árabes, capitaneados por un jefe misterioso que, con el rostro siempre encubierto guiaba sus correrías, presidía los saqueos y mandaba los asaltos... Largo tiempo se ignoró, pero se supo después que el castillo de Monserrate, colocado en una de las peñas más inaccesibles de la montaña, era el que les servía de morada. Empezose entonces a creer que Beremundo, el señor de Monserrate que en Collbató vivía, tenía pacto con los treinta, y esta creencia fundada motivó el temor de que fuese el mismo castellano el misterioso jefe de la banda.».


(pp. 59-61 y 62-63)                


En La cruz del diablo Bécquer caracteriza en términos muy parecidos al temido señor del Segre y su banda (pp. 95-96). Es también parecida la reacción inicial de los pueblos sometidos a las tropelías de Beremundo o del señor del Segre. En el relato de Balaguer, «unos y otros elevaron sus quejas al conde Barcelona. Pero las amonestaciones del conde no hallaron eco en Beremundo el Rojo, que le negó toda obediencia y continuó con sus raptos y orgías» (p. 62). En el relato de Bécquer, los villanos «apelaron a la justicia del rey; pero el señor se burló de las cartas-leyes de los condes soberanos, las clavó en el postigo de sus torres y colgó a los farautes de una encina» (p. 92).

Siguiendo el relato de Balaguer, Beremundo secuestra a Berta, la esposa de su hermano, y después la asesina. El espectro de Berta se le aparece de noche en su habitación. Para olvidar el terror que esta aparición le ha causado, invita a sus bandidos a una cena, que se desarrolla «en medio de los báquicos cantares, de las blasfemias y carcajadas» (p. 75). Del mismo modo, los bandidos del señor del Segre «en mitad de la loca y estruendosa orgía, entonaban sacrílegos cantares en loor de su infernal patrono» (p. 93).En plena juerga, Beremundo oye los toques de la campana del monasterio vecino, en los que cree percibir los nombres de su cuñada y su hermano. Enloquecido, huye fuera, pero, sin darse cuenta, vuelve a su propio castillo, penetra en la capilla y cae desmayado ante la tumba de su padre. Al día siguiente, sus bandidos lo encuentran en la capilla, «y sólo se abrieron sus labios para pedir un sayal de anacoreta» (p. 82). Balaguer concluye así su relato:

«Desde entonces, los treinta desaparecieron de la comarca, el castillo de Monserrate fue demolido, y en su lugar se fundó más tarde la ermita que actualmente llaman de San Dimas, y en una de cuyas cuevas inmediatas, llamada hasta hace poco «cueva del castillo o del castellano», concluyó penitentemente sus días Beremundo el Rojo, el bastardo, el temido jefe de los treinta.»


(p. 82)                


Este final presenta notables coincidencias con el del protagonista de Creed en Dios. En efecto, Teobaldo, señor de Montagut, después de realizar su fantástico viaje por los cielos, regresa a su propio castillo, lo encuentra convertido en monasterio, y solicita ser admitido en él como monje para purgar sus pecados. Si se admite la influencia de la leyenda de Victor Balaguer en Creed en Dios, cobra pleno sentido la referencia a la virgen de Montserrat que Bécquer, de manera no totalmente necesaria, introduce en su leyenda.

Los relatos folclóricos acerca del mal caballero, como el de Roberto el Diablo, muy extendidos por toda Europa, constituyen el sustrato de las dos leyendas catalanas de Bécquer, tal como ha estudiado Rubén Benítez, pero también lo son del relato de Victor Balaguer. Fue igualmente Rubén Benítez quien relacionó Creed en Dios con una de las derivaciones del tema del mal caballero, la del cazador maldito. Aunque no se pronuncia respecto a la cuestión de la posible estancia de Bécquer en Cataluña, Benítez parece apuntar a que el poeta conoció la versión catalana del tema, el mito del Comte Arnau, directamente de fuentes folclóricas: «Bécquer debió conocer pues una versión tradicional -quizá catalana en la que la cacería fantástica queda reducida a un galope sobrenatural, como ocurre en el mito del Comte Arnau».477 Lo que ahora nos interesa es señalar que, de acuerdo con nuestra tesis de que Bécquer no visitó Cataluña, Creed en Dios tuvo que inspirarse en fuentes escritas. En efecto, el poeta no necesitaba trasladarse al Principado para conocer la leyenda del Comte Arnau, puesto que los románticos catalanes la habían convertido en una de las tradiciones más emblemáticas del folclore catalán.478 El que la recopiló y la dio a conocer entre sus amigos fue precisamente Pablo Piferrer, y pronto se difundió a través de varios libros. En sus Observaciones sobre la poesía popular, Milá i Fontanals reprodujo en catalán una canción tradicional con los diálogos entre el malvado conde y su virtuosa esposa.479 No sabemos si Bécquer conoció esta versión, pero en todo caso no la aprovechó para sus obras. En cambio, la versión que Balaguer ofrece en otra de sus obras, Amor a la patria,480 resulta mucho más cercana a Creed en Dios. Balaguer describe en prosa y en castellano la fantástica carrera nocturna del conde, condenado a salir a cazar cada noche durante toda la eternidad. Esta versión, que se subtitula «imitación de una balada alemana», contiene fragmentos parecidos a los de la leyenda becqueriana:

«Los cazadores se precipitan como un huracán llevando al conde a su cabeza. Los campos, los bosques, las colinas y las montañas ven pasar con asombro a todos aquellos hombres en desatada carrera. Es una carrera loca, insensata, vertiginosa, infernal. No corren, vuelan: no parecen hombres, sino demonios. Cruzan como el rayo y lo atropellan todo como un desbordado torrente que baja de la montaña.»


(p. 158)                


La descripción nos recuerda la «infernal comitiva» de Teobaldo (p. 165). Y la última imagen del fragmento nos remite a esos bandidos de La cruz del diablo, que saqueaban los valles y descendían «como un torrente a la llanura» (p. 95). Pero prosigamos con la versión de Balaguer. Arnau va a buscar a su amante, una monja llamada Adalaiza:

«Hay un caballo negro preparado. Adalaiza monta en él y cabalga junto al conde. Se precipitan furiosos a la cabeza de los suyos. La luna brilla y alumbra la fantástica carrera. ¡Sus! ¡Sus! ¡Halalí! ¡Halalí! ¡Halalí! La caza va a ser buena.»


(p. 159. Cursiva nuestra).                


El «caballo negro» coincide con «el corcel negro como la noche» (p. 166) que llevará a Teobaldo por los cielos; y lo mismo ocurre con la «fantástica carrera», sintagma que aparece exactamente igual en Creed en Dios (p. 167). El «halalí» de Balaguer lo encontramos transcrito como «alalí» en Bécquer (p. 164).

Además de estas interrelaciones temáticas y lingüísticas, en el conjunto de Amor a la patria encontramos otras conexiones indirectas con Creed en Dios. Por ejemplo, los recursos apelativos que tratan de imitar los cantos de los trovadores: «Prestadme vuestra atención, bellas damas, oídme todos, nobles caballeros...» (p. 137). O bien, la profusión de topónimos compuestos (Castellfollit, Montserrat, Montblanc, Bellpuig...) que pudieron ser la base de los topónimos utilizados por Bécquer: Montagut, Fortscastells. Por último, el libro de Balaguer contiene un poema en catalán dedicado a la virgen de Montserrat, virgen que Bécquer introduce en su leyenda (p. 170).

Si, de acuerdo con lo que hemos ido exponiendo, Bécquer mantuvo estrechos contactos con las obras de los románticos catalanes, cabe preguntarse por la vía, el canal de transmisión por el que le llegaron esas obras. En primer lugar, hay que referirse a Victor Balaguer (1824-1901), que vivió muchos años en Madrid, ejerciendo de enlace político entre la burguesía catalana progresista y las instituciones centrales del Estado. No es probable, sin embargo, que Balaguer y Bécquer llegaran a conocerse personalmente, ya que no pudieron coincidir en Madrid antes de 1868, y después, durante los dos años que le quedaban de vida al escritor sevillano, debieron de moverse en escenarios bien distintos, marcados por las opuestas afinidades políticas de ambos.

Existen otros posibles enlaces entre Bécquer y el romanticismo catalán. Augusto Ferrán, de ascendencia catalana, comenzaría a relacionarse con el poeta sevillano en Madrid en el verano de 1860.481 No conocemos los vínculos que Ferrán mantendría con la literatura catalana, pero en su entorno familiar tenemos a otro intelectual catalán, su cuñado Florencio Janer (1831-1877), casado con Adriana Ferrán.482 Robert Pageard, al hablar de las posibles fuentes de La cruz del diablo, ha señalado que Ia presencia de Augusto Ferrán pudo favorecer la redacción de esta leyenda. Puede suponerse también que las pláticas con Ferrán o Janer, así como los libros o referencias que poseían, hayan proporcionado a la imaginación de Bécquer los alimentos necesarios».483

Así pues, podemos concluir que las leyendas catalanas de Bécquer no responden a un conocimiento directo del folclore catalán -lo que nos obligaría a especular respecto a un supuesto viaje a tierras catalanas-, sino a un profundo contacto del poeta con la literatura romántica catalana, que, por su firme tradicionalismo, era muy afín a su ideología. Las obras de Piferrer y de Balaguer, sumadas a la influencia directa de Janer, fueron las probables fuentes que nutrieron su imaginación y que le proporcionaron materiales narrativos, cuando menos, para sus dos leyendas catalanas. Lo más notable es que, una vez más, el poeta sevillano se muestra capaz de elaborar unas narraciones en las que la imaginación y la realidad se funden de manera admirable, recreando, no de manera fotográfica, sino literaria, escenarios catalanes perfectamente verosímiles.