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211

Cfr. G. Paolini, An Aspect of Spiritualistic Naturalism in the Novels of B.P Galdós: Charity, New York, Las Américas Publishing Co., 1969.

 

212

Al explicar la existencia de un altruismo intelectual, Feuillet explica que la conciencia, proyectándose así en los demás seres y en el todo, se liga a los otros y al todo por una idea que es al mismo tiempo una fuerza» (Cit. en Guyau, Esbozo, p. 61). También Guyau admite la existencia de un altruismo intelectual, pero va más allá, acercándose así más a nosotros, al añadir que «... Para concebir bien las demás conciencias, para ponerse en su lugar y entrar en ellas, por decirlo así, es menester, ante todo, simpatizar con ellas: la simpatía de las sensibilidades es el germen de la extensión de las conciencias. Comprender es, en el fondo, sentir: comprender a otro es sentir en armonía con él» (Guyau, Esbozo, p. 65).

 

213

Algo distinto es, en 1892, el pensamiento del filósofo italiano De Bella en cuanto al sentido moral que no lo considera innato y que tampoco toma forma poco a poco en su desarrollo. Pero sí admite que el individuo adquiere la actitud hacia ciertas determinadas funciones que se especializan y se mejoran en el individuo mismo y en su especie. Consecuentemente, cada órgano y cada función mejorados en el individuo transmiten estos mejoramientos a sus descendientes. Continuando así estos mejoramientos por muchas generaciones se alcanza la cumbre de la inteligencia humana (p. 98). Así el egoísmo en el desenvolverse se hace altruismo. Por consiguiente, una familia altruista en que prevalecen la bondad y la virtud resulta ser buena y la sociedad a que pertenece resulta ser virtuosa. Por consecuencia, inculcando estos conceptos en los descendientes de una familia o de una sociedad, al pasar de muchas generaciones, se obtendría que cada individuo naciera con propensión al bien. Mientras que para nosotros esa propensión parece ser innata, ella no es que el efecto de la acción de las generaciones anteriores y es una función psíquica que llamamos sentido moral, que dirige al ser humano por el camino de la hostidad y del deber (ibid. ).

El profesor Edward O. Wilson de la Universidad de Harvard, en 1977, en el prefacio a The Sociobiology Debate, afirma:

«The evidence immediately available from human geneties, psychology, and anthropology seemed to leave room only for the last conclusion, that human social behavior is to some extent genetically constrained over the entire species and furthermore subject to genetic variation with the species».


(pp. xi-xii)                


Con esto se establece la existencia de tres grupos de elementos formativos en el desarrollo físico-moral del ser humano. Uno de ellos, de índole exógena, es el que se adquiere y asimila en el curso de la existencia; otro, de índole genética o endógena, y por eso de carácter innato, se puede identificar y trazar mediante el estudio de los antepasados; el tercero, cuya existencia sólo en estas últimas décadas va reconociéndose en el ambiente científico, es también de índole congénita y comparte de los dos precedentes. Este tercer grupo, que se podría llamar endo-exógeno, está formado por los elementos que resultan de las variaciones genéticas dentro de la especie a través de las generaciones y ambientes. Es este tercer grupo el que, más claramente, nos explica como la conducta o comportamiento social es hasta cierto punto, genéticamente forzado dentro de toda la especie y, además, sujeto a la variación genética dentro de la misma especie.

Por supuesto, Palacio Valdés, a pesar de estar al día y compartir el pensamiento científico de la época, en aquel entonces ya intuye y auspicia la existencia de esta tercera fuerza y en sus obras, en particular en La alegría del capitán Ribot, la hace percibir y la ilustra mediante la conducta y el ejemplo del Capitán Ribot.

 

214

Una excepción es la «hermandad lírica» documentada por Kirkpatrick en el libro y artículo citados.

 

215

Cfr. Enríquez de Salamanca y Gallerstein.

 

216

«La civilización es... predominantemente masculina... Lo femenino tiene más su campo de acción en la esfera privada y doméstica... Uno de los productos de la civilización es la lengua literaria. Advierta, señorita, que digo la lengua literaria. Lo hago para contraponerla, en cierto modo, a la lengua popular, vulgar, corriente o doméstica» (pp. 711-712).

 

217

Existe duda sobre la nacionalidad de Grassi. Andrés sugiere que nació en Barcelona en 1826, pero confiesa que «su lugar de origen siempre ha sido causa de conjeturas» (p. 152). Otros críticos y cataloguistas insisten en que nació en Crema, Italia, en 1823 (Simón Palmer, p. 335; Rodríguez, p. 282; Hormigón, p. 796).

 

218

Ayala concluye que «Ángela Grassi no es una figura de primer orden, pero es un ejemplo paradigmático de cómo y con qué limitaciones se desarrolló la creación literaria femenina durante nuestro siglo XIV» (p. 140)

 

219

Otras obras teatrales suyas son: El poscritto d'Altemburgo (ópera, 1843), León o Los dos rivales (1844), Amor y orgullo (1845), El extranjero (1848), El príncipe de Bretaña (sf) y Los últimos días de un reinado (sf).

 

220

Grassi incluye un castillo gótico, puertas falsas, mala suerte, una huérfana, sepulcros, cárceles, tipos enmascarados, revelaciones sorprendentes, venganza, revolución, tempestades y otros elementos tan conocidos del drama romántico europeo. Ver mi artículo, «Imágenes y la imaginación románticas».