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841

Las ilusiones del doctor Faustino, p. 327.

 

842

Cfr. el estudio de F. Durand, «Valera, narrador irónico», Ínsula, 360 (1976), p. 3. El escritor, como se sabe, combatió duramente los preceptos naturalistas, entre los que destaca la impasibilidad y objetividad del narrador, como uno de los principales.

 

843

Cfr. lo que comentara G. Gullón sobre el personaje de doña Inés en El narrador en la novela del siglo XIX, Madrid. Taurus, 1976, pp. 151 y ss. Desde la perspectiva antitética el narrador valeresco muestra a veces una capacidad omnisciente tal, que saca a la luz el complejo subconsciente del personaje que ni él mismo acierta a descubrir.

 

844

Así ocurre en Pepita Jiménez y Morsamor.

 

845

Recuérdese, en definitiva, ese realismo psicológico preconizado por el mismo autor.

 

846

Pese al reconocimiento de la anomalía que supone la obra valeresca en el contexto de su tiempo -en el que predomina una concepción utilitaria de la obra literaria-, varios críticos han señalado cómo Valera no prescinde totalmente de la tesis en sus obras. Incluso el propio escritor reconoce la relación entre esta novela y la galdosiana La familia de León Roch, aunque las diferencias entre ambas resulten ostensibles. Escribe así, a Menéndez Pelayo: «León Roch y María Egipciaca, aunque son distintas criaturas, son lujos espirituales de Dª Blanca y del Comendador Mendoza, salvo que los míos se emplean más en sus negocios que en probar una tesis con los propios actos de su vida, por donde los míos son más reales y humanos». Epistolario de Valera y Menéndez Pelayo, Madrid, Espasa-Calpe, 1946, p. 57. Más adelante escribirá. «Mi benignidad hace que yo reprenda poco; yo tengo la manga ancha».

 

847

Puede hablarse aquí, aunque no de forma general, de lo que Friedman denominó omnisciencia multiselectiva. «Point of View in Fiction: The Development of a Critical Concept», en The Theory of the Novel, P. Stevick (ed.), New York, The Free Press, 1967, pp. 108-137.

 

848

Cfr. E. Miralles: La novela española de la Restauración (1875-1885), Barcelona, Puvill-Editor, 1979.

 

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Escribe aquí el personaje que ella seguía en opinión de santa para todos, pues: «procedimos siempre con cautela y recato». Este choque apariencia-realidad, habitual en la narrativa valeresca, será la fuente de todos los males de doña Blanca, quien morirá finalmente, presa de esta lucha interior.

 

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Con todo, el personaje advierte a su sobrina de la existencia de posibles razones de peso en la madre, para casar a Clara con el viejo pariente, aconsejándole al respecto: «no caviles ni formes juicios acerca de la conducta de doña Blanca». Es obvio que cada uno de ellos posee una imagen distinta del mismo personaje y que ambos lo contemplan a través de enfoques diferentes.