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ArribaAbajoCapitulo XLVII

Donde se prosigue cómo se portaua Sancho Pança en su gouierno


Cventa la historia que desde el juzgado lleuaron a Sancho Pança a vn suntuoso palacio, adonde en vna gran sala estaua puesta vna real y limpissima mesa; y assi como Sancho entró en la sala, sonaron chirimias y salieron quatro pages a darle aguamanos, que Sancho recibio con mucha grauedad.

Cessó la musica, sentose Sancho a la cabecera de la mesa, porque no auia mas de aquel assiento, y no otro seruicio en toda ella. Pusose a su lado en pie vn personage, que despues mostro ser medico, con vna varilla de vallena en la mano. Leuantaron vna riquissima y blanca toalla con que estauan cubiertas las frutas y mucha diuersidad de platos de diuersos manjares; vno que parecia estudiante echó la bendicion, y vn page puso vn babador randado a Sancho, otro que hazia el oficio de maestresala llegó vn plato de fruta delante611, pero apenas huuo comido vn bocado, quando el de la varilla tocando con ella en el plato, se le quitaron de delante con grandissima celeridad; pero el maestresala le llegó otro, de otro manjar; yua a prouarle Sancho, pero antes que llegasse a el ni le gustasse, ya la varilla auia tocado en el, y vn page alçadole con tanta presteza como el de la fruta. Visto lo qual por Sancho, quedó   —97→   suspenso, y, mirando a todos, preguntó si se auia de comer aquella comida como juego de maessecoral612. A lo qual respondio el de la vara:

«No se ha de comer, señor gouernador, sino como es vso y costumbre en las otras insulas donde ay gouernadores. Yo, señor, soy medico, y estoy asalariado en esta insula para serlo de los gouernadores della, y miro por su salud mucho mas que por la mia, estudiando de noche y de dia y tanteando la complexion del gouernador, para acertar a curarle quando cayere enfermo; y   -fol. 175r-   lo principal que hago es assistir a sus comidas y cenas, y a dexarle comer de lo que me parece que le conuiene, y a quitarle lo que imagino que le ha de hazer daño y ser nociuo al estomago613; y, assi, mandé quitar el plato de la fruta, por ser demasiadamente humeda, y el plato del otro manjar tambien le mande quitar, por ser demasiadamente caliente y tener muchas especies, que acrecientan la sed; y el que mucho beue, mata y consume el humedo radical, donde consiste la vida614

«Dessa manera, aquel plato de perdizes que estan alli asadas, y, a mi parecer, bien sazonadas, no me haran algun daño.»

A lo que el medico respondio:

«Essas no comera el señor gouernador en tanto que yo tuuiere vida.»

«Pues ¿por qué?», dixo Sancho.

Y el medico respondio:

«Porque nuestro maestro Hipocrates, norte   —98→   y luz de la medicina, en vn aforismo suyo dize: Omnis saturatio mala, perdizes autem pessima615. Quiere dezir: «toda hartazga es mala; pero la de las perdizes, malissima.»

«Si esso es assi», dixo Sancho, «vea el señor doctor de quantos manjares ay en esta mesa, quál me hara mas prouecho y quál menos daño, y dexeme comer del sin que me le apalee; porque por vida del gouernador, y assi Dios me le dexe gozar, que me muero de hambre, y el negarme la comida, aunque le pese al señor doctor y el mas me diga, antes sera quitarme la vida que aumentarmela.»

«Vuessa merced tiene razon, señor gouernador», respondio el medico, «y assi es mi parecer que vuessa merced no coma de aquellos conejos guisados que alli estan, porque es manjar peliagudo; de aquella ternera, si no fuera asada y en adobo, aun se pudiera prouar; pero no ay para qué.»

Y Sancho dixo:

«Aquel platonazo que está mas adelante vahando me parece que es olla podrida616, que, por la diuersidad de cosas que en las tales ollas podridas ay, no podre dexar de topar con alguna que me sea de gusto y de prouecho.»

«Absit», dixo el medico; «vaya lexos de nosotros tan mal pensamiento; no ay cosa en el mundo de peor mantenimiento   -fol. 175v-   que vna olla podrida. Allá las ollas podridas para los canonigos, o para los retores de colegios, o para las bodas labradorescas, y dexennos libres las mesas   —99→   de los gouernadores, donde ha de assistir todo primor y toda atildadura. Y la razon es porque siempre y a doquiera y de quienquiera son mas estimadas las medicinas simples que las compuestas, porque en las simples no se puede errar, y en las compuestas si, alterando la cantidad de las cosas de que son compuestas; mas lo que yo se que ha de comer el señor gouernador aora, para conseruar su salud y corroborarla es vn ciento de canutillos de suplicaciones617, y vnas tajadicas subtiles de carne de membrillo, que le assienten el estomago, y le ayuden a la digestion.»

Oyendo esto Sancho, se arrimó sobre el espaldar de la silla, y miró de hito en hito al tal medico, y con voz graue le preguntó cómo se llamaua, y dónde auia estudiado.

A lo que el respondio:

«Yo, señor gouernador, me llamo el doctor Pedro Rezio de Aguero, y soy natural de vn lugar llamado Tirteafuera618, que está entre Caraquel y Almodobar del Campo, a la mano derecha, y tengo el grado de doctor por la Vniuersidad de Osuna619

A lo que respondio Sancho, todo encendido en colera:

«Pues, señor doctor Pedro Rezio de mal Aguero, natural de Tirteafuera, lugar que está a la derecha mano, como vamos de Caraquel a Almodobar del Campo, graduado en Osuna, quiteseme luego delante; si no, voto al sol que tome vn garrote y que a garrotazos, començando   —100→   por el, no me ha de quedar medico en toda la insula, a lo menos, de aquellos que yo entienda que son ignorantes; que a los medicos sabios, prudentes y discretos los pondre sobre mi cabeça y los honraré como a personas diuinas. Y bueluo a dezir que se me vaya Pedro Rezio de aqui; si no, tomaré esta silla donde estoy sentado, y se la estrellaré en la cabeça, y pidanmelo en residencia; que yo me descargaré con dezir que hize seruicio a Dios en matar a vn mal medico, verdugo de la republica. Y denme   -fol. 176r-   de comer, o si no, tomense su gouierno; que oficio que no da de comer a su dueño no vale dos habas.»

Alborotose el doctor viendo tan colerico al gouernador, y quiso hazer tirteafuera de la sala, sino que en aquel instante sono vna corneta de posta en la calle, y, assomandose el maestresala a la ventana, boluio, diziendo:

«Correo viene del duque mi señor; algun despacho deue de traer de importancia.»

Entró el correo sudando y asustado, y, sacando vn pliego del seno, le puso en las manos del gouernador, y Sancho le puso en las del mayordomo, a quien mandó leyesse el sobreescrito que dezia assi: «A don Sancho Pança, gouernador de la insula Barataria, en su propia mano, o en las de su secretario.» Oyendo lo cual Sancho, dixo:

«¿Quién es aqui mi secretario?»

Y vno de los que presentes estauan respondio:

  —101→  

«Yo, señor, porque se leer y escriuir, y soy vizcayno620

«Con essa añadidura», dixo Sancho, «bien podeis ser secretario del mismo emperador; abrid esse pliego, y mirad lo que dize.»

Hizolo assi el rezien nacido secretario, y, auiendo leydo lo que dezia, dixo que era negocio para tratarle a solas. Mandó Sancho despejar la sala, y que no quedassen en ella sino el mayordomo y el maestresala, y los demas y el medico se fueron, y luego el secretario leyo la carta que assi dezia:

«A mi noticia ha llegado, señor don Sancho Pança, que vnos enemigos mios y dessa insula la han de dar vn asalto furioso no se qué noche; conuiene velar y estar alerta, porque no le tomen desapercebido. Se tambien por espias verdaderas que han entrado en esse lugar quatro personas disfraçadas para quitaros la vida porque se temen de vuestro ingenio; abrid el ojo y mirad quién llega a hablaros, y no comais de cosa que os presentaren. Yo tendre cuydado de socorreros si os vieredes en trabajo, y en todo hareis como se espera de vuestro entendimiento. Deste lugar a 16 de agosto a las cuatro de la mañana. Vuestro amigo, El duque

Quedó atonito Sancho, y mostraron quedarlo assimismo los circunstantes,   -fol. 176v-   y, boluiendose al mayordomo, le dixo:

«Lo que agora se ha de hazer, y ha de ser luego, es meter en vn calaboço al doctor Recio,   —102→   porque si alguno me ha de matar, [h]a de ser el, y de muerte adminicula621 y pessima, como es la de la hambre.»

«Tambien», dixo el maestresala, «me parece a mi que vuessa622 merced no coma de todo lo que está en esta mesa, porque lo han presentado vnas monjas, y, como suele dezirse, detras de la cruz está el diablo.»

«No lo niego», respondio Sancho, «y, por aora, denme vn pedaço de pan, y obra de quatro libras de vuas; que en ellas no podra venir veneno, porque, en efecto, no puedo passar sin comer, y si es que hemos de estar prontos para estas batallas que nos amenazan, menester sera estar bien mantenidos, porque tripas lleuan coraçon, que no coraçon tripas, y vos, secretario, responded al duque mi señor, y dezidle que se cumplira lo que manda como lo manda, sin faltar punto, y dareys de mi parte vn besamanos a mi señora la duquessa, y que le suplico no se le oluide de embiar con vn propio mi carta y mi lio a mi muger Teresa Pança; que en ello recibire mucha merced, y tendre cuydado de [ser]uirla623 con todo lo que mis fuerças alcançaren, y de camino podeys encaxar vn besamanos a mi señor don Quixote de la Mancha porque vea que soy pan agradecido; y vos, como buen secretario y como buen vizcayno, podeys añadir todo lo que quisieredes y mas viniere a cuento. Y alcense estos manteles y denme a mi de comer; que yo me auendre con quantas espias y matadores y   —103→   encantadores vinieren sobre mi y sobre mi insula.»

En esto, entró vn page y dixo:

«Aqui está vn labrador negociante que quiere hablar a vuessa señoria en un negocio, segun el dize, de mucha importancia.»

«Estraño caso es este», dixo Sancho, «destos negociantes. ¿Es possible que sean tan necios, que no echen de ver que semejantes horas como estas no son en las que han de venir a negociar? ¿Por ventura los que gouernamos, los que somos juezes,   -fol. 177r-   no somos hombres de carne y de hueso, y que es menester que nos dexen descansar el tiempo que la necessidad pide, sino que quieren que seamos hechos de piedra marmol? Por Dios y en mi conciencia que si me dura el gouierno -que no durará segun se me trasluze-, que yo ponga en pretina a mas de vn negociante. Agora dezid a esse buen hombre que entre; pero aduiertase primero no sea alguno de los espias, o matador mio.»

«No, señor», respondio el page, «porque parece vna alma de cantaro, y yo se poco, o el es tan bueno como el buen pan.»

«No hay que temer», dixo el mayordomo; «que aqui estamos todos.»

«¿Seria possible», dixo Sancho, «maestresala, que agora que no está aqui el doctor Pedro Rezio, que comiesse yo alguna cosa de peso y de sustancia, aunque fuesse vn pedaço de pan y vna cebolla?»

  —104→  

«Esta noche, a la cena, se satisfara la falta de la comida, y quedará vuessa señoria satisfecho y pagado», dixo el maestresala.

«Dios lo haga», respondio Sancho.

Y, en esto, entró el labrador, que era de muy buena presencia, y de mil leguas se le echaua de ver que era bueno y buena alma.

Lo primero que dixo fue:

«¿Quién es aqui el señor gouernador?»

«¿Quién ha de ser», respondio el secretario, «sino el que está sentado en la silla?»

«Humillome, pues, a su presencia», dixo el labrador.

Y, poniendose de rodillas, le pidio la mano para besarsela. Negosela Sancho y mandó que se leuantase y dixesse lo que quisiesse. Hizolo assi el labrador, y luego dixo:

«Yo, señor, soy labrador, natural de Miguel Turra, vn lugar que está dos leguas de Ciudareal624

Otro Tirteafuera tenemos», dixo Sancho; «dezid, hermano; que lo que yo os se dezir es que se muy bien a Miguel Turra, y que no está muy lexos de mi pueblo.»

«Es, pues, el caso, señor», prosiguio el labrador, «que yo por la misericord[i]a de Dios soy casado en paz y en haz de la san[ta] Yglesia catolica romana; tengo dos hijos estudiantes, que el menor   -fol. 177v-   estudia para bachiller y el mayor para licenciado; soy viudo porque se murio mi muger, o, por mejor dezir, me la mató vn mal medico, que la purgó estando preñada,   —105→   y si Dios fuera seruido que saliera a luz el parto, y fuera hijo, yo le pusiera625 a estudiar para doctor, porque no tuuiera inuidia a sus hermanos el bachiller y el licenciado.»

«De modo», dixo Sancho, «que si vuestra muger no se huuiera muerto, o la huuieran muerto, ¿vos no fuerades agora viudo?»

«No, señor, en ninguna manera», respondio el labrador.

«Medrados estamos», replicó Sancho; «adelante hermano; que es hora de dormir mas que de negociar.»

«Digo, pues», dixo el labrador, «que este mi hijo que ha de ser bachiller se enamoró en el mesmo pueblo de vna donzella llamada Clara Perlerina, hija de Andres Perlerino, labrador riquissimo; y este nombre de Perlerines no les viene de abolengo ni otra alcurnia, sino porque todos los deste linage son perlaticos, y, por mejorar el nombre, los llaman Perlerines, aunque si va626 dezir la verdad, la donzella es como una perla oriental, y mirada por el lado derecho parece vna flor del campo, por el yzquierdo no tanto, porque le falta aquel ojo que se le saltó de viruelas; y aunque los hoyos del rostro son muchos y grandes, dizen los que la quieren bien que aquellos no son hoyos, sino sepulturas donde se sepultan las almas de sus amantes. Es tan limpia, que por no ensuziar la cara, trae las narizes, como dizen, arremangadas, que no parece sino que van huyendo de la boca, y con todo esto parece bien por estremo,   —106→   porque tiene la boca grande, y a no faltarle diez o doze dientes y muelas, pudiera passar y echar raya entre las mas bien formadas. De los labios no tengo que dezir, porque son tan sutiles y delicados, que si se vsaran aspar labios, pudieran hazer dellos vna madexa; pero como tienen diferente color de la que en los labios se vsa comunmente, parecen milagrosos, porque son jaspeados de azul y verde, y auerengenado; y perdoneme el   -fol. 178r-   señor gouernador, si por tan menudo voy pintando las partes de la que al fin al fin ha de ser mi hija; que la quiero bien, y no me parece mal.»

«Pintad lo que quisieredes», dixo Sancho; «que yo me voy recreando en la pintura, y si huuiera comido, no huuiera mejor postre para mi que vuestro retrato.»

«Esso tengo yo por seruir», respondio el labrador; «pero tiempo vendra en que seamos, si aora no somos. Y digo, señor, que si pudiera pintar su gentileza y la altura de su cuerpo, fuera cosa de admiracion; pero no puede ser a causa de que ella está agouiada y encogida, y tiene las rodillas con la boca, y con todo esso, se echa bien de ver que si se pudiera leuantar diera con la cabeça en el techo, y ya ella huuiera dado la mano de esposa a mi bachiller, sino que no la puede estender, que está añudada; y con todo, en las vñas largas y acanaladas se muestra su bondad y buena hechura.»

«Está bien», dixo Sancho, «y hazed cuenta,   —107→   hermano, que ya la aueis pintado de los pies a la cabeça. ¿Qué es lo que quereis aora? Y venid al punto sin rodeos ni callejuelas, ni retazos ni añadiduras.»

«Querria, señor», respondio el labrador, «que vuessa merced me hiziesse merced de darme vna carta de fauor para mi consuegro, suplicandole sea seruido de que este casamiento se haga, pues no somos desiguales en los bienes de fortuna, ni en los de la naturaleza; porque, para dezir la verdad, señor gouernador, mi hijo es endemoniado, y no ay dia que tres o quatro vezes no le atormenten los malignos espiritus; y de auer caydo vna vez en el fuego tiene el rostro arrugado como pergamino, y los ojos algo llorosos y manantiales; pero tiene vna condicion de vn angel, y si no es que se aporrea y se da de puñadas el mesmo a si mesmo, fuera vn bendito.»

«¿Quereis otra cosa, buen hombre?», replicó Sancho.

«Otra cosa querria», dixo el labrador, «sino que no me atreuo a dezirlo; pero, vaya, que, en fin, no se me ha de podrir en el pecho, pegue o no pegue. Digo, señor, que querria que vuessa merced me diesse trecientos   -fol. 178v-   o627 seyscientos ducados para ayuda [a] la dote de mi bachiller, digo, para ayuda de poner su casa, porque, en fin, han de viuir por si, sin estar sugetos a las impertinencias de los suegros.»

«Mirad si quereys otra cosa», dixo Sancho,   —108→   «y no la dexeis de dezir por empacho ni por verguença.»

«No por cierto», respondio el labrador.

Y apenas dixo esto, quando, leuantandose en pie el gouernador, assio de la silla en que estaua sentado, y dixo:

«¡Voto a tal, don patan rustico y mal mirado, que si no os apartays y ascondeis luego de mi presencia, que con esta silla os rompa y abra la cabeça! Hideputa, vellaco, pintor del mesmo demonio, ¿y a estas horas te vienes a pedirme seyscientos ducados? Y ¿dónde los tengo yo, hediondo? Y ¿por qué te los auia de dar, aunque los tuuiera, socarron y mentecato? Y ¿qué se me da a mi de Miguel Turra, ni de todo el linage de los Perlerines? ¡Va de mi, digo; si no, por vida del duque mi señor que haga lo que tengo dicho! ¡Tu no deues de ser de Miguel Turra, sino algun socarron que para tentarme te ha embiado aqui el infierno! Dime, desalmado, aun no ha dia y medio que tengo el gouierno, y ¿ya quieres que tenga seyscientos ducados?»

Hizo de señas el maestresala al labrador que se saliesse de la sala, el qual lo hizo cabizbaxo, y, al parecer, temeroso de que el gouernador no executasse su colera; que el vellacon supo hazer muy bien su oficio. Pero dexemos con su colera a Sancho, y andese la paz en el corro, y boluamos a don Quixote, que le dexamos vendado el rostro y curado de las gatescas heridas, de las quales   —109→   no sanó en ocho dias; en vno de los quales le sucedio lo que Cide Hamete promete de contar con la puntualid[ad] y verdad que suele contar las cosas desta historia, por minimas que sean.



  —110→     -fol. 179r-  

ArribaAbajoCapitulo XLVIII

De lo que le sucedio a don Quixote con doña Rodriguez, la dueña de la duquessa, con otros acontecimientos dignos de escritura y de memoria eterna


A demas estaua mohino y malencolico el malferido don Quixote, vendado el rostro y señalado, no por la mano de Dios, sino por las vñas de vn gato, desdichas anejas a la andante caualleria. Seys dias estuuo sin salir en publico, en vna noche de los628 quales, estando despierto y desuelado, pensando en sus desgracias y en el perseguimiento de Altisidora, sintio que con vna llaue abrian la puerta de su aposento, y luego imaginó que la enamorada donzella venia para sobresaltar su honesti[d]ad y ponerle en condicion de faltar a la fee que guardar deuia a su señora Dulcinea del Toboso.

«No -dixo, creyendo a su imaginacion, y esto, con voz que pudiera ser oyda-; no ha de ser parte la mayor hermosura de la tierra para que yo dexe de adorar la que tengo grauada y estampada en la mitad de mi coraçon, y en lo mas escondido de mis entrañas, ora estes, señora mia, transformada en cebolluda labradora, ora en ninfa del dorado Tajo, texiendo telas de oro y sirgo compuestas629, ora te tenga Merlin o Montesinos donde ellos quisieren; que adondequiera eres mia y adoquiera he sido yo, y he de ser, tuyo.»

  —111→  

El acabar estas razones y el abrir de la puerta fue todo vno. Pusose en pie sobre la cama, embuelto de arriba abaxo en vna colcha de raso amarillo, vna galocha en la cabeça, y el rostro y los vigotes vendados; el rostro, por los aruños, los vigotes, porque no se le desmayassen y cayessen, en el qual trage parecia la mas extraordinaria fantasma que se pudiera pensar. Clavó los ojos en la puerta, y quando esperaua ver entrar por ella a la rendida y lastimada Altisidora, vio entrar a vna reuerendissima dueña con   -fol. 179v-   vnas tocas blancas repulgadas y luengas, tanto, que la cubrian y enmantauan desde los pies a la cabeça. Entre los dedos de la mano yzquierda traia vna media vela encendida, y con la derecha se hazia sombra, porque no le diesse la luz en los ojos, a quien cubrian vnos muy grandes antojos; venia pisando quedito, y mouia los pies blandamente. Mirola don Quixote desde su atalaya, y quando vio su adeliño y notó su silencio, penso que alguna bruja o maga venia en aquel trage a630 hazer en el alguna mala fechuria, y començó a santiguarse con mucha priesa. Fuesse llegando la vision, y quando llegó a la mitad del aposento, alçó los ojos y vio la priessa con que se estaua haziendo cruces don Quixote, y si el quedó medroso en ver tal figura, ella quedó espantada en ver la suya, porque assi como le vio tan alto y tan amarillo, con la colcha y con las vendas que le desfigurauan, dio vna gran voz diziendo:

  —112→  

«Iesus, ¿qué es lo que veo?»

Y con el sobresalto se le cayo la vela de las manos, y, viendose a escuras, boluio las espaldas para yrse, y con el miedo tropeço en sus faldas y dio consigo vna gran cayda.

Don Quixote, temeroso, començo a dezir:

«Conjurote, fantasma, o lo que eres, que me digas quién eres, y que me digas qué es lo que de mi quieres. Si eres alma en pena, dimelo; que yo hare por ti todo quanto mis fuerças alcançaren, porque soy catolico christiano, y amigo de hazer bien a todo631 el mundo; que para esto tomé la orden de la caualleria andante que professo, cuyo exercicio aun hasta hazer bien a las animas de purgatorio se estiende.»

La brumada dueña, que oyo conjurarse, por su temor coligio el de don Quixote, y con voz afligida y baxa le respondio:

«Señor don Quixote, si es que acaso vuessa merced es don Quixote, yo no soy fantasma, ni vision, ni alma de purgatorio, como vuessa merced deue de auer pensado, sino doña Rodriguez, la dueña de honor de mi señora la duquessa, que con vna necessidad, de aquellas que vuessa merced suele remediar, a vuessa merced vengo.»

«Digame, señora   -fol. 180r-   doña Rodriguez», dixo don Quixote; «¿por ventura viene vuessa merced a632 hazer alguna terceria? Porque le hago saber que no soy de prouecho para nadie, merced a la sin par belleza de mi señora Dulcinea   —113→   del Toboso. Digo, en fin, señora doña Rodriguez, que como vuessa merced salue y dexe a vna parte todo recado amoroso, puede boluer a encender su vela, y buelua, y departiremos de todo lo que mas mandare y mas en gusto le viniere, saluando, como digo, todo incitatiuo melindre.»

«¿Yo recado de nadie, señor mio?», respondio la dueña. «Mal me conoce vuessa merced; si, que aun no estoy en edad tan prolongada, que me acoja a semejantes niñerias, pues, Dios loado, mi alma me tengo en las carnes, y todos mis dientes y muelas en la boca, amen de vnos pocos que me han vsurpado vnos catarros, que en esta tierra de Aragon son tan ordinarios; pero espereme vuessa merced vn poco; saldre a encender mi vela, y boluere en vn instante a contar mis cuytas, como a remediador de todas las del mundo.»

Y, sin esperar respuesta, se salio del aposento, donde quedó don Quixote sossegado y pensatiuo esperandola; pero luego le sobreuinieron mil pensamientos acerca de aquella nueua auentura, y pareciale ser mal hecho y peor pensado ponerse en peligro de romper a su señora la fe prometida, y deziase a si mismo:

«¿Quién sabe si el diablo, que es sutil y mañoso, querra engañarme agora con vna dueña, lo que no ha podido con emperatrizes, reynas, duquessas, marquessas ni condessas? Que yo he oydo dezir muchas vezes y a muchos discretos   —114→   que, si el puede, antes os la dara roma que aguileña633; y ¿quién sabe, si esta soledad634, esta ocasion y este silencio despertará mis desseos que duermen, y haran que al cabo de mis años venga a caer donde nunca he tropeçado? Y en casos semejantes, mejor es huyr que esperar la batalla. Pero yo no deuo de estar en mi juyzio, pues tales disparates digo y pienso; que no es possible que vna dueña toquiblanca, larga y antojuna pueda mouer ni leuantar pensamiento   -fol. 180v-   lasciuo- en el mas desalmado pecho del mundo. ¿Por ventura ay dueña en la tierra que, tenga buenas carnes? ¿Por ventura ay dueña en el orbe que dexe de ser impertinente, frunzida y melindrosa? ¡Afuera, pues, caterba dueñesca, inutil para ningun humano regalo! ¡O, quán bien hazia aquella señora de quien se dize que tenia dos dueñas de bulto con sus antojos y almohadillas al cabo de su estrado, como que estauan labrando, y tanto le seruian para la autoridad de la sala aquellas estatuas, como las dueñas verdaderas!»

Y, diziendo esto, se arrojó del lecho con intencion de cerrar la puerta y no dexar entrar a la señora Rodriguez; mas quando la llegó a cerrar, ya la señora Rodriguez boluia, encendida vna vela de cera blanca, y quando ella vio a don Quixote de mas cerca, embuelto en la colcha, con las vendas, galocha o becoquin, temio de nueuo, y, retirandose atras como dos pasos, dixo:

«¿Estamos seguras, señor cauallero? Porque   —115→   no tengo a muy honesta señal auerse vuessa merced leuantado de su lecho.»

«Esso mesmo es bien que yo pregunte, señora», respondio don Quixote, «y, assi, pregunto si estare yo seguro de ser acometido y forçado.»

«¿De quién o a quién pedis, señor cauallero, essa seguridad?», respondio la dueña.

«A vos, y de vos la pido», replicó don Quixote; «porque ni yo soy de marmol, ni vos de bronze, ni aora son las diez del dia, sino media noche, y aun vn poco mas, segun imagino, y, en va estancia mas cerrada y secreta que lo deuio de ser la cueua donde el traydor y atreuido Eneas gozó a la hermosa y piadosa Dido. Pero dadme, señora, la mano; que yo no quiero otra seguridad mayor que la de mi continencia y recato, y la que ofrecen essas reuerendissimas tocas.»

Y, diziendo esto, besó su derecha mano y le assio de la suya, que ella le dio con las mesmas ceremonias.

Aqui haze Cide Hamete vn parentesis, y dize que por Mahoma que diera por ver yr a los dos assi assidos y trauados desde la puerta   -fol. 181r-   al lecho la mejor almalafa de dos que tenia.

Entrose, en fin, don Quixote en su lecho, y quedose doña Rodriguez sentada en vna silla, algo desuiada de la cama, no quitandose los antojos ni la vela. Don Quixote se acorrucó y se cubrio todo, no dexando mas de el rostro descubierto y, auiendose los dos sossegado, el   —116→   primero que rompio el silencio fue don Quixote, diziendo:

«Puede vuessa merced aora, mi señora doña Rodriguez, descoserse y desbuchar todo aquello que tiene dentro de su cuytado coraçon y lastimadas entrañas; que sera de mi escuchada con castos oydos y socorrida con piadosas obras.»

«Assi lo creo yo», respondio la dueña; «que de la gentil y agradable presencia de vuessa merced no se podia esperar sino tan christiana respuesta. Es, pues, el caso, señor don Quixote, que aunque vuessa merced me vee sentada en esta silla y en la mitad del reyno de Aragon, y en habito de dueña aniquilada y assendereada, soy natural de las Asturias de Ouiedo635 y de linage, que atrauiessan por el muchos de los mejores de aquella prouincia. Pero mi corta suerte y el descuydo de mis padres, que empobrecieron antes de tiempo sin saber cómo ni cómo no, me truxeron a la corte, a Madrid, donde, por bien de paz, y por escusar mayores desuenturas, mis padres me acomodaron a seruir de donzella de labor a vna principal señora; y quiero hazer sabidor a vuessa merced que en hazer vaynillas y labor blanca, ninguna me ha echado el pie adelante en toda la vida. Mis padres me dexaron siruiendo y se boluieron a su tierra, y de alli a pocos años se deuieron de yr al cielo, porque eran a demas buenos y catolicos christianos; quedé huerfana y atenida al miserable salario y a las angustiadas merce[de]s   —117→   que a las tales criadas se suele dar en palacio; y, en este tiempo, sin que diesse yo ocasion a ello, se enamoró de mi vn escudero de casa, hombre ya en dias, barbudo y apersonado, y, sobre todo, hidalgo como el rey, porque era montañes636. No tratamos   -fol. 181v-   tan secretamente nuestros amores, que no viniessen a noticia de mi señora, la qual, por escusar dimes y diretes, nos casó en paz y en haz de la santa madre Iglesia catolica romana, de cuyo matrimonio nacio vna hija para rematar con mi ventura, si alguna tenia, no porque yo muriesse del parto, que le tuue derecho y en sazon, sino porque desde alli a poco murio mi esposo de vn cierto espanto que tuuo, que a tener aora lugar para contarle, yo se que vuessa merced se admirara.»

Y, en esto, començo a llorar tiernamente, y dixo:

«Perdoneme vuessa merced, señor don Quixote; que no va mas en mi mano, porque todas las vezes que me acuerdo de mi mal logrado se me arrasan los ojos de lagrimas. ¡Valame Dios, y con qué autoridad lleuaua a mi señora a las ancas de una poderosa mula, negra como el mismo azauache!; que entonces no se vsauan coches ni sillas, como agora dizen que se vsan, y las señoras yuan a las ancas de sus escuderos. Esto, a lo menos, no puedo dexar de contarlo, porque se note la criança y puntualidad de mi buen marido. Al entrar de la calle de Santiago, en Madrid, que es algo estrecha, venia   —118→   a salir por ella vn alcalde de Corte, con dos alguaziles delante, y, assi como mi buen escudero le vio, boluio las riendas a la mula, dando señal de boluer a acompañarle. Mi señora, que yua a las ancas, con voz baxa le dezia: “¿Qué hazeys, desuenturado, no veys que voy aqui?” El alcalde, de comedido, detuuo la rienda al cauallo, y dixole: “Seguid, señor, vuestro camino; que yo soy el que deuo acompañar a mi señora doña Casilda”, que assi era el nombre de mi ama. Todavia porfiaua mi marido con la gorra en la mano, a637 querer yr acompañando al alcalde; viendo lo qual mi señora, llena de colera y enojo, sacó vn alfiler gordo, o creo que vn punzon del estuche, y clauosele por los lomos, de manera, que mi marido dio vna gran voz, y torcio el cuerpo de suerte, que dio con su señora   -fol. 182r-   en el suelo.

»Acudieron dos lacayos suyos a leuantarla, y lo mismo hizo el alcalde y los alguaziles; alborotose la puerta de Guadalajara638, digo la gente valdia que en ella estaua. Vinose a pie mi ama, y mi marido acudio en casa de vn barbero, diziendo que lleuaua passadas de parte a parte las entrañas. Diuulgose la cortesia de mi esposo, tanto, que los muchachos le corrian por las calles, y por esto, y porque el era algun tanto corto de vista, mi señora (la duquessa)639 le despidio, de cuyo pesar, sin duda alguna, tengo para mi que se le causó el mal de la muerte; quedé yo viuda y desamparada y   —119→   con hija acuestas, que yua creciendo en hermosura como la espuma de la mar. Finalmente, como yo tuuiesse fama de gran labrandera, mi señora la duquessa, que estaua rezien casada con el duque mi señor, quiso traerme consigo a este reyno de Aragon, y a mi hija ni mas ni menos, adonde, yendo dias y viniendo dias, crecio mi hija, y con ella todo el donayre del mundo; canta como vna calandria, dança como el pensamiento, bayla como vna perdida, lee y lo escriue como vn maestro de escuela, y cuenta como vn auariento. De su limpieza no digo nada; que el agua que corre no es mas limpia, y deue de tener agora, si mal no me acuerdo, diez y seys años, cinco meses y tres dias, vno mas a menos.

»En resolucion, desta mi muchacha se enamoró vn hijo de vn labrador riquissimo que está en vna aldea del duque mi señor, no muy lexos de aqui; en efecto, no se cómo ni cómo no, ellos se juntaron, y debaxo de la palabra de ser su esposo burló a mi hija y no se la quiere cumplir, y aunque el duque mi señor lo sabe, porque yo me he quexado a el, no vna, sino muchas vezes, y pedidole mande que el tal labrador se case con mi hija, haze orejas de mercader, y apenas quiere oyrme, y es la causa que como el padre del burlador es tan rico, y le   -fol. 182v-   presta dineros y le sale por fiador de sus trampas por momentos, no le quiere descontentar, ni dar pesadumbre en ningun modo. Querria, pues, señor mio, que vuessa merced   —120→   tomasse a cargo el deshazer este agrauio, o ya por ruegos, o, ya por armas, pues segun todo el mundo dize, vuessa merced nacio en el para deshazerlos y para endereçar los tuertos y amparar los miserables; y pongasele a vuessa merced por delante la horfandad de mi hija, su gentileza, su mocedad con todas las buenas artes que he dicho que tiene; que en Dios y en mi conciencia que de quantas donzellas tiene mi señora, que no ay ninguna que llegue a la suela de su çapato, y que vna que llaman Altisidora, que es la que tienen por mas desembuelta y gallarda, puesta en comparacion de mi hija no la llega con dos leguas. Porque quiero que sepa vuessa merced, señor mio, que no es todo oro lo que reluze, porque esta Altisidorilla tiene mas de presuncion que de hermosura, y mas de desembuelta que de recogida, ademas que no está muy sana; que tiene vn cierto aliento cansado, que no ay sufrir el estar junto a ella vn momento, y aun mi señora la duquessa... quiero callar, que se suele dezir que las paredes tienen oydos640

«¿Qué tiene mi señora la duquessa, por vida mia, señora doña Rodriguez?», preguntó don Quixote.

«Con esse conjuro», respondio la dueña, «no puedo dexar de responder a lo que se me pregunta, con toda verdad. ¿Vee vuessa merced, señor don Quixote, la hermosura de mi señora la duquessa, aquella tez de rostro que no parece sino de vna espada acicalada y tersa,   —121→   aquellas dos mexillas de leche y de carmin, que en la vna tiene el sol y en la otra la luna641, y aquella gallardia con que va pisando y aun despreciando el suelo, que no parece sino que va derramando salud donde passa? Pues sepa vuessa merced que lo puede agradecer primero a Dios, y luego a dos fuentes642 que tiene en las dos piernas, por donde se desagua todo el mal humor de quien dizen los medicos   -fol. 183r-   que está llena.»

«¡Santa Maria!» dixo don Quixote; «y ¿es possible que mi señora la duquessa tenga tales desaguaderos? No lo creyera si me lo dixeran frayles descalços; pero pues la señora doña Rodriguez lo dize, deue de ser assi. Pero tales fuentes y en tales lugares no deuen de manar humor, sino ambar liquido. Verdaderamente que aora acabo de creer que esto de hazerse fuentes deue de ser cosa importante para salud643

Apenas acabó644 don Quixote de dezir esta razon, quando con vn gran golpe abrieron las puertas del aposento, y del sobresalto del golpe se le cayó a doña Rodriguez la vela de la mano y quedó la estancia como boca de lobo, como suele dezirse. Luego sintio la pobre dueña que la assian de la garganta con dos manos tan fuertemente, que no la dexauan gañir645, y que otra persona con mucha presteza sin hablar palabra le alçaua las faldas, y con vna al parecer chinela le començo a dar tantos açotes, que era vna compassion; y aunque don   —122→   Quixote se la tenia, no se meneaua del lecho, y no sabia qué podia ser aquello, y estauase quedo y callando, y aun temiendo no viniesse por el la tanda y tunda açotesca. Y no fue vano su temor, porque, en dexando molida a la dueña los callados verdugos -la qual no osaua quexarse-, acudieron a don Quixote, y, desemboluiendole de la sabana y de la colcha, le pellizcaron tan amenudo y tan reziamente, que no pudo dexar de defenderse a puñadas, y todo esto en silencio admirable.

Duró la batalla casi media hora, salieronse las fantasmas, recogio doña Rodriguez sus faldas, y, gimiendo su desgracia, se salio por la puerta afuera, sin dezir palabra a don Quixote, el qual doloroso y pellizcado, confuso y pensatiuo, se quedó solo, donde le dexaremos desseoso de saber quién auia sido el peruerso encantador que tal le auia puesto. Pero ello se dira a su tiempo; que Sancho Pança nos llama, y el buen concierto de la historia lo pide.



  —123→     -fol. 183v-  

ArribaAbajoCapitulo XLIX

De lo que le sucedio a Sancho Pança rondando su insula


Dexamos646 al gran gouernador enojado y mohino con el labrador pintor y socarron, el qual industriado del mayordomo, y el mayordomo del duque, se burlauan de Sancho; pero el se las tenia tiesas a todos, maguera tonto, bronco y rollizo, y dixo a los que con el estauan, y al doctor Pedro Rezio, que como se lo acabó el secreto de la carta del duque auia buelto a entrar en la sala:

«Aora verdaderamente que entiendo que los juezes y gouernadores deuen de ser, o han de ser, de bronze para no sentir las importunidades de los negociantes, que a todas horas y a todos tiempos quieren que los escuchen y despachen, atendiendo solo a su negocio, venga lo que viniere. Y si el pobre del juez no los escucha y despacha, o porque no puede, o porque no es aquel el tiempo diputado para darles audiencia, luego les maldizen y murmuran, y les roen los huesos y aun les deslindan los linages. Negociante necio, negociante mentecato, no te apresures, espera sazon y coyuntura para negociar, no vengas a la hora del comer, ni a la del dormir; que los juezes son de carne y de hueso, y han de dar a la naturaleza lo que naturalmente les pide, si no es yo, que no le doy de comer a la mia, merced   —124→   al señor doctor Pedro Rezio Tirteafuera, que está delante, que quiere que muera de hambre, y afirma que esta muerte es vida, que assi se la de Dios a el y a todos los de su ralea, digo, a la de los malos medicos; que la de los buenos palmas y lauros merecen647

Todos los que conocian a Sancho Pança se admirauan, oyendole hablar tan elegantemente, y no sabian a qué atribuirlo sino a que los oficios y cargos graues, o adouan, o entorpecen los entendimientos. Finalmente, el doctor Pedro Rezio Aguero de Tirteafuera prometio   -fol. 184r-   de darle de cenar aquella noche, aunque excediesse de todos los aforismos de Hipocrates648. Con esto quedó contento el gouernador, y esperaua con grande ansia llegasse la noche y la hora de cenar, y aunque el tiempo, al parecer suyo, se estaua quedo sin mouerse de vn lugar, todavia se llegó por el [el] tanto desseado, donde le dieron de cenar vn salpicon de vaca con cebolla, y vnas manos cozidas de ternera, algo entrada en dias. Entregose en todo con mas gusto que sí le huuieran dado francolines de Milan, faysanes de Roma, ternera de Sorrento, perdizes de Moron, o gansos de Lauajos, y entre la cena, boluiendose al doctor, le dixo:

«Mirad, señor doctor, de aquí adelante no os cureys de darme a comer cosas regaladas ni manjares esquisitos, porque sera sacar a mi estomago de sus quizios, el qual está acostumbrado a cabra, a vaca, a tozino, a cezina, a nabos y a cebollas, y si acaso le dan otros   —125→   manjares de palacio los recibe con melindre, y algunas vezes con asco. Lo que el maestresala puede hazer es traerme estas que llaman ollas podridas, que mientras mas podridas son, mejor huelen, y en ellas puede embaular y encerrar todo lo que el quisiere, como sea de comer, que yo se lo agradecere y se lo pagaré algun dia; y no se burle nadie conmigo, porque o somos, o no somos: viuamos todos y comamos en buena paz compaña649, pues quando Dios amanece, para todos amanece. Yo gouernaré esta insula sin perdonar derecho ni lleuar cohecho, y todo el mundo trayga el ojo alerta y mire por el virote, porque les hago saber que el diablo está en Cantillana650, y que si me dan ocasion, han de ver marauillas. ¡No sino hazeos miel, y comeros han moscas!»

«Por cierto, señor gouernador», dixo el maestresala, «que vuessa merced tiene mucha razon en quanto ha dicho, y que yo ofrezco, en nombre de todos los insulanos desta insula, que han de seruir a vuessa merced con toda puntualidad, amor y beneuolencia, porque el suaue modo de gouernar, que en estos principios vuessa merced ha dado,   -fol. 184v-   no les da lugar de hazer ni de pensar cosa que en deseruicio de vuessa merced redunde.»

«Yo lo creo», respondio Sancho, «y serian ellos vnos necios si otra cosa hiziessen o pensasen; y bueluo a dezir que se tenga cuenta con mi sustento y con el de mi ruzio, que es lo que en este negocio importa y haze mas al   —126→   caso, y, en siendo hora, vamos a rondar; que es mi intencion limpiar esta insula de todo genero de inmundicia, y de gente vagabunda, holgazana651 y mal entretenida; porque quiero que sepais, amigos, que la gente valdia y perezosa es en la republica lo mesmo que los zanganos en las colmenas, que se comen la miel que las trabajadoras abejas hazen. Pienso fauorecer a los labradores, guardar sus preeminencias a los hidalgos, premiar los virtuosos, y, sobre todo, tener respeto a la religion y a la honra de los religiosos. ¿Qué os parece desto, amigos?; ¿digo algo, o quiebrome la cabeça?»

«Dize tanto vuessa merced, señor gouernador», dixo el mayordomo, «que estoy admirado de ver que vn hombre tan sin letras como vuessa merced, que a lo que creo no tiene ninguna, diga tales y tantas cosas llenas de sentencias y de auisos, tan fuera de todo aquello que del ingenio de vuessa merced esperauan los que nos embiaron y los que aqui venimos. Cada dia se veen cosas nueuas en el mundo, las burlas se bueluen en veras, y los burladores se hallan burlados.»

Llegó la noche y cenó el gouernador con licencia del señor doctor Rezio. Adereçaronse de ronda, salio con el mayordomo, secretario y maestresala, y el coronista que tenia cuydado de poner en memoria sus hechos, y alguaziles y escriuanos: tantos, que podian formar vn mediano escuadron. Yua Sancho en medio, con su vara, que no auia mas que ver,   —127→   y pocas calles andadas del lugar, sintieron ruydo de cuchilladas; acudieron alla y hallaron que eran dos solos hombres los que reñian, los quales, viendo venir a la justicia, se estuuieron quedos, y el vno dellos dixo:

«Aqui de   -fol. 185r-   Dios y del rey. ¿Cómo y que se ha de sufrir que roben en poblado en este pueblo, y que salga652 a saltear en el en la mitad de las calles?»

«Sossegaos, hombre de bien», dixo Sancho, «y contadme qué es la causa desta pendencia; que yo soy el gouernador.»

El otro contrario dixo:

«Señor gouernador, yo la dire con toda breuedad. Vuessa merced sabra queste gentilhombre acaba de ganar aora en esta casa de juego que está aqui frontero mas de mil reales, y sabe Dios cómo, y, hallandome yo presente, juzgué mas de vna suerte dudosa en su fauor, contra todo aquello que me dictaua la conciencia; alçose con la ganancia, y quando esperaua que me auia de dar algun escudo, por lo menos653, de barato, como es vso y costumbre darle a los hombres principales como yo, que estamos assistentes para bien y mal passar, y para apoyar sinrazones y euitar pendencias, el embolsó su dinero y se salio de la casa; yo vine despechado tras el, y con buenas y cortesses palabras le he pedido que me diesse siquiera ocho reales, pues sabe que yo soy hombre honrado y que no tengo oficio ni beneficio, porque mis padres no me le enseñaron,   —128→   ni me le dexaron; y el socarron, que no es mas ladron Caco, ni mas fullero654 Andradilla655, no queria darme mas de quatro r[e]ales, porque vea vuessa merced, señor gouernador, ¡qué poca verguença y qué poca conciencia! Pero a fee que si vuessa merced no llegara, que yo le hiziera vomitar la ganancia, y que auia de saber con quántas entraua la romana656

«¿Qué dezis vos a esto?», preguntó Sancho.

Y el otro respondio que era verdad quanto su contrario dezia, y no auia querido darle mas de quatro reales, porque se los daua muchas vezes; y los que esperan barato han de ser comedidos y tomar con rostro alegre lo que les dieren, sin ponerse en cuentas con los gananciosos, si ya no supiessen de cierto que son fulleros y que lo que ganan es mal ganado; y que para señal que el era hombre de bien, y no ladron, como dezia, ninguna auia mayor que el no auerle querido   -fol. 185v-   dar nada; que siempre los fulleros son tributarios de los mirones657, que los conocen.

«Assi es», dixo el mayordomo; «vea vuessa merced, señor gouernador, qué es lo que se ha de hazer destos hombres.»

«Lo que se ha de hazer es esto», respondio Sancho: «vos, ganancioso, bueno o malo, o indiferente, dad luego a este vuestro acuchillador cien reales, y mas aueis de desembolsar treynta para los pobres de la carcel; y vos, que no teneis oficio ni beneficio, y andais de nones   —129→   en esta insula, tornad luego essos cien reales, y mañana en todo el dia salid desta insula desterrado por diez años, so pena, si lo quebrantaredes, los cumplais en la otra vida, colgandoos yo de vna picota, o, a lo menos, el verdugo por mi mandado. Y ninguno me replique, que le assentaré la mano.»

Desembolsó el vno, recibio el otro, este se salio de la insula, y aquel se fue a su casa, y el gouernador quedó diziendo:

«Aora, yo podre poco, o quitaré estas casas de juego; que a mi, se me trasluze que son muy perjudiciales.»

«Esta, a lo menos», dixo vn escriuano, «no la podra vuessa merced quitar, porque la tiene vn gran personage, y mas es, sin comparacion, lo que el pierde al año que lo que saca de los naypes. Contra otros garitos de menor cantia podra vuessa merced mostrar su poder, que son los que mas daño hazen y mas insolencias encubren; que en las casas de los caualleros principales y de los señores no se atreuen los famosos fulleros a vsar de sus tretas, y pues el vicio del juego se ha buelto en exercicio comun, mejor es que se juegue en casas principales que no en la de algun oficial, donde cogen a vn desdichado de media noche abaxo y le desuellan viuo.»

«Agora, escriuano», dixo Sancho, «yo se que ay mucho que dezir en esso.»

Y, en esto, llego un corchete que traia assido a vn moço, y dixo:

  —130→  

«Señor gouernador, este mancebo venia hazia nosotros, y assi como columbró la justicia, boluio las espaldas y començo a correr como vn gamo, señal que deue de ser algun delinquente. Yo parti tras el, y si no fuera porque tropeço, y cayo, no le alcançara jamas.»

  -fol. 186r-  

«¿Porqué huias, hombre?», preguntó Sancho. A lo que el moço respondio:

«Señor, por escusar de responder a las muchas preguntas que las justizias hazen.»

«¿Qué oficio tienes?»

«Texedor.»

«¿Y qué texes?»

«Hierros de lanças658, con licencia buena de vuessa merced.»

«¿Graciosico me soys? ¿De chocarrero os picais? Está bien. Y ¿adónde yuades aora?»

«Señor, a tomar el ayre.»

«Y ¿adónde se toma el ayre en esta insula?»

«Adonde sopla.»

«Bueno: respondeis muy a proposito, discreto soys, mancebo; pero hazed cuenta que yo soy el ayre, y que os soplo en popa, y os encamino a la carcel. Assilde, ola, y lleuadle; que yo hare que duerma alli sin ayre esta noche.»

«¡Par Dios,», dixo el moço, «assi me haga vuessa merced dormir en la carcel como hazerme rey!»

«Pues ¿por qué no te hare yo dormir en la carcel?», respondio Sancho. «¿No tengo yo poder para prenderte y soltarte cada y quando que quisiere?»

  —131→  

«Por mas poder que vuessa merced tenga», dixo el moço, «no sera bastante para hazerme dormir en la carcel.»

«¿Cómo que no?», replicó Sancho; «lleuadle luego donde vera por sus ojos el desengaño, aunque mas el alcayde quiera vsar con el de su interesal659 liberalidad; que yo le pondre pena de dos mil ducados si te dexa salir vn paso de la carcel.»

«Todo esso es cosa de risa», respondio el moço; «el caso es que no me haran dormir en la carcel quantos hoy viuen.»

«Dime, demonio», dixo Sancho, «¿tienes algun angel que te saque y que te quite los grillos que te pienso mandar hechar?»

«Aora, señor gouernador», respondio el moço con muy buen donayre, «estemos a razon y vengamos al punto. Prosuponga vuessa merced que me manda lleuar a la carcel y que en ella me echan grillos y cadenas, y que me meten en vn calaboço, y se le ponen al alcayde graues penas si me dexa salir, y que el lo cumple como se le manda; con todo esto, si yo no quiero dormir, y estarme660 despierto toda la noche sin pegar pestaña, ¿será vuessa merced bastante con todo su poder para hazerme dormir, si yo no quiero?»

«No por cierto», dixo el secretario, «y el hombre ha salido con su intencion.»

«De modo», dixo Sancho, «que no dexareis de dormir por otra cosa que por vuestra voluntad, y no por contrauenir a la mia.»

  —132→  

«No, señor», dixo el   -fol. 186v-   moço, «ni por pienso.»

«Pues, andad con Dios», dixo Sancho, «ydos a dormir a vuestra casa, y Dios os de buen sueño; que yo no quiero quitarosle; pero aconsejoos que de aqui adelante no os burleis con la justicia, porque topareis con alguna que os de con la burla en los cascos.»

Fuesse el moço, y el gouernador prosiguio con su ronda. Y de alli a poco vinieron dos corchetes que traian a vn hombre assido, y dixeron:

«Señor gouernador, este que parece hombre no lo es, sino muger, y no fea, que viene vestida en habito de hombre.»

Llegaronle a los ojos dos o tres lanternas, a cuyas luzes descubrieron vn rostro de vna muger, al parecer, de 16 o pocos mas años; recogidos los cabellos con vna redezilla de oro y seda verde, hermosa661 como mil perlas. Miraronla de arriba abaxo, y vieron que venia con vnas medias de seda encarnada, con ligas de tafetan blanco, y rapacejos de oro y aljofar; los greguescos eran verdes, de tela de oro, y vna saltaembarca662 o rropilla de lo mesmo, suelta, debaxo de la qual traia vn jubon de tela finissima de oro y blanco, y los çapatos eran blancos y de hombre. No traia espada ceñida, sino vna riquissima daga, y en los dedos muchos y muy buenos anillos. Finalmente, la moça parecia bien a todos, y ninguno la conocio de quantos la vieron, y los naturales del lugar dixeron que no podian pensar quién   —133→   fuesse, y los consabidores de las burlas que se auian de hazer a Sancho fueron los que mas se admiraron, porque aquel sucesso y hallazgo no venia ordenado por ellos, y, assi, estauan dudosos, esperando en qué pararia el caso.

Sancho quedó pasmado de la hermosura de la moça y preguntole quién era, adónde yua, y qué ocasion le auia mouido para vestirse en aquel habito. Ella, puestos los ojos en tierra, con honestissima verguença, respondio:

«No puedo, señor, dezir tan en publico lo que tanto me importaua fuera secreto; vna cosa quiero que se entienda: que no soy ladron ni persona facinorosa, sino vna donzella desdichada a quien la fuerça de vnos zelos a hecho romper el decoro que a la honestidad se deue.»

Oyendo esto el mayordomo, dixo a Sancho:

«Haga, señor   -fol. 187r-   gouernador, apartar la gente, porque esta señora con menos empacho pueda dezir lo que quisiere.»

Mandolo assi el gouer[n]ador, apartaronse todos, si no fueron el mayordomo, maestresala y el secretario. Viendose, pues, solos, la donzella prosiguio diziendo:

«Yo, señores, soy hija de Pedro Perez Mazorca, arrendador de las lanas deste lugar, el qual suele muchas vezes yr en casa de mi padre.»

«Esso no lleua camino», dixo el mayordomo, «señora, porque yo conozco muy bien a Pedro Perez, y se que no tiene hijo ninguno, ni varon ni hembra, y mas, que dezis que es vuestro padre,   —134→   y luego añadis que suele yr muchas vezes en casa de vuestro padre.»

«Ya yo auia dado en ello», dixo Sancho.

«Aora, señores, yo estoy turbada, y no se lo que me digo», respondio la donzella; «pero la verdad es que yo soy hija de Diego de la Llana, que todos vuessas mercedes deuen de conocer.»

«Aun esso lleua camino», respondio el mayordomo; «que yo conozco a Diego de la Llana, y se que es vn hidalgo principal y rico, y que tiene vn hijo y vna hija, y que despues que enuiudó no ha auido nadie en todo este663 lugar, que pueda dezir que ha visto el rostro de su hija; que la tiene tan encerrada que no da lugar al sol que la vea, y, con todo esto, la fama dize que es en estremo hermosa.»

«Assi es la verdad», respondio la donzella, «y essa hija soy yo; si la fama miente o no en mi hermosura, ya os aureys, señores, desengañado, pues me aueis visto.»

Y, en esto, començo a llorar tiernamente. Viendo lo qual el secretario, se llegó al oydo del maestresala, y le dixo muy paso:

«Sin duda alguna que a esta pobre donzella le deue de auer sucedido algo de importancia, pues en tal trage y a tales horas, y siendo tan principal, anda fuera de su casa.»

«No ay dudar en esso», respondio el maestresala, «y mas, que essa sospecha la confirman sus lagrimas.»

Sancho la consolo con las mejores razones   —135→   que el supo, y le pidio que sin temor alguno les dixesse lo que le auia sucedido; que todos procurarian   -fol. 187v-   remediarlo con muchas veras, y por todas las vias possibles.

«Es el caso, señores», respondio ella, «que mi padre me ha tenido encerrada diez años ha, que son los mismos que a664 mi madre come la tierra. En casa dizen missa en vn rico oratorio, y yo en todo este tiempo no he visto que665 el sol del cielo de dia, y la luna y las estrellas de noche; ni se qué son calles, plaças ni templos, ni aun hombres, fuera de mi padre y de vn hermano mio, y de Pedro Perez el arrendador, que por entrar de ordinario en mi casa, se me antojó dezir que era mi padre, por no declarar el mio. Este encerramiento y este negarme el salir de casa, siquiera a la iglesia, ha muchos dias y meses que me trae muy desconsolada; quisiera yo ver el mundo, o, a lo menos, el pueblo donde naci, pareciendome que este desseo no yua contra el buen decoro que las donzellas principales deuen guardar a si mesmas. Quando oia dezir que corrian toros y jugauan cañas, y se representauan comedias, preguntaua a mi hermano, que es vn año menor que yo, que me dixesse que cosas eran aquellas, y otras muchas que yo no he visto; el me lo declaraua por los mejores modos que sabia, pero todo era encenderme mas el desseo de verlo. Finalmente, por abreuiar el cuento de mi perdicion, digo que yo rogue y pedi a mi hermano, que nunca tal pidiera ni tal rogara...»

  —136→  

Y tornó a renouar el llanto. El mayordomo le dixo:

«Prosiga vuessa merced, señora, y acabe de dezirnos lo que le ha sucedido; que nos tienen a todos suspensos sus palabras y sus lagrimas.»

«Pocas me quedan por dezir», respondio la donzella, «aunque muchas lagrimas si que llorar, porque los mal colocados desseos no pueden traer consigo otros descuentos que los semejantes.»

Auiase sentado en el alma del maestresala la belleza de la donzella, y llegó otra vez su lanterna para verla de666 nueuo, y pareciole que no eran lagrimas las que lloraua, sino aljofar o rozio de los prados, y aun. las subia de punto, y las llegaua a perlas orientales, y estaua desseando que su desgracia no fuesse tanta como dauan a entender los indicios de su llanto y de sus suspiros.   -fol. 188r-   Desesperauase el gouernador de la tardança que tenia la moça en dilatar su historia, y dixole que acabasse de tenerlos mas suspensos; que era tarde y faltaua mucho que andar del pueblo. Ella entre interrotos sollozos y mal formados suspiros, dixo:

«No es otra mi desgracia ni mi infortunio es otro sino que yo rogue a mi hermano que me vistiesse en habitos de hombre con vno de sus vestidos, y que me sacasse vna noche a ver todo el pueblo quando nuestro padre durmiesse. El, importunado de mis ruegos, condecendio con mi desseo, y, poniendome este vestido, y el, vestiendose de otro mio, que le está como   —137→   nacido, porque el no tiene pelo de barba y no parece sino vna donzella hermosissima, esta noche, deue de auer vna hora, poco mas o menos, nos salimos de casa, y, guiados de nuestro moço y desbaratado discurso, hemos rodeado todo el pueblo, y quando queriamos boluer a casa, vimos venir vn gran tropel de gente, y mi hermano me dixo: “Hermana, esta deue de ser la ronda; aligera los pies y pon alas en ellos, y vente tras mi corriendo, porque no nos conozcan; que nos sera mal contado.” Y, diziendo esto, boluio las espaldas y començo, no digo a correr, sino a bolar; yo, a667 menos de seys pasos, cai con el sobresalto, y entonces llegó el ministro de la justicia que me truxo ante vuessas mercedes, adonde por mala y antojadiza me veo auergonçada ante tanta668 gente.»

«En efecto, señora», dixo Sancho, «¿no os ha sucedido otro desman alguno, ni zelos, como vos al principio de vuestro cuento dixistes, no os sacaron de vuestra casa?»

«No me ha sucedido nada, ni me sacaron zelos, sino solo el desseo de ver mundo, que no se estendia a mas que a ver las calles de este lugar.»

Y acabó de confirmar ser verdad lo que la donzella dezia llegar los corchetes con su hermano preso, a quien alcançó vno dellos, quando se huyó de su hermana; no traia sino vn faldellin rico y vna mantellina de damasco azul con pasamanos de oro fino, la cabeça sin toca   —138→   ni con otra cosa adornada que sus mesmos cabellos,   -fol. 188v-   que eran sortijas de oro, segun eran rubios y enrizados. Apartaronse con [el] el gouernador, mayordomo y maestresala, y sin que lo oyesse su hermana, le preguntaron cómo venia en aquel trage, y el, con no menos verguença y empacho conto lo mesmo que su hermana auia contado, de que recibio gran gusto el enamorado maestresala; pero el gouernador les dixo:

«Por cierto, señores, que esta ha sido vna gran rapazeria, y para contar esta necedad y atreuimiento no eran menester tantas largas ni tantas lagrimas y suspiros; que con dezir: “Somos fulano y fulana, que nos salimos a espaciar de casa de nuestros padres con esta intencion, solo por curiosidad, sin otro designio alguno”, se acabara el cuento, y no gemidicos, y lloramicos, y darle669

«Assi es la verdad», respondio la donzella; «pero sepan vuessas mercedes que la turbacion que he tenido ha sido tanta, que no me ha dexado guardar el termino que deuia.»

«No se ha perdido nada», respondio Sancho: «vamos, y dexaremos a vuessas mercedes en casa de su padre; quiça no los aura echado menos. Y de aqui adelante no se muestren tan niños, ni tan desseosos de ver mundo; que la donzella honrada, la pierna quebrada, y en casa; y la muger y la gallina, por andar se pierden ayna; y la que es desseosa de ver, tambien tiene desseo de ser vista. No digo mas.»

  —139→  

El mancebo agradecio al gouernador la merced que queria hazerles de boluerlos a su casa, y, assi, se encaminaron hacia ella, que no estaua muy lexos de alli. Llegaron, pues, y, tirando el hermano vna china a vna rexa, al momento baxó vna criada que los estaua esperando y les abrio la puerta, y ellos se entraron, dexando a todos admirados, assi de su gentileza y hermosura, como del desseo que tenian de ver mundo de noche, y sin salir del lugar; pero todo lo atribuyeron a su poca edad.

Quedó el maestresala traspassado su coraçon, y propuso de luego otro dia pedirsela por muger a su padre, teniendo por cierto que no se la negaria, por ser el   -fol. 189r-   criado del duque, y aun a Sancho le vinieron desseos y barruntos de casar al moço con Sanchica su hija, y determinó de ponerlo en platica a su tiempo, dandose a entender que a vna hija de vn gouernador ningun marido se le podia negar. Con esto se acabó la ronda de aquella noche, y de alli a dos dias el gouierno, con que se destroncaron y borraron todos sus designios, como se vera adelante.



  —140→  

ArribaAbajoCapitulo L

Donde se declara quien fueron los encantadores y verdugos que açotaron a la dueña y pellizcaron y arañaron a don Quixote, con el sucesso que tuuo el page que lleuó la carta a Teresa Sancha, muger de Sancho Pança


Dize Cide Hamete, puntualissimo escudriñador de los atomos desta verdadera670 historia, que al tiempo que doña Rodriguez salio de su aposento para yr a la estancia de don Quixote, otra dueña que con ella dormia lo sintio, y que como todas las dueñas son amigas de saber, entender y oler, se fue tras ella con tanto silencio, que la buena Rodriguez no lo echó de ver, y, assi como la dueña la vio entrar en la estancia de don Quixote, por que no faltasse en ella la general costumbre que todas las dueñas tienen de ser chismosas, al momento lo fue a poner en pico a su señora la duquessa, de como doña Rodriguez quedaua en el aposento de don Quixote; la duquessa se lo dixo al duque y le pidio licencia para que ella y Altisidora viniessen a ver lo que aquella dueña queria con don Quixote. El duque se la dio, y las dos, con gran tiento y sossiego, paso ante paso, llegaron a ponerse junto a la puerta del aposento, y tan cerca, que oian todo lo que dentro hablauan, y quando oyo la duquessa que Rodriguez auia   -fol. 189v-   echado en la calle el aranxuez de sus fuentes, no lo pudo sufrir, ni menos Altisidora,   —141→   y, assi, llenas de colera, y desseosas de vengança, entraron de golpe en el aposento, y acreuillaron a don Quixote, y vapularon a la dueña del modo que queda contado; porque las afrentas que van derechas contra la hermosura y presuncion de las mugeres, despierta en ellas en gran manera la ira, y enciende671 el desseo de vengarse. Conto la duquessa al duque lo que le auia passado, de lo que se holgo mucho; y la duquessa, prosiguiendo con su intencion de burlarse y recibir passatiempo con don Quixote, despachó al page que auia hecho la figura de Dulcinea en el concierto de su desencanto -que tenia bien oluidado Sancho Pança con la ocupacion de su gouierno-, a Teresa Pança su muger, con la carta de su marido, y con otra suya, y con vna gran sarta de corales ricos presentados.

Dize, pues, la historia, que el page era muy discreto y agudo, y, con desseo de seruir a sus señores, partio de muy buena gana al lugar de Sancho, y, antes de entrar en el, vio en vn arroyo estar lauando cantidad de mugeres, a quien preguntó si le sabrian dezir si en aquel lugar viuia vna muger llamada Teresa Pança, muger de vn cierto Sancho Pança, escudero de vn cauallero llamado don Quixote de la Mancha, a cuya pregunta se leuantó en pie vna moçuela que estaua lauando, y dixo:

«Essa Teresa Pança es mi madre, y esse tal Sancho mi señor padre, y el tal cauallero nuestro amo.»

  —142→  

«Pues venid, donzella», dixo el page, «y mostradme a vuestra madre, porque le traygo vna carta y vn presente del tal vuestro padre.»

«Esso hare yo de muy buena gana, señor mio», respondio la moça, que mostraua ser de edad de catorze años, poco mas a menos; y, dexando la ropa que lauaua a otra compañera, sin tocarse ni calçarse, que estaua en piernas y desgreñada, saltó delante de la caualgadura del page, y dixo:

«Venga vuessa merced; que a la entrada del pueblo está nuestra casa, y   -fol. 190r-   mi madre en ella, con harta pena por no auer sabido muchos dias ha de mi señor padre.»

«Pues yo se las lleuo tan buenas», dixo el page, «que tiene que dar bien gracias a Dios por ellas.»

Finalmente, saltando, corriendo y brincando llegó al pueblo la muchacha, y, antes de entrar en su casa, dixo a vozes desde la puerta:

«Salga, madre Teresa, salga, salga; que viene aqui vn señor que trae cartas y otras cosas de mi buen padre.»

A cuyas vozes salio Teresa Pança su madre, hilando vn copo de estopa, con vna saya parda. Parecia, segun era de corta, que se la auian cortado por vergonçoso lugar; con vn corpezuelo assimismo pardo, y vna camisa de pechos. No era muy vieja, aunque mostraua passar de los quarenta; pero fuerte, tiessa, nerbuda y auellanada, la qual, viendo a su hija, y al page a cauallo, le dixo:

  —143→  

«¿Qué es esto, niña, qué señor es este?»

«Es vn seruidor de mi señora doña Teresa Pança», respondio el page; y, diziendo y haziendo, se arrojó del cauallo, y se fue con mucha humildad a poner de hinojos ante la señora Teresa, diziendo:

«Deme vuessa merced sus manos, mi señora doña Teresa, bien assi como muger legitima y particular del señor don Sancho Pança, gouernador propio de la insula Barataria.»

«Ay, señor mio, quitese de ai, no haga esso», respondio Teresa; «que yo no soy nada palaciega, sino vna pobre labradora, hija de vn estripaterrones672 y muger de vn escudero andante, y no de gouernador alguno.»

«Vuessa merced», respondio el page, «es muger dignissima de vn gouernador archidignissimo, y para prueua desta verdad reciba vuessa merced esta carta y este presente.»

Y sacó al instante de la faldriquera vna sarta de corales con estremos de oro, y se la echó al cuello, y dixo:

«Esta carta es del señor gouernador, y otra que traygo y estos corales son de mi señora la duquessa que a vuessa merced me embia.»

Quedó pasmada Teresa, y su hija ni mas ni menos, y la muchacha dixo:

«Que me maten si no anda por aqui nuestro señor amo don Quixote, que deue de auer dado a padre el gouierno o condado   -fol. 190v-   que tantas vezes le auia prometido.»

«Assi es la verdad», respondio el page; «que   —144→   por respeto del señor don Quixote es aora el señor Sancho gouernador de la insula Barataria, como se vera por esta carta.»

«Leamela vuessa merced, señor gentilhombre», dixo Teresa, «porque aunque yo se hilar, no se leer migaja.»

«Ni yo tampoco», añadio Sanchica; «pero esperenme aqui; que yo yre a llamar quien la lea, ora sea el cura mesmo, o el bachiller Sanson Carrasco, que vendran de muy buena gana por saber nueuas de mi padre.»

«No ay para que se llame a nadie; que yo no se hilar, pero se leer y la leere.»

Y, assi, se la leyo toda, que por quedar ya referida no si pone aqui, y luego sacó otra de la duquessa, que dezia desta manera:

«Amiga Teresa: las buenas partes de la bondad y del ingenio de vuestro marido Sancho me mouieron y obligaron a pedir a mi marido el duque le diesse vn gouierno de vna insula, de muchas que tiene. Tengo noticia que gouierna como vn girifalte, de lo que yo estoy muy contenta y el duque mi señor por el consiguiente, por lo que doy muchas gracias al cielo de no auerme engañado en auerle escogido para el tal gouierno; porque quiero que sepa la señora Teresa que con dificultad se halla vn buen gouernador en el mundo, y tal me haga a mi Dios como Sancho gouierna. Ai le embio, querida mia, vna sarta de corales con estremos de oro; yo me holgara que fuera de perlas orientales; pero quien te da el hueso673, no   —145→   te querria ver muerta; tiempo vendra en que nos conozcamos y nos comuniquemos, y Dios sabe lo que sera. Encomiendeme a Sanchica, su hija, y digale de mi parte que se apareje; que la tengo de casar altamente quando menos lo piense. Dizenme que en esse lugar ay bellotas gordas; embieme hasta dos dozenas, que las estimaré en mucho por ser de su mano, y escriuame largo, auisandome de su salud y de su bienestar, y si huuiere menester alguna cosa, no tiene que hazer mas que boquear;   -fol. 191r-   que su boca sera medida. Y Dios me la guarde. Deste lugar. Su amiga que bien la quiere,

La Duquessa

«¡Ay!», dixo Teresa, en oyendo la carta, «y ¡qué buena y qué llana y qué humilde señora! Con estas tales señoras me entierren a mi, y no las hidalgas que en este pueblo se vsan, que piensan que por ser hidalgas no las ha de tocar el viento, y van a la iglesia con tanta fantasia, como si fuessen las mesmas reynas, que no parece sino que tienen a deshonra el mirar a vna labradora. Y veis aqui donde esta buena señora, con ser duquessa, me llama amiga, y me trata como si fuera su ygual; que ygual la vea yo con el mas alto campanario que ay en la Mancha. Y en lo que toca a las bellotas, señor mio, yo le embiaré a su señoria vn celemin, que por gordas las pueden venir a ver a la mira y a la marauilla. Y por aora, Sanchica,   —146→   atiende a que se regale este señor; pon en orden este cauallo, y saca de la caualleriza gueuos, y corta tozino adunia674, y demosle de comer como a vn principe; que las buenas nueuas que nos ha traydo y la buena cara que el tiene lo merece todo, y, en tanto, saldre yo a dar a mis vezinas las nueuas de nuestro contento, y al padre cura, y a maesse Nicolas el barbero, que tan amigos son y han sido de tu padre.»

«Si hare, madre», respondio Sanchica; «pero mire que me ha de dar la mitad dessa sarta; que no tengo yo por tan boba a mi señora la duquessa, que se la auia de embiar a ella toda.»

«Todo es para ti, hija»675, respondio Teresa; «pero dexamela traer algunos dias al cuello, que verdaderamente parece que me alegra el coraçon.»

«Tambien se alegrarán», dixo el page, «quando vean el lio que viene en este portamanteo, que es vn vestido de paño finissimo que el gouernador solo vn dia lleuó a caça, el qual todo le embia para la señora Sanchica.»

«Que me   -fol. 191v-   viua el mil años», respondio Sanchica, «y el que lo trae, ni mas ni menos, y aun dos mil, si fuere necessidad.»

Saliose en esto Teresa fuera de casa, con las cartas, y con la sarta al cuello, y yua tañendo en las cartas como si fuera en vn pandero, y, encontrandose acaso con el cura y Sanson Carrasco, començo a baylar, y a dezir:

«¡A fee que agora que no ay pariente pobre! ¡Gouiernito tenemos! ¡No sino tomese676 conmigo   —147→   la mas pintada hidalga; que yo la pondre como nueua!»

«¿Qué es esto, Teresa Pança, qué locuras son estas y qué papeles son essos?»

«No es otra la locura, sino que estas son cartas de duquessas y de gouernadores, y estos que traygo al cuello son corales finos, las auemarias y los padres nuestros son de oro de martillo, y yo soy gouernadora.»

«De Dios en ayusso no os entendemos, Teresa, ni sabemos lo que os dezis.»

«Ai lo podran ver ellos», respondio Teresa.

Y dioles las cartas. Leyolas el cura de modo que las oyo Sanson Carrasco, y Sanson y el cura se miraron el vno al otro como admirados de lo que auian leydo. Y preguntó el bachiller quién auia traydo aquellas cartas; respondio Teresa que se viniessen con ella a su casa y verian el mensagero, que era vn mancebo como vn pino de oro, y que le traia otro presente que valia mas de tanto677. Quitole el cura los corales del cuello y mirolos, y remirolos, y, certificandose que eran finos, tornó a admirarse de nueuo, y dixo:

«Por el habito que tengo, que no se qué me diga ni qué me piense de estas cartas y destos presentes; por vna parte veo y toco la fineza de estos corales, y por otra leo que vna duquessa embia a pedir dos dozenas de bellotas.»

«Adereçame essas medidas», dixo entonces Carrasco. «Agora bien, vamos a ver al portador   —148→   deste pliego; que del nos informaremos de las dificultades que se nos ofrecen».

Hizieronlo assi, y boluiose Teresa con ellos; hallaron al page criuando vn poco de ceuada para   -fol. 192r-   su caualgadura, y a Sanchica cortando vn torrezno para empedrarle con gueuos678 y dar de comer al page, cuya presencia y buen adorno contentó mucho a los dos, y despues de auerle saludado cortesmente, y el a ellos, le preguntó Sanson les dixesse nueuas assi de don Quixote, como de Sancho Pança; que puesto que auian leydo las cartas de Sancho y de la señora duquessa, todavia estauan confusos y no acabauan de atinar qué seria aquello del gouierno de Sancho, y mas de vna insula, siendo todas o las mas que ay en el mar Mediterraneo de su magestad.

A lo, que el page respondio:

«De que el señor Sancho Pança sea gouernador no ay que dudar en ello; de que sea insula, o no, la que gouierna, en esso no me entremeto; pero basta que sea vn lugar de mas de mil vezinos, y en quanto a lo de las bellotas, digo que mi señora la duquessa es tan llana y tan humilde -que no dezia él embiar679 a pedir bellotas a vna labradora; pero que le acontecia embiar a pedir vn peyne prestado a vna vezina suya-. Porque quiero que sepan vuessas mercedes que las señoras de Aragon, aunque son tan principales, no son tan puntuosas y leuantadas como las señoras castellanas; con mas llaneza tratan con las gentes.»

  —149→  

Estando en la mitad destas platicas saltó680 Sanchica con vn halda de gueuos, y preguntó al page:

«Digame, señor, ¿mi señor padre trae por ventura calças atacadas despues que es gouernador?»

«No he mirado en ello», respondio el page, «pero si deue de traer.»

«¡Ay Dios mio», replicó Sanchica, «y que sera de ver a mi padre con pedorreras! ¿No es lo bueno sino que desde que naci tengo desseo de ver a mi padre con calças atacadas?»

«Como con essas cosas le vera vuessa merced si viue», respondio el page. «Par Dios, terminos lleua de caminar con papahigo681, con solos dos meses que le dure el gouierno.»

Bien echaron de ver el cura y el bachiller que el page hablaua socarronamente; pero la fineza de los corales y el vestido de caça que Sancho embiaua lo deshazia   -fol. 192v-   todo; que ya Teresa les auia mostrado el vestido, y no dexaron de reyrse del desseo de Sanchica, y mas, quando Teresa dixo:

«Señor cura, eche cata por ai si ay alguien que vaya a Madrid o a Toledo, para que me compre un verdugado redondo, hecho y derecho, y sea al vso y de los mejores que huuiere; que en verdad en verdad que tengo de honrar el gouierno de mi marido en quanto yo pudiere, y aun que si me enojo, me tengo de yr a essa corte, y echar vn coche como todas; que   —150→   la que tiene marido gouernador muy bien le puede traer y sustentar.»

«Y ¡cómo, madre!», dixo Sanchica. «Pluguiesse a Dios que fuesse antes oy que mañana, aunque dixessen los que me viessen yr sentada con mi señora madre en aquel coche: “¡Mirad la tal por qual, hija del harto de ajos, y cómo va sentada y tendida en el coche, como si fuera vna papesa!” Pero pisen ellos los lodos y andeme yo en mi coche, leuantado[s]682 los pies del suelo. ¡Mal año y mal mes para quantos murmuradores ay en el mundo; y andeme yo caliente, y riase la gente! ¿Digo bien, madre mia?»

«Y ¡cómo que dizes bien, hija!», respondio Teresa; «y todas estas venturas, y aun mayores, me las tiene profetizadas mi buen Sancho, y verás tu, hija, como no para hasta hazerme condessa; que todo es començar a ser venturosas, y como yo he oydo dezir muchas vezes a tu buen padre, que assi como lo es tuyo, lo es de los refranes, quando te dieren la vaquilla, corre con soguilla; quando te dieren un gouierno, cogele; quando te dieren un condado, agarrale, y quando te hizieren tus, tus, con alguna buena dadiua, embasala. ¡No sino dormios, y no respondais a las venturas y buenas dichas que estan llamando a la puerta de vuestra casa!»

«Y ¿qué se me da a mi», añadio Sanchica, «que diga el que quisiere quando me vea entonada y fantasiosa: “Viose el perro en bragas de cerro...”, y lo demas683

  —151→  

Oyendo lo qual el cura, dixo:

«Yo no puedo creer sino que todos los deste linage de los Panças nacieron cada vno con vn costal de refranes en el cuerpo;   -fol. 193r-   ninguno dellos he visto, que no los derrame a todas horas y en todas las platicas que tienen.»

«Assi es la verdad», dixo el page; «que el señor gouernador Sancho a cada paso los dize; y aunque muchos no vienen a proposito, todauia dan gusto, y mi señora la duquessa y el duque los celebran mucho.»

«¿Que todauia se afirma vuessa merced, señor mio», dixo el bachiller, «ser verdad esto del gouierno de Sancho, y de que ay duquessa en el mundo que le embie presentes y le escriua? Porque nosotros, aunque tocamos los presentes y hemos leydo las cartas no lo creemos, y pensamos que esta es vna de las cosas de don Quixote nuestro compatrioto, que todas piensa que son hechas por encantamento; y, assi, estoy por dezir que quiero tocar y palpar a vuessa merced, por ver si es embaxador fantastico, o hombre de carne y huesso.»

«Señores, yo no se mas de mi», respondio el page, «sino que soy embaxador verdadero, y que el señor Sancho Pança es gouernador efectivo; y que mis señores duque y duquessa pueden dar, y han dado, el tal gobierno; y que he oydo dezir que en el se porta valentissimamente el tal Sancho Pança. Si en esto ay encantamento o no, vuessas mercedes lo disputen alla entre ellos; que yo no se otra cosa para   —152→   el juramento que hago, que es por vida de mis padres684; que los tengo viuos y los amo y los quiero mucho.»

«Bien podra ello ser assi», replicó el bachiller; «pero dubitat Augustinus685

«Dude quien dudare», respondio el page; «la verdad es la que he dicho, y esta686 que ha de andar siempre sobre la mentira como el azeyte sobre el agua; y si no, operibus credite, & non verbis687: vengase alguno de vuessas mercedes conmigo, y veran con los ojos lo que no creen por los oydos.»

«Essa yda a mi toca», dixo Sanchica; «lleueme vuessa merced, señor, a las hancas de su rozin; que yo yre de muy buena gana a ver a mi señor padre.»

«Las hijas de los gouernadores no han de yr solas por los caminos, sino acompañadas de carroças y literas, y de gran numero de siruientes.»

«Par Dios»,   -fol. 193v-   respondio Sancha, «tambien688 me vaya yo sobre vna pollina como sobre vn coche. ¡Hallado la aueis la melindrosa!»

«Calla, mochacha», dixo Teressa, «que no sabes lo que te dizes; y este señor está en lo cierto; que tal el tiempo, tal el tiento: quando Sancho, Sancha, y quando gouernador, señora, y no se si diga689 algo.»

«Mas dize la señora Teressa de lo que piensa», dixo el page; «y denme de comer y despachenme luego, porque pienso boluerme esta tarde.»

  —153→  

A lo que dixo el cura:

«Vuessa merced se vendra a hazer penitencia conmigo; que la señora Teressa mas tiene voluntad que alhajas para seruir a tan buen huesped.»

Reusolo el page; pero, en efecto, lo huuo de conceder por su mejora; y el cura le lleuó consigo de buena gana por tener lugar de preguntarle de espacio por don Quixote y sus hazañas. El bachiller se ofrecio de escriuir las cartas a Teressa, de la respuesta; pero ella no quiso que el bachiller se metiesse en sus cosas; que le tenia por algo burlon. Y, assi, dio vn bollo y dos hueuos a vn monazillo, que, sabia escriuir, el qual le escriuio dos cartas, vna para su marido, y otra para la duquessa, notadas de su mismo caletre, que no son las peores que en esta grande historia se ponen, como se vera adelante.