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ArribaAbajoCapitulo LXII

Que trata de la auentura de la cabeça encantada, con otras niñerias que no pueden dexar de contarse


Don Antonio Moreno se llamaua el huesped de don Quixote, cauallero rico y discreto, y amigo de holgarse a lo honesto y afable. El qual, viendo en su casa a don Quixote, andaua buscando modos como, sin su perjuyzio, sacasse a plaça sus locuras. Porque no son burlas las que duelen, ni ay passatiempos que valgan si son con daño de tercero. Lo primero que hizo fue hazer dessarmar a don Quixote y sacarle a vistas con aquel su estrecho y acamuzado vestido -como ya822 otras vezes le hemos descrito y pintado -a vn valcon que salia a vna calle de las mas principales de la ciudad, a vista de las gentes y de los muchachos que como a mona le mirauan. Corrieron de nueuo delante del los de las libreas, como si para el solo, no para alegrar aquel festiuo dia, se las huuieran puesto. Y Sancho estaua contentissimo, por parecerle que se auia hallado, sin saber cómo ni cómo no, otras bodas de Camacho, otra casa como la de don Diego de Miranda y otro castillo como el del duque.

Comieron aquel dia con don Antonio algunos de sus amigos, honrando todos y tratando a don Quixote como a cauallero andante, de lo qual, hueco y pomposo, no cabia en si de contento.   —280→   Los donayres de Sancho fueron tantos, que de su boca andauan como colgados todos los criados de casa y todos quantos le oian. Estando a la messa, dixo don Antonio a Sancho:

«Aca tenemos noticia, buen Sancho, que sois tan amigo de manjar blanco y de albondiguillas823, que si os sobran, las guardais en el seno para el otro dia.»

  -fol. 237v-  

«No, señor, no es assi», respondio Sancho, «porque tengo mas de limpio que de goloso, y mi señor don Quixote, que está delante, sabe bien que con vn puño de bellotas o de nueces nos solemos passar entrambos ocho dias. Verdad es que si tal vez me sucede que me den la vaquilla, corro con la soguilla; quiero dezir, que como lo que me dan, y vso de los tiempos como los hallo; y quienquiera que huuiere dicho que yo soy comedor auentajado y no limpio, tengase por dicho que no acierta; y de otra manera dixera esto, si no mirara a las barbas honradas que estan a la mesa.»

«Por cierto», dixo don Quixote, «que la parsimonia y limpieza con que Sancho come se puede escriuir y grauar en laminas de bronce, para que quede en memoria eterna en los siglos venideros; verdad es que quando el tiene hambre parece algo tragon, porque come apriessa y masca a dos carrillos. Pero la limpieça siempre la tiene en su punto, y en el tiempo que fue gouernador aprendio a comer a lo melindroso, tanto, que comia con tenedor las vuas, y aun los granos de la granada.»

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«¿Cómo?», dixo don Antonio; «¿gouernador ha sido Sancho?»

«Si», respondio Sancho, «y de vna insula llamada la Barataria; diez dias la gouerne a pedir de boca; en ellos perdi el sossiego y aprendi a despreciar todos los gouiernos del mundo; sali huyendo della, cai en vna cueua donde me tuue por muerto, de la qual sali viuo por m[i]lagro.»

Conto don Quixote por menudo todo el sucesso del gouierno de Sancho, con que dio gran gusto a los oyentes. Leuantados los manteles, y tomando don Antonio por la mano a don Quixote, se entró con el en vn apartado aposento, en el cual no auia otra cosa de adorno que vna mesa, al parecer, de jaspe, que sobre vn pie de lo mesmo se sostenia, sobre la qual estaua puesta al modo de las cabeças de los emperadores romanos, de los pechos arriba, vna que semejaua ser de bronce. Passeose don Antonio con don Quixote por todo el aposento, rodeando muchas   -fol. 238r-   vezes la mesa, despues de lo qual dixo:

«Agora, señor don Quixote, que estoy enterado que no nos oye y escucha alguno, y está cerrada la puerta, quiero contar a vuessa merced vna de las mas raras auenturas, o, por mejor dezir, nouedades que imaginarse pueden, con condicion que lo que a vuessa merced dixere lo ha de depositar en los vltimos retretes del secreto.»

«Assi lo juro», respondio don Quixote, «y   —282→   aun le echaré vna losa encima para mas seguridad; porque quiero que sepa vuessa merced, señor don Antonio -que ya sabia su nombre-, que está hablando con quien, aunque tiene oydos para oyr, no tiene lengua para hablar; assi que con seguridad puede vuessa merced trasladar lo que tiene en su pecho en el mio y hazer cuenta que lo ha arrojado en los abismos del silencio.»

«En fee de essa promessa», respondio don Antonio, «quiero poner a vuessa merced en admiracion con lo que viere y oyere, y darme a mi algun aliuio de la pena que me causa no tener con quien comunicar mis secretos, que no son para fiarse de todos.»

Suspenso estaua don Quixote, esperando en qué auian de parar tantas preuenciones. En esto, tomandole la mano don Antonio, se la passeó por la cabeça de bronce, y por toda la mesa, y por el pie de jaspe sobre que se sostenia, y luego dixo:

«Esta cabeça, señor don Quixote, ha sido hecha y fabricada por vno de los mayores encantadores y hechizeros824 que ha tenido el mundo, que creo era polaco de nacion y discipulo del famoso Escotillo825, de quien tantas marauillas se quentan, el qual estuuo aqui en mi casa, y por precio de mil escudos que le di labró esta cabeça que tiene propiedad y virtud de responder a quantas cosas al oydo le preguntaren. Guardó rumbos, pintó caracteres, obseruó astros, miró puntos, y,   —283→   finalmente, la sacó con la perfecion que veremos mañana; porque los viernes está muda, y oy, que lo es, nos ha de hazer esperar hasta mañana. En este tiempo podra vuessa merced reuenirse de lo que querra preguntar; que por esperiencia se que dize verdad en quanto responde.»

Admirado quedó don Quixote de la   -fol. 238v-   virtud y propiedad de la cabeça, y estuuo por no creer a don Antonio. Pero por ver quán poco tiempo auia para hazer la experiencia, no quiso dezirle otra cosa sino que le agradecia el auerle descubierto tan gran secreto. Salieron del aposento, cerro la puerta don Antonio con llaue y fueronse a la sala donde los demas caualleros estauan.

En este tiempo les auia contado Sancho muchas de las auenturas y sucessos que a su amo auian acontecido. Aquella tarde sacaron a passear a don Quixote, no armado, sino de rua, vestido vn balandran de paño leonado, que pudiera hazer sudar en aquel tiempo al mismo yelo. Ordenaron con sus criados que entretuuiessen a Sancho, de modo, que no le dexassen salir de casa. Yua don Quixote, no sobre Rozinante, sino sobre un gran macho de paso llano y muy bien adereçado. Pusieronle el balandran, y en las espaldas, sin que lo viesse, le cosieron vn pargamino donde le escriuieron con letras grandes: Este es don Quixote de la Mancha. En començando el passeo, lleuaua el retulo los ojos de quantos venian a   —284→   verle, y como leian: Este es don Quixote de la Mancha, admirauase don Quixote de ver que quantos le mirauan le nombrauan y conocian; y, boluiendose a don Antonio, que yua a su lado, le dixo:

«Grande es la prerrogatiua que encierra en si la andante caualleria, pues haze conocido y famoso al que la professa por todos los terminos de la tierra. Si no, mire vuessa merced, señor don Antonio, que hasta los muchachos desta ciudad, sin nunca auerme visto, me conocen.»

«Assi es, señor don Quixote», respondio don Antonio; «que assi como el fuego no puede estar escondido y encerrado, la virtud no puede dexar de ser conocida, y la que se alcança por la profession de las armas resplandece y campea sobre todas las otras.»

Acaecio, pues, que yendo don Quixote con el aplauso que se ha dicho, vn castellano que leio el retulo de las espaldas, alçó la voz, diziendo:

«¡Valgate el diablo por don Quixote   -fol. 239r-   de la Mancha! ¿Cómo que hasta aqui has llegado sin auerte muerto los infinitos palos que tienes acuestas? Tu eres loco, y si lo fueras a solas y dentro de las puertas de tu locura, fuera menos mal; pero tienes propiedad de boluer locos y mentecatos a quantos te tratan y comunican; si no, mirenlo por estos señores que te acompañan. Bueluete, mentecato, a tu casa, y mira por tu hazienda, por tu muger y tus hijos, y   —285→   dexate destas vaziedades que te carcomen el sesso y te desnatan el entendimiento.»

«Hermano», dixo don Antonio, «seguid vuestro camino y no deis consejos a quien no os los pide; el señor don Quixote de la Mancha es muy cuerdo y nosotros, que le acompañamos, no somos necios; la virtud se ha de honrar dondequiera que se hallare, y andad enhoramala, y no os metais donde no os llaman.»

«Pardiez, vuessa merced tiene razon», respondio el castellano; «que aconsejar a este buen hombre es dar coces contra el aguijon; pero, con todo esso, me da muy gran lastima que el buen ingenio que dizen que tiene en todas las cosas este mentecato, se le dessague por la canal de su andante caualleria; y la enhoramala que vuessa merced dixo sea para mi y para todos mis descendientes si de oy mas, aunque viuiesse mas años que Matusalen, diere consejo a nadie, aunque me lo pida.»

Apartose el consejero, siguio adelante el passeo; pero fue tanta la priessa826 que los muchachos y toda la gente tenia leyendo el retulo, que se le huuo de quitar don Antonio, como que le quitaua otra cosa. Llegó la noche, boluieronse a casa, huuo sarao de damas, porque la muger de don Antonio, que era vna señora principal y alegre, hermosa y discreta, combidó a otras sus amigas a que viniessen a honrar a su huesped y a gustar de sus nunca vistas locuras. Vinieron algunas, cenose esplendidamente   —286→   y començose el   -fol. 239v-   sarao casi a las diez de la noche. Entre las damas auia dos de gusto picaro, y burlonas, y con ser muy honestas, eran algo descompuestas, por dar lugar que las burlas alegrassen sin enfado. Estas dieron tanta priessa en sacar a dançar a don Quixote, que le molieron, no solo el cuerpo, pero el anima; era cosa de ver la figura de don Quixote, largo, tendido, flaco, amarillo, estrecho en el vestido, dessayrado, y, sobre todo, no nada ligero. Requebrauanle como a hurto las damiselas, y el, también como a hurto, las desdeñaua; pero viendose apretar de requiebros, alçó la voz, y dixo:

«Fugite, partes aduersae827. ¡Dexadme en mi sossiego, pensamientos mal venidos! Alla os auenid, señoras, con vuestros desseos; que la que es reyna de los mios, la sin par Dulcinea del Toboso, no consiente que ningunos otros que los suyos me auassallen y rindan.»

Y, diziendo esto, se sento en mitad de la sala en el suelo, molido y quebrantado de tan baylador exercicio. Hizo don Antonio que le lleuassen en pesso a su lecho, y el primero que assio del fue Sancho, diziendole:

«¡Nora en tal, señor nuestro amo, lo aueys baylado ¿Pensais que todos los valientes son dançadores, y todos los andantes caualleros baylarines? Digo que si lo pensais, que estays engañado: hombre ay que se atreuera a matar a vn gigante antes que hazer vna cabriola; si huuierades de çapatear, yo supliera vuestra   —287→   falta, que çapateo como vn girifalte; pero en lo del dançar no doy puntada.»

Con estas y otras razones dio que reyr Sancho a los del sarao, y dio con su amo en la cama, arropandole para que sudasse la frialdad de su bayle.

Otro dia le parecio a don Antonio ser bien hazer la experiencia de la cabeça encantada, y con don Quixote, Sancho y otros dos amigos, con las dos señoras que auian molido a don Quixote en el bayle, que aquella propia noche se auian quedado con la muger de don   -fol. 240r-   Antonio, se encerro en la estancia donde estaua la cabeça. Contoles la propiedad que tenia, encargoles el secreto y dixoles que aquel era el primero dia donde se auia de prouar la virtud de la tal cabeça encantada. Y si no eran los dos amigos de don Antonio, ninguna otra persona sabia el busilis del encanto, y aun si don Antonio no se le huuiera descubierto primero a sus amigos, tambien ellos cayeran en la admiracion en que los demas cayeron, sin ser possible otra cosa; con tal traça y tal orden estaua fabricada.

El primero que se llegó al oydo de la cabeça fue el mismo don Antonio, y dixole en voz sumissa, pero no tanto que de todos no fuesse entendida:

«Dime, cabeça, por la virtud que en ti se encierra, ¿qué pensamientos tengo yo agora?»

Y la cabeça le respondio, sin mouer los labios,   —288→   con voz clara y distinta, de modo, que fue de todos entendida, esta razon:

«Yo no juzgo de pensamientos.»

Oyendo lo qual todos quedaron atonitos, y mas, viendo que en todo el aposento ni al derredor de la mesa no auia persona humana que responder pudiesse.

«¿Quántos estamos aqui?», tornó a preguntar don Antonio, y fuele respondido por el propio tenor, paso:

«Estais tu y tu muger, con dos amigos tuyos, y dos amigas della, y vn cauallero famoso llamado don Quixote de la Mancha, y vn su escudero que Sancho Pança tiene por nombre.»

¡Aqui si que fue el admirarse de nueuo; aqui si que fue el erizarse los cabellos a todos, de puro espanto! Y, apartandose don Antonio de la cabeça, dixo:

«¡Esto me basta para darme a entender que no fui engañado del que te me vendio, cabeça sabia, cabeça habladora, cabeça respondona, y admirable cabeça! Llegue otro, y preguntele lo que quisiere.»

Y como las mujeres de ordinario son presurossas y amigas de saber, la primera que se llegó fue vna de las dos amigas de la muger   -fol. 240v-   de don Antonio, y lo que le preguntó fue:

«Dime, cabeça, ¿qué hare yo para ser muy hermosa?»

Y fuele respondido:

«Se muy honesta.»

  —289→  

«No te pregunto mas», dixo la preguntanta.

Llegó luego la compañera, y dixo:

«Querria saber, cabeça, si mi marido me quiere bien o no.»

Y respondieronle:

«Mira las obras que te haze, y hecharlo has de ver.»

Apartose la casada, diziendo:

«Esta respuesta no tenia necessidad de pregunta, porque, en efecto, las obras que se hazen declaran la voluntad que tiene el que las haze.

Luego llegó vno de los dos amigos de don Antonio, y preguntole:

«¿Quién soy yo?»

Y fuele respondido:

«Tu lo sabes.»

«No te pregunto esso», respondio el cauallero, «sino que me digas si me conoces tu.»

«Si conozco», le respondieron; «que eres don Pedro Noriz.»

«No quiero saber mas, pues esto basta para entender, o cabeça, que lo sabes todo.»

Y, apartandose, llegó el otro amigo, y preguntole:

«Dime, cabeça, ¿qué desseos tiene mi hijo el mayorazgo?»

«Ya yo he dicho», le respondieron, «que yo no juzgo de desseos; pero con todo esso te se dezir que los que tu hijo tiene son de enterrarte.»

«Esso es», dixo el cauallero: «lo que veo por   —290→   los ojos con el dedo lo señalo; y no pregunto mas.»

Llegose la muger de don Antonio, y dixo:

«Yo no se, cabeça, qué preguntarte; solo querria saber de ti, si gozaré muchos años de buen marido.»

Y respondieronle:

«Si gozarás, porque su salud y su templança en el viuir prometen muchos años de vida, la qual muchos suelen acortar por su destemplança.»

Llegose luego don Quixote, y dixo:

«Dime tu, el que respondes: ¿fue verdad, o fue sueño lo que yo cuento que me passó en la cueua de Montesinos? ¿Seran ciertos los açotes de Sancho mi escudero? ¿Tendra efeto el dessencanto de Dulcinea?»

«A lo de la cueua», repondieron, «ay mucho que dezir: de todo tiene; los açotes de Sancho, yran de espacio; el dessencanto de Dulcinea llegará a deuida execucion.»

«No quiero saber mas»,   -fol. 241r-   dixo don Quixote; «que como yo vea a Dulcinea desencantada, hare cuenta que vienen de golpe todas las venturas que acertare a dessear.»

El vltimo preguntante fue Sancho, y lo que preguntó fue:

«Por ventura, cabeça, ¿tendre otro gouierno? ¿Saldre de la estrecheza de escudero? ¿Boluere a ver a mi muger y a mis hijos?»

A lo que le respondieron:

«Gouernarás en tu casa, y si buelues a ella,   —291→   veras a tu muger y a tus hijos, y, dexando de seruir, dexarás de ser escudero.»

«¡Bueno, par Dios!», dixo Sancho Pança. «Esto yo me lo dixera. No dixera mas el profeta Perogrullo.»

«Bestia», dixo don Quixote, «¿qué quieres que te respondan? ¿No basta que las respuestas que esta cabeça ha dado correspondan a lo que se le pregunta?»

«Si basta», respondio Sancho; «pero quisiera yo que se declarara mas y me dixera mas.»

Con esto se acabaron las preguntas y las respuestas. Pero no se acabó la admiracion en que todos quedaron, excepto los dos amigos de don Antonio, que el caso sabian. El qual quiso Cide Hamete Benengeli declarar luego, por no tener suspenso al mundo, creyendo que algun hechizero y extraordinario misterio en la tal cabeça se encerraua, y, assi, dize que don Antonio Moreno, a imitacion de otra cabeça que vio en Madrid, fabricada por vn estampero, hizo esta en su casa para entretenerse y suspender a los ignorantes, y la fabrica era de esta suerte: la tabla de la mesa era de palo, pintada y barniçada como jaspe, y el pie sobre que se sostenia era de lo mesmo, con quatro garras de aguila que del salian para mayor firmeza del peso. La cabeça, que parecia medalla y figura de emperador romano y de color de bronze, estaua toda hueca, y ni mas ni menos la tabla de la mesa, en que se encaxaua tan justamente, que ninguna señal de juntura   —292→   se parecia. El pie de la tabla era ansimesmo hueco, que respondia a la garganta y pechos de la cabeça, y todo esto venia a responder a otro aposento que debaxo   -fol. 241v-   de la estancia de la cabeça estaua. Por todo este hueco de pie, mesa, garganta y pechos de la medalla y figura referida se encaminaua vn cañon de hoja de lata muy justo, que de nadie podia ser visto; en el aposento de abaxo correspondiente al de arriba se828 ponia el que auia de responder, pegada la boca con el mesmo cañon, de modo, que a modo de ceruatana yua la voz de arriba abaxo y de abaxo arriba, en palabras articuladas y claras, y de esta manera no era possible conocer el embuste. Vn sobrino de don Antonio, estudiante agudo y discreto, fue el respondiente, el qual estando auisado de su señor tio de los que auian de entrar con el en aquel dia en el aposento de la cabeça, le fue facil responder con presteza y puntualidad a la primera829 pregunta; a las demas respondio por congeturas, y, como discreto, discretamente. Y dize mas Cide Hamete830: que hasta diez o doze dias duró esta marauillosa maquina; pero que diuulgandose por la ciudad que don Antonio tenia en su casa vna cabeça encantada, que a quantos le preguntauan respondia, temiendo no llegasse a los oydos de las despiertas centinelas de nuestra Fe, auiendo declarado el caso a los señores inquisidores, le mandaron que lo deshiziesse y no passasse mas adelante, porque el vulgo ignorante no se escandalizasse;   —293→   pero en la opinion de don Quixote y de Sancho Pança la cabeça quedó por encantada y por respondona, mas a satisfacion de don Quixote, que de Sancho.

Los caualleros de la ciudad por complazer a don Antonio y por agassajar a don Quixote y dar lugar a831 que descubriesse sus sandezes, ordenaron de correr sortija de alli a seys dias, que no tuuo efecto por la ocasion que se dira adelante. Diole gana a don Quixote de passear la ciudad a la llana y a pie, temiendo   -fol. 242r-   que si yua a cauallo le auian de perseguir los mochachos, y, assi, el y Sancho con otros dos criados que don Antonio le dio salieron a passearse.

Sucedio, pues, que yendo por vna calle, alçó los ojos don Quixote y vio escrito sobre vna puerta, con letras muy grandes: «Aqui se imprimen libros», de lo que se contentó mucho, porque hasta entonces no auia visto emprenta alguna, y desseaua saber cómo fuesse832. Entró dentro con todo su acompañamiento, y vio tirar en vna parte, corregir en otra, componer en esta, enmendar en aquella, y, finalmente, toda aquella maquina que en las emprentas grandes se muestra. Llegauase don Quixote a vn cajon y preguntaua qué era aquello que alli se hazia; dauanle cuenta los oficiales, admirauase y passaua adelante. Llegó en otras833 a vno, y preguntole qué era lo que hazia. El oficial le respondio:

«Señor, este cauallero que aqui está -y enseñole a vn hombre de muy buen talle y parecer   —294→   y de alguna grauedad-, ha traduzido vn libro toscano en nuestra lengua castellana, y estoyle yo componiendo, para darle a la estampa.»

«¿Qué titulo tiene el libro?», preguntó don Quixote.

A lo que el autor respondio:

«Señor, el libro en toscano se llama Le Bagatele834

«Y ¿qué responde Le Bagatele en nuestro castellano?», preguntó don Quixote.

«Le Bagatele», dixo el autor, «es como si en castellano dixessemos los jug[u]etes, y aunque este libro es en el nombre humilde, contiene y encierra en si cosas muy buenas y sustanciales.»

«Yo», dixo don Quixote, «se algun tanto de el toscano, y me precio de cantar algunas estancias del Ariosto; pero digame vuessa merced, señor mio, y no digo esto porque quiero examinar el ingenio de vuessa merced, sino por curiosidad no mas: ¿ha hallado en su escritura alguna vez nombrar piñata

«Si, muchas veces», respondio el autor.

«Y ¿cómo la traduze vuessa merced en castellano?», preguntó   -fol. 242v-   don Quixote.

«¿Cómo la auia de traduzir?», replicó el autor, «sino diziendo olla

«¡Cuerpo de tal», dixo don Quixote, «y qué adelante está vuessa merced en el toscano ydioma! Yo apostaré vna buena apuesta que adonde diga en el toscano piache, dize vuessa   —295→   merced en el castellano plaze, y donde diga piu, dize mas, y el su declara con arriba, y el giu con abaxo

«Si declaro, por cierto», dixo el autor, «porque essas son sus propias correspondencias.»

«Ossaré yo jurar», dixo don Quixote, «que no es vuessa merced conocido en el mundo, enemigo siempre de premiar los floridos ingenios ni los loables trabajos. ¡Qué de habilidades ay perdidas por ay, qué de ingenios arrinconados, qué de virtudes menospreciadas! Pero, con todo esto, me parece que el traduzir de vna lengua en otra, como no sea de las reynas de las lenguas, griega y latina, es como quien mira los tapices flamencos por el rebes; que aunque se veen las figuras, son llenas de hilos que las escurecen, y no se veen con la lisura y tez de la haz; y el traduzir de lenguas faciles ni arguye ingenio ni elocucion, como no le arguye el que traslada ni el que copia vn papel de otro papel. Y no por esto quiero inferir que no sea loable este exercicio del traduzir, porque en otras cosas peores se podria ocupar el hombre y que menos prouecho le truxessen. Fuera desta cuenta van los dos famosos traductores, el vno, el doctor Christoual de Figueroa, en su Pastor Fido, y el otro, don Iuan de Xaurigui, en su Aminta835, donde felizmente ponen en duda quál es la traduzion o quál el original. Pero digame vuessa merced, este libro ¿imprimese por su cuenta, o tiene ya vendido el priuilegio a algun librero?»

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«Por mi cuenta lo imprimo», respondio el autor, «y pienso ganar mil ducados, por lo menos, con esta primera impression, que ha de ser de dos mil cuerpos, y se han de despachar a seys reales cada vno, en daca las pajas.»

«Bien está vuessa merced en la cuenta», respondio   -fol. 243r-   don Quixote; «bien parece que no sabe las entradas y salidas de los impressores, y las correspondencias que ay de vnos a otros; yo le prometo que quando se vea cargado de dos mil cuerpos de libros, vea tan molido su cuerpo, que se espante, y mas si el libro es vn poco abieso, y no nada picante.»

«Pues ¿qué?», dixo el autor; «¿quiere vuessa merced que se lo de a un librero que me de por el priuilegio tres marauedis, y aun piensa que me haze merced en darmelos? Yo no imprimo mis libros para alcançar fama en el mundo, que ya en el soy conocido por mis obras; prouecho quiero, que sin el no vale vn quatrin la buena fama.»

«Dios le de a vuessa merced buena manderecha», respondio don Quixote.

Y passó adelante a otro cajon, donde vio que estauan corrigiendo vn pliego de vn libro que se intitulaua Luz del alma836, y, en viendole, dixo:

«Estos tales libros, aunque ay muchos deste genero, son los que se deuen imprimir, porque son muchos los pecadores que se vsan, y son menester infinitas luzes para tantos desalumbrados.»

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Passó adelante y vio que assimesmo estauan corrigiendo otro libro, y, preguntando su titulo, le respondieron que se llamaua la Segunda parte del ingenioso Hidalgo don Quixote de la Mancha, compuesta por un tal vezino de Tordesillas.

«Ya yo tengo noticia deste libro», dixo don Quixote, «y en verdad y en mi conciencia que pense que ya estaua quemado y echo poluos por impertinente; pero su San Martin se le llegará como a cada puerco; que las historias fingidas tanto tienen de buenas y deleytables quanto se llegan a la verdad o la semejança della, y las verdaderas tanto son mejores quanto son mas verdaderas.»

Y diziendo esto, con muestras de algun despecho, se salio de la emprenta. Y aquel mesmo dia ordenó don Antonio de lleuarle a ver las galeras que en la playa estauan, de que Sancho se regozijó mucho, a causa que en su vida las auia visto. Auisó don Antonio al quatraluo de las galeras como   -fol. 243v-   aquella tarde auia de lleuar a verlas a su huesped el famoso don Quixote de la Mancha, de quien ya el quatraluo y todos los vezinos de la ciudad tenian noticia, y lo que le sucedio en ellas se dira en el siguiente capitulo.



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ArribaAbajoCapitulo LXIII

De lo mal que le auino a Sancho Pança con la visita de las galeras, y la nueua auentura de la hermosa morisca


Grandes eran los discursos que don Quixote hazia sobre la respuesta de la encantada cabeça, sin que ninguno dellos diesse en el embuste, y todos parauan con la promessa, que el tuuo por cierto, del desencanto de Dulcinea. Alli yua y venia, y se alegraua entre si mismo, creyendo que auia de ver presto su cumplimiento, y Sancho, aunque aborrecia el ser gouernador, como queda dicho, todavia desseaua boluer a mandar y a ser obedecido; que esta mala ventura trae consigo el mando, aunque sea de burlas.

En resolucion, aquella tarde don Antonio Moreno su huesped, y sus dos amigos, con don Quixote y Sancho fueron a las galeras. El quatraluo, que estaua auisado de su buena venida837, por ver a los dos tan famosos Quixote y Sancho; apenas llegaron a la marina, quando todas las galeras abatieron tienda, y sonaron las chirimias; arrojaron luego el esquife al agua, cubierto de ricos tapetes y de almohadas de terciopelo carmesi, y, en poniendo que puso los pies en el don Quixote, disparó la capitana el cañon de cruxia, y las otras galeras hizieron lo mesmo, y al subir don Quixote por la escala derecha, toda la chusma le saludó, como es   —299→   vsança cuando vna persona principal entra en la galera, diziendo: «Hu, hu, hu»838, tres vezes. Diole la mano el general, que con este nombre lo llamaremos, que era vn principal cauallero valenciano839; abraçó a don Quixote, diziendole:

«Este día señalaré yo con piedra blanca, por ser vno de los840 mejores que pienso   -fol. 244r-   lleuar en mi vida, auiendo visto al señor don Quixote de la Mancha: tiempo y señal que nos muestra que en el se encierra y cifra todo el valor del841 andante caualleria.»

Con otras no menos corteses razones le respondio don Quixote, alegre sobremanera de verse tratar tan a lo señor. Entraron todos en la popa, que estaua muy bien adereçada, y sentaronse por los bandines; passose el comitre en cruxia, y dio señal con el pito que la chusma hiziesse fueraropa, que se hizo en vn instante. Sancho, que vio tanta gente en cueros, quedó pasmado, y mas quando vio hazer tienda con tanta priessa, que a el le parecio que todos los diablos andauan alli trabajando; pero esto todo fueron tortas y pan pintado, para lo que aora dire. Estaua Sancho sentado sobre el estanterol, junto al espaldar842 de la mano derecha, el qual, ya auisado de lo que auia de hazer, assio de Sancho, y, leuantandole en los braços, toda la chusma puesta en pie y alerta, començando de la derecha vanda, le fue dando y bolteando sobre los braços de la chusma de banco en banco, con tanta priessa,   —300→   que el pobre Sancho perdio la vista de los ojos, y sin duda penso que los mismos demonios le lleuauan, y no pararon con el hasta boluerle por la siniestra vanda y ponerle en la popa.

Quedó el pobre molido y jadeando y trassudando, sin poder imaginar qué fue lo que sucedido le auia.

Don Quixote, que vio el buelo sin alas de Sancho, preguntó al general si eran ceremonias aquellas que se vsauan con los primeros que entrauan en las galeras; porque si acaso lo fuesse, el, que no tenia intencion de professar en ellas, no queria haze[r] semejantes exercicios, y que votaua a Dios que si alguno llegaua a assirle para boltearle, que le auia de sacar el alma a puntillazos; y, diziendo esto, se leuantó en pie y empuñó la espada.

A este instante abatieron tienda, y con grandissimo ruydo dexaron caer la entena de alto abaxo. Penso Sancho que el cielo se desencaxaua de sus quizios y venia a dar sobre su cabeça; y, agouiandola   -fol. 244v-   lleno de miedo, la puso entre las piernas. No las tuuo todas consigo don Quixote, que tambien se estremecio y encogio de ombros y perdio la color del rostro. La chusma hizo la entena con la misma priessa y ruydo que la auian amaynado, y todo esto, callando, como si no tuuieran voz ni aliento. Hizo señal el comitre que zarpassen el ferro, y, saltando en mitad de la cruxia con el coruacho o rebenque, començo a mosquear las espaldas de la chusma, y a largarse poco a poco   —301→   a la mar. Quando Sancho vio a vna mouerse tantos pies colorados, que tales penso el que eran los remos, dixo entresi:

«Estas si son verdaderamente cosas encantadas, y no las que mi amo dize. ¿Qué han hecho estos desdichados, que ansi los açotan, y cómo este hombre solo que anda por aqui siluando tiene atreuimiento para açotar a tanta gente? Aora yo digo que este es infierno, o, por lo menos, el purgatorio.»

Don Quixote, que vio la atencion con que Sancho miraua lo que passaua, le dixo:

«¡A, Sancho amigo, y con qué breuedad y quán a poca costa os podiades vos, si quisiessedes, desnudar de medio cuerpo arriba, y poneros entre estos señores, y acabar con el desencanto de Dulcinea! Pues con la miseria y pena de tantos, no sentiriades vos mucho la vuestra; y mas que podria ser que el sabio Merlin tomasse en cuenta cada açote destos, por ser dados de buena mano, por diez de los que vos finalmente os aueis de dar.»

Preguntar queria el general, qué açotes eran aquellos, o qué desencanto de Dulcinea, quando dixo el marinero:

«Señal haze Monjui de que ay baxel de remos en la costa, por la vanda del poniente.»

Esto oydo, saltó el general en la cruxia y dixo:

«¡Ea, hijos, no se nos vaya! Algun vergantin de cossarios de Argel deue de ser este que la atalaya nos señala.»

  —302→  

Llegaronse luego las otras tres galeras a la capitana, a saber lo que se les ordenaua. Mandó el general que las dos saliessen a la mar, y el con la otra yria tierra a tierra, porque ansi el baxel no se les escaparia. Apretó la   -fol. 245r-   chusma los remos, impeliendo las galeras con tanta furia que parecia que bolauan. Las que salieron a la mar, a obra de dos millas, descubrieron vn baxel, que con la vista le marcaron por de hasta catorze o quinze bancos, y, assi era la verdad; el qual baxel, quando descubrio las galeras, se puso en caça, con intencion y esperança de escaparse por su ligereza; pero auinole mal, porque la galera capitana era de los mas ligeros baxeles que en la mar nauegauan, y, assi, le fue entrando, que claramente los del vergantin conocieron que no podian escaparse, y, assi, el arraez quisiera que dexaran los remos y se entregaran, por no irritar a enojo al capitan que nuestras galeras regia. Pero la suerte, que de otra manera lo guiaua, ordenó que ya que la capitana llegaua tan cerca, que podian los del baxel oyr las vozes que desde ella les dezian que se rindiessen, dos toraquis843, que es como dezir dos turcos, borrachos, que en el vargantin venian con estos doze, dispararon dos escopetas, con que dieron muerte a dos soldados que sobre nuestras arrumbadas venian. Viendo lo qual, juró el general de no dexar con vida a todos quantos en el baxel tomasse, y, llegando a enuestir con toda furia, se le escapó por debaxo de la palamenta.   —303→   Passo la galera adelante vn buen trecho; los del baxel se vieron perdidos, hizieron vela en tanto que la galera boluia, y de nuevo, a vela y a remo se pusieron en caça; pero no les aprouechó su diligencia tanto como les dañó su atreuimiento, porque, alcançandoles la capitana a poco mas de media milla, les echó la palamenta encima y los cogio viuos a todos.

Llegaron, en esto, las otras dos galeras, y todas quatro con la presa boluieron a la playa, donde infinita gente los estaua esperando, desseosos de ver lo que traian. Dio fondo el general cerca de tierra, y conocio que estaua en la marina el virrey de la ciudad. Mandó echar el esquile para traerle, y mandó amaynar la entena para ahorcar luego luego al arraez, y a   -fol. 245v-   los demas turcos que en el baxel auia cogido, que serian hasta treynta y seys personas, todos gallardos, y los mas, escopeteros turcos. Preguntó el general quién era el arraez del vergantin, y fuele respondido por vno de los cautiuos, en lengua castellana, que despues parecio ser renegado español:

«Este mancebo, señor, que aqui vees, es nuestro arraez.»

Y mostrole vno de los mas bellos y gallardos moços que pudiera pintar la humana imaginación. La edad, al parecer, no llegaua a veynte años. Preguntole el general:

«Dime, mal aconsejado perro, ¿quién te mouio a matarme mis soldados, pues veias ser   —304→   impossible el escaparte? ¿Esse respeto se guarda a las capitanas? ¿No sabes tu que no es valentia la temeridad? Las esperanças dudosas han de hazer a los hombres atreuidos, pero no temerarios.»

Responder queria el arraez, pero no pudo el general por entonces oir la respuesta, por acudir a recebir al virrey, que ya entraua en la galera, con el qual entraron algunos de sus criados y algunas personas del pueblo.

«¡Buena ha estado la caça, señor general!», dixo el virrey.

«Y tan buena», respondio el general, «qual la verá vuestra excelencia agora colgada de esta entena.»

«¿Cómo ansi?» replicó el virrey.

«Porque me han muerto», respondio el general, «contra toda ley y contra toda razon y vsança de guerra, dos soldados de los mejores que en estas galeras venian, y yo he jurado de ahorcar a quantos he cautiuado, principalmente a este moço, que es el arraez del vergantin.»

Y enseñole al que ya tenia atadas las manos, y echado el cordel a la garganta, esperando la muerte.

Mirole el virrey, y, viendole tan hermoso y tan gallardo y tan humilde, dandole en aquel instante vna carta de recomendacion su hermosura, le vino desseo de escusar su muerte, y, assi, le preguntó:

«Dime, arraez, ¿eres turco de nacion, o moro, o renegado?»

  —305→  

A lo qual el moço   -fol. 246r-   respondio en lengua assi mesmo castellana:

«Ni soy turco de nacion, ni moro, ni renegado.»

«Pues ¿qué eres?» replicó el virrey.

«Muger christiana», respondio el mancebo.

«¿Muger, y christiana, y en tal trage y en tales pasos? Mas es cosa para admirarla que para creerla.»

«Suspended», dixo el moço, «o señores, la execucion de mi muerte; que no se perdera mucho en que se dilate vuestra vengança en tanto que yo os cuente mi vida.»

¿Quién fuera el de coraçon tan duro, que con estas razones no se ablandara, o, a lo menos, hasta oyr las que el triste y lastimado mancebo dezir queria? El general le dixo que dixesse lo que quisiesse; pero que no esperasse alcançar perdon de su conocida culpa. Con esta licencia el moço començo a dezir desta manera:

«De aquella nacion mas desdichada que prudente, sobre quien ha llouido estos dias vn mar de desgracias, naci yo de moriscos padres engendrada. En la corriente de su desuentura fuy yo por dos tios mios lleuada a Berberia, sin que me aprouechasse dezir que era christiana, como, en efecto, lo soy, y no de las fingidas ni aparentes, sino de las verdaderas y catolicas. No me valio con los que tenian a cargo nuestro miserable destierro dezir esta verdad, ni mis tios quisieron creerla; antes la tuuieron   —306→   por mentira y por inuencion, para quedarme en la tierra donde auia nacido, y, assi, por fuerça mas que por grado me truxeron consigo. Tuue vna madre christiana y vn padre discreto y christiano ni mas ni menos; mamé la Fe catolica en la leche, crieme con buenas costumbres; ni en la lengua, ni en ellas jamas, a mi parecer, di señales de ser morisca. Al par y al paso destas virtudes, que yo creo que lo son, crecio mi hermosura, si es que tengo alguna; y aunque mi recato y mi encerramiento fue mucho, no deuio de ser tanto que no tuuiesse lugar de verme vn mancebo cauallero llamado don Gaspar Gregorio, hijo   -fol. 246v-   mayorazgo de vn cauallero que junto a nuestro lugar otro suyo tiene. Cómo me vio, cómo nos hablamos, cómo se vio perdido por mi y cómo yo no muy ganada por el, seria largo de contar, y mas en tiempo que estoy temiendo que entre la lengua y la garganta se ha de atrauessar el riguroso cordel que me amenaza; y, assi, solo dire como en nuestro destierro quiso acompañarme don Gregorio. Mezclose con los moriscos que de otros lugares salieron, porque sabia muy bien la lengua, y en el viage se hizo amigo de dos tios mios, que consigo me traian; porque mi padre, prudente y preuenido, assi como oyo el primer vando de nuestro destierro, se salio del lugar y se fue a buscar alguno en los reynos extraños, que nos acogiesse. Dexó encerradas y enterradas en vna parte, de quien yo sola tengo noticia, muchas perlas y piedras de gran valor,   —307→   con algunos dineros en cruzados y doblones de oro. Mandome que no tocasse al tesoro que dexaua, en ninguna manera, si acaso antes que el boluiesse nos desterrauan. Hizelo assi, y con mis tios, como tengo dicho, y otros parientes y allegados passamos a Berberia y el lugar donde hizimos assiento fue en Argel, como si le hizieramos en el mismo infierno.

»Tuuo noticia el rey de mi hermosura, y la fama se la dio de mis riquezas, que en parte fue ventura mia. Llamome ante si, preguntome de qué parte de España era, y qué dineros y qué joyas traia; dixele el lugar, y que las joyas y dineros quedauan en el enterrados; pero que con facilidad se podrian cobrar si yo misma boluiesse por ellos. Todo844 esto le dixe, temerosa de que no le cegasse mi hermosura, sino su codicia. Estando conmigo en estas platicas, le llegaron a dezir como venia conmigo vno de los mas gallardos y hermosos mancebos que se podia imaginar. Luego entendi que lo dezian por don Gaspar Gregorio, cuya belleza se dexa atras las mayores que encarecer se pueden. Turbeme, considerando el peligro que don Gregorio corria, porque entre aquellos   -fol. 247r-   barbaros turcos en mas se tiene y estima vn mochacho o mancebo hermoso que vna muger, por bellissima que sea. Mandó luego el rey que se le truxessen alli delante para verle, y preguntome si era verdad lo que de aquel moço le dezian; entonces yo, casi como preuenida del cielo, le dixe que si era; pero que le hazia saber que no   —308→   era varon, sino muger como yo, y que le suplicaua me la dexasse yr a vestir en su natural trage, para que de todo en todo mostrasse su belleza y con menos empacho pareciesse ante su presencia. Dixome que fuesse en buena hora, y que otro dia hablariamos en el modo que se podia tener para que yo boluiesse a España a sacar el escondido tesoro. Hablé con don Gaspar, contele el peligro que corria el mostrar ser hombre, vestile de mora, y aquella mesma tarde le truxe a la presencia del rey, el qual, en viendole, quedó admirado y hizo disignio de guardarla para hazer presente della al Gran Señor; y por huir del peligro que en el serrallo de sus mugeres podia tener, y temer de si mismo, la mandó poner en casa de vnas principales moras que la guardassen, y la siruiessen, adonde le lleuaron luego. Lo que los dos sentimos, que no puedo negar que no845 le quiero, se dexe a la consideracion de los que se apartan si bien se quieren.

»Dio luego traça el rey de que yo boluiesse a España en este vergantin, y que me acompañassen dos turcos de nacion que fueron los que mataron vuestros soldados. Vino tambien conmigo este renegado español -señalando al que auia hablado primero-, del qual se yo bien que es christiano encubierto y que viene con mas desseo de quedarse en España que de boluer a Berberia; la demas chusma del vergantin son moros y turcos, que no siruen de mas que de vogar al remo. Los dos turcos codiciosos e   —309→   insolentes, sin guardar el orden que traiamos de que a mi y a este renegado en la primer parte de España, en habito de christianos, de que venimos proueydos, nos echassen en tierra, primero quisieron barrer esta costa y hazer alguna presa, si pudiessen, temiendo   -fol. 247v-   que si primero nos echauan en tierra, por algun acidente que a los dos nos sucediesse, podriamos descubrir que quedaua el vergantin en la mar, y si acaso huuiesse galeras por esta costa, los tomassen. Anoche descubrimos esta playa, y sin tener notic[i]a destas quatro galeras, fuimos descubiertos, y nos ha sucedido lo que aueis, visto. En resolucion, don Gregorio queda en habito de muger entre mugeres, con manifiesto peligro de perderse, y yo me veo atadas las manos esperando, o, por mejor dezir, temiendo perder la vida que ya me cansa.

»Este es, señores, el fin de mi lamentable historia, tan verdadera como desdichada; lo que os ruego es que me dexeis morir como christiana, pues como ya he dicho, en ninguna cosa he sido culpante de la culpa en que los de mi nacion han caydo.»

Y luego calló, preñados los ojos de tiernas lagrimas, a quien acompañaron muchas de los que presentes estauan. El virrey, tierno y compassiuo, sin hablarle palabra, se llegó a ella y le quitó con sus manos el cordel que las hermosas de la mora ligaua. En tanto, pues, que la morisca christiana su peregrina historia trataua, tuuo clauados los ojos en ella vn anciano   —310→   peregrino, que entró en la galera quando entró el virrey, y apenas dio fin a su platica la morisca, quando el se arrojó a sus pies, y, abraçado dellos, con interrumpidas palabras de mil sollozos y suspiros, le dixo:

«¡O Ana Felix, desdichada hija mia! Yo soy tu padre Ricote, que boluia a buscarte, por no poder viuir sin ti, que eres mi alma.»

A cuyas palabras abrio los ojos Sancho, y alçó la cabeça, que inclinada tenia pensando en la desgracia de su passeo, y mirando al peregrino, conocio ser el mismo Ricote que topó el dia que salio de su gouierno; y confirmose que aquella era su hija, la qual, ya desatada, abraçó a su padre, mezclando sus lagrimas con las suyas; el qual dixo al general y al virrey:

«Esta, señores, es mi hija, mas desdichada en sus sucessos que en su nombre. Ana Felix se llama, con el sobrenombre de Ricote, famosa   -fol. 248r-   tanto por su hermosura como por mi riqueza. Yo sali de mi patria a buscar en reynos estraños quien nos albergasse y recogiesse, y, auiendole hallado en Alemania, bolui en este habito de peregrino, en compañia de otros alemanes a buscar mi hija y a846 desenterrar muchas riquezas que dexé escondidas. No hallé a mi hija, hallé el tesoro que conmigo traygo, y agora, por el estraño rodeo que aueys visto, he hallado el tesoro que mas me enriqueze, que es a mi querida hija. Si nuestra poca culpa y sus lagrimas y las mias por la integridad de vuestra justicia pueden abrir puertas a la misericordia,   —311→   vsadla con nosotros, que jamas tuuimos pensamiento de ofenderos, ni conuenimos en ningun modo con la intencion de los nuestros, que justamente han sido desterrados.»

Entonces dixo Sancho:

«Bien conozco a Ricote, y se que es verdad lo que dize en quanto a ser Ana Felix su hija; que en essotras çarandajas de yr y venir, tener buena o mala intencion, no me entremeto.»

Admirados del estraño caso todos los presentes, el general dixo:

«Vna por vna, vuestras lagrimas no me dexarán cumplir mi juramento; viuid, hermosa Ana Felix, los años de vida que os tiene determinados el cielo, y lleuen la pena de su culpa los insolentes y atreuidos que la cometieron.»

Y mandó luego ahorcar de la entena a los dos turcos, que a sus dos soldados auian muerto; pero el virrey le pidio encarecidamente no los ahorcasse, pues mas locura que valentia auia sido la suya. Hizo el general lo que el virrey le pedia, porque no se executan bien las venganças a sangre elada. Procuraron luego dar traça de sacar a don Gaspar Gregorio del peligro en que quedaua. Ofrecio Ricote para ello mas de dos mil ducados que en perlas y en joyas tenia. Dieronse muchos medios; pero ninguno fue tal como el que dio el renegado español que se ha dicho, el cual se ofrecio de boluer a Argel en algun barco   -fol. 248v-   pequeño, de hasta seys bancos, armado de remeros christianos, porque el sabia dónde, cómo y cuándo   —312→   podia y deuia desembarcar; y, assimismo, no ignoraua la casa donde don Gaspar quedaua.

Dudaron el general y el virrey el fiarse del renegado, ni confiar de847 los christianos que auian de vogar el remo. Fiole Ana Felix, y Ricote, su padre, dixo que salia a dar el rescate de los christianos, si acaso se perdiessen. Firmados, pues, en este parecer, se desembarcó el virrey, y don Antonio Moreno se lleuó consigo a la morisca y a su padre, encargandole el virrey que los regalasse y acariciasse quanto le fuesse possible; que de su parte le ofrecia lo que en su casa huuiesse para su regalo. Tanta fue la beneuolencia y caridad que la hermosura de Ana Felix infundio en su pecho.



  —313→  

ArribaAbajoCapitulo LXIV

Que trata de la auentura que mas pesadumbre dio a don Quixote de quantas hasta entonces le auian sucedido


La muger de don Antonio Moreno cuenta la historia que recibio grandissimo contento de ver a Ana Felix en su casa; recibiola con mucho agrado, assi enamorada de su belleza como de su discrecion, porque en lo vno y en lo otro era estremada la morisca, y toda la gente de la ciudad, como a campana tañida, venian a verla. Dixo don Quixote a don Antonio que el parecer que auian tomado en la libertad de don Gregorio no era bueno, porque tenia mas de peligroso que de conueniente, y que seria mejor que le pusiessen a el en Berberia con sus armas y cauallo, que el le sacaria a pesar de toda la morisma, como auia hecho don Gayferos a su esposa Melisendra.

«Aduierta vuessa merced», dixo Sancho   -fol. 249r-   oyendo esto, «que el señor don Gayferos sacó a su esposa de tierra firme y la lleuó a Francia por tierra firme; pero aqui, si acaso sacamos a don Gregorio, no tenemos por dónde traerle a España, pues está la mar en medio.»

«Para todo ay remedio, sino es para la muerte», respondio don Quixote; «pues llegando el barco a la marina, nos podremos embarcar en el, aunque todo el mundo lo impida.»

«Muy bien lo pinta y facilita vuessa merced»,   —314→   dixo Sancho; «pero del dicho al hecho ay gran trecho, y yo me atengo al renegado que me parece muy hombre de bien y de muy buenas entrañas».

Don Antonio dixo que si el renegado no saliesse bien del caso, se tomaria el espediente de que el gran don Quixote passasse en Berberia. De alli a dos dias partio el renegado en vn ligero barco de seys remos por vanda, armado de valentissima chusma, y de alli a otros dos se partieron las galeras a Leuante, auiendo pedido el general al visorrey fuesse seruido de auisarle de lo que sucediesse en la libertad de don Gregorio y en el caso de Ana Felix. Quedó el visorrey de hazerlo assi, como se lo pedia.

Y vna mañana, saliendo don Quixote a passearse por la playa, armado de todas sus armas, porque, como muchas vezes dezia, ellas eran sus arreos, y su descanso el pelear848, y no se hallaua sin ellas vn punto, vio venir hazia el vn cauallero armado assimismo de punta en blanco, que en el escudo traia pintada vna luna resplandeciente; el qual, llegandose a trecho que podia ser oydo, en altas vozes, encaminando sus razones a don Quixote, dixo:

«Insigne cauallero y jamas como se deue alabado don Quixote de la Mancha, yo soy el Cauallero de la Blanca Luna, cuyas inauditas hazañas quiça te le auran traido a la memoria. Vengo a contender contigo y a prouar la fuerça de tus braços, en razon de hazerte conocer y confessar que mi dama, sea quien fuere, es sin   —315→   comparacion mas hermosa que tu Dulcinea del Toboso; la qual verdad si tu la confiessas de llano en llano, escusarás tu   -fol. 249v-   muerte y el trabajo que yo he de tomar en dartela, y si tu peleares y yo te venciere no quiero otra satisfacion sino que, dexando las armas y absteniendote de buscar auenturas, te recojas y retires a tu lugar por tiempo de vn año, donde has de viuir sin echar mano a la espada, en paz tranquila y en prouechoso sossiego, porque assi conuiene al aumento de tu hazienda y a la saluacion de tu alma. Y si tu me vencieres, quedará a tu discrecion mi cabeça, y seran tuyos los despojos de mis armas y cauallo, y passará a la tuya la fama de mis hazañas. Mira lo que está mejor, y respondeme luego, porque oy todo el dia traygo de termino para despachar este negocio.»

Don Quixote quedó suspenso y atonito, assi de la arrogancia del Cauallero de la Blanca Luna, como de la causa porque le dessafiaua; y con reposo y ademan seuero le respondio:

«Cauallero de la Blanca Luna, cuyas hazañas hasta agora no han llegado a mi noticia, yo osaré849 jurar que jamas aueis visto a la illustre Dulcinea; que si visto la huuierades yo se que procurarades no poneros en esta demanda, porque su vista os dessengañara de que no ha auido ni puede auer belleza que con la suya comparar se pueda. Y, assi, no diziendoos que mentis, sino que no acertais en lo propuesto, con las condiciones que aueis referido   —316→   aceto vuestro dessafio, y luego, porque no se passe el dia que traeis determinado; y solo exceto de las condiciones la de que se passe a mi la fama de vuestras hazañas, porque no se quáles ni qué tales sean; con las mias me contento, tales quales ellas son. Tomad, pues, la parte del campo que quisieredes; que yo haré lo mesmo, y a quien Dios se la diere, San Pedro se la bendiga.»

Auian descubierto de la ciudad al Cauallero de la Blanca Luna, y dichoselo al visorrey que850 estaua hablando con don Quixote de la Mancha. El visorrey, creyendo seria alguna nueua auentura fabricada por don Antonio Moreno o por otro algun cauallero   -fol. 250r-   de la ciudad, salio luego a la playa con don Antonio y con otros muchos caualleros que le acompañauan, a tiempo quando don Quixote boluia las riendas a Rozinante para tomar del campo lo necessario. Viendo, pues, el visorrey que dauan los dos señales del boluerse a encontrar, se puso en medio, preguntandoles qué era la causa que les mouia a hazer tan de improuiso batalla.

El Cauallero de la Blanca Luna respondio que era precedencia de hermosura, y, en breues razones, le dixo las mismas que auia dicho a don Quixote, con la acetacion de las condiciones del dessafio hechas por entrambas partes. Llegose el visorrey a don Antonio y preguntole paso si sabia quién era el tal Cauallero de la Blanca Luna, o si era alguna burla que   —317→   querian hazer a don Quixote. Don Antonio le respondio que ni sabia quién era, ni si era de burlas ni de veras el tal dessafio. Esta respuesta tuuo perplexo al visorrey en si les dexaria o no passar adelante en la batalla; pero no pudiendose persuadir a que fuesse sino burla, se apartó, diziendo:

«Señores caualleros, si aqui no hay otro remedio sino confessar o morir, y el señor don Quixote está en sus trece, y vuessa merced, el de la Blanca Luna en sus catorze, a la mano de Dios, y dense.»

Agradecio el de la Blanca Luna con cortesses y discretas razones al visorrey la licencia que se les daua, y don Quixote hizo lo mesmo; el qual, encomendandose al cielo de todo coraçon y a su Dulcinea, como tenia de costumbre al començar de las batallas que se le ofrecian, tornó a tomar otro poco mas del campo, porque vio que su contrario hazia lo mesmo, y, sin tocar trompeta ni otro instrumento belico que les diesse señal de arremeter, boluieron entrambos a vn mesmo punto las riendas a sus cauallos, y como era mas ligero el de la Blanca Luna, llegó a don Quixote a dos tercios andados de la carrera, y alli le encontro con tan poderosa fuerça, sin tocarle con la lança -que la leuantó, al parecer, de proposito-, que   -fol. 250v-   dio con Rozinante y con don Quixote por el suelo vna peligrosa cayda. Fue luego sobre el, y, poniendole la lança sobre la vissera, le dixo:

  —318→  

«Vencido sois, cauallero, y aun muerto, si no confessais las condiciones de nuestro dessafio.»

Don Quixote, molido y aturdido, sin alçarse la vissera, como si hablara dentro de vna tumba, con voz debilitada y enferma, dixo:

«Dulcinea del Toboso es la mas hermosa muger del mundo, y yo el mas desdichado cauallero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraudé esta verdad; aprieta, cauallero, la lança, y quitame la vida, pues me has quitado la honra.»

«Esso no hare yo, por cierto», dixo el de la Blanca Luna; «viua, viua en su entereza la fama de la hermosura de la señora Dulcinea del Toboso; que solo me contento con que el gran don Quixote se retire a su lugar vn año, o hasta el tiempo que por mi le fuere mandado, como concertamos antes de entrar en esta batalla.»

Todo esto oyeron el visorrey y don Antonio, con otros muchos que alli estauan, y oyeron assimismo que don Quixote respondio que como no le pidiesse cosa que fuesse en perjuyzio de Dulcinea, todo lo demas cumpliria como cauallero puntual y verdadero.

Hecha esta confession, boluio las riendas el de la Blanca Luna, y, haziendo messura con la cabeça al visorrey, a medio galope se entró en la ciudad. Mandó el visorrey a don Antonio que fuesse tras el, y que en todas maneras supiesse quién era. Leuantaron a don Quixote, descubrieronle el rostro y hallaronle sin color y trassudando. Rozinante, de puro malparado,   —319→   no se pudo mouer por entonces. Sancho, todo triste, todo apessarado, no sabia qué dezirse ni qué hazerse; pareciale que todo aquel sucesso passaua en sueños, y que toda aquella maquina era cosa de encantamento. Veia a su señor rendido y obligado a no tomar armas en vn año; imaginaua la luz de la gloria de sus hazañas escurecida, las esperanças de sus nueuas promessas dessechas, como se deshaze el humo con el viento. Temia si quedaria, o no, contrecho Rozinante, o deslocado su amo; que no   -fol. 251r-   fuera poca ventura si deslocado quedara. Finalmente, con vna silla de manos, que mandó traer el visorrey, le lleuaron a la ciudad, y el visorrey se boluio tambien a ella con desseo de saber quién fuesse el Cauallero de la Blanca Luna, que de tan mal talante auia dexado a don Quixote.



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ArribaAbajoCapitulo LXV

Donde se da noticia quién era el de la Blanca Luna, con la libertad de don Gregorio y de otros sucessos


Siguio don Antonio Moreno al Cauallero de la Blanca Luna, y siguieronle tambien, y aun persiguieronle, muchos muchachos hasta que le cerraron en vn meson dentro de la ciudad. Entró [en] el don Antonio con desseo de conocerle; salio vn escudero a recebirle y a dessarmarle, encerrose en vna sala baxa, y con el don Antonio, que no se le cozia el pan hasta saber quién fuesse. Viendo, pues, el de la Blanca Luna, que aquel cauallero no le dexaua, le dixo:

«Bien se, señor, a lo que venis, que es a saber quien soy; y porque no ay para qué negaroslo, en tanto que este mi criado me dessarma, os lo dire sin faltar vn punto a la verdad del caso. Sabed, señor, que a mi me llaman el bachiller Sanson Carrasco, soy del mesmo lugar de don Quixote de la Mancha, cuya locura y sandez mueue a que le tengamos lastima todos quantos le conocemos, y entre los que mas se la han tenido he sido yo, y, creyendo que está su salud en su reposo y en que se esté en su tierra y en su casa, di traça para hazerle estar en ella, y, assi, aura tres851 meses que le sali al camino como cauallero andante, llamandome el Cauallero de los Espejos, con intencion   —321→   de pelear con el y vencerle sin hazerle daño, poniendo por condicion de nuestra pelea que el vencido quedasse a discrecion del vencedor, y lo que yo pensaua pedirle, porque ya le juzgaua   -fol. 251v-   por vencido, era que se boluiesse a su lugar y que no saliesse del en todo vn año, en el qual tiempo podria ser curado. Pero la suerte lo ordenó de otra manera, porque el me vencio a mi y me derribó del cauallo, y, assi, no tuuo efecto mi pensamiento. El prosiguio su camino, y yo me bolui vencido, corrido y molido de la cayda, que fue a demas peligrosa; pero no por esto se me quitó el desseo de boluer a buscarle y a vencerle, como oy se ha visto. Y como el es tan puntual en guardar las ordenes de la andante caualleria, sin duda alguna, guardará la que le he dado en cumplimiento de su palabra. Esto es, señor, lo [que] passa, sin que tenga que deziros otra cosa alguna: suplicoos no me descubrais, ni le digais a don Quixote quién soy, por que tengan efecto los buenos pensamientos mios, y buelua a cobrar su juyzio vn hombre que le tiene bonissimo, como le dexen las sandezes de la caualleria».

«O, señor», dixo don Antonio, «Dios os perdone el agrauio que aueis hecho a todo el mundo en querer boluer cuerdo al mas gracioso loco que hay en el. No veis, señor, que no podra llegar el prouecho que cause la cordura de don Quixote a lo que llega el852 gusto que da con sus desuarios; pero yo imagino que   —322→   toda la industria del señor bachiller no ha de ser parte para boluer cuerdo a vn hombre tan rematadamente loco, y si no fuesse contra caridad diria que nunca sane don Quixote, porque, con su salud, no solamente perdemos sus gracias, sino las de Sancho Pança su escudero; que qualquiera dellas puede boluer a alegrar a la misma melancolia. Con todo esto, callaré, y no le dire nada, por ver si salgo verdadero en sospechar que no ha de tener efecto la diligencia hecha por el señor Carrasco.»

El qual respondio que ya vna por vna estaua en buen punto aquel negocio, de quien esperaua feliz sucesso. Y, auiendole ofrecido don Antonio de hazer lo que mas le mandasse, se despidio del, y hecho   -fol. 252r-   liar sus armas sobre vn macho, luego al mismo punto, sobre el cauallo con que entró en la batalla, se salio de la ciudad aquel mismo dia, y se boluio a su patria, sin sucederle cosa que obligue a contarla en esta verdadera historia.

Conto don Antonio al visorrey todo lo que Carrasco le auia contado, de lo que el visorrey no recibio mucho gusto, porque en el recogimiento de don Quixote se perdia el que podian tener todos aquellos que de sus locuras tuuiessen noticia.

Seis dias estuuo don Quixote en el lecho, marrido, triste, pensatiuo y mal acondicionado, yendo y viniendo con la imaginacion en el desdichado sucesso de su vencimiento. Consolauale Sancho, y, entre otras razones, le dixo:

  —323→  

«Señor mio, alce vuessa merced la cabeça y alegrese si puede, y de gracias al cielo, que, ya que le derribó en la tierra, no salio con alguna costilla quebrada, y pues sabe que donde las dan las toman, y que no siempre hay tocinos donde hay estacas, de vna higa al medico, pues no le ha menester para que le cure en esta enfermedad; boluamonos a nuestra casa, y dexemonos de andar buscando auenturas por tierras y lugares que no sabemos; y si bien se considera, yo soy aqui el mas perdidoso, aunque es vuessa merced el mas mal parado. Yo, que dexé con el gouierno los desseos de ser mas gouernador, no dexé la gana de ser conde, que jamas tendra efecto si vuessa merced dexa de ser rey, dexando el exercicio de su caualleria, y, assi, vienen a boluerse en humo mis esperanças.»

«Calla, Sancho, pues ves que mi reclusion y retirada no ha de passar de vn año; que luego boluere a mis honrados exercicios, y no me ha de faltar reyno que gane y algun condado que darte.»

«Dios lo oyga», dixo Sancho, «y el pecado sea sordo; que siempre he oydo dezir que mas vale buena esperança que ruyn possession.»

En esto estauan, quando entró don Antonio, diziendo, con muestras de grandissimo contento:

«¡Albricias, señor don Quixote, que don Gregorio y el renegado   -fol. 252v-   que fue por el está en la   —324→   playa! ¿Qué digo en la playa? Ya está en casa del visorrey, y sera aqui al momento.»

Alegrose algun tanto don Quixote, y dixo:

«En verdad que estoy por dezir que me holgara que huuiera sucedido todo al rebes, porque me obligara a passar en Berberia, donde con la fuerça de mi braço diera libertad no solo a don Gregorio sino a quantos christianos cautiuos ay en Berberia. Pero ¿qué digo, miserable? ¿No soy yo el vencido? ¿No soy yo el derribado? ¿No soy yo el que no puede tomar arma en vn año? Pues ¿qué prometo? ¿De qué me alabo, si antes me conuiene vsar de la rueca que de la espada?»

«Dexese desso, señor», dixo Sancho; «viua la gallina aunque con su pepita; que oy por ti y mañana por mi; y en estas cosas de encuentros y porraços no ay tomarles tiento alguno, pues el que oy cae puede leuantarse mañana, si no es que se quiere estar en la cama, quiero dezir, que se dexe desmayar, sin cobrar nueuos brios para nueuas pendencias. Y leuantese vuessa merced agora para recebir a don Gregorio; que me parece que anda la gente alborotada y ya deue de estar en casa.»

Y assi era la verdad; porque auiendo ya dado cuenta don Gregorio y el renegado al visorrey de su yda y buelta, desseosso don Gregorio de ver a Ana Felix, vino con el renegado a casa de don Antonio, y aunque don Gregorio quando le sacaron de Argel fue con habitos de muger, en el barco los trocó por los   —325→   de vn cautiuo que salio consigo; pero en qualquiera que viniera mostrara ser persona para ser codiciada, seruida y estimada, porque era hermoso sobremanera, y la edad, al parecer, de diez y siete o diez y ocho años. Ricote y su hija salieron a recebirle, el padre con lágrimas, y la hija con honestidad. No se abraçaron vnos a otros, porque donde ay mucho amor no suele auer demasiada dessemboltura. Las dos bellezas juntas de don Gregorio y Ana Felix admiraron en particular a todos juntos los que presentes estauan. El silencio fué   -fol. 253r-   alli el que habló por los dos amantes, y los ojos fueron las lenguas que descubrieron sus alegres y honestos pensamientos.

Conto el renegado la industria y medio que tuuo para sacar a don Gregorio; conto don Gregorio los peligros y aprietos en que se auia visto con las mugeres con quien auia quedado, no con largo razonamiento, sino con breues palabras, donde mostro que su discrecion se adelantaua a sus años. Finalmente, Ricote pagó y satisfizo liberalmente assi al renegado como a los que auian bogado al remo. Reyncorporose y reduxose el renegado con la Iglesia, y de miembro podrido, boluio limpio y sano con la penitencia y el arrepentimiento.

De alli a dos dias trató el visorrey con don Antonio qué modo tendrian para que Ana Felix y su padre quedassen en España, pareciendoles no ser de inconueniente alguno que quedassen en ella hija tan christiana, y padre,   —326→   al parecer, tan bien intencionado. Don Antonio se ofrecio venir a la Corte a negociarlo, donde auia de venir forçosamente a otros negocios, dando a entender que en ella, por medio del fauor y de las dadiuas, muchas cosas dificultosas se acaban.

«No», dixo Ricote, que se halló presente a esta platica, «ay que esperar en fauores ni en dadiuas; porque con el gran don Bernardino de Velasco, conde de Salazar853, a quien dio su majestad cargo de nuestra expulsion, no valen ruegos, no promessas, no dadiuas, no lastimas; porque aunque es verdad que el mezcla la misericordia con la justicia, como el vee que todo el cuerpo de nuestra nacion está contaminado y podrido, vsa con el antes del cauterio que abrassa854 que del vnguento que molifica; y, assi, con prudencia, con sagacidad, con diligencia y con miedos que pone, ha lleuado sobre sus fuertes ombros a deuida execucion el peso desta gran maquina, sin que nuestras industrias, estratagemas, solicitudes y fraudes ayan podido deslumbrar sus ojos de Argos, que contino tiene alerta, porque no se le   -fol. 253v-   quede ni encubra ninguno de los nuestros, que, como rayz; escondida, que855 con el tiempo venga despues a brotar y a echar frutos venenosos en España, ya limpia, ya dessembaraçada de los temores en que nuestra muchedumbre la tenia. Heroica resolucion del gran Filipo Tercero, y inaudita prudencia en auerla encargado al tal don Bernardino de Velasco.»

  —327→  

«Vna por vna, yo hare, puesto alla, las diligencias possibles, y haga el cielo lo que mas fuere seruido», dixo don Antonio; «don Gregorio se yra conmigo a consolar la pena que sus padres deuen tener por su ausencia. Ana Felix se quedará con mi muger en mi casa, o en vn monasterio, y yo se que el señor visorrey gustará se quede en la suya el buen Ricote, hasta ver cómo yo negocio».

El visorrey consintio en todo lo propuesto; pero don Gregorio, sabiendo lo que passaua, dixo que en ninguna manera podia ni queria dexar a doña Ana Felix; pero teniendo intencion de ver a su[s] padres y de dar traça de boluer por ella, vino en el decretado concierto. Quedose Ana Felix con la muger de don Antonio y Ricote en casa del visorrey.

Llegose el dia de la partida de don Antonio, y el de don Quixote y Sancho, que fue de alli a otros dos; que la cayda no le concedio que mas presto se pusiesse en camino. Huuo lagrimas, huuo suspiros, desmayos y sollozos al despedirse don Gregorio de Ana Felix. Ofreciole Ricote a don Gregorio mil escudos, si los queria; pero el no tomó ninguno, sino solos cinco que le prestó don Antonio, prometiendo la paga dellos en la Corte. Con esto se partieron los do[s], y don Quixote y Sancho despues, como se ha dicho, don Quixote, dessarmado y de camino; Sancho, a pie, por yr el ruzio cargado con las armas.



  —328→     -fol. 254r-  

ArribaAbajoCapitulo LXVI

Que trata de lo que vera el que lo leyere, o lo oyra el que lo escuchare leer


Al salir de Barcelona boluio don Quixote a mirar el sitio donde auia caydo, y dixo856:

«Aqui fue Troya; aqui mi desdicha, y no mi cobardia, se lleuó mis alcançadas glorias; aqui vsó la fortuna conmigo de sus bueltas y rebueltas; aqui se escurecieron mis hazañas; aqui, finalmente, cayo mi ventura para jamas leuantarse.»

Oyendo lo qual Sancho, dixo:

«Tan de valientes coraçones es, señor mio, tener sufrimiento en las desgracias, como alegria en las prosperidades, y esto lo juzgo por mi mismo; que si quando era gouernador estaua alegre, agora que soy escudero de a pie, no estoy triste. Porque he oydo dezir que esta que llaman por ai Fortuna es vna muger borracha y antojadiza, y, sobre todo, ciega, y, assi, no vee lo que haze ni sabe a quien derriba ni a quien ensalza.»

«Muy filosofo857 estas, Sancho», respondio don Quixote; «muy a lo discreto hablas; no se quién te lo enseña. Lo que te se dezir es que no ay fortuna en el mundo, ni las cosas que en el suceden, buenas o malas que sean, vienen acaso, sino por particular prouidencia de los cielos, y de aqui viene lo que suele dezirse que cada vno es artifice de su ventura. Yo lo he sido   —329→   de la mia, pero no con la prudencia necessaria, y, assi, me858 han salido al gallarin859 mis presunciones; pues deuiera pensar que al poderoso grandor del cauallo del de la Blanca Luna no podia resistir la flaqueza de Rozinante. Atreuime, en fin; hize lo que pude, derribaronme, y aunque perdi la honra, no perdi ni puedo perder la virtud de cumplir mi palabra. Quando era cauallero andante, atreuido y valiente, con mis obras y con mis manos acreditaua mis hechos, y agora, quando soy escudero pedestre, acreditaré mis palabras, cumpliendo la que di de mi promessa. Camina, pues, amigo   -fol. 254v-   Sancho, y vamos a tener en nuestra tierra el año del nouiciado, con cuyo encerramiento cobraremos virtud nueua para boluer al nunca de mi oluidado exercicio de las armas.»

«Señor», respondio Sancho, «no es cosa tan gustossa el caminar a pie, que me mueua e incite a hazer grandes jornadas; dexemos estas armas colgadas de algun arbol, en lugar de vn ahorcado, y, ocupando yo las espaldas del ruzio, leuantados los pies del suelo, haremos las jornadas como vuessa merced las pidiere y midiere; que pensar que tengo de caminar a pie y hazerlas grandes es pensar en lo escusado.»

«Bien has dicho, Sancho», respondio don Quixote, «cuelguense mis armas por trofeo, y al pie dellas, o alrededor dellas grauaremos en los arboles lo que en el trofeo de las armas de Roldan estaua escrito:

  —330→  

      Nadie las mueua
que estar no pueda con Roldan a prueua860



«Todo esso me parece de perlas», respondio Sancho, «y si no fuera por la falta que para el camino nos auia de hazer Rozinante, tambien fuera bien dexarle colgado.»

«Pues ni el ni las armas», replicó don Quixote, «quiero que se ahorquen, porque no se diga que a buen seruicio mal galardon861

«Muy bien dize vuessa merced», respondio Sancho, «porque, segun opinion de discretos, la culpa del asno no se ha de echar a la albarda; y pues deste sucesso vuessa merced tiene la culpa, castiguese a si mesmo, y no rebienten sus iras por las ya rotas y sangrientas armas, ni por las mansedumbres de Rozinante, ni por la blandura de mis pies, queriendo que caminen mas de lo justo.»

En estas razones y platicas se les passó todo aquel dia, y aun otros quatro, sin sucederles cosa que estoruasse su camino, y al quinto dia, a la entrada de vn lugar, hallaron a la puerta de vn meson mucha gente que   -fol. 255r-   por ser fiesta se estaua alli solaçando. Quando llegaua a ellos don Quixote, vn labrador alzó la voz, diziendo:

«Alguno destos dos señores que aqui vienen, que no conocen las partes, dira lo que se ha de hazer en nuestra apuesta.»

«Si dire, por cierto», respondio don Quixote, «con toda rectitud, si es que alcanço a entenderla.»

  —331→  

«Es, pues, el caso», dixo el labrador, «señor bueno, que vn vezino deste lugar, tan gordo que pesa onze arrobas, dessafió a correr a otro su vezino, que no pesa mas que cinco. Fue la condicion que auian de correr vna carrera de cien pasos con pesos iguales, y, auiendole preguntado al dessafiador cómo se auia de igualar el peso, dixo que el dessafiado, que pesa cinco arrobas, se pusiesse seis de hierro a cuestas, y, assi, se igualarian las onze arrobas del flaco con las onze del gordo.»

«Esso no», dixo a esta sazon Sancho, antes que don Quixote respondiesse. «Y a mi, que ha pocos dias que sali de ser gouernador y juez, como todo el mundo sabe, toca aueriguar estas dudas y dar parecer en todo pleyto.»

«Responde, en buen hora», dixo don Quixote, «Sancho amigo; que yo no estoy para dar migas a vn gato, segun traygo alborotado y trastornado el juyzio.»

Con esta licencia, dixo Sancho a los labradores, que estauan muchos alrededor del, la boca abierta, esperando la sentencia de la suya:

«Hermanos, lo que el gordo pide no lleua camino, ni tiene sombra de justicia alguna; porque si es verdad lo que se dize que el dessafiado puede escoger las armas, no es bien que este las escoja862 tales, que le impidan ni estoruen el salir vencedor; y, assi, es mi parecer que el gordo dessafiador se escamonde, monde, entresaque, pula y atilde, y saque seis arrobas de sus carnes, de aqui o de alli de su cuerpo,   —332→   como mejor le pareciere y estuuiere, y desta manera, quedando en cinco arrobas de peso, se igualará y ajustará con las cinco de su contrario, y assi podran correr igualmente863

«Boto a tal», dixo vn labrador864 que escuchó la sentencia de Sancho, «que este señor ha hablado como vn bendito y sentenciado como vn canonigo. Pero   -fol. 255v-   a buen seguro que no ha de querer quitarse el gordo vna onza de sus carnes, quanto mas seis arrobas»

«Lo mejor es que no corran», respondio otro, «porque el flaco no se muela con el peso, ni el gordo se descarne; y echese la mitad de la apuesta en vino, y lleuemos a estos señores a la taberna de lo caro, y sobre mi...865, la capa quando llueua.»

«Yo, señores», respondio don Quixote, «os lo agradezco; pero no puedo detenerme vn punto, porque pensamientos y sucessos tristes me hazen parecer descortes y caminar mas que de paso.»

Y, assi, dando de las espuelas a Rozinante, passó adelante, dexandolos admirados de auer visto y notado assi su estraña figura como la discrecion de su criado; que por tal juzgaron a Sancho. Y otro de los labradores dixo:

«Si el criado es tan discreto, ¡quál deue de ser el amo! Yo apostaré que si van a estudiar a Salamanca, que a vn tris han de venir a ser alcaldes de Corte; que todo es burla sino estudiar y mas estudiar, y tener fauor y ventura, y quando menos se piensa el hombre se halla   —333→   con vna vara en la mano o con vna mitra en la cabeça.»

Aquella noche la passaron amo y moço en mitad del campo al cielo raso y descubierto, y otro dia, siguiendo su camino, vieron que hazia ellos venia vn hombre de a pie, con vnas alforjas al cuello y vna azcona o chuzo en la mano, propio talle de correo de a pie; el qual como llegó junto a don Quixote adelantó el paso, y medio corriendo llegó a el, y, abraçandole por el muslo derecho, que no alcançaua a mas, le dixo, con muestras de mucha alegria:

«¡O, mi señor don Quixote de la Mancha, y qué gran contento ha de llegar al coraçon de mi señor el duque quando sepa que vuessa merced buelue a su castillo!; que todauia se está en el con mi señora la duquessa.»

«No os conozco, amigo», respondio don Quixote, «ni se quién sois, si vos no me lo dezis.»

«Yo, señor don Quixote», respondio el correo, «soy Tosilos, el lacayo del duque mi señor, que no quise pelear con vuessa merced sobre el casamiento de la hija de doña Rodriguez.»

«¡Valame Dios!», dixo   -fol. 256r-   don Quixote; «¿es posible que sois vos el que los en[c]antadores mis enemigos transformaron en esse lacayo que dezis, por defraudarme de la honra de aquella batalla?»

«Calle, señor bueno», replicó el cartero, «que no huuo encanto alguno, ni mudança de rostro ninguna; tan lacayo Tosilos entré en la estacada   —334→   como Tosilos lacayo sali della; yo pense casarme sin pelear, por auerme parecido bien la moça; pero sucediome al rebes mi pensamiento, pues assi como vuessa merced se partio de nuestro castillo, el duque mi señor me hizo dar cien palos por auer contrauenido a las ordenanças que me tenia dadas antes de entrar en la batalla, y todo a parado en que la muchacha es ya monja, y doña Rodriguez se ha buelto a Castilla, y yo voy aora a Barcelona a lleuar vn pliego de cartas al virrey, que le embia mi amo. Si vuessa merced quiere vn traguito, aunque caliente, puro, aqui lleuo vna calabaça llena de lo caro, con no se quantas raxitas de quesso de Tronchon, que seruiran de llamatiuo y despertador de la sed, si acaso está durmiendo.»

«Quiero el embite», dixo Sancho, «y echese el resto de la cortesia, y escancie el buen Tosilos a despecho y pesar de quantos encantadores ay en las Indias.»

«En fin», dixo don Quixote, «tu eres, Sancho, el mayor gloton del mundo, y el mayor ignorante de la tierra, pues no te persuades que este correo es encantado, y este Tosilos, contrahecho; quedate con el y hartate; que yo me yre adelante poco a poco, esperandote a que vengas.»

Riose el lacayo, dessembaynó su calabaça, dessalforjó sus raxas, y, sacando vn panecillo, el y Sancho se sentaron sobre la yerua verde, y en buena paz compaña866 despauilaron y   —335→   dieron fondo con todo el repuesto de las alforjas, con tan buenos alientos, que lamieron el pliego de las cartas, solo porque olia a quesso.

Dixo Tosilos a Sancho:

«Sin duda este tu amo, Sancho amigo, deue de ser vn loco.»

«¿Cómo deue?», respondio Sancho; «no deue nada a nadie; que todo lo paga, y mas, quando la moneda es locura. Bien lo veo yo, y bien se lo digo a el; pero ¿qué aprouecha? Y mas agora   -fol. 256v-   que va rematado, porque va vencido del Cauallero de la Blanca Luna.»

Rogole Tosilos le contasse lo que le auia sucedido; pero Sancho le respondio que era descortesia dexar que su amo le esperasse; que otro dia, si se encontrassen, auria lugar para ello. Y, leuantandose, despues de auerse sacudido el sayo y las migajas de las barbas, antecogio al ruzio, y diziendo «a Dios», dexó a Tosilos, y alcançó a su amo que a la sombra de vn arbol le estaua esperando.



  —336→  

ArribaAbajoCapitulo LXVII

De la resolucion que tomó don Quixote de hazerse pastor y seguir la vida del campo en tanto que se passaua el año de su promessa, con otros sucessos en verdad gustosos y buenos


Si muchos pensamientos fatigauan a don Quixote antes de ser derribado, muchos mas le fatigaron despues de caydo. A la sombra del arbol estaua, como se ha dicho, y alli, como moscas a la miel le acudian y picauan pensamientos; vnos yuan al dessencanto de Dulcinea, y otros a la vida que auia de hazer en su forçosa retirada. Llegó Sancho, y alabole la liberal condicion del lacayo Tosilos.

«¿Es posible», le dixo don Quixote, «que todauia, o Sancho, pienses que aquel sea verdadero lacayo? Parece que se te ha ydo de las mientes auer visto a Dulcinea conuertida y transformada en labradora, y al Cauallero de los Espejos en el bachiller Carrasco, obras todas de los encantadores que me persiguen; pero dime agora, ¿preguntaste a esse Tosilos que dizes qué ha hecho Dios de Altissidora; si ha llorado mi ausencia, o si ha dexado ya en las manos del oluido los enamorados pensamientos que en mi presencia la fatigauan?»

«No eran», respondio Sancho, «los que yo tenia tales, que me diessen lugar a preguntar boberias. ¡Cuerpo de mi!, señor, ¿está vuessa   —337→   merced aora en terminos de inquirir pensamientos   -fol. 257r-   agenos, especialmente amorosos?»

«Mira, Sancho», dixo don Quixote; «mucha diferencia ay de las obras que se hazen por amor a las que se hazen por agradecimiento. Bien puede ser que vn cauallero sea desamorado; pero no puede ser, hablando en todo rigor, que sea desagradecido. Quisome bien, al parecer, Altisidora, diome los tres tocadores que sabes, lloró en mi partida, maldixome, vituperome, quexose a despecho de la verguença, publicamente, señales todas de que me adoraua; que las iras de los amantes suelen parar en maldiciones. Yo no tuue esperanças que darle, ni tesoros que ofrecerle, porque las mias las tengo entregadas a Dulcinea, y los tesoros de los caualleros andantes son como los de los duendes, aparentes y falsos, y solo puedo darle estos acuerdos que della tengo, sin perjuyzio, pero, de los que tengo de Dulcinea, a quien tu agrauias con la remission que tienes en açotarte y en castigar essas carnes -que vea yo comidas de lobos- que quieren guardarse antes para los gusanos que para el remedio de aquella pobre señora.»

«Señor», respondio Sancho, «si va a dezir la verdad, yo no me puedo persuadir que los açotes de mis posaderas tengan que ver con los desencantos de los encantados, que es como si dixessemos: “si os duele la cabeza, vntaos las rodillas”; a lo menos, yo ossaré jurar que en quantas historias vuessa merced   —338→   ha leydo que tratan de la andante caualleria no ha visto algun desencantado por867 açotes; pero, por si o por no, yo me los dare, quando tenga gana y el tiempo me de comodidad para castigarme.»

«Dios lo haga», respondio don Quixote, «y los cielos te den gracia para que caygas en la cuenta y en la obligacion que te corre de ayudar a mi señora, que lo es tuya, pues tu eres mio.»

En estas platicas yuan siguiendo su camino, quando llegaron al mesmo sitio y lugar donde fueron atropellados de los toros; reconociole don Quixote; dixo a Sancho:

«Este es el prado donde   -fol. 257v-   topamos a las bizarras pastoras y gallardos pastores que en el querian renouar e imitar a la pastoral arcadia, pensamiento tan nueuo como discreto, a cuya imitacion, si es que a ti te parece bien, querria, o Sancho, que nos conuirtiessemos en pastores, siquiera el tiempo que tengo de estar recogido. Yo compraré algunas ouejas y todas las demas cosas que al pastoral exercicio son necessarias, y, llamandome yo el pastor Quixotiz, y tu el pastor Pancino, nos andaremos por los montes, por las seluas y por los prados, cantando aqui, endechando alli, beuiendo de los liquidos cristales de las fuentes, o ya de los limpios arroyuelos, o de los caudalosos rios. Dara[n]nos con abundantissima mano de su dulcissimo fruto las encinas, assiento los troncos de los durissimos alcornoques, sombra los sauces,   —339→   olor las rosas, alfombras de mil colores matizadas868 los estendidos prados, aliento el ayre claro y puro, luz la luna y las estrellas, a pesar de la escuridad de la noche, gusto el canto, alegria el lloro, Apolo versos, el869 amor conceptos, con que podremos hazernos eternos y famosos, no solo en los presentes, sino en los venideros siglos.»

«Pardiez», dixo Sancho, «que me ha quadrado, y aun esquinado870 tal genero de vida; y mas, que no la ha de auer aun bien visto el bachiller Sanson Carrasco y maesse Nicolas el barbero, quando la han de querer seguir, y hazerse pastores con nosotros; y aun quiera Dios no le venga en voluntad al cura de entrar tambien en el aprisco, segun es de alegre y amigo de holgarse.»

«Tu has dicho muy bien», dixo don Quixote, «y podra llamarse el bachiller Sanson Carrasco, si entra en el pastoral gremio, como entrará, sin duda, el pastor Sansonino, o ya el pastor Carrascon; el barbero Nicolas se podra llamar Miculoso871, como ya el antiguo Boscan872 se llamó Nemoroso; al cura no se que nombre le pongamos, si no es algun deriuatiuo873 de su nombre, llamandole el pastor Curiambro. Las pastoras   -fol. 258r-   de quien hemos de ser amantes, como entre peras podremos escoger sus nombres; y pues el de mi señora quadra assi al de pastora como al de princessa, no ay para qué cansarme en buscar otro que mejor le venga; tu, Sancho, pondras a la tuya el que quisieres.»

  —340→  

«No pienso», respondio Sancho, «ponerle otro alguno sino el de Teresona, que le vendra bien con su gordura y con el propio que tiene, pues se llama Teresa; y mas, que celebrandola yo en mis versos, vengo a descubrir mis castos desseos, pues no ando a buscar pan de trastrigo por las casas agenas. El cura no sera bien que tenga pastora, por dar buen exemplo; y si quisiere el bachiller tenerla, su alma en su palma.»

«¡Valame Dios», dixo don Quixote, «y qué vida nos hemos de dar, Sancho amigo! ¡Qué de churumbelas han de llegar a nuestros oydos, qué de gaytas zamoranas, qué tamborines, y qué de sonajas, y qué de rabeles874! Pues ¡qué si destas diferencias de musicas resuena la de los albogues! Alli se vera[n] casi todos los instrumentos pastorales.»

«¿Qué son albogues?875», preguntó Sancho; «que ni los he oydo nombrar, ni los he visto en toda mi vida.»

«Albogues son», respondio don Quixote, «vnas chapas a modo de candeleros de açofar, que dando vna con otra por lo vacio y hueco, haze vn son876, si no muy agradable, ni armonico, no descontenta, y viene bien con la rusticidad de la gayta y del tamborin; y este nombre albogues es morisco, como lo son todos aquellos que en nuestra lengua castellana comiençan en al, conuiene a saber: almoaça, almorçar, alhombra, alguazil, alucema, almacen, alcanzia877, y otros semejantes, que deuen   —341→   ser pocos mas; y solos tres tiene nuestra lengua que son moriscos y acaban en i, y son borcegui878, zaquiçami, y marauedi; alheli y alfaqui879, tanto por el al primero como por el i en que acaban, son conocidos por arabigos. Esto te he dicho de paso por auermelo reduzido a la memoria la ocasion de auer nombrado albogues; y anos de ayudar mucho   -fol. 258v-   al parecer en perfecion este exercicio el ser yo algun tanto poeta, como tu sabes, y el serlo tambien en estremo el bachiller Sanson Carrasco; del cura no digo nada, pero yo apostaré que deue de tener sus puntas y collares de poeta; y que las tenga tambien maesse Nicolas, no dudo en ello, porque todos o los mas son guitarristas y copleros. Yo me quexaré de ausencia; tu te alabarás de firme enamorado; el pastor Carrascon de desdeñado, y el cura Curiambro de lo que el mas puede seruirse, y, assi, andara la cosa que no aya mas que dessear.»

A lo que respondio Sancho:

«Yo soy, señor, tan desgraciado que temo no ha de llegar el dia en que en tal exercicio me vea. ¡O, qué polidas cuchares880 tengo de hazer quando pastor me vea! ¡Qué de migas, qué de natas, qué de guirnaldas y qué de çarandajas pastoriles, que, puesto que no me grangeen fama de discreto, no dexarán de grangearme la de ingenioso! Sanchica mi hija nos lleuará la comida al hato; pero ¡guarda! que es de buen parecer, y ay pastores mas maliciosos que simples, y no querria que fuesse por lana y boluiesse   —342→   trasquilada; y tambien suelen andar los amores y los no buenos desseos por los campos como por las ciudades, y por las pastorales choças como por los reales palacios, y quitada la causa, se quita el pecado, y ojos que no veen, coraçon que no quiebra, y mas vale salto de mata que ruego de hombres buenos881

«No mas refranes, Sancho», dixo don Quixote, «pues qualquiera de los que has dicho basta para dar a entender tu pensamiento, y muchas vezes te he aconsejado que no seas tan prodigo de refranes, y que te vayas a la mano en dezirlos; pero pareceme que es predicar en desierto, y “castigame mi madre, y yo trómpogelas”882

«Pareceme», respondio Sancho, «que vuessa merced es como lo que dizen: “dixo la sarten a la caldera: quitate alla, ojinegra”. Estame reprehendiendo que no diga yo refranes, y ensartalos   -fol. 259r-   vuessa merced de dos en dos.»

«Mira, Sancho», respondio don Quixote; «yo traygo los refranes a proposito, y vienen quando los digo como anillo en el dedo; pero traeslos tan por los cabellos, que los arrastras, y no los guias; y si no me acuerdo mal, otra vez te he dicho que los refranes son sentencias breues, sacadas de la experiencia y especulacion de nuestros antiguos sabios, y el refran que no viene a proposito antes es disparate que sentencia; pero dexemonos desto, y pues ya viene la noche, retiremonos del camino real algun trecho, donde passaremos esta noche, y Dios sabe lo que sera mañana.»

  —343→  

Retiraronse, cenaron tarde y mal, bien contra la voluntad de Sancho, a quien se le representauan las estrechezas de la andante caualleria vsadas en las seluas y en los montes, si bien tal vez la abundancia se mostraua en los castillos y casas, assi de don Diego de Miranda, como en las bodas del rico Camacho, y de don Antonio Moreno; pero consideraua no ser possible ser siempre de dia ni siempre de noche, y, assi, passó aquella durmiendo y su amo velando.



  —344→  

ArribaAbajoCapitulo LXVIII

De la cerdosa auentura que le acontecio883 a don Quixote


Era la noche algo escura, puesto que la luna estaua en el cielo, pero no en parte que pudiesse ser vista; que tal vez la señora Diana se va a passear a los antipodas, y dexa los montes negros y los valles escuros. Cumplio don Quixote con la naturaleza, durmiendo el primer sueño, sin dar lugar al segundo, bien al rebes de Sancho, que nunca tuuo segundo, porque le duraua el sueño desde la noche hasta la mañana, en que se mostraua su buena complexion y pocos cuydados. Los de don Quixote le desuelaron de manera, que desperto a Sancho y le dixo:

«Marauillado   -fol. 259v-   estoy, Sancho, de la libertad de tu condicion. Yo imagino que eres hecho de marmol o de duro bronze, en quien no cabe mouimiento ni sentimiento alguno. Yo velo quando tu duermes, yo lloro quando cantas, yo me desmayo de ayuno quando tu estás pereçoso y desalentado de puro harto. De buenos criados es conlleuar las penas de sus señores y sentir sus sentimientos, por el bien parecer siquiera. Mira la serenidad desta noche, la soledad en que estamos, que nos combida a entremeter alguna vigilia entre nuestro sueño. Leuantate, por tu vida, y desuiate algun trecho de aqui, y con buen animo y denuedo agradecido,   —345→   date trecientos o quatrocientos açotes a buena cuenta de los del desencanto de Dulcinea, y esto rogando te lo suplico; que no quiero venir contigo a los braços, como la otra vez, porque se que los tienes pesados. Despues que te ayas dado, passaremos lo que resta de la noche cantando, yo mi ausencia, y tu tu firmeza, dando desde agora principio al exercicio pastoral que hemos de tener en nuestra aldea.»

«Señor», respondio Sancho, «no soy yo religioso para que desde la mitad de mi sueño me leuante y me dicipline, ni menos me parece que del estremo del dolor de los açotes se pueda passar al de la musica; vuessa merced me dexe dormir y no me apriete en lo del açotarme; que me hara hazer juramento de no tocarme jamas al pelo del sayo, no que884 al de mis carnes.»

«¡O alma endurecida! ¡O escudero sin piedad! ¡O pan mal empleado, y mercedes mal consideradas las que te [he] hecho y pienso de hazerte! Por mi te has visto gouernador, y por mi te vees con esperanças propinquas de ser conde o tener otro titulo equiualente, y no tardará el cumplimiento de ellas mas de quanto tarde en passar este año; que yo, post tenebras spero lucem885».

«No entiendo esso», replicó Sancho; «solo entiendo que en tanto que duermo, ni tengo temor, ni esperança, ni trabajo, ni gloria; y bien aya el que inuentó el sueño, capa   -fol. 260r-   que cubre   —346→   todos los humanos pensamientos, manjar que quita la hambre, agua que ahuyenta la sed, fuego que calienta el frio, frio que templa el ardor, y, finalmente, moneda general con que todas las cosas se compran, balança y peso que yguala al pastor con el rey, y al simple con el discreto. Sola vna cosa tiene mala el sueño, segun he oydo dezir, y es que se parece a la muerte, pues de vn dormido a vn muerto ay muy poca diferencia.»

«Nunca te he oydo hablar, Sancho», dixo don Quixote, «tan elegantemente como aora; por donde vengo a conocer ser verdad el refran que tu algunas vezes sueles dezir: “no con quien naces, sino con quien paces”.»

«A, pesi a tal», replicó Sancho, «señor nuestro amo. ¡No soy yo aora el que ensarta refranes; que tambien a vuessa merced se le caen de la boca de dos en dos mejor que a mi, sino que deue de auer entre los mios y los suyos esta diferencia, que los de vuessa merced vendran a tiempo, y los mios a desora; pero, en efecto, todos son refranes.»

En esto estauan, quando sintieron un sordo estruendo y vn aspero ruydo, que por todos aquellos valles se estendia. Leuantose en pie don Quixote y puso mano a la espada, y Sancho se agazapó debaxo del ruzio, poniendose a los lados el lio de las armas y la albarda de su jumento, tan temblando de miedo, como alborotado don Quixote. De punto en punto yua creciendo el ruydo, y, llegandose cerca a los   —347→   dos temerosos, a lo menos, al vno, que al otro ya se sabe su valentia.

Es, pues, el caso que lleuauan vnos hombres a vender a vna feria mas de seyscientos puercos, con los quales caminauan a aquellas horas, y era tanto el ruydo que lleuauan, y el gruñir y el bufar, que ensordecieron los oydos de don Quixote y de Sancho, que no aduirtieron lo que ser podia. Llegó de tropel la estendida y gruñidora piara, y sin tener respeto a la autoridad de don Quixote ni a la de Sancho, passaron por cima de los dos, deshaziendo las trincheas de Sancho, y derribando no solo a don Quixote, sino lleuando por añadidura a Rozinante. El tropel, el gruñir, la presteza con que   -fol. 260v-   llegaron los animales inmundos puso en confusion y por el suelo a la albarda, a las armas, al ruzio, a Rozinante, a Sancho y a don Quixote. Leuantose Sancho como mejor pudo y pidio a su amo la espada, diziendole que queria matar media dozena de aquellos señores y descomedidos puercos; que ya auia conocido que lo eran. Don Quixote le dixo:

«Dexalos estar, amigo; que esta afrenta es pena de mi pecado, y justo castigo del cielo es que a vn cauallero andante vencido le coman adiuas, y le piquen abispas, y le hollen puercos.»

«Tambien deue de ser castigo del cielo», respondio Sancho, «que a los escuderos de los caualleros vencidos los punzen moscas, los coman piojos, y les enuista la hambre. Si los escuderos fueramos hijos de los caualleros a   —348→   quien seruimos, o parientes suyos muy cercanos, no fuera mucho que nos alcançara la pena de sus culpas, hasta la quarta generación; pero ¿qué tienen que ver los Panças con los Quixotes? Aora bien, tornemonos a acomodar, y durmamos lo poco que queda de la noche, y amanecera Dios y medraremos.»

«Duerme tu, Sancho», respondio don Quixote, «que naciste para dormir; que yo, que naci para velar, en el tiempo que falta de aqui al dia dare rienda a mis pensamientos, y los desfogaré en vn madrigalete que, sin que tu lo sepas, anoche compuse en la memoria.»

«A mi me parece», respondio Sancho, «que los pensamientos que886 dan lugar a hazer coplas no deuen de ser muchos. Vuessa merced coplee quanto quisiere; que yo dormire quanto pudiere.»

Y luego, tomando en el suelo quanto quiso, se acurrucó, y durmio a sueño suelto, sin que fianças, ni deudas, ni dolor alguno se lo estoruasse. Don Quixote, arrimado a vn tronco de vna haya o de vn alcornoque -que Cide Hamete Benengeli no distingue el arbol que era-, al son de sus mesmos su[s]piros cantó de esta suerte:

  -fol. 261r-  
   Amor, quando yo pienso
en el mal que me das, terrible y fuerte,
voy corriendo a la muerte,
pensando assi acabar mi mal inmenso;
    mas en llegando al paso
que es puerto en este mar de mi tormento,
tanta alegria siento,
que la vida se esfuerça, y no le passo.
—349→
   Assi el vivir me mata,
que la muerte me torna a dar la vida.
¡O condicion no oyda
la que conmigo muerte y vida trata!887.

Cada verso destos acompañaua con muchos suspiros y no pocas lagrimas, bien como aquel cuyo coraçon tenia888 traspassado con el dolor del vencimiento, y con la ausencia de Dulcinea. Llegose en esto el dia, dio el sol con sus rayos en los ojos a Sancho, desperto y espereçose, sacudiendose y estirandose los pereçosos miembros; miró el destroço que auian hecho los puercos en su reposteria, y maldixo la piara, y aun mas adelante. Finalmente, boluieron los dos a su començado camino, y al declinar de la tarde vieron que hazia ellos venian hasta diez hombre[s] de a cauallo y quatro o cinco de a pie. Sobresaltose el coraçon de don Quixote y azorose el de Sancho, porque la gente que se les llegaua traia lanças y adargas y venia muy a punto de guerra. Boluiose don Quixote a Sancho, y dixole:

«Si yo pudiera, Sancho, exercitar mis armas, y mi promesa no me huuiera atado los braços, esta maquina que sobre nosotros viene la tuuiera yo por tortas y pan pintado; pero podria ser fuesse otra cosa de la que tememos.»

Llegaron en esto los de a cauallo, y, arbolando las lanças, sin hablar palabra alguna, rodearon a don Quixote y se las pusieron a las espaldas y pechos, amenazandole de muerte. Vno de   -fol. 261v-   los de a pie, puesto vn dedo en la boca   —350→   en señal de que callasse, assio del freno de Rozinante y le sacó del camino, y los demas de a pie, antecogiendo a Sancho y al ruzio, guardando todos marauilloso silencio, siguieron los pasos del que licuaua a don Quixote, el qual dos o tres vezes quiso preguntar adónde le lleuauan, o qué querian; pero apenas començaua a mouer los labios, quando se los yuan a cerrar con los889 hierros de las lanças; y a Sancho le acontecia lo mismo, porque apenas daua muestras de hablar, quando vno de los de a pie con vn aguijon le punzaua, y al ruzio ni mas ni menos, como si hablar quisiera.

Cerro la noche, apresuraron el paso, crecio en los dos presos el miedo, y mas, quando oyeron que de quando en quando les dezian:

«¡Caminad, trogloditas! ¡Callad, barbaros! ¡Pagad, antropofagos! ¡No os quexeis, scitas, ni abrais los ojos, Polifemos matadores, leones carniceros!»

Y otros nombres semejantes a estos, con que atormentauan los oydos de los miserables amo y moço. Sancho yua diziendo entre si:

«¿Nosotros890 tortolitas, nosotros barberos ni estropajos? ¿Nosotros perritas, a quien dizen cita, cita? No me contentan nada estos nombres, a mal viento va esta parua; todo el mal nos viene junto, como al perro los palos, y ¡oxala parasse en ellos lo que amenaza esta auentura tan desuenturada!»

Yua don Quixote embelesado, sin poder atinar con quantos discursos hazia qué serian   —351→   aquellos nombres llenos de vituperios que les ponian, de los quales sacaua en limpio no esperar ningun bien y temer mucho mal. Llegaron, en esto, vn hora casi de la noche, a vn castillo, que bien conocio don Quixote que era el del duque, donde auia poco que auia estado.

«¡Valame891 Dios!», dixo assi como conocio la estancia; «y ¿qué sera esto? Si que en esta casa todo es cortesia y buen comedimiento; pero para los vencidos el bien se buelue en mal y el mal en peor.»

Entraron al patio principal del castillo, y vieronle adereçado y puesto de manera, que les acrecento la admiracion y les dobló el miedo, como se vera en el siguiente capitulo.