AUGUSTO.- ¿Qué es de Braulia?
|
BENJAMÍN.- No sé, tío.
|
AUGUSTO.- Pues anda, abre tú.
|
BENJAMÍN.- Ya voy, tío.
|
|
(Abre, en efecto, y recoge unos periódicos y unas
cartas que alguien le entrega.)
|
AUGUSTO.- ¿Qué hay?
|
BENJAMÍN.- El «ABC» y unas
cartas.
|
AUGUSTO.- A ver...
|
|
(ROSA es la novia
de BENJAMÍN, y
asoma por la ventana del foro. Trae una rama en la mano y con ella
golpea el cristal de la ventana. En seguida, se encoge para no ser
vista. DON AUGUSTO ha roto
la faja del «ABC», y lo lee tranquilamente. Su rostro
queda oculto por sus páginas a los espectadores. Nadie
repara en el juego de ROSA, hasta que ésta lo repite
dos veces. Entonces DON
AUGUSTO interrumpe su lectura.)
|
AUGUSTO.- ¿Quién está
llamando en la ventana?
|
BENJAMÍN.- No sé...
(Se aproxima a la ventana y mira a derecha e
izquierda.) No hay nadie.
|
AUGUSTO.- Pues alguien llamaba, desde luego.
|
BENJAMÍN.- No sé...
(Transición.) ¿Hay
alguna noticia interesante?
|
AUGUSTO.- Sí, el Gobierno de hoy es el
mismo de ayer. Curioso, ¿no?, ¿qué
habrá pasado?
(ROSA insiste en
sus llamadas. Las acusan simultáneamente tío y
sobrino. AUGUSTO deja el
periódico, con un punto de cólera. BENJAMÍN, sin esperar nuevas
órdenes, acude otra vez a la altura de la ventana.
ROSA se agazapa de
nuevo.)
¿Has
oído?
|
BENJAMÍN.- Sí, sí.
(Hace ademán de abrir la
ventana.)
|
AUGUSTO.- No, no. ¡No abras! Que se llena
esto de moscas en seguida.
|
BENJAMÍN.-
(Perplejo.) Pues...
(Hasta que de pronto, ROSA se deja ver.)
¡Si es Rosa!... (Aclara a su
tío.)
|
AUGUSTO.- Vaya, hombre, idilio tenemos...
|
|
(ROSA, le invita
con el ademán a que abra la ventana.)
|
BENJAMÍN.- ¿Qué dices?
(ROSA repite
el gesto. Ahora BENJAMÍN la
comprende.) No puedo. (ROSA, a su vez, tampoco entiende muy
bien a BENJAMÍN.)
¡Que no puedo! (ROSA le pregunta con el gesto el
porqué.) Porque se llena esto de moscas.
(ROSA no
entiende.) ¡Que se llena esto...!
¡¡Moscas, moscas!! (ROSA sigue sin
entender.) ¡Moscas, moscas!
(Transición.) ¡Qué
niña! ¡Es tonta de caerse...!
|
AUGUSTO.- Muchacho, se trata de tu novia.
|
BENJAMÍN.- (Como un
energúmeno.) ¡¡¡Moscas!!!
|
|
(AUGUSTO ha vuelto
al ajedrez, debajo de cuyo tablero guardó el
«ABC».)
|
AUGUSTO.- ¿Y por qué no sales y
hablas con Rosa lo que tengas que hablar?
|
BENJAMÍN.- (A ROSA.)
¡Aguarda!
|
|
(Y abre la puerta y sale a la calle. En ese momento
LEOPOLDINA desciende la
escalera. LEOPOLDINA lleva
pantalones y una blusa blanca. Es una mujer desenvuelta e
incitante. Se ve que ha tomado el sol en la playa.)
|
LEOPOLDINA.-
¿Volvió Braulia, vidita?
|
AUGUSTO.- No me llames vidita delante de
gente.
|
LEOPOLDINA.-
¿Y dónde hay gente, mi cielo?
|
AUGUSTO.- Ahí, en la puerta, están
Benjamín y Rosa.
|
LEOPOLDINA.-
Ah, ¡qué graciosilla es Rosa!,
¿verdad?
|
AUGUSTO.- A Benjamín, al menos,
así se lo parece.
|
LEOPOLDINA.- (Se asoma por la
puerta, a medio abrir.) ¿Qué hay,
Rosa?
|
ROSA.- Buenos días.
|
LEOPOLDINA.- ¿Qué hacéis
ahí con tanto calor? Pasad, que voy a datos una
cañita de manzanilla muy fresca.
|
ROSA.- Oh, no, Leopoldina.
|
LEOPOLDINA.- Anda, anda....
|
|
(ROSA es muy mona,
pero cursilita de maneras y de indumentaria. Penetran los dos en la
casa. Cuando BENJAMÍN va a cerrar la puerta
tras sí, llega BRAULIA. Entonces, él entra sin
cerrar la puerta. BRAULIA
es una chica de servir. Viste un trajecito blanco que le hace
especialmente seductora. Trae en la mano muchos paquetes, tantos,
que le cuesta trabajo cerrar la puerta.)
|
ROSA.- Qué simpática es
Leopoldina, ¿verdad, Benjamín?
|
BENJAMÍN.- Sí, en visita todos
somos encantadores...
|
ROSA.- (Inflamada de
admiración por LEOPOLDINA.) ¡Oh,
es guapísima tu tita...!
|
BENJAMÍN.- (Entre
dientes.) A cualquier cosa le llaman tita...
|
ROSA.- ¿Qué quieres decir?
|
BENJAMÍN.- Nada, nada...
|
|
(LEOPOLDINA, que
se había alejado de la puerta, mientras ROSA y BENJAMÍN dialogaban, se acerca
de nuevo a ellos.)
|
LEOPOLDINA.-
Ah, mira, Braulia. A punto viene... Sírvanos
un poco de manzanilla, Braulia.
|
BRAULIA.- En seguida, señorita. Pero
déjeme que ponga todos los paquetes dentro.
|
|
(Hace mutis por la puertecita del foro derecha, de donde
saldrá, cuando el diálogo lo marque, con una botella
de manzanilla y unas cañas.)
|
LEOPOLDINA.-
¡Estás preciosa, Rosita! Y qué
bonito bolsillo...
|
|
(ROSA lleva un
bolsillo que disuena espantosamente con su toilette.)
|
ROSA.-
¿De verdad cree que le va bien al traje?
|
LEOPOLDINA.- (Sin que se le
trasluzca la menor ironía.) Como anillo al
dedo, Rosita... ¡Ah! La manzanilla...
|
|
(BRAULIA descorcha
la botella y sirve manzanilla a diestro y siniestro. En el
ínterin suena el timbre. BRAULIA abre la puerta. Entra
DON MAURICIO. Es un hombre
de pueblo. Viste ruralmente.)
|
BRAULIA.- Buenos días.
|
MAURICIO.-
¿Entro en mal momento, don Augusto?
|
AUGUSTO.-
Al contrario, es usted la oportunidad misma.
Tómese una caña con nosotros.
|
BRAULIA.- (Al tiempo que le
sirve.) Es pura nieve.
|
LEOPOLDINA.- ¿Y usted, cómo lo
sabe?
|
BRAULIA.- Lo digo por lo fría que viene
la botella. (BRAULIA sirve la manzanilla.)
|
MAURICIO.- No debía probar ni una
gota.
|
AUGUSTO.- ¿Y eso por qué?
|
MAURICIO.- Porque está uno ya muy
cuarteado.
|
AUGUSTO.- Bueno, bueno...
|
MAURICIO.-
Ustedes van ahora por lo mejor de la vida, pero
uno...
|
AUGUSTO.- Tiene usted salud para enterrar hasta
a Rosita. Usted nos llorará a todos... si nos llora.
|
MAURICIO.- Siempre tan bromista...
|
LEOPOLDINA.- (En son de
brindis.) A la salud de don Mauricio y... por la
felicidad de los novios.
|
|
(Hace un guiño malicioso a ROSA y a BENJAMÍN. Todos apuran sus
cañas.)
|
AUGUSTO.- Braulia: en mi mesita de noche hay un
sobre azul. Tráigamelo, haga el favor.
|
BRAULIA.- En seguida, señorito.
(Mutis escaleras arriba.)
|
ROSA.- (A BENJAMÍN.) Yo me
marcho, Benjamín... He de ir a encargar una misa en la
capilla, pero vuelvo en seguida, ¿quieres?
|
BENJAMÍN.- Bueno.
|
LEOPOLDINA.- ¿Qué oigo? ¿Te
marchas, salada? (La besa, muy cariñosa, en
ambas mejillas.) Ya sabes dónde nos tienes y
que te queremos mucho, mucho...
|
ROSA.- Leopoldina, yo a ustedes también.
Adiós, don Augusto.
|
AUGUSTO.- Adiós, muchacha.
|
|
(BRAULIA baja de
la planta alta con un sobre en la mano.)
|
BRAULIA.- (A DON AUGUSTO.)
¿Es éste el sobre?,
|
AUGUSTO.-
Sí. (Le entrega el sobre a
MAURICIO.)
La renta de la casa, señor administrador. Y dígale al
dueño que me parece un disparate de cara.
|
MAURICIO.-
Vamos, don Augusto, no se queje...
|
AUGUSTO.- Bueno, bueno...
|
MAURICIO.- (A ROSA.) Si su novio no
se pone celoso, saldré con usted.
|
BENJAMÍN.- Espero que se porten
correctamente.
|
MAURICIO.- Adiós, señores.
|
LEOPOLDINA.- Adiós, don Mauricio. No se
olvide. (Mutis de ROSA, BENJAMÍN y MAURICIO.) Este don
Mauricio es el pelmazo número uno. Siempre con sus cosas...
«Ustedes, que están en lo mejor de la vida»...
«Yo, en cambio...» ¡Jesús, qué
cargante!
|
|
(DON AUGUSTO lee
una carta, mientras habla LEOPOLDINA y BRAULIA recoge las cañas y la
botella y parece dispuesta a retirarse.)
|
AUGUSTO.- ¡Maldición!
|
|
(BRAULIA retrocede
y se le acerca, sinceramente alarmada.)
|
BRAULIA.- ¿Le sucede algo al
señor? ...
|
AUGUSTO.- ¡Otro anónimo!
|
BRAULIA.- ¿Cómo?
|
LEOPOLDINA.- Braulia: retírese, haga, el
favor. Esto no le interesa a usted. Braulia. (En la
puerta del foro.) Me retiraré, pero
interesarme, ¡vaya si me interesa!
|
LEOPOLDINA.- ¿Qué pasa,
Augusto?
|
AUGUSTO.- Lo dicho; acabo de recibir otro
anónimo.
|
LEOPOLDINA.- ¿Contra mí, como el
de la semana pasada?
|
AUGUSTO.-
(Mientras lee.) Hasta
ahora, no.
|
LEOPOLDINA.- Pues ¿contra
quién?
|
AUGUSTO.- Contra Benjamín.
|
LEOPOLDINA.- ¿Qué dice?
|
AUGUSTO.- «Vigile a su sobrino
Benjamín. No tiene otra profesión que la de aparentar
quererle, pero le importa usted un bledo. Sólo se preocupa
de sí mismo y de su novia Rosa. Cuidado con él, que
"flinge" mucho». (Pensativo.)
«Que flinge mucho...»
|
LEOPOLDINA.- ¡Vamos...!
|
AUGUSTO.- «...que finge, que
finge...»
|
LEOPOLDINA.- ¿Qué te sucede?
|
AUGUSTO.- ¡Ay!, ¡ay!, que sé
quién ha escrito esta carta...
|
LEOPOLDINA.- ¿Cómo dices...?
|
AUGUSTO.-
Que sí, que sí, que sí...
|
LEOPOLDINA.- ¿Y quién ha sido?
|
AUGUSTO.- Que has sido tú, que has sido
tú...
|
LEOPOLDINA.- ¡Augusto, mi cielo! Yo no
puedo soportar esa acusación tan injusta. ¿En
qué te fundas para ofenderme?
|
AUGUSTO.- (Sibilinamente.)
«Que flinge mucho...»
¿Quién dice flinge, Leopoldina?
|
LEOPOLDINA.- Pues... todo el mundo, cuando habla
de flingimientos...
|
AUGUSTO.- No se dice
«flingimientos», Leopoldina. Se dice fingimientos. Y no
se dice que «flinge», se dice que
«finge».
|
LEOPOLDINA.-
¿Y qué más da?
|
AUGUSTO.- Tú sí, tú crees
que da lo mismo, por eso cuando entraste en mis oficinas pusiste
esa ele en donde no hacía falta, y yo te llamé a mi
despacho para informarte de que tú y la ele sobrabais en mi
casa. Pero resulta que me he quedado con las dos. ¡La ele
delatora, hijita mía! Gracias a ella, la carta, aunque
anónima, es lo mismo que si viniera firmada.
(Con una creciente cólera.)
¿Y qué significa esto? (BENJAMÍN regresa ahora de
acompañar a su novia y se introduce en la casa
después de cerrar la puerta, que había dejado
abierta.) Que seguramente el anónimo de la
semana pasada, en el que se me decía que tú
tenías un pasado muy turbio, era obra tuya, Benjamín
sinvergüenza, y que os estáis dedicando a
desacreditaros mutuamente para que el que venga expulse al otro de
mi lado.
|
BENJAMÍN.- ¿Qué es lo que
pasa?
|
AUGUSTO.- Lee, sobrino, lee... "que flinge"
mucho y el día menos pensado le desjarretará un tiro
por la espalda y se quedará tan campante...» Eso dicen
de ti... Y ahora me doy cuenta de que tú fuiste el que la
semana pasada, en otro anónimo vergonzoso, pusiste a
Leopoldina, que te consta que es un ángel de chupa de
dómine. (BENJAMÍN baja la
cabeza.) ¿Vais a estar siempre como el perro
y el gato? ¿Cuál es tu ideal, Benjamín?
¿El que yo coloque a Leopoldina de patitas en la calle? Pues
no lo conseguirás, porque Leopoldina me quiere y yo a
ella...
|
LEOPOLDINA.- No te excites, mi vida.
|
AUGUSTO.-
Y tienes que hacerte a la idea de que la debes
respeto y te ordeno que a partir de hoy la llames tía
Leopoldina.
|
BENJAMÍN.- ¡Eso no, tío!
¡Leopoldina no es mi tía!
|
AUGUSTO.- Lo es porque lo mando yo. Y a ti te
digo, Leopoldina, que no estoy dispuesto a consentirse ni cartas
injuriosas ni palabritas irónicas, ¿entendido?
|
LEOPOLDINA.-
Es él quien ha empezado.
|
AUGUSTO.-
¡Es él quien ha empezado...!
Parecéis niños chicos acusándoos.
¡Benjamín!
|
BENJAMÍN.- Dígame.
|
AUGUSTO.- Da un beso en la frente a tu
tía Leopoldina.
|
BENJAMÍN.- ¡¡Tío!!
|
AUGUSTO.- ¡¡Sin rechistar!!
|
LEOPOLDINA.- Déjale, no le fuerces,
Augusto. ¿Para qué violentarle?
|
AUGUSTO.- ¡¡A callarse!!
|
LEOPOLDINA.- Tú mandas...
|
|
(Se cruza de brazos, desdeñosamente; mira hacia el
techo, y se dispone a recibir, sin el menor propósito de
enmienda el anunciado beso de paz. BENJAMÍN se acerca a ella
malhumorado, y con una frialdad y un aire formulario ofensivo la
besa en la frente.)
|
AUGUSTO.- Si un día falto, vosotros dos
sois los únicos seres que habrán de llorarme en este
mundo. Nada de querellas entre vosotros. Está bien, hijo.
Gracias por el placer que me has causado.
|
BENJAMÍN.- Por nadie más del mundo
lo hubiera hecho.
|
|
(Abre la puerta de la calle, la cierra con violencia y se
va.)
|
LEOPOLDINA.- ¡Ay, Dios, qué bueno
eres, santo mío....!
|
|
(Le coge la barbilla a DON AUGUSTO y le palmotea en el
carrillo.)
|
AUGUSTO.-
Calla, calla... Benjamín es un chico
excelente.
|
LEOPOLDINA.- Sí, sí, métele
un dedo en la boca, ya verás si muerde. (Se
acerca y le rodea con los brazos el cuello.) En fin,
voy arriba a hacer un poco de reposo, ¿te parece?
|
AUGUSTO.- Como te apetezca. Yo me quedo
aquí, con mi ajedrez...
|
LEOPOLDINA.- Hasta luego, cielo. ¿Me
perdonas?
|
AUGUSTO.- (Mientras rompe, la
carta.) Sí, criatura, sí...
(En este momento, por la ventana asoma DON FRANCISCO GÓMEZ, que unos
segundos y en silencio, contempla a AUGUSTO, que mueve las figuras de su
tablero. DON FRANCISCO
GÓMEZ se frota las manos -con fruición, por
cierto-, muy satisfecho, y llama al timbre. Nadie le responde.
Entonces, tras una pausa prudencial, llama otra vez.)
¡Braulia!
|
BRAULIA.-
(Desde dentro.)
Señorito.
|
AUGUSTO.- ¡Braulia!
|
|
(El timbre suena de nuevo.)
|
BRAULIA.- (Aparece en la puerta
del foro.) ¿Qué desea?
|
AUGUSTO.- ¿Qué he de desear,
Braulia? El timbre...
|
BRAULIA.- ¿Qué timbre?
|
AUGUSTO.- Pues ¿cuál ha de ser?
(Cuarta llamada.) El de la puerta.
|
BRAULIA.- Si no suena.
|
AUGUSTO.- ¿Que no suena?,
¿dónde tienes el oído?
|
|
(BRAULIA se acerca
a la puerta y mira por la rejilla.)
|
BRAULIA.- Claro, señorito, como que no
hay nadie...
|
|
(Y se marcha camino de su feudo. Cerca ya del foro, el
timbre se oye otra vez, ahora con insistencia.)
|
AUGUSTO.- ¡Braulia!
(BRAULIA se
detiene, un poco asustada, en el umbral.)
¿Tampoco has oído el timbre ahora?
|
|
(BRAULIA, un poco
alarmada, se restriega las orejas.)
|
BRAULIA.- ¡Ay, Virgen! Pues, no...
|
AUGUSTO.- Seré yo el que deba abrir,
entonces... (Se levanta, con positivo mal humor, de
su asiento y va hacia la puerta.) Usted perdone,
señor, que hayamos tardado tanto en abrirle. Es que
estás chicas no hacen más que pensar en las
musarañas... (BRAULIA pone un gesto de asombro al
escuchar a AUGUSTO y se va
por el foro, sin saber a qué atenerse.) Pase
usted. ¿Por quién pregunta?
|
GÓMEZ.- ¿Don Augusto Cadaval?
|
AUGUSTO.- Soy yo. ¿A quién tengo
el gusto de hablar?
|
GÓMEZ.-. Me llamo Francisco
Gómez.
|
AUGUSTO.- Encantado en saludarle.
|
GÓMEZ.- Y desearía conversar con
usted unos minutos.
|
AUGUSTO.- Con mucho gusto. Tome asiento.
(Le ofrece una silla, contigua a la suya, en la mesa
camilla. Puede vérsele entonces. Viste con pulcritud un
traje oscuro. Sigue con los guantes puestos.)
¿Vive usted aquí?
|
GÓMEZ.- No precisamente... Yo me muevo
bastante. Ando siempre de un lado para otro, y, la verdad sea
dicha, no paro nunca en ninguno.
|
AUGUSTO.- Ah, es un placer viajar y ver
países diferentes. Aunque no me explico por qué ponen
tantas dificultades para hacerlo. Los pasaportes, los visados, las
divisas... En fin, fruta del tiempo...
|
GÓMEZ.- Así es, sí,
señor; así es...
|
AUGUSTO.- Ya vendrán tiempos mejores.
|
GÓMEZ.- Esperémoslo.
(Transición.) Pues verá
usted. El motivo de mi visita es un poco banal.
(BRAULIA
sale por el foro, y a la vez que mira, un poco recelosa, a
DON AUGUSTO, se dirige a
la puerta de la calle.) Ahora que tengo la certeza
de que sabrá excusar mi atrevimiento.
|
AUGUSTO.-
Cuénteme, cuénteme...
|
|
(En ese segundo preciso, BRAULIA se disponía a abrir la
puerta.)
|
BRAULIA.-
¿Me decía algo el señor...?
|
AUGUSTO.- Nada, ¿qué iba a
decirle?
|
BRAULIA.-
Dispénseme. Me pareció que...
|
|
(BRAULIA hace
medio mutis y se pone a probar el timbre, para ver si suena. El
timbre, naturalmente, funciona a la
perfección.)
|
GÓMEZ.- Señor Cadaval: tengo
entendido que juega usted de maravilla al ajedrez.
|
AUGUSTO.- Hombre, de maravilla...
|
GÓMEZ.- Debo confesarle que a mi me
apasiona. Lo juego y lo estudio siempre, y soy feliz en los ratos
que le dedico. Yo supongo que usted conoce la apertura
Ruy-López. Y la salida gambito de rey, salida curiosa
que...
|
BRAULIA.- Pues el timbre me doy cuenta de que
suena estupendamente y que se oye muy bien, señorito.
|
AUGUSTO.- Braulia: es de mala educación
interrumpir cuando alguien está hablando.
|
BRAULIA.
(Con estupor.) ¿Y
quién está hablando, señorito?
|
|
(GÓMEZ, con
la cabeza comprensivamente ladeada, se sonríe.)
|
AUGUSTO.- ¿Cómo que quién,
esta hablando?
|
BRAULIA.- Sí...
|
AUGUSTO.- Está hablando el
señor... (Señala a GÓMEZ con la mirada.)
|
BRAULIA.- (Un poco
asustada.) ¿Qué señor?
|
AUGUSTO.- (A GÓMEZ.)
Perdón. (Se levanta, coge a BRAULIA del brazo y la pone en la
puerta del foro.) Ande, Braulia, váyase a sus
ocupaciones, que hoy no está usted en sus cabales.
(BRAULIA,
estupefacta, hace mutis por el foro. DON AUGUSTO vuelve a la
mesa-camilla.) Le presento mis excusas, señor
Gómez, Esta chica, a veces, tiene la cabeza a
pájaros.
|
GÓMEZ.- No se preocupe, señor
Cadaval.
|
AUGUSTO.-
(Cortesano.) Me estaba usted hablando
del gambito de rey, que, por cierto, el llorado Capablanca...
|
GÓMEZ.- Oh, no, de nada en concreto. Le
estaba hablando del ajedrez en términos generales.
|
AUGUSTO.-
Ya...
|
GÓMEZ.- Y me había permitido el
venir a visitarle a usted por si me concedía el honor de
jugar algunas partidas conmigo.
|
AUGUSTO.- Pues ya lo creo. Me encantará
que midamos nuestras fuerzas.
|
GÓMEZ.- He de salir muy malparado, tengo
la seguridad.
|
AUGUSTO.-
No me importará nada darle algunas
ventajas.
|
GÓMEZ.- Reconocidísimo,
señor Cadaval. A ser sincero, yo sólo desearía
una pequeñez: que me autorizara a jugar con guantes.
(LEOPOLDINA
desciende las escaleras en este momento. Viste un
descotadísimo camisón y se dirige a la mesa camilla,
en donde busca algo que no encuentra. AUGUSTO no advierte su presencia hasta
que está junto a los dos.)
|
AUGUSTO.- ¿Con guantes?
(Transición.)
¡Leopoldina! ¿Cómo bajas así?
|
LEOPOLDINA.- Ay, hijo, es que estoy haciendo
reposo.
|
AUGUSTO.- Eso no tiene nada que ver para que te
eches una bata encima del camisón.
|
LEOPOLDINA.- Bueno, Augustito, bueno...
(GÓMEZ reincide en la misma
postura inocente que adoptó cuando llegó BRAULIA.) Qué
etiquetero te has vuelto.
(Transición.) ¿Sabes
dónde está el «ABC» de hoy?
|
|
(Lo busca casi echándose encima de GÓMEZ, que ni
pestañea.)
|
AUGUSTO.- ¡¡Leopoldina!!
|
LEOPOLDINA.- ¡Caramba!, ¿qué
tripa se te ha roto?
|
AUGUSTO.- Arréglate como es debido y baja
para que te presente al señor Gómez.
|
|
(LEOPOLDINA sigue
buscando infructuosamente la pista del
«ABC».)
|
LEOPOLDINA.- ¿A qué señor
Gómez?
|
AUGUSTO.- A don Francisco Gómez.
|
|
(LEOPOLDINA
inspecciona ahora el sofá de la caja de la
escalera.)
|
LEOPOLDINA.- ¿Y qué se me ha
perdido a mí con el señor GÓMEZ?
|
AUGUSTO.-
El señor Gómez es este señor, y
merece que le tratemos con más cortesía.
|
|
(LEOPOLDINA se
había agachado para buscar el periódico debajo del
sofá. Ahora se vuelve hacia AUGUSTO de rodillas.)
|
LEOPOLDINA.- ¿Qué
señor...?
|
AUGUSTO.- Este... (Como si
presentara.) Don Francisco Gómez... Mi mujer,
Leopoldina...
|
|
(LEOPOLDINA se
pone de pie y va hacia él un sí es no es
agresiva.)
|
LEOPOLDINA.- Oye, Augustito, ¿vas a
tomarme el pelo, o es que te has bebido entera la botella de
manzanilla...?
|
AUGUSTO.- (A GÓMEZ, que sigue
sentado.) Y usted podía ponerse de pie,
señor mío. Sería lo correcto. Que le estoy
presentando a mi esposa.
|
|
(GÓMEZ, con
una sonrisa un poco zumbona, se pone de pie lentamente, siempre en
la vecindad de la mesa camilla.)
|
LEOPOLDINA.- Huy, huy, huy... Te has vuelto
loco, mi amor... Hablando solo... (Se acerca a la
puerta del foro.) ¡Braulia!
|
BRAULIA.-
(Con un poco de
nerviosidad.) Señorita....
|
LEOPOLDINA.- Hazme el favor de buscar el.
«ABC» y súbemelo.
|
|
(Hace mutis, mirando un poco achulapada y provocativamente
a AUGUSTO. Entonces se
sucede un largo silencio. AUGUSTO y GÓMEZ se hallan de pie, un poco
distantes el uno del otro. GÓMEZ tiene las manos en las
sisas del chaleco y las piernas entreabiertas en compás.
Sonríe, con su eterna sonrisa enigmática.
BRAULIA, con la conciencia
de que hay algo extraño en la atmósfera, se pone a
buscar el «ABC» por la estancia. Abre el arcón,
lo cierra. Va al sofá, lo separa del tabique, todo ello sin
quitarle ojo a DON
AUGUSTO. En uno de sus viajes por cierto, ras con ras de
GÓMEZ.)
|
AUGUSTO.- (Sin demasiada
firmeza.) No molestes al señor...
(BRAULIA
piensa, un segundo, en replicarle, pero renuncia a hacerlo. Ahora
se dirige a la mesa camilla y, para mejor ver si está
allí, se arrodilla y pasa entre las piernas de GÓMEZ, que no se
inmuta.) ¡¡Braulia!!
|
|
(BRAULIA es
sorprendida en ese crítico tramo de su pesquisición y
levanta la cabeza con los ojos muy abiertos y muy inocentes puestos
en DON
AUGUSTO.)
|
BRAULIA.-
¿Que le sucede al señorito?
|
AUGUSTO.- ¿Crees que ésa es una
posición decorosa?
|
BRAULIA.-
(A dos pasos de las
lágrimas.) Estoy buscando el
«ABC», Don Augusto.
|
|
(AUGUSTO siente un
primer escalofrío. Tal es que ni se atreve a replicarla. De
improviso intuye que la clave de todo reside, no en LEOPOLDINA ni en BRAULIA, sino en GÓMEZ, y le mira casi
retadoramente. BRAULIA
bucea debajo de la mesa camilla. Al salir de ella se dispone a
deshacer su trayecto anterior bajo el mismo puente de ida.
AUGUSTO, como un
energúmeno, se lo impide. )
|
AUGUSTO.- ¡¡Basta!!
¡¡Póngase dé pie!!...
(BRAULIA le
obedece, ya temblorosa.) ¡¡A la cocina!!
Y no se mueva de allí hasta que yo la llame.
(La expulsa casi por el foro y cierra la puerta con
el pasador cuando ha hecho mutis... Sube por la escalera a toda
velocidad y baja guardándose otra llave en el bolsillo. Se
dirige a la puerta de la calle y la cierra también con el
cerrojo. GÓMEZ se
ha sentado, sin perder su comprensiva sonrisa, en su asiento de
antes. Cuando ha concluido de tomar todas estas precauciones
vertiginosamente, se dirige a GÓMEZ, y, pálido, le
coge de las solapas, con violencia, y le espeta esta
pregunta.) ¿Se puede saber qué clase
de ajedrecista es usted?
|
GÓMEZ.-
(Correctísimo.) Oh,
señor Cadaval...
|
AUGUSTO.-
¡Nada de señor Cadaval ni de historias!
¿Qué Gómez es usted? ¿O ese nombre es
falso?, ¿qué es usted? ¿Un mago? ¿Un
fakir? ¿Es usted el demonio?
|
GÓMEZ.- Eso último,
señor.
|
AUGUSTO.- ¿Cómo?
|
GÓMEZ.- Soy el Demonio provincial.
(AUGUSTO cae
aniquilado en la silla de la izquierda.) Vamos,
vamos, serénese, señor Cadaval...
|
AUGUSTO.- Sí, sí...
|
GÓMEZ.- Voy a abrir la ventana para que
entre un poco de aire. Se ha puesto usted como la cera...
|
|
(Se dirige a la ventana del foro. AUGUSTO se aprovecha de que le da la
espalda y le hace, la cruz con los dedos.)
|
AUGUSTO.-
Sí, sí...
|
GÓMEZ.- (Patriarcalmente,
sin volver la cara.) No, don Augusto, no. No cometa
usted incorrecciones conmigo, que yo no vengo con mala
intención.
|
AUGUSTO.- Si yo...
|
GÓMEZ.- Ande, ande, separe esos deditos y
no sea chiquillo... (Abre la ventana. Para mirar a
AUGUSTO, espera a que
éste haya separado sus dedos. Entonces se dirige a él
con un elegante desenfado.) Del río viene una
brisecita muy agradable que le conviene respirar. Vamos,
cálmese, señor Cadaval, cálmese. Yo comprendo
que doy un susto al más pintado, pero le aseguro que no
tiene por qué sentir miedo.
|
AUGUSTO. ¿Y es usted... realmente...?
|
GÓMEZ.- Sí, claro, ya le dije: el
Demonio provincial. Tenemos la cosa dividida en demarcaciones. Yo
trabajo esta zona, hasta Galicia y Asturias. Vamos, Castilla
Centro, fundamentalmente.
|
|
(AUGUSTO le
señala, en su propio rostro, la ausencia de perilla, de las
cejas circunflejas.)
|
AUGUSTO.-
¿Pero... y cómo no lleva..., eh?
|
GÓMEZ.- Porque ése es el uniforme
de ceremonia. ¡Qué chiquillada! Siempre la misma
objeción. No va a andar uno a toda hora con su perilla, sus
cejas y su rabito. Eso, sólo los días de gala. El
uniforme corriente es éste.
|
|
(Se desabotona un poco el guante izquierdo. DON AUGUSTO da un salto, alarmado, y
se parapeta en la silla.)
|
AUGUSTO.- (Entre
dientes.) ¡La garra!
|
GÓMEZ.- No se alarme, hombre. Dicho sea
de paso, supuse que estaba solo. Vi salir a su sobrino y a su
novia...Yo no sabía que era casado.
|
AUGUSTO.- Si no lo soy...
|
GÓMEZ.- ¡Ah!, entonces, ¿esa
señora...? Oh, le ruego que me disculpe...
|
AUGUSTO.- (Próximo a la
confidencia, con el deseo de agradarle.) No es mi
mujer... ¿entiende usted?
|
GÓMEZ.- Ya, ya... ¡Qué
picaroncito, Don Augusto...! ¿Y por qué no se casa?
¡Hace tan feo una situación así...!
|
AUGUSTO.- (Un poco
desconcertado.) Psas... ¡qué quiere
usted...!
|
GÓMEZ.- Piénselo,
piénselo...
|
AUGUSTO.-
(Tímido.) ¿Pero es para
decirme que legalice mi situación para lo que ha venido?
|
GÓMEZ.- Oh, no..., ciertamente que
no.
|
AUGUSTO.- Porque... yo no lo he llamado...
|
GÓMEZ.- Señor Cadaval, sea
delicado conmigo y no haga que me sienta incómodo...
|
AUGUSTO.- No, no, si yo...
|
GÓMEZ.- De sobra sé que usted no
me ha llamado. ¿Y quién me llama desde hace tres
siglos? Nadie. ¡Ay, aquella Edad Media en la que uno no daba
abasto...! Mañana, tarde y noche había que andar de
un lado para otro. Era una delicia. Cualquier niñita de
dieciséis años sabía ya sus conjuros, sus
sortilegios, sus números de cábala. Había
profesionales de ese arte... Brujas, hechiceras, magos... ¡O
témpora, o mores...!
|
AUGUSTO.-
¿Y a qué atribuye ese cambio?
|
GÓMEZ.- Mire, don Augusto, a que la gente
no vive más que para el cine.
|
AUGUSTO.- ¿Cree usted?
|
GÓMEZ.- Y no le queda tiempo de pensar en
otra cosa. Por lo que a mí se refiere (Saca
una agenda de notas.) , el último servicio
que hice fue en 1887, el 12 de marzo. Me llamaron a base de azufre,
hígados de pato y sangre de ternera lechal, que es una
fórmula (Ponderativo.) a la que
no me puedo negar. Desde entonces, hasta hoy...
|
AUGUSTO.- Si me permitiera, yo le daría
una explicación de la crisis porque está pasando.
|
GÓMEZ.- Hable con toda confianza.
|
AUGUSTO.-
Sus tarifas.
|
GÓMEZ.- No diga, Don Augusto.
|
AUGUSTO.- Sí, sí. Por cualquier
servicio, ¡paf!, el alma.
|
GÓMEZ.- No es verdad, Don Augusto.
|
AUGUSTO.- Sí, hombre, sí, que me
consta. Yo he leído bastante, y no se lo digo a humo de
pajas. Si hubieran tenido más consideración, si
hubieran hecho tarifas especiales, descuentos para familias,
¡quién sabe! Otro gallo les cantara... La gente se
habría animado a pedirles algunas cositas: un poquito
más de juventud, el amor de la reina, el cólico del
rival... Pequeñeces, en suma. Pero ustedes andaban
desatados: «¿Cuánto vale eso?»
«¡El alma!» No, hombre, no... Tenía que
venir lo que ha venido. Que ahora no los llama nadie.
(Transición.) Sin embargo, yo
les he visto últimamente en muchas comedias.
|
GÓMEZ.- ¡Uf! He salido en
muchísimas... Ya he perdido la cuenta. Pero
¿qué quiere usted? Eso no me divierte nada.
|
AUGUSTO.- ¿A usted qué es lo que
le gusta?
|
GÓMEZ.- Mire, señor Cadaval.
Sólo una cosa: el ajedrez. Oí hablar de sus triunfos,
y como yo me perezco por ese juego, me decidí a
visitarle.
|
AUGUSTO.- Pero hombre...
|
GÓMEZ.- Ande, don Augusto, sea
complaciente y echemos una partidita...
|
AUGUSTO.- Con guantes, claro, ya me dijo...
|
GÓMEZ.- A mí me daría lo
mismo sin ellos, pero es por el buen efecto, nada más...
|
AUGUSTO.- Comprendo, comprendo... Escuche: y si
yo juego esa partidita, ¿usted qué me da a
cambio?
|
GÓMEZ.- Pida usted, y veremos...
|
AUGUSTO.- ¿Puedo pedir lo que me
parezca?
|
GÓMEZ.- Hombre... No se olvide que un
Demonio provincial no tiene atribuciones excesivas. Por ejemplo...
ya ha visto usted lo que ha pasado antes con Braulia, la chica, y
con su señora.
|
AUGUSTO.-
Sí, que no le veían a usted.
|
GÓMEZ.- Es porque los Demonios
provinciales no estamos autorizados a presentarnos a más de
una persona a la vez, ¿me entiende? Así, claro, nos
movemos dentro de estrechos límites. Por ejemplo, podemos
conceder dinero del país, pero divisas no... Esas
sólo el Gran Diablo... Y el Instituto de Moneda.
Prórrogas de vida, tan sólo por un máximo de
tres años y un día, en virtud de la Ordenanza de 9 de
abril de 1802.
|
AUGUSTO.- Ya, ya...
|
LEOPOLDINA.- (Desde dentro.)
Augustito, mi amor, ¿estás
ahí?
|
AUGUSTO.-
Un momento. (Va al arranque de la
escalera.) ¿Qué quieres,
Leopoldina?
|
LEOPOLDINA.- Dentro de un rato
bajaré...
|
AUGUSTO.-
¡No tengas prisa! (Se queda
pensativo.) Conque... ni divisas... ni
prórrogas de vida... Vaya, vaya...
(Sibilino.) ¿Y si le pidiera
justamente lo contrario?
|
GÓMEZ.- Lo contrario ¿de
qué?
|
AUGUSTO.-
¿...de una prórroga de vida?
|
GÓMEZ.- ¿Cómo?
¿Morirse? ¿Tan mal le va?
|
AUGUSTO.- No morirme definitivamente,
entiéndame, sino sólo un ratito, una media horita...
¿eh?
|
GÓMEZ.- ¿Y después?
|
AUGUSTO.- Nada. Otra vez a las andadas. A
continuar viviendo tan campante.
|
GÓMEZ.- ¿Y con qué
objeto?
|
AUGUSTO.-
Es que tengo una curiosidad enorme, casi una
obsesión de saber... si voy a ser llorado en esta casa
cuando cierre los ojos. ¿Qué quiere usted...? Me
gustaría ser llorado.
|
GÓMEZ.- No, no, si comprendo...
|
AUGUSTO.- Y dígame, ¿puede usted?
¿Eh?
|
GÓMEZ.- Hombre, debería consultar
-no olvide que soy un pobre Demonio de provincias-, porque esta
petición de usted no tiene precedentes.... pero me ha
caído usted simpático.
|
AUGUSTO.- ¿Entonces?
|
GÓMEZ.- Bien. De acuerdo.
¿Cuándo ha de ser eso?
|
AUGUSTO.-
Ahora mismo.
|
GÓMEZ.- Una cosa repentina,
¿no?
|
AUGUSTO.- Y desde luego, sin sufrimientos.
|
GÓMEZ.- Cuente conmigo.
|
AUGUSTO.- Y como es natural, sin que yo pierda
un solo detalle.
|
GÓMEZ.- Hombre, ça va sans dire.
(Pronúnciese «Sa vá san
dïr»)
|
AUGUSTO.- ¿Cómo?
|
GÓMEZ.- Que naturalmente, amigo.
|
AUGUSTO.- Media horita como máximo.
¡Ah! Y nada de bromas a la vuelta.
|
GÓMEZ.- Si rabio ya de ganas de jugar la
partidita, ¿cómo se imagina que...?
|
AUGUSTO.- Claro, así pienso.
(Transición. Decidido.) Pues
hale, manos a la obra.
|
GÓMEZ.- Perfectamente.
¿Dónde le apetece?
|
AUGUSTO.- Aquí, donde estoy. ¿Para
qué cambiar?
|
GÓMEZ.- A ver, póngase como
pensando una jugada difícil.
|
AUGUSTO.-
Aguarde.
|
|
(Sube rapidísimo la escalera y baja después
de simular que ha abierto la puerta. Descorre el pasador de la del
foro y abre la de la calle.)
|
GÓMEZ.-
(Amable.) Un mate en tres golpes, por
ejemplo... (AUGUSTO se acoda en la mesa camilla y
finge abstraerse.)
|
AUGUSTO.- Eso es: la jugada que Arturito
Pomar....
|
GÓMEZ.- (Con la
técnica de un fotógrafo.) A ver..., la
cabecita, normal... Los brazos cruzados... El mechoncito de pelo,
un poco caído... Mire, mire..., Pío, pío,
pío... ¡El pajarito! Perfecto.
|
AUGUSTO.- (Se
levanta.) Escuche, don Francisco, y yo,
¿desde dónde voy a verlo todo?
|
GÓMEZ.- Desde donde quiera.
|
AUGUSTO.- Entonces, cuando pase, usted me avisa
y...
|
GÓMEZ.- ¿Cómo cuando pase?
Si ya pasó.
|
AUGUSTO.- ¡¡Demonio!!
|
GÓMEZ.- Para servirle...
|
AUGUSTO.- ¿Que ya pasó?
|
GÓMEZ.- Hace justamente seis segundos,
señor Cadaval.
|
AUGUSTO.- ¿Tan fácil es...
morir...?
|
GÓMEZ.- No olvide usted que hasta los
más tontos lo hacen una vez. (AUGUSTO da un grito al tiempo que
señala la mesa camilla.)
|
AUGUSTO.- Ajjj... Ese soy yo.
|
GÓMEZ.- El mismo, señor.
|
AUGUSTO.- Tate, tate...
|
GÓMEZ.-
(Gentilísimo.) ¿Desde
dónde le apetece a usted que presenciemos el
espectáculo? (Como el duque de Mantua, en
actitud de enseñar su palacio.) ¿Desde
el arranque de la escalera, desde el sofá... Desde el
arcón...?
|
AUGUSTO.- Personalmente, me inclino por este
último. La perspectiva es mejor.
|
GÓMEZ.- Muy bien.
|
AUGUSTO.- Usted primero.
|
GÓMEZ.- No faltaba más.
|
AUGUSTO.- A sus órdenes.
|
|
(Se sientan los dos, en cuclillas, sobre el arcón.
El jarrón queda en medio.)
|
AUGUSTO.- (Con la mirada en la
mesa camilla.) Don Francisco, me encuentro
viejo.
|
GÓMEZ.- Bah, no diga eso... Está
en lo mejor de su vida...
|
AUGUSTO.- ¿Usted cree?
|
GÓMEZ.- Claro que sí, Don
Augusto. Bueno, y ahora, ¿qué vamos a hacer?
|
AUGUSTO.- Esperar a que bajen y se den cuenta...
y todo eso... Gómez. Hombre, mientras vienen,
explíqueme en un momento... Si le aceptan el gambito de rey,
¿cómo resuelve la cosa?
|
AUGUSTO.-
Es muy sencillo. Caballo tres alfil, peón
cuatro dama, alfil cuatro alfil; y después el enroque.
|
GÓMEZ.- Claro, claro...
|
AUGUSTO.- Óigame (Siempre
referido a la mesa camilla.) ¿no cogeré
frío? Que he dejado la puerta abierta y... si tardan en
venir... ¿Por qué no cierra usted sino le es
molesto?
|
GÓMEZ.- Claro que sí. ¿Se
quedará así tranquilo?
|
AUGUSTO.- Sí, sí...
(Se sonríe como si se supiera mimado.)
|
GÓMEZ.- (Va a complacer a
CADAVAL, pero éste
le interrumpe.) ¡Cuidado! Alguien viene...
|
|
(BRAULIA, en
efecto, aparece por la puerta del foro. Lleva un cubo de basuras
con el que se dispone a salir para arrojarlas fuera. Cercana a la
puerta de la calle, se detiene.)
|
BRAULIA.- Cuidado, señorito, que entra un
poco de fresquito y hoy le he oído toser...
|
AUGUSTO.-
(A GÓMEZ.)
¡Hombre! Simpática, ¿eh?
|
GÓMEZ.- Ya lo creo, es un detalle.
|
AUGUSTO.-
¡Buena chica! Huérfana de un
catedrático, que tuvo que ponerse a servir, la pobre.
|
GÓMEZ.- ¡Qué tragedias tiene
la vida...!
|
BRAULIA.- Se atrancó la otra puerta y voy
a tirar esto al río, señorito. No cierro, porque
tardo sólo un minuto.
|
|
(Se detiene en el umbral de la puerta de la calle y mira a
su amo un segundo. Entonces le sonríe con verdadero
arrobo.)
|
AUGUSTO.-
(Como si se atusara el bigote, un tanto
presumido.) ¡Caray...!
|
|
(LEOPOLDINA baja
por la escalera. Ha vuelto a ponerse el traje del comienzo del
acto. Va en derechura de la puerta del foro.)
|
LEOPOLDINA.- (De
pasada.) ¿Qué tal, hombre?
(Mirando a la mesa camilla y justamente a la altura
donde se encuentran GÓMEZ, y AUGUSTO.) ¿Se te
pasó ya la borrachera?
|
|
(Hace mutis por la puerta del foro.)
|
AUGUSTO.- (A GÓMEZ.) Hay que
disculparla. Me creía borracho... Como no le
veía...
|
GÓMEZ.- Claro, claro...
|
|
(LEOPOLDINA sale
de nuevo por la puerta del foro.)
|
LEOPOLDINA.- Esta Braulia ha vuelto a marcharse.
No para en casa un momento. (Al tiempo de subir por
la escalera.) Dichoso ajedrez... (Y
hace mutis.)
|
BRAULIA.-
(Regresa por la puerta de la
calle.) Listo.
|
AUGUSTO.- La chica es la que se va a dar
cuenta.
|
GÓMEZ.- Es probable.
|
BRAULIA.- Le encargué para esta noche
unos lenguados fresquísimos.
|
AUGUSTO.- (A GÓMEZ.) Resucíteme,
por lo que más quiera, que me chiflan.
|
GÓMEZ.- No se preocupe, hombre, que los
tomará.
|
BRAULIA.- Se los voy a poner con
mantequilla...
|
|
(Un poco extrañada de la inmovilidad de DON AUGUSTO, se queda
contemplándole.)
|
AUGUSTO.- Fíjese, fíjese
cómo me mira...
|
|
(BRAULIA, con
notoria inquietud, espacia mucho las palabras.)
|
BRAULIA.- ¿O... los prefiere...
fritos...? (Se le acerca.)
¡Pobre! Se durmió... Voy a echarle algo...
|
GÓMEZ.- Qué buen servicio tiene
usted, Don Augusto.
|
AUGUSTO.- Sí, sí... No me puedo
quejar.
|
|
(Pero BRAULIA no
quedó tranquila. Ahora se acerca de nuevo a DON AUGUSTO.)
|
BRAULIA.- (Al principio, en voz
muy baja.) Señorito, señorito...
¡Don Augusto! (Se oye el golpe de un cuerpo que
rueda por tierra.) ¡¡Se ha
caído!!
|
AUGUSTO.- Oiga usted, no me habré roto
nada, ¿verdad?
|
BRAULIA.- (Arrodillada en el
suelo.) ¡Don Augusto, Don Augusto...!
¡Ayyy! ¡Ayyy! (Enloquecida, abre la
puerta de la calle. Va a la escalera. Y a la ventana. No sabe lo
que hace. Grita siempre.) ¡Ayyy!...
¡Socorro!... ¡¡Señorita!!
¡¡Señorita!!
|
AUGUSTO.-
¡Caramba! Esta me llora seguro.
(Conmovido.) ¡Pobre!
¡Qué rato la estoy dando...!
|
LEOPOLDINA.- (Desciende la
escalera.) ¿Qué pasa?
|
BRAULIA.- (Señalando a la
mesa camilla.) Don Augusto, señorita...
¡Muerto...!
|
AUGUSTO.- Pues va usted a ver Leopoldina
ahora.
|
LEOPOLDINA.-
(Con excesivo dominio de sus
nervios.) ¿Qué dice usted?
|
BRAULIA.- ¡Miré, mire...!
|
|
(LEOPOLDINA acude
precipitadamente a la mesa camilla.)
|
LEOPOLDINA.- (Con zozobra, exenta
de todo dramatismo.) Augusto, Augusto.
¿Qué te sucede? Recóbrate, hombre...
(A BRAULIA,
que la escucha con los ojos desorbitados.) Traiga
agua fresca.
|
BRAULIA.- Sí...
|
|
(Sale como un rayo por la puerta del foro y regresa casi en
el mismo momento con una jarra de agua. LEOPOLDINA le asperja con los dedos en
el rostro. BRAULIA, menos
pausada, se la vacía.)
|
AUGUSTO.- Tendré que mudarme.
|
BRAULIA.- (Por la ventana del
foro.) ¡Socorro!
|
LEOPOLDINA.- No dé esos gritos,
Braulia.
|
AUGUSTO.-
(Exculpatorio.) Pues si no grita en un caso de
éstos, ¿cuándo va a gritar...?
|
|
(BENJAMÍN
aparece por la izquierda.)
|
BENJAMÍN.- ¿Qué sucede?
|
BRAULIA.- ¡El señor ha
muerto...!
|
BENJAMÍN.- ¿Cómo?
|
AUGUSTO.- (A GÓMEZ.)
Afectadillo, ¿no? Imagínese que lo recogí
cuando tenía doce años y que no se ha separado de
mí ni un solo día desde entonces...
|
BENJAMÍN.- (A LEOPOLDINA.)
¡Ayúdame! Vamos a ponerle en el sofá.
|
|
(Remedan su conducción, desde la mesa camilla al
sofá.)
|
MAURICIO.-
(Por la
derecha.) ¿Qué le pasa a don
Augusto?
|
BRAULIA.- ¡Que se ha muerto!
(Con enorme violencia.) ¡Usted
quejándose siempre de que está en la agonía,
pero los que se mueren son los demás! ¡Si siempre que
le oigo decir esas bobadas toco madera!
|
GÓMEZ.-
(Confidencial.) Es una
tontería, no sirve de nada.
|
BRAULIA.-
No se quede ahí como un pasmaron. Vaya a
telefonear al médico.
|
MAURICIO.-
Sí, sí... ¡Pobre don Augusto!
|
|
(Mutis presuroso por la derecha.)
|
BRAULIA.-
¿Qué hay señorito?
|
BENJAMÍN.- Todo es inútil,
Braulia. Está muerto.
|
BRAULIA.- ¡Pobre señorito!
|
|
(Estalla en sollozos, desolada. Se apoya contra la jamba de
la puerta del foro y llora hecha una Magdalena.)
|
AUGUSTO.- ¿Ha visto la chiquilla?
¡Qué entrañable...!
|
|
(Se dispone a abandonar el arcón y a ir a
consolarla.)
|
GÓMEZ.- (Le
detiene.) Psss... Atención a Leopoldina.
|
LEOPOLDINA.- (A BENJAMÍN.)
¿Qué vamos a hacer, mi vida?
|
BENJAMÍN.- Pues, no sé... La cosa
ha venido así, tan de sopetón...
|
LEOPOLDINA.- Ya te decía yo que no me
gustaba nada estos últimos meses. Hoy estuvo delirando.
Quería presentarme a un tal Gómez.
|
BENJAMÍN.- De todas maneras, era un
hombre joven aún.
|
LEOPOLDINA.- Pero muy gastado.
|
BENJAMÍN. (La mira con
frialdad.) Tú sabes de eso más que
nadie. (ROSA
llega por la derecha.)
|
ROSA.- ¿Es verdad lo de don Augusto?
|
LEOPOLDINA.- (Con
rencor.) ¡Tu novia! Me va a oír.
Niña bitonga, como te vuelva a ver a menos de diez leguas de
Benjamín, te tiro al río, ¿comprendes?
|
ROSA.- Pero, Leopoldina...
|
LEOPOLDINA.- Ni Leopoldina ni demonios
coronados... (GÓMEZ abre los brazos en un
ademán de sometimiento a la fatalidad.) A
largarse con viento fresco.
|
ROSA.-
¿Tú oyes esto, Benjamín?
|
BENJAMÍN.- (Con expresivo
chasquido de dedos.) Hale, hale, Rosita...
|
LEOPOLDINA.- ¡Y el bolsillo de hoy era una
facha...!
(ROSA se echa a
llorar e inicia el mutis por la derecha. DON MAURICIO en el umbral de la
puerta.)
|
MAURICIO.- No llores, Rosita, todos le
queríamos mucho. (A LEOPOLDINA, que ni
contesta.) El teléfono está
estropeado. Bajo al pueblo en el carro...
|
|
(Y hace mutis, rápido.)
|
BENJAMÍN.- Hemos sido implacables con la
pobre Rosita.
|
LEOPOLDINA.- Llevaba mucho tiempo
quemándome la sangre...
|
BENJAMÍN.- (La pellizca el
carrillo.) Siempre tan celosota, tigresa...
|
LEOPOLDINA.- ¡Mal te saben mis celos,
Benja...!
|
BENJAMÍN.- ¡Ay, Poldi,
Poldi...!
|
|
(BRAULIA ha cesado
en sus sollozos. Ahora se vuelve hacia LEOPOLDINA y BENJAMÍN.)
|
BRAULIA.- Son ustedes un par de sucios.
|
|
(BENJAMÍN y
LEOPOLDINA la encaran
sorprendidos de su presencia, a la que eran ajenos. Están,
sin embargo, cogidos del brazo y la actitud de BRAULIA no les empuja a
separarse.)
|
LEOPOLDINA.- ¿Qué le sucede?
|
AUGUSTO.- Gómez, doy por pasada la media
hora. Vuélvame a la vida.
|
GÓMEZ.- Aguarde, hombre, aguarde un
momento, déjeme ver esta escena.
|
BRAULIA.- Si ya me temía yo algo de
esto... Si, les había sorprendido miraditas más de
una vez.... Y palabritas en voz baja... ¡Qué par de
canallas! Engañando al señor, que era bueno como el
pan y mandándole cartitas para despistarle, en lugar de
besar por donde él pisaba. ¡Sucios!, ¡más
que sucios! (Se quita el delantal con una dignidad
inmensa.) Estaré en esta casa hasta que le
den tierra, y después me marcharé,
escupiéndoles...
|
|
(AUGUSTO salta
irreprimiblemente del arcón, se acerca a BENJAMÍN y le da una patada con
todas sus fuerzas que BENJAMÍN no acusa ni por asomo.
En vista de su impasibilidad, le larga otra. Y otra
más.)
|
GÓMEZ.- Venga acá, hombre. Si ni
lo nota...
|
BENJAMÍN.- Qué heroica le ha dado.
Braulia...
|
BRAULIA.- Yo tengo mi vergüenza, no como
ustedes, que ni la han conocido en su vida.
|
LEOPOLDINA.- Retírese, si no quiere que
le tire algo.
|
|
(AUGUSTO va a
BRAULIA y la abraza
apasionadamente.)
|
AUGUSTO.- ¡Estupendo!
|
BRAULIA.- En eso de tirarme algo, ya
mirará bien lo que hace, porque le advierto a usted que no
soy manca.
|
BENJAMÍN.-
(Seco.) Bueno, cállese,
¿le parece? Y ayúdenos.
|
|
(Se dirige al sofá.)
|
BRAULIA.- Lo haré por respeto al
señor, pero ustedes me dan asco. (LEOPOLDINA en actitud de agredirla.)
|
BENJAMÍN.- (La
refrena.) Cálmate.
|
|
(Entre los tres simulan coger a DON AUGUSTO y llevárselo
escaleras arriba. Cuando están a la mitad del camino se oye
el ruido de un objeto metálico que se cae al suelo.
BENJAMÍN mira hacia
él.)
|
AUGUSTO.- (A GÓMEZ.) Me han
fastidiado el reloj.
|
GÓMEZ.- Creo que no. Sólo el
cristal, si acaso.
|
|
(La fúnebre y fantasmal comitiva desaparece
escaleras arriba.)
|
AUGUSTO.- Bueno, ¿qué hacemos?
|
GÓMEZ.- Yo siento haber sido causante
involuntario de... su disgusto.
|
AUGUSTO.- No, hombre, no se preocupe. Preferible
es que me haya enterado de todo que no seguir ignorante.
(BENJAMÍN baja de dos en dos las
escaleras.) Mire, mire, póngale la zancadilla
a ese cerdo.
|
GÓMEZ.- No, hombre, no sea malo.
Déjele...
|
|
(BENJAMÍN
se tira al reloj, lo examina con delectación, lo limpia y se
lo guarda en el bolsillo; se le ve que cumple, al hacerlo, un viejo
anhelo.)
|
AUGUSTO.- (Se le acerca.)
Si quieres saber la hora que es, vete buscando otro
reloj, sinvergüenza.
|
BENJAMÍN.- ¡Leopoldina!
|
|
(Se sienta en la mesa camilla.)
|
LEOPOLDINA.- (Desciende por la
escalera.) Sí...
|
AUGUSTO.- Bien, ¿subimos para arreglar
las cosas...?
|
GÓMEZ.- ¿Quiere usted...
despertar... a la vida?
|
AUGUSTO.- ¿No es lo convenido?
|
GÓMEZ.-
(Correctísimo.) Por mi parte,
sí.
|
AUGUSTO.- Apenas haya resuelto algunos
pequeños detalles, jugaremos.
|
GÓMEZ.- Magnífico.
|
AUGUSTO Óigame... (Ya
iniciada la ascensión por la escalera.)
Desearía evitarle un susto a Braulia.
|
GÓMEZ Su alegría se lo
aminorará.
|
AUGUSTO.-
De todas formas, la impresión va a ser tan
grande...
|
GÓMEZ.- No se preocupe. Yo se lo
garanto.
|
AUGUSTO.- Garantizo, amigo,
garantizó.
|
GÓMEZ.- Excúseme. Serví
una temporada en Mar del Plata.
|
|
(Hacen los dos mutis escaleras arriba.)
|
LEOPOLDINA.- Le otorgó testamento en
marzo a favor de los dos en la Notaría de
Pallarés.
|
BENJAMÍN.- Yo voy a telefonear desde el
pueblo para darle la noticia y no perder tiempo.
|
|
(LEOPOLDINA se ha
sentado de espaldas a la escalera. Se oye un grito de BRAULIA.)
|
LEOPOLDINA.- Esa mujer está como loca. Yo
creo que se había enamorado de él. ¿Te fijaste
como se puso?
|
BENJAMÍN.- Déjala. No le hagas
caso.
|
LEOPOLDINA.- Benjamín. (Le
coge la mano.) Quisiera que nos fuéramos de
aquí lo antes posible. Me gustaría pasar unas semanas
en Biarritz.
|
BENJAMÍN.- Es una idea
magnífica.
|
|
(DON AUGUSTO
aparece -segunda época- en lo alto de la escalera.
BENJAMÍN lo ve, y
en el estado presumible se pone de pie.)
|
LEOPOLDINA.- (Ajena a
todo.) De Biarritz, a París. De París,
a la Costa Azul. ¡Figúrate qué otoño...!
(Asustada.) ¿Qué te
pasa? (Vuelve la cabeza y ve a DON AUGUSTO que baja las escaleras
parsimoniosamente. Se ha cambiado de americana. Tras él
triunfadora, llega BRAULIA. Y a continuación,
DON FRANCISCO
GÓMEZ.) ¡¡Ayyy...!!
|
|
(Es un grito aterrador.)
|
BENJAMÍN.- ¡¡Tío!!
|
AUGUSTO.-
(Muy sereno. Va hacia BENJAMÍN.) El
reloj, ¿me haces el favor...? (BENJAMÍN, tembloroso, se lo
entrega.) Muy bien, muy bien... Las doce menos diez.
Si a las doce menos nueve (Habla mordiendo las
palabras.) no están ustedes a quinientos
metros de esta casa, dense por muertos, pero de verdad.
(Hay un cruce de miradas instantáneo entre
LEOPOLDINA y BENJAMÍN. Como un
trueno.) ¡Vamos...! (Les abre la
puerta, imperativamente. BENJAMÍN y LEOPOLDINA, tras un segundo de
angustioso asombro, salen, sin palabras, por la derecha. A pleno
pulmón.) ¡Felicidades, Benja y Poldi!
(Se vuelve ahora hacia BRAULIA y GÓMEZ y se ríe a grandes
carcajadas, que ambos corean, divertidísimos. Cuando ya la
fatiga de reír le puede, se aproxima a BRAULIA.) Braulia...
Mientras estaba... dormido... escuché cosas que me hicieron
mucho bien...
|
BRAULIA.- ¿A qué se refiere usted,
señorito...?
|
AUGUSTO.- Ya se lo iré contando... Por de
pronto..., voy a jugar...; bueno, mejor, voy a estudiar unos
pequeños problemas de ajedrez que..., lo que son las
manías, me asaltaron, en esta última media
hora...
|
|
(GÓMEZ, al
oírle, se frota las manos muy contento y se sienta en la
silla opuesta a la de DON
AUGUSTO.)
|
GÓMEZ.- ¡Al fin...!
|
AUGUSTO.- (Mientras ordena las
figuras en el tablero de ajedrez.) Es menester
morirse..., provisionalmente, para poder distinguir el oro puro del
mal dorado... ¿Usted sabe, Braulia, que su corazón es
de oro puro...?
|
BRAULIA.- ¡Qué cosas dice el
señorito...!
|
AUGUSTO.- No me llame señorito.
|
BRAULIA.- Si es que es verdad, Don Augusto.
|
AUGUSTO.- Ni don Augusto, tampoco.
|
BRAULIA.- ¿Cómo le voy a
llamar?
|
AUGUSTO.- ¡Ay, Braulia, Braulia...! Ya le
diré yo cómo me gustaría ser llamado... Es
usted tan buena...
|
BRAULIA.- No, nada de eso. Lo que me pasa es que
no sé fingir.
|
AUGUSTO.-
¿Cómo dice...?
|
BRAULIA.-
Eso..., que no sé... fingir...
|
AUGUSTO.-
Fingir..., fingir... ¿Y cómo
escribiría usted esta palabra?
|
BRAULIA.- ¡Huy! Pues bien
fácil...
|
|
(GÓMEZ
asiste a esta conversación en silencio, deseoso de comenzar
la partida, pero complacido de cuanto escucha.)
|
AUGUSTO.-
Veamos... Primero...
|
BRAULIA.-
Una f.
|
AUGUSTO.- Bien, ¿después?
|
BRAULIA.- Una i.
|
AUGUSTO.- Ajajá.
|
BRAULIA.- Después, una n, y una g...
|
AUGUSTO.- Claro, claro... ¡Sin ele!
|
BRAULIA.- ¡Hombre, claro! Fingir... no
flingir..
|
|
(GÓMEZ le
hace señas a AUGUSTO de que comience la partida, y
DON AUGUSTO mueve una
pieza mientras el telón cae lentamente.)
|
AUGUSTO.-
¡Ay, Braulia, Braulia adorable...! ¡Si
supiera lo que conviene quitar una ele mal puesta...!
|