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El reencuentro de dos Españas tras la Guerra Civil: Manuel Tagüeña y Julio Palacios

Francisco A. González Redondo




A modo de Introducción

Cuando en 1975 murió el Dictador, una nueva perspectiva para la interpretación de la Guerra Civil se abría en nuestra Historia. De hecho, el advenimiento de la democracia, la aprobación de la Constitución, la evolución de la Sociedad española y las numerosas investigaciones realizadas desde entonces, certificaron la realidad del juicio histórico al que tanto se había referido y encomendado en vida Francisco Franco. La Historia juzgó, pero el resultado fue el contrario del por él esperado: si el 'Generalísimo' había ido ganando las batallas entre 1936 y 1939, el 'Franquismo' iría perdiendo la Guerra a partir de entonces, precisamente por su decisión de cercenar todo proyecto de reconciliación nacional y condenarnos a los españoles a la división, separados entre vencedores y vencidos, nosotros, que sufrimos de una más que demostrada predisposición cainita a enfrentarnos los unos a los otros.

Durante los primeros momentos de la 'transición' comenzaron las primeras iniciativas para conocer y reivindicar una parte de España, la que perdió la Guerra y emigró al extranjero. Entre estos trabajos sobre los 'transterrados' destacaron los coordinados desde el mundo universitario por José Luis Abellán (1978) y, diez años más tarde, los de Francisco Giral, antiguo Ministro de la II República Española en el exilio.

En efecto, para 1988 Giral había completado el encargo recibido algunos años antes, por parte del Profesor Francisco González de Posada, de escribir su experiencia personal acerca de lo que había sido la Ciencia española en el exilio, o El exilio de los científicos españoles. El Coronel no tenía quien le escribiera..., y en ese momento Giral no tenía quien le publicara la magna obra preparada, por lo que González de Posada y la asociación por él presidida, Amigos de la Cultura Científica, en colaboración con el Centro de Investigación y Estudios Republicanos (CIERE), publicaron al año siguiente los primeros seis capítulos del libro en el n.º 33 de la colección «Aula de Cultura Científica», que empezaba a dirigir entonces el autor de estas páginas.

En 1994 pudo ver la luz, completo, por fin, el libro de Giral, publicado por la editorial Anthropos. En el Prólogo detallaba cuál había sido su origen:

Al reingresar en el escalafón de universidades en 1977, fui asignado a la Universidad de Salamanca. Previamente, había solicitado su reincorporación Augusto Pérez-Vitoria, Catedrático en la Universidad de Murcia. Fuimos los dos únicos catedráticos del exilio que estábamos en situación de volver en activo a la Universidad antes de cumplir la edad reglamentaria de la jubilación. La mayoría de los Catedráticos exiliados habían fallecido ya o rebasado la edad de jubilación.

Estando en Salamanca, un buen día recibí la llamada telefónica desde Santander de Francisco González de Posada. Con apoyo de los Amigos de la Cultura Científica fui invitado varias veces a disertar sobre Ciencia española en el exilio, lo que se cumplió entre 1980 y 1982.

El interés de González de Posada por los científicos del exilio sobresalió desde el primer momento, llegando a adquirir niveles de auténtica emoción, lo que no ha sido frecuente en esta España llamada de transición.



Efectivamente, en el entorno de González de Posada comenzó entonces (hace ya más de 28 años) una importante tarea de recuperación de la memoria de los científicos españoles más importantes del primer tercio del siglo XX, lo que se ha venido en llamar la «Edad de Plata» de la Cultura española; prácticamente todos, de una manera u otra (en el exterior o en el interior), exiliados tras el proceso de depuración consecuente a nuestra Guerra Civil.

Para ello, para que los españoles pudieran conocer lo que habían sido y significado Enrique Moles, Blas Cabrera, Julio Palacios, Arturo Duperier, Ángel del Campo, etc.1, desde Amigos de la Cultura Científica convocó a los descendientes y/o los discípulos más entregados al recuerdo de los físicos y químicos más significativos de esa época, organizando Ciclos de Conferencias, Congresos y Exposiciones, publicando artículos, libros y monografías, etc. Y la tarea se ha realizado con unas herramientas singulares: los legados que han ido donando Augusto Pérez-Vitoria, Nicolás Cabrera Sánchez, Elena Caleya de Palacios, María Eugenia Duperier, Ángel del Campo Francés, etc. En suma, una ingente labor para la cual González de Posada ha ido contando sucesivamente con la ayuda de, entre otros y muy especialmente: M.ª Dolores Redondo Alvarado, Miguel A. González San José, Ángel Martínez Fernández, Dominga Trujillo, Jacinto del Castillo, quien escribe, etc.

Con este marco no es de extrañar que Giral concluyera el Prólogo de su obra sobre el exilio de la Ciencia española escribiendo: «En este libro sobre la obra de los científicos españoles del exilio he tenido la valiosísima ayuda de Francisco González de Posada y de Augusto Pérez-Vitoria, a quienes hay que considerar como coautores de esta labor».

En el momento en el que se publicaba finalmente el libro, se habían cumplido ya los 50 años del final de la contienda y comenzaba en España una tímida iniciativa de estudio del terrible proceso desatado a partir de la promulgación, el 9 de febrero de 1939, de la «Ley de Responsabilidades Políticas»: el proceso de persecución sistemática y el castigo tanto de los españoles que defendieron la legitimidad republicana, como de los que no habían «colaborado activamente» con el movimiento». Especialmente significativa fue la «Ley de Depuración de Funcionarios», dictada al día siguiente, 10 de febrero, y que completaba la normativa de represión sobre todo el profesorado.

A medida que se iban cumpliendo los plazos legales para permitir la consulta de los documentos conservados en los archivos públicos, los investigadores se fueron adentrando en una de las etapas más negras de nuestro pasado. Muchos son los trabajos publicados ya y muchos más los que se están preparando, en una iniciativa considerada hoy, transcurridos 70 años, como de «recuperación de la memoria histórica»; iniciativa 'necesaria' si hace honor a su nombre..., pero 'deficiente' si no contribuye a una reconciliación definitiva aplazada durante demasiadas décadas.

Sin embargo, ni seríamos completamente originales hoy al profundizar en las vías para esa reconciliación, ni habría que esperar hasta nuestros días para encontrar los primeros intentos de reencuentro entre españoles. De esos intentos tratamos en las páginas que siguen, centrándonos en dos personalidades (dos científicos), que si durante la Guerra estaban perfectamente definidos en cada uno de los dos bandos enfrentados, al poco tiempo de terminar las acciones bélicas se encontraron esencialmente desubicados en los campos que les acabaron tocando: Julio Palacios Martínez, apartado por el franquismo por su honestidad personal inquebrantable y su carácter decididamente monárquico; y Manuel Tagüeña Lacorte, huyendo del comunismo en la Unión Soviética de Stalin, incompatible con su naturaleza de luchador incansable por la libertad2.

Realizamos la tarea a partir de la correspondencia mantenida entre ellos, conservada en el «Archivo personal de Julio Palacios» depositado en la Biblioteca de Amigos de la Cultura Científica3. Son las cartas de Tagüeña recibidas por Palacios, y las copias que conservó Palacios de sus cartas enviadas a Tagüeña. Corresponden a los años 1956 (el 5 de mayo, 20 de mayo, 15 de julio, 31 de julio, 2 de diciembre), 1957 (17 de octubre 8 de diciembre, 22 de diciembre), 1958 (11 de febrero), 1959 (14 de febrero, 11 de abril) y 1961 (11 de enero). Las hemos contrastado con las que conservaba la familia de Manuel Tagüeña4, no exactamente las mismas, con copias donde en el caso de la familia de Palacios eran originales, y viceversa: 1956 (5 de mayo, 20 de mayo, 15 de julio, 31 de julio), 1957 (20 de agosto, 8 de diciembre, 12 de diciembre), 1958 (11 de febrero) y 1959 (14 de febrero, c. 20 de febrero, 11 de abril). Entre unas y otras cartas ha podido obtenerse un panorama bastante completo de la estrecha relación epistolar que mantuvieron durante esos años.

Se trata de un episodio en la biografía de Palacios en el que no se había profundizado hasta ahora, pero que se integra, eso sí, en una actitud general que se le reconocía: sus denodados esfuerzos de reconstrucción de las instituciones científicas de nuestro país tras la Guerra y la recuperación para ellas de tantos científicos depurados o exiliados como fuera posible. Con anterioridad, ya se había estudiado el protagonismo que tuyo en el retorno a España de Esteban Terradas Illa (que había salido huyendo de la Barcelona entre republicana y revolucionaria en 1937, primero a Francia y después caminó de Argentina) y Julio Rey Pastor (quien realmente vivía en Buenos Aires desde 1922). También se le conoce su participación en la vuelta de Arturo Duperier, aunque, en esté caso, todavía no se han hecho públicos todos los documentos existentes.

En sus Memorias5, Tagüeña (2005, p. 34) sólo se refiere directamente a Palacios en una ocasión, cuando describía con cierto desencanto sus propias actividades en la FUE durante el curso 1931-32, lamentando que «quizá es que no estábamos preparados para jugar el papel de asociación estudiantil gubernamental, ni por convicciones ni por temperamento». En ese marco reconocía:

La mayor parte de los profesores no eran enemigos del régimen [republicano], muchos simpatizaban con él, pero sólo dos de ellos, Honorato de Castro y Martínez Risco, participaron activamente en la política republicana. El único monárquico era Julio Palacios, catedrático de Termología, maestro muy destacado en su especialidad y en su trabajo docente, por lo que se ganaba nuestro respeto.



En las páginas que siguen vamos a detallar el reencuentro entre dos «perdedores» de la Guerra Civil. Sí, hubo «perdedores», pertenecientes al bando republicano, desengañados por su actuación, como Manuel Tagüeña, quien se confesaría en los años cincuenta «lleno de deseos de poder laborar para que los españoles se conserven unidos y no puedan repetirse las tragedias de nuestra generación»6. Pero también proliferaron los «ganadores» desengañados con el régimen creado en 1939; entre ellos estará Julio Palacios, quien pronto dejará de tener claro cuál era su situación y cuál su papel en la «Nueva España», hasta llegar a verse como otro «perdedor».

Pero en la correspondencia que vamos a analizar, junto al encuentro entre Tagüeña y Palacios surgirán, complementariamente, los intentos de Pedro Carrasco Garrorena, no sólo para ser autorizado a volver a España, sino para cobrar los derechos pasivos como Catedrático que el Estado tenía que reconocerle por sus años de servicio en la Universidad Central y del Observatorio Astronómico, Sin embargo, esta tarea de apoyo a otro «transterrado» no recaerá en Palacios, sino en Pedro Pineda Gutiérrez, el Secretario General de la Mutualidad de Catedráticos. Veámoslo todo ello.






Síntesis biográfica de Julio Palacios Martínez

Julio Palacios nació en Paniza (Zaragoza) en 1891, en el seno de una familia culta7. Su padre, médico entonces del pueblo, cambió su destino a Deza (Soria) por la plaga de filoxera que arrasó los campos de Cariñena a finales del siglo XIX. Trasladada la familia a Tamarite de Litera (Huesca), estudia el Bachillerato en el Instituto de la capital oséense, quedando a cargo de su tío, el Obispo de Huesca. En 1907 comienza sus estudios de Ciencias en Zaragoza, y tras suspender los exámenes de ingreso en la Escuela de Ingenieros Agrónomos, se traslada a la Universidad de Barcelona donde termina las Licenciaturas de Ciencias Físicas y Ciencias Exactas.

En 1911, recomendado por su maestro en Barcelona, Esteban Terradas, se presenta ante Blas Cabrera en el Laboratorio de Investigaciones Físicas, bajo cuya tutela realiza la Tesis Doctoral en 1914 y entra en 1915 como Profesor Auxiliar de Termología en la Facultad de Ciencias. A los pocos meses, en abril de 1916, con 25 años recién cumplidos, obtiene por oposición la Cátedra de Termología de la Universidad Central.

Decidido a aprender las técnicas de bajas temperaturas que necesitaba su maestro Cabrera y no tenía en el Laboratorio de Madrid, viaja a Leiden (Holanda) pensionado por la JAE, en medio de la I Guerra Mundial. Allí trabaja en el Laboratorio de Criogenia con H. Kammerlingh Onnes y C. A. Cromelin, y asiste a los cursos de Física Teórica de Lorenz y los coloquios de Ehrenfest.

Al finalizar la Guerra se integra como Jefe de Sección en el Laboratorio de Investigaciones Físicas. Completando sus trabajos experimentales, durante el curso 1922-1923 asiste a las sesiones preparatorias de la venida de Einstein en la Sociedad Matemática Española. Monárquico y católico, colaborador científico en el periódico El Debate dirigido por Herrera Oria, forma parte de la Junta Constructora de la Ciudad Universitaria de Madrid desde 1927. Elegido Presidente de la Sociedad Española de Física y Química, logra en 1928 que Alfonso XIII le otorgue el título de «Real».Con la llegada de la República se integra, activo y militante, en el grupo de Acción Española (también en Renovación Española), mientras colabora en las tareas científicas dirigidas por Blas Cabrera, como Jefe de la Sección de Rayos X del Instituto Nacional de Física y Química, miembro del Patronato de la Universidad Internacional de Verano en Santander, o embajador cultural español de la Junta de Relaciones Culturales del Ministerio de Estado en Filipinas durante el «bienio negro».

Permanece en Madrid durante toda la Guerra, protegido por su hermano, Miguel Palacios, Comandante médico del 5.º Regimiento, con el objeto confesado de poder protegerlo cuando las tropas de Franco entrasen en Madrid, algo que siempre vio claro en el horizonte. Quintacolumnista en el Madrid sitiado, jugó un papel destacado en el proceso negociador hacia una «paz honrosa» con Segismundo Casado y Julián Besteiro, como agente del SIPM nacional entre febrero y marzo de 1939.

En abril de 1939, de la mano del Ministro Pedro Sainz Rodríguez, se convierte en la máxima autoridad de la Ciencia española: Vicepresidente del Instituto de España (el Presidente, Manuel de Falla, nunca tomaría posesión), Vicerrector de la Universidad Central de Madrid, Director del Instituto Nacional de Física y Química y, sobre todo, responsable de la reorganización de todas las instituciones de lo que fue la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas... todo ello, precisamente, en el momento en el que Sainz Rodríguez es cesado como Ministro y el Franquismo se organiza para dirigir la «nueva España».

A la vuelta de su misión cultural en Argentina y Uruguay durante el verano de 1939, invitado por la Institución Cultural Española de Buenos Aires, Palacios se encontró que esa «nueva España» prescindía de él y lo iba apartado de todos los puestos relevantes. El comienzo de la carta que envía al Ministro de Educación Nacional, José Ibáñez Martín, el 6 de abril de 1940, constituye una descripción certera de la realidad que le tocaba vivir. Escribía a «mi querido y distinguido amigo»8:

Al despedirme de Vd. después de la última y larga entrevista que tuvo la amabilidad de concederme, pronunció Vd. una frase que me impresionó profundamente. Me dijo: «recuerde Vd. que ahora gobernamos sus amigos». Confieso que, desde mi regreso de Buenos Aires, han sido tantos los desaires y disgustos que he sufrido, que hubo momentos en que pasó por mi mente la idea de que ocurría todo lo contrario.



Reintegrado y militante en Renovación Española, el Régimen lo va apartando de todos sus puestos de dirección e intenta buscarle una salida. En enero de 1944, el todavía respetado Palacios es enviado a Portugal en misión cultural, en un intento de destruir la «leyenda negra» que pesaba sobre ambos países por su supuesta incapacidad para la investigación científica. Pero en marzo de 1944 se pondrá punto y final a su colaboración en la tarea de reconstrucción nacional de la que había ido siendo apartado tras su vuelta de Argentina.

Efectivamente, en unos momentos en los que la derrota de Hitler se avizora como inevitable, Don Juan de Borbón comienza a mover sus fichas confiando en una restauración de la Monarquía en España, y hace público el «Manifiesto de Lausanne». Palacios, que estaba a punto de leer su discurso de ingreso en la Real Academia Nacional de Medicina, se adhiere al manifiesto junto con otros intelectuales monárquicos (Alfonso García Valdecasas, Juan José López Ibor, Jesús Pavón, etc.). De manera fulminante, se le destierra y confina en Almansa (Albacete) y se le destituye de los cargos que le quedaban (por ejemplo, el de Vicerrector de la Universidad de Madrid, el 23 de marzo)9.

Readmitido a finales de 1944, su vida se dirigirá hacia un semiexilio en Lisboa, consentido por unas autoridades franquistas que no lo pueden castigar más. Pero su presencia, su compromiso con la justicia, su rectitud y honradez incomoda a un régimen que sigue organizándose ocupando con los más dóciles y afines todas las esferas de la Universidad.




Algunos datos personales sobre Manuel Tagüeña Lacorte

Manuel Tagüeña nació en Madrid en 1913, hijo de una maestra y un topógrafo del Instituto Geográfico Nacional, ambos de origen aragonés10. Familia de clase media, entre sus antepasados inmediatos se combinaban sentimientos carlistas y actitudes republicanas. Recibe su Educación primaria, sucesivamente, en una escuela particular (un año) y una Escuela unitaria estatal para niños de la calle Núñez de Arce de Madrid, (donde su madre regentaba la Escuela unitaria para niñas). Aprobado el examen de ingreso en 1923, estudia el Bachillerato en el Colegio de los Hermanos Maristas de la calle de los Madrazo donde, en el último año, durante el curso 1928-1929, es delegado de los estudiantes católicos.

En octubre de 1928 comienza sus estudios universitarios en la Facultad de Ciencias, Sección de Físico-matemáticas, de la Universidad Central, en el viejo Caserón de la calle San Bernardo. Al poco tiempo de llegar, ingresa en la asociación profesional de estudiantes, integrada en la Federación Universitaria Escolar (FUE), donde coincide con los estudiantes de izquierda provenientes del Instituto-Escuela de la JAE y de los Institutos de Bachillerato oficiales.

Durante el curso 1929-1930 participa en las huelgas estudiantiles que colaborarían en la caída de la Dictadura de Primo de Rivera en enero de 1930, destacando en sus Memorias cómo los dirigentes republicanos y socialistas frenaban sus aspiraciones revolucionarias (en su lucha con los anarquistas), confiando el cambio de régimen en un pronunciamiento militar, tan habitual durante el siglo XIX, pero que, con los episodios de Jaca y Cuatro Vientos, fracasará estrepitosamente.

Sin embargo, durante el curso 1930-1931, el del Rectorado de Blas Cabrera en la Universidad Central, los estudiantes no iban a ser contenidos. El 21 de enero de 1931 la FUE comienza (primero en Madrid, extendiéndose los días sucesivos por el resto de España) una huelga general universitaria de carácter ya marcadamente político (pidiendo la amnistía para presos políticos y la libertad para el Comité Revolucionario encarcelado y juzgado) y decididamente antimonárquico, a la que el Gobierno responde concediendo un mes de vacaciones desde el 5 de febrero. Durante ese mes, cesado Berenguer, se suceden los encargos de formar Gobierno a Sánchez Guerra -que no fructifica- y al Almirante Aznar.

Pero la agitación es total. El 24 de marzo los universitarios madrileños ocupan los edificios de la calle San Bernardo, que abandonaban por la tarde al no intervenir la policía. El 25, con la Universidad cerrada, los estudiantes se concentran en la Facultad de Medicina, en la calle Atocha. Allí, en unos incidentes en los que participan también obreros y sindicalistas mezclados con los alumnos, se enfrentan a la fuerza pública desde la Facultad y el Hospital de San Carlos. La Guardia Civil sustituye a la policía en la represión del tumulto que degenera en tiroteo. Mueren un guardia civil y un alumno, y la huelga estudiantil se extiende por toda la Península, coincidiendo con el comienzo de la campaña electoral para las elecciones municipales.

El 12 de abril de 1931 los republicanos ganan en 41 de las 50 capitales de provincia. Finalmente, el 14 se proclama la República en las ciudades más importantes mientras el Rey se encamina al exilio.

Un año después Tagüeña se confiesa desencantado con el movimiento estudiantil, con una FUE domesticada, y en octubre de 1932 ingresa en la Juventud Comunista con un objetivo: «convertir la FUE gubernamental en una organización revolucionaria». Estas desilusiones de los universitarios llevaron a unos hacia el Bloque Escolar de Oposición Revolucionaria (BEOR), donde se situó Tagüeña; y a otros hacia el carneo de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (JONS) de Ramiro Ledesma Ramos y grupos que desde la propia FUE acabarían englobándose en Falange Española.

En la primavera de 1933 ingresa en las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas, aunque tiene tiempo de acabar la licenciatura en mayo al mismo tiempo que el hijo pequeño de Blas Cabrera, Nicolás. Se matricula en septiembre de 1933 en la única asignatura que le faltaba para obtener también la Licenciatura en Ciencias Exactas, Geometría Descriptiva, con lo que podría continuar siendo estudiante y participando en sus asociaciones.

Al año siguiente, 1934, pasa a las Juventudes Socialistas, desde las que participa en la fracasada revolución de octubre. Detenido y encarcelado por unos días, nada más salir entra como profesor en el Instituto Elemental de Molina de Aragón. En julio de 1935 cumple el Servicio Militar en el Cuartel de la Montaña, con destinos puntuales en la Cárcel Modelo. En septiembre inicia sus estudios de Doctorado en la Facultad de Ciencias con Honorato de Castro, Pedro Carrasco y Arturo Duperier, en un contexto en el que la FUE prácticamente se ha desintegrado en Madrid y son mayoritarios en la Universidad Central los tradicionalistas y falangistas.

«Amanecía el sábado 18 de julio de 1936, que iba a entrar como una fecha trágica en la historia de España», escribía Tagüeña (1976, p. 103). Efectivamente, esa mañana, tras examinarse en los Cursillos preparatorios del profesorado de Bachillerato, ante un tribunal presidido por Blas Cabrera, era testigo de un nuevo período en la Historia de España. Seguía escribiendo Tagüeña en sus Memorias (p. 110): «La situación real, que podía observar el que mirase a la calle, es que había terminado la Segunda República. La sublevación militar, paradójicamente, había desencadenado la revolución que pretendía impedir y el poder efectivo estaba en manos de los grupos armados, de anarquistas, socialistas y comunistas, aunque se mantuviera formalmente el gobierno como símbolo de la legalidad republicana ante la opinión internacional». Empezaba la Guerra Civil con el joven e idealista físico convertido en Capitán Ayudante del Batallón Octubre n.º 11.

Tagüeña, tras consagrarse como militar y entrar en la historia de la estrategia mundial con su participación en la Batalla del Ebro, debió salir de España dos veces hacia Francia: una intentado coordinar la salida-huida en masa del Ejército Republicano con la caída de Cataluña en enero de 1939, y otra en marzo, ya definitiva, como consecuencia del golpe de Estado de Segismundo Casado contra Negrín y el Partido Comunista, en el que participaría Julio Palacios como quintacolumnista nacional, y que llevó al final de la Guerra Civil.

Desde la Unión Soviética, a donde fue enviado por el Partido, salió nuevamente autoexiliado (completamente desengañado con el régimen de Stalin, aunque formalmente en misión ordenada por el Partido Comunista) en 1946, camino primero de Yugoslavia y tras el desencuentro soviético con el régimen de Tito, en 1948, hacia Checoslovaquia.

En Checoslovaquia pasó unos siete años, durante los cuales terminó su carrera de Medicina. Desde allí, acumulando los desengaños con el sistema propios de un luchador por la libertad y la democracia, logró trasladarse a México, a donde llegó con su familia el 12 de octubre de 1955.




Julio Palacios: La referencia para el exilio español

Desde el fin de la Guerra Civil Julio Palacios había batallado denodadamente, dentro del bando de «los vencedores», por la reconstrucción del edificio de la Ciencia española. Lo había hecho en 1939, cuando, tras sendos nombramientos por parte del Ministro Pedro Sainz Rodríguez, ostentaba los títulos de Vicepresidente del Instituto de España y de Director del Instituto Nacional de Física y Química (y, por tanto, de «último Presidente» de la Junta para Ampliación de Estudios)11. Y había seguido haciéndolo los años siguientes, cuando el régimen fue apartándolo nominal y efectivamente de todos los puestos de decisión.

Aunque su «influencia política» pronto llegó a ser «nula», como siempre explicitaría, el hecho es que Palacios constituyó desde el primer momento la única referencia posible, tanto para los exiliados fuera de España, como para los confinados o depurados y trasladados a otros destinos dentro del propio país. A él se dirigieron, entre 1939 y 1940, Blas Cabrera, Antonio Madinaveitia y Enrique Moles, desde Francia; Esteban Terradas y Julio Rey Pastor, desde Argentina; Miguel Catalán, desde su retiro en Madrid; Salvador Velayos, desde su desplazamiento a Valladolid; Andrés León, desde Mérida; en un largo etcétera que se iría completando a lo largo de los años con Arturo Duperier, desde Inglaterra, o Pedro Carrasco y Manuel Tagüeña desde México, entre otros muchos.

Esto lo sabían perfectamente las autoridades franquistas; pero no en 1956 (fecha del reencuentro epistolar con Tagüeña), cuando Palacios ya llevaba casi diez años en su semiexilio tolerado en Lisboa y se atrevía a confesar que era motejado de «protector de los rojos»; tampoco en 1944, cuando decidieron confinarlo en Almansa. Lo sabían desde 1939, cuando lo habían apartado ya de los tribunales de oposiciones «por imparcial». Así, José María Albareda, el Secretario General de un CSIC en gestación, se refería por escrito a la labor de reconstrucción institucional del físico aragonés, en un informe enviado al Ministro Ibáñez Martín en diciembre de ese año, en los siguientes términos12:

No se ha encauzado nada, y cuando se ha intentado mejor hubiera sido dejarlo: el Rockefeller, que se quiso constituir inmediatamente [por Palacios], era a base de institucionistas de los más altos grados, personas venidas del extranjero al Madrid rojo, etcétera. La Institución [Libre de Enseñanza] en el poder no hubiese sabido hacer más».



Esos «institucionistas» en los que se «basaría» Palacios en sus tareas constitutivas solamente podían ser Miguel Catalán, que había sido el Jefe de la Sección de Espectroscopia del Instituto Nacional de Física y Química (el «Rockefeller»), quien realmente pasó la Guerra colaborando con las autoridades franquistas en Segovia; y Julio Guzmán Carrancio, Secretario del Instituto y Jefe de la Sección de Electroquímica, aunque tampoco fue de los que volvieron del extranjero al Madrid republicano.

Realmente, sólo Blas Cabrera había vuelto desde Francia al Madrid sitiado, y lo hizo como paso obligado desde Santander al clausurar la Universidad Internacional de Verano en septiembre de 1936; además solamente lo hizo durante menos de un mes, pues en octubre de ese año ya se había exiliado voluntariamente en París huyendo del Madrid revolucionario, a donde no volvería nunca más. Y de ninguna manera se hubiera atrevida Palacios ni siquiera a sugerir a Moles o a Madinaveitia (los otros dos Jefes de Sección del «Rockefeller») que volvieran a España, sabedor del triste fin que podía esperadles en esos primeros años de brutal represión nacional.

En cualquier caso, el punto de partida para el reencuentro que vamos a desarrollar en este trabajo lo constituye la siguiente carta de Tagüeña a su «muy estimado maestro», escrita el 5 de mayo de 1956 desde su primer domicilio en México D. F., en el número 108 de la calle Félix Parra (San José-Insurgentes)13:

Creo que le sorprenderá el recibir esta carta después de los años transcurridos. Estoy seguro que no ha olvidado usted a su antiguo alumno de hace veinticuatro años, aunque desgraciadamente para mí, serán mayores los malos recuerdos que los buenos.

Precisamente queriendo borrar algunos de los malos recuerdos que pueda Vd. tener, es por lo que decidí escribirle. La idea surgió mientras con nostalgia revisaba sus obras y los apuntes de Termología, que mi madre había conservado en España y que me envió aquí a mi llegada hace unos pocos meses.

Quería decirle que siento haber consagrado mi juventud a una causa que me alejó de España. Cierto que los jóvenes suelen ser juguetes de las circunstancias y del ambiente que les rodea, y que ya encuentran formado, cuando empiezan a actuar. Más tarde comprobé que había elegido un camino que no podía dar la felicidad a mi pueblo ni a ningún otro. No me guiaron entonces más que ideales y deseos puros de que España saliera de su marasmo, pero me equivoqué, ya que me encontré en el campo menos adecuado para conseguir esos fines. En mi amarga y larga peregrinación por el mundo he visto derrumbarse muchos falsos ídolos y he visto acrecentarse mi amor a España y mis deseos de reintegrarme a mi Patria, sin más deseo que el de trabajar modestamente en mi profesión para colaborar con un trabajo efectivo en la vida de mi pueblo.

Ya hace muchos años que voy acercándome al logro de estas aspiraciones, por un camino largo y difícil y en ocasiones peligroso. Conseguí primero entregarme de lleno a mi profesión, a mi calidad de físico añadí los estudios de medicina y llevé a cabo todos los trabajos pedagógicos y de investigación que las circunstancias me permitieron. La segunda etapa, milagrosamente realizada con éxito, fue el conseguir trasladarme a Méjico, paso obligado en mis planes de regresar a mi Patria, ya que directamente no podía hacerlo. Ahora veo con confianza el momento en que pueda ser realidad la tercera etapa, la definitiva, la de la vuelta a España.

Mi carta no tiene otro objeto, como le decía a Vd., que el tratar de borrar algunos de los malos recuerdos que pueda tener de mí. Quiero expresarle que he guardado siempre de Vd. el recuerdo más grato, como el de uno de los pocos profesores que en la Universidad de entonces se entregaban seriamente a una labor científica creadora. He conocido ahora al leer revistas españolas los éxitos y la recompensa merecida que ha tenido su fecunda vida profesional. Permítame que a la de tantos otros mucho más calificados, una mi satisfacción por esto, junto con mis más fervorosos votos para que disfrute Vd. de una larga vida en bien de España y de su cultura.



Y se despedía con los más respetuosos saludos «de su antiguo discípulo». La respuesta de Palacios será inmediata... y profundamente emotiva, pero dirigida no a su «antiguo discípulo», sino a su «querido amigo y compañero». Así, le escribía el 20 de mayo14:

Aunque mi memoria ha sido siempre muy precaria, me bastó leer la firma de su carta para recordarle como uno de mis mejores alumnos. Esto despertó en mí gran interés, que se convirtió en emoción a medida que avanzaba en la lectura.

Comprendo perfectamente su estado de espíritu, porque yo también sentí mis ideales con el mismo apasionamiento que V. los suyos, y también la experiencia me ha hecho ver que era excesiva mi convicción de que toda la razón estaba de parte de los míos.

Supe algo de V. durante la guerra y, conociéndolo, no dudé nunca de la generosidad de sus intenciones. Por eso me ha producido gran alegría su carta, y celebraré muchísimo que logre pronto su propósito de regresar a España. No deje de informarme de los medios que pone para conseguirlo, pues aunque mi influencia política es nula, quizá pudiera darle algún consejo.



Despidiéndose Palacios con «un saludo muy afectuoso de su buen amigo», Tagüeña tardará prácticamente dos meses en contestar el ofrecimiento de guía y orientación del que reconoce como la primera persona a la que se ha dirigido en sus intentos de volver a la patria. Enviará la respuesta a su «muy estimado maestro» el 15 de julio de 195615:

Recibí oportunamente su carta. Agradezco mucho sus palabras de ánimo. Me han dado una gran alegría ya que aumentan en mucho mis esperanzas de reintegrarme espiritualmente a mi patria. Usted ha sido la primera persona a la que he escrito a España (aparte de mis familiares) y en su contestación me tiende amistosamente la mano a través de los años y de las distancias. Esto representa para mí una ayuda moral que no olvidaré nunca. Su actitud comprensiva me afirma en la idea de que es España donde se conservan más valores humanos, sin los cuales la vida pierde su verdadero sentido. Estoy lleno de deseos de poder laborar para que los españoles se conserven unidos y no puedan repetirse las tragedias de nuestra generación. Claro que lo único que puedo aportar es mi experiencia negativa, pero puede ser útil.

He comenzado a hacer algunas gestiones indirectas para conocer las dificultades que puede tener mi petición de repatriación. Sin esperar su resultado voy a presentar dicha petición. Tengo esperanza de resolver dichas dificultades que han de ser cada día menores. Algo quería preguntarle a Vd. ¿Debo tratar de continuar en España mis actividades de enseñanza y de investigación científica a Física Pedro nacido Esperó las que he dedicado muchos años en la emigración? ¿Cree Vd. que encontraría ¡posibilidad de trabajar en dicho campo? Su respuesta me sería de mucha utilidad.

Perdone que no le haya contestado antes. No crea que fue descuido u olvido. Tenía yo la contestación muchas veces meditada, pero he esperado a tener un poco de tiempo libre para poder sentarme a escribir con calma. Mi posición provisional aquí, como recién llegado, me exige trabajar mucho, estoy empleado en cinco sitios distintos y sábados y domingos hago traducciones científicas. Estoy por tanto siempre ocupado, pero he conseguido instalarme y vivir decorosamente con mi familia. Una vez más podría rehacer aquí mi vida, pero quiero hacerlo de una vez y para siempre en mi Patria.

Le repito de nuevo mi agradecimiento por sus palabras alentadoras. Quedo a su disposición con respetuosos saludos.






Manuel Tagüeña y el horizonte del retorno a España

La «apertura» del régimen durante el Ministerio de Joaquín Ruiz Jiménez (1951-1956), la Dirección General de Joaquín Pérez Villanueva y el Rectorado de Pedro Laín Entralgo, que, entre otras cosas, permitió el regreso de Arturo Duperier en 1953, había producido algunos cambios y abierto nuevas perspectivas. Al mismo tiempo, la Mutualidad de Catedráticos, de la que era Secretario general y alma mater Pedro

Gutiérrez, llevaba bastantes años (desde 1946 hasta 1961) desarrollando una intensa y fructífera actividad de reconocimiento de los derechos pasivos de los antiguos profesares universitarios separados del servicio tras la derrota republicana en 1939.

En este marco se sitúan las gestiones realizada por el antiguo Catedrático de Matemática y Decano de la Facultad de Ciencias de la Universidad Central, Carrasco Garrorena, para que se le declarase en situación de jubilado. Éste, en Badajoz el 17 de noviembre de 1883, cumplió los setenta años en 1953. Sin embargo, hasta el 25 de enero de 1956 para realizar la correspondiente solicitud al Ministro de Educación Nacional16.

En cualquier caso, no sería ya Ruiz Jiménez el que atendiera el caso, sino el que a partir de febrero de 1956 sería el nuevo Ministro de Educación Nacional, Jesús Rubio Mina (1956-1962). Y es que Pedro Carrasco había recibido un muy preciso asesoramiento por parte de su antiguo compañero en el Claustro de la Facultad de Ciencias de Madrid, el Catedrático de Geometría Pedro Pineda.

Efectivamente, el Artículo 94 del «Estatuto de Clases Pasivas», de 22 de octubre de 1926, disponía que: «La separación del servicio o cesantía, sea cualesquiera su causa, no priva al funcionario de los derechos pasivos que hubiera adquirido, tanto para sí como para sus familias». Análogamente, el Artículo 1.º de la Orden del Ministerio de Educación Nacional de 1 de febrero de 1941 (BOE del 23), confirmaba que la sanción de «separación definitiva del servicio y baja en el Escalafón respectivo» no privaba a los sancionados de los derechos pasivos que pudieran corresponderles. Pero, sobre todo, la Ley de 17 de julio de 1953 disponía en su artículo 1.º que «con carácter excepcional y por acuerdo discrecionalmente acordado en Consejo de Ministros podrán ser jubilados respectivos Cuerpos o Carreras los empleados civiles del Estado separados del servicio activo», siempre que contasen «al menos, con veinte años de servicios efectivos y abonables conforme a la legislación vigente en materia de Clases pasivas».

Y, en efecto, el Consejo de Ministros aprobó el 17 de febrero de 1956 la correspondiente propuesta elevada desde la Sección de Universidades del Ministerio, reconociendo sus derechos con efectos desde el 17 de noviembre de 1953.

En estas circunstancias es en las que Pedro Carrasco viajó a Madrid en 1956, encontrándose con Julio Palacios, y en este caso es en el que fundamentaba el físico aragonés las débiles esperanzas que debía tener su antiguo alumno: aunque al ilustre Catedrático de Física Matemática, astrónomo y académico de Ciencias se le fuese a abonar la pensión de jubilación a la que tenía derecho, ni la Universidad, ni el Observatorio Astronómico, ni la Real Academia de Ciencias, ni el conjunto de la Cultura oficial le abrirían sus puertas de nuevo. Incluso comprobamos que en el mes de diciembre seguía sin cerrarse el tema, con Carrasco esperando a que comenzaran a abonarle la jubilación para volver a la patria definitivamente. Es más, podemos documentar cómo las autoridades judiciales y policiales españolas seguían investigando la trayectoria de Carrasco hasta, al menos, enero de 195817. Y es que D. Pedro, entre otras cosas, había sido elegido Secretario de la Asociación Española de Relaciones Culturales con la URSS en enero de 1937, y en España esas cosas todavía no se olvidaban.

El caso de Tagüeña era mucho más complicado, puesto que su única vinculación con el Estado español fueron los meses de Profesor en el Instituto de Bachillerato de Molina de Aragón antes de la Guerra. Además, su participación directa en la contienda, sobre todo en la Batalla del Ebro, su estancia en la Unión Soviética con los dirigentes más destacados del PCE, y su exilio final en México en el entorno de los intelectuales republicanos, eran bien conocidos por todos.

Por eso Palacios le hará una recomendación mucho más realista: hacer un «viaje de exploración» previo una vez autorizado convenientemente, y encaminar sus gestiones, como tantos otros represaliados, hacia centros de investigación privados. Especialmente le orienta hacia el Instituto de Biología y Sueroterapia (el celebrado Laboratorio Ibys) dirigido por Nicolás M. Urgoiti. Aquí la referencia, perfectamente conocida para D. Julio, era su antiguo compañero en el Laboratorio de Investigaciones Físicas de la Junta para Ampliación de Estudios, en la Facultad de Ciencias, en el Instituto Nacional de Física y Química y en la Academia de Ciencias: el Catedrático de Química Inorgánica, Enrique Moles Ormella. Moles había estado trabajando en Ibys desde que salió en libertad condicional en diciembre de 1943 (tras su detención y condena al volver de su exilio en Francia en diciembre de 1941), hasta su prematuro fallecimiento en 195318.

Tagüeña, entretanto, fue regularizando su situación en el mundo de los laboratorios farmacéuticos mexicanos, a la vez que se integraba decididamente en el mundo científico de los españoles exiliados en la capital azteca iniciando su colaboración asidua con Ciencia. Allí publicaría, en el vol. XVI correspondiente al propio año 1956 de su llegada (Giral 1994), el trabajo de título «Visibilidad de los rayos X» que, como veremos más adelante, tan buena impresión causó a su maestro Palacios.

Éste escribía a «mi querido amigo y compañero», conmovido desde su semiexilio lisboeta el 31 de julio de 195619:

Acabo de recibir su carta que me ha sido retransmitida desde Madrid con algún retraso, y he quedado impresionado por la emoción con que V. contempla la perspectiva de su próximo regreso a España. Por eso mismo, tengo verdadera pena en tener que enfriar un poco su entusiasmo.

Ocurre que, como era de esperar de las virtudes de nuestra raza, son bastantes los que creen que al vencido debe dársele la mano para que se levante y que, además, ha pasado bastante tiempo para olvidar los rencores pasados y abrir las puertas a quienes sinceramente tienen el propósito de que no se repitan las causas que motivaron nuestra espantosa guerra civil. Pero sucede también que no faltan los miserables que, muchas veces para encubrir un pasado culpable, manifiestan un celo extraordinario en denunciar a todo bicho viviente, sobre todo si se trata de alguien que pueda hacerle sombra. Por esta razón he tenido grandes disgustos y he sido motejado de «protector de rojos» por quienes se han valido de esta insidia para pasar por encima de mí.

Conviene, pues, que no se precipite y antes de tomar una decisión definitiva, tantee el terreno. Convendría que hablase con D. Pedro Carrasco, que ha estado en Madrid y, por hallarse en caso parecido, podrá informarle.

La mayor dificultad se presentará si trata V. de obtener alguna colocación oficial, sobre todo en la Universidad. Yo estuve durante diez años sin formar parte de tribunales de oposición porque se me tildó de imparcial. Más fácil le será ejercer como médico y es muy posible que pueda Vd. trabajar en los Laboratorios Ibys, donde aprecian mucho a los buenos investigadores.

Lo mejor sería que hiciese Vd. primero un viaje de exploración, y no quemar las naves hasta tener algo seguro. En todo caso, avíseme y haré cuanto esté en mi mano.

Pasado mañana voy con mi familia a pasar un mes en Galicia. En Septiembre iré a Italia para asistir a un Congreso en honor a Avogadro, y luego iré a Madrid.



De nuevo se dará un tiempo Manuel Tagüeña antes de contestar a nuestro Catedrático de Termología. Algo más de cuatro meses que tuvieron que pasar antes de poder comunicarle que su situación laboral en México estaba prácticamente resuelta, de modo que podía plantearse la vuelta a España con calma, tal como se le había recomendado. Lo hacía el 2 de diciembre de 195620.

Recibí su carta del 31 de julio que me produjo una gran alegría. Le agradezco mucho sus consejos y los ánimos que me da en ella. Pocos días después recibí los libros y publicaciones que me envió. Todas ellas me interesaron mucho, tanto las científicas como las filosóficas. Le voy a enviar las mías, aunque mucho más reducidas y modestas.

Me retrasé en contestarle primero por su viaje, que Vd. me anunciaba, y luego por el mucho trabajo que me daban las clases. Ahora ya terminaron éstas y tengo trabajo fijo como asesor médico en unos laboratorios farmacéuticos, de forma que he asegurado aquí completamente una vida normal y tranquila. Ahora bien, mi aspiración sigue siendo el volver a mi Patria. Hace ya tres meses que presenté en firme la petición para que se me autorizara a volver junto con mi familia. No he recibido todavía contestación, pero espero que sea favorable, si no lo es, insistiré. Seguramente Vd. no sabe que soy de origen del Alto Aragón, como lo es Vd. y ya sabe que no nos dejamos torcer fácilmente en el camino escogido cuando lo creemos justo, y en este caso más todavía cuando la experiencia pasada me hace estar seguro de que lo es.

He hablado varias veces con D. Pedro Carrasco y hemos tenido la satisfacción de animarnos mutuamente para la ejecución de nuestros planes. El no espera más que la jubilación para volver a España definitivamente. Y es que además de todas las razones, bastaría el hecho de la situación difícil y de inquietudes de Europa, y dentro de ella nuestro país para hacer un deber el retornar. Ya me doy cuenta de lo difícil que es empezar la vida otra vez a los cuarenta y tantos años, pero no dudo de que saldré adelante, con la ayuda de aquellos que, como Vd. creen en mi sinceridad. No puedo renunciar a que mi familia y yo seamos españoles y no queremos ser ninguna otra cosa. Claro que si pudiera haría el viaje de exploración que me aconseja. De todas formas tengo que esperar a recibir la autorización para el mismo. Ya le tendré al corriente de la marcha de mis planes.



Sin noticias favorables que comunicar, las comunicaciones tardarán en retomarse varios meses. Para el 20 de agosto de 1957 Tagüeña escribe de nuevo a su «muy estimado maestro»21:

Hace ya tiempo que quería escribirle, pero han ido pasando los días y los meses, siempre con la esperanza de poderle comunicar, lo que para mí tiene ahora la mayor importancia: que ya se me autorizaba a volver a mi patria.

Pronto hará un año que pedí volver, aún no he recibido respuesta, ni afirmativa ni negativa. El retraso lo comprendo perfectamente, lo esperaba, como espero aún muchas otras dificultades que me merezco cumplidamente y a través de ellas y venciéndolas convenceré a todo el mundo de mi sinceridad, ya que dan la oportunidad de explicar mi conducta, cada vez con mayor fuerza y llegando más lejos.

Tengo grandes esperanzas de que pronto pueda ver todo arreglado. Mantengo las mejores relaciones con la representación diplomática de España y ellos me animan. A fines de mes vuelve el Ministro de sus vacaciones en España y espero que me traiga alguna noticia más definida.

Supongo habrá Vd. recibido mis modestas publicaciones que le envié con mucho gusto. Muchas veces releo lo que Vd. me mandó, sobre todo lo filosófico, hay algunas coincidencias que me sorprendieron y que ya le expondré cuando pueda hacerlo en persona.

Aunque he resuelto aceptablemente la parte material de mi vida aquí, no me queda tiempo para muchas cosas que quisiera hacer para no perder el contacto con mi profesión, pero no lo he conseguido. Estoy encargado por una revista científica [Ciencia] de la crítica de las novedades en libros de Física, colaboro en un boletín de la UNESCO en el que tengo a mi cargo la sección de Física de forma que pasan por mi mano todas las principales revistas del mundo. Y en el aspecto médico, como trabajo en un laboratorio farmacéutico de asesor médico, he conseguido se hagan trabajos sobre la quimioterapia del cáncer de los que yo me encargo. Preferiría la radioterapia, pero qué se le va a hacer.



A la espera de un permiso que tardará todavía años en llegar, la comunicación entre maestros dos protagonistas pasará de la emotividad de lo personal a lo normal en una relación científica profesional. En este marco, aunando todavía ambas perspectivas, encontramos la siguiente carta, enviada por A. Fábrega desde la Editorial Reverte en México el 17 de octubre de 195722:

Tenemos el gusto de anunciarle que por paquete postal certificado n.º 15810 le hemos enviado un ejemplar de la obra Principios de Física de Ballard, Snack y Asuman, que se ha traducido y publicado en México por nuestra Editorial, que es una afiliada de la Editorial Reverte, S. A., de Barcelona.

Seguramente Ud. Conocerá los autores Ballard, Snack y Asuman, así como la casa americana Van Nostrand, por ser de mucho prestigio en libros de esta naturaleza.

Aunque traducido por un Profesor mexicano que nosotros hemos considerado de prestigio, pedimos la colaboración del Dr. Manuel Tagüeña, que ha sido alumno suyo y que goza en México de mucho prestigio científico aparte de las grandes simpatías personales que tiene entre el grupo hispánico que reside en México.

Enterados por el Dr. Tagüeña de que Vd. Ha sido uno de sus maestros y que le guarda un afecto extraordinario, nos hemos brindado para enviarle este ejemplar como una demostración del cariño que él le tiene y del respeto que nosotros guardamos para usted.

Si esta obra le causa buena impresión desde todos los puntos de vista, para el Dr. Tagüeña y para nosotros será motivo de verdadera satisfacción.






Palacios y Tagüeña: Entre la revisión de la Teoría de la relatividad y el caso Duperier

Las relaciones profesionales se convirtieron a partir de 1957 en el punto de encuentro entre Palacios y Tagüeña, ante la tardanza de las autoridades en conceder el permiso. Así, Palacios escribía a su «querido amigo y compañero» el 8 de diciembre de 195723:

A su debido tiempo recibí el paquete con sus publicaciones, que le agradezco mucho y he leído con mucho gusto, salvo lo que está escrito en checo que para mí es inaccesible. Me ha interesado grandemente su artículo acerca de la visibilidad de los rayos de Roentgen (prefiero llamarlos así en honra de su descubridor, aparte de que el llamarlos X es improcedente desde que se descubrió su naturaleza). También me han interesado sus medidas acerca de los ultrasonidos, aunque sólo haya podido leer el resumen.

He tardado tanto en contestarle porque recibí una carta de la Editorial Reverte anunciándome un libro traducido por V., y esperaba que llegase para dar las gracias. Pero ha transcurrido el tiempo y no ha llegado a mis manos. Como es un caso insólito, tengo la duda de si llegaría estando yo ausente y fuese recibido por mi hija y haya ido a parar entre el maremagno de libros que me agobian. Haga el favor de decirlo a la Editorial. El n.º del certificado es el 15810. Si se confirma la entrega, haga el favor de decirlo para buscarlo metódicamente por mi librería.

Le remito algunas de mis publicaciones que pueden interesarle, entre ellas un librito sobre la relatividad que acabo de publicar. Contiene ideas tan revolucionarias que dudo que le presten atención los especialistas que consideran como dogmática la teoría de Einstein. Mucho le agradeceré que, si cree que vale la pena, lo dé a conocer a los físicos y matemáticos mejicanos.

Sigo distribuyendo mi tiempo entre Lisboa y Madrid, lo que representa una duplicación de actividades, pero por ahora voy saliendo adelante.



Realmente, el libro había llegado, y en una nota escrita a lápiz en la carta que le enviaba la Editorial Reverte encontramos las palabras: «Contestada. Recibido el libro el 12-XII-57». Unos días después, el 22 de diciembre de 1957, escribía Tagüeña a su «muy estimado maestro»24:

Tan pronto recibí su carta, estuve en la Editorial Reverte para hacer la reclamación correspondiente. Allí me informaron que lo habían enviado por error por correo ordinario y no por aéreo y que tardaría un par de meses en llegar, a partir del día en que se depositó en Correos. Contando el tiempo, tenía que estar a punto de llegar. Ya me disponía a hacer que mandaran otro ejemplar cuando la Editorial me avisó que había recibido su carta comunicando que la obra estaba ya en su poder.

Le agradezco mucho el envío queme anuncia de sus publicaciones, que estoy seguro me han de interesar mucho. En lo que se refiere al librito sobre la relatividad lo he de estudiar con mucho gusto y desde luego haré que llegue a conocimiento de los físicos y matemáticos mejicanos.

Le reitero mi felicitación para Navidad y Año Nuevo. Reciba los saludos más afectuosos de su discípulo.



Si bien Julio Palacios se había dedicado con cierta intensidad a la Relatividad preparando la venida de Einstein a España en 1923, y ya en 1934 había publicado «Los principios fundamentales de la Mecánica relativista» en los Anales de la Sociedad Española de Física y Química, el fallecimiento de Albert Einstein, acaecido el 18 de abril de 1955, supuso el punto de partida de una serie de trabajos de análisis y crítica de los fundamentos de la Teoría de la Relatividad generalizada que terminó constituyendo una verdadera cruzada antirrelativista. Todo empezó con el artículo «¿Se puede entender la Teoría de la Relatividad?», publicado en Physicalia en 1955, precisamente a modo de «necrológica» de Einstein. Le siguieron la «Revisión de los fundamentos de la Teoría de la Relatividad», publicado en 1956 en la Revista de la Real Academia de Ciencias, y «¿Se debe revisar la Teoría de la Relatividad?», aparecido en los Anales de Real Sociedad Española de Física y Química en 1957.

Ese mismo año vio la luz en las páginas de la Revista de la Real Academia de Ciencias una verdadera monografía de 172 páginas, «Revision of the theory of relativity», publicada a lo largo de los cuatro números que completaban el volumen 51 de esta revista. En ella, parte Palacios de la «paradoja de los relojes», que había constituido el objeto de discusión en la revista Nature poco tiempo antes. Consideraba que, si aplicando los principios de la Teoría de la Relatividad se llegaba a una solución absurda en lo relativo a esta paradoja, entonces los principios debían revisarse.

El análisis de Tagüeña del libro sobre Relatividad de Palacios tardaría unos meses en publicarse. Mientras, en enero de 1958, Palacios recibía el Premio de Ciencias de la Fundación Juan March (el de Letras sería otorgado a Azorín), y Tagüeña le felicitaba por ello el 11 de febrero de ese año, en unos términos que Palacios recibía como sigue25:

Mucho le agradezco su amable y expresiva felicitación que tengo en grande estima. Realmente, y aunque no me considero merecedor de tan gran premio, estoy muy satisfecho por esta prueba de afecto que he recibido de mis compatriotas por esta prueba de afecto que he recibido de mis compatriotas y que me hace olvidar pasadas amarguras.



Un año tardaría Tagüeña en volver a escribir, y lo hará refiriéndose a las publicaciones científicas, el tema que más les ocuparía durante un año mientras siguiera sin haber novedades para el ansiado retorno a España. Así, el 14 de febrero de 1959 escribir a su «muy estimado maestro»26:

Quisiera, en primer lugar, disculparme por no haberle escrito en muchos meses. He tenido mucho trabajo y además uno vive un poco fuera de la realidad esperando que en pocos días sea posible lo que tantos años se ha esperado, acabar la peregrinación por el mundo y volver a la patria. Esto sucederá más pronto o más tarde, pero mientras tanto pasa el tiempo sin darse cuenta y ya hace más de tres años que resido en Méjico. No puedo ponerme a escribir a España sin comenzar a pensar en muchas cosas y el resultado es, que no siendo a mi madre a la que alimento con mis propias esperanzas, casi no me comunico con nadie.

Hace unos días le he mandado un número de la revista Ciencia de esta ciudad, donde se publica una nota que he escrito sobre su «Revisión de la Teoría de la Relatividad».

Acabo de recibir los tres trabajos suyos que me ha enviado, le agradezco mucho su atención y los saludos afectuosos que acompaña. Me han proporcionado una gran alegría, no sólo por el interés que encierran, sino por proceder de usted, hacia el que siento un gran respeto y estimación.



También le informaba de su nueva dirección en el número 42 de la calle Milwaukee (Colonia Nápoles), de México, D. F. En esos momentos, Palacios está plenamente dedicado a la tarea de recuperar para el país a los españoles exiliados en el extranjero o condenados en España. Así se lo confiesa en una carta dirigida en este caso «amigo Tagüeña» y que, aunque sin fecha, por su contenido, tuvo que enviar a mediados de ese mismo mes de febrero27.

Acabo de recibir el número de «Ciencia» en que Vd., tan amablemente, hace una crítica elogiosa por demás de mi libro sobre Relatividad. Me ha producido gran satisfacción el ver que Vd. ha sabido darse cuenta de su alcance, cosa que no sucede con ninguno de los especialistas a quienes lo he enviado.

Para los extranjeros me tomé el trabajo de hacer un resumen en inglés, y todos me contestaron muy amablemente con frases o comentarios tan superficiales que demostraban no haberse enterado de nada. Yo me resignaba a contentarme con la satisfacción interior de haber visto claro en estas cuestiones y haber comunicado con éxito mis ideas a mis alumnos (uno va a doctorarse con el estudio de los medios elásticos con mi teoría), cuando recibo una carta del profesor Sapper de Graz (Austria) pidiéndome un trabajo para un volumen en que recojan opiniones sobre la relatividad sin respetar ningún dogmatismo. Veremos si, por este camino, se abren paso mis ideas.

¿Recibió Vd. mi libro Análisis Dimensional? También éste puede calificarse de herético porque está en pugna con todo lo que se está escribiendo sobre la materia.

Ayer firmé un escrito en que se pide al Ministro de Justicia una amplia amnistía. Firmaban Menéndez Pidal, Azorín, Laín Entralgo, Pemán, el P. Félix García y otros muchos que no recuerdo. ¡Ojalá tenga éxito! De todos modos, me permito aconsejarle que asegure Vd. su situación económica de antemano, pues todos los mediocres han ocupado los mejores lugares y los defienden con dientes y uñas sin reparar en los medios.

Ya me tendrá al tanto de sus proyectos.



D. Julio Había enviado su trabajo sobre Relatividad a Tagüeña el 8 de diciembre de 1957, con el ruego de que lo leyera detenidamente y lo difundiera entre los científicos mexicanos. El análisis del libro del «maestro estimado de muchas generaciones de físicos españoles» por parte de su discípulo se publicó finalmente el 1 de septiembre de 1958 en las páginas de Ciencia, y Tagüeña se lo envió a Palacios en febrero de 1959. El último párrafo de la detallada reseña sintetiza con claridad la impresión causada:

A reserva de las ampliaciones y aclaraciones ulteriores, sobre todo a la luz de los nuevos fenómenos físicos que sean descubiertos, debemos decir que la obra del Prof. Palacios rompe valientemente con los obstáculos que artificialmente impedían las discusiones sobre la Teoría de la Relatividad y creemos que su trabajo ha de contribuir a que se dirija la atención que se merece a esta campo tan importante de investigación.



A pesar del transcurso del tiempo, no dejará Palacios de seguir constituyendo la doble referencia de Tagüeña, tanto en lo personal relacionado con España como ante los nuevos compromisos científicos adquiridos por nuestro exiliado en México. El encargo recibido en esas fechas, para revisar y completar los términos correspondientes a la Física para la edición que se estaba preparando de la Enciclopedia UTEHA, le animaría, de nuevo, a recurrir a su antiguo maestro, quien, además, estaba enfrascado en esa misma tarea para diversas enciclopedias españolas.

Y es que el año 1959, precisamente, es en el que Julio Palacios empieza a publicar en la Revista de la Real Academia de Ciencias diferentes contribuciones bajo el título general de «Terminología científica». Realmente, la iniciativa de escribir un repertorio de vocablos científicos tenía raíces muy lejanas. Ya había sido propuesta en 1848, al año y medio de la creación de la propia Academia, con el objetivo de redactar un Diccionario de los Términos Técnicos usados en todas las ramas de las Ciencias que forman el objeto de las tareas de la Corporación, aunque ni siquiera se empezaría. Volvió a retomarse nominalmente en 1910, tras la visita de Leonardo Torres Quevedo a la República Argentina. El proyecto sí se institucionalizó mediante Real Decreto del 19 de abril de 1921, con la creación de la «Unión Internacional Hispanoamericana de Bibliografía y Tecnología Científicas» y la «Junta Nacional de Bibliografía y Tecnología Científicas». En 1930 culminaron estas iniciativas, dirigidas por Torres Quevedo, con la aparición del Tomo I del Diccionario Tecnológico Hispanoamericano. Y, como reconocería años después Lora Tamayo28: «Muerto Torres Quevedo, el plan quedó interrumpido hasta que dos figuras prestigiosas, los académicos Sánchez Pérez, primera, y Palacios Martínez, después, reemprendieron la tarea, no exenta de dificultades, que entorpecían su continuidad».

Tagüeña era conocedor de todo ello, de modo que el 11 de abril de 1959 se dirigía a su «estimado maestro» solicitándole ayuda para la nueva tarea que se le encomendaba29.

He sido encargado de revisar y completar el vocabulario de Física para una futura edición de la Enciclopedia UTEHA (Unión Tipográfica Editorial Hispano-Americana) que se publicará en México.

He comenzado a recopilar datos y como sé que usted es la persona que mejor me puede orientar al respecto, me atrevo a pedirle, abusando de su amabilidad, me facilite, en lo posible, la relación de lo que se haya publicado recientemente en España sobre terminología física. Con dicha relación me será a mí muy fácil localizar esos materiales, que naturalmente han de ser fundamentales en mi trabajo.

Lo primero que ya he hecho es volver a releer su discurso de ingreso en la Real Academia Española que debe servirme de guía. Todas las otras obras suyas que me ha ido remitiendo han de ser también para mí de la mayor utilidad.

Aprovecho la oportunidad para reiterarme completamente a su disposición. Con cordiales y respetuosos saludos de su discípulo.



A modo de posdata Tagüeña confirmaba que «he recibido la página de ABC con su nota sobre la muerte del profesor Duperier (q. e. p. d.). Le agradezco mucho el que me la haya enviado. Puedo decirle que su lectura me ha emocionado mucho, tanto por el recuerdo del maestro desparecido, como por el profundo cariño con que usted la ha redactado».

Efectivamente, el 9 de febrero de 1959 había tenido lugar la muerte de Arturo Duperier, el triste modelo que tenían todos los exiliados que intentaban volver a España. También correspondería a Tagüeña publicar la «Noticia necrológica» en las páginas de Ciencia. Su lectura nos produce una doble amargura: al relatar lo acontecido a Duperier a lo largo de los cinco años finales de su vida, tras el retorno desde el exilio en Inglaterra, lo que realmente estaba haciendo era poner por escrito sus propios sentimientos, sus verdaderos deseos, sus cada vez más lejanas esperanzas. Escribía Tagüeña en 1959 sobre D. Arturo (y sobre él mismo):

Por encima de otras consideraciones, los años pasados fuera de España le pesaban y la nostalgia por regresar pudo más que todo lo demás. Pero creo que no fue solamente esto, sino que consideró un deber, una obligación, el participar de nuevo en la vida del medio universitario que lo había forjado a él, en ese ciclo, que debería ser ininterrumpido de maestros y discípulos, que contra todos los obstáculos, va haciendo avanzar a la ciencia en todas partes. Porque hay algo en la vida de los pueblos que es trascendental e imperecedero, el desarrollo de la cultura en todos sus aspectos, mientras se van sucediendo sistemas de gobierno y organizaciones sociales diferentes y a veces contradictorias.



Obviamente, escribía para que las autoridades del régimen franquista le leyeran, pues en sus manos estaba el permiso para volver a España solicitado en 1956 y que, transcurridos tres años, seguía sin llegarle. Por ello destacaba cómo la fuente que había utilizado para escribir su «noticia» era la «nota necrológica» publicada poco tiempo antes por Palacios en ABC.

La situación en España en aquellos momentos, sin embargo, tampoco era la ideal para los intelectuales de mayores miras. Especialmente ilustrativo del panorama reinante es el intento de Julián Marías de poner en marcha «una revista mensual intelectual». Éste «al leer hoy su artículo admirable en ABC sobre Duperier», había escrito el 14 de febrero de 1959 a Palacios30:

Hablamos a Catalán para que se encargara de las cosas científicas; murió, y se lo propusimos a Duperier, que iba a hacerlo; pero también ha muerto sin que la revista llegue a ser autorizada por quien tiene que hacerlo. Y temo que no lo sea nunca. Es cierto que estaba llena de «forajidos»: Laín, Aranguren, Lafuente, Dámaso, Lapesa, García Gómez, Díez del Corral, Maravall, Bachiller, Cordón, Sanpedro, Caro Baroja, el hijo de Ortega, Garagorri, Valdecasas, yo mismo... Hace juego con todas las tristes cosas que usted ejemplarmente, con tanta discreción, señala; con tantas cosas más.








Consideraciones finales: A modo de conclusión

Las gestiones diplomáticas de Tagüeña en México dieron su fruto finalmente. Probablemente contribuyó a ello el artículo que publicó en Índice en 1959 criticando el Régimen Soviético. El hecho es que Franco autorizó en el Consejo de Ministros, por iniciativa de Fernando M. Castiella (Ministro de Asuntos Exteriores entre 1957 y 1969) y con gran oposición desde el Ejército, su vuelta a España. Tagüeña podía visitar finalmente a su familia, como le comunicaba a su «muy estimado maestro» el 11 de enero de 196131:

Al fin se han cumplido mis esperanzas y ya me han autorizado para poder volver a España.

De momento, he venido para una visita corta y pasar las Navidades con mi madre y mi hermana, a las que no veía desde hace 24 años.

El 22 de enero vuelvo a México, ahora marcho a Zaragoza a ver a mi familia y luego estaré unos días en Madrid y será un placer para mí poder saludarle.



Ambos se encontrarían en Madrid. Pero Manuel Tagüeña no haría ninguna mención a Julio Palacios en el breve capítulo final de sus Memorias, titulado «Epílogo», que comienza con su llegada «a México el 12 de octubre de 1955, fecha que consideramos de buen augurio: era nuestro descubrimiento de América». Pero ya había avisada Tagüeña en el Prólogo (p. 4) que había eliminado todas las indicaciones que pudieran comprometer a los que todavía vivían en regímenes dictatoriales, tanto su España de la llegada de los setenta, como el Bloque del Este. Únicamente escribirá:

Al llegar a México pedí permiso para regresar a España y hasta es posible que me hubiera ido a radicar allá, si las autoridades españolas me lo hubieran autorizado. Por fortuna, lo pensaron durante cinco años y cuando lo recibí lo utilicé para hacer una última visita a mi madre gravemente enferma.



Tagüeña dio por terminadas sus Memorias el domingo 6 de abril de 1969. Con el Franquismo todavía dominante y sin un claro horizonte de libertad es más que probable que no quisiera dejar constancia de su relación con Palacios para no ocasionar problemas ni a éste ni a su familia. En todo caso, la mujer de Tagüeña, Carmen Parga (1996) sí mencionaba explícitamente al físico aragonés en el párrafo que dedica en sus propias Memorias32 a esos momentos de su vida, nada más llegar al país azteca, en los que, «denunciado como tenebroso agente de la Unión Soviética, con planes de espionaje masivo» las autoridades mexicanas querían deportarlos de vuelta a Rusia. En esas circunstancias Carmen Parga destacaba cómo Tagüeña pedía que, en todo caso, se les deportara a España, y aclaraba el porqué de esa decisión con las palabras siguientes:

En España las niñas podrían ser atendidas por la familia y el régimen franquista ya se había suavizado. Algunos refugiados estaban regresando y al parecer los dejaban en paz. En España también teníamos amigos. Don Julio Palacios, el eminente profesor de Física, le había escrito a Tagüeña una carta muy cariñosa diciendo que había sido su mejor alumno. Algún amigo más podía aparecer y, en definitiva, la cárcel con sol es mejor que la cárcel con frío.



En efecto, Tagüeña no quería que sus Memorias pudieran ocasionar problemas a las personas citadas, y, como reconocía Carmen Parga (1996, p. 168): «no quiso que se editaran en España mientras viviera Franco. Temía que sus críticas fueran distorsionadas o utilizadas por los franquistas».

Desgraciadamente, las duras palabras que Palacios dedica a los usurpadores de la Ciencia española tras la Guerra Civil («no faltan los miserables que, muchas veces para encubrir un pasado culpable, manifiestan un celo extraordinario en denunciar a todo bicho viviente, sobre todo si se trata de alguien que pueda hacerle sombra», «asegure Vd. su situación económica de antemano, pues todos los mediocres han ocupado los mejores lugares y los defienden con dientes y uñas sin reparar en los medios») habían sido proféticas: sobraban miserables en España dispuestos a impedir cualquier reencuentro, como bien sabía el físico aragonés a la luz del caso de Arturo Dupener. Así, continuaba Tagüeña su impresión acerca de la cruda realidad que se encontró en 1961:

Entonces me di cuenta del grave error que hubiera sido volver a España con carácter definitivo. Mi presencia despertó demasiada sensación, había sido ilusoria mi idea de pasar desapercibido. Para vivir en paz tendría que aceptar el papel de «rojo arrepentido», lo que lesionaría gravemente mi dignidad y me haría caer en una situación parecida a la que viví en los países comunistas.



Ahora bien, con vistas a un futuro muy inmediato, quizá las palabras de Tagüeña que mayor impresión pueden causarnos son las que escribe a continuación: «Mientras los vencedores no acaben, de una vez por todas, con el espíritu de la guerra civil, mi puesto está y estará en el bando de los vencidos».

Ya lo decía Palacios en una de sus cartas de 1956 que transcribíamos antes: «Ocurre que, como era de esperar de las virtudes de nuestra raza, son bastantes los que creen que al vencido debe dársele la mano para que se levante y que, además, ha pasado bastante tiempo para olvidar los rencores pasados y abrir las puertas a quienes sinceramente tienen el propósito de que no se repitan las causas que motivaron nuestra espantosa guerra civil».

Palacios murió el 21 de febrero de 1970, mientras Tagüeña fallecería el 1 de junio de 1971. Es una pena que no fueran testigos de la realidad que apuntábamos en la introducción y repetimos ahora: el 'Generalísimo' había ganado las batallas entre 1936 y 1939, pero el 'Franquismo' fue perdiendo la Guerra a partir de 1939 por su decisión de cercenar todo proyecto de reconciliación nacional.

Investiguemos; saquemos a la luz nuestro pasado; cerremos heridas; que lo que se ha decidido llamar nuestra Memoria histórica no permita que se repita el error, y que los verdaderos vencedores, todos los antifranquistas, acabemos de una vez por todas con el espíritu de la guerra civil, pues muchos, como le sucedió a Tagüeña, estarán siempre en el bando de los vencidos, sean quienes sean los vencedores, mientras éstos no busquen la reconciliación de todos los españoles.




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