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El taller de las «Estorias»

Inés Fernández-Ordóñez


Universidad Autónoma de Madrid



Las dos grandes compilaciones historiográficas impulsadas por Alfonso X, una historia particular de España, la Estoria de España, y una historia universal, la General estoria, fueron el resultado de la colaboración de una pluralidad de historiadores, a los cuales, desde los años 60 y por afortunado bautizo de Diego Catalán, se les viene conociendo como el taller historiográfico alfonsí1.




El taller historiográfico dentro de las producciones alfonsíes


Anonimia de los colaboradores: el rey, autor de los textos

La en tiempos discutida cuestión de si la obra alfonsí fue personal o producto de la colaboración del rey con sabios de su tiempo, hace tiempo que no es ya objeto de controversia alguna, después de los esclarecedores y clásicos trabajos de A. G. Solalinde y G. Menéndez Pidal2. Desde entonces, se acepta que con Alfonso trabajaron múltiples colaboradores, que bajo las indicaciones directrices y supervisión del rey, se encargaron de traducir textos preexistentes o modelar los libros que él había ideado.

No se ha resaltado convenientemente, sin embargo, el contraste entre nuestro conocimiento detallado de la nómina de los colaboradores científicos y nuestra absoluta incertidumbre sobre los nombres de los redactores de las obras históricas y jurídicas (así como de los poetas que colaboraron en las Cantigas)3. Incluso la fórmula con que se anuncia la autoría es en unas y otras muy diversa. En los prólogos de las obras astrológicas se cita a los colaboradores encargados de cada libro, y se habla de la labor del rey limitándola al encargo: «don Alfonso mandó fazer / Nós, don Alfonso, mandamos fazer»4. En cambio, la figura del rey adquiere una tutela mucho más estrecha sobre las obras jurídicas e históricas así como sobre su creación más personal, las Cantigas de Santa María: en ellas el rey siempre habla en primera persona «Nós, don Alfonso» y se atribuye la autoría, «feziemos», «compusiemos», de los libros5.

Este diferente grado de participación no tiene que ver con la existencia de dos etapas separadas en el tiempo en las producciones alfonsíes, como se ha venido repitiendo con cierta inercia, hasta hoy. Contra lo que piensa G. Menéndez Pidal en su clásico y citadísimo artículo, no encuentro ni justificada ni oportuna su división de la producción alfonsí en dos períodos, de 1250-1259 y de 1269-1284, con una interrupción intermedia de diez años. De acuerdo con esta opinión muy difundida, en las producciones alfonsíes habría que distinguir dos etapas, una primera, en que el rey se habría limitado a promover traducciones, y otra segunda, en que Alfonso se habría involucrado en las obras que promovía, las más personales, al tiempo que revisaba traducciones realizadas en la primera etapa. Pero esta división sólo es válida si se deja aparte una sección fundamental de las creaciones del rey, ésta es, la de las obras jurídicas, que de ningún modo creo que se deban desligar del resto de producciones alfonsíes6. Tanto el Fuero real (1254) como el Espéculo (1255) o las Siete Partidas en su primera redacción (12 56-12 65), obras de las que el rey se declara autor pleno, «Nós fezimos»7, caen de lleno en el período en el que supuestamente sólo habría traducciones. Por otro lado, la datación hoy propuesta para la primera redacción de las Cantigas se sitúa entre los años 1265-1274, en los años, por tanto, en que se pretende que hubo inactividad literaria, y tanto en la introducción como en el prólogo el rey se proclama autor de la obra8.

Creo, por todo ello, que el trabajo de las escuelas alfonsíes se desenvolvió de forma continuada desde la llegada al trono de Alfonso (ya desde un par de años antes, 1250, en que se traduce el Lapidario) y hasta su muerte. Más que de dos etapas (una de traducciones y otra de obras de creación y de revisión de traducciones), opino que resulta más esclarecedor hablar de dos tipos de obras (sin que pueda defenderse que ninguno de los dos tipos sea exclusivo de período alguno de la producción alfonsí): aquellas cuya redacción fue ordenada por el rey, sin que se reconozca su intervención personal, y que suelen mencionar a los autores del texto, tanto si se trata de traducciones como de libros compilados independientemente (Lapidario, Libro conplido en los iudizios de las estrellas, Libro de las cruzes, Libro del saber de astrología, Tablas alfonsíes, Libro de las formas e de las ymágenes, Libro de los juegos)9, y aquellas otras de las que Alfonso se declara responsable del libro en su concepción y (salvo en el caso de la General estoria) en su ejecución, sin que se reconozca otra autoría de forma explícita (Fuero real, Espéculo, Partidas, Setenario, Estoria de España, General Estoria, Cantigas de Santa María). El objeto de nuestro interés, las Estorias de España y universal, pertenece claramente a esa categoría de obras vinculadas estrechamente al rey. Nada sabemos hoy de quienes fueron los historiadores implicados en su redacción y el rey emerge, así, como su único autor.

Estoria de España: «Nós don Alffonso [...] mandamos ayuntar quantos libros pudimos auer de istorias en que alguna cosa contassen de los fechos d'Espanna, et tomamos de la crónica dell Arçobispo don Rodrigo, que fizo por mandado del rey don Ffernando nuestro padre et de la de Mastre Luchas, Obispo de Tuy, et de Paulo Orosio, et de Lucano [...] et de Pompeyo Trogo et d'otras estorias de Roma las que pudiemos auer que contassen algunas cosas del fecho d'Espanna, et compusiemos este libro de todos los fechos que fallar se pudieron d'ella» (hacia 1270).


(PCG: 4a)                


General estoria: «Onde por todas estas cosas yo don Alfonso [...], despues que oue fecho ayuntar muchos escriptos e muchas estorias de los fechos antiguos, escogí d'ellos los más uerdaderos e los meiores que ý sope, e fiz ende fazer este libro, e mandé ý poner todos los fechos sennalados tan bien de las estorias de la Biblia, como de las otros grandes cosas que acahesçieron por el mundo, desde que fue començado fasta'l nuestro tiempo» (hacia 1270).


(GE1: 3b)                





Versiones varias e inconclusión

Otro aspecto que agrupa claramente a todas las creaciones alfonsíes, pero especialmente a las obras legislativas, a las históricas y a las Cantigas de Santa María, es el deseo de perfeccionarlas sin límite10. Ello se deduce de la frecuente inexistencia de un texto único, canónico, de cada obra, así como de la repetición o el aprovechamiento de fragmentos de unas obras, a veces abandonadas, a favor de otras. Esa insatisfacción, que indudablemente procedía del rey Sabio, condujo a revisar continuadamente los textos con el resultado muy común de que éstos nunca llegaran a terminarse tal como aparecen proyectados en los prólogos. Así, es muy frecuente que en la tradición textual de las obras alfonsíes convivan versiones varias, no siempre conclusas, derivadas de distintos estados de redacción, desde los borradores o cuadernos de trabajo hasta primeras o segundas redacciones. Véamoslo con más detalle.

De las Cantigas de Santa María se conocen al menos dos estados redaccionales: uno primero constituido por una colección de 100 cantigas y datable entre 1265-1274, y otro segundo, que consistió en el aumento de la colección hasta las 400 cantigas, iniciado a partir de 1274. Mientras que la primera redacción sólo se nos ha conservado en un manuscrito de factura no-alfonsí, el ms. To, la segunda se puso en limpio en dos testimonios procedentes del scriptorium regio, el constituido por los dos códices sucesivos T y F, y el que representa el ms. E, o de los músicos, probablemente elaborados simultáneamente con diversos fines. Estos dos testimonios ofrecen, a su vez, dos versiones diferentes en las 200 últimas cantigas11. Encontramos aquí ya algunos de los rasgos constantes que se repetirán en muchas de las producciones alfonsíes: la segunda redacción de las Cantigas, aunque cambia la estructura de la primera redacción, conserva lecturas que demuestran que deriva directamente del arquetipo de la obra, y no del manuscrito que contiene la primera, y, tal como se nos conserva en la tradición manuscrita, no llegó a terminarse como parece que estaba planeada.

Las obras llamadas legislativas constituyen un caso paradigmático de cómo Alfonso fue poniendo al día sus textos según avanzaba su reinado y cambiaban las circunstancias a las que tuvo que enfrentarse. Dejando aparte el Fuero real, del que sus múltiples copias parecen conservar variantes de poca importancia y sólo debidas a su difusión manuscrita12, el Espéculo, las dos redacciones (si no son tres) de las Partidas y el Setenario constituyen las versiones sucesivas que de un mismo proyecto legislativo fue acometiendo Alfonso el Sabio a lo largo de su reinado. El Espéculo, en el que se trabajaba en torno a 1254-55, fue abandonado probablemente sin terminar en junio de 1256 para dar a luz un proyecto más ambicioso en consonancia con el inicio de las ambiciones imperiales de Alfonso en marzo de ese año: las Partidas. El texto del Espéculo fue refundido, aprovechado y ampliado en las Partidas. La tradición textual de este inmenso código alfonsino ofrece, a su vez, varias redacciones, aún no suficientemente estudiadas. De la Primera partida se han identificado al menos tres redacciones: la primera, datable en 12 56-12 65, se autodenomina Libro del fuero de las leyes, y es la única que se nos ha transmitido en un códice del scriptorium regio13; la segunda y la tercera, escritas con posterioridad a 1272 probablemente, representan, según se deduce del prólogo, un cambio en la forma de enfocar las leyes por parte del rey. Mientras que en la primera redacción Alfonso X persigue la aplicación efectiva del texto en la práctica jurídica, en la segunda y en la tercera ha renunciado ya a esa meta y se conforma con la divulgación general del derecho en el reino y con que el código sirva de texto de referencia y enseñanza para los príncipes que le sucedan en la corona. Este cambio de actitud se relaciona con la sublevación de los nobles de 1272, a partir de la cual Alfonso se preocupó menos de imponer y más de convencer14. Aún conservamos otra versión refundida de la Primera partida: el libro llamado Setenario resultó de reaprovechar la tercera de las redacciones de esa Partida, probablemente cuando el rey se encontraba en Sevilla, depuesto por los estamentos, a finales de su reinado (1282-1284). La tradición manuscrita hasta hoy conocida nos transmite el texto, como el caso del Espéculo, como una obra inconclusa15.

De la Segunda partida también se han localizado al menos dos versiones, una anterior a 1275, fecha de la muerte de su heredero Fernando de la Cerda, y otra datable entre 1275-1278 y favorable a los intereses de Sancho en detrimento de los infantes de la Cerda16. Del resto de las Partidas la falta de trabajos dedicados a examinar la tradición manuscrita no nos permite conocer si existieron o no varias versiones de sus textos. Por otro lado, la deficiente localización de las fuentes jurídicas empleadas en la elaboración de los códigos alfonsinos tampoco facilita el estudio de la relación entre los múltiples manuscritos. De ahí que la confirmación de las distintas versiones sugeridas de la obra legislativa alfonsí y su datación estén a la espera de un estudio textual riguroso que descarte o acepte las hipótesis avanzadas.

Estas carencias no se dan, en cambio, en el caso de obras históricas, de las que la metodología textual ha permitido que hoy tengamos bastante certeza sobre su composición y datación. Al igual que otras muchas obras alfonsíes, la General estoria no llegó a concluirse tal como anunciaba el proyecto de su prólogo. De las seis partes planeadas, sólo se concluyeron cinco, aunque conservamos un borrador con el texto de los primeros folios de la sexta parte. La tradición textual de la historia universal nos da fe nuevamente del mismo fenómeno que observábamos en el corpus legislativo o en las Cantigas: la existencia de estados varios de redacción. En efecto, el ms. F de la primera parte y el ms. K de la segunda, pese a ser copias tardías, derivan de un primer estado del original, previo a su puesta en limpio en los códices lujosos del scriptorium regio (segundo estado del original que para la primera parte representa el ms. A)17.

La Estoria de España, del mismo modo que las Cantigas y el código legislativo compuesto por el conjunto Espéculo-Partidas-Setenario, es otra de las obras por las que Alfonso manifestó especial interés. Encontramos en ella, de nuevo, la reiteración de los fenómenos a que me vengo refiriendo: la obra quedó inconclusa y de su texto conservamos al menos dos versiones, una primera, datable en torno a 1270-74, y otra segunda, conocida como Versión crítica, realizada en Sevilla en 1282-84. Como en el caso de las Cantigas (y sería probablemente también el de los textos legislativos si existiese un análisis textual riguroso), ambas versiones derivan directamente del prototipo de la obra, y no una de la otra, y la segunda representa una revisión alumbrada directamente por el rey Sabio con el deseo de mejorar y «poner al día» la Estoria debido a su evolución personal y política. De estas dos versiones alfonsíes de la historia particular, sólo nos ha llegado hasta hoy un códice regio, aunque incompleto, de la primera, el manuscrito escurialense E, (originalmente compuesto también por los primeros cuadernos de E2).

La actitud de constante revisión y perfeccionamiento de los textos propia de toda la producción surgida bajo la iniciativa del rey Sabio encuentra una manifestación ejemplar en la complejidad y variedad de situaciones conservadas en la tradición textual de las compilaciones historiográficas. Existen textos no terminados, borradores, como el fragmento de la sexta parte de la General estoria o el prototipo de la sección dedicada a la historia de los reyes castellanos en la Estoria de España. Tenemos también el testimonio de textos terminados hasta en los más pequeños detalles, pero sujetos a una última revisión previa a su puesta en limpio en el códice regio, como el aportado por los mss. F y K de la General estoria, o por el estado del original de la primera versión de la historia particular que fue conocido por la segunda versión o Versión crítica. Conservamos asimismo el testimonio de textos terminados y cerrados, pero que derivan del original sin la intermediación que representa su «puesta en limpio» en una copia regia: es el caso de la rama de manuscritos que constituyen la llamada «versión vulgar» de la Estoria de España en la historia antigua y gótica. Nos ha llegado a su vez el testimonio de copias alfonsíes de un original acabado (el ms. E, de la historia particular, los mss. A y U de la primera y de la cuarta parte de la compilación universal), aunque la mayor parte de las veces sólo podemos conocer ese original a través de copias posteriores (los manuscritos Y, T, G y Z de la Estoria de España, o los de las segundas (salvo K), tercera o quinta partes de la General estoria). Por último, la tradición textual alfonsí muestra la existencia de segundas (o incluso de terceras) redacciones, conservadas bien en copias regias18, bien en manuscritos posteriores19, y caracterizadas principalmente por la profunda reorganización estructural de la(s) redaccion(es) precedente(s): por ejemplo, la Versión crítica de la Estoria de España.






La «Estoria de España» y la «General estoria», producto de un mismo taller

La Estoria de España y la General Estoria han atraído la atención de la crítica casi siempre, por no decir en todas las ocasiones, por separado. Mientras que Ramón Menéndez Pidal, Luís F. Lindley Cintra o Diego Catalán han dedicado largos años de esfuerzo al estudio de la Estoria de España y sus derivaciones medievales, apenas nunca se ocuparon de la historia universal20. Por contra, Solalinde dedicó gran parte de su vida a la edición crítica e investigación de fuentes de la General estoria21, pero apenas trata de la historia particular sino en un par de artículos22. Esta separación de las líneas de investigación, heredada en términos generales por la crítica posterior, ha dificultado que se relacionaran convenientemente las dos Estorias alfonsíes como parte de un mismo proyecto historiográfico. También ha influido seguramente el hecho de que la General estoria, en sus partes tercera, cuarta y quinta sólo pudiera leerse manuscrita, ya que es en esas partes, además de en la segunda, donde mejor puede observarse su vinculación con la Estoria de España23. Por otra parte, la idea propuesta por R. Menéndez Pidal y generalmente aceptada de que el proyecto de la Estoria de España fue abandonado en beneficio del de la General estoria ha obstaculizado la percepción de los lazos que las unen, ya que se consideraba que ambas constituían dos estadios sucesivos del plan historiográfico alfonsí, más bien que dos proyectos simultáneos.

La interpretación de las dos obras también se ha abordado con independencia. Mientras que a la Estoria de España se le concedía un papel más estrechamente relacionado con las necesidades políticas alfonsíes, la General estoria se ha juzgado como producto del enciclopedismo didáctico de su tiempo, en conexión con el ecumenismo cristiano propio de las historias universales, no tan claramente ligada al programa político de Alfonso24.

Sin embargo, gracias al cotejo textual de las dos Estorias, sabemos hoy que la relación entre ambos proyectos historiográficos fue mucho más estrecha de lo que hasta ahora se había supuesto25.


Datación de las «Estorias» a la luz de las relaciones entre sus textos

Gracias a la comparación textual de las dos Estorias en aquellas partes que le son comunes, podemos estar seguros de que los historiadores del taller alfonsí trabajaron simultáneamente en dos proyectos que nunca llegaron a terminarse. Ello se observa en que ambas Estorias utilizan las mismas fuentes para historiar los mismos hechos, en que comparten incluso las traducciones de estas fuentes y, a veces, hasta materiales ya elaborados.

Los capítulos dedicados a la historia de Hércules, a la reina Dido y el reino de Cartago, al origen de la gens goda, a las guerras de Pompeyo y César en España y a los primeros años del imperio de Augusto, que se narran tanto en una como en otra Estoria, permiten probar la segura conexión que existió entre los historiadores que trabajaban en la elaboración de ambas. Aunque muy distintos en muchos aspectos, esos capítulos están realizados sobre las mismas traducciones de las fuentes, que cada Estoria reelaboró con libertad, adecuándolas a los límites marcados por su propio proyecto. Así sucede con las traducciones del arzobispo don Rodrigo Jiménez de Rada, Orosio y Lucano, por lo menos. Pero la redacción no es, ni mucho menos, idéntica. Mientras que la historia particular abrevia, resume o elimina todo lo que no tenga que ver directamente con la historia de la Península Ibérica, la historia universal, dominada por el principio de exhaustividad, se ve obligada a contarlo todo. Igualmente, mientras que la Estoria de España subordina la información proveniente de las fuentes a sus objetivos historiográficos, tratándola con gran libertad, la General estoria es tan respetuosa con el texto de las fuentes, que su organización estructural de la Historia se ve distorsionada, alterada, por no haberse atrevido a modificarlo ni en una coma.

Este uso conjunto de traducciones es prolongación del de las fuentes. Ambas Estorias recurren a las mismas fuentes para historiar un período histórico concreto. Ello ha hecho posible ampliar la nómina de fuentes comunes a ambas compilaciones. A los nombres del arzobispo don Rodrigo Jiménez de Rada, el obispo Lucas de Tuy, Sigeberto Gemblacense, Eusebio-Jerónimo, Hugucio de Pisa, Pompeyo Trogo y su abreviador Justino, Orosio, Lucano, Plinio y Ovidio, debe añadirse el de Pablo Diácono, cuya Historia romana, empleada por la historia particular, se ha identificado con la llamada Estoria de los romanos o de los príncipes romanos, que se aprovechó extensamente en la historia universal para redactar la historia de Roma, y quizá, el del geógrafo hispanoárabe Abu cUbayd al-Bakrī, que no sólo se aprovechó en la General estoria, sino también, quizá, en la historia particular.

La colaboración de los historiadores implicados en la redacción de ambas Estorias no se limitó a las traducciones y las fuentes; también compartieron materiales elaborados. La Estoria de España tuvo conocimiento y empleó las estorias de Hércules y de Dido, compuestas para la historia universal, antes de que fuesen incluidas en su segunda parte. A su vez, en la tercera y en la quinta parte de la historia universal se copiaron algunos de los capítulos sobre el origen de los godos y sobre el sistema político romano redactados para la historia particular. La simultaneidad de los trabajos de ambas compilaciones historiales queda, pues, fuera de toda duda, al menos hasta la segunda parte de la General estoria y para el núcleo primitivo de 116 capítulos de la Estoria de España, ya que en ese núcleo ésta demuestra conocer relatos compilados para la General estoria que ésta sólo incluirá en su segunda parte.

Hasta ahora ha sido idea tradicionalmente admitida que la General estoria nunca se finalizó debido a sus grandes dimensiones, que impidieron llevarla a término antes de que acabase la vida de su monarca patrocinador. La Estoria de España, en cambio, de proporciones mucho más asequibles, no habría llegado a terminarse por haber sido abandonada deliberadamente en beneficio de la historia universal, ya que ésta también habría tenido que comprender la historia de la Península Ibérica. Pero esa prelación entre historia particular e historia universal y el abandono posterior de la particular no son, en absoluto, tan claros, según se deduce de lo que acabamos de exponer. Ya Solalinde destacó que los libros que Alfonso X pidió en préstamo al prior de Santa María de Nájera y al cabildo de la colegiata de Albelda en 1270, entre los que se incluían la Farsalia de Lucano y las Heroidas de Ovidio, no sólo podían valer para la redacción de la historia particular, como pensaba R. Menéndez Pidal, sino que también fueron aprovechados, y más ampliamente, en la general.

De todo ello se concluye que hacia 1270 se concibió al mismo tiempo el proyecto de las dos Estorias alfonsíes y que por entonces se reunieron y prepararon los materiales de interés para ambas. No obstante, algunos de esos materiales, como la Biblia, debían haber sido ya traducidos tiempo atrás26. Así pues, la redacción de la compilación de historia universal alfonsí no esperó a la conclusión de la historia particular de España ni supuso una interrupción en la labor de redacción de ella. La General estoria continuó elaborándose hasta el final del reinado, ya que el códice del scriptorium alfonsí conservado de su cuarta parte está fechado en 1280. Y la Estoria de España fue abandonada, inconclusa, en su primera redacción hacia 1274, pero reescrita en una segunda versión, la llamada Versión crítica, hacia 1283 en Sevilla27.




Semejanzas en la «dispositio» de las «Estorias» alfonsíes

La vinculación que se hace patente tras el cotejo detenido de la materia común a las dos Estorias se percibe igualmente en las pautas estructurales de ambas. La concepción de la Historia que articula las dos compilaciones historiales y las soluciones dadas al problema de organizar la información proporcionada por las fuentes adecuándola a esa idea revelan la estrecha unión que existió en sus proyectos y ejecuciones. Veamos algunas semejanzas.

Tanto en una como en otra compilación historial, la Historia, tal como la concibe Alfonso X, es la historia de los pueblos que dominaron la tierra, y ante todo, de sus príncipes o señores naturales. Desde el punto de vista estructural, ello se manifiesta en que es la línea de sucesión en el imperium, o señorío, como lo llama Alfonso, el principio fundamental organizador de toda la Historia, ya sea la universal, ya la particular. La estructura expositiva de la Estoria de España y de la General estoria está concebida para reflejar esta idea del señorío. La cronología, eje estructural de la Historia, está subordinada al pueblo o al príncipe que ostenta el imperium del territorio (ya sea el peninsular o el mundial). Su año de reinado siempre antecede al resto de cómputos posibles, de modo que es el señor de la tierra (o su pueblo) el que otorga a los sucesos un lugar en el tiempo. El protagonismo estructural concedido al año del señorío contrasta con la función meramente sincronizadora de otros cómputos28 e importa destacar que no es una herencia de la fuente, sino fruto de una meditada concepción de la Estoria. La relevancia que adquieren los sennores no se debe únicamente a su destacado papel estructural. Se percibe también en la atención que la Estoria les dedica como protagonistas fundamentales. Cumpliendo el papel de magister principum, la Historia enseña al futuro príncipe con el ejemplo de grandes señores como Hércules, Alejandro, Pompeyo, Julio César o Bamba, a cuya vida y actuaciones se dedican cientos de páginas, y con el de otros no tan grandes, pero cuyo modelo negativo también conviene conocer. El numerosísimo y complejo conjunto de situaciones que han fabricado la historia política de la Humanidad y de España constituyen un manual de formación política para los príncipes, pero también para sus súbditos, como refleja su activa participación en el devenir histórico.

Pese a la claridad de los fines perseguidos, la materialización del proyecto historiográfico no fue, desde luego, una tarea sencilla. Entre los problemas principales a que se enfrentaron los colaboradores del rey, está el de la armonización de la exhaustividad y el didactismo exigible a la Historia con la estructura basada en el imperium y con la existencia de diversas fuentes.

La utilización del año como pauta estructural, aunque permitía simultanear los hechos completos de varios pueblos, conducía a interrumpir continuamente los hechos de un pueblo o personaje histórico para dar paso a los de otro. La distribución cronológica analística impedía, así, la correcta aplicación del principio didáctico al disociar un suceso determinado de sus antecedentes y consecuentes inmediatos si habían ocurrido en tiempos distintos. Con el fin de poder exponer de forma comprensible los hechos, especialmente aquellos que se consideraban de excepcional importancia, los historiadores alfonsíes recurrieron a las llamadas por ellos estorias unadas, unidades narrativas autónomas que, superando la fragmentación analística, concentran en un punto histórico todo el saber vinculado a un suceso o a un personaje para realzar estructuralmente su relevancia. Estas estorias unadas son mucho más frecuentes en la General estoria que en la Estoria de España, debido a que el volumen de información que era preciso compaginar en la historia universal era mayor y mayor también la facilidad de perderse en ella.

Otro aspecto común a ambas Estorias es la forma en que se acoplaron las fuentes cuando estas ofrecían versiones contradictorias de un mismo fecho. En este caso, el conflicto lo creaba el requisito de exhaustividad, que obligaba a hacer uso de toda la información posible sobre los sucesos pasados, aunque fuera divergente. Ante este problema, los historiadores alfonsíes se vieron obligados a poner de acuerdo los textos con el fin de crear una versión coherente de los sucesos pasados. Tanto en la General estoria como en la particular, el procedimiento empleado fue el siguiente: a) En primer lugar, considerar que todas las fuentes conservaban cierta parte de la verdad histórica, creencia que impedía la supresión de una a favor de la otra (muestra del respeto por las auctoritates); b) En segundo, decidir qué orden de preferencia les otorgarían; c) Posteriormente, exponer la versión de los sucesos que daba la fuente preferida como texto base; y, d) o bien reproducir seguidamente las versiones alternativas según su jerarquización, o bien intentar armonizarlas con la versión básica, puntualizando los puntos concretos de disentimiento. Se eligió la primera opción cuando los relatos eran tan diversos que difícilmente permitían la compaginación, y la segunda en caso contrario. El empleo exhaustivo de una cantidad de fuentes más abultada hizo que la General estoria opte habitualmente por la primera, mientras que la Estoria de España suele preferir la segunda.






El proceso compositivo

Como hemos venido exponiendo, ni la General Estoria ni la Estoria de España fueron el fruto del trabajo de un único redactor. La participación de colaboradores varios se percibe tanto en la reconstrucción de las etapas compositivas que conducían a la redacción final como en la existencia de secciones elaboradas independientemente, que se descubren en las contradicciones internas y en las diferencias de criterio compositivo.


La composición de la «Estoria de España»

La Estoria de España se concibió como la sucesión de los señoríos de los pueblos que dominaron sucesivamente la Península. Después del dominio de los griegos (caps. 7-13, Primera crónica general), siguieron, según la reconstrucción alfonsí, los señoríos de los «almujuces» (del árabe al-mayus, caps. 14-15), los africanos o cartagineses (caps. 16-22) y los romanos (caps. 23-364). Después, los pueblos bárbaros (vándalos, alanos y suevos, caps. 365-385), hasta que los godos alcanzaron el dominio definitivo sobre el territorio peninsular (cap. 386 en adelante), de los que los distintos reyes astur-leoneses, leoneses y castellano-leoneses se autotitulan herederos. A los árabes sólo se les reconoce, en cambio, un señorío limitado sobre la Península. Esta estructura básica se relaciona con el proceso de composición.

Antes que cualquier otra cosa, hay que explicar que la Estoria de España (tanto en su Versión primitiva como en su segunda redacción o Versión crítica) sólo llegó a completarse hasta el final del reinado de Vermudo III. A partir de su sucesor y primer rey castellano, Fernando I, sólo conservamos evidencias de la finalización de la Versión crítica, siendo mucho menos evidente el grado de conclusión que llegó a alcanzar la Versión primitiva, sobre la que los textos cronísticos posteriores que la reflejan imperfectamente parecen revelarnos que solamente alcanzó a componerse en estado de borrador. Ello se deduce de las llamadas «lagunas compilatorias», puntos conflictivos de acoplamiento de diversas fuentes que se habrían dejado en espera de un mejor ensamblaje. Las «lagunas» más conocidas son las de la muerte de Fernando I (donde había que acoplar el relato del Cantar de Sancho II con la muy divergente narración de las fuentes eruditas) y la de la entrada de los almorávides en la Península (en la que había que compatibilizar la versión del historiador árabe Ibn cAlqama con la de los cronistas cristianos). Pero precisamente gracias a esta degeneración de la labor historiográfica que se produce a partir de Fernando I, hace tiempo que nos es conocido el procedimiento empleado para la composición de la obra, proceso que en esa sección puede reconstruirse a la inversa29. Dejando fuera la historia de los primeros dominadores y de los romanos, cuya composición sigue pautas diferentes, desde la llegada de los bárbaros en adelante, esto es, para la mayor parte de la obra, se siguieron estos pasos: parece seguro que lo primero fue la traducción de las obras del arzobispo don Rodrigo Jiménez de Rada, De rebus Hispaniae, la Historia Arabum y la Vandalorum, Alanorum et Silinguorum Historia, a las que se añadieron glosas etimológicas y actualizaciones. Después se confrontó minuciosamente con la traducción del Chronicon mundi del obispo Lucas de Tuy, precisando las principales diferencias. Ese relato básico se completó puntualmente con otras fuentes, de origen erudito, como la Historia Roderici o el Liber Chronicorum del obispo Pelayo, o en lengua vulgar, como el Liber Regum y los cantares de Carlos Mainete, Bernardo del Carpio, los Infantes de Lara, Mio Cid y otros textos poéticos como el poema de clerecía dedicado a Fernán González. Una vez armonizados todos esos relatos, los historiadores alfonsíes tuvieron que realizar el esfuerzo de encajarlos en el pautado analístico, esto es, en distribuirlos por años de reinado. Esa fragmentación de la narración por años sólo iba seguida de la sincronización de ese relato principal, dedicado a la historia de las monarquías gótica, astur-leonesa y castellana, con noticias procedentes de anales peninsulares sobre lo sucedido en los otros reinos de Hispania (Navarra, Aragón, Portugal, Al-Andalus) y con datos de la Chronographia de Sigeberto Gemblacense y del Chronicon de Martín Polono sobre las sucesiones en el solio pontificio, en el trono de los emperadores romano-germánicos y de los reyes de Francia. La adición tardía de esas noticias analísticas resultaba fácil, dada su ubicación al final de los capítulos.

El proceso compositivo que acabo de describir, seguido desde que comienza la historia de los reyes bárbaros y godos, no es exactamente el mismo en la historia primitiva y romana de la Península, dada la diversidad de fuentes estructurales de la narración así como ciertas divergencias en el criterio organizador del discurso histórico. Sobre todo ha de puntualizarse que la historia peninsular hasta el alzamiento de Augusto como primer emperador romano no obedece al severo casillero cronológico que obligaba a fragmentar la narración por años.

Esas diferencias de criterio compilatorio (cronológico, formulístico, por ejemplo), las contradicciones internas, la repetición de noticias mediante consulta independiente a la misma fuente, más otras muchas observaciones, permiten asegurar la existencia de secciones elaboradas independientemente. Esos «defectos» que nos revelan la autonomía redactora no prueban, contra lo que podría suponerse, que los historiadores que trabajaban en unas y otras desconociesen por completo su mutua existencia, sino que, sabedores de lo adjudicado a su equipo vecino, realizaron el trabajo compilatorio sin conocer a la letra el texto redactado por los otros.

Hoy conocemos varias fronteras estructurales en la redacción de la Estoria de España: la historia primitiva de España y la de los cónsules romanos (caps. 1-116, PCG); los cinco capítulos siguientes dedicados a César (caps. 117-121); la historia imperial (caps. 122-364); la historia de los pueblos bárbaros y godos hasta Eurico (caps. 365-429); y la historia de los reyes godos a partir de Alarico II en adelante (cap. 430). También parece haber cierta evidencia de la composición independiente de las historias de los reinos astur-leonés (de Pelayo a Ordoño II, caps. 566-677), leonés (de Fruela II a Vermudo III, caps. 678-801) y castellano (de Fernando I en adelante, desde el cap. 802). A veces, las fronteras se ven corroboradas por la tradición manuscrita, ya que en esos puntos no es extraño que los códices cambien de prototipo, terminen o empiecen su texto30.




La composición de la «General estoria»

Mientras que nuestro conocimiento sobre el proceso redactor y la composición interna de la Estoria de España está muy avanzado, sobre la General estoria no contamos con progresos semejantes. Aunque de forma provisional, el estudio de su texto desde ese punto de vista ha permitido reconstruir un panorama muy similar al de la Estoria de España, estableciendo las etapas sucesivas de la composición y asegurando la independencia de algunas secciones.

Hoy sabemos que el primer paso fue la completa traducción de las fuentes que se planeaba utilizar en la composición de la obra. Aparte del texto bíblico, cuya traducción quizá precedió en mucho la de las restantes fuentes31, es posible demostrar que la Farsalia de Lucano, que sólo se aprovecharía extensamente en la parte quinta, había ya sido traducida cuando se redactó la primera parte. Lo mismo puede asegurarse de otras fuentes como los libros de Pablo Orosio o la Historia Romana de Pablo Diácono, cuyas versiones romances, transcritas en las partes cuarta y quinta, tuvieron que realizarse mucho antes, puesto que esas mismas traducciones existían ya cuando se estaban escribiendo los primeros capítulos de la Estoria de España)32. Seguidamente, parece aceptado que se redactaron independientemente la historia bíblica y los relatos de la historia profana. Para la información bíblica se tuvo en cuenta como fuente estructural básica la Biblia, comentada con la Historia Scholastica de Pedro Coméstor, el Pantheon de Godofredo de Viterbo y otras fuentes de la exégesis bíblica33 además de textos incluso árabes, como la obra de Abu cUbayd al-Bakrī. La elaboración de la profana fue guiada por las noticias que proporcionaban los Cánones Crónicos de Eusebio-Jerónimo. Allí donde esos anales hacían alusión a hechos ajenos al pueblo hebreo sobre los que se dispusiese de información adicional, se redactaron estorias unadas acopiando todas las fuentes conocidas sobre esos sucesos, incluso todo el saber enciclopédico colindante con ellos. La redacción de esas estorias precedió no sólo a su acoplamiento en la General estoria, según es obvio, sino incluso a la composición definitiva de, al menos, los primeros capítulos de la Estoria de España, ya que tanto un cuaderno de trabajo que contenía la estoria de Ercules como una estoria de Cartago dedicada a ensalzar la figura de su reina Dido, originalmente escritas para la historia universal y transcritas, por entero o de forma parcial en ella, respectivamente, fueron conocidas y, en el caso de la de Cartago, además aprovechadas in extenso por la historia particular34. A continuación, tomando básicamente el pautado analístico de Eusebio-Jerónimo, se intentó fragmentar el relato por años simultaneando la historia bíblica y la profana.

Sin embargo, el principio que exigía la división analística del discurso histórico no pudo aplicarse con tanta severidad en la General estoria como en la Estoria de España. Ni la Biblia ni muchas otras fuentes dedicadas a la historia profana ofrecían año señalado en que se hubiesen producido los hechos relatados. Si además, como ocurría de vez en cuando, los Cánones mostraban idéntica ignorancia datadora, el problema se agudizaba. De ahí que los redactores de la General estoria, a pesar de aspirar a la precisión cronológica, renunciaran a aplicar el sistema analístico y tuvieran que conformarse con ir fragmentando la línea continua del tiempo, en vez de por años, por periodos temporales más extensos, que suelen coincidir con el gobierno del «príncipe» o «señor natural» que ostenta el imperium mundial sobre los otros pueblos de la Tierra. Cada uno de esos periodos presenta aproximadamente una misma estructura básica: hechos del pueblo o señor que posee el imperium universal, en primer lugar; en segundo lugar, hechos de los demás pueblos del mundo incorporados a través de las sincronías proporcionadas por Eusebio-Jerónimo, así como datación exacta de los sucesos relativos al pueblo que posee el imperium que sean conocidos por los Cánones; hechos relativos a pueblos no poseedores del imperium y desconocidos para Eusebio-Jerónimo.

La diversidad de situaciones históricas, de fuentes disponibles y de fechas sobre los acontecimientos, más las divergencias en los criterios compilatorios del historiador encargado de cada sección, dieron lugar a variantes diversas sobre esa estructura básica. Por ejemplo, en cuanto a la inserción en esa estructura de las estorias unadas previamente compiladas, que, unas veces, se fragmentaron a lo largo del tiempo, mientras que en otras ocasiones se mantuvieron unidas. Así, mientras que la estorias completas de Hércules, Troya o el rey Minos se concentran en un único punto cronológico, las estorias de las amazonas o de Cadmo y de Tebas se reparten a lo largo del tiempo.

La falta de aplicación estricta del principio analístico fue debida en la General estoria a la veneración por la auctoritas de las fuentes, mucho más intensa que en la historia particular y que le obligó a interpretar cualquier dato en ellas consignado. En cambio, la Estoria de España impuso ese casillero cronológico sobre todas las fuentes que aprovechó, pese a no disponer a menudo de datos avalados por las auctoritates que le permitiesen sostener esa distribución temporal35.

Aunque falta averiguar prácticamente todo sobre las fronteras compositivas de la General estoria, ciertos datos (remisiones incorrectas, cambios de criterio, distinta fraseología, repeticiones, etc.) permiten proponer actualmente algunas. Es lógico suponer que cada una de las partes de la obra, dada su extensión, contara con redactores distintos, hecho que puede hoy argumentarse con muestras de inconexión entre la primera y la segunda parte, y de la tercera y la quinta respecto del cuaderno conservado de la sexta. Dentro de la primera parte, hay pruebas de la autonomía redactora del Génesis respecto del Éxodo y, quizá, del Deuteronomio. Dentro de la segunda, también parece existir independencia entre el caudillaje de Josué y la etapa de gobierno de los jueces de Israel36.






Inconclusión y «versiones» en la «Estoria de España»

En la Estoria de España la pluralidad de equipos dedicados a los trabajos historiográficos alcanza gran relevancia porque no se manifiesta únicamente en las etapas elaborativas o en la independencia redactora de las secciones, sino en la existencia de al menos dos versiones, compuestas en dos épocas diversas del reinado de Alfonso, bajo su iniciativa. Entre los aspectos que motivaron la aparición de estas versiones, debe señalarse el prurito de perfeccionar interminablemente sus obras que siempre reconcomía al rey (como he tenido oportunidad de señalar antes para otras producciones alfonsíes), derivado de su insaciable sed de mantener «actualizado» el saber. Además, también tuvo que influir el mayor interés que le suscitaba la historia de España, tan revuelta en la época en que se elaboró la segunda versión, y lo accesible de la información que se disponía sobre ella. En la General estoria, por lo poco que por ahora sabemos sobre su tradición manuscrita, no parecen existir versiones semejantes37.

Las primera de las dos versiones de la Estoria de España es la Versión primitiva, redacción más antigua de la obra que se preparaba después de 1270 y antes de 1274 (tradicionalmente conocida como «versión regia» en la historia antigua, gótica y de los reyes astur-leoneses hasta Ramiro I, y como «versión vulgar» o «concisa» a partir de ese rey). La conservamos completa hasta finalizar el reinado del rey leonés Vermudo III en su literalidad originaria y sólo de forma inconclusa y alterada por una refundición que la amplia retóricamente desde Fernando I en adelante38. La segunda redacción es la llamada Versión crítica, texto que fue el fruto de reformar sistemáticamente la globalidad de la obra (y que conservamos desde el comienzo de la historia gótica hasta el reinado de Fernando II de León), compuesta probablemente en el entorno del rey en Sevilla entre 1282-128439.

Las dos versiones derivan independientemente del arquetipo de la obra, hecho que se muestra, no sólo en poseer cada una errores particulares inexistentes en la otra, sino en que ambas muestran reformas y arreglos con el objeto de mejorar el trabajo compilatorio que, debemos suponer, heredaron del primer estado del original. El carácter más primitivo de la redacción más antigua se prueba por las escasísimas desviaciones que ofrece respecto al texto de ese original y por su fidelidad general a las fuentes de la obra40. Sin embargo, ese texto no contó con el total visto bueno real, según sugiere la inconclusión de la obra al llegar a la historia de los reyes de Castilla, así como que la Versión crítica, aunque también inacabada, conserve en esa sección una redacción más completa y que se estuviese escribiendo en los dos últimos años de vida del rey con el evidente objeto de afianzar su pensamiento político especialmente en lo relativo al fecho de sucesión. Aunque mucho menos respetuosa con las mentes que la redacción primera (igual que la segunda y la tercera redacción de las Partidas lo son respecto de la primera), la Versión crítica fue directamente inspirada por Alfonso X con el objeto de «reescribir» la historia de España, y sobre todo, probablemente, con el fin, no logrado, de escribir la suya propia.

Ello se deduce de un pasaje que se añade en la Versión crítica al texto de la Versión primitiva, el cual nos revela la situación dramática de destronamiento y de soledad en que se encontraba el rey a raíz de la rebelión contra el gobierno de Alfonso de todos los estamentos de su reino encabezados por su infante heredero Sancho. Entre el otoño de 1282 y el 4 de abril de 1284, fecha de su muerte, el rey, que únicamente contaba con la lealtad de Sevilla, donde residía, trató de recuperar el control de su reino con el apoyo de su enemigo natural, el rey benimerín de Marruecos Abū Yusūf, circunstancias a las que se alude abiertamente en el texto de la Versión crítica, la cual probablemente se compuso, por tanto, en esas fechas.

Después de enumerar, de acuerdo con el Toledano, los regicidios cometidos por los godos como razones que motivaron la destrucción de España por obra de los invasores árabes, la Versión crítica añade tres casos más de actuación contra un rey de derecho en un pasaje adicional, que reza así:

Al rey Rodrigo cuedan quel mató el cuende Julián. Fruela mató a su hermano Vimarano con sus manos -et esto viene adelante aun en la estoria- e después sus vassallos mataron a Fruela en Cangas por vengança del hermano. El infant don Garçia tomó el regno por fuerça a su padre el rey don Alfonso el Magno. Al rey don Sancho (et) matól Velit Adólfez a trayçión, siendo su vasallo. Al rey don Alfonso, fijo del rey don Fernando el que ganó Seuilla, tolliól el regno su fijo el infante don Sancho. E alçáronse con don Sancho todos los del regno, e ajuramentáronse contra el rey para prenderle et echarle de la tierra. Mas ayudóle Dios e los de Seuilla e el rey Abeneniufal de los abonmarines a ese rey don Alfonso, asý commo adelante lo diremos en su lugar.


(Ms. Ss, f. 66v., corresponde a PCG, p. 314b2-7)                


Esta mención, que no venía al caso, de dos ejemplos de usurpación del reino, subrayando que se trata de un delito contra derecho tan grave como el regicidio, el recuerdo del único caso narrado en la Estoria de España parejo al de Alfonso X y Sancho IV (el de Alfonso III y su hijo García) y la alusión a la rebelión de Sancho con un párrafo dedicado a describir la situación de acoso y de guerra en que se ve envuelto Alfonso X y la circunstancial recuperación de la iniciativa militar por parte del rey destronado, sólo se explican como consecuencia de la situación histórica en que Alfonso X se hallaba.

Las muchas diferencias que presenta la Versión crítica respecto de la redacción primitiva de la obra pueden compendiarse en tres grandes líneas de reforma: a) se reorganizó profundamente la estructura de la obra con el objeto de mejorar la coherencia cronológica y la verosimilitud de muchos relatos41; b) se radicalizó el pensamiento político, propiciando reformas que dejan ver la oposición de Alfonso a cualquier pacto con los estamentos42; c) y, en tercer lugar, se abreviaron significativamente los pasajes de procedencia poética, a los que se concede poco crédito por razones básicamente ideológicas43.

Aparte de estas versiones de seguro origen alfonsí, existen otras refundiciones que fueron realizadas con posterioridad y por historiadores ajenos al taller. La más importante, elaborada probablemente en tiempos de Sancho IV (ya que incluye una actualización de 1289), es la llamada Versión retóricamente amplificada. Se escribió empleando como base un texto de la redacción más antigua que contenía desde el alzamiento del rey astur-leonés Ramiro I hasta la muerte de Alfonso VI, texto que fue sistemáticamente transformado con glosas y amplificaciones retóricas y completado con algunas fuentes legendarias. Esta Versión alcanzó gran relevancia en la transmisión textual porque el cuaderno que la contenía fue aprovechado en tiempo de Alfonso XI para formar el códice facticio regio escurialense E2, del que constituyó la principal base, y fue traducida en época temprana al portugués proporcionando también el fundamento principal del relato de la historia de los reyes de Castilla y León de la Crónica Geral. de 1344 del conde Pedro Afonso de Barcelos44.




Final

Aunque la manera de obrar de los miembros del taller alfonsí y los resultados de su trabajo fueron muy semejantes en todas las producciones alentadas por el rey Sabio, esto es, siempre se trata de obras escritas en colaboración (por etapas y por secciones) y de las que con frecuencia se conservan distintos estados de redacción (cuadernos de trabajo, primera o sucesivas versiones), esta situación de igualdad relativa para todas las creaciones de Alfonso X desaparece en el caso de la Estoria de España ya en los años inmediatos a la conclusión de su reinado. Mientras que la mayor parte de las obras de Alfonso se nos han transmitido en escasas copias manuscritas que reflejan un estado de los textos que remonta a la época del rey Sabio, la Estoria de España suscitó un interés sin par que condujo a su continua refundición en múltiples crónicas muy poco después de la muerte del rey.

Las crónicas se compusieron mezclando las dos versiones alfonsíes (a través de alguna de sus varias ramas manuscritas) entre sí y/o con fuentes de orígenes variopintos, y casi se puede decir que se crearon tantos tipos de «Crónica general de España» como combinaciones textuales eran posibles. La multiplicación de «crónicas» desacordes entre sí provocó que durante siglos nadie supiese cuál de entre todas ellas era el texto realmente debido a Alfonso X, confusión que se puede decir que casi ha durado hasta hoy.

Ninguna otra de las creaciones atribuidas al rey Sabio (salvo quizá las Partidas) suscitó una tradición textual post-alfonsí tan abundante y tan compleja, hecho que demuestra que fue la Estoria de España, de entre todas las compilaciones de Alfonso, el texto que más interesó a las generaciones sucesivas, que, al refundirlo, lo mantuvieron vigente durante al menos los dos siglos siguientes.





 
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