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ArribaAbajoLa flor preferida



ArribaAbajo    Hay siempre alguna flor, que sobre todas
Con sus colores nuestra vista halaga,
Cuyo perfume, si a nosotros llega,
Conmueve el alma!
   No es la que vale más por más hermosa,
Ni la que más se estima por más rara,
La que en su cáliz detener consigue
Nuestras miradas.
   Tal vez la florecilla de los valles
A quien natura rehusó sus galas,
Al corazón se ofrece con encantos
Mil adornada:
   Que acaso entro sus pétalos sencillos
Algún recuerdo misterioso guarda,
Que nos infunde plácida alegría
O pena amarga.
   Quizá con ella viven enlazados
Los hermosos recuerdos de la infancia,
Quizá en ella vertieron nuestros ojos
La primera lágrima!
   Por eso sus matices encadenan
Con mágica atracción nuestras miradas,
Y nos parece si ella la perfuma
Más pura el aura!
   Por eso preferimos siempre aquella
Que a nuestro corazón misterios habla,
Y por ella olvidamos otras flores
Aún mas preciadas;
   Y cuando se aparece a nuestros ojos
Su sencilla corola perfumada,
Dulcísima emoción, vaga ternura
Conmueve el alma!




ArribaAbajoA una margarita



ArribaAbajo    Margarita, Margarita,
La de la blanca corola,
La de refulgente cáliz,
La de recortadas hojas;
Tú que naces en el valle,
Vives del monte a la sombra,
Te asustas de los jardines
Y allá en la pradera moras;
¿Es cierto que eres, cual dicen,
Florecilla encantadora,
De los secretos del alma
Adivina misteriosa?
¿Es cierto que a ti las niñas
Te cuentan su amante historia,
Te confían los suspiros,
Y en ti la mirada posan,
esperando que les digas
En tu misterioso idioma,
Por qué de noche no duermen,
Y por qué de día lloran?
¡Ay! si es cierto que del alma
Penetras las fibras todas,
Si es cierto que leer puedes
Del porvenir en la sombra,
Contesta al corazón mío
Cuando suspirar le oigas,
Y cuál es la causa, dile,
Que su alegría le roba.
Margarita, Margarita,
La de la blanca corola,
La de refulgente cáliz,
La de recortadas hojas,
Haz que tu mágica ciencia
A mi corazón responda,
Si es cierto que eres, cual dicen,
Florecilla encantadora,
De los secretos del alma
Adivina misteriosa!




ArribaAbajoAnte el cadáver de un niño



ArribaAbajo    Miradle! En sueño plácido
Parece que aún respira!
Aún en su boca espira
Sonrisa angelical:
Callad! No vuelva el hálito
Y en despertar violento,
Bajo del firmamento
Al mundo terrenal.

   Bendice ángel purísimo
Del cielo los arcanos,
Vuela entre tus hermanos
Que habitan el edén;
No vuelvas ¡ay! al piélago
Que henchido de dolores,
Espinas da entre flores
Y el mal brindando el bien.

   Dichoso! Cuando etéreas
Tus alas desplegabas
Y al mundo te acercabas,
Tu vida se cortó;
Y mecido por cánticos
De celestial dulzura,
Dios de la tierra impura
Feliz te arrebató.

   Contén, madre, tus lágrimas:
Ve que bien más fecundo
No le otorgara el mundo,
Al hijo de tu amor;
Que acaso un día exánime,
Ya de luchar cansado,
Cayera desplomado
Cual tú por el dolor.

   Que horrible fuera al férvido
Cariño de tu alma
Ver al hijo sin calma,
Sus ayes escuchar;
Y de mil duelos víctima
Para tu amor perderle...
Ay! Eso fuera verle
Muerto sin reposar!

   Hoy tu corazón tímido
Halla abundoso llanto
Que alivia tu quebranto,
Calma tu padecer:
¡Ay de ti cuando atónita,
Por tanta desventura,
No hallara tu amargura
Lágrimas que verter!

   Llora, que el llanto es bálsamo
Que Dios otorga al bueno
Que aún conserva en su seno
Santa resignación:
Deja que llanto pródigo
Vaya tu mal curando,
Y, al par cicatrizando
Tu herido corazón!

Mas calla! que el enérgico
Gemir de tu cariño,
Pudiera al tierno niño
Con su influencia herir...
Silencio! En calma déjale,
Domina tu quebranto:
Es ya tan feliz, tanto...
Déjale en paz dormir!

Contémplate entre célicas
Sagradas armonías,
Cercado de alegrías
Que le reserva Dios;
y en vez de ir a él indómita,
Ven, sígueme muy quedo,
Y di cual yo, sin miedo:
¡Adiós, ángel, adiós!




ArribaAbajoUna mariposa



ArribaAbajo    Libre te contemplé un día
Luciendo espléndidas galas,
Batiendo alegre tus alas,
Entre la enramada umbría:
Castas flores a porfía
Te brindaban sus amores,
Los céfiros voladores
En sus brazos te llevaban,
Y nubes y sol te daban
Sus cambiantes de colores.

   Mi pecho, que nunca entrada
Dio a los instintos del mal,
Te vio, y con amor fatal
Te ambicionó aprisionada;
No hubo por lograrlo nada
Que mi astucia no intentó:
Otro más feliz que yo
Tu vuelo logró atajar,
Te supo al aire robar,
Y a mis plantas te ofreció.

   Largo tiempo tu hermosura
Bajo un cristal encerré,
Y en tu posesión cifré
Largo tiempo mi ventura.
Pensé guardarte segura,
Y hoy que en ti fijar me hiciste,
Y a mi memoria volviste,
Hice tu prisión quebrar,
Y al irte ¡ay Dios! a tocar
En polvo a mis pies caíste.

   Muda, absorta, ni un lamento
Pudo mi labio exhalar:
¡Quién supo más que callar
Si hablaba alto el sentimiento!
Fuiste de mi pensamiento
Pura y risueña ilusión,
Y con cuanta más razón
Te creía sujetar,
Mas debías destrozar
Al huir, mi corazón.

   Polvo, que eras mariposa
Y mariposa mi amor,
Ven de mi pecho al calor,
Sobre el corazón reposa,
Si ley, harto dolorosa,
Te creó para morir,
Y esa ley han de seguir
Contentos al mal ajenos,
Feliz yo, que en polvo al menos
Guardarte he de conseguir.

   Sé tú emblema de ventura
De mis ilusiones bellas.
Ay! del que no halla en pos de ellas
Ni polvo en la sepultura!
Yo labraré a tu hermosura
Sepulcro en mi corazón,
Y ojalá que esa mansión
Nunca guarde otros despojos
Que éstos a que dan los ojos
Llanto de dulce emoción.




ArribaAbajoEn el valle

A mi querida amiga C.



A mis soledades voy,
Con mis soledades vengo,
Porque para andar conmigo
Me bastan mis pensamientos.


Lope de Vega.                




ArribaAbajo    Quieres que a la corte vaya
Cuando de la corte vengo,
Que su bullicio a mi alma
Le da pena y no contento.
Esta soledad del campo
Tiene para mi más precio,
Que tiene para el Monarca
La posesión de su reino,
Para una hermosa sus galas,
Para una niña sus sueños,
Para soldado valiente
Sus victoriosos empleos,
Y promesas amorosas
Para enamorado pecho.
Dices que busco en el campo
A mi tristeza alimento,
Pero si es así, en buscarle
Muestra el alma tal empeño,
Que está la noche callada,
Está silencioso el viento,
Están las aves dormidas,
Dormidos están los ecos,
Y está despierto y velando
El corazón en mi pecho!
No canto mis alegrías
Ni lloro remordimientos,
Que en esta calma y reposo,
En este dulce sosiego,
Busco el preciado deleite
De mis propios pensamientos.
No valen las alegrías
Que el mundo da, y quita presto,
El susurro de la brisa,
De las aves el gorjeo,
De las flores el perfume,
De la aurora los reflejos,
De la tórtola el arrullo,
El brillar de los luceros,
Y la luz de blanca luna
Que, copiándose en su espejo,
Cinta de argentada plata
hace de humilde arroyuelo!
Aquí se siente y se reza
Cuando el resplandor incierto
Del sol, al morir la tarde,
Se oculta tras pardo cerro
Y natura entona el himno
Que va al trono del Eterno
Entre los ecos de bronce
De la religión acento!
Nada a tan plácido cuadro
Roba aquí su dulce efecto,
Y el que siente y en el valle
Se halla en instante tan bello
Tiene la rodilla en tierra
Y el espíritu en el cielo!
Dichosos los que así sienten
Y tanto gozan sintiendo,
Que para ellos hizo Dios
De natura los misterios.
Déjame que aquí me olvide
En indolente sosiego
De las dichas y las glorias
Que el mundo da, y quita presto,
Y que mi labio repita
Con el célebre maestro:
A mis soledades voy,
Con mis soledades vengo,
Porque para andar conmigo
Me bastan mis pensamientos.






ArribaAbajoA Carolina Civili


Hecha expresamente para el Liceo Piquer


ArribaAbajo    La dulzura de la brisa
Cuando gime en la enramada
Misteriosa y perfumada,
La indefinible sonrisa,
De virgen enamorada;

   Te trasmitieron su encanto
Para expresar la ternura,
Y para el furor y el llanto
Robaste al viento su espanto
Y a los mares su bravura.

   La hermosura te formó
Con sus más preciados dones
El genio su luz te dio,
La gloria, entre los llamados,
Ha tiempo que te escogió.

   Italia, cuna del arte,
Meció tu cuna en su suelo,
No puedes por Dios quejarte,
Si fortuna al expatriarte
Te trajo bajo mi cielo.

   Que aquí, donde el sol se ostenta
Con igual belleza y calma,
El arte también alienta;
Ven, nuestros artistas cuenta,
Pues tienes de artista el alma.

   Esta nación por su brillo
Hermana es de tu nación,
Que muestra en rico blasón
A Velázquez y Murillo,
A Lope y a Calderón.

   Ven a pisar una escena
Fecunda en ricos despojos,
De gloriosos timbres llena:
Alza aquí mismo los ojos,
Tiende tu vista serena,

   Y verás que siempre unidos
Cual los unió su fortuna,
Te saludan conmovidos
Entro otros cien ya perdidos,
Maiquez y la Rita Luna.

   Ven donde casi respiran
Luna, Latorre, Guzmán...
Vivos sus triunfos están,
y a los suyos que aún se admiran,
Los tuyos se enlazarán.

   Y para que mayor sea
La grandeza que atesora,
Aún como rica presea
Nos guarda el arte a Teodora,
Aún nos conserva a Romea!

   Une a los suyos tu acento
Y lauros, flores sin fin
Tendréis, que según yo siento,
Para premiar el talento
A España hizo Dios jardín.

   Ven aquí donde ha vivido
Siempre el arte, donde tiene
El genio altar merecido...
Aquel que artista ha nacido,
A España, a su patria viene!
   Deja en tanto al corazón
Que, trémulo de emoción,
Una flor te ofrezca aquí:
En él creció, y para ti
Cortola mi admiración!




ArribaAbajo¡Caridad en favor del esclavo!

La sexta: Redimir al cautivo.

Obras de Misericordia.



ArribaAbajo    No es la gloria del vate ni el guerrero,
No es el valer del poderoso y fuerte
Lo que hoy despierta el ánimo altanero
Y la lira a pulsar logra que acierte.
   Sentimiento más dulce, voz más santa
Impregnada de unción y de ternura,
Llega a decirme con misterio: «¡Canta,
Canta la Caridad, de Dios hechura!»
   Caridad! Flor que naces entre abrojos
Y escondida el perfume al cielo elevas,
Llanto por riego pides a los ojos
Que en beneficios a los pobres llevas.
   Lozana te crió mi suelo hermoso,
Do el corazón al sacrificio atento
Raya hasta el heroísmo en generoso,
Despierta a todo noble sentimiento.
   Vuelve los ojos a la edad pasada
Y de mi patria a la brillante historia;
Verás en cada página grabada
Una acción de piedad, otra de gloria.
   Si es mi España la España de Pavía,
La que hundió del Alarbe la arrogancia,
La que en Bailén en más cercano día
Venció al coloso y humilló a la Francia;
   Si es la que con esfuerzo sin segundo
A Colón distinguió entre los humanos,
Y le dijo: «¡Descubre un nuevo mundo!
Trae a mi Religión nuevos hermanos!»
   También es ésta la nación gloriosa
Que acorrió al desvalido con sus leyes,
Y muestra dando de humildad piadosa,
Quiso llamar Católicos sus Reyes;
   Y colocó a sus hijos en el pecho
La santa cruz que hermanos los aclama,
Y con tan noble enseña, su derecho
A sostener volaron y su fama.
   Y cuenta damas de tan gran valía,
Que, prontas siempre a todo noble empeño,
Aún dicen a la ardiente fantasía:
«¡No hay, con hijas así, pueblo pequeño!»
   Si buscamos aquí la mujer fuerte,
Berenguela, Isabel, doña María,
Con los cien hechos que su historia vierte
En gloria envuelven a la patria mía.
   Patente ejemplo de humildad cristiana
Muestra Casilda en su ferviente celo:
Su ofrenda se tornó rosas de grana,
Mientras su caridad la eleva al cielo!
   Antorcha de la fe Santa Teresa,
Las oraciones del cristiano goza;
Si en mártires Sagunto hizo gran presa,
Heroínas nos presta Zaragoza.
   Oh! Nación donde tal valor alcance
De la mujer la noble ejecutoria,
Empresa a que ella con ardor se lance,
Emblema lleva ya de la victoria.
   Una noble, cual no lo fue ninguna
Que con el nombre de mujer se hermana,
Hoy la llama; si no contesta alguna,
Ésa no es española, ni es cristiana.
   En las madres no más los ojos fijos,
Espere libre ser quien gime esclavo...
Ellas, que libres quieren a sus hijos,
Vencer sabrán la esclavitud al cabo!

   Madre, si dentro tu hogar,
      Templo de castos amores,
      Donde hizo el Señor brotar
      De tu cariño las llores
      Que el otoño no ha de ajar;
   Donde reside el esposo
      Que libremente elegiste,
      Porque ventura y reposo,
      Bien y mal, con amoroso
      Corazón con él partiste;
   Bajo el techo do aún respira
      Tu madre y respeto alcanza,
      Y cuando el alma suspira,
      Tierno hijo a ti se abalanza
      Y en sus labios tu ¡ay! espira;
   Si ante esa flor celestial
      Que es de tu hogar alegría,
      Y en su bondad paternal
      Dios para consuelo envía
      Al desdichado mortal,
   Te acuerdas de los que, fijos
      Del tormento en las cadenas,
      Sufren dolores prolijos,
      Y hasta les roban los hijos
      Que son sangre de sus venas;
   Con cuánto afán, madre amante,
      Palpitante de emoción,
      Besarás al tierno infante!
      Cómo, aún viéndole delante,
      Temblará tu corazón!
   Oh! ¡qué no alcance en su edad
      De inocencia y de tersura,
      Que guarda la humanidad
      Bajo su apariencia pura
      Manchas de tal fealdad;
   Que con el látigo armada
      A sus hermanos ofende,
      Y de sí propia olvidada,
      Al hijo en los brazos vende
      De su madre desdichada!
   Ay! ¡si cual madre piadosa
      Al dejar tu hijo en el lecho,
      Haces sus labios de rosa
      Que devuelvan a tu pecho
      Con voz tierna y candorosa
   La oración que eleva el alma
      Hasta la celeste altura,
      Haciendo dormir en calma
      Al que en su conciencia pura
      Busca de su bien la palma;
   No le digas, madre, no,
      Que aquella oración cristiana
      Que su labio pronunció
      Y con su razón temprana
      Su alma hasta el cielo elevó,
   Se ofrece al Dios de bondad
      Que, antorcha de eterna luz,
      Fuente de clara verdad,
      Redimió a la humanidad
      Enclavado en una cruz!
   Que es fácil que de aquel labio
      Que el candor tan sólo mueve,
      Y eco del tuyo ser debe,
      Suba hasta Dios un agravio
      Si a preguntarte se atreve:
   «Y dime: ¿no redimió
      A esos hombres cual nosotros,
      Que esclavos papá llamó?
      ¿Dijo Jesús que a ésos no
      Al redimir a los otros?»
   ¡Oh, madre, madre cristiana!
      ¿Qué responder tu razón
      A esa pregunta profana
      Que de pedazos emana
      De tu propio corazón?
   Busca al menos el consuelo
      De poderle responder
      A ese ángel que habita el suelo,
      Que a todos con su poder
      Hermanos nos hizo el cielo;
   Que sólo la humana grey,
      Por su osadía impulsada,
      Holló la divina ley,
      Y por su orgullo arrastrada
      Hizo al esclavo y al rey,
      Y si puedes añadir
      Que tú, aunque débil mujer,
      Por libre al esclavo ver
      Y al cautivo redimir
      Quieres tu óbolo ofrecer;
   Ante ese niño a quien guías,
      Y ante el Dios a quien adoras,
      Comprarás las alegrías
      Que embellecerán tus días,
      Santificarán tus horas:
   ¡Que es el bien ante los dos
      Germen de fortuna cierta!
      ¡De la caridad en pos,
      Ángeles abren la puerta
      Que nos conduce hasta Dios!

   ¡Oh! sí, toca a este siglo, toca a España
Borrar tan fea mancha de su nombre;
No conserva ¡oh rubor! nación extraña
La inicua ley de esclavitud del hombre.
   Atentas sólo al nacional decoro,
Delitos del error todas suspenden;
Y en más teniendo la razón que el oro,
Al hombre ni le compran ni le venden.
   ¡Y España, la que supo poderosa
Lograr, cual nunca de su honor avara,
En este siglo tanta acción gloriosa,
Tal borrón ella sola conservara!
   ¡No, jamás! Es hidalga y es clemente;
Justicia, rectitud y amor proclama,
Y dará protección al inocente
Aumentando los timbres de su fama.
   Ella sabe tender su noble mano
Al que afligido su piedad implora,
Y socorriendo al débil y al anciano,
Dar madre al niño que a la suya llora;
   Y levantar con entusiasta anhelo
Monumentos de ciencias y de gloria,
Que, descorriendo a su grandeza el velo,
Hacen al par eterna su memoria.
   Sí, que los años pasan, las edades
Se borran y los siglos se suceden;
Mas los hechos que ensalzan las ciudades
Los años pasan y borrar no pueden.
   Por eso este período de su gloria
Pasará a las edades venideras:
Ella supo trazar su propia historia
En páginas brillantes, duraderas.
   Dicen unas en piedra: Arquitectura;
Otras en bronce dicen: A la ciencia;
Otras en ríos de oro: Agricultura;
Otras con santo amor: BENEFICENCIA.
   Ésta sólo, legítima victoria
Ante los buenos y ante Dios alcanza:
La ciencia y el valer nos da la gloria!
La caridad al cielo el alma lanza!
   Nunca mayor la concibió el anhelo
Que al hombre dar la libertad hermosa;
Hecho noble que honor dará a este suelo
Y el contento a toda alma generosa.
   Que salvar tristes víctimas sin cuento
Es honra y prez del corazón cristiano,
Del corazón, que a su doctrina atento,
Al hombre llama prójimo y hermano.

   La mujer, ese ser dulce y piadoso
Que con llanto consuela, sufre y reza,
Y cuyo eco sentido y cariñoso
Vencer logra del hombre la entereza,
    Llore y suplique porque santa aurora
Luzca de libertad para el esclavo...
Qué no consigue la mujer que llora!
Qué no alcanzan sus súplicas al cabo!
   Legítima y cumplida recompensa
En sí hallará de acción tan generosa,
Y le darán felicidad intensa
La gratitud del hijo y de la esposa.
   Y un más allá que excede a todo anhelo
Le espera en mundo de eternal ventura:
A los buenos su bien los guarda el cielo!
La piedad nos conduce hasta el altura!
   Que quiso Dios el alma pecadora
Guiar hasta su trono soberano,
Y escribió, como enseña protectora
Sobre la senda, CARIDAD, su mano!




ArribaEl Cristo de Villarejo

Leyenda del siglo XV





- I -

Arriba   Hay en el vasto contorno
De la provincia de Ávila,
Un pequeño pueblecillo
De una colina a la falda
Que Villarejo del Valle
Se nombra, y al que dan fama
Los Condes del nombre mismo
Que en ella su origen hallan,
Y alto castillo feudal
En su recinto levantan.
No se halla en él labradora
Más apuesta y más galana
Que la gentil Mari-Ramos
Hija de Pero de Gracia.
Ni hay ojos que más deslumbren
Bajo la toca nevada,
Ni boca que más provoque
Al trastorno de las almas,
Ni talle más torneado
Con el justillo de grana,
Ni pie que más bello asome
Por entre la burda saya.
Fuera Mari-Ramos digna
Por su hermosura galana,
Su candorosa inocencia,
De otra fortuna más alta;
Mas como si Dios quisiera
Que porque más resaltaran
Sólo belleza y virtudes
Fuesen sus únicas galas,
Pobre nació, único vástago
De quien la tierra que labra
Sus frutos no ha de ofrecerle
Aunque el sudor suyo empapa.
Tierra es del conde D. Sancho,
Señor de aquella comarca,
Con merced de horca y cuchillo
Sobre la gente villana,
Que no por ver estas muestras
De su castillo a la entrada
Por rendirle vasallaje
Unos a otros se adelantan,
Que vale el conde D. Sancho
Por la nobleza del alma,
Más que valen sus escudos
Y riquezas heredadas;
Que si éstas le dan derechos,
Pechos aquélla lo gana.
No hay pobre que no le adore,
Ni vasallo que no alzara
Su voz proclamando serlo
Del que mercedes derrama
Sobre el pobre, el afligido
Y el que a su piedad se ampara.
Vive Ramiro, vasallo
Del Señor de la comarca,
Que de vasallo nacido
Al vasallaje le llama.
Cinco lustros sólo cuenta
El buen Ramiro de Azara,
Y es apuesto cual ninguno,
De alma fuerte y mano airada,
Torpe para humilde esteva,
Fuerte para ruda lanza.
Cautivo vive en los ojos
De Mari-Ramos de Gracia,
Y es fama que no le escucha
Sin agrado la villana,
Cuando una tras otra copla
Ramiro, a su puerta canta,
Y en más de un sitio los vieron
Platicando en voz tan baja,
Que aún el viento no murmura
Por escuchar sus palabras,
Y ni el viento a saber llega
Lo que se dicen sus almas.
No va con el cantarito
Mari-Ramos a por agua,
Sin ir a rezar al Cristo
Que está en la ermita cercana;
Si bien la gente murmura
Que es de tal devoción causa
El buen labriego Ramiro
Que cerca el arado arrastra.
Murmuradora es la gente,
Y en murmurar anda osada,
Que si ante un Cristo se citan
Dos almas enamoradas,
Es que vivir apetecen
De Cristo bajo la guarda,
Y respetar se debiera
Amor que a Cristo se ampara.


- II -

   Aguarda al morir la tarde
Al pie de un álamo viejo
Que muy cercano a la ermita
Le da sombra y nombre a un tiempo,
Que ermita llaman del álamo
Aún más que de Villarejo,
La villana Mari-Ramos
Más hermosa que el sol bello.
Breve rato ha que aguarda
Después de acabar sus rezos,
Cuando un mancebo se acerca
Diligente con extremo,
Y al verle llegar la joven
Clava su vista en el suelo.
-Mi María, mi señora,
Con enamorado acento
Dice Ramiro, posando
La vista en su rostro bello.
Nunca tan dichosa el ave
Es al ver a sus hijuelos,
Ni la flor al recibir
De la aurora el casto beso,
Como yo cuando a tu lado,
María gentil, me encuentro.
Bendito tu corazón
Que dio al mío justo premio!
Bendito Dios que nos da
Para querernos, aliento!
Mas qué tienes tú, mi vida,
Que con ademán suspenso
Ni cual sueles me sonríes,
Ni respondes a mi acento?
-¡Ay mi Ramiro! murmura
Con triste amoroso eco
La gallarda labradora
Del Valle de Villarejo:
Siento pesar en el alma,
Sin saber porqué le siento;
Pero hoy mi padre no envía
Granos de oro al raudo viento,
Que al castillo del buen Conde
No ha mucho partir le hicieron
Órdenes de su señor
Que acatar es lo primero.
No sé porqué este mensaje
De temor llena mi pecho.
-No temas, si de mi lado
No te arranca el hado adverso.
-Mi Ramiro!...
-Mi María!...
Me quieres?
-Que si te quiero!
-Calla, que lo sé, bien mío,
Harto en tu rostro lo leo!
Y si no ¿por qué al mirarme
Bajas los ojos al suelo,
Cual si al mirarme quisieran
Revelar dulce misterio,
Que de los dos en el alma
Vive escondido hace tiempo?
Por qué cuando en mí te fijas
Confuso mis ojos cierro,
Cuando mirarme en los tuyos
Fuera mi mayor anhelo,
Por si en ellos se retratan
Escondidos pensamientos?
Por qué te hallo suspendida?
Por qué a mi vez me suspendo?
Es que no encontramos frases
O no las busca el deseo,
Por qué aunque estamos callando
Callando nos entendemos?
Ay! benditos los instantes
En que dos así suspensos,
Cuando palabras les sobran
Confusos guardan silencio.
Jamás tu labio me diga
Palabras, que puede el viento
Llevarse por el espacio
Si no las guarda tu seno;
Que por muy dulces que sean,
Han de decir mucho menos
Que lo que dicen tus ojos
Con sus miradas de fuego.
-Mi Ramiro!
-Mi María!...
No siente crecer tu pecho,
Por ventura de los dos,
Este amor que es mi embeleso?
Dime que el tiempo le aumenta,
Dime que no cede al tiempo.
-Ceder? si sólo son vivos
Cuando nacen los afectos,
Nace el tuyo cada día
En el fondo de mi pecho,
Según cada día grande
Más que el anterior le siento.
¡Acaso de Dios las obras
Nacer cada día vemos,
y ves que siempre nos dejan,
Siempre, el ánimo suspenso?
Desde el instante en que abriste
A la luz tus ojos negros,
No viste en el valle flores
Con cien matices diversos?
No recibiste del aura
Los embriagadores besos?
No admiraste de la luna
El brillar dulce y sereno,
Y allá, en la callada noche
Estrellas mil en el cielo?
y sin embargo, esas flores,
De la luna los reflejos,
El suspirar de la brisa,
El brillar de los luceros,
Hubo un instante, uno sólo,
Que al admirarlos de nuevo
No impresionaran tu espíritu,
No conmovieran tu pecho?
Pues así, así de tu labio
Los misteriosos acentos,
Así la ignorada magia
De tus miradas de fuego.
Nuevas siempre al alma mía
Turban del alma el sosiego;
Encadenan mis palabras
Y embotan mi pensamiento.
Ay! siempre nueva tu imagen
Más y más grabo en mi pecho,
Y nueva siempre la admiro,
Como nuevas siempre creo
Las flores que ornan el valle,
Del aura el suspiro tierno,
La luz de la blanca luna
Y las estrellas del cielo


- III -

   Aquí del dulce coloquio
Los enamorados llegan,
Cuando su plática cortan
Pasos que de cerca suenan.
Vuelven entrambos los ojos,
Y ven que hacia ellos se acerca
Un anciano, que azorado
Quiere llegar con presteza,
Cual si olvidase sus años
Por dar quizá faustas nuevas.
-Padre, murmura la joven,
Adelantándose inquieta,
Por qué en vuestro rostro advierto
De agitación claras muestras?
¿Quizá señor incurristeis
En falta por vez primera,
Y por vez primera, falta
Al buen Conde la clemencia?
Hablad, que se halla mi alma
De vuestros labios suspensa.
-¡Ojalá fuese una falta
Motivo de mi tristeza,
Que, piadoso mi señor,
Nunca su rigor emplea
Contra el que leal vasallo
Delinque por vez primera!
Nuevas bien dichosas son
Las que traerte me ordena,
Mas por serlo tan dichosas
Atada tienen mi lengua,
Que temo que con su dicha
Labren tu desdicha eterna.
-Padre!
-Señor!... de Ramiro
Murmura torpe la lengua,
Hablad, de una vez sepamos
Si vida o muerte la espera.
-Llamome el Conde, cual sabes,
Con su paje, y con presteza
Al mensajero seguí,
Cual vasallo que desea,
A la orden de su señor,
Oponer la diligencia.
Paso el puente me ofreció,
Que hizo jugar sus cadenas,
Y puse mi débil planta
En la señorial vivienda.
Crucé salas, cuyas tapias
La vista busca y no encuentra,
Bajo armas y coseletes,
Bajo venablos y flechas,
Bajo cabezas y pieles
De jabalíes o ciervas,
o bajo retratos, todos
De mirada tan severa,
Que a reñirme parecía
Que todos se dispusieran,
Por haber puesto mi planta
Donde ellos la faz conservan.
Entré a un camarín, do el Conde
Sentado junto a una mesa
De púrpura revestida,
Y apoyando la cabeza
En el sillón que sus armas
Coronan con noble enseña,
Me aguardaba para darme
Tan inesperadas nuevas.
Nunca su rostro animó
Expresión más placentera,
Ni el dictado de, buen Conde,
Mejor le otorgó mi lengua.
«Pero, dijo, dar resuelvo
A mis estados Condesa,
Señora y dueña a mi casa,
y a mi vida compañera.
Esposa elegir podría
De grande alcurnia y riqueza,
Que por sus timbres valiese
Tanto como por sus prendas.
Yo, sin embargo, que en poco
Tengo las glorias ajenas,
Porque juzgo que las propias
A más de diez honor dieran;
Esposa humilde elegí,
y del Rey tengo licencia
Para elevar hasta mí
La que ya en mi pecho reina.
No adivinas en quién puse
Los ojos y el alma entera?»
«No, murmuré, mas dichosa
Debe llamarse la sierva,
Besando el polvo que pisa
Su señor, que a tal grandeza
La levanta compartiendo
Con ella nombre y riqueza.»
«Dáme entonces, Pero, albricias,
A tu hija Mari las lleva
Que quien vive hace ya tiempo
En mi corazón, es ella:
Ve, mi resolución dile,
Que yo te sigo de cerca.»
Y aquí me tenéis, añade
El anciano con tristeza,
Primer portador, sentido
De aportar dichosas nuevas.

Sin saber lo que les pasa,
Mudos, con el alma yerta,
Los dos jóvenes le escuchan
Sin que un ¡ay! su alma conmueva.
Breve pausa entre los tres
Por unos momentos reina.
Míranse Mari y Ramiro,
Con mirada tan intensa,
Que salir parece el alma
Entre la mirada aquella.
-¡Mi María!
-¡Mi Ramiro!
-¿Qué harás?
-Morir, que esto es fuerza;
Pues poder y amor unidos
En separarnos se empeñan.
-¿Sabe el Conde nuestro amor?
-Y aunque acaso le supiera,
Por un vasallo, su gusto
Quieres infeliz que tuerza?
-¡Ah, bien dices! ¡el señor
Manda, el vasallo ni aun piensa!
Su ley es obedecer,
Contra el señor no hay defensa,
Y si un capricho lo arrastra...
-Detén, mancebo la lengua,
Que ni mi gusto es mi ley,
Ni el ser vasallo tu mengua!
Mudos los tres se quedaron
Ante estas frases severas,
Que del Conde su señor
Les revelan la presencia.
Baja María los ojos
Que abundoso llanto ciegan
Pero de Gracia murmura
Súplica sentida y tierna,
Y Ramiro, en cuyos ojos
El enojo se revela,
Ni escusa busca, ni cede
En su mirada altanera.
El buen Conde contemplando
Expresiones tan diversas,
Con ademán mesurado
Prosigue de esta manera:
-No es hoy la primera vez
Que en una doncella mesma,
Señor y vasallo cifran
Amor, dicha y existencia.
No sé a lo que otro osaría
Si en mi lugar estuviera,
Sé lo que a mi hacer me toca,
Y en ello mi honor se empeña:
Si tú a Mari-Ramos quieres,
Mi única ventura es ella,
y ni es justo tu cariño
Atropellar con mi fuerza,
Ni, porque soy tu señor,
He de dejarte la prenda
Que a mi igual disputaría
Cuerpo a cuerpo en lid sangrienta.
Preste aquí, pues, la razón
Contra la pasión defensa!
Dispuesto estás a luchar
Sin sacrificio y sin tregua,
Por llegar a merecer
Lo que hoy la suerte te niega?
-A luchar, y hasta morir,
Si no triunfo en la contienda,
Que es Mari-Ramos mi vida
Y ésta la pierdo al perderla!
-Basta, desde hoy en olvido
Queden arado y esteva,
Y en busca de medro o muerte
Parte Ramiro a la guerra.
Cuando vuelvas más honrado
Y espada manejar sepas,
Con las armas en la mano
Me disputarás tu prenda,
Haciéndote yo un honor
Que nunca soñar pudieras.
En las Cortes que en Medina
D. Juan ha poco tuviera,
Dineros y hombres nos pide
Para rechazar sin tregua
A Navarra y a Aragón
Que, con airada insolencia,
En vez de estarse en las suyas
Se meten por nuestras tierras.
A enviar voy cien jinetes
Al frente de mi bandera.
Parte con ellos; un plazo
Fija tú para tu vuelta,
Y si al cabo de él no vienes,
Dueño de más altas prendas
Mari-Ramos vendrá a ser
De mis estados Condesa.
-¡Oh, señor, a vuestras plantas
Dejadme besar la tierra!
-Alza.
-Viva mi señor.
-¡Bendita tu piedad sea!
Murmura la casta joven
Con tímida y torpe lengua.
-Basta ya, fijad un plazo...
-¡Dos años!
-Cuando ellos venzan,
No vengas, aquí Ramiro
Por tu ya perdida prenda,
Que a fuer de buen castellano,
Te juro no he de cederla
Ni a los ruegos, ni al cariño,
La osadía ni la fuerza;
Hoy es tu propia humildad
Quien vence mi resistencia!


- IV -

   Todos los nobles acuden,
y a D. Juan II acorren,
Que aprestos para la guerra
Con nuevo brío dispone.
Todos compiten a una,
Y hacen que su esfuerzo asombre:
Todos arman los jinetes
En los que encuentran más dotes,
Para que sus estandartes
Más campo adentro tremolen.
Ya en torno de su castillo
El conde D. Sancho oye
El relinchar de los potros,
Los pífanos y atambores,
El chocar de los arneses,
El piafar de los bridones,
El tumulto de cien ecos
Que a otros cien ecos responden,
Ya con tierna despedida
Ya con belicosas voces,
Del claro sol en los cascos
Reflejan los resplandores,
Y en las cotas y en las lanzas
De los bravos campeones,
Que detrás de la celada
Rostro juvenil esconden,
Y detrás de cada malla
Un pecho henchido de amores.
Dichoso el que con victoria
A los patrios lares torne!
¡Ay de aquél que con la muerte
Su noble empresa corone!
De uno en su andar agitado
La impaciencia se conoce,
Que quizá al partir más pronto
Volver antes se propone.
Brillante arnés cubre el pecho
Que, palpitando de amores
Bajo la parda bayeta
Dejaba sentir sus golpes,
Y espuelas ornan los pies
Que vistieron hasta entonces
Calzas, y casco con plumas
Completa su marcial porte.
Aún más lucido ropaje
En el corazón vistiose,
Que el amor y la esperanza
Con sus risueños colores
Para cubrirle de galas
Se han puesto entrambos conformes.
Ya se ordenan los jinetes,
Ya se presenta el buen Conde,
Ya por todos los semblantes
Rebosa ardimiento noble,
Y amor patrio, afán de gloria,
Todos los pechos esconden.
Torna el Conde la bandera
En que va escrito su nombre
En seis vistosos cuarteles
De matizados colores,
Que así escribirle supieron
En todo tiempo los nobles,
Y así el del Conde trazaron
Ilustres progenitores.
La toma, y de sus jinetes
Al frente, dice el buen Conde:
-Aquí lleváis, mis valientes,
De cien caudillos el nombre,
La fama, el blasón, la gloria
Que no empañaron traidores.
Aún sus hechos resplandecen
Cual luz de otros tantos soles,
Y aún alienta su memoria
En los bravos corazones;
No temo que la ultrajéis,
Pues vuestros pechos esconden
Noble sangre castellana
Que la traición desconoce;
Mas aquel que de vosotros
Más brioso al campo corre,
A esta enseña con su brazo
Mástil glorioso le otorgue.
   Cien ecos contestar quieren
Y ofrecerse se proponen,
Cuando un jinete, de un salto
Del corcel las filas rompe,
Y junto al Conde llegando,
Pide ser el que tal logre.
-¿Tú, Ramiro?
-Mi señor...
Coronad vuestros favores,
Dejando que esa bandera
Mis nobles hechos pregone.
-Tómala, pues, y no olvides
Los deberes que te impone.
-Conmigo volverá honrada
Al campo de mis mayores,
O mi sudario glorioso
Será en la guerra, buen Conde!
   Vivas a D. Sancho suenan,
Vivas a D. Juan responden,
Y difundiendo en los aires
Los pífanos sus acordes,
Por los campos de Castilla
Se alejan los escuadrones
Que de Villarejo ilustre
Van a sostener el nombre
Contra los aragoneses,
A los que batir dispone
El Rey D. Juan, el segundo
Que hubo España de tal nombre.

Fama, del Rey alcanzaron
Los castellanos pendones,
Contra Aragón y Navarra
Que mutuamente se acorren.
En cien gloriosos encuentros
Los guerreros, que del Conde
De Villarejo sostienen
En la guerra fama y nombre,
Airosamente supieron
Sacar su glorioso escote;
Mas la batalla de Olmedo,
Cara por su mal costoles,
Que muchos ¡ay! con la vida
Sellaron su arrojo noble;
Y Ramiro, que una lleva
Y otra bandera arrancole
A un enemigo, cercado
Se ve por número doble...
Lucha, pelea... vencido
Casi está el valiente joven...
Pasar hace sus banderas
A mano segura entonces...
Y con nuevo brío arrostra
Del combate los furores.
[...]
Nadie volvió a saber de él,
Y muerto, o entre prisiones,
Quedó el valiente guerrero
Que con tal brío portose,
Añadiendo un nuevo timbre
Al nombre de sus señores.


- V -

   Todo son fiestas y galas
De Villarejo en la villa,
Todo algazara en los rostros,
Todo júbilo ha tres días,
Que esos hace que el buen Conde
Su ventura apetecida
Cumplirse ha visto, llevando
Al altar a su María.
Con grandes fiestas el Conde
Tal ventura solemniza,
Y aún más con sus beneficios
La celebra y la publica,
Que en la de los otros, halla
El pecho hidalgo su dicha.
Festeja a la par también
La victoriosa venida
De los bravos campeones
Que, término a las fatigas
De la guerra dan, volviendo
Con natural alegría
Al campo de su señor
A quien todos ver codician,
Y recibir de él el premio
De su valor e hidalguía.
Triste los miró alejarse!
Más triste los ve María
Cuando cumplidos dos años
A sus hogares volvían,
Y Ramiro, que fue entre ellos,
Entre ellos ¡ay! no venía!
Todos sus brillantes hechos
Con lengua franca atestiguan,
Todos arrancar le vieron
La enseña a mano enemiga;
Mas ninguno desde entonces
A Ramiro visto había,
Y eso que D. Juan Segundo
Prometió en su alta justicia
Mercedes y señoríos
A quien, en su mano altiva,
Humilló a la castellana
La aragonesa divisa.
   Lágrimas riegan las galas,
Por las que trueca María
Su justillo y burda saya,
Su toca y su monterilla;
Mas, aunque triste y llorosa,
Jamás se vieron unidas
A preseas más preciadas
Belleza más peregrina.
Paño de Flandes bordado,
Traje que en la tierra frisa,
Su talle ciñe, el que cubre
Manto de grana finísima.
Toca de perlas mantiene
Su cabellera cautiva,
Y collar con tres patenas,
Con Jesús, José y María,
Adornan con ricas piedras
Su garganta alabastrina.
    Galán el conde D. Sancho
Junto a la novia camina,
Pero más que con sus ropas,
Se engalana con su dicha,
Que son sus ojos ventanas
Donde asoma la alegría,
Rebosando de su pecho,
Do estar no sabe escondida.
El primer día recorren
En brillante comitiva
Los hogares más humildes
Que en todo el condado había,
Dejando en ellos los dones
Que su caridad les dicta,
Para que todos celebren,
Sin clases ni jerarquías,
El día en que su señor
Cumplir ha visto su dicha.
El segundo, al monte acuden
con monteros y jauría,
Que es de todos los placeres
Que el Conde tiene en estima,
El que le aficiona más
La caza de montería.
En bella alazana blanca
Con bordada mantellina,
La Condesa iba con ellos
Cual reina de la partida,
Y al recibir los trofeos
Que a sus pies todos rendían,
Mal la sonrisa sus lágrimas
Disimular pretendía.
Para el tercero, el buen Conde
Las justas dispuesto había:
Se ve la plaza cercada
y no lejana a la villa,
Y en ella el estrado alzado
Y engalanado se mira
Con ricos paños de Flandes,
Y adamascadas cortinas,
Desde el cual entrambos cónyuges
El torneo presidían.
Mantenedores del campo,
Cinco jinetes en fila
Se ven, los más esforzados
Que al Monarca de Castilla
Secundaron en Simancas,
Olmedo y otras cien villas.
   Da la señal el rey de armas:
De dos el valor se admira,
Que, calada la visera,
Adarga con mote encima,
Malla ajustada en el cuerpo
Y en la diestra lanza en ristra,
Se encuentran en su carrera
Valerosa y atrevida.
Salta una lanza en pedazos,
Espadas desnudas brillan,
Y a los primeros reveses
Uno en tierra cae sin vida.
Tocan seña, y un segundo
Toma carrera, y aprisa
Consigue de su contrario
Volar la lanza hecha astillas.
Ya la victoria por éste
Iba a quedar decidida,
Cuando caballo y jinete
Ruedan por la arena fina,
Quedando al fin el primero
Con la victoria y la vida.
Todos los cuatro vencidos
Caer los ve en buena liza,
Y ya a recibir el premio
Ya con expresión altiva,
Cuando la señal anuncia
Nuevo adalid, que al oírla,
La valla del campo salta
Con arrogancia atrevida.
Las negras plumas del casco
Amoroso el viento riza,
Férrea malla de su cuerpo
Los contornos modifica,
Y en la adarga que presenta,
Y la muchedumbre admira,
Lleva este lema, que forma
Del encubierto divisa.
No lidia para vencer
Quien sólo morir codicia
Reñida fue la contienda;
Dos veces se inutilizan
Las armas, y otras dos veces
Otras piden, y ambos lidian.
Por fin el recién llegado
Las victorias conseguidas
Suyas hace en un momento,
Dejando a sus pies vencida
La mano que consiguiera
Cuatro victorias seguidas!
    Bravos y aplausos el viento
En sus alas difundía,
Y tímido el caballero,
Quizá con alma sentida
Por la victoria alcanzada,
A avanzar no se atrevía,
Ni a tomar la roja banda
Que tiene harto merecida.
Tan tímido para el premio
Cuanto audaz es en la lidia,
Trémulo ante la Condesa
Llega y dobla la rodilla,
Y al tomar la banda roja
Con mano trémula y fría
Triste gemido se escapa
Por la celada bruñida,
Y dos lágrimas rodando
Por su tostada mejilla,
Dejan al besar la banda
En ella dos manchas vivas.
Siente entonces la Condesa
Emoción desconocida,
Levántase del estrado,
Vuelve a su castillo aprisa,
Y todas sus camareras
Cuentan al siguiente día,
Que el lecho de su señora
Intacto encontrado habían,
Mientras que a cuantos los ven,
Sus ojos rojos decían
Que las dos ardientes lágrimas
Que en la banda visto había,
El manantial de las suyas
Descubrieron por desdicha.


- VI -

   No durmió, no, la Condesa,
Ni su rostro de marfil
Descansó sobre la almohada
Aquella noche, en que fin
Dieron las fiestas dispuestas
Por su himeneo infeliz.
Asomada a la ventana
Del severo camarín,
Ayes da al viento, que juega
Con su cabello sutil.
De repente, al pie del muro
Parécele distinguir
Sombra que se va acercando,
Y al cabo se para allí.
Dulce música de cítara
Alcanza su oído a herir
Y voz dulce y lastimera
Que evoca recuerdos mil
En su pobre pensamiento,
Y hace el corazón latir,
Lleva hasta ella este romance
Que hace sus dichas morir.

   «Dicen los que te conocen,
Los que viven junto a ti,
Los que observan tus acciones,
Que no te acuerdas de mí;
Y al mirarte yo, señora,
El torneo presidir,
Junto a quien supo matarme
Sin dar a mis males fin,
Y ni mi lanza se escapa
Ni se dobla mi cerviz,
Ni sobre la arena ruedo
Falto de aliento viril,
Juzgo que verdad afirman
Los que afirman por ahí,
Que ni yo de ti me acuerdo
Ni tú te acuerdas de mí.
¿Mas por qué al tocar mi mano,
Temblar la tuya sentí,
Y las rosas de tu cara
Tornarse de nácar vi?
¿Por qué entre las mil venturas
Sueño realizado al fin
Con que te brinda la suerte,
Sueles triste sonreír,
Y entre la oración suspiras,
Y hasta en el mismo festín
El llanto empaña tus ojos
Si no te acuerdas de mí?
¿Por qué yo, que hace dos años
Tus ecos de amor perdí,
En todas mis impresiones
Vuela mi mente hacia ti,
Y ni en medio del combate
Ni de agitado dormir,
Desechar puedo tu imagen,
Que está siempre, siempre aquí?
Ay! en tanto que a los dos
No nos llame Dios a sí,
En tanto que nuestro pecho
Sienta el corazón latir,
Hasta que el último sueño
Ponga a nuestra vida fin,
Viendo al par de la existencia
Nuestras desdichas morir...
Yo, murmuraré tu nombre!
Tú, te acordarás de mí!!»

   Entregados estos ayes
Al viento que huye sutil,
El trovador aquejado
Pártese presto de allí.
Síguele de la Condesa
La vista fija y febril,
Y ya verle no podía
Y aún le ven sus ojos ir...
Y viéndole todavía
La aurora la encuentra allí!
   Vístese ropas de luto
Y dispónese a salir,
Y cuando las cumbres dora
El sol con rojo matiz,
Asomándose a las puertas
Que aurora acaba de abrir,
Encubierta la Condesa
Con un paje tras de sí,
A la ermita se dirige
Del Cristo, que veces mil,
Se dignó de un puro amor
Los juramentos oír.
Con lágrimas acompaña
Lo que al Cristo va a pedir,
Y es ¡ay! valor para ella!
Para el mancebo infeliz,
Fortuna, mucha fortuna,
Mas lejos, lejos de allí!
Cuando enjugados sus ojos
Consiguen ya distinguir,
De frescas flores el campo
Hecho con mano gentil,
Ve un ramillete harto humilde
Sobre el blanco altar lucir.
Abalánzase y le toma,
Y huye azorada y febril,
Como si el hurto que lleva,
En su frente de marfil
Fuese escrito por la mano
Del Dios que la vio salir!
De entonces día por día
Con rosas, mirto y jazmín,
Se ve ornado el santo altar
Del Cristo, que veces mil,
Quiso de Mari y Ramiro
Los juramentos oír:
Flores con que la Condesa
Quiere el hurto resarcir,
Sin comprar así la calma
De su espíritu infeliz,
Pues suelen sus camareras
En sus cuentos referir,
Que atribulada su ama
Pasa noches más de mil
Asomada a la ventana
Del severo camarín,
Dando suspiros y que el eco
Suele a veces repetir;
Mas nadie ha visto jamás
Acercarse por allí
Galán, encubierto o paje,
Que los pueda recibir.
Son suspiros que se escapan
Sin rumbo, objeto ni fin,
Hijos de memorias tristes
Que Dios sabe a do han de ir!

   De entonces va unida al Cristo
De Villarejo, y yo oí,
Una piadosa leyenda
Que al corazón va a decir
Que la imagen Sacrosanta
Del Redentor que está allí,
Del amor que es tierno y puro
El lenguaje quiere oír,
Y suerte ofrece a la virgen
Que dobla ante él la cerviz
Dándole resignación
Si su amor hace morir.
Por eso acuden las niñas
De Villarejo al confín,
Y en la ermita, se prosternan
y a su frente de marfil,
Mientras que reza su labio,
El rubor suele salir.
Por eso el altar del Cristo
Ornan siempre flores mil,
Que la piedad y el amor
Colocan de intento allí,
Y al Cristo de Villarejo
Van por su amor a pedir.




 
 
Fin