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A pesar de la ausencia de comentarios de tipo teórico sobre la traducción, algo se desprende de la corta prefacio «Al Lector», en la que C. C. explica las razones de su desdén por la traducción de Hamlet: «Hace años que nos inunda un diluvio de traducciones en que perece no sólo el primor y la gallardía de las obras originales, mas también el sentido y la verdad de los principios que tratan» (p. sin numerar). En efecto si se toman al revés los criterios que utiliza para arrasar la traducción de Moratín, se entiende cuáles son para él los requisitos que debe tener una buena traducción: 1) fidelidad al original; 2) conocimiento por parte del traductor del inglés, del castellano e incluso del francés (pp. XXXVI-XXXVII); 3) respeto del orden de los pensamientos del autor sin descuadernarlos para «mejorarlos» (p. LX). (N. del A.)



 

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Me refiero al comentario de la versión del conocidísimo monólogo del acto III. C. C. hace hincapié sobre los efectos que una mala traducción genera en la puesta en escena; en el caso concreto considera la traducción de Moratín tan desfigurada como para no poder ni interesar ni conmover, y se pregunta: «¿Y a quién puede ocurrirle que el Actor conseguirá en este pasaje tanto efecto, diciendo morir es dormir afirmando absolutamente, como interrumpiéndose a sí propio en ademán de reflexionar que cosa es morir; deteniéndose en esta meditación, y pronunciando después la palabra suelta dormir, que son las dos grandes ideas, de cuya identidad espera sacar su consuelo dándose la muerte?» (p. LX). (N. del A.)



 

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Enrique Gil y Carrasco, reseña de Macbeth, El Correo Nacional, núms. 307-8, (19 y 29-XII-1838). (N. del A.)



 

603

El Estudiante (Antonio M.ª Segovia), «Traducciones y traductores», en: Semanario Pintoresco Español (17-XI-1839) (2.ª serie, t. 1, n.° 46), p. 368a. [367-368] (N. del A.)



 

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Segovia, además de político y escritor, en los años treinta y cuarenta fue también traductor teatral de obras francesas, unas de las cuales lograron un discreto éxito: El peluquero en el baile (1838); A un cobarde, otro mayor (1840); Trapisondas por bondad (1842); El alojado (1844). (N. del A.)



 

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La teoría que Segovia desarrolla en el citado artículo es bastante compleja y se podría ordenar en varios puntos. 1) Hay cuatro clases de textos que pueden «caer bajo la férula traductoril: obras científicas (tratados de ciencias naturales, de ciencias exactas y morales), literarias (didácticas, poéticas, dramas y novelas), artísticas (historia de las artes liberales o mecánicas, reglas para la enseñanza, métodos diversos para su ejercicio) y mixtas (historia general, historia particular de un país, relaciones de viajes). 2) Importancia del papel del traductor: [...] «no es así como quiera el oficio de traductor, que es oficio de discretos y necesarísimo en la república bien ordenada [...]». 3) «Para trasladar con toda su energía una expresión, o para interpretar bien un vocablo o una frase», hacen falta muchas circunstancias al mismo tiempo. A saber: a) «un conocimiento profundo de la lengua en que se escribió el original»; b) «una posesión completa de aquélla a que se piensa traducirle»; c) «mucha inteligencia en la materia de que el escrito trata»; d) «noticia no escasa del estilo y manera del autor»; e) «estudio meditado de la obra misma». (N. del A.)



 

606

El Correo Nacional (30-XII-1838). (N. del A.)



 

607

El Correo Nacional (13-VIII-1838). (N. del A.)



 

608

Op. cit., p. 368b. (N. del A.)



 

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«Revista de la Quincena», El Laberinto (16-I-1844). (N. del A.)