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ArribaAbajo Letras argentinas

Roberto F. Giusti



Las Barcas por Enrique J. Banchs

He de necesitar de la serenidad para abordar el análisis de este libro, que más me arrastra al ditirambo entusiasta que a la crítica mesurada. Y con todo, ditirámbica será esta crítica pues otra cosa no es posible frente a un libro como Las Barcas, que es al mismo tiempo una revelación y una promesa; la revelación de un talento en flor y la promesa de un gran poeta. (Y conste que no arrojo los epítetos al acaso).

Este libro, obra de un joven que no ha llegado aún a los veinte años, encierra en sí, sin embargo, méritos suficientes para formar la reputación de cualquier escritor.

Condición primera de Banchs es la de ser a la edad en que se comienza invariablemente por imitar, un poeta esencialmente propio, personal. Vana tarea fuera la de quien pretendiere buscar las fuentes de su poesía. Banchs no es de aquellos susceptibles de ser marcados con una dada etiqueta. Otra característica de su mentalidad es la robustez. Banchs concibe y siente y rima con vigor, pero ello sin menoscabo de una especial delicadeza con que toca todos los temas. Es fino más que sentimental. No hace sentir hondo, pero transporta al lector en un mundo suave, espiritual, de ensueño. Su poesía es más intelectual que afectiva, más de la cabeza que del corazón. Es una poesía complicada,   —116→   sutil: nada concede a la pereza del lector. Obliga a pensar, a desentrañar la imagen conceptuosa, rica de significación. Lástima que la mayoría no ame estas cosas, y descargue sobre el poeta la culpa de su incomprensión del primer momento.

Los temas que aborda son siempre novedosos: variados los metros que emplea, y ricos en sonoridades o en matices. No es dudoso que un Calandrelli cualquiera (¿a qué citar siempre a Valbuena?) podría hallar en esos versos, ancho campo para sus más o menos hábiles acrobatismos, pero ciertas minucias no han de detener al lector inteligente, si es que advierte que se halla en presencia de un talento superior.

Caídas, versos rudos, algunas expresiones dudosas, sí, tiene, pero son todos defectos que más que a su impotencia débense a su juvenil desdén por el pulimento excesivo. Al contrario asombra verle salvar, al parecer sin esfuerzo, tantas y tantas dificultades. Y ya nótanse en él, además, condiciones de otra clase que las simplemente inherentes a su rica mentalidad: nótanse ya en él condiciones de disciplina mental que mucho prometen para el porvenir, tal por ejemplo un serio dominio del lenguaje y un cierto cuidado en la elección del epíteto, que trata de hacer preciso y sugeridor.

Si a su imaginación desbordante, a su potente inspiración, comparables con los más grandes poetas, une, como parece que está en camino de hacerlo, el estudio, un arte refinado, la nitidez en todo, sin concesión alguna al desgano intelectual, Banchs no tardará en ser un poeta completo. Cualidades le sobran para serlo.

He hablado de su delicadeza. Él es sin embargo multiforme, y sabe también, cuando quiere, ser enérgico y rudo. No es raro encontrar en Las Barcas una composición de ternura exquisita al lado de otra de violento empuje, resonante de ideas grandes y de altos sentimientos. La lira que apostrofa táñela con igual maestría que la que acaricia.

A los labios vienen involuntariamente las comparaciones. Y en verdad no puedo abstenerme de observar -pese a quien pretenda tacharme de exagerado-, que abundan estrofas y aún enteras composiciones en Banchs, que bien pueden sostener el parangón,   —117→   alta la frente, con las mejores de nuestros dos más grandes poetas: Almafuerte y Lugones.

Pero dejemos a la opinión que diga su última palabra sobre este nuevo poeta que entra en la liza, por cierto bien armado.

«Gloria al esfuerzo virgen, paso a la barca nueva»



Es probable que ella nos diga que de la generación que surge, Banchs es sin duda el talento más robusto.




Vendimias Juveniles por Manuel Ugarte

He aquí otro libro de versos. «Son en realidad los primeros y probablemente los últimos versos que publico» -nos dice su autor. ¿Por qué los últimos? ¿Acaso deja uno nunca de sonreír o de llorar? «Con ellos mato mi primera juventud...». No, no. En todo poeta hay una primera juventud perenne. Ugarte pasaba sin duda por un instante de desaliento al prologar este libro. ¿Tan pronto? ¡Oh, no, todavía no! Siga el consejo del Horacio:


...dunque virunt genua
Et decet, obducta solvatur fronte senectus.



Bellos versos estos de Urgarte, versos ligeros como encajes y tembladores como espuma. Madrigales y rondeles los mejores de ellos. Deliciosos madrigales que se deslizan con la dulzura de aguas de manantial, suaves rondeles, exquisitos y frívolos. Estrofas todas a través de las cuales se ve en plena transparencia el alma del poeta, tierna y amable. Son versos que se leen sin esfuerzo, que no hacen pensar, pero que hacen sentir. Una sonrisa... una lágrima... una aventura galante... una desilusión... luego... nada.

¡Pero qué! Nadie ha de dar con más eficacia la impresión que esos versos dejan en el espíritu, de lo que lo ha hecho el mismo Ugarte en una sola página del prólogo. En ella ha condensado en breves palabras lo esencial que de sus versos puede decirse. Su transcripción constituiría la mejor crítica del libro.

Ugarte no es un poeta complicado. Es sencillo y claro. Su imagen, siempre precisa, aunque envuelta en ligerísima bruma,   —118→   sugiere al lector todo un mundo. En esos versos está su autor de cuerpo entero. Son propiamente unas Vendimias Juveniles. Son versos de primavera. En ellos no hay un rasgo indelicado, ni una expresión grosera. Todo el libro es elegante, límpido, gracioso.

Ugarte se ha engañado a sí mismo si ha creído que con él cerraba su primera juventud. ¡Bah! En prosa o en verso -poco importa- ha de seguir como hasta ahora deshojando los siempre frescos de su alma de soñador y de artista.




Cuentos extraños por Juan Mas y Pi

Más que cuentos son unos cortos bocetos a los que da unidad la filosofía que encierran, puesta en boca del personaje de todos ellos, un loco que es un profeta. La filosofía que ese loco predica es áspera y saludable. Predica la ruptura con todo lo pasado y la esperanza en el ideal, la caída de los añejos prejuicios y la creencia en las futuras realizaciones; la nivelación social y el amor universal; el odio a la canalla y la confianza en la humanidad del porvenir; el cultivo de la voluntad, la seguridad en sí mismo y la marcha hacia la vida intensa. Viejas verdades, pero siempre nuevas.

Es un profeta que tiene algo de Zarathustra, pero que también tiene de Cristo. Dice el loco: «Sólo nuestro grandioso deseo de superarnos podrá contrarrestar la maléfica influencia de los seres muertos, cuya dictadura pesa sobre nosotros y nos ciñe el cuerpo y nos empuja hacia atrás. Cortad, cortad, hermanos, todas las ligaduras». Y así también hablaba Zarathustra. Pero el loco igualmente dice: «¿Os agita y subleva la injusticia? ¿el mal ajeno os apiada?, ¿sabéis compadecer?... Decidme: ¿Sabéis olvidar la mala acción de vuestros enemigos?, ¿sabéis estrechar cordialmente la mano de aquel que os supera y olvidar vuestras obras una vez terminadas? Si no es así ¡guay de vosotros! la maleza, la maleza». No, así no hablaba Zarathustra.

Estos Cuentos extraños forman pues un pequeño libro lleno de fuertes ideas. Ellos revelan que su autor es un espíritu de vistas personales, que ama agitar con su mano rebelde las estancadas aguas del pensar rutinario.



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El enigma interior por Manuel Gálvez

Versos, versos, versos... Opima va a ser este año la cosecha poética. Otro libro más, El enigma interior, impregnado todo él de una indefinible melancolía. Diríasele llegado del boulevard.

Podrá haber en ello un motivo de censura, pero ésta no ha de ser sino relativa. Cierto es que esos versos suenan extrañamente en nuestro idioma, porque, en verdad, a pesar de toda nuestra buena voluntad por imitar a los demás -a los noruegos, a los rusos, a los japoneses, ¡qué sé yo!- y por dejar de ser americanos, aún no hemos logrado acostumbrarnos a ese parisienismo excesivo. Sin embargo, se debe separar lo accidental de lo esencial, y hacer una honda distinción entre ciertos rasgos que se dan de pescozones con nuestro modo de ser, y otros que son universales e igualmente propios de París como de Buenos Aires, pues que son la real, la íntima expresión de nuestra sensibilidad dolorosamente afinada de hipercivilizados.

El defecto fundamental de El enigma interior es su carencia de originalidad. Verlaine sobre todo -dejo de lado, otras visibles influencias-, pesa sobre este libro. Pero Gálvez es sincero consigo misino. Él siente a sus poetas predilectos, con ellos se ha compenetrado y como ellos se expresa. En sus versos se advierte la sinceridad de los sentimientos que canta. No es, pues, un vulgar imitador.

Mas, dejo ya de hacer hincapié en este lamentable defecto de El enigma interior, para pasar a considerarlo desde otros puntos de vista más interesantes.

Es un libro delicado y a ratos intenso. Rasgos hay en él que toda un alma de artista. Pero es un libro desigual. Felices expresiones, bellos versos, codéanse en él con tropiezos verdaderamente lastimosos.

Una cuestión que este libro levanta es la del verso libre, cuestión, que ya desde el prólogo, el poeta se apresura a plantear y discutir brevemente.

No es este el lugar para volver sobre tan debatido asunto, cuya discusión requeriría una amplitud que no puedo darle aquí. Pero es el caso de observar, muy a la ligera, muy dogmáticamente si se quiere, puesto que a continuación va sin pruebas, que hay composiciones   —120→   en verso libre en El enigma interior y en otros libros, nuestros y extranjeros, que, a pesar de todos los artificios tipográficos no pasan de estar en prosa, en sencillísima prosa. Esa cuestión del ritmo interno es cosa muy delicada y que no se resuelve con meras palabras preliminares.

Lo dicho va sin desconocer el mérito de la innovación de Kahn (a quien se hiciera notar que descubrir el verso libre después de Lafontaine y de Corneille era algo difícil), y sin desconocer tampoco que entre nosotros, donde por fortuna no ha arraigado muy hondo, se han hecho de ella estimables aplicaciones, en Los Crepúsculos del Jardín, principalmente.

De todos modos, dando un corte al asunto, opino que Gálvez ha abusado un poco de un peligrosa innovación.

Pero los defectos, los errores, se contrabalancean en este libro con las buenas cualidades. Y si hay en él versos falsos, ingenuidades, chocantes imitaciones, hay también sensibilidad, frescura, delicadeza y todo un temperamento de artista que si se independiza de las influencias que sobre él gravitan, podrá dar, desarrollando sus modalidades, obras poéticas de verdadero aliento.




Pétalos marchitos por Luis Juan Alfonso

Un tomito de versos, olientes a juventud y a inexperiencia. Nada en ellos de peligrosas innovaciones: los viejos moldes, los viejos ritmos, las gastadas imágenes bástales al joven poeta. Pasen estos Pétalos marchitos como primeros versos; pero ¿no hubiera sido previsible dejarlos olvidados en las páginas de álbum donde fueron al pasar? No siempre es oportuno publicar todo lo que se escribe. ¿Quién no ha escrito versos a los veinte años? ¿Quién no guarda con autor su primer soneto? ¡Pero, ay, si todos publicaran su libro!...