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ArribaAbajo El buen viejo

Salvador Oria




Yo lo he visto... Severos los ojos y profundos,
grave ceño; la frente con largos surcos llena,
su guadaña que abarca los infinitos mundos,
y el implacable chorro de su reloj de arena.

Era una noche acaso para el ensueño propia.  5
Recuerdos y nostalgias... En la tersa laguna
seguía de los astros la refulgente copia
y se ahogaban mis penas persiguiendo a la luna.

Yo lo invoqué: «Saturno ¿dónde estás? Cuál estrella
es esta noche, eterno destructor, tu morada,  10
de dónde, di, me envías la primavera bella,
El otoño, el invierno, el sudario y la nada.

Dime adónde tus alas como una inmensa sombra
de dolor y de muerte caerán sobre la tierra,
dilo, mientras tu nieve mis jardines alfombra,  15
y la cuna se abre y el ataúd se cierra.

Responde -¿Por qué tornas mi primavera breve
y del otoño siendo las ráfagas cercanas?,
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¿Por qué los prematuros copos de blanca nieve
dejan en mis cabellos el fulgor las canas?»  20

... Y el Dios del implacable ceño, de la severa
gran mirada que rige nuestro oculto destino,
apareció en las sombras y por la vez primera
desviando sus pasos, a responderme vino.

«Oye, tú que te quejas y en la noble poesía  25
te escudas. Tú que vienes a buscar en mi imperio,
el único consuelo de la melancolía
que te ha dado el otoño con su mortal misterio.

»Tú poeta que sueñas sin cesar, de tal suerte
que es la vida de altivas ilusiones cadena,  30
tú poeta que sueñas y que temes la muerte
¿tiene la muerte acaso más rigor que tu pena?

» La Muerte es una hermana del Amor y la Vida.
Ella arranca las almas caducas, las ligeras
almas de aquellas flores cuya esencia es perdida,  35
¡para que sean puras las nuevas primaveras!

»La lleva sabiamente mi infatigable diestra.
¡Cómo corta los hilos del vivir la guadaña!
Y no sabéis vosotros que la Parca
Tiene un germen fecundo de la vida en su entraña.  40

» Lo que se va, lo que huye, lo que al mundo reacio
desparece en el curso sereno de las horas,
cae como el sol, que lleva su radiante topacio,
de ocasos infinitos a infinitas auroras.

» No temas pues la Parca de mano flaca y pálida,  45
ni al invierno que ahoga la canción y el arrullo,
en cada flor que cae marchita hay un capullo
y en cada mariposa que muere una crisálida»...
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Y no habló más Saturno. El implacable viejo
recobró la ligera marcha, y en su camino  50
el mismo Dios soplando su arrugado entrecejo
le ordenó deshilara todo nuestro destino.

Yo lo he visto... Los ojos severos y profundos,
grave ceño; la frente con largos surcos llena,
su mirada que abarca los infinitos mundos  55
       y su reloj de arena.