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Nosotros. Tomo II, núm. 12, julio de 1908

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(Conclusión)

Actos I y II Nosotros - Tomo II, Año II, Nº 10 y 11, Mayo y Junio de 1908, Buenos Aires




Acto III

 

El despacho del doctor Blasco, en su casa de Buenos Aires. El mueblaje es cómodo y hasta elegante; un escritorio, bibliotecas, un sofá, sillones, luz eléctrica... Sobre el escritorio, que está en segundo término a la izquierda, un florero con flores frescas. Una puerta a la izquierda, que se supone comunica con el consultorio; otra a la derecha, que debe comunicar con las habitaciones interiores; y una última en el medio, al foro. Por ésta, completamente abierta, se ve un vestíbulo, que sirve de sala de espera del consultorio y del despacho. Hay allí una pequeña mesa circular, con álbumes, revistas y una planta de helechos. Junto a la mesa, un par de sillas.

 

Escena I

 

MARIO y después DOÑA EMILIA.

 
 

MARIO está sentado ante su escritorio, escribiendo. A poco entra DOÑA EMILIA por la puerta de la derecha; está muy pálida y evidentemente enferma y débil; se apoya en un bastón. Al verla entrar, MARIO se sorprende, se pone rápidamente de pie y acude presuroso a sostenerla. Tomándola de la cintura la conduce a un sillón.

 

MARIO.-    (Sentando a su madre en el sillón y arreglándole cariñosamente unos almohadones en el respaldar.)  ¡Cómo, mamá!... ¡Te has levantado contra mis prescripciones, y te vienes sola hasta aquí!...

DOÑA EMILIA.-  Sí, hijo; estoy harta de cama. Necesitaba distraerme un momento... Por eso he venido a verte trabajar. Continúa, pues. No quiero interrumpirte, sino contemplarte.

MARIO.-   (Cerrando las puertas de la izquierda y la derecha.)  Es una imprudencia esta escapada. Debieras ser más razonable. Pareces un chico.

  —336→  

DOÑA EMILIA.-  Eso querría ser, al sentirme ahora tan viejita y enferma: una chica mimada, mimada por ti.

MARIO.-    (Ante la puerta del foro.)  ¿Sientes frío, mamá?

DOÑA EMILIA.-  No. Deja abierta esa puerta para que entre aire.  (Aspirando con fuerza.)  ¡Aire, aire es lo que necesito! Y tú sigue trabajando y déjame tranquila.  (Tose ligeramente y se lleva el pañuelo a la boca.) 

MARIO.-    (Sentándose a su lado.)  No tengo nada urgente que hacer.

DOÑA EMILIA.-  Entonces, ya que me siento tan bien esta tarde, vamos a hablar un momento de tus asuntos.

MARIO.-  Ya sabes que mis asuntos están felizmente resueltos.

DOÑA EMILIA.-  No, hijo. Tus asuntos no están todavía resueltos. Tú me lo dices siempre para no alarmarme, y yo finjo creerte para tranquilizarte...  (Pausa breve.)  No, hijo. Tus asuntos no están resueltos. Pero yo sé que se resolverán pronto, y a tu entera satisfacción. He pensado mucho sobre ello, y creo que no puede ser de otro modo.

MARIO.-    (Echándolo a broma.)  Dime siquiera de qué asuntos se trata...

DOÑA EMILIA.-  Primero, de la causa sobre el robo del hospital. Después, de la cuestión de honor que dejaste pendiente con Vilana. Y por último... de algo que yo me sé, y no te lo digo.

MARIO.-  Pues de todo eso... sólo me intriga lo que tú te sabes y no me dices. No se me ocurre qué puede ser... ¡Estás tan enterada!

DOÑA EMILIA.-  Pues también sé que esperas de un momento a otro el fallo del juez... Y que si te es favorable, estás decidido a saldar inmediatamente cuentas con Vilana.

MARIO.-    (Sorprendido.)  Sabes más que yo...

DOÑA EMILIA.-  Y aún más de lo que te digo. Sé que el fallo condenará a Rosales y te absolverá, declarando que la causa no afecta tu honor...

MARIO.-  No era eso difícil de presumir.

DOÑA EMILIA.-  Y sé que Vilana te dará espontáneamente una satisfacción y tal vez antes del fallo, en cuanto lo presuma.

MARIO.-  ¿Por qué?

DOÑA EMILIA.-  Porque le conviene, si quiere seguir en la facultad, donde tu renuncia no puede ser aceptada. No tienes más que cruzarte de brazos y esperar. Si tomaran esa actitud de espera los hombres exasperados, ¡cuántos errores se evitarían!

 

(Una pausa.)

 

MARIO.-  Pues tienes razón. Vilana y Ferrando me han enviado un emisario, preguntándome si podía recibirlos... amistosamente.

DOÑA EMILIA.-  Los recibirás, supongo. A enemigo que huye...

  —337→  

MARIO.-  Más creo en una amnistía y hasta en una estratagema que en una huida... Pero, sea como sea, los recibiré.  (Pausa breve.)  Quedamos, pues, en que todo acabará bien para mí. «Fin bueno, todo bueno». Debes alegrarte. Y espero que la satisfacción ayudará tu convalecencia. Harás el esfuerzo de vivir para verme vencer. Siempre he tenido la superstición de que nada acaece en la vida con más oportunidad que la muerte. Se vive... cuando el porvenir nos reserva goces. Se muere... cuando el porvenir sería una noche sin aurora.

DOÑA EMILIA.-  ¡Hijo Mío, no nos hagamos ilusiones sobre mi enfermedad!  (Tose otra vez ligeramente, y vuelve a pasarse el pañuelo por la boca, con lentitud.)  Esto marcha, y creo que acabaré muy pronto. Tú como médico debes saberlo mejor que yo.

MARIO.-   (Con fingida alegría.)  Pues como médico sé que pronto vas a sanarte.

DOÑA EMILIA.-  ¡Nueva mentira piadosa, Mario, con la que ni me engañas ni te engañas a ti mismo.  (Cambiando de tono.)  Precisamente, me he levantado hoy porque quiero hablarte de cosas importantes, para ti y para mí. Acá me parece que podré hacerlo mejor que en la cama. Tal vez sea esta la última conversación seria que yo pueda sostener contigo...



Escena II

 

Dichos y LA CRIADA.

 

LA CRIADA.-   (Entrando por el foro con una carta en la mano.)  Una carta para la señora.

MARIO.-   (Levantándose y tomando la carta.)  Démela usted. ¿No tiene contestación?

LA CRIADA.-  No; ha venido por correo.

MARIO.-  Está bien. Gracias.  (Sale LA CRIADA por el foro.) 

DOÑA EMILIA.-  Leeme tú esa carta, hijo. Yo no tengo anteojos para leerla... ni cabeza.

MARIO.-   (Después de leer la carta, y quedando de pie.)  Son tres líneas muy cariñosas de Pura... Contesta una tarjetita que le enviaste ayer, el día de su cumpleaños...  (Pausa breve.)  ¿Y cómo no me dijiste que querías escribir a esa niña?

DOÑA EMILIA.-  Porque tú no me lo hubieras permitido y yo no tenía fe en lo que tú escribieras en mi nombre, estando tan enojado con la familia de Arval. ¿Qué me dice Pura?

MARIO.-   (Dejando la carta sobre el escritorio.)  Dice que va a venir hoy a verte.  (Pausa breve.)  Pero tú no puedes recibir todavía ninguna visita. Estás demasiado débil. La conversación te haría mal.  (Toca el timbre.)  Voy a dar orden para que no la hagan entrar.

DOÑA EMILIA.-   (Con vivacidad insólita en su estado de postración.)    —338→   Sí. Que la hagan entrar. Tengo que hablar con ella.  (A LA CRIADA, que entra por el foro.)  Espero una visita, la señorita Pura... Si viene, voy a recibirla aquí.  (Sale LA CRIADA.) 

MARIO.-   (Contrariado.)  ¡Sería una locura!

DOÑA EMILIA.-  Todas las cosas verdaderamente buenas y hermosas parecen locuras  (Pausa breve.)   (Mostrando a MARIO un medallón que lleva en el pecho.)  Quiero ofrecerle unas cartas y esta miniatura de su madre. Tú se lo entregarás todo cuando yo muera.  (Sacándose el medallón y pasándoselo a MARIO.)  Mira que linda era mi amiga Carmen. Este es su mejor retrato.

MARIO.-   (Contemplando la miniatura del medallón.)  Era realmente muy linda.

DOÑA EMILIA.-  ¡Y tan inteligente, tan buena!

MARIO.-   (Pensativo y para sí mismo, contemplando siempre la miniatura.)  Pura se le parece. Tiene la misma belleza y la misma expresión de inteligencia y de bondad, que no he encontrado en ningún otro rostro humano.

DOÑA EMILIA.-  Pues es de Pura y de los Arval de quienes quería hablarte.  (MARIO devuelve la miniatura, hace un gesto de viva contrariedad y comienza a pasearse por la pieza; pero lentamente a causa del estado de DOÑA EMILIA, para no molestarla.)  A ellos se refería eso que me sé y que tú te ignoras...

MARIO.-  Sabrás que Silvia se casa con Téllez; la noticia ha aparecido en todos los diarios. Sabrás también, puesto que te lo he dicho, que a mí ahora me es completamente indiferente ese casamiento. Silvia no es capaz de comprenderme; nunca me hubiera hecho feliz. Hasta me alegro del triunfo de Téllez. En su círculo de títeres, él es casi un hombre.

DOÑA EMILIA.-  No se trata ya de Silvia, sino de Pura...

MARIO.-  Es también de la familia.

DOÑA EMILIA.-  ...Y de ti.

MARIO.-   (Parándose y recostándose contra el escritorio.)  ¡De Pura y de mí!... Pura siempre ha sido buena y gentil. Se ha portado hasta generosamente conmigo. Pero de ahí no puedes inducir que debamos casarnos.  (Ríe un tanto forzadamente.)  Ni ella ha pensado en casarse conmigo, ni yo con ella... Ni con nadie. Me quedaré solo, para cuidarte.

DOÑA EMILIA.-  Poco tiempo tendrás ya que cuidarme, mi pobre hijo; siento muy próxima la muerte. Seamos valientes ante la muerte. Y ser valiente ante la muerte es pensar en la vida, en la vida de los que quedan.  (Movimiento de protesta en MARIO.)  ¡No te alarmes, hijo! No voy a darte consejos patéticos. Lejos de eso, quiero hacerte la agradable revelación de un pequeño descubrimiento que he hecho.

MARIO.-  Un descubrimiento, y agradable, ¡te felicito!... No se hacen tales todos los días.

DOÑA EMILIA.-  He visto algo que no vieron tus ojos, quiero abrírtelos yo antes de que tú cierres los míos.

  —339→  

MARIO.-  ¿Y qué quieres hacerme ver, madre?

DOÑA EMILIA.-  El porvenir. Mira un poco hacia atrás... Mirando hacia atrás es generalmente como se ve hacia adelante.  (Pausa breve.)  ¿Has olvidado que cuando eras niño tuviste una noviecita?

MARIO.-   (Ligeramente emocionado.)  No lo he olvidado, mamá. Cuando éramos chicos jugábamos siempre a los novios con Pura Brest.

DOÑA EMILIA.-   (Después de un nuevo acceso de tos, leve como los anteriores.)  Y en cuanto creciste y te apuntó el bozo sobre el labio, se acabó el juego. Miraste a la amiguita con la indiferencia del hombre hecho y derecho.

MARIO.-   (Interrumpiendo.)  Siempre fui amigo de Pura.

DOÑA EMILIA.-  Murió Carmen, y Pura fue recogida por la familia de Arval. Entonces dejaste de ver largos años a la amiguita de tu infancia... Y cuando te encontraste de nuevo con ella, te enamoraste o creíste enamorarte de su prima Silvia. ¿No es así?...  (MARIO asiente con la cabeza.)  Hubo un momento en que estuviste suficientemente ofuscado para creer que Silvia te quería... ¡Y la que siempre te quería en secreto era la pobre Pura!  (Pausa breve.)  Este es mi descubrimiento.

MARIO.-  ¿Cómo lo hiciste?

DOÑA EMILIA.-  Porque soy tu madre, porque conozco a Pura, porque soy mujer...

 

(Pausa.)

 

MARIO.-  Pues si eres mi madre, si me conoces a mí, si tienes intuición de mujer... sabrás que yo no estoy enamorado de Pura.

DOÑA EMILIA.-  ¿Quién sabe?... ¡El corazón tiene sus sorpresas!... ¡El amor sabe disfrazarse tan bien, de amistad, de compasión, hasta de odio!... Tal vez tú mismo no te conoces todavía... Lo malo fue que Pura era una victoria que se te brindaba demasiado fácil. Necesitabas lucha y obstáculos; los hallaste en Silvia, y por eso te propusiste conquistarla.

MARIO.-  Te he dicho que nunca pensé en Pura.

DOÑA EMILIA.-  Lo dices, sí; pero lo repites demasiado... Y lo repites porque tienes miedo de quererla. Así, cuando eras chico y te perdías en la obscuridad, silbabas para darte valor.

LA CRIADA.-    (Entrando por el foro.)  La señorita Pura. Pregunta si la señora puede recibirla...

MARIO.-  Iré yo a decirle que todavía no puedes recibir visitas, que vuelva más adelante...

DOÑA EMILIA.-  ¿Cómo médico o cómo hijo me prohíbes verla?

MARIO.-  Como médico... y como hijo.

DOÑA EMILIA.-  Pues yo, no como tu enferma sino como tu madre, quiero recibirla, ¿has oído?... ¡Quiero recibirla!

 

(Pausa.)

 

MARIO.-   (A LA CRIADA.)  Dígale usted que pase.  (Sale la    —340→    CRIADA.)   (Palmeándole la espalda a DOÑA EMILIA y haciendo ademán de irse.)  Te dejo sola con ella...

DOÑA EMILIA.-   (Tomándole de un brazo.)  Quédate tú también. Ayúdame a atenderla. Es quizá la felicidad que viene a esta casa.

MARIO.-  ¡Pobre mi felicidad si dependiera de la familia de Arval!

LA CRIADA.-    (Entrando por el foro.)  Por aquí, señorita.  (Entran por el foro PURA y MISS DOLLY. MARIO se adelanta a saludarlas. LA CRIADA sale.) 



Escena III

 

Dichos, PURA, MISS DOLLY y después LA CRIADA.

 

MARIO.-   (Dando la mano a PURA e indicándole a DOÑA EMILIA.)  Ahí está mamá, que la esperaba a usted.  (PURA abraza a DOÑA EMILIA. MISS DOLLY saluda a MARIO y a DOÑA EMILIA con una ligera reverencia.) 

DOÑA EMILIA.-  ¡Cuánta amabilidad, venir a ver una vieja enferma!

PURA.-  ¿Cómo se encuentra usted: Emilia?

DOÑA EMILIA.-  Estoy mejor... desde que tú estás aquí.

MARIO.-  Siéntese, Pura.

PURA.-   (A MISS DOLLY, indicándole la puerta del foro.)  Ruégole, miss Dolly, que me espere un momento en el vestíbulo.

MARIO.-   (A MISS DOLLY.)  Ahí tiene usted ilustraciones inglesas para entretenerse mientras espera.

MISS DOLLY.-   (Bajo a PURA.)  ¡Cómo no me dijo usted, señorita Pura, que venía a casa del señor Blasco!... Tal vez no le guste a la señora Laura...

PURA.-  Tranquilícese, miss Dolly, que yo no he de comprometerla...  (Indicándole otra vez el vestíbulo.)  Y tenga la bondad de esperarme un momento.

MISS DOLLY.-    (Encaminándose al vestíbulo.)  Por lo menos, no tarde usted mucho, señorita Pura.  (MISS DOLLY vuelve a hacer una ligera reverencia, pasa al vestíbulo, cálase los lentes, toma algunas revistas, y sale con ellas por el foro. Supónesela de espera en el vestíbulo, leyendo en un sitio no visible desde el despacho. PURA, a indicación de MARIO, toma asiento junto a DOÑA EMILIA. MARIO queda de pie.) 

MARIO.-  Por casualidad, Pura, encuentra usted levantada a mi madre, que recibe esta visita sólo por ser suya.

DOÑA EMILIA.-  ¿Cómo?... ¡Ahora se tratan ustedes ceremoniosamente de «usted», cuando se tutearon desde que aprendieron a hablar!

MARIO.-  Es que Laura prohibió a Pura que se tuteara con ningún mozo, incluso conmigo, ¡especialmente conmigo!...

  —341→  

PURA.-  Sin embargo, yo siempre te he tuteado, Mario, y no por desobedecer a tía Laura, sino porque nunca podría acostumbrarme a tratarte de «usted». Pero si tú... pero si usted se empeña en que lo trate de usted, desde que rompiste con nosotros...

MARIO.-  No tengo ningún empeño de que me trates de esto o aquel modo. Ya que te dignas tratarme, trátame como quieras.

PURA.-    (Con lágrimas en la voz.)  No seas rencoroso, Mario, y perdona tú Silvia y a tía Laura, ¡y perdóname a mí también!

DOÑA EMILIA.-   (Acariciando la mano de PURA.)  ¡Vaya!... No se peleen ustedes.  (A PURA.)  Mario y yo te hemos querido siempre como quisimos a tu madre. No puedes figurarte el gusto que me da tu visita.  (Tose.)   (Cambiando de tono.)  ¿Qué noticias me traes? ¿Has encontrado novio, como tu prima Silvia?

PURA.-  Ni lo busco, ni lo hallaré sin buscarlo...

DOÑA EMILIA.-  Me han dicho que un colega de Mario, el doctor Vilana, te festeja asiduamente.

PURA.-    (Ruborizándose.)  Quizá menos que con nadie me casaría con Vilana.  (MARIO toma unos papeles del escritorio y parece revisarlos.) 

MARIO.-  Sin embargo, todo el mundo pondera a Vilana. ¿Por qué con él menos que con nadie?

PURA.-    (A media voz.)  Porque lo conozco demasiado.

MARIO.-   (Levantando la cabeza.)  ¿De verlo en fiestas?

PURA.-   (Después de una pausa.)  ¿Para qué esa pregunta, Mario? Digo que con él menos que con nadie, y aunque lo apoye mi tía Laura, tengo mis razones...  (Bajando la voz.)  Bien sabes que tuve una oportunidad de conocerlo... y que esa oportunidad no fue una fiesta.

MARIO.-  ¿Últimamente en Mar del Plata, cuando su incidente conmigo?

PURA.-  Sí.

MARIO.-  Pues si lo desechas por esos sentimientos de... emulación... que le supones, nunca te casaras, con nadie. Todos los hombres los sienten.

PURA.-  ¡Todos, no!... Tú no los sientes.

MARIO.-  Tal vez no los revelo del mismo modo; pero los siento...

PURA.-  No es cierto. Tú no los sientes, Mario.

DOÑA EMILIA.-  Tiene razón, Pura; él no es capaz de sentir envidia.

MARIO.-  En todo caso, un hombre, por sentir o no envidia en sus luchas, por la vida, no será más o menos capaz de hacer feliz a su mujer.

DOÑA EMILIA.-  Según quien sea esa mujer. Para ser feliz,   —342→   la esposa debe apreciar al marido. Hay mujeres que jamás apreciarán un hombre de bajos sentimientos.

MARIO.-  Las mujeres más nobles se han enamorado a veces de los hombres más viles.

PURA.-  ¡Hay tantos modos de enamorarse!...

MARIO.-  Sea como sea, «nadie puede decir de esta agua no beberé». Yo estoy perfectamente convencido, Pura... de que acabarás casándote con Vilana.

PURA.-  Todo puede ser.

MARIO.-  Seguirás el ejemplo de tu prima Silvia: el casamiento razonable. La acción constante de tu tía dominará poco a poco tu voluntad. Es la gota de agua que horada la piedra.

PURA.-  Todo puede ser. Pero ni Téllez es Vilana... ni yo soy Silvia.

MARIO.-  ¿Y estará Silvia tan enamorada de su novio como lo estuvo de mí?

DOÑA EMILIA.-  ¡Mario, no toques ese tema!

MARIO.-  ¡Felicítales a ella y a él de mi parte! Cuando tú entrabas, decía yo a mi madre que Téllez es el mejor... en su círculo.

PURA.-    (Sonriendo.)  En el «reino de los ciegos», quieres decir... Téllez es sin duda un sujeto bueno e inteligente; pero... ¿Cómo te diré?... Es un dilettante, solamente un dilettante, en su estancia, en las letras, ¡en la vida!... Parece mandado hacer para Silvia.  (Seria.)  Él también te aprecia a ti. Ha de venir a saludarte uno de estos días.

MARIO.-  Tendré mucho gusto... Como no es mi colega, no es mi enemigo.



Escena IV

 

DOÑA EMILIA, MARIO, PURA y LA CRIADA.

 

LA CRIADA.-    (Entrando por el foro.)  Un señor pregunta por el doctor... Dice que viene de los tribunales.

MARIO.-  Hágalo pasar al consultorio y dígale que me espere. En este momento estoy ocupado.  (LA CRIADA sale.) 

DOÑA EMILIA.-  Vendrán a notificarte la sentencia definitiva...

PURA.-  Por mí no te detengas, Mario...

MARIO.-  ¿Tienes mucha prisa en conocer la resolución de los jueces?... Yo creí que tú no eras de los que dudaban de mí. Te suponía segura de que la sentencia no puede ser sino favorable a mi parte. Pero este apuro tuyo prueba que, en el fondo, tenías tus vacilaciones y deseas salir de la curiosidad...

PURA.-  Eres injusto conmigo, Mario. ¿Cómo iba a tener dudas y vacilaciones, yo, que me he criado contigo, y que te conozco a ti mismo2, casi más que a mí misma?

  —343→  

MARIO.-   (Conmovido a pesar suyo.)  Gracias, Pura.

PURA.-  Y, a pesar de tu sospecha contra mi amistad, insisto, Mario, en que no te detengas por mí y vayas a conocer los términos de la resolución del juez... de esa resolución que no puede menos de serte favorable.

MARIO.-   (Encaminándose a la puerta de la izquierda.)  Voy entonces...  (Desde la puerta.)  Hay tanta estupidez y tanta perversidad en el mundo, que todavía puedo traerles una mala noticia.

PURA.-  No es posible.  (Pausa breve.)  Ya lo ves. Tú mismo tienes tu duda rebelde y secreta sobre el resultado del juicio... Pues yo no la tengo, ¡no la tuve nunca!

DOÑA EMILIA.-  Yo tampoco.

 

(Sale MARIO.)

 


Escena V

 

DOÑA EMILIA y PURA.

 

DOÑA EMILIA.-  Hazme ahora tus confidencias, Pura, como antes... ¿Te acuerdas?...  (Pausa breve.)  ¿Eres feliz en casa de tu tía?

PURA.-  ¿Hay alguien que sea feliz en el mundo?

DOÑA EMILIA.-  Veo ya que no lo eres, mi pobre Pura. ¿Por qué? ¿No te quiere Laura?

PURA.-  Sí. Quererme, me quiere, a su modo...

DOÑA EMILIA.-  ¿Y?

PURA.-  Es que últimamente tiene algunas ideas... algunas sospechas...

DOÑA EMILIA.-  ¿Cuáles?

PURA.-  ¡Ah, no se las diría!...

DOÑA EMILIA.-  Estamos solas.

PURA.-  Ni estando sola conmigo me atrevo a decírmelas a mi misma.

 

(Un silencio.)

 

DOÑA EMILIA.-  Y los demás, ¿son buenos contigo?

PURA.-  Silvia es como una hermana menor.

DOÑA EMILIA.-  ¿Y Diego?

PURA.-  Diego tiene un corazón de oro. Es allí mi mejor amigo.  (Pausa breve.)  Demasiado amigo, según tía Laura...

DOÑA EMILIA.-   (Extrañada.)  ¿Demasiado amigo?...

 

(Un silencio.)

 

PURA.-  Ya le he dado a usted noticias mías, Emilia. Deme usted ahora noticias suyas y de Mario...

DOÑA EMILIA.-  Ya conoces mi situación... A Mario, debes disculparlo si no ha estado bastante cariñoso contigo. ¡Está tan amargado!

PURA.-  Es natural. Pasa por una época terrible.

DOÑA EMILIA.-  Una de esas épocas de crisis que sobrevienen en la vida de los hombres, hasta de los más dichosos, y   —344→   en las cuales se atropellan las penas y los desengaños. Son tormentas desenfrenadas, verdaderos cataclismos del alma... Pero la naturaleza reacciona, y más tarde vuelve a salir el sol.

PURA.-   (Como para sí misma.)  A veces sobre las ruinas del alma.

DOÑA EMILIA.-   (Como respondiendo al pensamiento de PURA.)  En Mario, la tormenta pasará sin destruirlo... Es un hombre de estudio y de pensamiento. Tiene una fuente de vida en sus trabajos, que lo distraen de otras preocupaciones.

PURA.-  ¡Y no son pocas para Mario esas preocupaciones en estos últimos tiempos!

DOÑA EMILIA.-  El rompimiento de su noviazgo, el robo del hospital, el consiguiente escándalo, las cuestiones con los colegas que aprovechan ahora el mal momento para desprestigiarlo, mi enfermedad...  (Tose y se fatiga.)  Una mujer, sólo una mujer que lo comprendiera hubiese podido curar su corazón de tantas heridas y defender su carácter contra tantas amarguras.

PURA.-   (Lentamente.)  Yo creí que esa mujer fuera Silvia.

DOÑA EMILIA.-  Y te equivocaste.  (Tose y se pasa el pañuelo por la boca. Su fatiga crece por grados hasta el final de la escena.) 

PURA.-   (Poniéndose de pie alarmada.)  ¿Se siente usted mal, Emilia?... ¿Quiere que llame a Mario?

DOÑA EMILIA.-  No; ya ha de venir. Oyeme antes.  (Cierra los ojos, mareada, y a poco los reabre, como reponiéndose un tanto.)  Te equivocaste... Esa mujer no era Silvia... Eras tú.  (Pausa.)  Yo se lo he dicho. Él no ha querido escucharme; está todavía demasiado resentido con tu familia... ¡Se le ofendió tan gravemente!... Algún rencor debe quedarle contra Laura, contra Silvia, contra todos, ¡hasta contra ti, Pura.

 

(Silencio.)

 

PURA.-  Está usted muy fatigada, Emilia... Debe recostarse...

DOÑA EMILIA.-  Dentro de un momento... Antes de despedirme de ti quiero ofrecerte unas cartas de tu madre... y esta miniatura. Cuando yo muera, Mario te las llevará... si tú no quieres venir a darme el último adiós.  (La fatiga llega a su mayor grado; DOÑA EMILIA pierde el conocimiento.) 

PURA.-   (Gritando.)  ¡Mario!... ¡Mario!... ¡Pronto acá, Mario!...

 

(MARIO acude corriendo por la puerta de la izquierda, la criada por la puerta de la derecha, y MISS DOLLY por el foro.)

 


Escena VI

 

DOÑA EMILIA, PURA, MARIO, MISS DOLLY y LA CRIADA.

 

MARIO.-   (Desabrochándole la bata a DOÑA EMILIA.)  No es   —345→   nada... un simple desmayo...  (A LA CRIADA.) . Traiga en seguida una copa de agua de azahar y el agua de Colonia...  (LA CRIADA sale apresuradamente por la puerta de la derecha.) .

MISS DOLLY.-    (Ofreciendo un frasco de sales que traía en su saco de mano.)  Aquí hay sales, doctor...

MARIO.-  Hágaselas aspirar...  (MISS DOLLY hace lo que se le indica.) 

PURA.-   (Abanicando a la enferma.)  Parece que reacciona.

MARIO.-    (A media voz.)  Sí. Reaccionará pronto... No me perdono haberla dejado recibir visitas y conversar... ¡Pero estaba tan empeñada en verte!

LA CRIADA.-   (Presentándose por la derecha con la copa pedida y un frasco de agua de Colonia.)  Aquí está el agua de azahar, señor.

MARIO.-   (Dando a beber a la enferma.)  Pura, tú puedes pasarle un poco de agua de Colonia por las sienes...  (PURA, hace como se le dice.) 

DOÑA EMILIA.-   (Volviendo poco a poco en sí, con voz muy débil.)  Tenías razón, hijo... Estoy muy floja... No debí recibir a Pura... Pero me alegro de haberla visto, ¡me alegro tanto!

MARIO.-  No hables, mamá. Te llevaremos a la cama...  (A LA CRIADA.)  ¿Está preparado el cuarto de la señora?

LA CRIADA.-  Sí, señor.

MARIO.-   (Preparándose a levantar a DOÑA EMILIA.)  ¿Quieres ayudarme, Pura?

 

(MARIO toma de un lado e DOÑA EMILIA, PURA del otro, y la llevan por la puerta de la derecha. LA CRIADA les abre la puerta y les sigue.)

 


Escena VII

 

MISS DOLLY y después LA CRIADA.

 
 

MISS DOLLY, muy emocionada, se apoya de pie contra un mueble, huele sus sales, suspira, se alisa el cabello. En seguida entra LA CRIADA por la puerta de la derecha.

 

MISS DOLLY.-  ¿Cómo sigue la señora? ¿Qué tiene?

LA CRIADA.-  Sigue mejor. No ha sido nada. Pronto le pasará...

MISS DOLLY.-  ¿Y la señorita Pura?

LA CRIADA.-    (Con grosera malicia.)  Ha quedado adentro con el doctor. Y el doctor me encarga le diga a usted que los espere un momento.  (Encaminándose a la puerta de la izquierda y señalándola.)  ¿El señor que estaba allí no ha pasado por acá?

MISS DOLLY.-  No.

LA CRIADA.-  Me ha dicho el doctor que lo acompañe a la puerta de calle... Voy a eso.

  —346→  
 

(LA CRIADA sale. MISS DOLLY, cuando se siente sola, da una vuelta por la pieza, observándolo todo. Toma la carta de PURA, que estaba sobre el escritorio, le echa una rápida mirada, la deja y se sienta entre el escritorio y la puerta del foro.)

 

LA CRIADA.-    (Apareciendo por la puerta del foro y dirigiéndose a unos señores que están en el vestíbulo.)  Pasen ustedes, señores. El doctor me ha dicho que haga entrar a los que vengan y les diga que lo esperen.

 (Entran por el foro, TÉLLEZ y DIEGO. Adelantan hasta el primer término de la escena, sin apercibir a MISS DOLLY, que, al verles, queda como tímida y paralizada de terror.) 



Escena VIII

 

MISS DOLLY, TÉLLEZ, DIEGO y LA CRIADA.

 

TÉLLEZ.-    (A LA CRIADA, que está a sus espaldas, sin mirarla.)  Tardará mucho en salir el doctor?

LA CRIADA.-  No, señor. Siéntense ustedes.  (Sale.) 

TÉLLEZ.-    (Apercibiendo a MISS DOLLY.)  ¡Miss Dolly!

DIEGO.-  ¡Miss Dolly, la ingrata, de cita aquí con Blasco!

MISS DOLLY.-    (Poniéndose de pie, en una turbación tal que tiene que reponerse un instante antes de hablar.)  Sí... He venido acompañando a la señorita Pura...

DIEGO.-  ¿Pura está aquí?

MISS DOLLY.-  Sí, niño Diego... Está en las habitaciones interiores...

DIEGO.-  ¡En las habitaciones interiores!...

MISS DOLLY.-  Sí, niño Diego... Vino a visitar a la señora madre del doctor Blasco... La señora sufrió un síncope... Tuvieron que llevarla adentro, con el doctor Blasco...

TÉLLEZ.-  No tiene esto nada de extraño, Diego. Pura ha venido a visitar a su madrina, a quien tanto quiere...

DIEGO.-    (Visiblemente contrariado.)  Es que mamá se lo tenía prohibido... terminantemente prohibido... ¿No lo sabía usted, miss Dolly?

MISS DOLLY.-  Algo sospechaba... Pero la señorita Pura me pidió que la acompañase, sin decirme a dónde veníamos...

DIEGO.-  ¡Caramba!... Esto es una incorrección de Pura.

TÉLLEZ.-  No tanto. Su buen corazón la ha traído aquí... Y como caballeros debemos guardarle el secreto.

DIEGO.-    (Sentándose.)  Lo que más siento es que mamá se dará por ofendida con esta escapada... Fíjate, que a ella no le faltan sus motivos, después de lo que pasó en Mar del Plata.

TÉLLEZ.-    (Sentándose también.)  Tan grave no es lo que pasó, puesto que tú has venido...

DIEGO.-  Por insistencia tuya.

TÉLLEZ.-   (A MISS DOLLY.)  ¿Por qué no se sienta usted, Miss   —347→   Dolly?  (MISS DOLLY vuelve a sentarse en la misma silla de antes en segundo término, entre el escritorio y la puerta del foro.)   (A DIEGO.)  Debíamos esta pequeña reparación a Mario. ¡Le hicimos tanto daño, y con tanta injusticia! Yo me acuso de haber sido demasiado condescendiente con sus falsos amigos... ¡Con sus verdaderos enemigos!

 

(Apenas se sentara, MISS DOLLY tomó al acaso un grueso volumen que estaba sobre el escritorio... Lo abre, mira las láminas, lo cierra violentamente, y lo pone donde estuviera, exclamando a media voz: «Schocking»!...)

 

DIEGO.-   (Que se ha apercibido de lo que pasa a MISS DOLLY.)  ¡Qué imprudencia, miss Dolly! ¿No es ese un libro de medicina?

MISS DOLLY.-   (Con voz que es un suspiro.)  Sí...

DIEGO.-   (Con fingida indignación.)  ¡Y usted miraba las figuras!... ¿Cómo se ha atrevido usted a bajar sus castos ojos de doncella sobre las desnudeces y los horrores que se ven en las figuras de un libro de medicina!... ¡Quién lo hubiera creído, Dios mío, quien lo hubiera creído!

MISS DOLLY.-  Yo no sabía de qué trataba el libro, ni que tuviera figuras...

TÉLLEZ.-   (Irónicamente sentencioso.)  La ciencia o el arte lo disculpan todo. Sólo carecen de disculpa para hacer lo que se les antoja, los que nada saben de ciencia ni de arte. ¡Pobres! No hay mayor mal que la ignorancia...  (Serio a DIEGO.)  Me decías que has venido por insistencia mía... Supongo que no te arrepentirás.

DIEGO.-  No. Mario es buen muchacho.

TÉLLEZ.-  Es más. Es un espíritu superior, a pesar de sus niñerías y candideces, ¡y por sus mismas candideces y niñerías!... Los que marchan mirando al cielo no pueden ver los pequeños accidentes de su camino en la tierra; por eso tropiezan fácilmente. Los que no levantamos la vista de la tierra, en cambio, no tropezamos nunca.

DIEGO.-  Para mí, esto es una suerte... Ninguna aspiración me compensaría de estarme dando a cada rato de narices contra el suelo.

TÉLLEZ.-  Lo peor es que a esos que llevan la vista fija en lo alto, la envidia les pone obstáculos en su camino, como una trampa para que caigan... Con Mario sus colegas fueron cobardes y venenosos, verdaderos colegas, ¡hinchados como escuerzos por el odium medicorum!

DIEGO.-  Será así... Pero debes reconocer que Ferrando y Vilana son buenos sujetos y buenos médicos; pudieron estar equivocados...

TÉLLEZ.-  Son buenos para ti y para mí, que no les hacemos sombra. Son amables amigos y serán honestos padres de familia. ¡Pero no caritativos colegas! He oído decir que nadie, después de los tenores, siente más la rivalidad profesional que   —348→   los médicos, y no sólo los de una misma especialidad, sino también de grupo a grupo, y aún de categoría a categoría...

DIEGO.-  ¿Y los jockeys... y los tenorios... y los literatos?

TÉLLEZ.-  Todos son amigos de los demás y enemigos entre sí. Sólo los vagos no tienen enemigos profesionales. ¡Hay tanto espacio para la vagancia!

DIEGO.-  ¡Qué felicidad para mí ser uno de ellos!

 

(Mientras TÉLLEZ y DIEGO siguen hablando, MISS DOLLY parece no poder resistir a la tentación de mirar otra vez las láminas del libro de medicina... Lo toma, y lo deja de nuevo, ruborizada... Espera un rato... Viendo al fin a los dos jóvenes distraídos en su conversación, acaba por abrirlo y distraerse ella también en saborear aquel pequeño fruto prohibido...)

 

TÉLLEZ.-  Hasta nosotros, los criadores, los cabañeros... ¡Si supieras los líos que se arman en cada exposición rural con motivo de la adjudicación de premios a los mejores productos expuestos, y las rechiflas y maldiciones que se llevan los jurados! Por eso yo nunca quise ser miembro del jury. Y nada te diría de esos juries que, en concursos artísticos y literarios, no juzgan ya toros, caballos y carneros, sino la fiera de las fieras, ¡el hombre!... Si alguna vez, ¡líbreme Dios de semejante desgracia! se me obligara a formar parte de alguno de ellos... ¡créeme!... antes de aceptar me aseguraría la vida.

DIEGO.-  Ya que vas a entrar en mi familia, acepta y asegúratela a mi favor, en una compañía seria, ¿oyes?... ¡Me vendría tan bien esa herencia!

 

(Pausa.)

 

TÉLLEZ.-  Diego, con todo, la vieja invidia medicorum pessima, la emulación profesional, es un sentimiento útil... Es una defensa natural e instintiva contra una posible tiranía. Es un contralor para evitar tiranos indignos... Porque un hombre que impone sus ideas es siempre un tirano.

DIEGO.-  ¡Ahora salimos con eso!... Acabarás ponderando la envidia...

TÉLLEZ.-  Veo el pro y el contra.  (Pausa breve.)  Además de ser útil a la sociedad, esa envidia profesional es útil al envidiado. Le estimula para alcanzar el triunfo definitivo. Y cuando definitivamente lo alcanza, los mismos que le tiraban piedras le queman incienso. El hombre superior es como una pelota de goma. Cuanto con más fuerza se arroja contra el suelo, más alto rebota. Tarde o temprano el egoísmo individual reconoce el mérito, por su utilidad para todos.

DIEGO.-  Más bien tarde que temprano...

TÉLLEZ.-  Cierto. Muchas veces el triunfo llega después de que el hombre perdió un brazo o una pierna en la contienda ¡y aún después de que yace tendido en el campo de batalla!

 

(Mientras TÉLLEZ hablaba, DIEGO se ha acercado en puntas de pie a MISS DOLLY, y mira agudamente sobre sus hombros el   —349→   libro que ella hojea... Absorta en su libro, MISS DOLLY no lo ha apercibido.)

 

DIEGO.-  ¡Miss Dolly!... ¡Miss Dolly!...  (Al oírle, MISS DOLLY cierra rápidamente el libro, lo deja sobre el escritorio, y se pone de pie, roja de confusión.)   (A TÉLLEZ.)  ¿A qué no te imaginas lo que leía y observaba miss Dolly en su libro de medicina?  (Dice algo al oído a TÉLLEZ, con grandes aspavientos.) 

MISS DOLLY.-    (Balbuceante de inocente vergüenza.)  ¡No!... ¡Eso no!... ¡Eso no!...

TÉLLEZ.-  ¿Cómo, eso no? Fíjese miss Dolly que usted no sabe lo que me ha dicho Diego... y «quien se excusa, se acusa.»

MISS DOLLY.-  Yo miraba... yo leía.

TÉLLEZ.-  No se afane en convencernos de su inocencia, miss Dolly. Estamos de antemano convencidos. A los chicos miedosos les gusta las historias terroríficas. A las mujeres de vida alegre las historias tristes, y a miss Dolly... las estampas de los libros de medicina.

 

(Entra por la puerta de la izquierda LA CRIADA, llevando en las manos una bandeja con un frasco. Se encamina hacia la puerta de la derecha, cruzando la escena en primer término.)

 


Escena IX

 

Dichos, LA CRIADA, después ANTÚÑEZ y por último MARIO.

 

DIEGO.-   (A LA CRIADA.)  ¿Tardará mucho el doctor?

LA CRIADA.-  No sé... Creo que no... La señora ya está mejor...  (Sale por la derecha.) 

DIEGO.-    (A TÉLLEZ, después de una pausa.)  ¿Qué te parece que nos fuéramos?... Yo tengo prisa. Me esperan en el club. Mario no tendrá ahora la cabeza como para recibir nuestra visita. Volveremos otro día. Lo que siento es dejar aquí sola, en la cueva del lobo, ¡y con sus libros llenos de figuras medicinales! a esta encantadora miss Dolly, el ángel de mis horas melancólicas...

MISS DOLLY.-  Parece increíble que el niño Dieguito tenga ánimo para darme bromas, hallándome en esta situación...

TÉLLEZ.-  No es tan crítica la situación.  (A DIEGO, después de meditar un instante.)  Tienes razón, Diego. Podemos irnos ahora, para volver más adelante. De este modo evitaremos a Pura la desagradable sorpresa de encontrarnos aquí.

DIEGO.-    (Disponiéndose a marcharse.)  Yo me lavo las manos en la cuestión de Pura.

TÉLLEZ.-  Te las lavarás en tu casa... Aquí no veo lavatorio.

MISS DOLLY.-  ¿Y yo qué hago?... ¿Qué debo hacer yo?

DIEGO.-  Esperar a la señorita y acompañarla a casa.

  —350→  

MISS DOLLY.-  Pero después, ¿qué diré a la señora?

DIEGO.-  Dígale usted lo que quiera. Cualquier cosa que haga Pura, estará siempre bien hecha.

ANTÚÑEZ.-   (Entrando por el foro y saludando profundamente.)  Ustedes perdonen, señores... La criada me ha dicho que entre aquí a esperar al doctor.

DIEGO.-  ¡También Antúñez!... Vendrá a consultarlo sobre su enfermedad crónica...

ANTÚÑEZ.-  ¡Qué enfermedad, señor de Arval? Yo me creía sano...

DIEGO.-  La enfermedad de meterse en lo que no le importa...

TÉLLEZ.-  Y de venir a donde no lo llaman.

ANTÚÑEZ.-  Vengo a traerle la cuenta del hotel de Mar del Plata al doctor Blasco. Él se enfadó cuando yo se la pasé... La rompió y dijo que no pensaba marcharse todavía a Buenos Aires... Pero se marchó el mismo día, sin acordarse de pagarla. Y yo, que he venido de Mar del Plata por otros asuntos, aprovecho la oportunidad para cobrarle esa cuentita olvidada.

TÉLLEZ.-  Y para meter las narices en su casa, curiosear un poco, y volverse al hotel con nuevas historias y chismes... ¿No es verdad, ilustre señor de Antúñez?

ANTÚÑEZ.-  No, señor Téllez, no... ¡Qué falsa opinión tiene usted de este su servidor!...

TÉLLEZ.-   (Despidiéndose.)  Espere usted ahí al doctor Blasco.

DIEGO.-    (Lo mismo.)  Y respete usted entretanto a miss Dolly, que lo detesta. ¿Ha oído usted? ¡Lo detesta! En otro tiene ella puestos sus cinco sentidos y sus mil amores.

MISS DOLLY.-   (A ANTÚÑEZ.)  No haga usted caso, señor...

DIEGO.-    (A MISS DOLLY, indicándole a ANTÚÑEZ.)  De él es de quien no debe usted hacer caso, miss Dolly.

TÉLLEZ.-   (Desde la puerta, a MISS DOLLY.)  Ya lo sabe usted, miss Dolly.  (Indicando a DIEGO.)  Si sufre usted de amores  (Indicándole a ANTÚÑEZ.) , ahí tiene el remedio...

DIEGO.-   (Interrumpiendo.)  Sólo aquí, aquí puede ponerse al nivel de un gentleman un inmigrante fondero. ¡Qué país éste, que país!

TÉLLEZ.-   (Continuando.)  ...Pues tres remedios hay para curarse de un amor desgraciado: la ausencia, la muerte y otro amor. Como Diego no piensa en ausentarse y menos en morirse, no le queda a usted más que el tercer remedio: otro amor. Coquetee usted con Antúñez y se olvidará de Diego. Amor con amor se cura.

MISS DOLLY.-  Vaya usted con Dios, señor Téllez... Estoy asegurada contra incendios.

MARIO.-   (Entra por la puerta de la derecha. Hablando bajo a PURA, que ha quedado sin entrar, del otro lado de la puerta.) . Espérame un momento, Pura... Aquí hay gente que es   —351→   mejor que no te vea...  (Cierra la puerta y se dirige a TÉLLEZ y DIEGO, saludándoles.)  ¡Hola ¡Ustedes por acá!...

TÉLLEZ.-  Pero en un momento bien oportuno...

DIEGO.-  Nos vamos y volveremos otro día...

MARIO.-  Me disculparán de que no pueda atenderles ahora...

 

(Salen por la puerta del fondo MARIO, TÉLLEZ y DIEGO.)

 


Escena X

 

MISS DOLLY, ANTÚÑEZ, y después MARIO.

 

ANTÚÑEZ.-  ¡Qué bromistas esos señores!

MISS DOLLY.-   (Sentándose otra vez junto al escritorio, en actitud displicente.)  ¡Oh! Son bromas inocentes. Están demasiado contentos de la vida para dar bromas ofensivas.

ANTÚÑEZ.-  ¿Y usted, miss Dolly, está contenta de la vida?  (Pausa, MISS DOLLY, considerando la pregunta, guarda reserva.)    (Cambiando de disposición y tono.)  No sabía que usted, miss Dolly, fuera amiga personal del doctor Blasco. Porque supongo que usted habrá venido a visitarle por su cuenta...

MISS DOLLY.-  No.

ANTÚÑEZ.-  Entonces habrá venido usted acompañando alguna de las niñas que están de consulta con el doctor...

MISS DOLLY.-   (Con energía.)  ¡No!

ANTÚÑEZ.-  Entonces, habrá venido usted con algún recado de la señora...

MISS DOLLY.-   (Turbada.)  Sí... He venido a preguntar por la madre del doctor Blasco, que está enferma...

ANTÚÑEZ.-  ¡Con que doña Laura tiene todavía atenciones con el doctor Blasco después de todas aquellas cosas que se contaban!...

 

(MARIO entra por la puerta del foro, y hace un gesto de sorpresa y desagrado al oír a ANTÚÑEZ su última frase...)

 

MARIO.-  ¿Me esperaba usted aquí, Antúñez?... ¿En qué puedo servirlo?...

 

(MISS DOLLY sale otra vez por el foro, discretamente. Supónese que se sienta en el vestíbulo, de modo que no se la ve por la puerta abierta.)

 


Escena XI

 

MARIO y ANTÚÑEZ.

 

ANTÚÑEZ.-   (Saludándole y presentándole la cuenta.)  Venía a saludarle, doctor, y a traerle la cuenta que dejó sin pagar del hotel... Pero si le molesto volveré otro día... cuando usted ordene...

  —352→  

MARIO.-  Deme usted esa cuenta.

ANTÚÑEZ.-    (Entregándole la cuenta.)  Aquí esta con el recibo.

MARIO.-    (Tomando la cuenta, mirándola y sentándose en el escritorio.)  ¿Por qué no me la mandó por correo?  (Abre el cajón del medio y saca de él un libro de cheques, donde escribe.) 

ANTÚÑEZ.-  Temía molestarlo, doctor... Como se decían allí tantas cosas, pensé que usted estaría demasiado ocupado para ocuparse de esta bagatela...

MARIO.-    (Dejando de escribir y levantando la cabeza.)  ¿Qué se decía?

ANTÚÑEZ.-    (Muy satisfecho de la oportunidad de una conversación confidencial con el doctor Blasco.)  Tonterías, doctor, tonterías sin pies ni cabeza. Mentiras de gente envidiosa, bromas de gente desocupada...

MARIO.-   (Levantándose con el cheque firmado, en la mano, curioso de oír hablar a ANTÚÑEZ.)  ¿Qué tonterías?... ¿Qué bromas?...

ANTÚÑEZ.-  Usted podría enfadarse, doctor... Son maldades que no le llegan ni a la suela de sus zapatos...

MARIO.-  ¡Vaya!... Repítamelas usted amistosamente. Tengo curiosidad de saberlas... Desde que me vine a Buenos Aires no he hablado con nadie que me las pudiera contar.

ANTÚÑEZ.-  ¡Doctor!... ¡Me pone usted en un aprieto!...

MARIO.-  Hable usted no más, con franqueza... Me haría usted un verdadero servicio con informarme.  (En su deseo de ser informado llega hasta palmearle el hombro, lo que sorprende a ANTÚÑEZ.) 

ANTÚÑEZ.-  Se decía que la señorita Zulema Rojas...

MARIO.-  No me interesa lo que se decía de la señorita Zulema Rojas.

ANTÚÑEZ.-  Se decía también que la señorita Pura...

MARIO.-  Tampoco me interesa lo que se dijera de la señorita Pura...

ANTÚÑEZ.-  ¡Esto sí que le interesa!

MARIO.-  No me interesa más que lo que se refiere a mí.

ANTÚÑEZ.-  Pues se decía que la señorita Pura estaba loca, perdidamente enamorada de usted... Me parece que esto bien se refiere a usted, y no a mí o al Papa.

MARIO.-   (Interrumpiendo impaciente.)  ¿Y qué más se decía? Cuenteme usted lo que circulaba respecto a mis relaciones con la familia de Arval.

ANTÚÑEZ.-  No me atrevo, doctor. Eran bromas, más bien bromas que calumnias, no le dijeron a la misma señora doña Laura...

MARIO.-  ¿Qué le dijeron?

ANTÚÑEZ.-   (Luchando entre la tentación y el temor de hablar.)  Le dijeron... le dijeron...

  —353→  

MARIO.-  Siéntese usted y cuente, pues, señor Antúñez.

ANTÚÑEZ.-    (Quedando de pie.)  Así estoy bien, señor doctor; gracias. Pues dijeron...

MARIO.-  Que yo me burlé de su hija...

ANTÚÑEZ.-  No, señor doctor.

MARIO.-  Que su hija se burló de mí...

ANTÚÑEZ.-  No, señor doctor.

MARIO.-  ¿Y?...

ANTÚÑEZ.-  Dijeron...

MARIO.-   (Ofreciéndole un puro en una caja que estaba sobre el escritorio.)  ¿Fuma usted?

ANTÚÑEZ.-   (Tomando el puro y guardándoselo en un bolsillo del chaleco.)  Gracias, doctor... Pues dijeron... ¡Ja, ja!... Le dijeron a la señora de Arval... que ella y usted quisieron hacer un negocito con los fondos de la Sociedad de San Vicente y el hospital. Usted se casaba con la niña, y entre suegra y yerno se repartirían las ganancias... Como el pastel se descubrió a tiempo, hubo que romper el noviazgo...

MARIO.-    (Dominando su ira.)  ¿Y quiénes decían eso?

ANTÚÑEZ.-  No sé, doctor. Algunos bromistas!...

MARIO.-  ¡Bromistas! ¡Usted los llama bromistas!...

ANTÚÑEZ.-  En este país se les llama más bien «vivos» y «locos lindos»...

MARIO.-  En este país, como en todos los países civilizados de la tierra, se llama infames a quienes dicen tales cosas.  (Entregándole el cheque.)  ¿Y sabe usted cómo se llaman aquí a los que las repiten?

MARIO.-   (Guardándose el cheque después de mirarlo.)  No.

MARIO.-   (Indicándole la puerta del foro.)  Tilingos.

 

(ANTÚÑEZ sale después de saludar profunda y amablemente, balbuceando su agradecimiento y sus excusas con frases como estas, «Muchas gracias, señor doctor... Usted disculpe, señor doctor... No lo tome usted a mal...».)

 
 

(Mientras se retira entra LA CRIADA por la izquierda.)

 


Escena XII

 

MARIO, LA CRIADA y después MISS DOLLY.

 

LA CRIADA.-  Acaban de entrar dos señores. Han insistido, mucho en verlo. Dicen que son dos colegas suyos y que ya habían anunciado su visita.

MARIO.-  ¿Usted no los conoce?

LA CRIADA.-  Sí. Ya estuvieron aquí otras veces, el año pasado...  (Sin poder recordar sus nombres.)  Me dijeron que anunciara a...

MARIO.-  Ferrando, Vilana...

  —354→  

LA CRIADA.-  Eso es. Los hice entrar al consultorio y les dije que esperen...

MARIO.-  Hizo usted bien. Voy enseguida.  (LA CRIADA sale por la izquierda.) (Asomándose a la puerta del foro.)  ¡Miss Dolly!  (Entra MISS DOLLY.)  Están aquí los doctores Ferrando y Vilana.  (Gesto de desagradable sorpresa en MISS DOLLY.)  Me parece conveniente que no se encuentren ustedes en esta casa, ni las vean salir de aquí... Yo los despacharé en unos pocos minutos. Ustedes esperarán mientras tanto.  (Indicándole las habitaciones interiores.)  En esa salita está Pura: vaya usted a acompañarla.

MISS DOLLY.-  Por favor no les diga usted...

MARIO.-   (Indicando otra vez la puerta derecha.)  Vaya usted tranquila y explíquele a Pura...  (MISS DOLLY sale por la derecha.) 

MARIO.-   (Abriendo la puerta de la izquierda.)  Pueden pasar ustedes.

 

(Entran FERRANDO y VILANA. Se saludan todos sin darse la mano. Un silencio.)

 


Escena XIII

 

MARIO, FERRANDO y VILANA.

 

FERRANDO.-  Pienso, doctor Blasco, que está en nuestro deber hablar ahora con franqueza y resolver posiciones... Mi norma de conducta ha sido siempre la verdad.

MARIO.-   (De pie, sin ofrecerles asiento.)  Pienso lo mismo, y mi conducta tuvo siempre esa norma. Por eso les he contestado a ustedes, por intermedio de su emisario, que tendría mucho gusto en recibirlos.

FERRANDO.-  Pues veníamos a felicitar a usted por la terminación del asunto del hospital. Sabemos que Rosales será condenado...

MARIO.-  Muchas gracias.

VILANA.-  Y al mismo tiempo, vengo yo a retirar mis antiguas apreciaciones ofensivas para usted...

FERRANDO.-  Hemos creído que la mejor solución del asunto era esta entrevista, no dudando que usted, en su casa...

MARIO.-  No los insultaría, ni los pondría en la puerta de la calle... Así lo he prometido. Estén ustedes tranquilos.

FERRANDO.-  Y en cuanto a la cuestión de honor, está en el interés de todos evitarán nuevo escándalo...

VILANA.-  Yo le escribiré a usted una carta, dándole la satisfacción que merece. Cumplo así con mi conciencia y con una persona que le aprecia y me lo ha pedido...

MARIO.-  Le ahorraré a usted esa molestia. Doy por terminado el asunto con sus explicaciones verbales.  (VILANA se inclina, asintiendo.) 

  —355→  

FERRANDO.-  Algo más solicitamos de usted, como colegas. Como compañeros de la facultad... Que olvide lo pasado y seamos tan amigos como siempre.

 

(Pausa breve.)

 

MARIO.-  Eso no. Si ustedes me han pedido franqueza, debo decirles que nunca fueron ustedes mis amigos y que yo nunca olvidaré lo pasado.

VILANA.-  Esto es amenazarnos con una venganza.

MARIO.-  Es sólo anunciarles que tomaré mi desquite.

FERRANDO.-  Volvemos así a la situación que desearíamos evitar...

MARIO.-  Quedamos así en la situación que ustedes han buscado.

 

(Un silencio.)

 

FERRANDO.-  ¿Puede saberse de que género será el desquite que nos anuncia?

MARIO.-  ¿Lo sé yo acaso?... Solo sé que no hay plazo que no se cumpla... La vida tiene sus ironías.  (Pausa breve.)  ¡Doctor Vilana, doctor Ferrando, tengan ustedes por seguro que alguna vez nos encontraremos cara a cara y nos hablaremos sin máscara! Y esa vez... el triunfo será mío.

VILANA.-  Veníamos como amigos...

MARIO.-  Ustedes no han sido ni serán nunca más que mis enemigos.

FERRANDO.-   (Conciliador, como si tratara de hacer entrar en razón a un niño.)  Siempre exagerado usted. O forjándose persecuciones, o levantando castillos de naipes...

MARIO.-  Rato hace que soplaron ustedes sobre mi castillo de naipes. Las cartas están esparcidas sobre la mesa. No hay ya para qué ocultar el juego. Ahora jugamos a cartas vistas.

FERRANDO.-  Es usted incorregible.

MARIO.-  Aun no siéndolo, ¡no serían ustedes quienes me corrigieran!  (Pausa breve.) 

FERRANDO.-  Habiendo tomado este giro nuestra entrevista, lo más prudente me parece retirarnos...

VILANA.-   (Con ira.)  Y esperar.

MARIO.-   (Sonriendo irónicamente.)  Esperemos.  (Al pronunciar sus últimas palabras, FERRANDO y VILANA saludan ligeramente y salen por el foro.) 

MARIO.-   (Ante la puerta de la derecha.)  ¡Pura!... ¡Miss Dolly!

 

(Entra PURA.)

 


Escena XIV

 

MARIO y PURA.

 

PURA.-   (Ante la puerta.)  Aguárdeme todavía un momentito, miss Dolly.  (PURA se da vuelta y queda un instante mirándose en silencio con MARIO.) 

MARIO.-  ¿Has oído?

  —356→  

PURA.-  Sí, a todos.

MARIO.-  ¿Fuiste tú la que pidió a Vilana?...

PURA.-  Fui yo.

MARIO.-  ¿Y conocías los cuentos aquellos de Mar del Plata?

PURA.-   (Casi sin voz.)  Sí...

 

(Pausa.)

 

MARIO.-  Pues eres muy valiente...

PURA.-   (Indicando la puerta por donde salieran FERRANDO y VILANA.)  Parece que no les has perdonado... ¡Cuánto debes haber sufrido, Mario!

MARIO.-  Sí, he sufrido mucho Pura. Y tanto, que casi he perdido mi antigua confianza en mí mismo. Ahora soy otro. Me siento también capaz de odios. No pudiendo subir hasta mí, ellos me han rebajado a su nivel.

PURA.-  Ese debe ser el peor mal que los malos hagan a los buenos: enseñarles a odiar.

MARIO.-  Y eso es lo que no les perdono, lo que no les perdonaré nunca: que me enseñaran a odiar. ¡Era tan cómodo vivir sin odiar! ¡Es tan penoso vivir odiando!

PURA.-  Quizá sea un defecto ser demasiado bueno, como eres... Su enseñanza pudiera serte provechosa...

MARIO.-  No cambio el provecho por lo que me cuesta.  (Pausa breve.)  Todavía ni se ha pronunciado el juez; se me venía a notificar un trámite insignificante...

PURA.-  Ya saldrá la sentencia... La crisis ha de pasar. Y cuando pase, volverás a ser el hombre de antes. Te encontrarás a ti mismo, como quien encuentra una joya que ha perdido.

MARIO.-  Sólo con tu ayuda... ¡Soy tan torpe para encontrar lo que pierdo!

PURA.-  Mi pobre ayuda la tendrás siempre. ¡Lo que he rezado por ti... no podrás agradecérmelo sino volviéndote creyente!

MARIO.-  Creo en ti, Pura... Eso es ya creer un poco en Dios.

 

(Un silencio. La escena se ha venido obscureciendo con la rapidez propia de una habitación casi cerrada al caer una tarde de otoño.)

 

MARIO.-   (Con voz ligeramente trémula.)  Estás pálida, Pura... ¿Qué tienes?

PURA.-  ¿Yo?... Nada.  (Pausa breve.)  ¿Conservas esperanzas de que mejore Emilia?

MARIO.-  No. Pronto me quedaré solo, completamente solo en la vida.

PURA.-  Es triste. Pero no eres el único que está solo. Muchos hay que siempre están acompañados, y sin embargo viven solos con su alma.

 

(Un silencio.)

 

MARIO.-   (Siempre, con voz insegura.)  Mucho te agradezco que hayas venido, Pura, mucho...

PURA.-  Pero más me hubieras agradecido que no viniese,   —357→   contentándome con mandar preguntar por tu madre. ¿No es cierto?  (Pausa breve.)  Dime, ¿no es cierto?  (Pausa breve.) 

MARIO.-   (Como quién habla a su pesar, casi mecánicamente, algo que tenía muy pensado.)  Pues que me lo preguntas, no debo ocultártelo... Tú perteneces a una familia con la cual no puedo tener ya relaciones cordiales.  (Silencio.)  Por ti, por mí, mejor sería que no hubieses venido.

PURA.-   (Lentamente, con los ojos bajos, como distraída.)  Por mí, me explico... ¡Pero, por ti!... ¿Qué mal puede hacerte mi visita?

MARIO.-   (Conteniendo un arranque pasional.)  ¿Para qué venir a despertar en mí ideas... y sentimientos... que pueden hacerme desgraciado?

PURA.-  No sé qué ideas o sentimientos que te hagan desgraciado puedo despertarte...  (Con femenina malicia, alzando los ojos, sonrientes.)  ¡Ah, recién me doy cuenta! Discúlpame... Mi visita te será desagradable porque te recuerdo a Silvia.

MARIO.-   (Bruscamente.)  Eso es. Has puesto el dedo en la llaga.

PURA.-   (Después de una breve pausa, esforzándose por parecer serena.)  Me voy... Es muy tarde... Miss, Dolly estará desesperada...

MARIO.-   (Tomándole ambas manos, casi sin voz.)  ¿Te vas?... ¿Te vas para siempre?... ¿No te lo decía yo, Pura?... ¿Para qué has venido a ofrecerme tu amistad, tu compasión?... ¿No pensaste que sólo serviría para exasperarme y entristecerme, esta limosna de ternura que me traes, este mendrugo de cariño que me arrojas como a un perro hambriento?... ¿Qué consuelo puedes darme tú, pobre esclava de las preocupaciones sociales que no me ofenda tanto como el desprecio de los tuyos?... ¿No ves que yo no puedo aceptar tu sacrificio y que tu gesto de caridad me duele y me enrojece el rostro como un bofetón?... ¡no ves que yo devuelvo a tu mundo por insulto por insulto, desdén por desdén, odio por odio?

PURA.-  ¡Mario!... ¡Tú no tienes el derecho de insultarme!

MARIO.-  ¡Claro!  (Ríe amargamente.)  Yo, el hombre obscuro y el desgraciado a quién la sociedad sindica de robo, el ladrón Blasco, no tiene derecho de acusar a nadie, y menos a una pobre niña que aunque lo desprecia también lo compadece!...

PURA.-  ¡Calla, por Dios, Mario, calla! ¿Estás loco?...  (Llora.) 

MARIO.-  ¿Qué tienes Pura?... Pareces enferma... tiemblas... lloras...

 

(MARIO tiende instintivamente a abrazarla... Ella se aparta con rapidez, pálida como una muerta... Y él deja caer sus brazos y se contiene con un esfuerzo doloroso, como físicamente doloroso. Un silencio.)

 

  —358→  

Escena XV

 

Dichos y MISS DOLLY.

 

MISS DOLLY.-   (Entrando por el foro, a media voz.)  No hay luz... Ya no se ve casi...  (Palpa el marco de la puerta y aprieta un botón de luz eléctrica. La estancia se ilumina. MARIO se sienta con la cabeza entre las manos.) 

MISS DOLLY.-  Señorita Pura, hace ya una hora que estamos de visita, y la señora se enojará tanto cuando lo sepa... Hace un momento estuvieron aquí el niño Dieguito y el señor Téllez...

PURA.-   (Reponiéndose, mas todavía con voz trémula.)  ¿Qué dice usted, Miss Dolly? ¿Diego y Téllez han estado aquí miss Dolly?

MISS DOLLY.-  Sí, señorita Pura. Y se fueron cansados de esperar, mientras usted estaba adentro con el doctor.

 

(Una pausa.)

 

MARIO.-  Ya lo ves, Pura. Te siguen. Nos espían... Entre nosotros no puede haber ya ni la sombra de nuestra antigua amistad. ¿No tuve yo razón en decirte que hiciste mal en haber venido?

MARIO.-  No, Mario, no tuviste razón. Ahora tampoco la tienes.  (Pausa breve.)   (A MISS DOLLY.)  Vamos, Miss Dolly.  (A MARIO, disponiéndose a salir.)  Tengo que pedirte una promesa antes de irme...

MARIO.-   (Bajo a PURA, entusiasta y al mismo tiempo ligeramente irónico.)  ¡Es todo un acto de heroísmo, Pura, haber venido a ver a mi madre desafiando la cólera de tu familia! Te lo agradeceré mientras viva. ¡Y en agradecimiento cumpliré cualquier promesa que me pidas!  (Al oído.)  Aunque sea la de tenderme en la mesa del anfiteatro, para que mis colegas me despedacen.

PURA.-  ¡Ah!... Lo que tengo que pedirte es bien poco... Que si el estado de Emilia llega a agravarse, me llames para que venga a atenderla en la hora de la muerte, como ella atendió a mi madre.

MARIO.-  Te lo prometo.

PURA.-  ¿Me das tu palabra?

MARIO.-  Te doy mi palabra.

PURA.-   (Tendiéndole la mano.)  Adiós, Mario.  (MARIO besa largamente la mano de PURA.) 

MARIO.-   (Sordamente.)  Adiós, Pura.

 

(MISS DOLLY hace una reverencia a MARIO y sale con PURA por el foro. MARIO las acompaña hasta la puerta, y, apoyándose contra el marco, las ve alejarse. Telón.)

 


 
 
FIN DEL TERCER ACTO
 
 


  —359→  
Acto IV

 

Una sala en casa de la familia de Arval. Lujo y buen gusto. Hacia el fondo, un piano, cubierto por una rica tela antigua. Profusión de luces y flores. Puertas laterales y otra al foro. Por la puerta abierta al foro se entreve un follaje de invernáculo.

 

Escena I

 

DOÑA LAURA y después MISS DOLLY.

 
 

DOÑA LAURA, vestida con un severo y elegante traje de sarao, inspecciona la sala, preparada como para una fiesta. Mueve algunas sillas, da los últimos toques a los ramos de los floreros...

 

MISS DOLLY   (Entrando por la puerta de la izquierda.)  ¡Señora!...

DOÑA LAURA.-  ¿Qué hay, miss Dolly?

MISS DOLLY.-  La señorita Pura ruega a la señora que la disculpe... Dice que no puede bajar porque tiene dolor de cabeza.

DOÑA LAURA.-  ¡Eso no es más que un pretexto!... No sé qué pueda tener esa señorita Pura de un tiempo a esta parte, con sus encerronas y sus tristezas... Cualquiera que no me conociese creería que ella es una víctima en esta casa.

MISS DOLLY.-  Tal vez esté enferma...

DOÑA LAURA.-  Y cuando le he ofrecido llamar al médico, ha puesto el grito en el cielo como si la amenazara con el demonio... Suba usted a decirle que se vista como es debido y baje a recibir a mis invitados. Vendrá alguien para ella. Si no baja tendré que ir yo misma a traerla.  (MISS DOLLY queda parada: tiene algo que decir y no se atreve.)  Vaya pronto, miss Dolly; ya es tarde y puede llegar la gente.

MISS DOLLY.-  Es que... yo quisiera... hablar con la señora...

DOÑA LAURA.-  ¡Pues despáchese usted, Miss Dolly!... ¿Qué tiene usted que decirme?

MISS DOLLY.-  Algo serio... no lo he hecho antes... Hace varios días que deseaba hablar con la señora...   —360→   No me apresuré porque esperaba que el niño Dieguito y el señor Téllez hablaran antes...

DOÑA LAURA.-  ¡El niño Dieguito! ¡el señor Téllez!... Qué tiene usted de común con ellos? ¿Qué secreto misterioso va usted a comunicarme?

MISS DOLLY.-  Se refiere a la señorita Pura...

DOÑA LAURA.-  Ahora entiendo todavía menos... ¡La señorita Pura, usted, Diego, Téllez, qué cuarteto más original!

MISS DOLLY.-  El doctor Blasco...

DOÑA LAURA.-  ¿También el doctor Blasco?... ¡Entonces quinteto!

MISS DOLLY.-  La señora había prohibido a la señorita que fuese a casa del doctor Blasco a visitar a su madrina...

DOÑA LAURA.-  ¿Habrá cometido ella semejante inconveniencia? ¡Bien se lo prohibí yo!  (MISS DOLLY guarda silencio.)  ¿Y usted, cómo se ha atrevido usted a acompañarla sin decirme nada?

MISS DOLLY.-  Yo la acompañé sin saber a dónde iba...

DOÑA LAURA.-  Usted está aquí a mi servicio. Debe hacer lo que yo mando, y no lo que manda la señorita Pura.

MISS DOLLY.-  Lo sé, señora. La señorita Pura me pidió que la acompañara, como otras veces, y como yo no le pregunto nunca...

DOÑA LAURA.-  ¿Por qué no me lo dijo usted en cuanto estuvieron de vuelta?

MISS DOLLY.-  Allí me encontré con el niño Dieguito y el señor Téllez, y pensé que ellos hablarían antes que yo...

DOÑA LAURA.-   (Se pasea agitada.)  ¡Eso no tiene sentido común!... ¡Pues no faltaba más!...  (Parándose ante MISS DOLLY.)  Dígale usted a Pura que baje inmediatamente a hablar conmigo. Ya sabe usted que estamos de comida. Ayúdela a vestirse pronto.

 

(MISS DOLLY sale por la puerta de la izquierda; DOÑA LAURA se encamina al foro.)

 

DOÑA LAURA.-  ¡Silvia!... ¡Téllez!...

 

(Entran, SILVIA y TÉLLEZ, la primera en traje de baile y el segundo en traje de etiqueta.)

 


Escena II

 

DOÑA LAURA, SILVIA y TÉLLEZ.

 

SILVIA.-   (Acudiendo presurosa.)  ¿Llamas, mamá?... ¿Quieres que yo vaya a buscar a Pura?

DOÑA LAURA.-  No, hija; ya fue miss Dolly.  (Bruscamente a TÉLLEZ.)  ¿Cómo ha podido usted ocultármelo?

TÉLLEZ.-  ¿Ocultar qué, señora?

  —361→  

DOÑA LAURA.-  El encuentro que tuvieron usted y Diego con Pura en casa de Blasco.

TÉLLEZ.-  No me pareció que fuera nada de particular...

DOÑA LAURA.-  ¡Nada de particular, que una niña vaya sola a visitar a un mozo que no está en buenas relaciones con su familia!

SILVIA.-  Pura no fue sola, mamá, sino con miss Dolly...

TÉLLEZ.-  Y fue a visitar a una señora enferma, su madrina, la amiga de su madre.

DOÑA LAURA.-  ¡Y después de las historias que todos sabemos! ¡Y habiéndole yo recomendado tanto que no fuera!  (A TÉLLEZ.)  Supongamos que en vez de usted y de Diego se encontrara allí con otros hombres, ¿cómo hubieran comentado estos hombres el encuentro en sus conversaciones de club?

SILVIA.-  Déjala tranquila cuando venga, mamá. A Pura le pasa algo. Ayer lloró la noche entera; yo la he sentido, aunque ella lo negara después.

DOÑA LAURA.-  Si yo le permitiese esos caprichos. ¿qué se diría de la educación que doy a mi sobrina?... Ya bastante nos ha molestado antes con su antojo de no salir.  (A TÉLLEZ.)  ¿No sabe usted que casi a la fuerza tuvimos que sacarla a sociedad? ¡Y todavía se ha dicho que yo quería tenerla encerrada en casa, para que no eclipsase a Silvia!

TÉLLEZ.-  Hacer caso de esas habladurías, señora, sería ponerse al nivel de los que hablan.

DOÑA LAURA.-  Pues al nivel de los que hablan vivimos. Con ellos nos codeamos y chocamos. Dependemos de su opinión, como ellos de la nuestra. Valemos por ellos, y ellos valen por nosotros.

 

(Entra FERRANDO por el foro, en traje de etiqueta.)

 


Escena III

 

Dichos, FERRANDO y DOÑA LAURA, MISS DOLLY.

 

FERRANDO.-   (Dirigiéndose a DOÑA LAURA y dándole la mano.)  ¡Hola!... Entro sin anunciarme... Cómo sabía que me esperaban y les oí conversar...

DOÑA LAURA.-  Es usted de los que no necesitan anunciarse en esta casa. ¿Está usted bien?

FERRANDO.-  Como siempre, más fresco que una lechuga. Y, por lo visto, soy el primero en llegar después del novio. Los viejos somos ahora más puntuales que los jóvenes, si es que han quedado jóvenes en el mundo.  (Dando efusivamente la mano a Silvia.)  De ustedes no hay ya que preguntar, ¡con la buena noticia que he sabido!... Porque supongo que esta comida será para participar a los amigos el acontecimiento de familia.  (Saludando a TÉLLEZ no menos efusivamente.)  ¡Mis felicitaciones, querido amigo! No se lo anuncié yo este verano, cuando   —362→   usted se creyó vencido?... Hasta creo que apostamos cualquier cosa... No se olvide usted, que algo me debe.

TÉLLEZ.-  Es verdad, doctor. Ha sido usted profeta. Es usted muy perspicaz.

FERRANDO.-  Los médicos somos perspicaces porque somos fisonomistas. ¡Estamos tan acostumbrados a leer en los semblantes de los enfermos!... Y el amor es una enfermedad como otra cualquiera.

TÉLLEZ.-   (Bajo, indicando a SILVIA.)  ¡Usted profetizó el amor donde aún no existía!

FERRANDO.-   (Lo mismo.)  Existían los síntomas precursores. Las enfermedades pueden pronosticarse a veces antes de producirse. Se producen por el estado del organismo. Aunque el bacilo de Kock anda en todos los pulmones, no todos somos tísicos. Únicamente se enferman los que no pueden resistirlo y lo mismo pasa con el microbio del amor. Anda en todos los corazones. Pero sólo se arraiga y propaga cuando el corazón está débil y triste.

SILVIA.-  ¿Me critican ustedes?

FERRANDO.-  ¡Bueno fuera!... Preguntaba para cuándo es la boda.

TÉLLEZ.-  Para fin de año.

SILVIA.-  Y después nos iremos a Europa.

FERRANDO.-  ¡Oh juventud feliz!  (Bajo a SILVIA.)  ¿Ve usted como yo he sabido ver en su corazón lo que usted misma no veía aún?...  (Alto a DOÑA LAURA.)  Y usted, señora, ¿qué me cuenta de nuevo?

DOÑA LAURA.-  ¡Que acabo de recibir un disgusto bien grande!

FERRANDO.-  ¿SE ha excusado a última hora alguno de sus invitados?

DOÑA LAURA.-  No. Sólo vienen tres o cuatro amigos de usted. Vilana, Zulema... No son los de afuera los que dan disgustos.

SILVIA.-  ¡Pero, mamá!...

DOÑA LAURA.-  El doctor es el médico de casa, y por consiguiente el amigo de la familia. Me parece que delante de él bien puedo hablar con confianza. Y más puesto que debo, no sólo disculparme de las críticas que se pueden hacer a mi autoridad sobre Pura, sino consultarlo sobre la misma Pura.

FERRANDO.-  ¿Qué le pasa a su sobrina?

DOÑA LAURA.-  Se lo diré a usted, pidiéndole reserva... No tengo otro de quien aconsejarme.

FERRANDO.-  Usted sabe Laura, que soy un viejo y sincero,

DOÑA LAURA.-  Lo sé, doctor. Mil gracias.

FERRANDO.-  ¿Está enferma Pura?

DOÑA LAURA.-  Enferma, no parece estarlo... Más valiera eso tal vez.

  —363→  

FERRANDO.-  ¿Qué le pasa entonces?

DOÑA LAURA.-  Le pasa... que contra mi expresa prohibición ha ida a casa de Blasco.

SILVIA.-  Con miss Dolly.

TÉLLEZ.-  Y a visitar a doña Emilia.

DOÑA LAURA.-  ¡Como ustedes quieran! Pero con los antecedentes...

FERRANDO.-  Que yo conozco.

DOÑA LAURA.-  Y con lo que se murmuraba en Mar del Plata...

FERRANDO.-  ¿Qué se murmuraba?

DOÑA LAURA.-  Que Pura tenía una marcada inclinación por Blasco.

SILVIA.-   (Sorprendida.)  ¿Que Pura estaba enamorada de Blasco? ¡Qué disparate!

FERRANDO.-   (Bajo y sonriendo a SILVIA.)  Mal podría usted saber lo que pasaba en el corazón de Pura, si no supo usted siquiera lo que pasaba en el suyo.

DOÑA LAURA.-  Yo me temo que algo haya de verdad en eso que se dice de Pura...  (Aparte a FERRANDO.)  Pero no pierdo la esperanza de que triunfe nuestro amigo Vilana.

FERRANDO.-    (Aparte a DOÑA LAURA.)  De usted depende.

 

(Entra MISS DOLLY por la puerta de la izquierda, y saluda con la cabeza a FERRANDO.)

 

MISS DOLLY.-  La señorita Pura dice que bajara enseguida. Ya estaba arreglándose, porque pensaba que la señora la mandaría llamar...

DOÑA LAURA.-  Está bien. Gracias.

 

(Sale MISS DOLLY.)

 


Escena IV

 

DOÑA LAURA, SILVIA, TÉLLEZ y FERRANDO.

 

FERRANDO.-   (Señalando a MISS DOLLY que se retira.)  ¿La confidente de Pura?

SILVIA.-  ¡Oh, no! Pura no hace confidencias... Yo creo que nunca ha sentido esa necesidad.

DOÑA LAURA.-  Ahí está, como un ogro, metida en su cuarto.

SILVIA.-  En estos últimos tiempos parece muy triste.

TÉLLEZ.-  ¿No conoce usted nada contra la tristeza? ¡Se haría usted inmortal si lo descubriera!

FERRANDO.-  Eso sólo se cura en toros y vacas.

TÉLLEZ.-  ¿Es incurable en el hombre?

FERRANDO.-  En las niñas la tristeza es una nube de primavera. Nube que refresca, pasa y deja el jardín más florido y oloroso que nunca.

TÉLLEZ.-  Las sonrisas son las rosas.

SILVIA.-  En el de Pura ya no hay rosas.

  —364→  

DOÑA LAURA.-  Siempre fue Pura independiente y hasta voluntariosa, y ahora está más rara que nunca...  (A FERRANDO.)  Qué le parece a usted, doctor, ¿no se me criticaría, y con razón, si yo permitiese a mi sobrina escapadas como la visita a casa de Blasco?

FERRANDO.-  Seguramente, Laura. Por eso hizo usted muy bien en prohibirlo.

DOÑA LAURA.-  Dígame usted también, doctor, ¿no debo tomar una resolución enérgica para que el hecho no se repita?

FERRANDO.-  Debe usted tomarla, si no quiere exponerse y exponer a Pura a la maledicencia pública.

DOÑA LAURA.-   (Indicando a TÉLLEZ y SILVIA.)  Pues estos señores opinan que hacer caso de las habladurías es ponerse al nivel de los que hablan...

FERRANDO.-  La sociedad es un gran mar, con sus abismos y odio con odio. Despreciar la opinión es hacerse despreciar por la opinión. ¡Y nada más peligroso!

DOÑA LAURA.-  Creernos superiores al juicio de los demás es el mejor medio de extraviarnos...

FERRANDO.-  La sociedad es un gran mar, con sus abismos, sus borrascas, sus calmas. Cada individuo es una gota de agua en ese mar. Si la gota pretende aislarse y salta sobre una piedra de la orilla, se secará al beso del primer rayo de sol.

TÉLLEZ.-  Se vuelve usted poeta. Y todo para reprobar el generoso impulso de Pura... Fue con las manos llenas de rosas y volvió con las manos llenas de espinas.

DOÑA LAURA.-  Por lo visto, no sólo Ferrando se vuelve poeta... ¡Y todo para disculpar la rebeldía de una muchacha sin experiencia, que compromete su reputación y el nombre de su familia! Porque nada más delicado que la reputación de una niña... Basta una sombra para mancharla. Basta una sospecha para ahuyentar a sus pretendientes. No sé qué pensará el doctor Vilana, si llega a saber que Pura...

FERRANDO.-  Felizmente, Vilana es un espíritu elevado y sordo a esas pequeñeces.

DOÑA LAURA.-  Aquí todos somos sus partidarios.

FERRANDO.-  Es ya un médico notable.

DOÑA LAURA.-  No dudamos que Pura acabará aceptándolo. A propósito de Vilana. Ya sabe usted que lo he invitado a comer. Nada ha contestado, aunque nos mandó una bonita canasta de claveles blancos. ¿Cree usted que vendrá?

FERRANDO.-  No lo dudo. A los médicos debe perdonársenos algún retardo. Nunca somos dueños de nuestro tiempo.

SILVIA.-  Tampoco ha venido Zulema todavía.

TÉLLEZ.-  ¡Antes de que Zulema acabe su toilette!

 

(Entra DIEGO, de «smocking» por el foro.)

 

  —365→  

Escena V

 

Dichos y DIEGO.

 

DIEGO.-   (Después de saludar con una sonrisa a TÉLLEZ, dando la mano a FERRANDO.)  Buenas noches, doctor.

DOÑA LAURA.-  Me extraña Diego, que tú tampoco me dijeras nada de la extravagancia de Pura...

DIEGO.-  Dejemos ese asunto, mamá. Yo no creo que la visita de Pura a Emilia fuera tan extravagante. Ella es mayor de edad, sabe lo que hace, y me inspira plena confianza.

DOÑA LAURA.-  ¿Y yo, tu madre, no te inspiro también plena confianza?... Pues yo prohibí a Pura lo que ha hecho. Tú, como mi único hijo varón, debiste hacer cumplir las órdenes de tu madre.

DIEGO.-  Ya le dije, mamá, que yo no quiero intervenir para nada en las cosas de Pura. Su prohibición me parece hasta ofensiva para ella. No seré yo quien se meta a hacerla cumplir.

DOÑA LAURA.-  Tus deberes, Diego...

DIEGO.-  Mis deberes de caballero y de hombre son dejar en paz a una pobre muchacha que se ha refugiado bajo nuestro techo.

DOÑA LAURA.-  Tu deber de hijo...

DIEGO.-  Dejemos de lado mi deber de hijo, pues que yo no hablo de sus deberes de tutora o madre adoptiva de Pura.

DOÑA LAURA.-  ¡Me faltas el respeto, Diego!...

 

(Pausa breve.)

 

DIEGO.-  Retiro lo dicho.

DOÑA LAURA.-   (Con reticencia y a media voz.)  Pero no puedes retirar lo que sientes. Y cuando se trata de tu madre y de tu prima... optas por tu prima. ¡Así entiendes tú el deber!

DIEGO.-  ¡Fíjese usted en lo que dice, mamá!

DOÑA LAURA.-  Tiempo hace que me vengo fijando.  (Una pausa.) 

DIEGO.-   (Con violencia.)  Más tarde nos explicaremos... No olvidemos que ahora tenemos visitas.

FERRANDO.-  Somos todos de confianza, Diego, y la señora tiene razón.

DIEGO.-    (Sin disimular su ira.)  Tiene razón, ¿en qué?

FERRANDO.-  En quejarse de Pura.  (DIEGO vuelve la espalda a FERRANDO.)  No es posible mantener el decoro de una familia si no se respeta la autoridad del jefe.

 

(Entra PURA por la puerta izquierda, en un traje de baile que realza su natural belleza y elegancia. Está algo pálida y ojerosa. DIEGO sale por el foro.)

 

  —366→  

Escena VI

 

DOÑA LAURA, SILVIA, TÉLLEZ, FERRANDO y PURA.

 

PURA.-   (Saludando a FERRANDO y sonriendo.)  Hablaban ustedes de mí... y seguramente muy mal.  (Saluda a TÉLLEZ.) 

TÉLLEZ.-  Mal... y bien.

SILVIA.-  Yo... bien.

FERRANDO.-   (Sonriente.)  Yo... mal.

PURA.-    (Después de saludar a TÉLLEZ.)  No necesitan ustedes decir más. Ya sé de qué trataban.  (Seria.)  Pues muchas gracias a los que hablaban bien...  (Sonriendo.)  y muchas gracias a los que hablaban mal.

FERRANDO.-  Aquí todos somos amigos suyos.

PURA.-  Yo no tengo enemigos.

 (A FERRANDO y TÉLLEZ.) 

DOÑA LAURA.-  ¿No quieren ustedes pasar al hall? Estarán allí más cómodos.

FERRANDO.-  Como usted disponga.

 

(Encamínanse conversando hacia el foro SILVIA, TÉLLEZ y FERRANDO.)

 

DOÑA LAURA.-   (Mirando con sus «impertinentes» el tocado de PURA.)  Tengo que hablarte seriamente.

PURA.-  A sus órdenes.

 

(Salen todos menos DOÑA LAURA y PURA. Pausa.)

 


Escena VII

 

DOÑA LAURA y PURA.

 

DOÑA LAURA.-  Dime, Pura, ¿no te hemos tratado siempre en esta casa con las consideraciones que te debíamos?

PURA.-   (Casi sin voz.)  Es cierto, tía Laura. Y usted ha sido muy bondadosa conmigo...

DOÑA LAURA.-  Al vivir con nosotros, ¿no te comprometías a obedecerme como si yo fuera tu madre?

PURA.-  También es cierto, tía Laura.

DOÑA LAURA.-  Entonces, ¿por qué has desoído mis consejos y fuiste a visitar a la familia de Blasco?

PURA.-  Perdóname, tía Laura. Emilia me escribió una carta que partía el alma, y yo pensé que debía ir... Ella cuidó a mi madre sin apartarse de la cabecera en su última enfermedad.

DOÑA LAURA.-  Excusas no te han de faltar...Yo no quiero discutir contigo. Pero el hecho es que me desobedeciste. ¿Has meditado sobre las consecuencias que puede traerte el desobedecerme.

PURA.-  Como creí que obraba bien...

DOÑA LAURA.-  No obrabas bien, Pura; obrabas muy mal.

PURA.-  Obraba según mi conciencia y mi corazón.

  —367→  

DOÑA LAURA.-  Tu conciencia y tu corazón te engañaban. Debiste más bien escribir a esa señora, sin ponerme en el caso de despachar a miss Dolly...

PURA.-  ¡Despachar a miss Dolly, después de tantos años de servicio!... ¡No vaya usted a hacer eso, tía Laura!... Yo la llevé sin que ella supiese...

DOÑA LAURA.-  De todos modos la despediré, ahora que se casa Silvia, para evitar que te acompañe en nuevas escapatorias. No quiero que comprometas más esta casa.

 

(Pausa.)

 

PURA.-  Sólo le pido permiso para ir a ver una vez más a Emilia. Ella quiere entregarme al morir unas alhajas y cartas de mi madre. Yo le prometí ir a recibirlas cuando ella me llame... ¡y cumpliré mi promesa, tía Laura, la cumpliré!

DOÑA LAURA.-  No irás, Pura, no irás. Si vas, te rebelas contra mi autoridad. Puedes prever los resultados... ¿No comprendes que esas visitas a casa de Blasco te comprometen?

PURA.-  ¿Por qué?

DOÑA LAURA.-  Se dice que tú quieres a Mario.

PURA.-  Como un amigo, como un hermano...

DOÑA LAURA.-   (Entre dientes.)  Tienes una curiosa manera de sentir tu cariño de hermana...

PURA.-  ¡Tía Laura!...

 

(Pausa.)

 

DOÑA LAURA.-  ¿Y él, Mario?...

PURA.-   (Amargamente.)  ¡Él!... ¡A él no le importa nada de mí, absolutamente nada!... ¿Acaso me ha dado siquiera señales de vida desde que fui a su casa, exponiéndome a la indignación de mi familia?... Pierda usted cuidado. Mario tiene muchas cosas en qué pensar para acordarse de mí.

DOÑA LAURA.-  Eso no me importa. Lo que me importa, ¡y no toleraré! es que vuelvas a provocar la murmuración yendo otra vez a su casa, ¿oyes? ¡No lo toleraré!

 

(Pausa.)

 

PURA.-  ¡Tía Laura! Hablemos claro. Usted está descontenta conmigo no sólo por ese motivo... sino también por otros...

DOÑA LAURA.-  Estoy disgustada, muy disgustada por tu conducta en estos últimos tiempos. Te encierras, no quieres ir a ninguna parte, no hablas casi, no me escuchas.

PURA.-   (Con suprema angustia.)  ¡Pero hay algo más, tía Laura, hay algo más!...

DOÑA LAURA.-  ¿Qué?

PURA.-  Dígalo de una vez, tía Laura... Usted quiere que yo salga pronto de aquí, que yo me case...

DOÑA LAURA.-  ¡Pura!

PURA.-  Usted quiere que yo salga de aquí, que me case... porque piensa... usted supone... algo muy feo, tan feo...

DOÑA LAURA.-  ¡Pura!

PURA.-  Usted sospecha del cariño que me tiene Diego, su hijo, mi primo, ¡mi hermano!...

DOÑA LAURA.-  Nada te he dicho...

  —368→  

PURA.-  Pero usted lo piensa, lo piensa siempre... Hace un momento, cuando yo entré a esta sala y usted discutía con su hijo, ¿qué pensaba usted? ¿qué pensaba usted de mí?...

DOÑA LAURA.-  Yo sé que eres buena, muy buena...

PURA.-   (Como delirando.)  Sí, tía Laura. No lo niegue. Usted sospecha... ¡Yo lo veo, yo lo siento, yo respiro como un veneno esa sospecha en el aire de esta casa!  (Se arroja sollozando sobre un sofá.) 

DOÑA LAURA.-  ¡Qué niña eres!... ¡Serénate!... Pueden encontrarte así las personas que vengan!...  (Pausa breve.)  ¡Pura, por Dios, haz de cuenta que nada te he dicho!...

 

(Un largo silencio.)

 

PURA.-   (Poniéndose de pie, con inusitada entereza, casi altivez.)  ¡Hablemos claro, tía Laura!... Yo estoy aquí demás.

DOÑA LAURA.-  ¡Nadie te dice semejante cosa!

PURA.-  Ya sé que nadie piensa en ponerme en la puerta. Pero esta prisa por casame...

DOÑA LAURA.-  Es por tu bien. Tú no tienes otro porvenir. Las mujeres no tenemos otro porvenir.

PURA.-  Lo sé. No tengo más que ustedes. Debiendo salir de aquí no hay más solución que el matrimonio o el convento. Y como no siento vocación religiosa, no me queda más que el matrimonio... Pues le prometo a usted casarme pronto, cuanto antes. Sólo le pido un plazo, un plazo corto. El que se da siempre para liquidar las malas mercaderías o desalojar las casas mal ocupadas.

DOÑA LAURA.-  No tomes el asunto por el lado trágico. Es sólo cuestión de casamiento...

PURA.-  Tiene usted razón. El casamiento es más bien una cosa cómica.

DOÑA LAURA.-  O por lo menos, un acontecimiento feliz, sobre todo cuando se tiene pretendientes como los tuyos. Ahí está Vilana... ¿Piensas aceptarlo?

PURA.-  A Vilana o cualquier otro... Pero deme usted, tiempo...

DOÑA LAURA.-  Todo el que necesites... Yo no quiero noviazgos improvisados de la noche a la mañana. Siempre salen mal. Recuerda lo que le sucedió a Silvia...

PURA.-  Sí... sí... No se apure, tía Laura, que yo también trataré de complacerla.

DOÑA LAURA.-  Pues para complacerme, empieza por secarte esas lágrimas... Arréglate el pelo... Pon una cara más amable a mis invitados...

 

(Antes de que termine la frase DOÑA LAURA entran por el foro VILANA, también de frac, y FERRANDO.)

 

  —369→  

Escena VIII

 

Dichos, VILANA y FERRANDO.

 

VILANA.-   (Entrando y deteniéndose.)  A mal tiempo, buena cara.

FERRANDO.-  Aquí se lo traigo... Tenía miedo de entrar.

VILANA.-    (Dando la mano a DOÑA LAURA.)  Y, por cierto, que venimos a sorprender un coloquio de familia...

PURA.-   (Sonriendo y tendiéndose a su vez la mano.)  Verdaderos secretos de familia.

VILANA.-  ...Y, para colmo, con algún retraso.

DOÑA LAURA.-  Ninguno. Todavía esperamos gente.

PURA.-  Recibimos sus claveles blancos, como heraldos, que nos anunciaban su llegada...

FERRANDO.-  La llegada del príncipe que viene a romper el encanto que mantiene triste y cautiva a la princesa de los rizos de oro.

PURA.-   (A VILANA, sonriendo.)  ¡Adelante!... Ningún dragón de fuego me defiende.

DOÑA LAURA.-    (Con visible complacencia.)  Veo que estoy de más aquí. Yo nada entiendo de encantos...

PURA.-   (Para sí.)  ¡Ni de desencantos!

 

(Se retira a segundo término hablando aparte con DOÑA LAURA. FERRANDO y VILANA quedan solos en primer término.)

 

FERRANDO.-   (Bajo a VILANA.)  Tuvimos esta tarde sesión en la facultad. Por mucho empeño que pusimos, yo y varios compañeros, la renuncia de Blasco no fue aceptada.

VILANA.-  Me lo temía. Los términos de la sentencia le son favorables... como que el juez no se contenta con condenar a Rosales, sino que absuelve a Blasco y declara que la causa no afecta su honor.

FERRANDO.-  Y la intendencia lo confirma también en la dirección del hospital, y los médicos y empleados le preparan un gran banquete... Los estudiantes, por no ser menos, le proyectan a su vez no sé qué de desagravio... Es el caso de que yo le repita a usted lo que usted decía hace un instante: «A mal tiempo buena cara.»

VILANA.-   (Sonriendo.)  Y la he puesto... La hemos puesto cuando fuimos a visitarlo, ¡a meternos en la cueva de la fiera! Voy a contarle a Pura nuestra visita, para que crea en mi buen corazón.  (Dase vuelta hacia PURA.) 

FERRANDO.-   (Alto a DOÑA LAURA.)  Parece que aquí estorbamos...

DOÑA LAURA.-  Así parece...

 

(FERRANDO y DOÑA LAURA salen por la puerta de la izquierda.)

 

  —370→  

Escena IX

 

PURA y VILANA.

 

VILANA.-  No sé qué noto en usted esta noche... Usted es otra.

PURA.-  Otra soy, en efecto... Acabo de tomar una gran resolución, de esas que generalmente solo se toman una vez en la vida.

VILANA.-  ¿Me haría usted el honor de tomarme por confidente?

PURA.-  ¡Oh, no es ningún secreto!... Siéntese usted para oírme mejor...  (Ambos se sientan.)  He resuelto casarme.  (Pausa.)  ¿Halla usted extraña esta resolución?

VILANA.-  La resolución, no, a usted la hallo extraña.

PURA.-  ¿A mí?

VILANA.-  A usted... Porque hasta hace poco tiempo me decía usted que no pensaba casarse.

PURA.-  He cambiado de opinión.

VILANA.-  Habrá usted encontrado un hombre que le guste...

PURA.-  Todavía no lo sé.

VILANA.-  ¿No quiere... no ha querido usted a nadie?

PURA.-  Se lo he dicho ya otra vez.

VILANA.-  ¿Y se acuerda usted lo que yo le repuse?

PURA.-  Me acuerdo. Que el amor me sorprendería cuando yo menos lo pensara.  (Pausa breve.)  Pues hasta ahora se ha equivocado usted: el amor no me ha sorprendido.

VILANA.-  Según lo que usted entienda por amor. Ha leído usted demasiado Pablo y Virginia y Rafael. Esa lectura romántica le ha sugerido una falsa idea del amor en nuestros tiempos.

PURA.-  ¿Sí?...

VILANA.-  El amor no es ya un torbellino ni un abismo. Es lo que usted ha visto en Silvia: la amistad razonable, el aprecio fundado... Cuando un hombre y una mujer son amigos y se estiman, el amor viene después, con el casamiento. Y ese es el amor verdadero y durable, el amor del corazón y la cabeza... El otro por mucho que se le idealice, no es más que el amor de los sentidos, ¡el viejo diablo metido a fraile!

PURA.-  Poco a poco voy creyéndolo así...

VILANA.-  Y acabará usted por creerlo completamente.  (Emocionado.)  Entonces se resolverá usted a aceptar el hombre que siempre la quiso, el único hombre que verdaderamente la ha querido...

PURA.-  ¿Usted?

VILANA.-  Sí; yo.  (Una pausa.)  Usted se formó últimamente en Mar del Plata un mal juicio de mí. Creyó usted que, por motivos indignos, era yo capaz de hacer una guerra sorda a su amigo el doctor Blasco... Pues bien, debo confesarle ingenuamente   —371→   que me equivoqué respecto de Blasco. Su amigo era inocente de la imputación que se le hizo...

PURA.-  ¿Lo han declarado así los jueces?

VILANA.-  Sí. ¿No lo sabía usted? La noticia ha salido hoy en todos los diarios, y, por cierto, que en términos elogiosísimos para él...

PURA.-  Yo no leo los diarios.  (Para sí misma.)  ¡Y él, no haberme escrito una palabra!

VILANA.-  Por ciertos indicios, y sobre todo por aquello que usted me dijo, ¿recuerda? ya antes de que saliera la sentencia, yo pensé que ella sería favorable a Blasco. Y fui a su casa a darle amplias satisfacciones... ¿Está usted contenta de mí?

PURA.-  Ha cumplido usted con su deber, Vilana.

VILANA.-  ¿Acaba usted entonces, por desechar las prevenciones que tenía contra mí y por reconocer la rectitud de mis sentimientos y de mis procederes?

PURA.-  Sí.

VILANA.-  Gracias. Da usted ahora el primer paso para quererme, Pura... Y usted llegará a casarse conmigo, como se lo he pronosticado, y será muy feliz, ¡se lo prometo!

PURA.-  Es posible. Con ese casamiento, no se lo debo ocultar, daría yo un gran gusto a mi familia y hasta una feliz solución a ciertas cuestiones enojosas... Pero deme usted tiempo para pensarlo, Vilana.

VILANA.-  Le doy a usted todo el tiempo que quiera, pues cuanto más lo piense usted, más seguro estoy yo de la victoria.

 

(Entra ZULEMA por el foro, muy apresurada, envuelta en una lujosa «salida de baile».)

 


Escena X

 

Dichos y ZULEMA.

 

ZULEMA.-   (Besando cariñosamente a PURA.)  ¡Aquí me tienen ustedes!... Entro de la calle, pregunto dónde está Vilana, Ferrando me dice al oído que se halla de gran conferencia con Pura...  (Dando la mano a VILANA.)  y me vengo directamente hasta aquí, sin sacarme el abrigo ni detenerme, para ser la primera en felicitarlos.

VILANA.-  Le agradecemos la intención. Pero todavía...

ZULEMA.-  ¡Todavía!... Me contesta usted como Blasco, cuando creyó comprometerse con Silvia... ¡Tenga usted cuidado! Mire que esa contestación es de mal agüero... Pas de chance!

PURA.-  Estás sofocada, hija... Vete a sacarte el abrigo.

ZULEMA.-   (Encaminándose a la puerta de la izquierda.)  Espérenme ustedes, que ya vuelvo... Tengo muchas cosas que decirles.  (Sale.) 


  —372→  

Escena XI

 

PURA y VILANA.

 

VILANA.-  ¡Qué afán casamentero el de Zulema!

PURA.-  Quiere casar a todo el mundo... y no principia por casarse ella misma.

VILANA.-  Eso sería más difícil... En todo caso, intenciones no han de faltarle.

PURA.-   (Sonriendo.)  Tiene la manía de felicitar. Y lo cierto es que a juzgar por ciertos antecedentes, sus felicitaciones resultan a veces de mal augurio, como ella misma recordaba...

VILANA.-  Por lo menos son de mala intención. Es ella como el perro del hortelano...

 

(ZULEMA entra por el foro, habiéndose ya despojado del abrigo. Corre hacia el piano, lo abre, se sienta y ataca brillantemente la «Marcha Nupcial» de Mendelsson. Luego entran DIEGO, SILVIA y TÉLLEZ.)

 


Escena XII

 

Dichos, ZULEMA, DIEGO, SILVIA, TÉLLEZ y después DOÑA LAURA y FERRANDO.

 

DIEGO.-  Pura, ¿qué hay de verdad en la noticia que nos acaba de dar Zulema?

SILVIA.-  ¿Es cierto, Pura?

FERRANDO.-   (Entrando por la puerta de la izquierda.)  ¡Hola, hola!... ¡Con que esas teníamos!...

DOÑA LAURA.-   (Siguiendo a FERRANDO.)  ¡Lo esperábamos doctor Vilana, aunque no tan pronto!

VILANA.-  Me sorprenden ustedes.

PURA.-  No; esto no es más que una picardía de Zulema...

DIEGO.-  Ella nos ha dicho que se acaban de comprometer ustedes.

PURA.-   (Llamando.)  ¡Zulema!

 

(ZULEMA se levanta del piano y acude al llamado.)

 

FERRANDO.-   (A ZULEMA, sonriendo.)  Venga usted, mentirosa, a rendir cuentas de su mentira.

ZULEMA.-  ¿Qué mentira?...  (A VILANA y PURA.) . Por la manera de contestar de ustedes yo supuse... y como todas se casan en esta familia...  (Haciendo ademán de bendecir.)  Silvia con Téllez... Pura con Vilana... Creo que hasta la señora con Ferrando...

DIEGO.-   (A ZULEMA.)  ¡Cómo sentirá usted no ser de la familia!

 

(Todos ríen.)

 

PURA.-   (Ligeramente irritada, a ZULEMA.)  ¿De dónde has sacado que yo me case con Vilana?

  —373→  

ZULEMA.-  Por tu contestación, como te he dicho. Por lo menos creí que estabas comprometida a medias...

PURA.-  Yo no entiendo eso de comprometerse a medias... O se da o no se da palabra de casamiento.

ZULEMA.-  Sin embargo, nada más general que los compromisos a medias. Hasta creo que son una especialidad de esta tierra... Pero tienes razón, Pura. A mí no me agradaría tampoco eso de estar a medias de novia... Me suena como estar a media ración.

FERRANDO.-  Siempre será mejor que el ayuno forzado...

DIEGO.-  Mala cosa es el ayuno, Zulema. Llena la boca de bilis...

 

(Todos ríen.)

 

ZULEMA.-   (Riendo a carcajadas.)  Pues ya están galantes ustedes conmigo...

DIEGO.-  De tanto hablar de media ración y de ayuno, me han despertado ustedes el apetito...

ZULEMA.-  ¿El apetito de qué?...

DIEGO.-  Ya debe ser hora de ir a la mesa...



Escena XIII

 

Dichos, MISS DOLLY y después UN CRIADO.

 

MISS DOLLY.-   (Ante la puerta de la izquierda, bajo a DOÑA LAURA.)  He hecho servir la comida, señora.

DOÑA LAURA.-  Podemos pasar al comedor.

 

(MISS DOLLY sale, y todos los demás se disponen también a salir por el foro, FERRANDO con DOÑA LAURA, TÉLLEZ con SILVIA y DIEGO con ZULEMA, cuando entra por ahí un criado con una tarjeta en una bandeja de plata y se la presenta a PURA.)

 

DOÑA LAURA.-   (Al CRIADO.)  ¿Qué es eso?

EL CRIADO.  Un señor que pregunta por la señorita Pura.

DOÑA LAURA.-  ¿No le ha dicho usted que no podemos recibirlo porque tenemos invitados?

EL CRIADO.  Sí; pero ha insistido tanto...

PURA.-   (Después de leer la tarjeta, al CRIADO, muy turbada.)  Hágalo usted pasar al escritorio y dígale que me espere.  (EL CRIADO sale por el foro. Pausa.)  Es el doctor Blasco...

ZULEMA.-  ¡Blasco!  (Con intención de incomodar a VILANA y a FERRANDO.)  Es ahora l'homme du jour. ¿Han visto ustedes que elogios le prodigan los diarios? Hoy no he leído menos de dos o tres columnas de ponderaciones.  (Haciendo como si leyera.)  Es un carácter austero, un trabajador incansable, una gloria de la patria... Los médicos del hospital y los estudiantes de la Facultad le ofrecen grandes manifestaciones públicas, que él rehúsa porque su modestia está a la altura de sus méritos...

FERRANDO.-   (Vagamente irónico.)  Los verdaderos hombres de ciencia son siempre modestos.

  —374→  

VILANA.-  Nosotros nos felicitamos de que al fin se haya hecho paso la verdad...

PURA.-   (A DOÑA LAURA.)  Blasco viene a verme de parte de Emilia... Tal vez me trae las cartas y alhajas de mi madre... Le pido permiso para recibirlo, tía Laura...

DOÑA LAURA.-   (Secamente.)  Y yo te niego ese permiso.

PURA.-  Entonces, tendré que ir a recibirlo en la puerta de calle...

DOÑA LAURA.-  ¡Pues no faltaba más!... Mándale preguntar lo que quiere...

PURA.-  He dado orden al sirviente de que lo haga pasar al escritorio.

DOÑA LAURA.-   (Tocando con el timbre eléctrico.)  En mi casa, nadie da órdenes más que yo.  (Al criado que se presenta por la puerta de la derecha.)  Diga usted a ese señor que la señorita Pura no puede recibirlo.

EL CRIADO.    (Indicando la habitación que se supone a la derecha.)  Ya lo he hecho pasar, señora... Está ahí esperando...

DOÑA LAURA.-  Dígale de mi parte que se retire...

PURA.-  Tía Laura. Eso no puede ser. Es el hijo de Emilia.  (Interponiéndose entre EL CRIADO y la puerta.)  No.

DOÑA LAURA.-   (Al CRIADO.)  ¿No ha oído usted?

DIEGO.-  Mamá, Blasco es mi amigo.

TÉLLEZ.-  Y el mío.

VILANA.-   (A DOÑA LAURA.)  Es amigo de todos, señora...

FERRANDO.-  No debemos proceder tan violentamente, querida Laura... Sin necesidad de que lo reciba Pura, ¿no puede ir alguien a ver lo que desea?

DIEGO.-  Eso me parece mejor. Iré yo.  (Sale por la derecha, y EL CRIADO por el foro.) 

TÉLLEZ.-   (Bajo a SILVIA.)  Yo he venido a visitarla a usted, Silvia, a usted sola. Tengo mucho que decirle, y veo que estamos perdiendo el tiempo aquí y escuchando lo que no nos importa...

SILVIA.-  Vámonos a la antesala.

 

(Salen por la izquierda.)

 


Escena XIV

 

DOÑA LAURA, ZULEMA, FERRANDO, VILANA y después DIEGO

 

ZULEMA.-   (A DOÑA LAURA.)  Acaso ese señor Blasco tendrá que decir a Pura algo reservado y confidencial.

DOÑA LAURA.-   (Bajo y severamente a PURA.)  Ya ves los resultados de la visita.

ZULEMA.-   (Que ha sorprendido la recomendación de DOÑA LAURA a PURA.)  ¿Qué visita?  (Silencio.) 

PURA.-  Mi última visita a Emilia.

ZULEMA.-  ¿A Emilia, la madre de Blasco?... ¿Has tenido   —375→   tú el valor de ir a la casa de Blasco?... ¿Y no perdiste la cartera?

VILANA.-  Usted sabe, Zulema, que Blasco es un caballero y un amigo de Pura.

ZULEMA.-  Yo también hago justicia a Blasco. Era una broma... Peores las gastan ustedes conmigo.

 

(DIEGO entra por la puerta de la derecha y la cierra detrás de sí.)

 

DIEGO.-    (A PURA.)  Mario quiere hablar de cualquier modo contigo.  (Señalando la derecha.)  Te espera ahí.

DOÑA LAURA.-   (A DIEGO.)  Pues Pura no puede recibirlo. Vuelve a que te diga para qué la quiere.  (DIEGO no se mueve.) 

PURA.-  Es el último favor que le pido, tía Laura. Déjeme ir...

DOÑA LAURA.-  Ela mi casa no se ha faltado jamás a las conveniencias...

ZULEMA.-   (ZULEMA a PURA.)  Piensa en lo que dirá el mundo, si acudes así al primer hombre que te llama.

FERRANDO.-  Aquí no hay más que un pequeño mal entendido, bien fácil de solucionar si procedemos con prudencia...  (A DOÑA LAURA.)  ¿Por qué no va usted misma, Laura, y trata de hacer entrar en razón a ese mozo? Será un nuevo sacrificio que usted haga por la educación de los suyos.

DOÑA LAURA.-  No podría... Me ofendió tan gravemente...

ZULEMA.-   (Después de acercarse a la puerta de la derecha y aplicarle el oído.)  ¡Schit!...  (Pausa breve.)  Se pasea como una fiera enjaulada de un extremo a otro del cuarto...  (Pausa breve.)  Parece que está muy nervioso...

DIEGO.-  Y no es para menos. Hacerlo entrar, negarse después a recibirlo, mandarle un emisario...

DOÑA LAURA.-   (A FERRANDO.)  ¿Por qué no va usted en mi nombre, doctor?

FERRANDO.-  ¡Yo!... Imposible. He tenido mis pequeños disgustos con Blasco... Además, no soy de la familia.

ZULEMA.-   (A DOÑA LAURA.)  Si usted quiere, Laura, voy yo...

DIEGO.-  Sería el mejor modo de ponerlo pronto en fuga.

ZULEMA.-   (Riéndose.)  ¡Insolente!

DIEGO.-  Usted no me ha dejado concluir... De ponerlo en fuga: pero con una flecha de Cupido clavada en medio del pecho.

VILANA.-  Yo no me ofrezco a recibir al doctor Blasco, porque soy el menos indicado...

PURA.-  Es inútil que nadie se incomode. Ha venido a verme a mí...

DOÑA LAURA.-  ¡Pura!...

DIEGO.-  Me parece que también yo estoy aquí de más...  (Sale por la izquierda.) 

FERRANDO.-  Lo mismo nosotros...  (Quiere salir con VILANA.) 

  —376→  

DOÑA LAURA.-  Quédense ustedes. Se lo ruego... Ayúdenme a convencer a esta niña.

PURA.-  Estoy convencida de antemano... Blasco ha venido a verme... y yo voy...  (Quiere salir por la derecha.) 

DOÑA LAURA.-   (Amenazándola, tomándola de la muñeca.)  ¿Te olvidas que estás todavía en mi casa?

 

(Se abre la puerta de la derecha y se presenta MARIO, que saluda gravemente con una inclinación de cabeza. Un largo silencio.)

 


Escena XV

 

DOÑA LAURA, PURA, FERRANDO, VILANA y MARIO.

 

MARIO.-   (Articulando lentamente, como quien quiere ser comprendido en pocas palabras.)  Siento interrumpir a ustedes, señores, y les pido disculpa...

DOÑA LAURA.-  ¡Se ha atrevido usted a venir a mi casa sin mi consentimiento!... Le ruego que se retire.

MARIO.-  ¡Señora!... He pasado mi tarjeta a la señorita Pura Brest y el portero me ha hecho entrar. Vengo a pedido suyo y de mi madre. Seré breve.  (A PURA.)  Cumplo mi promesa, Pura. Mi madre está en sus últimos momentos y quiere verte.  (Pausa breve.)  Pero... en tu interés, debo hacerte presente que si vienes, no se te perdonará en tu casa...

PURA.-  No importa.

DOÑA LAURA.-  ¡No irás con él!... Eso sería descabellado...

PURA.-  No es descabellado, tía Laura: es mi deber. Al morir mi madre me encargó que quisiera y respetase a Emilia como a ella misma. Ahora Emilia me llama. Es este el primero... y el último pedido que me hace. Debo obedecerla. Podría acompañarme miss Dolly...

DOÑA LAURA.-  ¡Pura!... Te prohíbo que salgas, ¿has oído?... Te prohíbo que des un escándalo y faltes a tu nombre!...

PURA.-   (Siempre con firmeza y aparente tranquilidad.)  Perdóneme, tía Laura. Esta vez no puedo obedecerla.  (Pausa breve.)  ¿Permite usted siquiera que alguien me acompañe?

DOÑA LAURA.-  No. Si sales, sales escapada, contra mi voluntad y para no volver nunca a esta casa.  (Pausa breve.) 

MARIO.-  El tiempo urge, Pura. Decídete por ti misma. Yo nada puedo aconsejarte.

FERRANDO.-  Razonemos un poco, Purita. Usted es una niña buena, muy buena, demasiado buena... Por eso no se da cuenta de la maldad del mundo. Yo, que soy viejo amigo suyo, le aconsejo que no desafíe la maledicencia.

VILANA.-  Usted, Pura, se forja además deberes que no existen. Su mamá, al morir, sólo le recomendó que tuviera cariño   —377→   y respeto a su señora madrina; peo no que le sacrifique su nombre y su porvenir...

MARIO.-    (A FERRANDO y VILANA, sin poder refrenar un gesto de menosprecio.)  Creo que nadie les consulta. Pura es bastante inteligente para comprender lo que valen los consejos de ustedes. ¡Sólo se da un consejo noble cuando se tiene un alma noble!

VILANA.-  ¡Usted nos provoca!

MARIO.-  No deseo provocar a nadie. Hago, sí, constar que sólo a espíritus perversos puede ocurrírseles dudar de la virtud de una niña, porque honra a la memoria de su madre y va a darle el último adiós a una pobre mujer que la llama al morirse.

FERRANDO.-  ¡Mida usted sus palabras, doctor!

VILANA.-   (Fuera de sí.)  ¡Recuerde que cualquiera que haya sido el fallo de sus jueces y nuestra benevolencia, la opinión pública no le da a usted el derecho de insultarnos!

MARIO.-   (Perdiendo también el dominio de sí mismo.)  Hago constar que sólo a dos miserables puede ocurrírseles que un hombre honrado como yo, aproveche la agonía de su madre para atentar contra el honor de una niña que acude a despedirla con sus caricias y sus lágrimas.

 

(Se hace un silencio, tan intensamente dramático, que parece esperarse un grito...)

 

FERRANDO.-    (Con voz trémula.)  Ya ve usted, Pura, el hombre a quien quería confiarse. Aprovecha la presencia de señoras para insultar a sus pares, sino a sus superiores.  (A DOÑA LAURA.)  Señora, ¿no lo oye usted? Puede usted arrojarlo de su casa como a un perro.

MARIO.-   (Inconscientemente declamando en su exaltación.)  Como un perro es usted quien debiera ser arrojado de cualquier casa honesta. ¿Cuáles son sus méritos, cuáles sino una rastrera simulación de competencia y el saber difamar a quienes, mejor preparados, pudieran arrancarle su máscara y su pan?...

VILANA.-  Esto es demasiado  (Llama.)   (A DOÑA LAURA.)  Llamo a su sirviente, señora, para que ponga en la calle a quien la insulta al insultar a sus amigos.

MARIO.-   (A VILANA.)  ¿Se cree usted ya con derechos de dueño y señor en esta casa por sus pretensiones a casarse con Pura?... Pues sépase usted que si ella lo acepta, sera como una última tabla de salvación en el naufragio de su vida. En el ondo de su alma, diga lo que diga, ella le desprecia. Sabe perfectamente que usted es capaz de todas las villanías.

VILANA.-  Usted me dará cuenta de sus insultos...

MARIO.-  ¿Qué?... ¿Otra vez la ridícula comedia de un duelo?... ¡No, señor mío! Esta vez seré yo quien se rehusa a batirse... ¿Sabe usted por qué? Porque lo considero a usted indigno. ¡Y sepa usted también que este es un motivo sincero y no como fue el suyo, un pretexto cobarde!

 

(Atraídos por las voces de la disputa han entrado sucesivamente, por la izquierda, TÉLLEZ, SILVIA, DIEGO, MISS DOLLY.   —378→   TÉLLEZ se coloca junto a MARIO, y DIEGO entre FERRANDO y VILANA. MISS DOLLY ha quedado ante la puerta, sin atreverse a adelantar.)

 


Escena XVI

 

Dichos, TÉLLEZ, SILVIA, DIEGO y MISS DOLLY.

 

TÉLLEZ.-  ¡Mario!

DIEGO.-   (Casi al mismo tiempo.)  ¡Blasco!

DOÑA LAURA.-   (A MARIO, próxima a desfallecer.)  ¡Retírese usted!... ¡Retírese usted!...

PURA.-  Yo me voy con él.

DIEGO.-  Yo te acompañaré, Pura.

PURA.-   (Como sin saber lo que dice.)  ¡No, me voy con él, sola con él!...

SILVIA.-  ¡Pura!... Piensa en nosotros, piensa en mí...  (Un silencio.) 

MARIO.-   (A VILANA y FERRANDO, bajando la voz.)  Ya lo ven ustedes. ¿No les anuncié yo que todo plazo se cumple y que la vida tiene sus ironías? Sin que la busque, me ha llegado la hora de la venganza. Y mi venganza es más grande que un bofetón o una estocada. Es el desprecio. No necesito la sangre de ustedes, ¡me basta la vergüenza!

VILANA.-   (A PURA.)  ¿Será usted todavía capaz de seguirlo, Pura?

PURA.-  Sí.

MARIO.-   (A VILANA.)  Y ésta es la mejor de mis victorias.

DOÑA LAURA.-  Si te vas con él no vuelves a mi casa... Te separas para siempre de tu familia y de tus amigos... No te queda más solución que la calle y la deshonra...

MARIO.-  Disculpe usted, señora... Otra solución le queda...  (A PURA, vibrante de emoción.)  Pura, tú eres libre y yo te ofrezco mi nombre y mi vida. ¿Quieres dejar este mundo de vanidades y mentiras y vivir conmigo un mundo de trabajo y de verdad?...

 

(PURA se cubre la cara con ambas manos. Reclina la frente sobre el pecho de MARIO y estalla en sollozos de pasión y de júbilo.)

 

DIEGO.-  Tiene razón Mario. Aquí está su triunfo y su venganza...

MARIO.-  El mejor triunfo de la vida de un hombre es encontrar la mujer que lo comprenda.

 

(MARIO y PURA salen por la derecha.- Telón.)

 




 
 
FIN DEL DRAMA
 
 


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