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Nosotros. Tomo II, núm. 8, marzo de 1908

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ArribaAbajo La nave

Hans Friedrich


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No me detendré a juzgar la tragedia: se ha publicado y todos pueden hacerlo. Sin embargo, la impresión que su lectura da, es que ninguno de los oyentes pudo comprender las intenciones de D'Annunzio.

Los críticos más amigos del poeta, los que más se regocijaron con el triunfo, han debido creer al leer La Nave, que era, o una mistificación, o un enigma, y esto se nota en los artículos que de Italia nos llegan.

No es que pretenda afirmar que La Nave se halla desprovista de mérito: digo y sostengo, y nadie me podrá contradecir después de haberla leído, que no puede ser comprendida a la primera audición, y que, si se exceptúan los muy contados, doctos en historia veneciana, nadie está en grado de comprenderla ni siquiera a la centésima, necesitándose para ello de estudios especiales. La consecuencia, pues, de esto, es que los aplausos y el suceso que obtuvo, débense a causas que nada tienen que ver con el valor de la tragedia. Estas causas son muchas: la voz de que el poeta se había propuesto persuadir a los italianos de la necesidad de poseer una marina   —98→   poderosa; la belleza del espectáculo y acaso de la música; y, probablemente, muchas otras más. Un fenómeno de sugestión.

Antes de todo: ¿La Nave es un drama?

Drama es la representación de una acción: si hay la acción, dice Aristóteles, hay el drama, aun cuando falte el carácter, mientras que la expresión de los caracteres, nunca dará de por sí sola un drama. Acción es el fratricidio, la muerte de Sergio por mano de su hermano Marco, y allí converge el drama, a pesar de las partes que no tienen razón de ser en la acción, sino únicamente por el significado alegórico que tiene en vista el poeta. El fratricidio es motivado por el odio oculto de Basiliola, que trata de vengar con él el horrible suplicio infligido a su padre y a sus hermanos. Para lograr su intención, Basiliola disimula, y logra enamorar, tanto a Sergio, el obispo, como a Marco, el tribuno. Entregándose luego a Sergio, llama sobre él la cólera y los celos de Marco, y de ahí el desafío y el fratricidio. Consumado el delito, el remordimiento se apodera de Marco, que resuelve alejarse de la patria para siempre, e ir, en su nave, en busca de aventuras en países lejanos. En cuanto a Basiliola, expía, dándose voluntariamente la muerte, el crimen del que ha sido la causante.

Hay, por consiguiente, un drama, una acción, y todas las partes que Aristóteles exige en el drama perfecto.

Pero el juicio cambia si se considera que Basiliola es un personaje simbólico, y el símbolo da igualmente razón del primer episodio, que de otro modo no se enlazaría a la acción.

Es, pues, un drama simbólico, y como tal no puede juzgarse con arreglo a los criterios comunes: es una forma de arte propia de D'Annunzio, sin ejemplo hasta el día. Shakespeare no la usaba; mas no es hacer crítica decir que Shakespeare no es D'Annunzio. Cada cual da la que puede o le place.

D'Annunzio se propuso componer una acción en que se reflejara la historia de Venecia, ciudad de la que celebra el nacimiento, y lo consiguió, poniendo en el año 552 hechos y personajes de muy distintas edades. De este año, en que coloca   —99→   D'Annunzio la acción de su drama, la historia no recuerda sino un solo acontecimiento, la llegada de Narsete a la isla de Rivo-alto, donde hizo edificar dos iglesias. Absurdo sería creer que el poeta poseyera algún documento especial del que sacara el drama. Los documentos relativos a aquel período oscuro de la historia de Venecia son muy contados (la crónica Altinate, la de Dándolo, la vida de los Dux de Sanudo, la crónica justiniana, las enumeraciones de las familias vénetas, Procopio, Pablo Diácono, Ana Comena, etc.), y todos muy conocidos. Pero son indispensables algunas indicaciones.

Es sabido que durante las invasiones barbáricas, muchos prófugos de las ciudades de tierra firme se refugiaron en las lagunas, y que de tales prófugos se compuso la población de Venecia. La laguna véneta forma una especie de arco del cual unas largas lenguas de tierra que la separan del mar, serían como la cuerda. Estas islas llámanse los lidos. Pero, a más de los lidos, esparcidas en el seno del arco surgen algunas más, siendo el grupo de mayor importancia el que tiene como centro la isla de Rivo-alto o Rialto. Los prófugos en principio, como los bárbaros eran dueños de la tierra firme, buscaron asilo en los lidos, las islas más lejanas del continente, que cierran la laguna, y allí se detuvieron unos trescientos años. Sólo cuando se vieron asaltados por mar, dejaron los lidos y se refugiaron en las islas internas de la laguna, siendo la ciudad que surgió en esas islas la que más tarde fue llamada Venecia. En Rialto, isla que dio nombre a la ciudad, en principio, ya desde el 421 surgía una iglesia rodeada de 24 casas. Por tal motivo, son dos las fechas de la fundación de la ciudad de Rialto, llamada después Venecia: el 421 y el 814. Esta última es la fecha histórica, pues en ese año el dux Participacio trasladó de Malamoco a Venecia el asiento del gobierno. Mientras tanto, entre 452, año de la invasión de Atila, y 814, la vida de los vénetos se desarrollaba en los lidos. En principio, Grado, donde se habían refugiado los prófugos de Aquileya, era la ciudad más importante: allí, con los prófugos, llegó también en 452, el obispo Segundo. Nicetas, su sucesor, al retirarse Atila, volvió a Aquileya. En 480 el obispo Marcelino acompañado de muchas familias de Aquileya huyó nuevamente   —100→   a Grado para salvarse de los godos; y también, huyendo de los longobardos en 568, allí refugiose Palulino, hasta que Helia, su sucesor, eligió a Grado por asiento episcopal. Contemporáneamente en otros lidos, otros prófugos se habían establecido. Heraclea y Malamoco, surgieron más tarde.

En 552, año de la acción de la tragedia, Grado, en el lido homónimo, es la ciudad más importante, dependiendo del obispo de Aquileya, que aún no reside ahí. La diaconisa Ema representa en el drama como la sombra del obispo aquileyense. En otras partes de las lagunas surgen centros poblados, sobre todo en los lidos; pero cada lugar elige su tribuno, viviendo independientes los unos de los otros. Una confederación entre ellos no se había todavía establecido. Grado era la ciudad principal, pero no la capital, por cuanto, no sólo no había asociación, sino también porque el gobierno reconocido por los prófugos era aún el de Constantinopla, y por eso los jefes seguían llamándose tribunos. Sin embargo la dependencia de Bizancio era tan sólo nominal, pues hacia el año 500 Casiodoro, en la carta a los tribunos de los marítimos, habla de los vénetos como de gente libre e independiente.

El espectáculo que la laguna presentaba está con diligencia descrito en la didascalia. Compárense con la descripción d'Annunziana estas palabras de Molmenti: «Veíanse aquí y allá los muros de las salinas... Encajonados entre diques y canales para que sintiesen mejor la acción de la marea, extendían los molinos los rayos de sus ruedas... y entre las casas, sobre los techos, sobre el espejo tranquilo de la laguna, en aquella paz de líneas y matices, levantábanse las velas de los buques.»

También está pintada en el prólogo la vida de los habitantes. Capitanes de buques que llevan sal a Rávena; marmoleros, molineros, pilotos, fabricantes de órganos; el maestro de las aguas, etc., allí vemos agitarse los tipos que constituían en la época la población de la isla. La catedral en construcción es Santa Eufemia de Grado; el arengo, o plaza de la asamblea popular, con la silla de piedra del tribuno, es el de la misma ciudad.

El piloto recuerda el sitio de Roma y la defensa de Belisario:   —101→   es el gran acontecimiento de la época, del que los vénetos tenían noticia por haber con sus naves ayudado a Belisario. Hablan también de las crecientes de los ríos, y sobre todo de la llegada de Narsete, de la familia Faledra, y del tribuno depuesto y cegado junto a sus hijos: en una palabra, el tiempo, los lugares y todos los acontecimientos necesarios para la comprensión del drama están expuestos y descritos con bastante diligencia. Esta parte no sería tan prolija en un drama antiguo: hoy en día es indispensable. Los nombres son históricos, y de los que más ilustres se harán en los tiempos posteriores. Grático era el apellido antiguo de los Gradenigo, originarios de Aquileya; Falerdo (Faledro) es la forma latina de Faliero.

Esta célebre familia era oriunda de Fano; sin embargo, en un documento en que se narra que en 421 los paduanos enviaron a Rialto tres cónsules para fundar una ciudad, el primero de estos cónsules lleva por apellido Falerdo. El documento no es auténtico, pero antiguo, y demuestra la existencia entre los vénetos, ya desde los primeros tiempos, de ese apellido. Los Faledros se llamaban también Anafestos (y no Anastasios, como dice Sanudo), y el primer dux de Venecia, que por consejo del obispo de Grado eligiose en Heraclea en 697, fue Lucio Polo Anafesto, que otros leen Paoluccio Anafesto. Probablemente era de la misma familia, Orso, el tercer dux, que mereció del emperador el nombre de Ipato y del que es como un reflejo el Orso Faledro de la tragedia. Fue muerto, y su hijo Teodato, que trasladó la capital de Heraclea a Malamoco, también fue depuesto y cegado. Los otros tres hijos ciegos que en la tragedia aparecen, se deben también buscar en la historia posterior de la familia. De Tracia vino la familia Emo, a la que pertenece la diaconisa; de Mitilene llegaron los Maganessi (Jorge Magadiscio). Ya desde principio, entre los emigrados de Aquileya se formaron los dos bandos, el de los partidarios de los griegos, y el itálico, representados en el drama, el primero por los Faledros y el segundo por los Gráticos, facciones que mantuvieron a los vénetos en discordia sangrienta por más de 300 años, hasta la fundación de Rialto en 814. Fueron cegados los dux   —102→   Teodato, Fabricio, Galla Gaulo (Gauro en el drama), Monegario, etc., todos ellos en los primeros tiempos.

Aquel cuadro, pues, de Orso con sus cuatro hijos, a quienes a más de los ojos les fueron arrancadas las lenguas (?), sino cronológicamente, es exacto históricamente. Esta nota no podía faltar en un drama representativo de la vida primitiva de los vénetos.

Entonces casi no se hacía expedición o viaje sin traer a Venecia el cuerpo de algún santo. Las reliquias de los santos protectores de Grado, Sergio y Baco, las trajeron consigo los obispos de Aquileya, y fueron más tarde depositadas por el obispo Orso, en la iglesia de San Pedro en Castillo, catedral de Venecia hasta 1807. La costumbre anotada la encontramos en la tragedia. También era común la costumbre de excavar en las ruinas de Aquileya y de las demás ciudades destruidas, a fin de hallar tesoros o reliquias, e igualmente ha sido señalada por D'Annunzio.

En una palabra, el poeta busca los rasgos más salientes de la vida veneciana de aquellos tiempos primitivos, y los adapta en sus cuadros sin cuidarse de la cronología y atendiendo únicamente a dar una impresión exacta de conjunto de todo aquel largo período. Y la impresión, sin duda, es justa. No es la historia del año 552, sino la de todos aquellos siglos, y está hecha con tanto arte, que, o con Orso o con Grático se podrían identificar todos los dux de Venecia, aproximadamente hasta el año 1000. Esto prueba que la obra es seria y que hubo de costarle a D'Annunzio no poco trabajo. No aparece en la tragedia el título de dux, porque sólo en 697 empezó a usarse; pero las alusiones son evidentes.

El poeta llama Grática a la facción opuesta a la Grecánica, y es que el programa de tal facción varió con el tiempo. En los primeros siglos la lucha se entabló entre los partidarios de los griegos y los amigos de la independencia; más tarde a los favorecedores de los griegos se oponen los partidarios de los francos. El dux Juan Gabbaio (787) asociose a su hijo Mauricio en el marido, y a la muerte del obispo de Olivolo (Venecia), hizo elegir por medio de la violencia a Cristóbal Damiano, a pesar de las protestas del pueblo y del patriarca   —103→   de Grado. Este hecho y otros semejantes se reflejan en la tragedia en la elección de Sergio, el hermano de Marco Grático. Juan encarga a su hijo Mauricio el castigo del patriarca, y Mauricio lo hace arrojar de una torre. Hechos de tal especie los recuerda vagamente el duelo de los hermanos, Marco el tribuno y Sergio el obispo.

El poeta inventa, pero guiado por la historia. La lucha entre las dos autoridades, la eclesiástica y la civil, no fue menos duradera ni menos encarnizada que la entablada entre los grecánicos y los itálicos o gráticos, y si el poder civil está representado en Grático, el eclesiástico se personifica en Sergio. Madre de ambos, es la diaconisa Ema, la iglesia de Grado: madre de Grático, porque se debe al obispo Cristóbal y a sus consejos la elección de un dux que mandara a todas las ciudades de la laguna; madre de Sergio porque el obispo de Venecia (antes llamado Olivolense y luego del Castillo, por un castillo que surgió en la isla de Olivolo, y que, según la leyenda, remontaba a la edad troyana), fue sufragáneo del patriarca de Grado hasta el siglo XV, en que el papa Nicolás V trasladó el patriarcado a Venecia.

Entre las dos autoridades Basiliola representa Venecia, la ciudad y el pueblo, éste último hasta que dure el régimen democrático. Las didascalias parecen afectadas, pero no lo son si se advierte que Basiliola es la personificación de la ciudad más bella del mundo, la que Byron llamaba la segunda querida de todos los poetas.

«He traído conmigo una extravagancia nunca vista sobre las aguas» -repite dos veces al principio, «y tal extravagancia es la ciudad de Venecia que ha de surgir, y especialmente su gran monumento San Marco». «Llevo al altar una ampolla votiva con la imagen de San Marco que ora entre camellos, llena del óleo que arde sobre su sepulcro». «San Marco que ora entre camellos» es una alusión al estilo de la célebre iglesia, una mezcla de bizantino y de árabe.

El estado y la iglesia eran democráticos, siendo el pueblo quien elegía al obispo, y de ahí los amores de Basiliola con Marco y Sergio.

A página 68: «Ella avanza hacia los hombres y los mira.   —104→   Detiénese frente a un véneto de alta estatura que sobresale por encima de los demás de toda la cabeza» . «Me has llamado por mi nombre» -le dice. En efecto, entre los prófugos había también descendientes de los antiguos vénetos, y es uno de estos quien la llama por su nombre: Basiliola, pequeña reina, Venecia.

«Tú apacientas las yeguas lupíferas cerca del Timavo» -continúa. Los vénetos se habían refugiado en Equilia, que así llamábase por los caballos que allí se criaban.

Ellos todavía eran idólatras, debiendo ser seguramente el de Belén el ídolo al que hace alusión Basiliola. Esa frase: «El hermano la prostituye a los griegos» , es una referencia a las ayudas continuas que los vénetos proporcionaban a los griegos en calidad de mercenarios, especie de prostitución. En el carácter de Basiliola se refleja admirablemente aquella mezcla de razas y cultos de su población primitiva: romanos, griegos, ilirios (vénetos); como también aquella voluptuosidad que hace de Venecia un pedazo de Oriente. Considérese también su afición por las fiestas, por los bailes, por el carnaval.

En cierta ocasión está por revelarse: «Sabrás, sabrás quién soy» . Su nombre es Diona, madre de Venus o Venus misma, porque Venecia surge del mar como surgió Afrodita. Aquellos dados que caen son una alusión a la leyenda del oráculo de Gerión, que mandaba arrojar los dados de oro en la fuente de Abano.

Sus túnicas son los lidos verdes y el mar. Cuando en el primer episodio deja caer la primera, aparecen como dos mamas: los brazos quedan en sus vainas de varios colores, unidas en alto mediante una hilera de pequeñas listas que brillan al sol sobre la piel. Es cual aparecería Venecia en aquel entonces a quien entrara en la laguna a través de los lidos: las mamas son las dos islas de Rialto y Olivolo, ésta con su castillo, aquélla con su antigua iglesia; las listas pequeñas son las islas menores que las circundan; la vaina en que permanecen aún ocultos los brazos es el mar.

Esta es aproximadamente la significación simbólica de Basiliola, cuya llegada anuncia el piloto con las palabras.

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«La sirena está en la laguna» . Su cinturón, como ella le dice a Marco al final del primer episodio, bien vale una corona.

El primer episodio debió ser modificado en la representación. Sin embargo el símbolo es allí tan claro, tan evidente, que no podían nacer equivocaciones a Fosa Fuia es la que encontramos en Dante, en el capítulo XII del Infierno, en que son castigados los tiranos violentos contra sus súbditos, hallándose más o menos sumergidos en la sangre según la gravedad de su culpa. Como alrededor de la fosa dantesca andan centauros flechando, así alrededor de la fosa de La Nave andan arqueros. La significación es idéntica: en la fosa de Dante están los tiranos «che dier nel sangue e nell'aver di piglio» , y que el pueblo mató. En la tragedia d'Annunziana Basiliola representa la muchedumbre enfurecida que castiga a sus tiranos. En efecto, algunos de los muertos por Basiliola son identificables fácilmente. Galla Gaulo (Gauro) es el que urdió la conjuración contra Teodato, hijo de Orso, y que le sucedió en el poder, habiendo sido en el mismo año depuesto y cegado. Dos otros nombres de dux, víctimas de la muchedumbre, son Gabbaio y Centránico. Probablemente con alguna paciencia podrían identificarse todos los restantes, muertos por Basiliola.

Venecia, trozo del paraíso, en tales revoluciones, muy frecuentes en los primeros tiempos de la ciudad, en que las masas alzábanse feroces y lujuriosas cual Basiliola, transformábase en una especie de círculo dantesco, y esto quiso significar el poeta, tomando de Dante, y precisamente del canto XII, el de los violentos contra el prójimo, el adjetivo de fuia, lleno de significación, sin que ello importe afectación o arcaísmo. Basiliola misma, esto es, la ciudad, el pueblo, es quien les lanza sus flechas a los arrojados en la fosa. La escena tiene el horror y el sabor de los espectáculos que simboliza. Basiliola no es allí un ser humano: es una fiera como toda multitud embravecida.

Traba puede significar o el patriarca Helia, o la orden de los carmelitas que del profeta Elías pretenden descender: sea como sea, representa los eclesiásticos que en nombre del   —106→   Evangelio predicaban la paz a la muchedumbre, echándole valientemente al rostro su ferocidad. Las alusiones al profeta Elías son evidentes.

Marco Grático, el poder civil, aparece en seguida, cuando ya está hecha la justicia. Traba lo incita a dar muerte a Basiliola, es decir, a oprimir la multitud y a suprimir la democracia. Es el consejo que en ocasiones semejantes dan al poder todos los hombres de orden: matar, oprimir, tiranizar.

En la última parte del episodio Basiliola trata de encender la ambición de Marco, y alude al hecho de mayor importancia de los primeros períodos de la historia véneta, la toma de Constantinopla efectuada por Dándolo, el viejo dux, también él cegado por los griegos.

En el segundo episodio está pintada con los colores más vivos una orgía en el templo mismo. Toda la historia del patriarcado veneciano con sus cismas, sus herejías, su corrupción, sus reformas, sus luchas con el poder civil que terminaron con el triunfo de éste último, está allí representada con arte pareja a la erudición. Pero el comentario resultaría demasiado extenso. Basiliola, el pueblo republicano, ora es partidaria del obispo, ora del dux, y se goza en ver al uno vencido por el otro. Las luchas, finalmente, en el tercer episodio parecen cesar, y desde entonces se desahoga la actividad de la República en empresas gloriosas. La varadura de la nave no tiene otro significado. La muerte de Basiliola es hermosísima: aquella cabeza entre llamas es Venecia en la gloria de sus puestas de sol.

He indicado algunas de las significaciones más claras del drama; para las demás, y son innumerables, requeriríase particularizar con exceso. El tema ha sido desarrollado con gracia y arte no comunes, y si no en los teatros, La Nave vivirá como obra literaria de un valor sobresaliente. Es la obra de D'Annunzio concebida con mayor seriedad de intenciones, obra original, de inspiración y erudición aunadas, destinada a restablecer la fama del poeta, y a ganarle también las simpatías de quienes hasta el día no le han sido favorables.

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Los versos son bellísimos; nobles la lengua y el estilo; admirables las imágenes. Para que se hiciera popular se necesitaría una cultura histórica demasiado superior a la común. Es, pues, natural, que la crítica quede confundida frente a una obra semejante.

Paréceme que lo dicho es suficiente para incitar a cualquier entendido a emprender un estudio más completo y reposado, que yo no me he propuesto hacer. Sin exageración se puede empero afirmar, que un volumen apenas bastaría.



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