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ArribaAbajo De mi villorrio

Versos de Luis C. López


Enrique J. Banchs


He abierto este libro a la media noche, desganadamente, como alguien que ahíto de sensaciones suaves, desaira el roce lánguido y sedante de unos cabellos infantiles. He abierto la obra y pronto fui forzado de avizorar el espíritu; asombrarlo luego con amable inquietud, y hacerlo entrar por fin en este libro, mitad callejuela rancia, ajetreada de vulgares vaivenes, mitad camino de campiña, de campiña olorosa cuando es diciembre.

Porque éste es un libro original. Imaginad, si podéis, un prado sentimental, con un molino color humo que hace gestos cansados, y un arroyo que en los cromos lo pintan de plata, y un vientiño mañanero que rompe las rosas rosadas y un cielo -azul, morado, pizarra-, donde las nubes se han dado cita y en manso coloquio cambian fábulas banales, y allí, arrastrando la lengua de plata de la esquila, una vaca grande, de ubres pesantes y perfiles embotados: La Vaca Vulgaridad.

Ese señor López, que hace versos en la lejana Colombia -Colombia está más lejos que París-, tiene un exquisito, un sedeño, un suprasensible temperamento y tal vez por eso, no hurta a su verso el detalle prosaico, sucio, vulgar que madura en todos los minutos. A lo mejor se pone a labrar un sándalo y se llega una señora de trazas feas -la tilinguería, la vanidad, la ventre-à-terre de las gentes- y porque sí, porque se le da la gana, le saca los cinceles de las manos, y ¡claro! el poeta que quería hacer una rosa de olor, da suelta a un poco de ironía, a un poco de sátira epigramática, que el epigrama es insulto desalentado y queja que se sonríe...


Oye, amada muy mía, me voy tornando obeso,
como un abad. El bruto del Alcalde asegura
que me tiene rollizo lo sabroso del queso;
y, ponte muy contenta: soy amigo del cura...



Y más tarde:


... Ni qué tú, desgreñados los tirabuzones
de tus cabellos, busques nuevas sensaciones
con algún dependiente de Lanman y Kemp.



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Y también dice:


... (Ya no me río
de ti, Rubén Darío).



Oíd, todavía:



... Hombre de pelo en pecho, rubio como la estopa
rubrica con la punta de su machete y por
la noche cuando toma la lugareña sopa
de tallarines y ajos, se afloja el cinturón...

Su mujer, una chica nerviosamente guapa,
que lo tiene cogido como con una grapa
gusta de las grasientas obras de Paul de Kock.



En Mitin, la colectiva estupidez, salida de madre, arma fiero zipizape que la guardia pretoriana se encarga de docilizar a punta de bayoneta, y el poeta -como no soy apóstol del Derecho- contempla desde un tejado, la furia de los hombres tranquilamente, con toda la frialdad de un erudito.

Más allá se le ocurre:



... Ciñendo rica sotana
de paño, le importa un higo
la miseria del redil,

Y yo, desde mi ventana,
limpiando un fusil me digo
¿Qué hago con este fusil?



Bien quisiera multiplicar las citas, pero me toca el temor de que esa tarea por lo larga, resulte tela de Penélope. Bastan, tal vez las que tengo desengarzadas de este libro muy breve, para que adviertan muchos, una de las facetas más típicas del psiquismo del autor.

Es posible que alguien diga que en esos versos no encuentran poesía, porque López no exorna las cosas con muselinas de irrealidad. Es posible que diga: zagala ventruda, si ventruda la ve, y quizás acierta, que las zagalas de todos los días, no son como las del Arcipreste, fermosas, garridas é loçanas. Como quiere Epitecto, López acepta las cosas como son, no como se desean.

Quizás la poesía de esta índole bien revela un poco de tedio, un mucho de ese fastidio, que la siempre materia infiltra en nuestros espíritus cuando éstos se rinden a las plantas graves de Nuestra Señora la Tristeza. Quizás la poesía de esta índole bien revela arraigada desilusión, pero decidme si esta desilusión que da en hacer versos no es la ilusión de la desilusión, como la locura de Alonso de Quijano, era la razón de la sinrazón.

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Yo quiero bien a esta poesía y la quiero alabar, porque sabe despertar en nuestro retablo subjetivo rica variedad de imágenes y suscitar contrastes, acicates del pensamiento analizador, porque siembra exotismos y estrambotismos que habilitan para nuevas sensaciones dormidas células cerebrales y porque a ratos insinúa lineamientos tan vagos, que nos inducen a acentuarlos, a darles colorido y ademoleración, según el estado de nuestros ánimos, pues el poeta no quiere imponernos su imagen hecha y derecha, no quiere que la miremos simplemente, sino que la sintamos y la creemos junto con él, y así lo vemos esquiciar un personaje y cada lector aporta a la escena las bambalinas propias de su espíritu.

Esta poesía con sus vaguedades, sus salidas de tono, sus afinamientos y sus contradicciones, refleja -tal un espejo- el espíritu del hombre, siempre indeciso, siempre incoherente, siempre voluble, enigmático y misterioso como un trípode délfico.

¿Aceptáis la tabula rasa? Bueno, es una tabula rasa, pero sobre ella no se fijan los caracteres, no se labran, antes bien danzan en loca farándula, de suerte que rara vez logramos sorprenderlos en reposada, serena actitud.

No hagáis caso, por favor, a esos señores que os dicen: Este hombre es bueno, este hombre es franco. Digan mejor: Este hombre tiene momentos de bondad, este hombre tiene momentos de franqueza. Luciano y Catulo os harán el elogio de la virtud y a línea corrida escribirán un epigrama brutalmente puerco. O, digan mejor, si quieren, este hombre es virtuoso en esta época, como Sócrates, cuya virtud a ratos se nos hace dudosa, era el hombre más virtuoso en tiempos de Alcibíades.

No creamos, por consiguiente, que la razón pueda sintetizar en fórmulas algebraicas, esa paradojía y esa incoherencia de nuestro espíritu y lo muestre al examen uniforme e íntegro. (El concepto uniformidad, no responde a cosa o cualidad existente. Aceptamos el término por incapacidad y pobreza de nuestros medios para establecer diferencias). Pero ocurre que la educación intelectual, la robustez del pensamiento y la norma de conducta ideológica -que también la hay- apaguen temores y deseos y aduerman las larvas de locura espiritual. Zenón no temió a Antígono, porque pensaba que no debía temerlo. Talvez en un huequecito de su corazón alzaba plegaria a los númenes poderosos para que velaran por la integridad de su cuerpo maltraído.

Revenons à nos moutons.- El autor de este libro tiene a menudo la buena virtud de corporalizar con admirable justeza en los duendes del abecedario las sensaciones de perfiles más huidores, de tornasolados más nimios, de alitas más frágiles e impalpables. Y advierto que a prima vista muchas de sus imágenes no admiten explicación que apague la curiosidad.

Acostumbra escribir la impresión primitiva, no siempre mesurada, más bien que la impresión destilada en los tamices de la lógica. Así os dirá que la voz de las campanas semeja peinar ternuras canas; que por la carretera la diligencia camina como si jugara al ajedrez; que el barbero trabaja alegre como un vaso de   —325→   vino moscatel; que la cigüeña de la hortaliza ordeña la ubre del cangilón. Y tantas más que no quiero citar.

Pienso que esos atrevimientos son sinceros. Y si alguien viera asomar por allí, una caperuza de fumistería, yo la aconsejaría que malgrado la repulsión de ambos términos, hiciera concordar sinceridad y fumistería en la creencia de que esta última se funda en recursos estéticos sinceramente concebidos.

Las imágenes de que hablo dos líneas más arriba, nacen súbita y espontáneamente y no se conforman a las cualidades relativas más visibles entre dos objetos, entre dos seres, sino que penetran, por fenómeno más bien instintivo que intelectual, los atributos íntimos o convencionales, que resisten a comprobaciones físicas: el ala de la materia. De esta suerte, si al hablar de un labio, nuestros padres decían a la invariable, labio de coral, conformando la imagen a la sensación que primero les hería o al menos la más cuerda: la del calor; si nosotros sentimos mejor, o más habilidad tenemos para expresar el sentimiento, bien pudiéramos decir, refiriéndonos a un labio de niño: labio de corola de lirio. -¡Pero el lirio no es rojo! -dirá alguien. -No señor, el lirio no es rojo, pero existe una inefable simpatía entre una hoja de lirio y un labio de niño.

A los dos les atribuimos pureza, tersura, delicadeza, y no sé qué gracia ingenua, qué dulcedumbre que acariciadora tiembla en la de ambos comba fina. Hay colegialas que parecen gorriones y hay hombres que parecen bueyes mansos. Cuando os sorprende una de estas analogías, es inútil razonar, que el razonamiento no os dará satisfacción... y creed en la excelencia de los temperamentos que perciben la espiritualidad de la cosa antes que la cosa misma.

Si mi pluma no fuera de tanto rato cautiva de este libro, que me ha dejado ocasión de insinuar algunas frases sobre asuntos de poesía, hablaría tal vez, de la emoción de este poeta ante el paisaje, pero más quiero dejar a él la palabra y a vosotros el comento. Leed y sentid:




De tierra caliente


Flota en el horizonte opaco dejo
crepuscular. La noche se avecina
bostezando. Y el mar, bilioso y viejo,
duerme como con sueño de morfina.

Todo está en laxitud bajo el reflejo  5
de la tarde invernal, la campesina
tarde de la cigarra, del cangrejo
y de la fuga de la golondrina.

Cabecean las aspas del molino
como con neurastenia. En el camino,  10
tirando el carretón de la alquería,
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marchan dos bueyes con un ritmo amargo,
llevando en su mirar, mimoso y largo,
la dejadez de la melancolía...






Una viñeta


Tarde sucia de invierno. El caserío,
como si fuera un croquis al creyón,
se hunde en la noche. El humo de un bohío,
que sube en forma de tirabuzón,

mancha el paisaje que produce frío,  5
y debajo de la genuflexión
de la arboleda, somormuja el río
su canción, su somnífera canción.

Los labradores, camellón abajo,
retornan fatigosos del trabajo,  10
como un problema sin definición

y el dueño del terruño, indiferente,
rápidamente, muy rápidamente,
baja en su coche por el camellón.



Se me ocurre que por poco que se repitiesen los libros de la índole del que nos ocupa -que es un libro bueno sin llegar a la maravilla- se trocaría, y en lo muy hondo, el carácter de la literatura joven de Colombia, donde la poesía, en manera especial, se enriquece a diario, con labor asidua de múltiples astros de luz más o menos larga.