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ArribaAbajo La mesa1

G. Martínez Sierra





I

Vestida está de lino,
como un altar, la mesa.
En la blancura del mantel, los iris
del cristal centellean.
-Sal y tesoro de policromía  5
por la munificencia
de nuestro amigo el sol, que nos regala
una sonrisa a cambio de un poema.
Fresca en la jarra el agua, y rojo el vino,
a ser diamantes y rubíes juegan,  10
y los claveles blancos
que te envió un poeta,
recuerdan desde el ánfora
con su fragancia intensa,
amistad, versos y palabrería  15
fragante como ellos. En la cesta
de mimbres, duerme el pan; duerme el silencio
en la estancia; en espera
de que tú le despiertes
con la vibración trémula  20
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de tu reir, duerme también el aire
sobre la clara estrofa, que en la mesa
están ritmando pan, lino, claveles,
cristal, plata, fragancia y agua fresca.
Humilde estrofa de la cotidiana  25
felicidad, discreta
cómplice del vivir ilusionado,
ara de paz que, sonriendo, esperas
a que vengamos a gustar los dones
de tu pan y tu amor, ¡bendita seas!  30


II

-¿Sabes, poeta loco,
a qué saben las fresas?
-¿A cariño?
-¡No tanto!
-¿A gloria?  35
       -No lo aciertas.
Saben al saboreo
de esa emoción secreta,
y tenue, y fugitiva,
que hace vibrar al alma cuando sueña  40
que las palabras que le están diciendo
con la más elegante indiferencia
llevan dentro un latido
cordial, y si pudieran
florecerían en claveles rojos  45
de honda y apasionada reverencia.
-¡Sutil estáis, mi amiga!
-¿Te burlas?
       ¡No por cierto! En primavera
están muy en su punto  50
las interpretaciones de la ciencia
sentimental, y plácenme tus pláticas
sobre textos de amor ¡dulce maestra!
-¡No hablábamos de amor!
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       -Dame el azúcar  55
Y la nata.
-¿No es cierto que las fresas
parecen corazones chiquitos,
y da miedo morderlas?
-¡Pero saben tan bien!  60
       -¡Materialista!
...Así la charla va sobre la mesa
corriendo y desgranándose
con paz de arroyo sobre una pradera.
Hoy las fresas, mañana las naranjas;  65
la dorada corteza
del pan, que trae olor a jaramago
y evocación de aldea;
las guindas -¡huerto a orillas
del río y su frescura mañanera!-;  70
la miel, en cuyos oros
está el runrunear de las abejas
entre las matas de romero y salvia,
bajo la calentura de la siesta;
las manzanas que cantan: ¡Romería!  75
Todo está en todo, y todo en el poema
del humilde vivir, es buena estrofa
si el alma emocionada lo comenta.
¡Ay, amada!, que ríes y comprendes:
por la emoción serena  80
con que la simpatía de tu gozo
perfuma y dora estas
humildes refacciones que tú llamas
«comidas de muñeca»;
por la felicidad, que se hace verso  85
sobre el blanco mantel de nuestra mesa;
por la gloria del agua,
por la gracia del pan, por la madeja
de ilusiones que enredan nuestros ojos
y que nuestro cariño desenreda,  90
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por todo esto, quememos nuestro incienso
antes que pase nuestra primavera,
y recemos agradecidamente:
-¡Vida, bendita seas!


III

...Estos pocos amigos  95
han venido a sentarse a nuestra mesa.
Si la soledad es grata,
la compañía es buena;
si el silencio es amable,
inestimable es la funambulesca  100
perlería de la palabrería
que surte loca, llena
de entusiasmo, encendida, paradójica,
del fondo de estas almas de poeta,
como un florecimiento, como una  105
lluvia de primavera
que fanfarronamente desgranase
sobre la gloria de las frondas nuevas
todo su peregrino
diamantear de estrellas.  110
Como es noche de junio, las ventanas
del comedor están todas abiertas,
y el aire que ha pasado
sobre las ya floridas madreselvas,
nos trae el buen olor de los jardines  115
recién regados; y esta
caricia perfumada
con su misterio nuestra charla aquieta.
Desenvuelve el silencio
su espiral, y la vuelta de la rueca  120
de la vida hila un siglo o un segundo
¡quién lo sabe! -Alguien reza
como si suspirara -¡Hermosa noche!
-¡Ay, amada!, en las lentas
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nocturnas comuniones  125
con hostia de emoción, por la serena
fragancia del suspiro
que sube de la tierra,
¿a dónde van las almas de los cuerpos
que están en torno de la misma mesa?  130
¿por qué jardines vagan?
¿que mieles saborean?
¿Cómo será la lumbre de los ojos
porque cada una de estas bocas tiembla
al decirle a la noche: -¡Hermosa noche!?  135
¿Dónde estará dormida la quimera
de cada desvelado pensamiento?
Tú, callando, respetas
el misterioso instante, y cuando tornan
las almas a conciencia,  140
sonríes, recogiendo en las sonrisas
que a la tuya contestan
la rosa espiritual del enigmático
florecimiento. Amiga de poetas
eres, y confidente de locuras:  145
cuando partes el pan de nuestra cena,
tus manos pequeñitas
son aves mensajeras
de algún sereno prometer. Bien creo
que la noche te ha dado de su hermética  150
ciencia la clave, y sabes el secreto
de los luceros y de las estrellas,
y que por eso el pan que nos repartes
duerme las inquietudes y despierta
los sueños, y hay un florecer de rosas  155
y hay un rocío de palabras buenas
en las almas de estos pocos amigos
que han venido a sentarse a nuestra mesa.

Madrid, noviembre de 1907.