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Libro tercero

Arrepentimiento

[113]

                                                                                                                                                                                     

I

 
   Al caer de una tarde de primavera
de Milmanda tendido por la pradera
               viose un corcel,
y era tal su carrera precipitada,
que abarcar no podía bien la mirada 5
               quién iba en él.
 
   Su galope en las rocas repercutía,
imprimiendo en la arena que removía
               huella feroz,
y elevando de polvo tal remolino, 10
que semeja en las alas de un torbellino
               rayo veloz.
 
   Al contacto violento de su herradura
chispas incandescentes la roca dura
               deja en pos de él; 15
y es su tensión tan grande del pecho al anca,
que un abundante chorro de espuma blanca
               baña su piel.
 
   La flecha disparada por la ballesta
al impulso del brazo que alas le presta 20
               no corre más; [114]
dilatada la boca, tendido el cuello,
cual las fojas de un cíclope, de su resuello
               se oye el compás.
 
   En su rápida marcha camina ciego, 25
su rasgada pupila vertiendo fuego
               centelleador,
gotas de sudor frío, su crin mojada
y su cóncava y fiera nariz hinchada
               rojo vapor. 30
 
   La noche de Walpurgis el grifo alado
va del vértigo menos arrebatado,
               menos aún.
Sobre las verdes cumbres movible mancha,
ya semeja una tromba, ya una avalancha 35
               que alzó el simún.
 
   Y cada vez más raudo corre y se agita,
y más en su carrera se precipita
               fiero el trotón,
en tanto que a sus ojos desencajados 40
pasan bosques, llanuras, yermos, poblados
               en procesión.
 
   En vano su jinete con ruda mano
le retiene en la brida, probando en vano
               parar su pie; 45
que el indómito bruto, fiero, vehemente,
en su afán incesante ni nada siente
               ni nada ve.
 
   El árbol a su paso se inclina grave,
los vientos se separan y húyele el ave, 50
               que un grito da,
y cuanto tras él queda o enfrente tiene
parece preguntarse: ¿De dónde viene?
               y ¿adónde va?... [115]
 
   Iba ya en su carrera desatinada 55
de un precipicio horrible por la pendiente
               loco a rodar,
cuando el corcel, cayendo desalentado,
muerto quedó, su boca de sangre hirviente
               vertiendo un mar. 60
 
   Y al espantoso choque que produjera,
el que firme en la silla se sostuviera
               de ella saltó,
y exánime en la arena rodara inerte,
sin un próvido amparo que allí la suerte 65
               le deparó.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
   La tarde en el ocaso turbia se hundía;
las sombras avanzaban, la luz moría.
               sonó un cantar...
¡Ay!... ¡Era Magdalena que caminaba 70
por una oculta senda que al bosque daba,
con doña Dulce en brazos a su aduar!
 

(Choza en un bosque; sobre un haz de paja duerme un niño. En primer término DOÑA DULCE, desmayada. A un lado, MAGDALENA. La escena aparece iluminada por la luna.)

 
DOÑA DULCE    ¡Oh, Dios mío!... ¿Dónde estoy?
¿Quién sois, mujer bienhechora?
MAGDALENA Estáis en mi aduar, señora; 75
mas no os importe quién soy. [116]
DOÑA DULCE    Os debo la vida: quiero
vuestro nombre conocer.
MAGDALENA Ocultarlo es mi deber;
vuestra salud es primero. 80
¡Oh! Vuestro estado me inquieta.
¿Estáis mejor?
DOÑA DULCE                        Gloria a Dios
y a tanto cuidado en vos,
ya mi salud es completa.
MAGDALENA    No me deis gracias; la suerte 85
fue quien os favoreció.
¿Qué otra cosa daré yo
que no envuelva luto y muerte?...
Pobre gitana, arrastrando
un infierno en esta vida, 90
siempre en el mundo perdida,
siempre gimiendo y llorando;
alma sin consolación,
que en esta criatura tierna
lleva el sello de su eterna 95
y horrible reprobación;
¿dónde su mano pondrá
que allí la muerte no esté?
¿qué yerba hollará su pie
que abrasada no será? [117] 100
DOÑA DULCE    ¡Pobre mujer! ¿Sois viuda?
MAGDALENA Señora... no fui casada.
DOÑA DULCE ¡Ah! Luego fuisteis amada
y os olvidaron...
MAGDALENA                      Sin duda.
DOÑA DULCE    Maldígale Dios, amén, 105
al que tan vil os burló.
MAGDALENA Y a quien su amor me robó
maldígale Dios también.
DOÑA DULCE    Otra gitana quizás...
MAGDALENA No, fue una noble doncella. 110
DOÑA DULCE Rica, comprendo... [118]
MAGDALENA                               Y muy bella.
DOÑA DULCE ¿La conocisteis?
MAGDALENA                           Jamás.
Por eso sólo me afano,
abrigando la esperanza
de encontrar a mi venganza 115
término breve y cercano.
DOÑA DULCE    ¡Demonio debe de ser
la que os robó vuestro amor!
MAGDALENA Pues un ángel del Señor
le llaman a esa mujer. 120
DOÑA DULCE    Pensáis vengaros...
MAGDALENA                                  ¡Oh, sí!...
No en cuenta Dios me lo tenga.
¡Me vengaré... cual se venga
la raza de que nací! [119]
DOÑA DULCE    En tan cobardes delitos 125
más la venganza desdora.
MAGDALENA Es que este niño, señora,
me pide venganza a gritos.
DOÑA DULCE    ¿Y no os sería mejor,
pues que con él os convido, 130
dar esa afrenta al olvido,
que humillará al burlador?
MAGDALENA    ¡No puedo!... ¿Cómo olvidar,
como, percance tan duro?
DOÑA DULCE Con mi cariño que es puro 135
y nunca os ha de faltar.
Yo puedo ofreceros calma
en una vida tranquila,
el dolor que os aniquila
desterrado de vuestra alma. 140
Y puedo, pues generoso
es con cuanto yo le exijo,
encomendar vuestro hijo
al amparo de mi esposo.
Así, poco a poco, iréis 145
la dulce paz recobrando,
y así quizá, tiempo andando,
dichosa y feliz seréis. [120]
MAGDALENA    Prémieos Dios tantos desvelos;
mas, ¡ay de mí!, vanos son 150
para el triste corazón
que matan odios y celos.
Ni vos podréis dar placer
a mi constante penar,
ni yo os podré nunca amar..., 155
sólo porque sois mujer.
DOÑA DULCE    Todo en el tiempo se olvida,
triste gitana, y ¿quién sabe
si hallará puerto la nave,
hoy de los vientos batida? 160
Siempre de almas nobles fue
la esperanza y el perdón.
MAGDALENA Eso fue mi perdición...
ya no más perdonaré.
Mas vos, ¿quién sois, que tan blanda 165
y compasiva me habláis?
DOÑA DULCE Vuestra amiga...
MAGDALENA                           ¿Y os nombráis?
DOÑA DULCE La señora de Milmanda. [121]
MAGDALENA ¡Ah!... ¿Doña Dulce?...
DOÑA DULCE                                     Sí; pero
¿por qué os inmuta mi nombre? 170
MAGDALENA    ¡Doña Dulce!..., no os asombre...
Es... lo mucho que os venero...
¡Cuán bella sois y agraciada!
¡Oh! ¿Quién no os ha de admirar?
¡Satisfecho debe estar 175
don Pedro Fuentencalada!
¿Os ama mucho?...
DOÑA DULCE                                Sí, a fe.
Su amor jamás me faltó;
pero también le amo yo.
MAGDALENA Lo sé, doña Dulce, y sé 180
que sois muy felices...
DOÑA DULCE                                     Tanto
que, desde que ante el altar
nos unimos, ni un pesar
vino a turbar nuestro encanto. [122]
MAGDALENA    También así yo decía 185
cuando en mi amor confiaba,
y era que no reparaba
en el tiempo que vendría.
DOÑA DULCE    Aciagos vuestros amores
fueron, gitana, en mal hora. 190
MAGDALENA Consuelo tengo, señora,
en que hay desgracias mayores.
Pues si vivir suspirando
es un horrible vivir,
¡peor mil veces es morir 195
con ilusiones y amando!
DOÑA DULCE    Miedo me da oíros tal.
¡Oh, si eso me aconteciera!...
MAGDALENA Nadie en el mundo está fuera
de este accidente fatal. 200
¿Teméis vos, enamorada,
acaso morir, señora?
DOÑA DULCE Sí, porque si muero ahora
he de morir condenada. [123]
¡Lejos de mi esposo yo, 205
dejando a mi esposo aquí,
cuando si vida hay en mí
es la que su amor me dio!
¡Oh! No, mi alma no pudiera
ver la presencia de Dios 210
sin verla a un tiempo las dos
que en este mundo Él uniera.
MAGDALENA    Pues tanto don Pedro os ama
y tanto a la vez le amáis,
y la llama en que os quemáis 215
es la que su pecho inflama,
¿cómo es que sin él salisteis
tan sola a pasearos hoy?
Porque os juro por quien soy
que en grave riesgo os pusisteis. 220
DOÑA DULCE    Sola pasear le rogué
y él en ello consintió;
que también consiento yo
cuanto de su agrado fue.
MAGDALENA    ¡Señora, y no precaver, 225
antes de tal osadía,
el peligro que corría
vuestro honor y vuestro ser!
Costaros pudo muy cara
tan loca temeridad. 230
DOÑA DULCE Y tan cara, a la verdad,
si en vos amparo no hallara. [124]
Mas es de noche y mi esposo
debe intranquilo esperarme.
¿Queréis, gitana, guiarme 235
del bosque al confín umbroso?
De allí, pues la senda sé,
tomaré la del castillo.
MAGDALENA Hasta llegar al rastrillo
si os place, con vos iré. 240
DOÑA DULCE    Yo no sé cómo pagar
en vos tal solicitud;
que es poca mi gratitud
para que os podáis cobrar.
Mas si un día a ese dolor 245
un consuelo apetecéis,
y despreciar no queréis
mi amistad y mi favor,
id a Milmanda, que allí
vuestra nobleza me obliga 250
a que tengáis una amiga
tierna y cariñosa, en mí.
MAGDALENA    ¡Oh! ¡Gracias, gentil señora!
No será tarde quizá
cuando a veros vaya allá 255
la que en este bosque mora.
Mientras no llega ese día,
de mis días el mejor,
prended al pecho esa flor,
señora, en memoria mía. 260
Que esa flor, única herencia [125]
de mi madre al fenecer,
sabe eternos mantener
frescura, color y esencia.
Llevadla siempre en el pecho, 265
pues tan bello os le hizo Dios;
que, como esa flor, no hay dos
del mundo en el largo trecho.-
 
   No más habló la gitana,
y a doña Dulce entregó 270
una flor que ésta tomó
agradecida y ufana.
¡Y la cándida doncella
llevó la flor a su seno,
sin conocer el veneno 275
que habrá de aspirar en ella!
Pocos momentos después
la choza estaba desierta,
y de su rústica puerta
de musgo y paja al través, 280
de un rayo de luna al brillo
durmiendo un niño se hallaba,
mientras su madre guiaba
a doña Dulce al castillo.
 
***
   Cuando de vuelta llegó 285
a su aduar la gitana,
una carcajada insana
por el bosque resonó.
-¡Ya me vengué! -prorrumpió.-
¡Lavada mi afrenta está!- 290
Y dando un beso al que allá
reposa tranquilo e inerme:
-¡duerme, mi lobezno, duerme,
que el lobo no dormirá! [126]
 

II

 
   Pasados fueron en afán creciente 295
de las escenas últimas tres días,
y era una melancólica mañana
escasa en luz, si de presagios rica.
Trepaban por el ancho firmamento
en montones sin fin nubes cetrinas, 300
que del viento en las alas cabalgando,
por todo el horizonte se extendían.
Heraldo de la horrísona tormenta
el relámpago a intervalos lucía,
tras sí dejando en el espacio, vaga, 305
rápida y luminosa culebrina.
El huracán bramaba, detonando
en las inmobles ásperas colinas,
y a su violento empuje, desgajadas
las ramas de los árboles crujían. 310
Del monte al valle va rodando el trueno;
la tempestad se acerca y se aproxima,
en tanto las campanas de Milmanda
doblan con el clamor de la agonía.
 
***
   Castillo de Milmanda malhadado, 315
castillo que no ha mucho sonreías,
ufano de guardar en tus murallas
dos almas que se amaban con delicia.
Morada en quien tu fundador vertiera
a torrentes la sangre de sus víctimas, 320
pensando así de su conciencia impura
lavar las manchas y alargar su vida...
¿Por qué, castillo de funesta historia,
recuerdas hoy tus desgraciados días?
¿Por qué, castillo sin ventura, vuelves [127] 325
a colgar con crespones tus cornisas?
¿Qué pasa dentro de tus negros muros,
mansión de pena y de dolor precita,
que hasta parece que tus piedras lloran
por pesadumbre inmensa conmovidas? 330
¿Qué quiere el pueblo, que a tu puerta acude?
¿Qué quiere el pueblo, que en redor se apiña
de tus canceles y de duelo lleno
con tristes ojos te contempla y mira?
¿Qué tiene el agua de tu limpio foso, 335
que ya no alegre por su cauce gira?
¿Qué tiene el agua, cuando, apenas nace,
gimiendo muere su argentada linfa?
¿Qué vienen a buscar a tus almenas
las aves torvas de la noche fría? 340
¿Por qué perdieron ya, en tus ajimeces,
su frescura alelís y clavelinas?
 
   ¡Ah! Pero en vano al silencio
rindes solemne tributo:
todos comprenden tu luto 345
y conocen tu pesar.
Muerta ya quien te alegrara
cuando era tu moradora,
nadie podrá desde ahora
tu ruina y muerte evitar. 350
 
   Breve fue, triste castillo,
breve, tu gloria y encanto.
¡Templo de crimen y llanto,
en ti no cupo el amor!
Mas no te quejes... La virgen, 355
que hoy muerta en tu centro embargas,
nacida a pruebas amargas
no alcanzó suerte mejor.
 
   Paloma sin voz ni arrullo,
flor del tallo desprendida, [128] 360
ángel de nieve sin vida,
astro sin órbita y luz,
en fúnebre catafalco
que adorna gasa funesta,
yace doña Dulce, enhiesta 365
ante su tumba una cruz.
 
   Sus ojos entrecerrados
miran aún tristemente,
cual de una llama vehemente
el postrimero fulgor; 370
y en ellos, ya congelada,
turbia una lágrima brilla,
de su muerte desastrada
poema desgarrador.
 
   Pálidos cirios alumbran 375
la estancia lúgubre y sola,
ciñendo ígnea aureola
de aquel cadáver la sien,
cual la corona de fuego
que el triste mártir alcanza, 380
cuando con fe y esperanza
sufrió tormento y desdén.
 
   Borda sus cárdenos labios
una sonrisa de duelo,
huella que al volar al cielo 385
el alma dejara en pos,
como una queja amorosa
que lleva, en afán profundo,
de algo que deja en el mundo
la virgen que está con Dios... 390
 
   Mas del cadáver en torno
nadie una lágrima vierte:
todo es silencio de muerte
en aquel triste lugar; [129]
sólo allá, en una apartada 395
habitación del castillo,
se oye una voz ahogada
maldecir y blasfemar...
 
   Es don Pedro, el triste esposo;
es don Pedro, el acuitado, 400
que en su cámara encerrado
quiere a doña Dulce ver...
Y en vano allí le disuaden
afanosos sus amigos:
¡quiere hablarla sin testigos 405
y muerto ante ella caer!
 
   Quiere verla y no le dejan...
y ruega y suplica y llora,
y su voz desgarradora
no halla eco a su pesar. 410
¿Y qué ha de hacer el doliente?
¿Qué ha de hacer, en su agonía,
sino, gimiendo a porfía,
maldecir y blasfemar?
 
   Amante ayer olvidado 415
cuando, noble y caballero,
ofreció su amor primero
a doña Elvira y su fe;
y leal a su cariño
y a sus promesas constante, 420
pobre peregrino errante
quince años llorando fue.
 
   Esposo luego querido,
cual ninguno idolatrado,
mas de pronto separado 425
para siempre de su amor...
Dos veces ya en el sepulcro
desvanecida su suerte, [130]
¿qué extraño busque en la muerte
un término a su dolor? 430
 
   Don Pedro; infeliz don Pedro,
caballero sin ventura,
pues eterna tu amargura
desde hoy por siempre será,
busca en Dios, nunca en la tierra, 435
consuelo a tu malandanza:
¡Dios es la suma esperanza
y Dios te consolará!...
 
   En tanto que así don Pedro
su desastre lamentaba, 440
Magdalena penetraba
en la fúnebre mansión;
y parada ante el cadáver
con infernal regocijo,
contemplaba con su hijo 445
aquel cuadro de aflicción.
 
   -¡Doña Dulce! -exclamó entonces
con voz de rabia infinita-;
vengo a hacerte la visita
que antes de ayer te ofrecí... 450
si a recibirme te aprestas
con mortaja y con blandones,
¡también envuelta en crespones
llorando te recibí!...
 
   Beldad ayer tan alegre 455
y hoy tan triste y solitaria,
si en tu muerte una plegaria
no tiene mi corazón,
en cambio, de mi infortunio
para eterno desagravio, 460
sobre tu tumba mi labio
dejará una maldición. [131]
 
   Sí; pues fuiste en esta vida
la causa de mis dolores;
pues en mis dulces amores 465
vertiste lluvia de hiel,
y al hijo de mis entrañas
el bien paternal robaste,
y mi cariño tornaste
en odio acerbo y cruel; 470
 
   ya que loca y arrastrada
crucé el desierto del mundo;
ya que en mi duelo profundo
llanto de sangre vertí,
pues de tu madre heredaste 475
amor que en mi mal se emplea,
¡maldita tu madre sea
y toda tu raza en ti!...
 
   ¡Ojalá que no haya tierra
donde tu cuerpo se espacie, 480
y en tus despojos se sacie
hambriento y feroz chacal!
¡Ojalá que nadie guarde
tu memoria aborrecida,
y encuentres en la otra vida 485
un infierno perennal!-
 
   Dijo; y don Pedro, iracundo,
precipitose en la estancia
y hasta Magdalena, ciego,
puñal en mano corrió. 490
Luchó..., vertió sangre, y cuando
cesó su furor prolijo,
vio muerto a sus pies su hijo;
pero Magdalena huyó...
 
   Entonces, en aquel trance 495
terrible, sobrecogido [132]
don Pedro, lanzó un gemido
del fondo del corazón;
y cayendo de rodillas
ante la cruz, allí alzada, 500
-¡Perdón! -con voz ahogada
gritó-. ¡Dios mío! ¡Perdón!
 
   Cuando sus ojos don Pedro
alzó tras tantos horrores,
vio a sus once servidores 505
pálidos en torno de él.
-¡Hermanos! -dijo, y su acento
de inmensa melancolía,
con santa quietud lo oía
su gente indómita y fiel...- 510
 
   ¡Hermanos! Si al crimen puede
ceder, obcecada, el alma
que sin consuelo ni calma
perdido su amor lloró,
no, empero, de un Dios que es justo 515
habrá de alcanzar la ira
si apesarada suspira
y arrepentida lloró.
 
   Doña Elvira y doña Dulce
me abandonaron. ¡La vida 520
para mí desde este instante
no es la misma en que viví!
Sacrificado ese niño
por mi mano parricida,
sólo Dios pudiera, amante, 525
tener compasión de mí.
 
   Así, pues, cuando la noche
su manto de luto extienda, [133]
mi vida a Dios en ofrenda
iré a León a llevar. 530
Si hay de vosotros alguno
a quien le plazca mi voto,
juro contrito y devoto
por Santiago pelear.
 
   -¡Lo juramos!...
                            -Pues es justa 535
expiación, reclamada
por nuestra vida pasada,
sacrílega y criminal,
llevad esa insignia... -Y roja,
en su sus capas, para afrenta, 540
imprimió una cruz sangrienta
con el húmedo puñal(3).
 
   Llegó la noche: don Pedro
besó los fríos despojos
del fruto de sus amores 545
con la gitana fatal;
imprimió un ósculo tierno
de doña Dulce en los ojos,
y abandonó para siempre
aquella estancia mortal. 550
 

III

 
   Cuando tras de la colina
que hasta los cielos se encumbra
el sol su frente reclina,
y opaca luz mortecina.
Con brillo trémulo alumbra; [134] 555
 
   cuando, poco a poco, aumentan
las sombras, que re representan
cien panoramas de horror,
y los jardines se ostentan
pálidos y sin color; 560
 
   en esa hora misteriosa
en que ya el mundo reposa
de su eterna saturnal,
entre la magia amorosa
de una quietud sepulcral, 565
 
   silenciosos y abatidos,
cada cual en su trotón,
los que antes fueran bandidos,
penitentes doloridos
camino van de León. 570
 
   ¡Van a Castilla, a lavar
sus conciencias y a llorar
de sus crímenes en pago!
¡Van a su patria, a fundar
la religión de Santiago! 575
 
   Allí, cuando en la presencia
del rey, tras de larga ausencia,
don Pedro abjure del mundo,
¡tal vez hallará clemencia
en don Fernando el Segundo! 580
 
   Y él y su gente obtendrán
de sus crímenes perdón,
y él y su gente serán
espanto del musulmán
y de Galicia blasón. 585
 
   Que ellos, la regla adoptando
fácil de San Agustín, [135]
a Dios sus preseas dando,
irán de España arrojando
el torpe imperio muslín. 590
 
   Luego serán consagrados
caballeros; y admirados
de sus invictas acciones,
reyes, les darán Estados;
pontífices, bendiciones. 595
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
   Camino va de León
don Pedro Fuentencalada
con su temible legión.
¡Plegue a Dios que halle perdón
su mala vida pasada! 600
 
   Teatro de tantas maldades,
tras ellos quédase horrenda
Milmanda en sus soledades,
para contar su leyenda
a las futuras edades... 605
 
   De su castillo ruinoso
entre el escombro y la piedra,
donde el lagarto verdoso
tiene su nido frondoso
de ortigas, musgos y yedra, 610
 
   al triste compás del viento
que por las grietas corría
de aquel viejo monumento,
contome un buitre este cuento
en una noche sombría. [136] 615
 
   De Magdalena no habló
ni me dijo de qué muerte
la pobre egipcia murió;
conque, lector, ¡buena suerte!,
porque mi cuento acabó. 620
 

FIN

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