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La llegada de los jesuitas expulsos a Italia según los Diarios de los Padres Luengo y Peramás

Enrique Giménez López

Mario Martínez Gomis

Universidad de Alicante

     A principios del otoño de 1768 los italianos de la República de Génova y muchos de los habitantes de las regiones de la Emilia y la Romaña (bajo el dominio entonces de los duques de Parma, de Módena y de Su Santidad el Papa), asistieron a una curiosa peregrinación: la de los jesuitas españoles que, expulsados por su monarca Carlos III a principios de abril de 1767 de todos sus dominios, recalaban, al fin, en un lugar sino definitivo, sí al menos más seguro que los turbulentos parajes de Córcega donde habían saboreado la hiel del exilio durante poco más de un año. Eran aproximadamente 4.800 jesuitas, procedentes de los colegios o establecimientos situados en España y de otras muchas instituciones similares repartidas por la geografía americana(150). Al igual que había ocurrido en Portugal o en Francia, bajo pretextos conocidos pero no excesivamente aclarados, que ponían, no obstante, de manifiesto el radicalismo de la política regalista de los borbones, los jesuitas españoles habían sido condenados al exilio por su supuesta participación en los motines de 1766, a causa de sus doctrinas de escuela (defensa del laxismo y del tiranicidio) y debido a sus contactos con una facción política caída en desgracia -la de los [64] colegiales- frente al empuje de sus rivales los manteístas(151). Pensionados con una discreta anualidad vitalicia procedente de sus bienes confiscados por la Real Hacienda, tenían un destino cómodo para la monarquía española: los Estados Pontificios. Más, rechazados por el Papa, cuando ya se hallaban en medio del mar camino de Civitavecchia, urgentes y rápidas gestiones diplomáticas les hicieron recalar durante el verano de 1767 en la isla de Córcega, sacudida por la marejada de la guerra que sostenían los independentistas de Paoli contra Génova y sus aliados los franceses(152). Allí, entre calamidades sin cuento, se instalaron los jesuitas españoles (julio-agosto de 1767) y vinieron a coincidir más tarde los expulsos americanos (agosto de 1768). Nuevas gestiones diplomáticas a raíz de la entrega de la isla a Francia por parte de Génova, doblegaron la voluntad de Clemente XIII que, a regañadientes, decidió aceptarlos por fin en los Estados Pontificios.

     El objeto del presente artículo no es otro sino exponer cómo se produjo esa entrada de los religiosos españoles en Italia, cómo vieron sus ciudades, sus gentes, qué pensaron y cómo fueron recibidos por los italianos que, de la noche a la mañana, vieron sus caminos y posadas, sus campos y hospicios, muchas de sus villas y ciudades, recorridas por estos extraños peregrinos que, paradójicamente, tenían a muchos de los miembros italianos de su misma orden bien instalados todavía en sus colegios y residencias.

     La fuente primordial que hemos elegido para trazar este relato, dando pie a algunas reflexiones analíticas, son dos de los muchos diarios y relaciones del exilio que los jesuitas escribieron durante esos años: el del padre Manuel Luengo, de la provincia de Castilla, y el del padre José Manuel Peramás, de la provincia de Paraguay(153). Diarios de muy distinto talante, contenido y extensión, al igual que otros que hemos manejado y que se ven mediatizados por la edad de sus autores, la formación intelectual, el cargo de responsabilidad que ostentaban en la Compañía y, cómo no, por la intención que motivó su redacción al margen del hecho común de dejar testimonio de un acontecimiento excepcional(154). Digamos brevemente al respecto que mientras el diario del Padre [65] Luengo, tras sus apuntes iniciales, se convirtió en una auténtica historia de la Compañía de Jesús en 63 volúmenes manuscritos que abarcan casi día a día desde 1767 a 1815(155), el diario de Peramás es más una obra urgente, aunque minuciosa, del exilio de los jesuitas del Paraguay, iniciado el 11 de julio de 1767 cuando fueron apresados en su colegio de Córdoba, y concluido, con cierta precipitación, en Faenza, un 24 de septiembre de 1768. Añadamos que la obra de Luengo, meditada, con informaciones contrastadas, pierde un tanto la frescura de la inmediatez, se convierte en un material imprescindible para el conocimiento de la Compañía y, lógicamente, no puede desprenderse de una notable carga apologética. El diario de Peramás, por el contrario, resulta más personal, no asume la responsabilidad de abarcar el devenir de toda la Orden, se limita a registrar los hechos comunes a su provincia (Paraguay), y con una fina ironía y, a veces, no poco sentido del humor, a pesar de lo dramático del exilio, se deja llevar por sus propias impresiones evitando con cierta flema intempestivos juicios de valor.

     La entrada de los jesuitas en Italia se llevó a cabo en orden inverso a la de su arribada a la isla de Córcega. Los primeros en salir de la isla fueron los últimos en llegar a ella: los jesuitas americanos que habían desembarcado el 4 de agosto de 1768 en Bastia(156). Tras una estancia de 27 días escasos, el 31 del mismo mes partían hacia las costas de la República de Génova. Tal vez porque no habían pasado un año en la isla -como los jesuitas españoles- o porque estaban más acostumbrados a las penalidades de las tierras vírgenes, y a un viaje que desde América a Córcega había durado casi 365 días, los jesuitas americanos no vertieron un juicio tan catastrófico de Córcega como lo hicieron los diaristas españoles. Peramás vio en los comentarios adversos de sus correligionarios la influencia literaria de unos dísticos de Pedro Bercio inspirados por comentarios de Séneca que estuvo allí desterrado. A Peramás le pareció una �isla fertilísima�, y no obstante la guerra que se vivía en ella, y a pesar de lo �montuoso, áspero y pedregoso� de su relieve, un país donde se producía en abundancia �pan, carne, vino, legumbres y frutas� con �cañadas y valles sumamente deliciosos�(157). Nada que ver con el comentario del Padre Alonso Pérez: son �pocos los géneros que hay en el país, adonde ni noticia llega de que al mundo�, �infeliz tierra�, �pobrísima�, etc.(158). [66]

     Más vayamos a la entrada de los expulsos en Italia. El 21 de agosto de 1768 un bando dado en Córcega por los franceses ponía de manifiesto lo acordado meses antes entre Francia y la República de Génova (Tratado de Compiegne de 15 de marzo de ese año): que la isla pasaba a la soberanía de Francia. Por esas fechas el Papa Clemente XIII se hallaba acosado por la casa de Borbón que, a resultas del conflicto suscitado por el Monitorio de Parma, había visto invadidos los Estados Pontificios por parte de Nápoles (Benevento y Pontecorvo) y por las tropas de Luis XV (Avignon). La presión sobre el Papa se acentuó cuando España, Nápoles y el Rey Cristianísimo, decidieron romper toda relación con el Cardenal Torrigiani que hasta la fecha se había opuesto a aceptar a los jesuitas expulsos en los Estados del Papa, como acto de defensa hacia la Compañía y como medida para que Carlos III recapacitase acerca de su decisión(159).

     La estancia de los jesuitas en Córcega, pues, había tocado a su fin. Francia no deseaba más responsabilidades sobre los religiosos de la isla en un momento en que bastante tenía con combatir a las tropas de Paoli, y el Papa estaba acorralado, temiendo, con buen criterio, que más problemas por parte de los jesuitas acelerase un mal peor: la firme solicitud de la extinción de la Compañía. En esa tesitura los franceses obraron con decisión, contando con la aquiescencia de la Corte de Madrid, deseosa de solucionar una cuestión tan embarazosa(160). Y la solución tomada por los franceses fue la de colocar a los jesuitas a las puertas de Italia para que Clemente XIII aceptase la política de los hechos consumados. De tal manera que, el 31 de agosto, sin más dilaciones, partieron los jesuitas americanos en todo tipo de pequeñas embarcaciones de Bastia con rumbo a Sestri.

     Buena prueba de la medida de fuerza tomada por el gobierno francés nos la proporciona el P. José M. March: el 28 de septiembre siguiente, cuando los jesuitas americanos ya estaban instalados en los Estados Pontificios, el comandante francés Ollivier reunía en Calvi a los provinciales del resto de los expulsos pertenecientes a los provincias de Aragón, Andalucía, Castilla (y más tarde Toledo), que no sabían el paradero de los americanos para �inducirles a que de su voluntad se introdujesen en los Estados del Papa, de modo que no se pudiese achacar a la Corte de París tan evidente infracción del derecho de gentes�, que su destino era, por tanto, los Estados Pontificios, �así que eligiesen ellos ir a Civitavecchia a su costa y riesgo, o entrar en Sestri de Levante, para pasar [67] desde allí por tierra a dichos Estados�(161). Se trataba de un mero formulismo, insistimos, porque los jesuitas americanos ya se encontraban repartidos por la Romaña.

     Cómo hicieron el viaje los jesuitas americanos y un mes más tarde los españoles hasta su destino italiano, es la cuestión que abordamos a continuación. Digamos en principio que la decisión de unos y otros cuando se les planteó la alternativa fue el viaje por tierra desde Sestri, previo permiso de la República de Génova para atravesar su territorio. La elección se hizo sin duda por dos razones: una de tipo económico al intentar ahorrar el flete de embarcaciones que les llevasen a Civitavecchia, agotando la exigua pensión anual; otra de tipo moral, tal y como expresó el padre Luengo: ��qué brutalidad, qué barbarie y tiranía! obligarnos a que nosotros mismos nos metamos en el Estado del Papa contra la voluntad expresa de su Santidad�(162). Dilatar la entrada a pie, cruzando los Apeninos, alargando así con otro ejercicio de humildad el ya duro peregrinaje suponía, también, un gesto de lealtad al Papa para que no significase un triunfo de la Casa de Borbón sobre el mismo, que ya se había negado un año antes a recibirlos en Civitavecchia. Y esta fue la decisión adoptada que, por supuesto, contó con el respaldo de Francia, que vio en la misma un motivo para que Clemente XIII abriese las puertas de sus Estados tal y como acabó ocurriendo.

     El viaje, pues, de americanos y españoles tuvo un mismo itinerario aunque con fechas distintas. Primero embarco desde Córcega hasta Sestri (con alguna que otra escala imprevista en Génova y Porto Fino); después, a excepción de algunos grupos y condicionados por el destino definitivo que fueron conociendo conforme avanzaba el trayecto, la ruta más común seguida por unos y otros fue hacia el N.E., a través de los Apeninos y buscando la llanura del Po, atravesando las posesiones de la República de Génova, de los ducados de Parma y Módena, hasta llegar al punto crucial de Castel Franco donde se abrían los Estados Pontificios y comenzaba, ahora sí, la diáspora por la Romaña.

     Los jesuitas americanos hicieron la ruta siguiente: el 31 de agosto salieron de Bastia; el 2 de septiembre la marejada les impidió llegar a Sestri y anclaron en Porto Fino. Del 2 al 12 de septiembre estuvieron en esta población, aguardando mar propicia y ajustando precios de embarcaciones. El 12 llegaron a Sestri y permanecieron allí hasta el 14 en que comenzó el viaje a pie pasando por Campesi, San Pietro y Tuberoni. Desde el 15 al 18 anduvieron por los montes en medio de un tiempo endiablado, lluvioso y ventoso, llegando ese último día al primer pueblo del Parmesado, Campi, y avanzando hasta Borgo di Taro. El 19 descansaron en esta población donde pudieron proveerse de caballerías. El 20 llegaron a Fornovo y el 21, en carruajes, prosiguieron camino pasando ante las murallas de Parma, se adentraron en tierras modenesas y llegaron a Reggio. El 22, también en coche, pasaron por Rubiera, comieron en Módena y arribaron a los Estados Pontificios. Y esa misma tarde, después de [68] dejar Samoggia, avistaron Bolonia, en cuyos alrededores pernoctaron. El 23 cruzaron por Castel San Pietro y se detuvieron en Imola. El 24, por último, después de Castel Boloñés, entraron en Faenza, su destino(163).

     Los jesuitas españoles, por su parte, hicieron la ruta siguiente. El 18 de septiembre partieron de Calvi ignorando qué había sido de sus compañeros americanos. El 21 de septiembre se detuvieron frente al puerto de Sestri, donde recibieron orden de pasar a Génova. El 22 anclaron en el puerto de Génova, y entre esta fecha y el 11 de octubre permanecieron embarcados en pésimas condiciones enterándose del destino de sus hermanos de ultramar, de la alternativa de marchar a Civitavecchia en barco o de hacer el viaje a pie partiendo de Sestri. Hicieron gestiones para proveerse de embarcaciones. El 11 de octubre se dilató la partida cuando los franceses decidieron desembarcarlos en Génova para evitar el gasto de mantenerlos en los buques, para aliviar las penalidades que estaban padeciendo ante la demora de las gestiones para llegar a Sestri y, probablemente, porque se había decidido ya que el viaje por tierra lo hiciesen los jesuitas en pequeños grupos separados por algunas jornadas. Se les instaló en el lazareto de Génova(164) donde permanecieron hasta el 20 de octubre. El 21 por fin salieron en pequeñas falúas rumbo a Sestri y volvieron a pisar tierra italiana. El 25, en grupos, y a pie, comenzaron a dirigirse hacia los Apeninos ligures, donde se vieron sorprendidos, al igual que sus predecesores por fuertes tormentas. El 27 llegaron a Borgo di Taro donde consiguieron cabalgaduras con las que hacer el trayecto, pero se vieron obligados por el mal tiempo a detenerse allí durante dos días. El 30 entraron el Fornovo y consiguieron carruajes. El 1 de noviembre, tras pasar ante las murallas de Parma, prosiguieron viaje hasta entrar en territorio modenés para pernoctar el Reggio donde se instalaron hasta el día 4. En ese mismo día salieron de Reggio y llegaron a la ciudad de Módena. El 5 continuaron camino hasta llegar a la frontera de los Estados Pontificios para pasar por Ponte Samoggia hasta las proximidades de Bolonia. Allí, en una finca llamada Bianchini, se instalaron los jesuitas que acompañaban a Luengo, dando principio a su vida italiana(165).

     Las impresiones, los avatares de ambos viajes, los encuentros y visitas poseen rasgos comunes que avalan la veracidad de los hechos y sitúan en su justa medida los aspectos más dramáticos. Las discordancias entre Peramás y Luengo -no lo olvidemos, los autores de ambos relatos- debidas a sus distintos talantes no contradicen tampoco en exceso las rudezas del viaje y el desconcierto y desamparo que presidió la entrada de los jesuitas en Italia.

     Por lo pronto, tanto Peramás como Luengo, coinciden en su pésima valoración del trato recibido por los franceses desde la salida de Córcega hasta el momento de iniciar el viaje por tierra en la República de Génova. El primero, tras algunas reflexiones sobre el �carácter de los franceses� que no son sino [69] tópicos tal vez extendidos por la xenofobia de la vecindad geográfica -�carentes de palabra�, �no muy valientes en la guerra�(166)- aseguraba que �13 días hemos estado con los franceses y en ellos padecimos más que en el viaje de la América a Córcega�(167). Luengo no era más benevolente: el trato recibido de los franceses lo calificó de �tiránico�, y muy distinto del que tuvieron de los españoles cuando éstos los llevaron a Córcega: �si hubieran venido españoles a sacarnos de Córcega, aunque hubieran escogido los peores de toda la nación, siempre nos hubieran tratado con algún honor, con decencia y humanidad�.(168) Ambas opiniones estaban en parte justificadas por la precipitación de la salida de Córcega y el hacinamiento de los jesuitas en las embarcaciones francesas, viajando en los entre puentes donde era imposible andar erguidos, alojados otros simplemente en las cubiertas, empapados por la lluvia o el agua del mar, mal alimentados, con dificultades extremas para la higiene corporal, o para satisfacer las necesidades naturales descritas por Luengo como �un paso de mucho rubor y vergüenza�(169). Pero también cuenta, en la adversidad del juicio, las dilaciones habidas, los días anclados en las radas de Porto Fino y Génova, sin conocer su destino, el silencio de los capitanes franceses, ciertos intentos de extorsión para sacarles el dinero de las pensiones, proponiéndoles alquilar más barcos para disponer de mayor espacio durante la espera, o para acelerar el traslado. No se lamentaron en cambio de un silencio tal vez peor: el de los cónsules o comisarios españoles durante esos días, que apenas si tuvieron un mínimo protagonismo.

     Sólo la vista de la bahía genovesa, desde los distintos puntos de anclaje, pareció aliviar a los jesuitas en este trance que suponía el contacto de nuevo con la civilización. Peramás escribió al respecto el día 2 de septiembre: �a las ocho de la mañana se vio Génova y su hermosa y deliciosa Rivera, tan llena de casas de campo que, sin ponderación, todas juntas formarían otra Génova�(170). Fue una visión rápida, pues horas más tarde anclaban en Puerto Fino, Luengo en cambio tuvo más tiempo para recrearse con el panorama ya que, tras hacerse una idea del Golfo, permaneció anclado frente a Génova por espacio de veinte días. Debido a esta circunstancia quedó circunscrita a su puerto y marcada, desde luego, por su impresionante actividad comercial: �... en el día hago juicio que habrá aquí trescientas o cuatrocientas embarcaciones bastante grandes de comercio de todas las naciones de Europa. Como están las embarcaciones tan unidas entre sí y las calles o caminos que se dejan entre uno y otro escuadrón de embarcaciones, están siempre llenas de falúas y de cien especies de barcos de remo, casi no vemos el agua estando sobre ella, y parece que más que en la mar, estamos en una gran plaza de mercado a que ha concurrido un numeroso pueblo�(171). También elevó su punto de vista percibiendo �casas hermosísimas [70] de mármoles o jaspes a lo que parece, o por lo menos bien pintadas�(172). Después fue desembarcado y trasladado con sus compañeros al lazareto de Génova, donde permanecería confinado nueve días más. A esas alturas, Luengo ya poseía más datos para conocer cuánto Italia podía depararle. Peramás, aunque en otro momento cronológico y en otro lugar, ya en Faenza, coincidiría en muchas cuestiones con el diarista castellano.

     No cabía duda que los expulsos suponían una atracción no exenta de cierta morbosidad para los italianos. Durante la estancia de Luengo en el puerto, el barco donde se alojaba era motivo de continuas visitas por parte de pequeñas embarcaciones con gentes que les preguntaban por los avatares de la expulsión y de sus viajes, pero que también les hacían algunos regalos. Cuando les trasladaron al lazareto, acudieron así mismo muchos curiosos: �especialmente al caer la tarde se junta alrededor de la puerta tanta gente de uno y otro sexo, y de todas edades y condiciones, que es una especie de tumulto y confusión. Y todos ellos no tienen otro fin, ni hacen allí otra cosa que mirarnos y contemplarnos de hito en hito, sin cansarse de estar allí parados hasta que la noche nos hace retirar a unos y a otros. Propiamente estamos hechos un espectáculo de estas gentes�(173). Si exceptuamos el trato especial de algunas familias notables de Génova, como los Spínola o los Centurioni, que invitaron a los jesuitas más ilustres -Idiáquez, Pedro Calatayud o los hermanos Pignatelli-, la recepción de las autoridades genovesas se redujo a lo más elemental: cobijarles y procurarles alimentos que los jesuitas habían de pagar de sus bolsillos. El lazareto fue calificado por Luengo de �miserable�, a pesar de sus enormes dimensiones que le impresionaron, pero que no bastaban para albergar a los 1.500 jesuitas que fueron allí encerrados bajo la vigilancia de una nutrida tropa.

     Pero lo que más dolía a Luengo era el trato recibido por los jesuitas genoveses, primero en los barcos, más tarde en la casa de ejercicios de la Compañía donde fueron llevados los jesuitas enfermos. El primer contacto con ellos se produjo con un tal Padre Pincheti que, no obstante haber sido discípulo en Roma de Ignacio Osorio, Provincial de Castilla, les dispensó una acogida seca y fría, llena de cautelas, que hizo escribir al Padre Luengo: �no se entiende que razón ni causa puede tener este Padre para estos misterios�(174). El contacto posterior fue con los jesuitas de la casa de ejercicios que trataron a sus hermanos españoles enfermos como si fueran hombres apestados(175). Las especulaciones que motivaron estos encuentros en torno a cuanto les aguardaba en Italia, llenaron de inquietud al diarista que, o pecaba de ingenuidad, al no suponer el estado de alarma y precaución que debía reinar entre los jesuitas italianos (máxime cuando en el mes de febrero pasado habían sido expulsados de Parma)(176), o simplemente les reclamaba más valor y solidaridad en aquel [71] trance adverso, tal vez la misma solidaridad que los españoles habían demostrado con los jesuitas expulsados de Portugal y Francia. En este sentido Luengo no podía ser más claro: �nosotros nos habíamos desentrañado y privado de mil cosas por socorrer a los Padres portugueses; habíamos recibido en nuestros colegios y entre nuestros brazos a los Padres franceses, echados de su patria. �Cómo podíamos menos de esperar el ser recibidos del mismo modo por los jesuitas de Italia?�(177)

     El padre Peramás, por su parte, se mostraba un tanto más flemático desde el momento mismo en que llegó a Sestri con sus hermanos paraguayos. Describía esta ciudad como un lugar de recreo y veraneo para los genoveses, �con divertidos jardines y vistosos palacios ciudad bien abastecida en la que no faltaba nada para la vida humana�(178). Y no obstante ocupar igualmente un destartalado hospital de peregrinos en la playa, de recibir pésima comida y tener que malvender junto a sus compañeros ropas y enseres personales que no podrían llevar en su viaje por falta de caballerías, tuvo tiempo para pasear por la ciudad donde observó el buen trato que les dispensaban �algunos seculares de distinción, entre ellos una señora marquesa de Sestri�, y registró todavía un chascarrillo sobre la habilidad de los italianos a la hora de exprimirles la pensión solicitando por cualquier favor un �cuatrino�: �deus italorum, non est trinus, sed quatrinus�(179).

     El talante de los paraguayos no deja lugar a dudas cuando en medio de un día lluvioso, ansiosos por llegar a su destino definitivo, tras pedir permiso al superior inmediato de su Provincia y al comisario español, decidieron salir de Sestri �con las mochilas al hombro y un palo o caña por bordón�(180). Con un pan y �un pedazo de carne de fiambre� más �tres panes de limosna a cada una que les ofreció una señora genovesa de la nobilísima casa de los Durazo�, empezaron, �a caminar muy alegres, aunque con mucho trabajo, por ser camino todo de sierras�(181). Comenzaba, de este modo, la travesía de los Apeninos en grupos no superiores a los sesenta individuos, pertenecientes por lo común a una misma Provincia y a uno o, a lo sumo, dos Colegios o institutos. El lugar de convivencia originario, como había ocurrido en Córcega, sería el elemento de cohesión de los grupos para mantenerse firmes ante la adversidad, y observar el principio de obediencia indispensable para evitar desánimos y deserciones. La primera jornada de los Apeninos, con final en Tuberoni, en un pajar que les había preparado la República de Génova, lo dice todo sobre el estado de ánimo de los compañeros de Peramás: �aquí dejando la ropa mojada, comenzamos a hacer memoria de las aventuras de este día. El viaje, no hay duda, hubiera sido divertido, sino no fuese por la lluvia�(182). La razón de este optimismo no puede [72] ocultársenos: por primera vez, desde hacía más de un año, los jesuitas habían sacudido el yugo de sus vigilantes, y aunque todavía tendrían escoltas en Parma y en Módena, se encontraban libres en campo abierto.

     Con el mismo espíritu el grupo de jesuitas americanos atravesó el abrupto territorio genovés en medio de lluvias y frío, visitando ventas con posaderos convertidos en auténticos maestros de la usura y la extorsión, y desgranando el dinero de la pensión a cambio de vituallas imprescindibles para llenar sus estómagos: pan, vino, queso, aceite(183). La llegada a territorio del Parmesado resultó, a pesar de los malos augurios, un auténtico alivio: �las providencias que habían tomado (las autoridades) eran tan buenas que en este punto tenemos mucho que agradecer al señor duque y a sus ministros�(184). Estaban en Burgo donde solicitaron quedar un día de descanso, cosa que aprovecharon para visitar la ciudad y sus iglesias, siendo alcanzados por otro grupo de jesuitas paraguayos que habían salido a una jornada de distancia. Peramás se dedicaba ya por estos días a trazar descripciones en su diario sobre cuestiones que le llamaban la atención, bien fueran las variaciones del paisaje, bien la indumentaria de las gentes. El 20 de septiembre, al salir de Burgo, lo hicieron montados �en caballos, mulas, yeguas, machos con albornones�. Refiere con finísima ironía el Padre Peramás: �empezamos a caminar, y al pasar el puente, tomó posesión del camino en nombre de todos el Hermano Pedro Olabarriaga, midiendo con su cuerpo la tierra�(185). Y añade más adelante, �en el camino de hoy tuvo por compañeros en su caída el H. Olabarriaga, al P. Escandón y al H. Juan de Dios, aunque este primero quiere ser más mártir que confesor, más hay testigos oculares de su desgracia(186)�.

     Esta anécdota puede muy bien servirnos de pretexto para recoger al Padre Luengo que había quedado en el lazareto genovés. De Génova viajó con sus compañeros a Sestri en pequeñas embarcaciones y se instalaron en el mismo lugar donde habían estado los paraguayos. El diarista apuntó que Sestri se trataba de �un lugar pequeño, como de 300 a 400 vecinos, pero bastante aseado y hermoso�, y que, sin embargo, estaba seguro pasaría a la historia �por haber sido el punto o rincón de la tierra en el continente de Italia, por donde se vio obligada la Compañía de Jesús española a introducirse contra su voluntad en el estado de la Iglesia�(187). Tras abandonar Sestri el 25 de octubre, el encuentro con las caballerías que tenían preparadas no tiene nada que ver con la descripción de Peramás; a la conciencia histórica de Luengo, se unía un profundo sentido de la dignidad: los jesuitas a caballo constituían un espectáculo grotesco que, aún en su calamidad, no dejaba de provocar cierta hilaridad: �se veían figuras ridiculísimas, que aunque con pocas ganas de reír, no podían menos de arrancar algunas veces la risa. Los más sin otras botas, ni polainas que las medias [73] ordinarísimas y mal ajustadas de la orden; algún otro sin capa ni manteo por no tenerle; varios echados de bruces sobre la cabeza o arzón de la albarda; estos recostados hacia un lado, aquellos derrengados hacia el otro, y todos buscando alguna postura en su jalma con que descansar un poco�(188)

     El paso de los jesuitas españoles por los Apeninos, tras las huellas de sus compañeros, hallando incluso por senderos y torrenteras muchos de los bártulos que aquellos se habían visto obligados a abandonar, es un calco al de los paraguayos. Y el abandono de la ruta montañosa supuso un alivio para unos y otros. La llegada a Fornovo de Peramás y su traslado en coches escoltados por la soldadesca hasta Parma fue lo más alegre y divertido del viaje, no sólo por la comodidad, sino por el paisaje rural: �árboles plantados con gran simetría, huertos amenos, emparrados vistosos, palacios para el verano, gentes que se acercan al camino para ver a los padres españoles�(189). Luengo coincidió en todo con su compañero, con la llegada a Fornovo �se nos ha ensanchado y dilatado el corazón�(190), y el trayecto hacia Parma fue �ameno y delicioso, descubriéndose a uno y otro lado una campiña bien cultivada y bien cubierta de árboles y viñas�(191). Ni paraguayos ni españoles entraron en Parma, aunque admiraron sus murallas y el imponente aspecto de la ciudad. Fue en Reggio, en territorio modenés, donde pernoctaron los sucesivos grupos de jesuitas que marchaban tras Peramás. Este visitó y admiró sin disimulo la sinagoga de la ciudad, al igual que hiciera Luengo semanas más tarde; ambos se deleitaron con la visión del impresionante colegio que tenía allí la Compañía: el americano sin hacer más comentarios, el español constatando de nuevo el trato esquivo de sus hermanos de orden, pero también su suficiencia: �saben un poco de filosofía moderna y suponen que nosotros la ignoramos del todo�(192). Peramás, por último, en Reggio, tuvo la ocasión de cruzarse en coche con lo duques de Módena y su comitiva, y se congratuló de la deferencia que tuvieron éstos para con los coches en que viajaban los jesuitas, deteniendo sus cabalgaduras y cediéndoles cortesmente el paso�(193).

     La visita a Módena para los jesuitas americanos fue un suspiro, recalaron tan sólo a comer y siguieron ruta. Luengo, en cambio, tuvo ocasión de visitar la ciudad que le pareció más grande que Reggio �pero mucho más vieja y menos hermosa�. A la biblioteca, donde desarrolló su actividad el ilustrado Ludovico Muratori, sólo le dedicaba unas breves líneas, sin mencionar al gran erudito italiano muerto en 1750: �la librería no me ha parecido muy grande para un príncipe, pero atendida su capacidad está copiosamente provista de libros, y con mucho aseo y curiosidad�(194). Luengo reconocía que le había gustado más la armería del palacio, en coherencia con su espíritu conservador, que no sentía [74] inclinación alguna por las innovaciones que en el campo del pensamiento habían supuesto hombres como Muratori(195). Hay una segunda referencia a la biblioteca modenesa, pero que no tiene relación con sus valores bibliográficos o simbólicos, sino con la descortesía de que hacían gala los jesuitas italianos hacia los expulsos españoles, que tanto irritaba a Luengo. En este incidente, uno de los bibliotecarios del duque, jesuita, mantuvo una actitud displicente hacia los visitantes españoles, y ello fue suficiente para que Luengo tildara de �estúpido, rústico e insolente� a este sucesor de Muratori en la Biblioteca modenesa(196).

    El final del viaje de los paraguayos, al menos en lo que concierne a Peramás, coincidió con la ruptura de su silencio respecto de la actitud de los jesuitas italianos. Habían abandonado Módena, entrado en los Estados Pontificios por Castelfranco, y se albergaron en una hospedería en las afueras de Bolonia. Allí tenían noticia que debían recibir órdenes para conocer su destino definitivo. Con su flema característica anotó lo siguiente aquel 23 de septiembre de 1768: en la hospedería les esperaban dos coadjutores del colegio de la Compañía sito en Bolonia �pues los Padres estaban todos ocupados. Ellos nos leyeron una papeleta y decía ser orden de la Santa Sede, en la cual decía primeramente: que no habíamos de habitar en Colegio. 2� que nos habíamos de mantener precisamente de la pensión. 3� que no habíamos de pedir ni aún a los Colegios. Y añadieron que el Gobernador les había insinuado el que no entrásemos en la ciudad... A lo dicho nos añadieron los dos coadjutores italianos la repartición nuestra por la Romaña, legacías de Ferrara, Bolonia y Rávena. Estas noticias no dejaron de entristecernos algo, pues nos veíamos falto de todo y sin saber adonde andar por el subsidio�(197).

     La visita de los jesuitas italianos contrastó con la realizada a la mañana siguiente con la de otros miembros de la Compañía exiliados de Portugal, �quienes se mostraron muy agradecidos por el bien que les habíamos hecho con nuestras limosnas y por cuya falta padecían ahora mucho, pues los más se mantenían con la misa�(198). Después de este suceso, tras pasar por Imola donde se encontraron con los jesuitas chilenos que hacían diligencia para quedarse en ella, llegaron a Faenza el 24 de septiembre y coincidieron en una posta con los jesuitas de Quito. Ese día, gracias a la solidaridad de otros padres portugueses, lograron instalarse en el Seminario de la ciudad cuyos colegiales estaban entonces de vacaciones. Algunos quiteños pasaron a instalarse con ellos, y al día siguiente otros treinta jesuitas paraguayos que venían en otros grupo rezagado, lograron [75] asimismo acomodo en el recinto. Peramás tras observar que a partir de ese momento cada jesuita �se quedaba adonde pudiese y quisiese� puso punto final a su diario tras reconocer que Faenza le agradaba, y que �no impidiéndolo alguno� la determinación era �asentar nuestros reales en esta ciudad�(199).

    Los jesuitas compañeros de Luengo no fueron más lejos. Una vez entrados en los Estados Pontificios, dejaron el camino real de Bolonia y se instalaron en una casa de campo, dotada de ermitorio, y conocida por el nombre de Bianchini, cuyo alquiler había sido apalabrado por un coadjutor que se había adelantado al grupo. Allí se reorganizó la comunidad del antiguo Colegio de Villagarcía -unos sesenta jesuitas-, se iniciaron las clases de filosofía, y el propio Luengo reanudó sus enseñanzas de Metafísica a trece discípulos de tercer año. La reorganización de la comunidad y el trabajo rutinario eran la única manera de mantener viva a la Compañía en el exilio, a pesar de los malos vientos que soplaban en torno a su futuro.

     No deseamos concluir este trabajo sin aludir a un tema de gran importancia: el de la actitud del gobierno español respecto a los expulsos a lo largo de estos meses que van de septiembre hasta finales de 1768. A pesar de que en los despachos y en las embajadas se trabajaba con intensidad para conseguir la definitiva extinción de la Orden, la monarquía española en ningún momento había dejado de ocuparse de sus antiguos súbditos. Es cierto que la decisión de Francia de expulsarlos de Córcega había cogido un tanto desprevenidos a los comisarios españoles que tenían en la isla la misión de proporcionarles las pensiones, de suministrarles víveres a cambio de ese dinero y de controlar, en última instancia, a la colonia de exiliados registrando puntualmente fallecimientos o secularizaciones. Los jesuitas americanos al salir los primeros de la isla no habían tenido tiempo de recibir ayuda económica -siempre a cambio de las anualidades- para subvencionar sus gastos de viaje. En cambio los procedentes de los colegios españoles, a consecuencia de su dilatada estancia en Génova, tuvieron ocasión de recibir del ministro español en la República, Juan Cornejo, la pensión trimestral correspondiente a los meses de noviembre y diciembre de 1768 y enero de 1769. Y, más tarde, cuando llegaron a Sestri, se encontraron con un viejo conocido, el comisario Gerónimo Gnecco que ya en Córcega, junto a su hijo Luis y otros agentes subalternos, se había ocupado de satisfacer las necesidades más urgentes de los exiliados: alojarles, suministrarles alimentos, etc.(200).

     Por otra parte, los cónsules españoles situados en algunas de las ciudades italianas por las que transitaron los expulsos mantuvieron una intensa correspondencia con el gobierno de Madrid teniendo muy al corriente al marqués de Grimaldi de cuanto tenía relación con los expulsos. Tal es el caso del conde Juan Zambeccari, que hacía las veces de cónsul español en Bolonia. Este personaje desde finales de 1767, que sepamos, comunicaba ya a Grimaldi todas las noticias relativas al impacto que la expulsión de los jesuitas estaba causando [76] en Italia(201). A la altura del otoño de 1768, lógicamente, las informaciones que enviaba a Madrid eran las concernientes al peregrinaje de los expulsos camino de los Estados Pontificios. A través de su correspondencia y de las respuestas a alguna de sus cartas, puede completarse la visión italiana del éxodo, con las inquietudes propias y habladurías, a veces con escaso fundamento, que corrían por ciudades y poblaciones de la ruta. Pero también se constata la firme voluntad del gobierno de Madrid de no dejar desvalidos a sus religiosos, a pesar de la no menos firme decisión de extinguir cuanto antes la Orden, o de fomentar, mientras tanto, las secularizaciones.

     El 17 de septiembre de 1768, por ejemplo, Zambeccari escribía a Grimaldi: �van llegando succesivamente al Estado Eclesiástico los jesuitas de Córcega, la primera división de ellos llegó aquí el lunes antecedente, doce de éste, por la tarde, compuesta de sesenta individuos, e igual número ha llegado y van llegando cada día...�(202). Una semana más tarde, el 24, comunicaba que �han continuado los días pasados, y continuarán todavía en llegar aquí todas las tardes, en el avisado número de sesenta, los jesuitas que estaban en Córcega. Tienen bestidos desgarrados y rotos, pero parece que están bien proveydos de doblones de oro...�(203). Sin duda, esta última noticia, era uno de los comentarios que corrían de boca en boca entre los sectores populares, ya que el 1 de octubre Zambeccari reiteraba la comunicación, añadiendo que los jesuitas americanos vendían barras de oro a bajo precio(204). El temor a la subida de los artículos de consumo, después de estas especies, no se hacía esperar, y así el 26 de septiembre ya comunicaba el cónsul: �entre tanto se vee, que creciendo cada día más el número de estos expulsos, assí aquí, como en las otras partes del Estado Pontificio, se hacen también siempre mayores las quejas comunes por hacerse siempre más caros todos los géneros de comestibles(205).

     La situación de los jesuitas, tras la curiosidad y expectación suscitada los primeros días, empeoraba ante los ojos de los italianos dando pábulo a todo tipo de comentarios que poco o nada podían favorecer su estancia en la península. Zambeccari comunicaba así que por �la voz común� se había enterado que los jesuitas repartidos en diversas casas de campo no observaban las reglas de su instituto, y que tanto escolares como coadjutores se dedicaban a hacer �ejercicios militares, añadiéndose que muchos hallánse proveydos de escopetas militares, y de pequeñas pistolas, y que en más lugares tienen las formas de balas de escopeta, y funden cantidad de ellas�(206). El rumor de que corrían monedas españolas de oro y plata, antes inexistentes en los círculos de intercambio, no [77] cesaba(207). Una carta del embajador español en la Santa Sede, Tomás Azpuru, a Zambeccari, fechada el 31 de octubre, pone de manifiesto el caso omiso que el gobierno español hacía en torno al asunto del �oro de los americanos�, y a su firme actitud de no dejar desamparados a los jesuitas. Azpuru ordenaba al cónsul boloñés que debía acudir al socorro de los expulsos �conforme a las piadosas intenciones del Rey Nuestro Señor�, tanto a los que estaban establecidos ya próximos a Bolonia como a cuantos se hallasen fuera de su jurisdicción, y donde �no hai cónsul de Su Magestad� (como en Sestri o en Ferrara), que para ella te adjuntaba una letra cambial de 6.000 escudos, más una carta de crédito de otros 12.000 por si fuera necesario. Con ese dinero debía pagar las pensiones a aquellos jesuitas que, como los paraguayos, no la habían recibido todavía, elaborando para ello un censo de todos cuantos habían llegado a Italia(208).

     A estos posibles indicios de alteración del orden público se unían quejas de algunos prelados italianos que se veían acosados por los jesuitas y obligados a denegarles continuas peticiones de licencias para decir misa o tener oratorios públicos, por el daño que podían causar a las parroquias locales. Ante el arzobispo de Bolonia, el cardenal Malvezzi, considerado simpatizante de la orden, �pero que empieza ya a retirarse de ellos, como ve nuestras cosas en tan mal estado�(209), se iniciaron gestiones para poner sacramento en la capilla, y por su medio tuvo Luengo noticia de la posible extinción de la Compañía, lo que le pareció �una locura�(210), opinión que quedó reafirmada para Luengo cuando a finales de año los jesuitas existentes en la legación de Bolonia tuvieron conocimiento de la pastoral impresa del Arzobispo de Burgos, y entusiasta regalista, Francisco Javier Rodríguez de Arellano, que suponía el primer ataque frontal de un prelado español contra la Compañía(211). Para el diarista el Arzobispo burgalés había �perdido el juicio y se ha vuelto loco�, y que su locura podía estar motivada por haberse educado con los Dominicos. La guerra de escuelas se mantenía pujante y viva en las consideraciones de Luengo, cuando la presión de las cortes borbónicas y Portugal iban restando operatividad a la estrategia dilatoria de Clemente XIV, y aproximando el momento de la supresión de la orden ignaciana, por el breve Dominus ac Redemptor de 21 de julio de 1773, que en su última parte señalaba: �porque ella ya no puede dar los ricos y óptimos frutos de utilidad para la cual fue instituida�, añadiendo además que �mientras ella subsista es casi o en absoluto imposible restablecer de forma duradera la verdadera paz de la Iglesia�(212). [79]



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Clasicismo e hispanismo: el léxico de la naturaleza en el soneto IV de Fernando de Herrera

Juan Luis Jiménez Ruiz

Universidad de Alicante

     Quizá uno de los grandes aciertos de la aportación sociológica fruto de la concepción multilingüista (McNAMARA, 1967; GREIMAS, 1969; MATTHEWS, 1979; etc.) haya sido el de poner en entre dicho la adecuación explicativa de las hipótesis funcionalistas sobre el cambio lingüístico. Y no por lo que éstas tengan de limitación intrínseca -al no tomar en consideración la compleja realidad del proceso histórico de la evolución lingüística- sino por ser el germen de una apertura epistémica cuyo objeto sería el conjunto de signos lingüisticosociales en el marco de unidades funcionales y sus relaciones con supraentidades históricas heterogéneas (VILLENA, 1992, pp. 125, 152).

     En este sentido, y como consecuencia de la transformación de los modelos lingüísticos en �modelos sociolingüísticos� -síntesis integradora y superadora entre el formalismo inmanentista de la disciplina glotológica y el sociologismo historicista de la realidad lingüística-, la ampliación epistémica (correlato de la ampliación objetual) exige el planteamiento de hipótesis descriptivas y explicativas más profundas de los hechos lingüísticos, no para buscar las bases sociales de las lenguas a través de la historia, sino para establecer las esferas de expresión simbólica de las comunidades lingüísticas a lo largo de esta misma historia (HYMES, 1966), reconstruyendo la imagen del mundo configurada por la sociedad en cuestión (GONZÁLEZ OCHOA, 1992, pág. 145).

     Ello entraña, obviamente, una concepción conflictivista de la historia, expresada empíricamente a través de procesos cíclicos que ponen en relación momentos de crisis y esplendor, fruto de las relaciones funcionales pluri sistemáticas (JIMÉNEZ RUIZ, 1994 a). No se trata, por tanto, del análisis objetual ad usum, inherente a los planteamiento más formalistas, sino de un [80] estudio de los datos que dé como resultado formulaciones racionales de tipo particular que nos permitan captar lo trascendente a partir de su inmanencia.

     Y ello sólo es posible a través de una formulación hermenéutica que nos permita deslindar lo epistemológico de lo objetivo y, lo que es más destacable, coimplicar las diferentes epistemes asignándoles su lugar correspondiente en el devenir histórico.

2

     Por ello, vamos a precisar ahora la importancia que ha tenido la cultura de origen italianizante en el salto que supuso, primero, el abandono del nivel substancialista y organicista, propio del tomismo medieval, con su concepción de la sociedad -y, consecuentemente, de la lengua- como un cuerpo orgánico, como un mundo habitado por signaturas de Dios, por signos jerárquicos e impermeables, expresados alegóricamente (FOUCAULT, 1966, pág. 35) y, segundo, la adquisición del nivel espiritualista, de raíz agustiniana, caracterizado por el rechazo de la sociedad como cuerpo orgánico y la búsqueda del Alma, de lo Absoluto a través de la Naturaleza (JIMÉNEZ RUIZ, 1989, pp. 21-36). Y lo vamos a hacer a través del análisis léxico de un soneto de Fernando de Herrera que recoge de manera certera su concepción de la naturaleza, muy unida, ciertamente, a una compleja filosofía amatoria.

     Conviene recordar, pues, la ascética de esta filosofía amatoria, basada en un gran desgarrón afectivo, en el choque entre la audacia y el temor, pasiones típicamente medievales, tal y como reconociera Boecio, puesto que es, precisamente, el choque entre la decisión de emprender la aventura amorosa, adorando desde la intimidad la belleza de la amada, y el miedo a perderla el que se plasma en todo el complejo mundo literarizado que rodea al enamorado, un mundo paisajístico que arranca con la visión petrarquista, se enriquece en el paisaje bucólico de Virgilio y de las poesías de los grandes cancioneros y acaba transformándose en un conjunto de símbolos, objetivaciones de las sensaciones subjetivas del amante.

     Por ello, amor y naturaleza van muy unidos, siendo uno reflejo del otro y expresados lingüísticamente a través de un léxico de alto valor simbólico que pone de relieve no sólo la importancia del lenguaje como sujeto (JIMÉNEZ RUIZ, 1994), como auténtico creador de nuestra imagen de la realidad (RICOEUR, 1967, pp. 73-95; Schaff, 1964, pp. 243-251 ), sino también la necesidad de situarnos en un protolenguaje explicativo (GARAGALZA, 1990, pág. 29) que dé cuentas de aquellos aspectos del conocer que no pueden tratarse en términos de inmediatez representacional (percepción) ni en términos de representación conceptual.

     Sólo así, la dualidad entre lo que se manifiesta y lo que se quiere decir y nosotros captamos, entre la inmanencia y la trascendencia del lenguaje, tendrá su síntesis dialéctica en el símbolo, auténtico instaurador del sentido, reconductor de lo sensible -significado literal- a lo profundo -significado no literal- (URBAN, [81] 1952, pp. 349-350) y, en suma, principal configurador de las oposiciones que nos permiten, en primer lugar, estructurar los diferentes ciclos espistémicos que conforman la historia de nuestra lengua (JIMÉNEZ RUIZ, 1994 a) y, en segundo lugar, asignar al nivel simbólico de cada episteme su valor (HYMES, 1966), en el marco de las relaciones funcionales plurisistemáticas acontecidas en el devenir histórico.

3

     Ello explica y justifica la lectura simbólica (GUERRA, 1978) que vamos a realizar del soneto herreriano, en la que el peregrino de amor se debatirá ante un mundo paisajístico que representa el microcosmos en el que se encuentra la amada, expresado lingüísticamente a través de una serie de ríos y árboles que son reflejo de la oposición no sólo entre diferentes zonas geográficas sino también entre las distintas concepciones epistémicas (la de origen italianizante, propiamente dicha, y la romance española) que han organizado el macrocosmos que constituye uno de los mencionados ciclo de la historia de nuestra lengua.

     Continuemos, pues, recordando una de las composiciones herrerianas con las que nuestro autor pretende adaptar la artificiosidad formal italiana a la tradición española (Anotaciones a Garcilaso, pp. 67-68); nos referimos, en general, al soneto y, en particular, al LV que dice así:

                               �Igual al Tebro, al Arno i al Metauro,
superior al Tajo i Duero i Ebro;
sagrado, ispalio río a quien celebro,
corre ufano al ondoso ponto Mauro.
 
Tu bello mirto rinde al verde lauro,
i a las menores hojas d'el enebro,
cuanto es mayor el lauro qu'el enebro,
tanto es al mirto inferior el lauro.
 
Sólo falta, conforme a tu alta gloria,
lugar en el luziente i firme cielo
con el nombre d'Erídano trocado.
 
Mas, ya que se te niega esta vitoria,
será en el dichoso, Esperio suelo,
cual eliconio Olmeo, venerado�.

4

     Como puede apreciarse tras su lectura, se hace necesaria la reflexión simbólica que otorgue a cada elemento lingüístico el lugar adecuado en el nivel epistémico señalado -no olvidemos que los ríos, al ser hijos de Tetis (Océano) y de Júpiter, adquieren un rango divino (sagrado) que, no sólo posibilita su personificación, como veremos a continuación, sino también la visión cosmogónica (epistémica), precisamente por el poder fecundante de sus aguas-. Y vamos a hacerlo partiendo de la interpretación del profesor Cuevas, quien señala que la [82] perífrasis elusiva con la que Herrera se refiere al Betis (ispalio río) pone de relievela dignidad de este río que pasa por Sevilla, fundada por Ispalio según la tradición antigua, dignidad equiparable a la que puedan tener el Tebro (Tiber, río de Roma), el Arno (río de Florencia y Pisa) o el Metauro (río de Venecia).

A

     Pero no es sólo la dignidad física de un río español la que se equipara a los ríos de Italia, sino también el ecosistema ideológico que cada uno de ellos representa; primero, como expresión simbólica de la cuna de los grandes poetas amatorios y, segundo, como expresión vehicular de todo el complejo mundo ideológico que, desde el punto de vista trascendente, representa el poeta -no en balde el soneto que comentamos es de clara imitación petrarquista, tal y como sostiene FUCILLA (1960), pp. 149-150: Non Tesin, Po, Varo, Arno, Adíge e Tebro-. Así pues, como manifiesta CUEVAS (1985), pág. 547, el Tebro, al ser un río de Roma, que es patria adoptiva de Propercio, se convierte en el río del enamorado de Cintia; el Arno, es el río de Dante, que amó a Beatriz; y, finalmente, el Metauro, en el río de Venecia que, como se sabe, es la patria de Pietro Bembo, amante platónico de Madonna.

[83]

     Así pues, la trascendencia del amor, plasmada empíricamente en la belleza de las enamoradas, confiere al poeta su auténtica razón de ser y, al mismo tiempo, le permite organizar el ecosistema epistémico de su colectividad, expresado simbólicamente a través de los ríos (LÓPEZ BUENO, 1981, pp. 261-283). El Betis se convierte, de esta manera, en un río de igual categoría a los del mundo clásico y, con ello, dos culturas, a su vez, se equiparan en el complejo paisaje ideológico.

B

     Sin embargo, la diéresis intensificativa del verso segundo (superior), insiste en que el Betis es un río que supera al Tajo, al Duero y al Ebro. Las razones de esta comparación superlativa adquieren una notable importancia dentro de nuestra interpretación simbólica puesto que, como sostiene Cuevas, el Tajo es un río de Toledo, patria de Garcilaso, que amó a Elisa; el Duero desemboca en Oporto, ciudad de Portugal, patria de Camoens, enamorado de Natercia (doña Catalina de Ataide); y el Ebro es un río del reino de Aragón (próximo a Cataluña), patria de Boscán, que amó a una �Señora�.

     Y lo importante no es que sean cuatro los ámbitos que puedan configurar la península Ibérica, sino la superioridad del Betis sobre todos los demás y sobre lo que ellos suponen; y la razón está, obviamente, en el amor de Luz, un [84] amor actualizado en el agua del Betis, símbolo primordial de la pureza (BACHELARD, 1942, pp. 203-228), que puede vivificar las formas transformándolas, asumiendo las tradicionales y superándolas en otras nuevas de rango superior, puesto que Herrera, que concibe la dialéctica amorosa como gesta o hazaña, hace coincidir la culminación de la episteme hispana con la de su erotismo de poeta petrarquista.

5

     La segunda categoría en la configuración del microuniverso epistémico herreriano viene representada ahora por la tierra, concretamente por los frutos surgidos gracias al poder fecundante de los ríos. En este caso, con el bello mirto (árbol de Luz), se inicia la enumeración intensificativa del segundo cuarteto, que pone de relieve la superioridad de éste sobre la del resto de los árboles. La razón nos la da el propio Herrera en sus Anotaciones a Garcilaso, pp. 172-173, cuando nos dice que el mirto es el árbol consagrado a Venus (amor) y, en consecuencia, es el símbolo de Luz. Frente a éste, el lauro (laurel) simboliza a la idealizada Laura petrarquista y el enebro a Ginebra Malatesta, amada de Torcuato Tasso. Una vez más, la realidad física queda trascendida por el poder evocador del símbolo, que nos acerca a esa otra realidad subjetiva, vivencial del poeta petrarquista en la que Luz (mirto) estaría por encima, en este caso, de Laura (laurel) y Ginebra (enebro), grandes enamoradas del mundo italianizante.



[85]

     Podemos observar en este proceso de concreción empírica (del río a la tierra, del macrocosmos al microcosmos, en suma, de lo trascendental a lo humano -recuérdese que el árbol, precisamente, es el símbolo de lo humano(213)-) cómo este mundo hispánico va superando al italianizante desde el punto de vista herreriano -no olvidemos que, por ejemplo, en el soneto de Ariosto �Al ginepro�, el enebro (árbol amado del poeta) vence al pino, al abeto y al mirto (CUEVAS, 1985, pág. 547)-.

     Por ello, lo que gracias al poder fecundante de los ríos nos permitió representar una situación de identidad epistémica entre dos culturas, expresadas simbólicamente a través de microsistemas amatorios de distinta naturaleza, se transforma ahora en un proceso de desigualdad que, a partir de las diferentes incidencias amorosas, sitúa al mirto (y todo lo que él representa como fruto de la cultura hispana que el amor a Luz va a permitir a Herrera configurar) en el lugar privilegiado del macrosistema ideológico.

6

     Y ello quizá se deba al fuego del amante petrarquista, a su osadía amatoria que poco a poco va encontrando su complementación en el resto de los elementos que, desde el mundo clásico, han constituido la esencia y el principio de toda armonía vital. El fuego, principio activo de vida, calor y luz del empíreo, es el que genera en el amante la actitud renovadora, el deseo armónico en su largo peregrinar por la aventura amorosa (recuérdese la leyenda del ave Fénix, que renace de sus propias cenizas). Por ello, fuego/río, osadía/temor, constituyen el primer jalón del proceso amoroso, la primera oposición generadora de vida y del acontecer literario, que en la tierra encuentran el elemento fértil simbolizado en la belleza del mirto (Luz).

7

     Sin embargo, falta un cuarto elemento que permita completar esta realización del poemario in vita. Y es lo más sutil, el reflejo espiritualista de raíz agustiniana, que trasciende lo empírico y se adentra en la búsqueda de lo absoluto, del ambiente propicio para la proyección amorosa y, consecuentemente, para la organización natural y epistémica de todo el sistema simbólico de la nueva ideología renacentista. Este último elemento lo constituye el aire (el espíritu, lo elevado y, en el caso herreriano, la propia creación literaria en [86] cuanto vehículo para la inmortalidad(214)) que entra en íntimo contacto con la tierra (el árbol, el cuerpo, la materia, en suma, todo lo orgánico que representa la antigua ideología del nivel substancialista medieval) y la sublima por medio de la difusión y la reflexión (el Alma bella) que se produce en el discurso literario (GARAGALZA, 1993, pág. 61) por la presencia de Luz, auténtico peldaño platónico hacia Dios y conexión entre tierra y cielo.

     Herrera no se ha olvidado de todo ello y en el primer terceto recoge esta idea, interpretada de distintas maneras por la crítica. Es bien cierto que el Erídano es el río en el que cae Faetón al desbocar los caballos del carro del Sol (PÉREZ DE MOYA, Filosofía Secreta, pág. 202; OVIDIO, Metamorfosis, pág. 57; GALLEGO MORELL, 1961, pp. 32-33); sea el nombre griego del Po o del Ródano, es lo mismo. Sin embargo, y no siempre se ha entendido así, también es una constelación (un río de estrellas) -recuérdese la mención de Virgilio al rey de los ríos o la reflexión del propio Herrera en sus Anotaciones a Garcilaso, pp. 305-307-. Así pues, el Erídano es una constelación y al Betis (río importante por la presencia de Luz) sólo le falta correr ufano (porque está en el momento petrarquista del triunfo momentáneo del amor) hacia el ponto Mauro (o mar de Mauritania: el Océano Atlántico), elevarse al cielo empíreo (de fuego, precisamente por el gran resplandor de Luz) como una constelación, igual que el Erídano, encontrar el ambiente adecuado para el hecho amatorio y, finalmente, a través de un proceso de sublimación, dotar al sistema hispánico de la grandeza epistémica del sistema clasicista.

     Por ello, es precisamente esta noción de cielo y todo lo que ella representa en cuanto espiritualidad, la que va a trastocar el nivel simbólico medieval en la nueva ideología renacentista, en un rechazo de la imagen de la sociedad como cuerpo orgánico establecido, puesto que, al despreciar la carne y anhelar lo Absoluto a través del amor, se potencia una nueva filosofía del mundo (racionalismo) que lleva al poeta a la búsqueda del Alma interior en la poesía y, por ello, al abandono de las formas orgánicas aristotélicas y a la sustitución por las platónicas. Ello se debe a la permeabilidad de los signos, que posibilita la ruptura con la concepción de la sociedad como un cuerpo inamovible habitado por signaturas divinas y, consecuentemente, la imagen diferente del mundo, nacida, en este caso, de la atracción amorosa. [87]



8

     Así pues, es el mundo simbólico en cuanto realidad de conciencia y espiritual el que se convierte en un auténtico mundo poético, que ve la Naturaleza, la Cultura y la Sociedad desde la propia conciencia. De ahí que los ríos, las plantas, los astros... se vivan desde una conciencia simbólica que organiza los espacios epistémicos como una auténtica cosmogonía poética, en la que la poesía simbólica se alza como la concreción en la realidad del espacio epistémico de la interioridad de la conciencia (ZAYAS, 1991-92, pág. 28).

     Por ello, los frutos (amatorios -Luz- y de la Naturaleza -mirto-) que han permitido al poeta establecer la oposición entre las dos grandes epistemes, le han servido para vislumbrar la necesidad del abandono del nivel substancialista [88] y organicista propio de la antigua ideología medieval, y, consciente de su función trascendente en cuanto dispensador de inmortalidad, ofrecernos el marco adecuado al nivel espiritualista de la nueva ideología renacentista (el Erídano en cuanto constelación -cielo-).

     Y esto es lo que el poeta desea íntimamente en el último terceto. Sin embargo, fiel a las ideas típicas del petrarquismo (FUCILLA, 1960, pp. 144-157), sabe que ello es imposible, que su destino es vagar, como buen peregrino de amor, entre el temor y la osadía, entre la tierra y el cielo, en suma, entre el clasicismo y el hispanismo, en una realización que no tiene fin. De ahí que el paisaje, cualquiera que sea su pertenencia cultural, manifieste la intención implícita de modificar la Naturaleza, inscribiendo en ella las dos dimensiones de valores colectivos y de valores individuales (HAMMAD, 1993, pág. 32). Como microuniverso personalizado, testigo y confidente del poeta, la Naturaleza literarizada se convierte en reflejo del estado del Alma, en símbolo supremo de una compleja filosofía amatoria; como representación del cielo, la tierra, el agua y el fuego se transforma en el macrouniverso que reúne dos sistemas epistémicos que, como ocurriese con el amante petrarquista, se disputan en el discurso un lugar, en esta realización sin fin.

     Por ello, será el Esperio suelo (o ámbito occidental, es decir, España) donde el Betis (y todo lo que él supone en cuanto representación del sistema hispánico) podrá ser venerado como el eliconio Olmeo, antiguo río de Beocia que desaguaba en el monte Helicón, según Fabri consagrado a las musas. De esta manera, si se le niega la metamorfosis en constelación o, lo que es lo mismo, si el Betis no puede llegar a ser el ambiente adecuado para las incidencias amorosas ni adquirir el rango epistémico de la cultura clásica que anhelara la nueva ideología renacentista, sí podrá ser venerado en España como el río de las musas (tópico horaciano del vencedor vencido(215)), adquiriendo así la dignidad de los grandes ríos clásicos y del sistema ideológico que ellos simbolizan.



REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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     OVIDIO (1972): Metamoifosis, ed. de V. López Soto, Bruguera, Barcelona, 1979.

     PÉREZ DE MOYA, J. (1977): Filosofía secreta [1585], ed. Glosa, Barcelona.

     RICOEUR, P. (1967): �Estructura, palabra, acontecimiento� apud AAVV, Problemas y principios del estructuralismo lingüístico, C. S. I. C., Madrid, pp. 73-95.

    SCHAFF, A. (1964): Lenguaje y conocimiento, Grijalbo, México, 1967.

     URBÁN, M. (1952): Lenguaje y realidad, Paidós, Buenos Aires.

     VILLENA, J. A. (1992): Fundamentos del pensamiento social sobre el lenguaje, Ágora, Málaga.

     ZAYAS, L. O. (1991-92): �La poética de Ramón Zapata�, Horizontes, XXXV, n� 69-70, pp. 23-41. [91]



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Legiones y falanges: una experiencia insólita

(216)                               

Ramón F. LLorens

Universidad de Alicante

    En el año 1941, con motivo de la visita del Sr. Federzoni -presidente de la Real Academia de Italia, Ministro de Colonias y presidente del Senado- a la Asociación Cardenal Albornoz, Ramón Serrano Suñer pronunció un discurso que reflejaba con claridad los vínculos culturales que se habían establecido entre Italia y España tras la victoria de Franco, vínculos que habían comenzado durante los primeros meses de la guerra con el afincamiento de alemanes e italianos en España(217).

                �Fue preciso que nuestra gran Cruzada diera ocasión a que se pusiera en contacto las Armas de los dos pueblos [italiano y español], y a que las letras unidas a ellas fueran campo de confraternidad donde de nuevo, fieles a su destino, Italia y España se encontraran en el abrazo que hoy las une, y que ya no ha de extinguirse nunca.           
[...]
     y esperamos que la Providencia utilizará el esfuerzo de esta hermandad hispano-italiana para salvar otra vez al mundo de la demencia trágica que hoy pone [92] en peligro el porvenir de aquella civilización, y lograremos que otra vez las verdades eternas presidan los destinos de todos los pueblos�(218).

     El 21 de abril de 1939, Sánchez Mazas pronunciaba en italiano un discurso encomiástico titulado Oración a Roma que fue emitido por Radio Nacional de España: �Roma, Roma, Roma: Te saludamos con el triple saludo, madre, maestra y heroína� y ensalzaba los lazos que unían ambos países: �Por salvar aquello que nos une llegaban a la guerra civil de España legionarios romanos, que vertían su sangre al lado de la nuestra; soldados de Italia con soldados de España, camisas negras del Fascio Littorio con las camisas azules de yugos y flechas(219).

     El 20 de octubre de 1940, Madrid se engalanaba con banderas nazis: Himmler, que había llegado el día anterior, se entrevistaba con Franco. La Gestapo y los coches con la cruz gamada pasaban por Madrid, merced a las facilidades dadas por el Gobierno español. La cooperación militar con los servicios de espionaje de la Abwerh y del SIM italiano se había acentuado(220). Este ambiente de euforia nazi-fascista precede a la aparición, en noviembre del 40, de la revista Legiones y Falanges. Revista mensual de Italia y España, fruto de la colaboración ítalo-española, cuya edición italiana llevaba el mismo título Legioni e Falangi. Rivista d'Italia e di Spagna.

LEGIONES Y FALANGES

     Legiones y Falanges(221) comenzó a publicarse en noviembre de 1940 y concluyó en junio de 1943, después de 31 números. Apareció el mismo mes en Madrid y Roma, aunque las dos ediciones se imprimieron durante algún tiempo en talleres italianos. La revista constituyó �un extraordinario caso de colaboración fascista ítalo-española�(222).

     El mismo título de esta �curiosa revista� -según J.C. Mainer-, Legiones y Falanges, muestra claramente la relación que existía entre ambos países desde el punto de vista militar y que intentaba extenderse también al ámbito cultural. La combativa publicación, de estética fascista, surgió como consecuencia de este explosivo combinado bélico-cultural, que compilaba los intereses de ambos regímenes: contribuir a la reactivación del panorama cultural -que en [93] España correspondió a Falange con posterioridad a 1939, -afirma Mainer(223)- mediante colaboraciones de creación y de crítica literaria, artística y musical, secciones fijas de cine y teatro, secciones de actualidad, artículos de temática militar o religiosa -en menor medida-, todo ello ornado con propaganda fascista y grandes reportajes fotográficos de Vallmitjana. Tan interesante experiencia de colaboración cultural entre regímenes totalitarios duraría tres años y en su edición española colaboró la intelectualidad del Régimen.

     En España la revista fue dirigida por Agustín de Foxá(224), conocido fascista y aristócrata español, cuya obra más destacada es Madrid, de corte a checa. Foxá sería sustituido posteriormente por Román Escohotado, poeta de quinta fila, crítico literario de Arriba -entre otras publicaciones-. La versión italiana fue dirigida por Giuseppe Lombrassa.

     La revista, de gran formato y con numerosas fotografías, aparecía mensualmente. Los 31 números costaban en España dos pesetas y la suscripción anual, 22(225). El sumario y la presentación de los textos de la edición española fue variando.

     Hasta mayo de 1941 Legiones y Falanges -como he señalado más arribase imprimió en Italia, sin embargo, las suscripciones se recibían en la Delegación Nacional del Servicio Exterior de Falange Española Tradicionalista y de las Jons(226) -sita en la calle de Alcalá, 42-, pero la Dirección y Redacción se encontraban en Roma y la Administración y Publicidad dependían de Milán.

     En el número doble, VIII-IX de junio-julio, la Redacción ya se encontraba en Madrid, en la Delegación Nacional de Prensa y Propaganda, en Montesquinza, 2, y la Administración y Publicidad en Hermosilla, 73.

     En el número XVIII, correspondiente al mes de abril de 1942, los talleres de Legiones y Falanges están en Gráficas Españolas, su Redacción en Génova, 16 y Administración y Publicidad continúan en Hermosilla. El precio no ha variado salvo los números extraordinarios que costaban cuatro pesetas. [94]

     En julio del 42, número XX, de nuevo cambia el formato, aunque no el precio.

     En enero de 1943 sólo cambia el lugar de Administración y Publicidad que se traslada a Carretas, 10(227).

     El número 1 de la versión española se abre con fotografías de Mussolini y Franco y sus autógrafos. Un editorial titulado �Italia y España�, firmado por los dos directores: Agustín de Foxá y Giuseppe Lombrassa, plantea los objetivos de la revista:

                Nosotros creemos que entre Italia y España hay comunidad de intereses, de unos intereses concretos, que merecen nuestra vigilante atención, sobre todo ahora que se está construyendo el nuevo orden europeo mundial [...] También la solidaridad de sangre ítalo-española, en esa tremenda y gloriosa prueba que ha sido la guerra de España [...] es la demostración que nuestros intereses nacionales son tan concomitantes que en el momento de la necesidad de dos pueblos tienen que acompañarse a la fuerza y marchar hasta el final. No vamos de acuerdo porque hemos peleado juntos, sino que hemos peleado juntos porque íbamos de acuerdo. Con este espíritu damos comienzo a nuestra labor, que será indudablemente provechosa para los dos pueblos.           

     En este primer número de noviembre de 1940 encontramos, junto al sumario, propaganda de obras de literatura española traducidas al italiano, así como gramáticas ítalo-españolas y libros relacionados con Italia; libros, todos ellos, de la editorial milanesa Garzanti editor, que se encargaba, a su vez, de la Administración de Legiones y Falanges.

Secciones habituales. Teatro, cine, música, espectáculos

     Entre las secciones que aparecen con frecuencia en la edición española encontramos el primer año las denominadas 30 días en Roma y 30 días en Madrid, firmadas respectivamente por Flecha negra/Freccia Nera y J. R. Masoliver(228). Rolandino comienza ocupándose en los primeros números (hasta núm. XX, julio 1942) de la sección Voces de la pantalla que, a partir de la fecha señalada, comienza a depender de Sandro de Feo (hasta núm. XXVI, dic. 42) y de F. Hernández Blasc (�El cine español�, núm. XXVI, enero 43; �Aniversario y recuerdo de Murnau�, XXIX, abril 43); de nuevo Sandro de Feo (núm. XXX, mayo 43); y Carlos Fernández Cuenca (D'Annunzio� y �Gabiria�, XXXI, junio 43).

     Otra de las secciones más frecuentes fue la dedicada a las actividades escénicas -teatro, ópera-: Máscaras y escenarios. En esta sección colaboraron [95] Quintilio Maio (desde los comienzos de la revista hasta el núm. XXIV, noviembre del 42); Díez Crespo (�El teatro en la España de hoy�, XXI, agosto 42); el poeta y narrador Cristóbal de Castro (�El trovador de la energía. Perfil, gloria y memoria de Zorrilla�, XXIII, oct. 42); Víctor Espinós (�Un italiano introduce a Wagner en los repertorios españoles�, XXV, dic. 42); Evaristo Gherardi (XXXI, junio 43); Gregorio Sánchez-Puerta y de la Piedra (�La fecundidad de los dramaturgos españoles en la Edad de Oro�, XXII, sep. 42; �Crítica culta y crítica popular�, núm. XXVII, feb. 43); Antonio de las Heras y Juan de Alcaraz.

     La peculiar sección, firmada por Alfonso Gallego Cortés se publicó durante el año 1942, Diario de un falangista de primera línea alternó el título con el de Memorias de un falangista.

     Durante los últimos tres meses de vida de la revista, apareció una efímera sección firmada por César, titulada Horas perdidas.

     Sobre la actualidad encontramos dos secciones: en sus comienzos, La viva actualidad, y más tarde Actualidades.

     Al margen de las secciones fijas ya señaladas, aparecen colaboraciones que también tratan sobre espectáculos. Víctor Espinós se ocupa de los temas latinos en la música germana (�El Columbus de Werner EGK, XIX, mayo-jun. 42); Ciro Poggiali (�La música italiana como arte y como producto de exportación�, XVIII, abril 42); Giulio Confalonieri dedica dos artículos a la música (�Música española contemporánea�, IV, feb. 41; �Verdi: inspiraciones españolas�, XXVIII, marzo 43).

     González Alonso habla de cinema ítalo-español (V, marzo 41); Fernán firma artículos sobre cine (�El espíritu de las formas cinematográficas�, XX, julio 42; �El ritmo como ley cinematográfica�, XXII, sept. 42).

     Desde el punto de vista académico del teatro, Melchor Fernández Almagro (�El teatro español de ayer y de hoy�, VIII-IX, junio-julio 41) afirma que el teatro español no ha asumido la iniciativa que le corresponde �en esta hora trascendental de revoluciones nacionales y renovación universal� como han hecho otros géneros.

Literatura. Arte. Ciencia(229)

     El apartado de literatura engloba creación y estudios literarios.

     Entre estos últimos destacan los trabajos de Antonio Ballesteros Beretta (�Boccacio y los españoles�, VI, abril 41); Joaquín de Entrambasaguas (�La novela romántica en España�, XIII, nov. 4 1; �Un poeta español, amigo del Tasso [96] y enemigo de Lope de Vega, X, agosto 41); Salvatore Battaglia (�Lo verdadero y lo mágico en el poema�, XI, sept. 41); Concha Espina (�Emilia Pardo Bazán�, XII, oct. 41; �Rosalía de Castro�, XXV, dic. 42); Ángel González Palencia (�Los orígenes de la poesía lírica romance�, XVII, marzo 42); Juan Beneyto en �Colaboración de las letras en el triunfo de las armas� (XVIII, abril 42), estudia el papel desempeñado por las letras en la Victoria, y realiza un repaso de las publicaciones, así como una propuesta de líneas de investigación -el Estado, el Imperio, el Partido. Pedro Mourlane Michelena (�Tiempo y contratiempo�. De Gil Vicente y Guillén de Castro, XIX, mayo-junio 42); Nicolás González Ruiz (�Juan Boscán, importador de ideas poéticas�, XXI, agosto 42); Emiliano Aguado (�El paisaje en la literatura romántica�, XXIV, nov. 42); Alfredo Marqueríe (�Pirandello y Unamuno�, XIV, dic. 41). En �Lo popular y lo 'castizo'� (X, agosto 41) parte de la distinción efectuada por José Antonio Primo de Rivera entre ambos términos y la importancia de la Falange que �recreó el entendimiento verdadero de lo popular�. En �De ayer a hoy. Panorama de la novela española� (XVII, marzo 42) Marqueríe cita una legión de escritores y autores teatrales: Cecilio Benítez de Castro, Pemán, Manuel Machado, Luca de Tena, Carmen de Icaza, Jardiel Poncela, Román Escohotado, Samuel Ros...

     En cuanto a la creación, nos encontramos con algunos de los escritores más importantes de la época y de nuestra historia literaria. Azorín, en su etapa más politizada -publica sus artículos sobre Franco en Abc, escribe en Vértice, Arriba- colabora con cinco artículos: �El viaje a Italia�, VII-IX, junio-julio 41; �Serenidad en Bolonia�, XIII, nov. 41; �Tragedias españolas�, XVI, feb. 42; �Aventura en Tarragona�, XXI, agosto 42; �Mar de Levante. Sus pescadores�, XXVIII, marzo 43; Camilo José Cela (�Un recuerdo de maese Ruperto�, XXIX, abril 43); Ricardo Baroja (�Achul�, XI, sept. 41); Álvaro Cunqueiro (�Las puentes gibelinas�, VI, abril 41; �Mi antiguo país, XIII, nov. 41; �Las aguas de Roma�, XVIII, abril 42; �Los sonetos romanos�, XXVI, enero 43). Manuel Machado (�Luces de antaño�, XXV, dic. 42); Enrique Llovet (�El mar, inquietud española, XXVIII, marzo 43). [97]

     Legiones y Falanges comenzó a publicar en el número XIX de mayo-junio del 42 una sección titulada El cuento semanal. En ella colaboraron entre otros, Samuel Ros (�La extraña limosna�, XIX, mayo-jun. 42); José María Sánchez-Silva (�La chica del impermeable�, XX, julio 42); D. Fernández Barreira (�La pareja del 13, XXI, agosto 42); Tomás Borrás (�Exemplario. Exemplo del secretario de Moralejas, XXII, sept. 42); Vittorio G. Rossi, �Nariz azul�, XXIII, oct. 42); Alfredo Marqueríe (�Leonor, Luis y la otra�, XXIV, nov. 42).

     En el apartado científico -si este artículo puede calificarse como tal-, destaca el artículo de Vallejo-Nájera (XIV, dic. 41) �Características raciales del comunismo� [sic] en el que responde a las siguientes preguntas: �Constituye el comunismo una característica racial? �Representa la lucha de la raza mongólica contra la aria por el predominio en el mundo? �Existe un pueblo genotípicamente comunista? Concluye �Dadas sus características biológicas, el comunismo únicamente puede difundirse entre las razas degenerativas e incultas, que carecen de confianza en su destino, desposeídas de valores propios, incapaces de perfeccionarse y aspirar, por los propios trabajos y valía, a superarse y a superar a los demás hombres en todos los aspectos culturales de la civilización�.

Política. Ejército y guerra. Religión(230)

     Eduardo Aunós (�El liberalismo, germen de la decadencia española�, III, enero 41); Manuel Aznar (�Grandeza y gloria del Ejército italiano, IV, feb. 41; �Guerrillas y guerrilleros�, X, agosto 41); Cesare Magri (�Política social de la Falange�, X, agosto 41); el general Bermúdez de Castro (�El Museo del Ejército Español�, XII, oct. 4 l); Ximénez de Sandoval en �José Antonio Primo de Rivera. Figura clásica� (núm. XIII, nov. 41) en el quinto aniversario de la muerte de José Antonio, parte del concepto de clásico frente al de romántico: �Romántico es el concepto de adoración a la Patria como tierra, como paisaje y como cuna. Clásico [98] es, en cambio, la definición joseantoniana de la Patria como Unidad de destino�. José Luis de Arrese (�Permanencia en José Antonio�, XIII, nov. 41; �Victoria española�, XVIII, abril 42"). Fray Mauricio de Begoña (�Hora católica de España�, XIV, dic. 41); Xavier de Echarri (�La revolución y la Victoria�, XVIII, abril 42; �Franco, caudillo europeo�, XXIII, oct. 42); José Losada de la Torre (�Día de la Victoria, en Sevilla�, XVIII, abril 42). Ismael Herráiz (�Los tres grandes frentes de la guerra�, XIX, mayo-junio 42).

     Entre la literatura y la propaganda hay colaboraciones de Ettore de Zuani �Caracteres de la nueva literatura española� (IV, feb. 41) y �Panorama literario de la Italia fascista� (XIX, mayo-jun. 42). En este artículo se ocupa de la revista Escorial, de las colecciones poéticas de la guerra civil, de Manuel Machado, Eugenio d'Ors y de la vuelta al teatro del Siglo de Oro. Completan este apartado, Francesca de Bellis (�Un poeta de la Falange: José Luis Estrada�, XV, enero 42) y el católico cedista, Francisco Casares (�El Movimiento y las letras españolas: evolución y revolución�, XXI, junio 43).

     Otros colaboradores: Martínez de Oria, fray Justo Pérez de Urbel, Javier Olóndriz, Giorgio Pini, Juan Sampelayo, Ettore de Zuani...

Colaboradores habituales

     Considero colaborador habitual a aquel autor que publica más de cinco artículos en una revista que tiene 31 números. Ettore de Zuani (6), Orio Vergani (6), Felipe Sassone (5), Nino Ruggeri (14), Manlio Lupinacci (7), Melchor Fernández Almagro (6), Giuseppe Caputi (10), Giovanni Ansaldo (12), M. Estévez (5), J. R. Masoliver (5), Alfredo Marqueríe (6), Cesare A. Gullino (5), los ya citados, Azorín, Eduardo Aunós y, en secciones habituales, Quintilio Maio, Rolandino...

Relaciones ítalo-españolas(231)

     En este apartado las colaboraciones son variadísimas: desde estudios literarios, pictóricos o musicales, hasta artículos bélicos o propagandísticos.

Antonio Marichalar (�Italia y España�, X, agosto 41; �La pintura italiana en el Museo del Prado (Botticelli)�, XVIII, abril 42); Antonio Bouthelier (�Españoles en Bolonia�, XII, oct. 41); Manuel Ballesteros (�Un capitán italiano en las armas españolas: Ambrosio de Spínola�, XIII, nov. 41); Bermúdez de Castro), �Italia y España en la historia�, XIX, mayo-junio 42); Juan Beneyto (�Un valenciano y un florentino sobre Maquiavelo�, XXII, sept. 42; �Antonio Agustín en Italia�, XXVII, feb. 43); Delfín Escola (�Recuerdos españoles en Marconi�, XXVII, feb. 43); Cesare A. Gullino (�Comunidad ítalo-española en el Mediterráneo�, XXVIII, marzo 43). [99]

DOS EDICIONES

     La revista mensual, Legioni e Falangi. Rivista d'Italia e di Spagna, fue dirigida por Giuseppe Lombrassa. Roma y Milán se repartían Dirección y Redacción y Administración y Publicidad respectivamente.

     La edición italiana salía a primeros de cada mes y costaba dos liras. La revista, al igual que la edición española, era de gran formato y, en sus portadas, con grandes fotografías, alternaban las mujeres que dejaban ondear al viento las pequeñas banderas con la esvástica -o la fémina brazo en alto y el uniforme en el que destacaba el escudo falangista-, con los escenarios bélicos: soldados en el frente, obreros trabajando, etc. El formato y el diseño de la revista italiana no se modificaron. El sumario, acompañado siempre de una fotografía -soldados en los diversos frentes, el Duce condecorado, saludando, aclamado por las masas o Franco hablando a los trabajadores- permaneció invariable.

     La edición italiana, por tanto, no sufrió variaciones. Sus sumarios eran menos extensos que los de la edición española; los artículos que se publicaban en una edición se repetían en algunos casos en la otra. En contadas ocasiones, aunque los autores eran los mismos, los títulos de los artículos eran distintos. En la edición española evidentemente abundaban los autores españoles, mientras que en la italiana los artículos versaban sobre la cultura española. También había colaboraciones de autores españoles en la edición italiana que no aparecían en la edición española y autores italianos que publicaban en España y no en Italia.

     La numeración de la revista variaba según la edición: así, mientras que la edición española consta de treinta y un números en los tres años de existencia de la revista, la edición italiana comienza a numerar en cada nuevo año de la publicación -hasta el núm. IX, julio 41, año I; hasta el XII, año II y hasta el 8 en el año III.

     Los colaboradores, grosso modo, son los mismos en ambas ediciones: Giovanni Ansaldo, Cesare Guerri, Manlio Lupinacci, Nino Ruggeri, Giuseppe Caputi, Aldo Valori, Vittorio G. Rossi, Giuseppe Vedovato, Ettore de Zuani, Francesco Magri, Orio Vergani, Mario Appelius, Quintilio Maio, Francesca Magri, Ettore de Zuani, Orio Vergani, Marco Cesarini, Elio Zorzi, Sandro de Feo, Ciro Poggiali, J. Martínez de Oria, Alfredo Marqueríe, Masoliver, Felipe Ximénez de Sandoval, Giménez Caballero, Concha Espina, Edgar Neville, M. Fernández Almagro, Marqués de Lozoya, Juan Antonio de Zunzunegui, Antonio de las Heras, Joaquín de Entrambasaguas, Antonio de Obregón, Santiago Magariños, Eduardo Aunós, Antonio de Urbina, José Vicente Puente, Tomás Borrás, Juan Cabanas, Luis González Alonso.

     Veamos a continuación algunos artículos que fueron publicados en ambas versiones.

     Giovanni Ansaldo publica �Gli eterni barbari� en núm. X (agosto 1942), artículo que aparece en la edición española en el núm. XXVI (enero 43) con el mismo título traducido acerca de los horrores de los bolcheviques; Mario [100] Appelius publica en el núm. XIX (julio 41) �América di domani�, que aparece en España en el núm. XIV (diciembre 41). El artículo sobre la �Política social de la Falange� de Franceso Magri, se publica en el núm. VIII de la edición italiana (junio del 41), y en la española, en el núm. X (agosto 41). Vittorio G. Rossi, Manlio Lupinacci, Aldo Valori, Giuseppe Vedovato, Elio Zorzi publican en ambas ediciones los mismos artículos en distinta fecha.

     Por lo que respecta a los colaboradores españoles, la publicación se realiza en primer lugar en la edición española para aparecer, con posterioridad, en la italiana: Eduardo Aunós publica en el núm. XV de enero del 42 en la edición española: �Roma y sus tres destinos de eternidad�, que aparece en Roma en el núm. IV de febrero del 42. Juan Cabanas publica en España �Divagaciones de un pintor: Miguel Ángel y Alonso de Berruguete� en núm. XXIV (noviembre del 42), en Roma aparece en el núm. V (marzo del 43). Joaquín de Entrambasaguas publica �Un poeta español amigo del Tasso y enemigo de Lope de Vega� en el núm. X (agosto 41), que aparece en la edición italiana en el núm. I (noviembre 41). Fernández Almagro publica en el mismo mes en ambas ediciones su artículo �El teatro español de ayer y de hoy�. Otros trabajos sufren nuevos ajustes de fechas: Alfredo Marquerie publica en junio y en julio del 41 en Italia y sus artículos se publican en España más tarde, en diciembre y agosto del mismo año. Martínez de Oria publica simultáneamente su �Espacio vital en España� (junio-julio 1941).

     El contexto cultural español de posguerra propició el intercambio continuo entre periódicos y revistas de autores favorables al Régimen; no resulta extraño, por tanto, que la interminable nómina de autores que publican en Legiones y Falanges -más de doscientos, como consta al final de este trabajo- coincidiera en la corte de José Antonio Primo de Rivera o en los habituales volúmenes colectivos de la época -Corona de sonetos en honor de José Antonio Primo de Rivera, Poemas de la Alemania Eterna, Laureados de España, Ofrenda lírica a José Luis de Arrese en el IV año de su mando -del año 1945-, etc.) o como colaboradores de revista y periódicos, Destino, El Español o la ya mencionada Vértice.

     Legiones y Falanges supuso para el panorama cultural de la posguerra española una interesante aportación por el continuo intercambio cultural que vivieron Italia y España, aunque amparados por sus regímenes totalitarios.

     Legiones y Falanges pretendió, desde una postura internacionalista, abundar en la tarea que ya realizaban otras publicaciones en España, esto es, intentar controlar todos los ámbitos de la vida cultural, mediante la invención de una nueva historia y de una nueva literatura, en definitiva, mediante la invención de un nuevo concepto de cultura integrada en un nuevo orden, que sólo admitía del pasado aquello que podía manipular. [101]

COLABORADORES DE LEGIONES Y FALANGES(232)
 
                        A. G. Castro, Cristóbal de Castro, Cristóbal de
Abad Ojuel, Manuel Cebrián, Vicente
Abril, Manuel Cela, Camilo José
Aguado, Emiliano Centeno, Félix
Alcaraz, Juan de César
Alfaro, José M. Cesarini, Marco
Alvar Salbadores Ciampi, Antonio
Ansaldo, Giovanni Confalonieri, Giulio
Aponte, Salvatore Cossío, Francisco de
Appelius, Mario Crema, Luigi
Arrese, José Luis de Cunqueiro, Álvaro
Asensio, Antonio Cutry, Francesco
Aunós, Eduardo D'Ors, Eugenio
Azcoaga, Enrique Díaz, Crespo
Aznar, Manuel Diego, Gerardo
Azorín Echarri, Xavier de
Ballesteros Beretta, Antonio Egea, Manuel
Ballesteros, Manuel Entrambasaguas, Joaquín de
Barba Hernández, Bartolomé Escobar, Julio
Barga, Luis de la Escolá, Delfín
Baroja, Ricardo Espina, Concha
Battaglia, Salvatore Espinó, Víctor
Bellis, Francesa de Espinosa, Juan José
Benedetti, Achille Estévez, M.
Benedetti, Arrigo Farfarelo
Beneyto, Juan Feo, Sandro de
Berio, Margherita Fernán
Bermúdez de Castro Fernández Almagro, Melchor
Borrás, Tomás Fernández, Barreira, D.
Bouthelier, Antonio Fernández Cuenca, Carlos
Bruno, Sergi Fernández Flórez, Wenceslao
Cabanas, Juan Ferrari Billoch, F.
Cacho Zabalza, Antonio Flecha negra
Calendoli, Giovanni Fornani, Inés de
Caputi, Giuseppe Foxá, Agustín de
Caro Baroja, Julio Foxá, Jaime de
Casares, Francisco Franco, Antonio
Casares, Julio Fray Justo Pérez de Urbel
Casini Gherardo Fray Mauricio de Begoña
Castillo de Lucas, Antonio Fuertes Rodríguez, Luis
[102] Fuertes, Julio Martínez de Oria,
Gallego Cortés, Alfonso Martínez Santa-Olalla, Julio
García Nieto, José Masoliver, Juan Ramón
García Serrano, Rafael Mazzi, Ruggero
García Viñolas Mediano, Eugenio
Garza, L. Melani, Piero Luigi
Gil de la Vega Melgar, Conde de
Giménez Arnau, J. A. Mendizábal, Ignacio
Giménez Arnau, Ricardo Montanelli, Indro
Giménez Caballero, Ernesto Montemayor, Íñigo.
Gistau, Tomás Montes, Eugenio
Gómez de la Serna, Gaspar Moret Messerli, Francisco
González Alonso, Luis Moschini, Mario
González Palencia, Ángel Mostaza, Bartolomé
González Ruiz, Nicolás Mourlane Michelena, Pedro
Gonzalo Pulido Moya Huertas, Miguel
G. P. C. Muguruza, Pedro
Granados, Enrique Napolitano, G. G.
Guerri, Cesare Negro, Silvio
Guillén, Julio F. Nofuentes, Manuel
Gullino, Cesare A. Olóndriz, Javier
Heras, Antonio de las Pales, Ezio
Hernández-Blasco, F. Pedraza, Pablo
Herráiz, Ismael Pellizi, Camillo
Javier Olóndriz, F. Pemán, José María
Juste, Joaquín Piccolo, Francesco
Laínez Alcalá, Rafael Pini, Giorgio
Laínez, Daniel Poggiali, Ciro
Lalatta, Luciano Pombo Angulo, Manuel
Llovet, Enrique Pombo, Manuel
Lombra, Domenico Por, Odón
Lope Mateo Primo Sanchez, Francisco
Losada de la Torre, José Pulido, Gonzalo
Losel, Paolo Reves, Tibor
Lozoya, Marqués de Révez Andrés
Lupinacci, Manlio Rodríguez de Rivas, Mariano
Machado, Manuel Rolandino
Magariños, Santiago Ros, Samuel
Magri, Francesco Rossi, Vittorio G.
Maio, Quintilio Rozalejo, Marqués de
Marichalar, Antonio Ruggeri, Nino
Marqueríe, Alfredo Sáinz de la Maza, regino
Martín Alonso, J. Sáiz Fernández, Jesús
Martín Ballester Sampelayo, José
Martín de Riquer Sánchez Bella, Alfredo
[103] Sánchez-Puerta y de la Piedra Valdivieso, José Simón
Sánchez-Silva, José M. Valencia, Antonio
Santa Marina, Luys Válgoma, Dalmiro de la
Santo Alcocer Valle y Rossi, Adriano del
Sanz y Díaz, José Vallejo Nájera
Sassone, Felipe Vallmitjana
Serna, Víctor de la Valls Taberner, Fernando
Solari, Laura Valori, Aldo
Solari, Pietro Vázquez-Prada, M.
Sopeña, Federico Vedovato, Giusseppe
Sosa, Luis de Vega, Luis Antonio de
Souvirón, Sebastián Vergani, Orio
Speziale, G. C. Villacorta, Juan Carlos
Spotti, Georgio Villarta, Ángeles
Tebib Arrumi, El Vindel, Francisco
Tessier, Jesús M. Werner, Mercedes
Toda Oliva, Eduardo Ximénez de Sandoval
Tormo, Elías Yuste, Tristán
Trenas, Julio Zorzi, Elio
Trizzino, A. Zuani, Ettore de
Trompeo, Pier Paolo Zunzunegui, J. A. de [105]


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EL SOMBRERO DE TRES PICOS NEI FILMS DI MARIO CAMERINI

Giulia Mastrangelo Latini

Università di Macerata

                   Io sono curioso della vita e il cinema mi ha permesso di soddisfare per più di cinquant'anni tutte le mie curiosità. Con un solo limite, che mi sono sempre posto da solo, l'onestà nei confronti di quello che facevo e l'onestà nei confronti del pubblico (che è poi la stessa cosa). Al pubblico, dato che pagava il biglietto, io ho riconosciuto sempre tre diritti: primo, quello di non sapere niente in anticipo di quello che un film gli raccontava, secondo, quello di capire sempre tutto, terzo, quello di non annoiarsi mai. La mia regola fondamentale, perciò, la chiarezza di racconto: il mio modo più sicuro di attuarla, le facce degli attori, per cavame qualcosa di più significativo, e di più chiaro, delle parole stesse.           
     Lo spettacolo deve entrare dentro lo spettatore, deve interessarlo senza farlo faticare, deve essere chiaro. Il cinema è fatto per il pubblico, non per le cineteche.(233)

     Con queste parole, che ci pare importante tener presenti al cominciare questo discorso, Mario Camerini(234) precisava i principi che lo guidavano nella direzione dei suoi films e nella scelta dei soggetti. [106]

     Nel 1934 il regista dirige, dal romanzo di Pedro Antonio de Alarcón El sombrero de tres picos(235), Il cappello a tre punte che però uscirà un anno dopo a causa di problemi con la censura. L'edizione quindi che ancora oggi vediamo, è quella che ha subìto dei tagli in parti che potevano rappresentare una critica al governo: ad esempio, il rilievo dato a tasse assurde, la ribellione del popolo per le imposte eccessive e così via. Solo visionando il remake del suo stesso film possiamo renderci conto dell'insistenza del regista sull'ingiustizia e sugli abusi dei governanti. Alarcón aveva voluto anch'egli essere polemico? Si ha l'impressione di si, se riflettiamo sulla breve introduzione all'opera e sul tono satirico con cui l'autore spagnolo parla degli antenati che vivevano

                 gobernados simultáneamente por insignes obispos y poderosos corregidores (cuyas respectivas potestades no era muy fácil deslindar, pues unos y otros se metían en lo temporal y en lo eterno), y pagando diezmos, primicias, alcabalas, subsidios, mandas y limosnas forzosas, rentas, rentillas, capitaciones, tercias reales, gabelas, frutos civiles, y hasta cincuenta tributos más, cuya nomenclatura no viene a cuento ahora. (p. 58)           

     Come si vede, sono minuziosamente elencati tutti i tipi di imposte possibili e quando parleremo del remake, non potremo non fare riferimento a questo brano dell'autore spagnolo, che comunque vuole separare l'argomento del suo romanzo da considerazioni militari e politiche:

                 y aquí termina todo lo que la presente historia tiene que ver con la militar y política de aquella época. (p. 58)           

     Sembrerebbero quindi fíniti i riferimenti un po' ironici, un po' amari all'oppressione, ma, se procediamo, vediamo che subito nel secondo capitolo si torna sull'argomento e si parla ancora

           de todos los usos y de todos los abusos santificados por los siglos. (p. 59)

     Tuttavia Alarcón stesso si rende conto di essersi ripetuto

                Pero esto es volver a las andadas. Basta ya de generalidades y de circunloquios, y entremos resueltamente en la historia del Sombrero de tres picos. (p. 60)           

e comincia la narrazione che, a nostro avviso, deve essere interpretata in funzione dei primi due capitoli introduttivi.

     Tornando al film di Camerini, notiamo che si apre senza alcun riferimento né all'epoca né al luogo in cui si svolge il fatto, ma con una bella inquadratura, presa dall'alto, delle teste delle tre mule che tirano il carro guidato da Luca. E quando appare l'attore, vediamo che si tratta di Peppino De Filippo. Ci chiediamo [107] se vi possa essere una corrispondenza fra il personaggio letterario e quello cinematografico. Il tío Lucas di Alarcón era un uomo molto brutto

                más feo que Picio. Lo había sido toda su vida, y ya tenía cerca de cuarenta años. Sin embargo, pocos hombres tan simpáticos y agradables habrá echado Dios al mundo [...] de pequeña estatura (a lo menos con relación a su mujer), un poco cargado de espaldas, muy moreno, barbilampiño, narigón, orejudo y picado de viruelas [...] dijérase que sólo la corteza de aquel hombre era tosca y fea; que tan pronto como empezaba a penetrarse dentro de él aparecían sus perfecciones. (pp. 68-69)           

     Da un punto di vista fisico si può dire che il Luca di Camerini è effettivamente poco avvenente, quindi anche se non sempre vi è coincidenza fra le varie parti del corpo, lo spirito della descrizione corrisponde. Dove ci sembra che il personaggio filmico scada talora nella macchietta è in ambito spirituale: qui pare che vengano a mancare quegli elementi, fondamentali, sui quali poggia la conquista dell'amore di Frasquita/Carmela, in quanto non si rilevano chiaramente quelle doti che hanno compiuto il miracolo di questo singolare rapporto amoroso.

     L'attrice che impersona la mugnaia, Leda Gloria, non ha quella bellezza assoluta, non è �un prodigio de belleza que honraba a su Criador� (p. 64) ma la sua grazia, la verve, una certa innata civetteria l'avvicinano abbastanza alla Frasquita di Alarcón �diablesa de travesura y coquetería que alegraba inocentemente los espíritus más melancólicos� (p. 64).

     Il Governatore, il Corregidor del romanzo, infine, ha un interprete d'eccezione: Eduardo De Filippo che toglie al personaggio le sfumature caricaturali alarconiane per dargli spessore di governante ottuso, prepotente e lascivo.

     In quanto alla trama, Camerini segue pochissimo lo svolgimento del romanzo spagnolo(236). Il film si apre con l'inquadratura dei cavalli che già [108] abbiamo citato. Passando sotto la casa di un avvocato, dove è proibito abbeverare i cavalli, vediamo che Luca ottiene il permesso, negato a tutti gli altri, e all'avvocato che si affaccia alla finestra per ammirare Carmela sul carretto, egli in un abile dialogo con la moglie, chiede di portare al mulino un bell'otre di quel vino suo. L'episodio non è nel romanzo, ma il regista ci fa capire così già molte cose: l'attrazione che Carmela esercita, le riunioni al mulino, un certo sfruttamento da parte dei due sposi di una cosi favorevole situazione.

     Sulla via di casa Luca s'imbatte nel controllore dei carichi che di solito chiude un occhio; è chiaro che il mugnaio ha caricato più di quanto gli sia concesso e questa volta il controllore, istigato da una moglie non avvenente(l'attrice Tina Pica), vuole contare i sacchi di farina. Ne nasce una zuffa a causa delle insinuazioni fatte sul conto di Carmela e del Governatore -è la prima allusione a questo personaggio- e solo il casuale passaggio del vescovo calma gli animi. Il vescovo è anch'egli frequentatore abituale del mulino e quindi congeda i due sposi con benevolenza e ammonisce invece la moglie del controllore a non essere invidiosa perché, dice, �pulchritudo ipsa non est peccatum�, mentre l'invidia sì.

     Tutto questo episodio è inesistente nel romanzo dove si accenna appena ad insinuazioni, prontamente rientrate, degli abitanti del villaggio riguardo al corteggiamento di Frasquita da parte del Corregidor. Assistiamo poi ad una riunione al mulino, dove Carmela canta la canzone Bocca di rosa che si era udita anche in apertura di film. Conosciamo finalmente il Governatore che impersonato, come abbiamo detto, dal grande Eduardo rende perfettamente l'ossessione che per lui rappresenta la bella Carmela. Tutta la scena del mulino è abbastanza fedele al romanzo nel senso che i discorsi dei vari notabili riflettono l'ammirazione che non nasconde, nel caso di qualcuno, un vago desiderio senza speranza di soddisfazione.

     Subito dopo abbiamo una scena inesistente ne El sombrero...: il Governatore, sempre accompagnato da Garduña che funge anche da consigliere, sorprende Carmela mentre raccoglie i panni al fiume e le dichiara focosamente il suo amore, Carmela approfitta per chiedere la nomina a gabelliere di suo fratello, ma ad un approccio ravvicinato, respinge il Governatore e fugge via. Per lui è la prima sconfitta.

     Successivamente si assiste ad una festa in paese che degenera in rissa per Luca che vuole difendere un vecchio. Luca è arrestato e il Governatore, sempre su consiglio di Garduña, coglie l'occasione per trattenerlo in prigione la notte e andare a trovare Carmela sola al mulino. Tutta questa parte segue lo spirito de El sombrero... con l'andirivieni dei personaggi, un po'da pochade, un po'teatrale fino alla soluzione finale. Non c'è tuttavia l'incontro di Luca e Carmela, di notte, ignari della reciproca presenza, e il raglio delle loro mule, scena che ne El sombrero... è fondamentale per provare l'innocenza di Frasquita. Infatti un punto debole del film, a nostro avviso, è che Luca, che dal buco della serratura ha visto il Governatore nel suo letto e lo ha sentito ripetere il nome di Carmela, [109] creda alla semplice affermazione del capo delle guardie che dice, senza provarlo in qualche modo, che Carmela non è colpevole.

     Il film di Camerini incappò nella censura e subì dei tagli: ad esempio la rissa in paese che vediamo rimanere tale, doveva trasformarsi in rivolta popolare contro gli abusi e i soprusi dei governanti. Ci spieghiamo perfettamente perché Camerini abbia accettato di dirigere un remake del proprio film: un regista che si pone di fronte al suo lavoro con quei principi che abbiamo appunto messo in risalto e che si è visto costretto a tagliare delle parti della sua pellicola, non può non sentire il desiderio di esprimere compiutamente il suo pensiero.

     Nel 1955 si presenta l'occasione favorevole. Camerini è messo da De Laurentiis a disposizione di Ponti che sta cercando un soggetto per la Loren e che propone il remake de Il cappello a tre punte(237). Camerini accetta: ora non c'è più la censura, può girare a colori e ha a disposizione attori come Sofia Loren, Marcello Mastroianni e Vittorio De Sica che l'anno prima avevano avuto grande successo nel film di Blasetti Peccato che sia una canaglia. Quasi casualmente, andando in treno, Camerini trova il mulino adatto in Toscana, tre chilometri prima di Pontassieve(238). Può anche collaborare con uno sceneggiatore, Ivo Perilli, che già era stato con Ercole Patti e Mario Soldati sceneggiatore nella prima edizione. Ma soprattutto ha un'attrice perfetta per la parte della protagonista, una Sofia Loren di 21 anni dalla bellezza esuberante, con una civetteria innocente e una naturate armonia di gesti e di parole, una figura che può riflettere le definizioni che di Frasquita danno i frequentatori del mulino:

                �Es un hermoso animal�, solía decir el virtuosísimo prelado. �Es una estatua de la antigüedad helénica�, observaba un abogado muy erudito, académico correspondiente de la Historia. �Es la propia estampa de Eva�, prorrumpía el prior de los franciscanos. �Es una real moza�, exclamaba el coronel de milicias. �Es una sierpe, una sirena, �un demonio!�, añadía el Corregidor. (pp. 64-65)           

     Il ruolo di Luca è affidato a Mastroianni: in questo caso non c'è proprio alcun rapporto per l'aspetto fisico fra il brutto tío Lucas di Alarcón e il bell'attore, mentre, al contrario di quanto avveniva nel primo film, è il lato spirituale che viene a riflettersi:

                La Navarra [...] no pudo resistir a los continuos donaires, a las chistosas ocurrencias, a los ojillos de enamorado mono y a la bufona y constante sonrisa, llena de malicia, pero también de dulzura, de aquel murciano tan atrevido, tan locuaz, tan avisado, tan dispuesto, tan valiente y tan gracioso que acabó por trastornar el juicio no sólo a la codiciada beldad, sino también a su padre y a su madre. [...] Luego venía la voz, vibrante, elástica, atractiva; varonil y grave algunas veces, dulce y melosa cuando pedía algo [...] Y, por último, en el alma del tío Lucas había valor, lealtad, honradez [...] cierto espíritu de ironía, de burla y de sarcasmo. (pp. 68-69) [110]           

     Naturalmente il contrasto fra aspetto fisico e aspetto spirituale, fra �el hombre visto por fuera y el hombre visto por dentro� viene a perdersi e di conseguenza si perde l'eccezionalità dell'amore di Frasquita/Carmela verso tío Lucas/Luca. Non ci meravigliamo certamente se nel film Carmela si innamora di un Luca che ha le fattezze di Mastroianni.

     Veniamo al Governatore interpretato da De Sica. Questo attore sempre utilizzato in ruoli brillanti, simpatici, non riesce a darci una figura spregevole del Governatore, non ha un brutto aspetto, non riesce ad essere ridicolo, è insomma un personaggio molto lontano da quello letterario. Inoltre, sempre nei suoi ruoli di corteggiatore mette quasi un senso di autoironia che è quanto di più lontano si possa immaginare dal personaggio alarconiano. In sostanza quindi il personaggio di Camerini non arriva mai ad essere né antipatico né spregevole.

     Fatte queste premesse agli interpreti, se ci avviciniamo al film notiamo queste differenze con il precedente: all'inizio una voce fuori campo colloca la vicenda con precisione alla fine del'600, nel Regno di Napoli sotto la dominazione spagnola. Un paese ideale, recita la voce, se non ci fossero state tasse di ogni tipo: sulla pioggia anche se non piove, 2 carlini al mese in sostituzione dello ius primae noctis per giacere con la propria moglie (anche se non si giace...). La forma satirica in cui vengono presentate queste tasse non fa che ritrarre meglio la pesantezza di imposte ingiuste. Dopo di che si ha la stessa inquadratura delle tre mule viste dall'alto. Il film prosegue in modo analogo al primo fino alla scena della rissa durante la festa che qui diventa rivolta popolare. C'è la bella scena della carrozza, con la moglie del Governatore e i bambini, che rientra precipitosamente.

     Infine, elemento importante, il regista rende più plausibile la prova dell'innocenza di Carmela, che, abbiamo detto, era un po'debole nel primo film: qui Carmela nell'allontanarsi dal mulino aveva visto un uomo, che in realtà era Luca vestito come Garduña (e quindi scambiato per lui), guardare dal buco della serratura. Quando Carmela riferisce questo particolare, Luca è certo che sua moglie, se lo ha visto, non poteva essere nella camera con il Governatore.

     Per il resto il secondo film segue l'andamento e la struttura del primo. Come abbiamo visto vi sono molte e importanti differenze fra El sombrero... e i due films di Camerini.

     L'ambientazione ne El sombrero... è in Andalusia, nei films è il Regno di Napoli sotto la dominazione spagnola. E questo è plausibile: Camerini ha potuto in tal modo vivacizzare il racconto con la forte patina dialettale di attori come i De Filippo e Sofia Loren e muoversi più a suo agio in un ambito familiare. Non ha sfruttato una scena gustosa come quella del tío Lucas sul pergolato che si diverte a guardare le avances del Governatore verso sua moglie, ma l'ha sostituita con quella di Carmela che raccoglie i panni. Ambedue le scene presentano il Governatore che tenta un approccio con la bella mugnaia, ma quella di Camerini dà maggior risalto alla bellezza delle attrici; infatti [111] Carmela per prendere un panno che le è caduto nell'acqua si toglie le calze, solleva le gonne ed entra nel ruscello, il tutto mentre il Governatore, non visto, la guarda avidamente.

     Camerini è attento a mettere in risalto le parti femminili senza allontanarsi dallo spirito del romanzo: se guardiamo bene, Alarcón ci dice, a proposito dell'abbigliamento che doña Frasquita indossava

                falda de un paso solo, sumamente corta, que dejaba ver sus menudos pies y el arranque de su soberana pierna. (p. 66)           

     E in effetti la macchina da presa indugia sul piede di Carmela che segue il ritmo mentre canta Bocca di rosa. Quindi quello che Alarcón mette in risalto in un punto, qui è valorizzato in un altro.

     Completamente inventato da Camerini è l'episodio della rissa nel primo film e della rivolta popolare nel secondo.

     Quello che Alarcón nel suo modo apparentemente leggero e ironico, ma nel fondo amaro, accenna nel primo capitolo

                nuestros mayores seguían viviendo a la antigua española, en paz y en gracia de Dios con su Inquisición y sus frailes, con su pintoresca desigualdad ante la ley, con sus privilegios, fueros y exenciones personales, con su carencia de toda libertad municipal o política. (p. 58)           

in Camerini diventa una scena abbastanza estesa, portavoce delle sue idee sulla giustizia e sulla libertà. Tanto che la censura, come abbiamo detto, avvertì il fondo di critica e di rivolta e obbligò a dei tagli(239).

     Fin qui si comprende abbastanza bene che cosa possa aver spinto il regista italiano a queste trasformazioni. Quello che non ci spieghiamo è perché non abbia ripreso da Alarcón l'incontro notturno dei due sposi inconsapevoli e il raglio delle asine, incontro che avrebbe testimoniato in modo incontrovertibile che Carmela non era al mulino con il Governatore.

     Tra l'altro è una scena interessante nel romanzo giacché permette delle osservazioni sul contrasto fra uomini e animali a favore di questi ultimi:

                Eran Liviana y Piñona, que se habían reconocido y se saludaban como buenas amigas mientras que nosotros dos ni nos saludamos ni nos reconocimos. (p. 161)           

     Come abbiamo visto Camerini si è allontanato molto dal soggetto letterario, ma torniamo alle sue parole riportate all'inizio: egli voleva che il pubblico capisse e non si annoiasse. E in effetti ottiene questi due obiettivi: volendo innalzare una propria critica(240), la presenta inserita in un momento del film in cui [112] la gente cerca di dimenticare i suoi gravi problemi divertendosi con i più svariati e pittoreschi giochi popolari. E' fuor di discussione che il pubblico capisce il messaggio del regista e lo assimila, lo fa proprio.

     Se, come dice lo stesso Camerini, il cinema è fatto per il pubblico, non ci meravigliamo che egli abbia ritenuto opportuno rielaborare a modo proprio il testo. Certo, se per fedeltà si intende una riproduzione pedissequa del romanzo, dobbiamo dire che il film è infedele, se invece riteniamo che un regista possa estrarre quello che ritiene essenziale da un'opera letteraria e senta di avere il diritto di presentare la propria visione e rielaborazione di essa senza tradirne lo spirito, possiamo dire che questo è il caso di Camerini accanto al quale potremmo citare tanti altri registi che hanno agito in modo personale. Esempi illustri, fra gli altri, Buñuel con Tristana, Bella di giorno e Frank Coppola col suo Bram Stocker's Dracula, che in tanti punti sembra allontanarsi dal romanzo al quale nel titolo stesso dice di riferirsi.

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