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ArribaAbajo Letras argentinas

Roberto F. Giusti



ArribaAbajo Voz del desierto por Eduardo Talero

Es un libro constituido por una serie de capítulos, en los que aparecen vigorosamente pintados, tipos y paisajes del territorio del Neuquén.

Ya forman número en nuestras letras aquellas obras que deben su justa fama a su característica de ser el fiel reflejo del ambiente físico y social en que nacieron, y a ese sabor inconfundible del terruño que sus autores supieron infundirles.

¿Habremos de decir que Voz del desierto viene a engrosar ese número? ¿Que lleva en sí tanta potencia de vida como para perdurar al lado de esas obras, universalmente celebradas entre nosotros? Nos parece que no.

Como puede ya suponerse en un libro de índole semejante, las descripciones ocupan las más de sus páginas. El señor Talero ama infinitamente la Naturaleza. La ama con adoración de artista. Razón ésta explicativa del porqué ningún sacrificio le ha parecido excesivo para expresar en sus páginas esa adoración. Y tanto ha cuidado las descripciones, tanto las ha pulido, que -por más que él nos asegure de su anhelo de presentar fielmente la impresión directa y sincera sentida en su comunión con la libre Naturaleza- la obra se ha impregnado de un tono general de exagerada afectación. La falta de naturalidad es el principal defecto de ese libro destinado a cantar la Naturaleza. Se siente en él el   —54→   tiempo empleado en buscar la imagen rara, en labrar la frase intensa, en hallar el rasgo brillante; se adivina en él -más aún, se palpa- la lucha habida entre la lengua rebelde y la mano del escritor que quiso fijarla en períodos rotundos y expresivos. Y adviértase que cuando lucha semejante se entabla, el lector no acostumbra admitir sino el triunfo completo del artista sobre el rival dominado.

Por eso, por aquel amaneramiento de que adolecen las mejores descripciones de Voz del desierto, se les prefiere aquellos otros capítulos más sencillos, más familiares -verbigracia Los colonos, Dura lex, Balazos patriarcales-, en los que el autor nos muestra algunos de los más interesantes aspectos de la vida de esos lejanos pobladores del territorio argentino.

Lo que, sin embargo, mayores elogios merece en el libro, es el cariño intenso que en él manifiesta su autor por aquella tierra de bendición, cariño como de hijo, que, expresado con verdadera efusión poética, logra transmitirse al lector.

Pero el señor Talero no se ha detenido en eso. En un rapto de lirismo campestre jurole sin duda antipatía eterna a la ciudad y a la civilización, y por cierto que esa antipatía no le abandona ya en todas las páginas de su obra. Para expresarla encuentra acentos verdaderamente sinceros; mas, con frecuencia, se excede en su expresión, recibiendo entonces ese odio, en su mismo exceso, el merecido castigo, pues resulta completamente risueño.

Son estos, sin embargo, pequeños lunares que si logran a veces impacientar al lector, en nada menoscaban el valor de conjunto de una obra. Y de este punto de vista Voz del desierto bien merece sinceras alabanzas. No desafiará el tiempo sin duda -ya lo hemos dicho-; pero es una obra viril, sincera por el sentimiento que diole vida, libre como la naturaleza en que vio la luz, una obra, en fin, que algo marca en estos instantes, tanto por su mérito intrínseco, como por lo que representa.




ArribaAbajo Thespis por Carlos Octavio Bunge

Extremadamente múltiple ha sido hasta la fecha la producción del señor Bunge. Múltiple y variada. A la pedagogía, a las ciencias   —55→   jurídicas, a la sociología, a la psicología, al teatro (¡ay!), y a la novela, les ha rendido culto con mayor o menor fervor. Esta misma adaptabilidad de su mente, sin embargo, esta misma sorprendente variabilidad de sus aptitudes, más han redundado en su perjuicio que en su provecho. Sobre todo en perjuicio de su reputación de hombre de ciencia. Y ello es natural. El público generalmente resístese a creer en la profundidad de conocimientos de quien aborda con invariable entusiasmo temas tan diversos.

No hemos de entrar a discutir el fundamento que puedan tener estas opiniones vulgares que, si las hemos anotado, simplemente ha sido porque el tema lo permitía, y también porque ellas se aplican, no sólo a este caso particular, sino al de otros distinguidos hombres de ciencia argentinos, en cuya seriedad científica poco suele creer el vulgo por idénticas o parecidas razones.

Pero pasemos.

En otro género más se ha ensayado el señor Bunge en este último libro: en el género, harto difícil, del cuento.

El género presenta, en efecto, mayores dificultades de las que comúnmente suélese atribuirle. Sin mencionar las inherentes a la ejecución, otra dificultad supone más insalvable: la de lograr ser originales en campo tan trillado. Hecho éste en el que debe irse a buscar la explicación de esa excesiva eflorescencia de cuentos fantásticos que en nuestras playas, para no ir más lejos, se ha dado en escribir, en libros y en revistas.

Un hermoso libro de cuentos es hoy en día una joya literaria inapreciable. Ninguno sobresaliente conocemos entre los que en estos últimos años han aparecido entre nosotros, y adviértase que en el género se han ensayado escritores más que estimables.

Buenos y mediocres, eso sí, varios. Thespis bien merece figurar entre los primeros. Es un buen libro de cuentos. Y séanos permitido dar sobre él este juicio de conjunto, resumido en un epíteto, pues que, en su misma inexpresiva vulgaridad dice más, sin embargo, que toda la retahíla de sutilezas críticas a que obliga la profesión. Un buen libro de cuentos, redactados todos ellos en un estilo sencillo, fluido y distinto según la índole del asunto. Pues diversos son los asuntos en el libro tratados. Asuntos cómicos y trágicos, delicados y groseros, y más o menos originales, más o menos interesantes... como en todos los libros de cuentos.   —56→   De una trivialidad fuertemente acentuada algunos como El Justiciero y El canto del cisne; de una exquisita delicadeza el titulado La madrina de Lita; ingeniosamente extravantes otros como El último grande de España y Una pesadilla drolática; pero, sin excepción, aun los más vulgares, no desprovistos por completo de aquel interés que obliga a darles término, a quien comenzó su lectura. Y todos ellos salpicados de un cierto especial humorismo, que, si por instantes choca por lo demasiado burdo, generalmente seduce por su abierta franqueza y su ingenua gracia con frecuencia sutil. Un humorismo que constituye el rasgo dominante en los mejores de esos cuentos, y que nos hace el efecto -vaya la impresión personal concretada en una imagen- de algo como una sonrisa, grave y picaresca a un tiempo mismo, reflejada en todas sus páginas.

Es, pues, Thespis, un pequeño y amable libro, que en su modesta esfera llena dignamente su misión de impresionar nuestro espíritu, ya agradable, ya tristemente, pero siempre con mucha suavidad, sin agitarlo en exceso.




ArribaAbajo Estudios de filosofía jurídica y social por Antonio Dellepiane

Redactado en estilo sobrio y llano, viene este libro a acrecer nuestra aún limitada producción sociológica.

La obra está dividida en dos partes: la una, de interés más bien didáctico, llena las exigencias de parte del programa de Filosofía del Derecho, cuya cátedra dicta el doctor Dellepiane en nuestra universidad; la segunda constitúyenla una serie de «notas de crítica sociológica», ya publicadas por su autor anteriormente en diarios y revistas que, según sus mismas palabras, «el tiempo comienza ya a amarillear».

En la primera parte el autor expone los métodos, el concepto, la división de la Filosofía del Derecho, y sus relaciones con la moral y la sociología. Declárase en estos capítulos preliminares enemigo del historismo puro y partidario de una tesis ecléctica, que   —57→   combine acertadamente ambos métodos, el deductivo y el inductivo, del que el histórico no es más que una de las formas que afecta. Pasa luego a tratar de la concepción orgánica de la sociedad, que combate, de la psicología, del método en sociología, de los fenómenos sociales y de su clasificación, y por último de la causalidad en sociología y de las leyes sociales, todo ello con espíritu sereno y equitativo.

La segunda parte del libro, de un interés más general, contiene seis artículos de índole diversa, pero todos instructivos, siendo principalmente en los de orden criminológico en los que el señor Dellepiane pone a contribución todos aquellos conocimientos y aquella perspicacia en la materia, que ya revelara hace tiempo en su notable y conocida tesis Las causas del delito.

El titulado Zola y la herencia merece sobre los demás especial atención si se consideran las importantes conclusiones a que arriba en él al considerar la faz científica de la monumental obra del Maestro, conclusiones coincidentes muchas de ellas con las que más tarde formulara sobre el mismo tema Max Nordau en su harto zarandeada Degeneración.

En resumen: un libro concienzudo y honesto, tanto más elogiable cuanto que se presenta sin pretensiones de ningún género, un libro que es un buen anticipo de la obra que el señor Dellepiane nos promete sobre Filosofía del Derecho, de cuyos capítulos preliminares no es sino un esbozo la primera parte de la que hoy da a luz.