Sucedió un día, en un bosque lleno de animales, un bosque donde la liebre siempre ganaba todas las competiciones que se organizaban. En aquella ocasión la tortuga decidió competir contra la liebre. Ésta la miró y le dijo riéndose: -Pero si tú no eres nada veloz, al contrario, eres muy lenta. Es imposible que me ganes.

La tortuga permanecía en silencio mientras la liebre no paraba de reír. La zorra dio la salida con un pañuelo y la liebre salió corriendo muy deprisa. La tortuga caminaba con su paso lento, y la liebre seguía corriendo como una flecha hasta que, mirando hacia atrás, se dio cuenta de lo lejos que estaba la tortuga.

Como ya estaba cerca de la meta pensó en descansar un rato a la sombra de un árbol cercano, y así lo hizo.

La tortuga continuaba con su paso lento pero seguro, acercándose poco a poco a la meta. La liebre dormía profundamente al lado del árbol y la tortuga apuró el paso. Cuando ya casi estaba llegando, la liebre volvió en sí y descubrió a la tortuga a punto de llegar. Corrió cuanto pudo, pero la tortuga apuró los últimos pasos hasta cruzar la meta en primer lugar. Todos los animales aplaudieron a la tortuga, que estaba muy emocionada.

La liebre se acercó a la vencedora y escuchó sus palabras: -Con paciencia y resignación yo he seguido mi camino y, al final, he vencido. ¿Lo ves?

-¡Cuánta razón tienes!, dijo la liebre antes de marcharse cabizbaja.