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Hermanos Argensola

Presentación de los Hermanos Argensola

La obra literaria de los hermanos Lupercio (1559-1613) y Bartolomé (1561-1631) Leonardo de Argensola, admirada en su época, siguió siendo famosa durante el siglo XVIII y en siglos posteriores. En tanto se iban afianzando las novedades de los discursos que se llamarían más tarde barrocos, impulsados por el ejemplo de Góngora desde fines del XVI y de los poetas gongoristas ya en el XVII, los Argensola siguieron expresándose en un estilo clasicista centrado en la claridad y en la concisión en el plano expresivo. En cuanto a las formas de producción textual que defendían, Bartolomé hizo explícita en repetidos pasajes de su obra, la idea de que la creación artística se basaba fundamentalmente en la imitación de los clásicos antiguos y de los escritores renacentistas del primer siglo de oro como Garcilaso de la Vega. El método derivaba, sin duda, de las normas establecidas por las poéticas griega y romana que juzgaban intemporales:  «Sigue la imitación que tanto alaba / la escuela por precepto más seguro, / que al mismo Alcides quitarás la clava.» Si en Roma se hizo literatura imitando precedentes griegos, Bartolomé recomienda que se imite a los romanos y a los griegos, directamente o a través de quienes los imitaron.

Es obvio, pues que, al mismo tiempo que se afianzaba la estética barroca en la obra de muchos innovadores a partir de la generación de 1560, en Aragón siguieron vigentes tendencias poéticas tradicionales, entre las que dejó su impronta el clasicismo de los Argensola. Muerto ya Lupercio, el arte de Bartolomé influyó sobre la obra de fray Jerónimo de San José (1587-1654), Martín Miguel Navarro (1600-1649), Esteban Manuel de Villegas (1589-1669) y otros autores menores. Al clasicismo expresivo de Bartolomé se unió además su preferencia por ciertos géneros literarios, la sátira y la poesía moral, que conllevaron su adhesión permanente a la poética y a la obra de Horacio. Sus sátiras, epístolas y odas fueron siempre modelos a imitar.

Baltasar Gracián compartió con Bartolomé Leonardo esta predilección por Horacio, de la que dejó testimonio en su tratado sobre el arte de ingenio. Ello explica en parte su paradójica admiración por la escritura de un clasicista como Bartolomé que no se dejó influir por la nueva poesía. En un magnífico estudio sobre Horacio y Gracián, Aurora Egido ha valorado recientemente esta compartida preferencia, revelando la relación que Baltasar Gracián había establecido con Bartolomé Leonardo. Decía Egido en 2009 que la crítica no había explorado suficientemente esta relación a pesar de que en su Agudeza y arte de ingenio Gracián cita a los dos hermanos Argensola pero aún más frecuentemente a Bartolomé. Gracián conoció a Bartolomé probablemente entre los años 1623 y 1627 según Egido, cuando estudiaba teología en Zaragoza o en los viajes que realizó en años posteriores. Lo cierto es que lo alaba reiteradas veces en su tratado rindiendo homenaje a nuestro gran humanista y para caracterizarlo no vacila en pronunciar el mismo elogio que había reservado para el «magistral Horacio», «igualmente filósofo que poeta». De Bartolomé decía, pues, Gracián que había sido también un «filósofo en verso» como su gran maestro, el venusino, a quien había traducido e imitado en sus sátiras y epístolas. Horacio se impuso, así, como modelo imprescindible a imitar pero no debe olvidarse, por otra parte, que de sus lecturas detenidas de este predecesor, Bartolomé derivó también la exigencia de perfección en lo que al trabajo creador se refiere. Numerosos son los pasajes en los que Bartolomé reitera la idea de que, sin corregir lo que se ha escrito, sin lima, no debían hacerse públicas las obras de un poeta y así se lee, por dar un solo ejemplo, en una de sus epístolas ([163], vv. 277-281]).

Es la lima el más noble requisito,
y así, no peligrando la sustancia
del verso deliciosamente escrito,
refórmele su pródiga elegancia,
como el gran Venusino lo dispuso.

También Lupercio Leonardo, que compartió esta exigencia horaciana expuesta ya en su Arte poética, resumió sus ideas sobre la poesía, la literatura, en uno de los discursos que pronunció en una academia de Zaragoza: «[…] será bien, cuando se hubieren de escribir versos, cada cual examine sus fuerzas; y si las hallare débiles, se abstenga como dice Horacio: Versate diu quid ferre recusent, / quid valeat humeri. Y si todavía pareciere hacer versos, no se publiquen sin grande examen. Lean mucho, escriban poco, amen borrar mil veces cada palabra, que por no hacerlo así los poetas de su tiempo, dice Horacio que erraban.» En este contexto debe entenderse que pidiera que sus obras fueran al fuego, como él mismo hizo con parte de su producción en Italia.

Poetas e historiógrafos, los Argensola, que escribieron historia también con plena conciencia del modelo clásico que les ofrecía Tácito, cultivaron la filosofía estoica, convencidos de que sólo el desarrollo de una ética individual, promovida por el neoestoicismo, mejoraría la conducta de los seres humanos en la España contrarreformista. Por ello fueron considerados no sólo grandes literatos sino notables historiadores y valiosos moralistas.

Lía Schwartz e Isabel Pérez Cuenca

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