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Reyes y Reinas de la España Contemporánea

Biografía de María Cristina de Borbón-Dos Sicilias (1833-1840)

Reina consorte, reina gobernadora y reina madre
Palermo, 27 de abril de 1806 - Sainte-Adresse (Le Havre), 22 de agosto de 1878

María Ángeles Casado Sánchez

María Cristina de BorbónLa reina María Cristina de Borbón, última de las cuatro esposas del rey Fernando VII, tuvo un especial protagonismo en el tiempo del afianzamiento del régimen liberal y del difícil y lento cambio de las viejas estructuras del Antiguo Régimen en España, cambios que la Corte se resistió a asumir. Al iniciar sus responsabilidades de gobierno, durante la minoría de edad de su hija Isabel II, María Cristina se halló ante un ambiente político muy crispado, en el que las distintas fuerzas (liberales, divididos entre moderados y progresistas, carlistas, etc.) mantuvieron duros enfrentamientos entre sí, alcanzando cotas de crueldad difícilmente igualables en la primera guerra carlista. Por su parte, las potencias absolutistas europeas, en particular la Santa Sede, Austria, Prusia y Rusia, se negaron a reconocer a Isabel II como reina de España y a su madre, como reina gobernadora en la minoría de edad de la reina niña. En ese periodo, se pusieron en marcha una serie de medidas revolucionarias que, en buena medida, despojaron de su poder a la Iglesia española, la cual las rechazó con el apoyo de Roma. No fue un tiempo fácil, pero tampoco María Cristina fue capaz de desempeñar adecuadamente las responsabilidades de su cargo, condicionada por su miedo constante a la hidra revolucionaria, a la anarquía, al régimen representativo y su apego al poder absoluto tal y como lo habían desempeñado sus antepasados.

Si sólo hubiera sido reina consorte, la trascendencia del personaje habría sido escasa. Al recibir las riendas del poder ante la incapacidad y muerte de su marido y convertirse en reina gobernadora, adoptó un comportamiento político que no contentaría sino a un restringido grupo de políticos, representantes de las tendencias más conservadoras del partido moderado. De ser un personaje recibido con simpatía en todo el reino, y especialmente en Madrid, con la excepción de los partidarios del absolutismo más extremo, pasó a verse obligada al exilio en 1840 y 1854 y denunciada en las Cortes. Las complejidades de su vida privada no le permitieron tener una mayor capacidad de maniobra en demasiados momentos. El hecho de ser mujer, tampoco.

La princesa de la Corte napolitana

María Cristina de Borbón y Borbón, hija de Francisco I, rey de Nápoles y de María Isabel de Borbón, infanta de España e hija de Carlos IV, nació el 27 de abril de 1806, en Palermo, ciudad en la que se había instalado la familia real, obligada a trasladarse a la isla de Sicilia ante los vaivenes políticos de la época napoleónica. Después de la derrota definitiva de Napoleón Bonaparte, los Borbones volverían a Nápoles, que se convertiría, a partir de 1816 y en virtud de los acuerdos del Congreso de Viena, en la capital del nuevo reino de las Dos Sicilias.

La Familia de Francisco IMaría Cristina es la muchacha situada junto al busto de su abuelo, Fernando IV de Nápoles o I de las Dos Sicilias, a la que abraza su hermana Luisa Carlota. Los futuros reyes de Nápoles, Francisco y María Isabel, están acompañados por sus hijos. El cuadro fue un regalo del príncipe heredero del reino de las Dos Sicilias a su padre. El Vesubio, símbolo de Nápoles por excelencia, humea al fondo.

A pesar de que en alguna ocasión se ha afirmado que en la Corte de Nápoles existía un cierto talante liberal, los hechos no parecen demostrarlo. Después de la gran convulsión política generada por la revolución en el tránsito del siglo XVIII al XIX, los monarcas europeos, entre los que no eran excepción los de Nápoles, no eran especialmente partidarios de los regímenes constitucionales.

María Cristina nació en el seno de una familia reinante que se había visto desposeída del Trono y obligada al exilio por la revolución. Si en 1820 el rey de las Dos Sicilias aceptó el régimen liberal, lo hizo forzado por las circunstancias. La educación recibida por la princesa y el ambiente de la Corte en la que pasó su infancia y adolescencia no la predisponían a aceptar grandes cambios en un futuro que todavía estaba lejano. María Cristina, que en un primer momento no parecía destinada a tener responsabilidades de carácter político, fue educada de una manera tradicional y sólo llegó a tener nociones de las disciplinas básicas para poder desempeñar un papel aceptable en los ámbitos palaciegos en que tendría que vivir. La princesa era de trato agradable y capaz de relacionarse con facilidad, gracias al dominio de las lenguas, que utilizó a lo largo de su vida. Las cartas que escribirá a su hija Isabel en castellano no denotan la influencia del italiano o del dialecto napolitano, ni tampoco galicismo alguno. Su afición a la música la llevaría a crear, ya como reina consorte, el Real Conservatorio de Música de Madrid. María Cristina debió de estar dotada de una inteligencia natural, que hubiera podido desarrollarse con una mayor dedicación al estudio y que no siempre utilizó para seguir el camino más adecuado para su supervivencia política. Como princesa del reino de las Dos Sicilias, su escasa preparación intelectual, especialmente en el terreno de la política, no era un problema grave, como tampoco lo fue siendo reina consorte, pero como Reina Gobernadora tendría la mayor trascendencia, como la tuvo igualmente en el caso de su hija Isabel.

María Cristina, reina consorte. El primer ejercicio del poder

Fernando VII y María CristinaMaría Cristina llegó al palacio real de Aranjuez el 8 de diciembre de 1829 y al día siguiente se celebró la ceremonia de esponsales, en la que, curiosamente, el protagonista masculino, por poderes, fue Carlos María Isidro, en esos momentos el primero en la sucesión al Trono. La nueva reina de España fue acogida con entusiasmo por todos aquellos que confiaban en una futura maternidad que apartase de la línea sucesoria al hermano del rey, a quien en esos momentos apoyaban los más exaltados realistas, muy numerosos en todo el país.

Meses después de su llegada, en marzo de 1830, Fernando VII hizo pública la Pragmática Sanción, un texto legal, aprobado por las Cortes de 1789, que anulaba la preferencia en la sucesión al Trono de las líneas masculinas colaterales de descendencia sobre las líneas femeninas directas. Si el embarazo de la reina, hecho público semanas después, llegaba a término, la ascensión al trono de Carlos María Isidro quedaba descartada, incluso en el caso de que naciera una niña. La reina, según se desprende de la documentación consultada y de recientes publicaciones, fue acotando espacios en la Corte, en los que la presencia de los hermanos del rey, y especialmente la del infante don Carlos y su familia, comenzó a ser restringida.

El 10 de octubre de 1830 nacía la infanta María Isabel Luisa, y el 30 de enero de 1832 la segunda hija de los reyes, la infanta Luisa Fernanda. María Cristina había cumplido su misión principal como reina consorte, pero, y en esto había una total continuidad con la tradición, no tuvo ningún protagonismo político en esos dos primeros años de su vida en la Corte. Sin embargo, a partir de los llamados Sucesos de La Granja, el 6 de octubrede 1832, María Cristina fue habilitada por Fernando VII, muy debilitado por la enfermedad, para el despacho general de los asuntos políticos. La reina consorte se transformó en Reina Gobernadora en los tres últimos meses de 1832.

Es entonces cuando se forja la idea y se construye la imagen de su proximidad a los liberales, como también de su disposición en un futuro más o menos próximo a aceptar un régimen constitucional, dependiendo del tiempo de vida que pudiera quedarle a Fernando VII. En los últimos meses de 1832 cambió el Gobierno, fueron sustituidos los capitanes generales afectos a las tendencias ultrarrealistas, se abrieron las universidades, se publicó un decreto de amnistía, pero también se decía en un escrito de Cea Bermúdez, fechado el 3 de diciembre, que la reina «se declaraba enemiga irreconciliable de toda innovación religiosa o política...».

Al comenzar el año 1833, el rey la relegó de sus funciones, agradeciendo públicamente todos sus desvelos. La reina quedó alejada del poder efectivo, pero se había forjado la leyenda de una reina liberal y generosa, leyenda que el tiempo, su avaricia y sus actuaciones se encargarían de destruir, al menos parcialmente y que, en parte, volvería a resurgir coincidiendo con la regencia de María Cristina de Habsburgo, a partir de 1885.

María Cristina, reina gobernadora

Una vez fallecido Fernando VII el 29 de septiembre de 1833, su viuda se presentó de forma inmediata a sí misma como Reina Gobernadora. Esta fórmula, de connotaciones absolutistas, que jamás aceptaría María Cristina de Habsburgo en su regencia, fue la utilizada en la documentación oficial de la minoría de edad de Isabel II y María Cristina de Borbón siempre firmó con ella la documentación oficial.

La primera y mayor preocupación de la viuda de Fernando VII y el Gobierno fue controlar a los partidarios de don Carlos que, desde Portugal, se había proclamado rey de España al conocerse la muerte de su hermano. También los liberales eran mirados con recelo, especialmente aquellos que el embajador francés llamaba del «partido del movimiento», los futuros progresistas. En el ámbito de su vida privada, María Cristina, comenzó a formar, a partir de diciembre de 1833, una segunda familia con Fernando Muñoz, que debía permanecer en secreto para que ella pudiera mantenerse en el poder. Su segundo esposo y los hijos habidos con él le aportaron felicidad como mujer, pero también graves complicaciones y no sólo en el terreno de la política.

A pesar de sus tendencias absolutistas, las dificultades generadas por la guerra carlista en el frente, las provocaciones de los antiguos voluntarios realistas y la presión ejercida por algunos militares llevaron a la regente a aceptar la existencia de un régimen representativo basado en el muy moderado Estatuto Real. Más adelante, los estallidos revolucionarios que se produjeron entre 1834 y 1836 hicieron posible la transición desde la fórmula del Estatuto Real a la Constitución de 1837. El Estatuto reconocía a la Corona prerrogativas muy amplias, pero la nueva Constitución imponía ciertas limitaciones al rey, en este caso la reina regente, en el ejercicio de sus funciones y le obligaba a compartir la soberanía con la nación. Al mismo tiempo, las revoluciones urbanas  habían potenciado el acceso de los liberales progresistas a los Ayuntamientos y ello hacía más difícil el control gubernamental de las grandes ciudades.

El fin de la guerra carlista dio alas a la reina gobernadora y a sus más fieles seguidores, los liberales más moderados. Ambos, en clara connivencia, pretendieron frenar los cambios que se habían ido operando en los años anteriores y, especialmente, recuperar el control de las grandes ciudades, mediante la Ley de Ayuntamientos. La actuación de los progresistas en las ciudades más importantes del país y el escaso apoyo del Ejército, en especial del general Espartero, para acabar con el movimiento revolucionario urbano de 1840, decidieron a la regente a renunciar a su cargo en Valencia el 12 de octubre de 1840. También influyó en ello las tensiones vividas como consecuencia de su irregular unión con Fernando Muñoz. Debe recordarse que los hijos que iban naciendo de esa relación eran separados inmediatamente de su madre y enviados a Francia. Hacia ese país se dirigió María Cristina de Borbón, desde el puerto de Valencia.

María Cristina de BorbónEn el tiempo de su regencia  se consumó la crisis definitiva del Antiguo Régimen: desapareció de forma definitiva el régimen señorial, se llevó a cabo la desamortización de las tierras de la Iglesia, se decretó la liberalización de la industria y el comercio, se empezó a racionalizar la Administración, se derrotó al carlismo y, a pesar de la resistencia de la Corona, se consolidó un régimen constitucional con la Constitución de 1837.

Reina Cristina, reina madre

El primer exilio se alargó desde el 17 de octubre de 1840 hasta el 22 de marzo de 1844. Después de un viaje a Roma en el que María Cristina obtuvo la absolución papal por las actuaciones revolucionarias contrarias a la Iglesia, (en especial el proceso desamortizador y la supresión de la mayoría de órdenes religiosas) y la aceptación de su relación conyugal con quien ella consideraba su esposo, la pareja Muñoz y Borbón se instaló en la ciudad de París donde adquirieron un palacete urbano en uno de los barrios más exclusivos y también el palacio de Malmaison, en Rueil, que había sido el refugio de Josefina Beauharnais y Napoleón.

Desde París, y bajo los auspicios de Luis Felipe, intentaron controlar o recuperar el poder para sí mismos y el círculo de sus fieles, los moderados. También pretendieron manejar de acuerdo a sus intereses a la reina niña y a su hermana, a través de personajes de la Corte que nunca aceptaron el régimen representativo. En 1841 potenciaron un golpe de Estado que, en el caso de haber triunfado, les habría devuelto al poder en Madrid. Durante el exilio francés mejoraron su capacidad de hacer negocios y enriquecerse de manera directa o través de socios interpuestos, una práctica que había sido consustancial a la ex regente y su marido secreto desde tiempos anteriores.

Con la declaración de la mayoría de edad de Isabel II, Fernando Muñoz recibió el título de Duque de Riánsares y María Cristina pudo regresar a España, entrando en Madrid el 22 de marzo de 1844. El matrimonio Muñoz y Borbón se formalizó el 13 de octubre de 1844. A partir de ese momento la pareja formada por la reina madre y el Duque de Riánsares, como se les citaba en la prensa, siguió ampliando sus posesiones y su riqueza y siguió controlando grandes parcelas de poder político a través del ala más conservadora del partido moderado, en una etapa en la que Isabel II mostraba una total dejación respecto a los asuntos de la política.

La Constitución de 1837 fue sustituida por la de 1845, mucho más restrictiva en materia de participación política y libertades y más favorable a la Corona. No puede negarse que el régimen liberal se consolidara en el reinado isabelino, pero las cotas de libertad y la capacidad de actuación política seguían vetadas para una gran parte de la población española, en tanto que las grandes fortunas no dejaban de crecer gracias a la especulación, entre ellas la de la reina madre y su marido. Por otro lado, una vez firmado el Concordato de 1851 la Iglesia católica recuperó cotas importantes de poder. En ese tiempo, la llamada Década Moderada, María Cristina y Fernando Muñoz fueron acumulando desencuentros con amplísimos sectores de la sociedad española. De hecho, la reina madre se convirtió en el símbolo de todos los males posibles. Su avaricia, sus tendencias absolutistas, su ansia de poder, su intervención constante en la Corte y sus negocios eran objeto de censura en panfletos o en los corrillos de las gentes.

Cuando estalló la revolución de 1854, fue atacado su palacio de la calle de Las Rejas y, amenazados de muerte, tuvieron que huir hacia Francia, a través de Portugal, a finales de agosto, protegidos por la Milicia Nacional. Sus bienes fueron secuestrados y, meses después, se constituía en las Cortes una Comisión parlamentaria que debía investigar qué había ocurrido con las joyas de la Corona y la forma de gestionar determinados bienes públicos por parte de la reina madre. El debate parlamentario traspasó las fronteras. La habilidad del matrimonio Muñoz y Borbón y el cambio de la coyuntura política, a partir de 1856, atemperaron la situación y no se llegó mucho más lejos. Pero la pérdida de credibilidad de la madre de Isabel II había llegado a un punto de no retorno.

A partir de este segundo exilio, María Cristina se instaló definitivamente en Francia. Su vida, junto a su marido, fue semejante a la de las familias burguesas enriquecidas de la ciudad de París, con mansiones en los alrededores de la misma y también en las ciudades de la costa de Normandía. El poder y el aura monárquica que conservaba le facilitaron casar a sus hijos, los Muñoz y Borbón, con personajes de la nobleza europea y española. La fortuna acumulada a lo largo de su vida le permitió entregarles unas sustanciosas dotes, que acompañaban a los títulos de nobleza que la propia Isabel II les había conferido.

Grabado de La Ilustración Española y AmericanaMaría Cristina siguió atenta, desde su exilio, la evolución de la política española y, especialmente, la conservación del trono borbónico, pero sus opiniones o consejos no fueron tenidos en cuenta por Isabel II. Regresó a España en algunas ocasiones para visitar a sus hijos y, después de 1868, todavía intervino en cuestiones políticas relacionadas directamente con la familia real, como la abdicación de Isabel II en su hijo, el futuro Alfonso XII, o la orientación de los estudios del príncipe.

María Cristina falleció el 22 de agosto de 1878 en la villa Mon Désir, su residencia de Sainte-Adresse, un barrio residencial de la ciudad portuaria de Le Havre. En el mismo lugar había fallecido Fernando Muñoz en 1873. La reina Cristina había nacido en un palacio de una monarquía absoluta y moría en una mansión frente al mar, en un espacio urbano recién creado para el disfrute de la alta burguesía francesa. Sin embargo, sería enterrada en el Panteón de los Reyes del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, a pesar de que se había hecho construir una tumba junto a la de su segundo esposo en la ermita de la Virgen de Riánsares, en Tarancón, y haber expresado su deseo de ser enterrada allí. Al morir su fortuna seguía siendo inmensa, su poder político y su prestigio casi inexistentes.

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