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ArribaAbajoPensamiento español en Polonia en el siglo XVI

Gabriela Makowiecka


El Renacimiento es el siglo de oro de la antigua Polonia que entonces no sólo consigue su importancia política, y amplía sus dominios gracias a la unión recientemente realizada con la rica, espaciosa y poco explotada Lituania, sino que se coloca en la primera fila de las naciones eslavas y de Europa Oriental en cuanto a la literatura y las ciencias. No hay que olvidar que para Polonia el siglo XVI es el de Nicolás Copérnico, hombre que «hizo trasladar la humanidad de un pesado carro medieval a un vehículo cósmico» -como ha dicho un escritor polaco contemporáneo. Es también la época en que las letras, dejando el latín predominante como lengua culta, se vuelven a las fuentes vernáculas de la lengua polaca, y producen obras maestras en poesía, teatro y prosa.

Simultáneamente se animan las relaciones entre Polonia y España, que casi nulas en los siglos precedentes, entran en el XVI en una fase de viva actividad. No cabe duda que influye en esto la destacada posición política que tienden ambos países en sus respectivas áreas, de Polonia en el Oriente y de España en el Occidente de Europa, como también unos matrimonios dinásticos realizados por conducto de la corte de Viena, que fomentan las relaciones diplomáticas y culturales, cobrando a veces el carácter de un intercambio intelectual.

Los acelera Carlos V que en busca de partidarios para sus pretensiones al trono imperial de Viena, manda a Segismundo I Jagellón, rey de Polonia y uno de los príncipes electores, la Orden del Toisón de Oro para conseguir su voto favorable, lo que, en efecto, obtiene.

Si añadimos a esto que el hermano de Carlos V, Fernando, futuro emperador en Viena, se casa con la hija de Ladislao Jagellón, entonces rey de Hungría y Bohemia, y hermano del rey polaco Segismundo I, no puede extrañar que el eje Polonia-España cobre una importancia particular. Habrá entonces intercambio de embajadores entre los cuales el polaco Jan Dantyszek, llamado en España Juan Dantisco, político y escritor de talento mordaz, se coloca en primer lugar. Sus cartas escritas al rey de Polonia desde España, constituyen un interesante y divertido documento sobre las realidades de la corte imperial y la vida del país en general. Amigo de los filósofos españoles, los hermanos Valdés, erasmista y observador agudo que incluso ha tenido ciertas desavenencias con la Inquisición, Dantisco constituye indudablemente un importante lazo cultural entre los dos países.

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Otro embajador, el obispo Pedro Wolski, hombre culto y previsor, compra y lleva consigo al volver a Polonia nada menos que unos mil libros de los más destacados escritores españoles, que constituyen hoy una riqueza muy apreciada de la Biblioteca Jagellona de Cracovia. En cuanto a España, entre los jurisconsultos y profesores españoles que llegaban a la rica y abierta corte de Cracovia, entonces capital del país con su célebre Universidad fundada en 1364, sobresale un aragonés de Huesca, que pasó muchos años en Polonia e incluso murió allí. Su nombre es Pedro Ruiz de Moros, llamado Roisius, hombre cuya instrucción, sabiduría y simpatía han dejado un recuerdo grato y entrañable, celebrado entre otras por un gracioso epigrama del mayor poeta polaco del Renacimiento, Jan Kochanowski.

Mientras los embajadores y hombres cultos están preparando el terreno para unas relaciones más o menos amistosas entre los dos países, ambos católicos y mutuamente interesados en la organización de la defensa europea contra los turcos, el pensamiento español procedente del ámbito humanista penetra en Polonia, proyectándose sobre su cultura. Los carmelitas y los jesuitas, especialmente en los finales del siglo, tendrán también su papel en el trasvase de las ideas españolas a Polonia. Algunas obras de los estadistas polacos escritas en latín, se publican en España.

Entre los acercamientos culturales que sólo en los tiempos modernos se están descubriendo y clasificando, gracias a los conocimientos y facilidades actuales, destacan ciertos temas literarios comunes a ambos países, y en gran estima entre los escritores de entonces. En mi comunicación de hoy me ocuparé solamente de dos de esos temas: uno dedicado principalmente al estudio de la actitud moral del hombre ante Dios, sus prójimos y también la patria. Otro, en tono menor, es el que opone la agitación y el vacío de la existencia del hombre en la corte, a la paz, el sosiego y el disfrute tranquilo de la vida del campo. Dos grandes temas de la literatura del siglo XVI, el moral y el bucólico, particularmente característico en las relaciones polaco-españolas en esa época, y encabezados en cuanto a España por dos nombres célebres, Luis Vives y Antonio de Guevara.

El reflejo de las ideas del autor de Introductio in sapientiam se vislumbran en la producción de Andrés Frycz Modrzewski (1503-1572), uno de los escritores polacos que han despertado un vivo interés, tanto en Polonia como en otros países, sin excluir a España. Parte de su extensa obra escrita en latín en 1555 y titulada Comentarii de república emendanda, «Comentarios sobre la enmienda de la república», fue traducida al castellano ya en 1555 por Giustiniani que recomendaba además su lectura a todos los monarcas de Europa. Modrzewski, uno de los más claros intelectos del Renacimiento polaco, tiene, pues, el mérito de abrir caminos y buscar afinidades ideológicas entre España y su patria.

Como indica el título de su tratado filosófico-moral y social, éste está dedicado antes que nada a los problemas vinculados al estado polaco, su progreso y grandeza, como también a los males y peligros que lo acechan amenazando su integridad. Aunque el interés y la preocupación por los asuntos públicos de la patria sean más evidentes en la obra de Modrzewski que en la del pensador español, hay otros puntos donde se acercan mucho los dos escritores. Modrzewski como Vives comprende que para conservar la independencia y el normal desarrollo de su país, no basta un extenso territorio ni un ejército bien organizado. Lo más importante es la actitud de sus ciudadanos, a los que debe patrocinar la cualidad esencial para los hombres renacentistas, o sea, lo que ellos llaman la virtud. Esta convicción común a los dos escritores que nos interesan, les dicta su filosofía de la vida cívica, influye en sus consejos, sus esfuerzos y sus esperanzas.

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Desde dos posiciones diferentes, católica de Vives y protestante de Modrzewski, ambos buscan medios capaces de asegurar la concordia y la paz en el mundo. Condenan las guerras y las continuas discordias que desgarran sus patrias respectivas. Por encima de todo respetan sus propias convicciones y nunca las abandonan, sea cual fuere el castigo que éstas les puedan ocasionar. Tal vez por esa razón abandonan la corte en la que hubieran tenido ocasión de labrarse una fortuna personal, y se dedican a la ciencia. Modrzewski, que ha interrumpido sus estudios para entrar en la corte donde no encontró felicidad alguna, ha vuelto otra vez, ya mayor, a sus primeros amores, diciendo con un gozo profundo: «Por fin, he vuelto de nuevo a la ciencia, como aquel exiliado que recobra la patria en una edad avanzada.»

Ambos tienen las mismas ideas sobre la igualdad de los hombres ante Dios y la ley, y lo proclaman abiertamente. «Dejemos de lado esas diferencias de los señores y de los súbditos -dice Modrzewski-, de los nobles y de los plebeyos, porque todo esto son inventos humanos.» ... «Nadie es noble porque haya nacido de éstos u otros padres, ni le hace noble la suerte del nacimiento, suceso de un día, sino lo es por los hechos y la virtud». Todos deberían tratarse de tú -según Modrzewski- que no comprende de dónde viene esa variedad sorprendente de «vuestra merced», «su señoría», «alteza» y otros títulos por el estilo.

Ya antes, en 1543, o sea en el mismo año en que apareció la obra de Copérnico, Modrzewski publicó otro tratado más, casi tan revolucionario como el del gran astrónomo, ya que exigía en su obra, titulada Pena por el homicidio, un código penal unificado para todo los asesinos, fueran nobles o plebeyos. Esta reclamación dirigida contra el egoísmo y la anarquía de los nobles en Polonia, que la llevaron, finalmente, a su caída, parece profética en el lejano siglo XVI, adelantándose Modrzewski en muchos años a la reforma de la legislación europea, pero acercándose a Vives.

Al lado de esas ideas igualitarias, se parecen aún ambos moralistas, el español y el polaco, en su pasión por la instrucción, única arma para combatir la ignorancia y el atraso, aconsejando dividirla en tres etapas: familiar, escolar y cortesana, esta última destinada a preparar a los jóvenes para la vida pública. No se olvidan de un aspecto peculiar de la enseñanza, puesto en práctica sólo ahora, o sea de la observación de las inclinaciones naturales del niño, para dirigirle a ese sector de la instrucción que más le guste y convenga.

Es muy importante la parte de la obra de Modrzewski que habla de la filantropía y de la organización de la protección estatal para los pobres y los enfermos. Dar ayuda esporádica a los necesitados es seguramente obrar muy bien. Pero ocuparse de ellos continuamente, crear hospitales y preparar -como dice «cuidadores de la gente pobre», pagados por el estado y siempre dispuestos a este tipo de trabajo, es mucho mejor. En este proyecto de la Seguridad Social, sigue Modrzewski de cerca a Vives, y aunque no habla mucho en su libro de su modelo español, hacia el final de éste escribe con evidente admiración que «Ludovicus Vives fue un hombre muy sabio y que escribía estupendamente bien».

Los evidentes paralelismos entre los dos autores, estudiados ya en 1921 por un sacerdote polaco, el doctor Jan Twardowski, en su ensayo Jan Ludwik Vives i Andrzej Frycz Modrzewski, hacen suponer que Modrzewski ha conocido la obra de Vives, y que ésta, escrita unos años antes que la suya y publicada en latín, ha podido llegar a sus manos sin mayor dificultad, probando cuán viva ha sido entonces la circulación de las obras importantes en Europa, incluso entre países muy alejados. Por otra parte, la ideología de Modrzewski, sus actividades anteriores, enfocadas siempre hacia el bien de su patria, como también su carácter   —149→   nos permiten aceptar un parentesco espiritual indirecto que en el ambiente general de la época, acerca a esos dos grandes humanistas.

El primer escritor polaco que escribe únicamente en su lengua natal es Nicolás Rej (1505-1569), considerado como «padre de la literatura polaca». Es un precursor del siglo de oro que lo inicia supliendo a las necesidades culturales apremiantes de su época. Aunque no ha dejado obras trascendentales, es de primera importancia para la literatura de su país, y sumamente interesante por su lenguaje y estilo, ya sorprendentemente maduros en aquellos albores literarios en idioma nacional. Contemporáneo de Juan Valdés que en su Diálogo de la lengua, 1535, hizo el elogio del idioma castellano y defendió su prioridad en la literatura ante todas las demás lenguas, Rej, insistiendo con innata sencillez en el empleo del idioma nacional, proclama también, que «los polacos no son gansos y tienen su propia lengua».

Conocido traductor de obras extranjeras en prosa y verso que adapta al polaco con gran facilidad y gracia, autor de sátiras y obras morales, Rej nos interesa aquí en particular por su obra titulada Vida de un hombre de bien, publicada en prosa en 1568. Es un verdadero decálogo para un noble rural polaco del siglo XVI, que comenta su educación, los viajes al extranjero, el matrimonio, la familia, la vida pública, la preparación para la buena muerte, y también las ocupaciones agrícolas. Rej recoge en esta obra el resultado de su larga experiencia, de su sabiduría y principalmente de su aversión a la vida de la corte que ha abandonado para dedicarse a los labores y diversiones de hidalgo rural, los únicos que aportan paz y felicidad. La crítica de la vida en la corte de Nicolás Rej, y la idílica representación de la del campo, recuerdan en su idea general y numerosos detalles, la obra española de fray Antonio de Guevara, Menosprecio de corte y alabanza de aldea, publicada en 1539. Después de pintar en negros colores los inconvenientes y las trampas de la corte, Guevara enumera profusamente los placeres de la aldea, empezando sus párrafos con la exclamación: «¡O bendita tú, aldea!»

He aquí el tema de la comida, tan importante en el siglo XVI:

«Allí -dice Guevara- no se come pan que es duro, o sin sal, o negro, o mal lleudado, o avinagrado, o mal cocho, o ahumado, o reciente, o mojado, o desazonado, o húmedo.» Allí todos tienen abundancia de pan de trigo candeal, bien cocido, «para su gente, no lo piden prestado a sus vecinos, tienen que dar a sus pobres, tienen salvado para los puercos, bollos para los niños, tortas para ofrecer, hogazas para los mozos, ahechaduras para las gallinas, harina para los buñuelos y aún hojaldres para los sábados».

Le da razón y parece sostenerle la voz de Nicolás Rej, no tan experta y hábil como la suya, pero que expresa las mismas ideas mientras enumera, por ejemplo, las ventajas que traen los árboles frutales, plantados a tiempo: «¿Prefieres que el lampazo te apeste bajo las ventanas, y que las ortigas te quemen, en vez de plantar otra cosa en su lugar? ¿Aunque no te diera ventaja alguna de dinero, es poca la necesidad de la casa? De las manzanas (cuando las haya), puedes hacerte varios platos: son buenas cocidas, buenas fritas, buenas asadas, es bueno rellenar con ellas el ganso, son buenas en puré, pasándolas por un cedazo, es bueno secarlas y guardar en una caja para todo el año, y no sólo comerlas crudas como un cerdo.»

Y cuando Guevara dice: «Tan honrado está un hidalgo en una aldea... como el rey con cuanto tiene en su casa», el escritor polaco podría citar un refrán de su tiempo que reza: «Un hidalgo en su rincón es igual al senador.»

Los ejemplos pueden multiplicarse ratificando las semejanzas. En resumen,   —150→   ambos se oponen a la manera de vivir en la corte, aunque su sinceridad pudiera ser dudosa, dado que ambos permanecieron allí mucho tiempo y volvían a ella cuando se presentaba la ocasión. Ambos emplean en su obra lugares comunes morales de su siglo, y pecan por una locuacidad ilimitada. Se acercan conjuntamente al estilo renacentista general en Europa, aunque cada uno conserva sus particularidades nacionales. No obstante, ya que la obra de Guevara es anterior a la de Nicolás Rej, no me parece descabellada la idea de que éste, además de otras fuentes, haya podido conocer también la obra de su colega español que ha obtenido grandes éxitos en Europa y fue traducida rápidamente al latín, lengua que Rej conocía como todos los hombres cultos de la época. La moda literaria europea general, de carácter didáctico, está, sin duda alguna, en la base de ambos autores que además, cada uno por su parte, han escrito unos Spécula, o sea, Espejos acerca del comportamiento del hombre de bien de su tiempo, pero cada uno de ellos adapta sus ideas a las condiciones económicas, políticas y sociales de sus patrias respectivas.

En resumen, Polonia se incorpora al humanismo europeo del siglo XVI sin que falten en su literatura estelas de los grandes escritores españoles a quienes une la convergencia de ideas y finalidades en ese periodo peculiar de la vida intelectual de Europa, en que cristaliza, quizá por vez primera, el concepto concreto de la patria y la nacionalidad, en que se reclaman con insistencia los derechos del hombre, y en que se inicia algo que podríamos denominar el retorno a la Naturaleza.