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A un amigo: César Oliva

Juan Antonio Ríos Carratalá





Hay homenajes o premios que dividen y otros que unen. Los primeros se dan por mayoría, imposición o vete a saber por qué. Los segundos tienen la rara virtud de no provocar dudas o recelos. Todos encontramos motivos y la suma de ellos es una lógica que nos hace pensar que no haberlo dado antes es casi un despite. O que todavía no contábamos con el objeto, «la palma de Alicante» en esta ocasión, que simboliza el premio.

César Oliva es un hombre de teatro que suma y une, tanto en su trayectoria profesional como en el campo de la amistad. Incansable a la hora de acometer iniciativas relacionadas de una u otra manera con el teatro, en su amplísimo curriculum encontramos al profesor, el director, el organizador y el ensayista que, fiel a su Universidad de Murcia, ha protagonizado multitud de trabajos en pro de nuestra escena.

Desde los ya lejanos tiempos de los teatros universitarios, con algunos montajes considerados como emblemáticos, hasta la publicación de un reciente ensayo aquí reseñado y la organización del festival de Elche, su trayectoria parte del convencimiento de que el teatro es una suma de oficios. El del universitario que estudia, reflexiona y enseña es el suyo de manera oficial, pero lo ha sabido compatibilizar con la realidad de los escenarios, pisados con asiduidad por un director que ha encontrado la oportunidad de concretar en ellos su reflexión teórica.

César Oliva es un hombre de suerte, la que se busca con empeño. La ha tenido cuando ha puesto en escena varias obras de algunos de los autores contemporáneos que han centrado sus estudios. La generación de los realistas no sólo le debe ensayos imprescindibles, sino también iniciativas editoriales y montajes, algo poco habitual para unos autores tan acostumbrados al olvido o la marginación. Pero César Oliva no es uno de esos universitarios que se refugian en una rígida especialización, donde tan fácil es saber mucho de nada. Su inquietud le ha llevado a otras épocas y autores, desde Valle-Inclán -acaba de publicar en Valencia una recopilación de ensayos sobre él- hasta los tiempos del teatro clásico. Y, como hombre de ciencias que fue en sus inicios universitarios, siempre con la voluntad de aunar la experimentación con la reflexión. En su caso, el montaje de diferentes espectáculos con su estudio desde una perspectiva teórica.

El teatro es cosa de muchos, o al menos de varios. César Oliva ha contado con la colaboración de algunos colegas de la Universidad de Murcia que han conseguido situar la misma como ejemplo a seguir en cuanto a los estudios teatrales, siempre raquíticos en nuestro país. Por su grupo teatral han pasado generaciones de universitarios que han encontrado en la labor de César Oliva ese apoyo personal que, más allá del trabajo específico, hace posible que contra toda lógica un montaje llegue felizmente a escena. Con escasos medios materiales y mucho entusiasmo, el necesario para volver a empezar cada curso con nuevos actores que inevitablemente se irán. A sus trabajos, pero también en ocasiones a una escena profesionalizada gracias a esa labor de formación que es propia del teatro universitario.

Este contacto directo con los actores se ha traducido en amistad, palabra clave para entender a César Oliva, e interés por su labor. Junto a él, otros universitarios hemos aprendido a valorar el trabajo del actor saliendo así del exclusivismo del texto, sólo atemperado por las referencias a los dramaturgos. Él ha comprobado hasta qué punto el teatro no es una cuestión sólo de textos. Lo que muchos afirmamos como una reflexión que debería llevar a una práctica, César Oliva lo ha experimentado antes de convertirlo en esa misma reflexión, mucho mas matizada y rica en su caso. De ahí surge su profundo respeto a los actores, el coherente con un director que nadie imagina déspota o con rasgos de divo. Lo suyo es la tranquilidad, el sentido común, la sonrisa y las palabras pausadas que desgranan una amabilidad que todos sus amigos agradecemos.

Gracias a esa actitud vital y profesional, César Oliva ha ido sumando amigos y lealtades. Los que a veces retrata con singular pericia -otra de sus habilidades- y otros anónimos que le han escuchado y leído. Con agrado e interés, sin la tensión que depara la palabra del especialista incapaz de utilizar un lenguaje común. Hay muchos don Hermógenes entre los universitarios, dispuestos a hablar en griego para mayor claridad. Las suyas no son divinas palabras, sino oscuridad retórica que jamás encontraremos en los ensayos de César Oliva. No por falta de profundiad, sino por una sencillez conceptual que deja claro lo que nunca ha sido oscuro. Y por eso le entedemos y apreciamos.

También ha ocupado importantes cargos en la vida académica. Apenas conozco esta faceta, pero supongo que su talante le habrá ayudado. El de quien suma amistades y lealtades, pero también el de quien asume tareas con responsabilidad. Ha completado así un abanico de actividades que nos causa algo de envidia; la sana, por supuesto. Pero, en realidad, lo que le envidiamos es su capacidad para hacer amigos. Esperamos aprender de él para sumar alguno y, mientras tanto, desde la organización de la Muestra hemos pretendido rendir homenaje a quien nos cae bien, expresión coloquial que resume lo que de manera más rimbombante se suele escribir en estos casos. Pero con César no es necesario. Él lo sabe.





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