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Acerca de «Tres golpes de timbal» de Daniel Moyano: el escritor en el espejo

Sara Bonnardel





Tres golpes de timbal1, novela escrita entre enero y septiembre de 1986, puede ser considerada dentro del contexto global de la obra de su autor como otra reflexión sobre el exilio interior y exterior y, a la vez, como una respuesta a las preguntas sobre la identidad individual y colectiva que han venido planteándose desde Una luz muy lejana, la primera de las novelas de Moyano, publicada en 1966. El timonel de Libro de navíos y borrascas (1984) busca una isla, un espacio para que las maravillas puedan suceder y Rolando, el narrador-protagonista de la novela, mientras intenta penetrar en el ritmo del mar, dice: «Estoy a un paso de descubrir su sonido, su discurso, por vías del sueño real contra el mundo de la apariencia»2. Tres golpes de timbal se presenta como el intento de abrir ese espacio para las maravillas e instalar en un mundo siempre amenazado por el crimen y la destrucción el sueño que quiere llegar a la intimidad de las cosas para conocerlas, mejorarlas y recrearlas con la vehemencia del deseo.

La novela no es sólo deudora de las obras citadas. Su parentesco con El vuelo del tigre (1981) resulta evidente desde los primeros capítulos. La acumulación de imágenes, la cohabitación de lo natural y lo sobrenatural, la densidad de la metaforización y las soluciones mágico-simbólicas de los conflictos, sitúan el relato en la línea de experimentación de nuevas formas literarias comenzada en 1974 con El trino del diablo y profundizado en El vuelo del tigre.

Dentro del contexto más vasto de las obras de otros autores exiliados y de la literatura argentina posterior al retorno a la democracia, Tres golpes de timbal subraya una etapa diferente en el tratamiento del tema del exilio y, en general, de los efectos de la catástrofe social de los años 70 y principios del 80. El exilio compulsivo sufrido por Moyano en 1976, del que dan amplio testimonio las dos novelas publicadas en 1981 y 1984 ha sido reemplazado por un exilio voluntario y el proyecto de retorno al país, por la decisión de radicarse definitivamente en España. Así, el sentimiento de angustia por el alejamiento forzoso y de indignación frente a la violencia de los tres golpes de Estado del Cono Sur, que se expresa a través de una escritura tumultuosa en Libro de navíos, ha dado paso, mediando el tiempo, la distancia y la nueva situación del país natal, a la constatación de la existencia de ciclos de destrucción y de renacimiento, de expulsión y de reintegración, y a una prosa que se demora buscando ritmos musicales y correspondencias sonoras. El relato fluye como un adagio en el que se ha puesto una sordina a los temas tratados anteriormente en una forma más directa: la tortura, el asesinato político, el destierro.

Todos esos peligros que amenazan a los habitantes de Minas Altas, el pueblo imaginario en el que vive un grupo de exiliados, son compensados por lo que Moyano, recordando a Nerval, llama el «sueño real» y su capacidad de transfiguración de la realidad. Del sueño-anhelo surge un universo precario pero armonioso que genera una visión muy distinta del amor, y no solamente del amor entre el hombre y la mujer, sino del que une al ser humano a todos los seres vivos, a su presente imperfecto, a los objetos hechos por sus propias manos -la novela es un verdadero manual de fabricaciones y de invenciones diversas-, a su cultura y su lengua materna. En ese «tejido de deseos y de azares»3 que es para Moyano la vida de un hombre, la otra realidad del narrador, la que no es producto de los deseos, se revela paradójicamente en la novela a través del relato de un sueño del protagonista. Sueño sin deseos, es decir no-sueño que deja al desnudo la situación real del escritor cuando abandona la intimidad de su taller y sus mundos imaginarios.

La concepción de la literatura -y del arte en general- como lugar privilegiado de los deseos y de su fuerza irradiante se insinúa ya en algunos capítulos de El trino del diablo (1974) y produce un cambio importante en la escritura. Parecería entonces que las nuevas formas han surgido como una respuesta a la situación de crisis, violencia y represión vivida por la Argentina en los años setenta. La búsqueda de lo maravilloso funciona, en el caso de Moyano, como el contrapeso de la realidad extraliteraria que el autor ha reelaborado en diferentes alegorías. En Tres golpes de timbal se repiten los mismos mecanismos, puestos esta vez al servicio de la creación de una sociedad imaginaria -y en muchos sentidos ejemplar- que lucha por recuperar la memoria de su pasado.

La novela comprende dos relatos que avanzan paralelamente: el relato principal, cuyo protagonista es un escritor sin nombre, encargado de escribir la historia que desarrolla otro relato incluido en el principal. El personaje central del segundo relato es Eme el cantor y su aventura es narrada por Fábulo y sus títeres. La historia se bifurca permanentemente centrándose a veces en Eme y el pueblo de Minas Altas, otras en las metamorfosis de Sietemesino, autor de la masacre de Lumbreras, ciudad fantasma y objetivo final del viaje del cantor que debe completar las estrofas de una canción olvidada para conocer la verdad sobre sus orígenes.

Moyano escamotea los puntos de referencia precisos tanto en lo que atañe a la Historia como a la Geografía. Para mantener la indefinición, el autor hace coexistir costumbres, oficios y objetos correspondientes a épocas diferentes, desde la Conquista hasta nuestros días. Esta coexistencia de períodos históricos diferentes hace que los dos relatos se desarrollen en un tiempo que anula el tiempo, in illo tempore, como los relatos míticos.

La anulación de la temporalidad que surge de la convergencia de períodos históricos distintos en el espacio del mito, encuentra su equivalente en el nivel lingüístico: el texto acumula las formas casi nominales del verbo. Los abundantes infinitivos, participios y gerundios, formas que no traducen la dinámica del tiempo y que implican por el contrario su espacialización, significan una interrupción del devenir, otra forma de lucha contra el olvido y la muerte que viene a reforzar la función de la música, recurso constante en la obra de Moyano, pero que aquí está perfectamente integrada en la escritura. En razón de esta característica de la novela, la lectura de Tres golpes de timbal conduce naturalmente a la evocación del paralelismo establecido por Lévi-Strauss entre mito y música en virtud de la aptitud de uno y otra para inmovilizar y suprimir el tiempo.

A partir del juego de la pérdida y recuperación de la memoria, Moyano ha estructurado su novela como un gran espejo que duplica y desdobla personajes, situaciones, lugares, objetos, imágenes y sonidos. El principio de la simetría invertida preside el relato hasta los tramos finales pero una vez completada la canción que permitirá salvar la memoria de Minas Altas y por lo tanto la identidad de sus habitantes, el escritor protagonista del relato principal y Eme se funden en un solo personaje. De la misma manera, los títeres de Fábulo resultan idénticos a los personajes de la segunda ficción, que el narrador y el lector identificarán tardíamente con los de la primera.

El escritor que obedeciendo a su mandatario Fábulo escribe la historia de Eme desde su refugio andino, está escribiendo en realidad su propia historia. Y si Eme ha recorrido el espacio que separa Minas Altas de la ciudad desaparecida -la patria de sus padres- para descubrir su identidad, él ha hecho un viaje en el tiempo con los mismos objetivos. Actor y al mismo tiempo testigo de los acontecimientos que narra, solitario medidor de vientos y cronista aislado en el Mirador para escribir su historia pero solidariamente unido a los otros miembros de la comunidad, el doble protagonista de Tres golpes de timbal se define en el espejo de su relato y revela la función que Moyano atribuye a su propia tarea de escritor en esta nueva etapa de creación.

Como en la mayor parte de las novelas y cuentos publicados desde 1964, en los que los objetos condensan sentidos, son elementos indispensables para la caracterización de un personaje o remiten al subtexto, los espejos de esta quinta novela de Moyano, apuntan a las funciones del lenguaje literario. El destello de los espejos establece la comunicación entre Céfira y el narrador sin nombre. Los espejos reflejan los girasoles -definidos por Fábulo como relojes generadores de tiempo- pero no se limitan a reproducir la imagen de las flores, crean otra realidad y otra belleza y les dan vida y movimiento en el entrecruzarse de los reflejos. Por medio de los espejos, palabras de azogue, se habla de la dimensión comunicativa y estética del lenguaje literario.

Las palabras pueden también recuperar verdades olvidadas o falseadas por los discursos oficiales. La letra de la canción del gallo blanco cuenta la historia verdadera de los exiliados de Minas Altas, de allí la necesidad de mantenerla intacta y al abrigo de los Oidores cuando la comunidad ha logrado recuperarla y reconstituirla. A la historia oficial escrita por el poder, se opone la versión de una experiencia vital transmitida de generación en generación por las víctimas de ese mismo poder. Frutos de la memoria y de la imaginación, los cuentos, las leyendas y las canciones populares aseguran la permanencia de una verdad que espera el momento de ser escuchada. No en vano Fábulo, titiritero y astrónomo, es el único personaje de la novela que no tiene doble. El origen de su nombre se encuentra en la caracterización del viejo Aballay, uno de los personajes de El vuelo del tigre: «[...] contaba a su manera, fabulando sin alterar los fundamentos»4. Fábulo, entonces, el que fabula, el que crea ficciones que cuentan una verdad modificada en sus aspectos secundarios, disfraza de fábula o mito. En la novela, Fábulo es ya desde el comienzo el producto de una fusión: representa la memoria y la imaginación libre y creadora de todos amenazada por las armas y, al mismo tiempo, una clave para situar las formas alegóricas utilizadas por Moyano desde El trino del diablo:

Es posible que cuando estas memorias hayan cruzado el mar, Minas Altas ya no exista. Centenares de hombres atravesarán en diagonal su río seco, pisotearán sus relicarios, romperán los espejos, destrozarán uno por uno los muñecos. Centenares de Sietemesinos orientarán sus armas contra Fábulo buscando su corazón para borrar lo que nosotros fuimos5.



La tradición oral ocupa un lugar privilegiado en la novela. Moyano establece la diferencia entre dos formas de transmisión de la cultura que resultan complementarias. Los personajes del relato incluido llevan casi todos nombres de letras: Eme, Emebé, Jotazeta, I, Tau, Eñe. Constituyen por lo tanto un alfabeto viviente que el narrador ordena y combina para reproducir la historia dictada por los muñecos de Fábulo. Con la caracterización del narrador, presentado desde el primer capítulo de la novela como redactor y no como creador de la historia, se aporta una referencia que contribuye a definir la identidad de los personajes situándolos en un ámbito cultural en el que las leyendas, cuentos, mitos, fábulas y secesos del pasado circulan de boca en boca y se modifican a veces con los aportes de los transmisores. Esta última posibilidad está sugerida por la memoria imperfecta de Fábulo: ya que ha olvidado algunos detalles, su historia puede admitir diferentes versiones completadas o modificadas por la imaginación del relator como ocurre en la transmisión oral de los acontecimientos conservados por la memoria colectiva.

Pero si la canción y el manuscrito significan dos formas distintas de literatura -la oral y la escrita- Moyano las hace coincidir en el mismo destino y la misma función dentro de una sociedad silenciada por la dictatura. La canción deberá permanecer oculta hasta que pueda volver a comenzar su viaje en la voz de los chasquis. El manuscrito es enviado a un país lejano, que no se nombra, más allá del mar. El exilio es, pues, el precio que se debe pagar por el testimonio salvado tanto por la canción como por el manuscrito. Exilio interior para la canción, exterior para el manuscrito pero ambos, exilios provisorios porque en el ciclo destrucción-reconstrucción, muerte-renacimiento repetido desde los orígenes de Lumbreras se ha deslizado una versión completa de la historia vivida y contada por las víctimas anónimas.

La aventura de Eme, el alter ego del narrador, se termina en el momento en que el cantor recupera su identidad. Puesto que Moyano ha desdibujado durante todo el relato los referentes extraliterarios, la identidad que Eme descubre al llegar a la tumba de sus padres debe ser también descubierta por el lector. Si ese lector ha seguido paso a paso la obra de Moyano, advertirá fácilmente en algunos rasgos de Minas Altas una última evocación de La Rioja, una región del Noroeste argentino que se insinúa primero en Una luz muy lejana, aparece explícitamente a través de Chepes, un pueblo de los Llanos, en El oscuro y termina siendo una presencia tan constante como la música en El trino del diablo y Libro de navíos.

El proceso de abstracción no ha dejado más que algunas líneas escuetas: el mulero I habla de los perjuicios causados por la existencia de una Aduana única; las palabras llanos y llanistos reaparecen periódicamente a lo largo del relato; Ondulatorio, viene de la región de las Salinas Grandes. Pero en ese paisaje familiar se han introducido elementos nuevos: chasquis, Oidores, uña tumba de tiro, un cenzontle -el pájaro de las cuatrocientas voces que acompaña a Eme en su viaje hacia Lumbreras. Cuando todas las piezas encuentran su ubicación y los dobles se fusionan en personajes únicos, La Rioja escondida tras el nombre de Minas Altas encuentra también una ubicación definitiva. Su historia reproduce la de otras ciudades y pueblos del continente habitados por los exiliados de la miseria y de la opresión, de la misma manera que el narrador reproduce en su manuscrito la historia narrada por los muñecos y éstos, la de los personajes de la segunda ficción.

Fábulo dice, una vez terminados el manuscrito y la canción: «Ahora, por fin, tenemos una patria»6. Si situamos esta frase dentro del contexto global de la obra de Moyano, se nos revela como el término de la aventura comenzada por Ismael en el último capítulo de Una luz muy lejana. Ismael dejaba la ciudad para buscar en el desierto la identidad y los valores que la figura difusa de un viejo indio le había hecho percibir. El desierto de la barbarie es progresivamente precisado en las obras siguientes y la herencia del pasado indio de la región surge más claramente en El vuelo del tigre. La identidad apenas percibida se vuelve identidad regional afirmada y reivindicada para hacer frente al desarraigo en Libro de navíos y borrascas. En Tres golpes de timbal, esa ampliación de la perspectiva que constituye una de las ventajas mayores del exilio, lleva a la superación de las fronteras ya que Eme descubre sus raíces en la violencia del mestizaje común a todo el continente. La patria que recupera Eme, y por lo tanto el narrador, no es otra que la Patria Grande en la que constituye una misma historia y sobre todo una misma lengua. El cenzontle, los chasquis y los Oidores revelan en distintos momentos de la novela una voluntad de integrar a Lumbreras y a Minas Altas en una historia y una geografía que no son sólo argentinas.

Libro de navíos es la primera novela de Moyano en la que el narrador autodiegético reproduce en la ficción el oficio del autor. Rolando, músico y narrador de la historia, termina siendo en la segunda mitad del relato un novelista exiliado en algún lugar de Europa; un novelista que inicia el cuestionamiento, hasta entonces ausente en las obras de Moyano, del papel del escritor dentro de su sociedad. En medio del naufragio del exilio, el recuerdo obsesivo del Noroeste argentino y, sobre todo de su historia, hecha de humillaciones y derrotas, deja traslucir la afirmación de una identidad regional. Tres golpes de timbal refleja una imagen nueva del escritor y de su contexto: al definir la figura de su narrador como la de un escritor latinoamericano, Moyano repite la experiencia vivida por otros muchos autores del continente que desde la perspectiva de un país extranjero logran una visión de sus países de origen y superan el estrecho marco de los regionalismos o de los nacionalismos. El sueño-anhelo se ha instalado en el espacio del mito para resolver no sólo el problema de la identidad colectiva sino también el de la identidad individual del escritor exiliado: la fusión de los dobles con que Moyano termina su novela es una respuesta positiva a las rupturas, disociaciones y crisis de la identidad propias de la situación de exilio.





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