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Al calor de un lápiz

(Selección)


Julia Otxoa








Oración para Franz Kafka


Bendita sea la terrible belleza de Franz Kafka
creyéndose un insecto entre nosotros,
hasta su recuerdo acudo en busca de consuelo.
Mi cabeza es un volcán que nunca duerme,
junto a mí todo es hoy El jardín de las delicias
pintado por El Bosco.
Nada entiendo.

Estoy subida en el tejado,
ya no leo los periódicos,
leer la prensa cada día,
es abrir una pequeña tumba de papel.

No sé quién soy.
El siglo a mi alrededor es incomprensible.

En aras del método,
hemos abandonado la búsqueda de la belleza.
Nos estrellamos



El secreto de la poesía pertenece más al náufrago que al navegante.



Bajo la sandalia un círculo vacío, sobre el sombrero una mariposa.




La libre posesión del dolor, su dulce sombra,
rehaciéndonos de nuevo, diminutos.




Siete de la mañana, todavía no ha amanecido
desfilan por las vacías calles los nacionales espectros.
Atravieso el puente de la Avenida de la Libertad,
levanto los ojos al cielo,
allí está Marina Tsvíetaieva ahorcada de una estrella.
Oscila su cuerpo en la oscuridad,
péndulo del reloj de nuestros días.



Permanecer en la inquietud, permanecer en la inquietud, no quiero ser sorprendida. Apaciento mi sombra en los lugares más inseguros del pensamiento. Oigo crecer mi osamenta cada día, mi infancia no ha terminado.



Miles de seres humanos mueren diariamente en el mundo a causa del hambre. Perpetuidad del Holocausto años 30 en Alemania.



La cabeza de la res muerta no cabía en nuestra boca, recuerdo el olor y el silencio que había seda y carne cruda sobre las copas rotas, y la comida aparecía derramada sobre la cama del enfermo.




Los hijos del guarda me persiguen,
mis ojos no distinguen las sombras del día o de la noche,
deambulo dentro de mí misma huyendo del camino.
Mi hambre es de nomadismo.



Hallan el cuerpo de un hombre que desapareció hace dos años, balanceándose sobre una rama convertido en manzana.



Sé que moriré extranjera.



Nunca oraba en el interior de los templos, siempre lo hacía fuera, en el paisaje junto a los árboles.



Mi conversación de visita en los hospitales, ante el dolor todas mis palabras me parecen una ofensa. El único lenguaje posible sería arrodillarme o golpear mi cabeza contra las paredes, mi sangre como una oración.



Las razones del porqué los hombres crearon a los dioses eran obvias, pero seguía resultando un verdadero enigma las razones que habían movido a los dioses a crear al hombre.








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