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Algunos relatos de «Absurdos» y de «Cuentos del exilio» de Antonio Di Benedetto

Teresita Mauro Castellarin

La narrativa del escritor mendocino Antonio Di Benedetto está constituida por relatos breves y novelas. La crítica ha orientado fundamentalmente su atención a las obras más extensas y difundidas del autor, especialmente Zama -que logró numerosos premios y la traducción a varios idiomas-, El silenciero y Los suicidas. Escasa repercusión han tenido en los estudios críticos los relatos breves y nouvelles, que ocupan una gran parte de su producción narrativa. La diversidad de los temas, de las poéticas del relato utilizadas por Di Benedetto en los cuentos que componen cada volumen -muchos de ellos escritos en diferentes fechas y estilos- han motivado el desinterés por parte de los estudiosos de su obra. El espacio condensado del relato breve ha constituido un campo de experimentación constante empleado por el autor para desarrollar nuevas técnicas narrativas que luego amplía y diversifica en las novelas.

En la cuentística de Di Benedetto hallamos una evolución y la adopción de diferentes poéticas del relato en los sucesivos libros. El primer volumen experimental de cuentos, Mundo animal (1953), está compuesto fundamentalmente por relatos muy breves de carácter fantástico en los que predomina lo alegórico y simbólico. En volúmenes de relatos posteriores el autor ha ensayado las formas objetivistas emparentadas con el relato fílmico y el objetivismo descriptivo vinculado con el realismo social propugnado por los miembros de la Generación del 55. Libros como Grot (1957) -reeditado en 1969 con el título de Cuentos claros-, Declinación y ángel (1958) y El cariño de los tontos (1961), señalan esa evolución. Con posterioridad al encarcelamiento y exilio del autor, se publicaron los dos últimos volúmenes de cuentos: Absurdos (1978) y Cuentos del exilio (1983). El primero, publicado en España, recoge cuentos de diferentes fechas, junto a otros de nueva creación, como afirma el propio autor en su reportaje:

Son cuentos de muy diferentes dimensiones, estructura, ropaje, lenguaje, producto de distintas condiciones ambientales, distinta nuez, distinto juego o ejercicio del escribir1.


Absurdos aparece en los años del exilio de Di Benedetto y tras un largo período en el que solo ha dado a conocer algunos cuentos que se publicaron en revistas y periódicos. Escogemos del conjunto de libros dos relatos que mantienen una relación estrecha, tanto por la temática como por las técnicas narrativas, con las preocupaciones reflejadas en obras anteriores, especialmente en Zama y en los cuentos de El cariño de los tontos.

«Aballay» y «Felino de Indias», cuentos inéditos que reúne la antología -junto a otros muy conocidos del autor como «Caballo en el salitral» y «El juicio de Dios»-, retoman la problemática del espacio americano en relación con la historia, el tema de la culpa y de la identidad del hombre de ese continente. Fernando Aínsa afirma que, desde un punto de vista psicológico, la búsqueda de la identidad se manifiesta en la literatura del continente en un deseo de locomoción2. Con frecuencia, los protagonistas inician algún modo de viaje en la narrativa hispanoamericana: desplazamiento a través del espacio, hacia la naturaleza, hacia el pasado, hacia la búsqueda de los lazos que unen el continente americano con Europa, el viaje hacia el interior del personaje mismo. La expresión de esa carencia de identidad es también la que se incorpora a la literatura, «... convirtiéndose en expresión de una angustia existencial»3, -como afirma P. Verdevoye- de una búsqueda e indagación sobre el hombre y el espacio americanos, en relación con la historia.

El gaucho y la pampa: «Aballay»

«Aballay», cuento extenso de veintisiete páginas publicado por primera vez en Absurdos, narra la historia de un gaucho que, motivado por un sermón del cura del pueblo, inicia una vida de peregrinación y purgación en el espacio pampeano.

En 1981, se publicó en España la primera antología de cuentos del autor mencionado, Caballo en el salitral4, en la que se incluye «Aballay». A modo de introducción, la antología incorpora opiniones y juicios sobre este cuento en particular: «Presentación: Borges, Cortázar y Mujica Láinez con Aballay». Esta presentación transcribe tres cartas enviadas por los más destacados autores de la literatura argentina a Di Benedetto, confirmando el valor ficcional del relato del autor mendocino. Jorge Luis Borges expresa:

Usted no se ha limitado a evitar victoriosamente los riesgos arqueológicos de una ficción que ocurre en otro tiempo. Usted ha escrito páginas esenciales que me han emocionado y que siguen emocionándome...5


Julio Cortázar, por su parte, se extiende en la valoración del cuento con muy acertadas precisiones acerca del juego elaborado a partir del tiempo en el relato:

De Antonio Di Benedetto sólo conocía una novela, Zama, que precede por muchos años a «Aballay»; el recuerdo de esa lectura coincide con lo que acabo de sentir frente a esta historia de un estilista pampeano que cambia las columnas legendarias de la Tebaida por caballos criollos de los que se niega a desmontar mientras no se sepa lavado de una culpa, de una muerte...

En «Aballay» esta presencia desde el pasado se da como juego óptico alucinante: el personaje se sitúa en el tiempo mental y místico de los estilistas, y el autor en el tiempo del personaje, la pampa argentina del siglo XIX [...] de ese juego de ecos temporales nace, creo, la intensa reverberación de «Aballay», su caracol ahondando en el oído del lector una interminable teoría de retrocesos; y la gran maravilla es que se retrocede hacia adelante, hacia cada uno de nosotros mismos con nuestras culpas y con nuestras muertes, con la esperanza de un rescate que hace del gaucho Aballay uno de tantos argentinos de hoy, de ahora6.


Manuel Mujica Láinez también insiste en la calidad de este relato:

Aballay, el extraño estilista ecuestre, incorpora a tu galería una figura inolvidable. Das con él una imagen de nuestro hombre de campo y de su paisaje que desdeña las folklóricas convenciones, para apoyarse sólo en lo humanamente auténtico, y lo alcanzas con una perfecta sobriedad de recursos que asombra7.


El motivo del viaje como procedimiento narrativo adopta las formas del viaje hacia el interior de sí mismo por parte del protagonista. El camino escogido por Aballay es el del ensimismamiento, el del despojamiento de todo lo material y humano, como forma de aligerar también el peso de la culpa y del espíritu por medio de la penitencia. Al igual que Zama, el gaucho Aballay se va desprendiendo de toda materialidad en el camino purificador que inicia para liberarse de la culpa. Al mismo tiempo, el viaje iniciático que emprende Aballay es un retorno a otro pasado más remoto aún, el de los anacoretas. San Simeón, en los primeros siglos de nuestra era, fue el primero y más conocido de estos místicos que lograron gran veneración popular. Di Benedetto logra recrear un pasado que se sumerge en otro pasado, aunando en un tiempo único experiencias separadas y en el tiempo.

El relato carece de dimensión temporal explícita, se remonta a una época imprecisa en la que perviven costumbres propias de la vida rural y primitiva de Argentina. El ambiente del relato se enmarca alrededor de pueblos remotos y aislados. El modo de vida representa a gauchos y campesinos cuya vida social se recrea con motivo de procesiones y casamientos, con la asistencia temporal de un cura a la capilla del pueblo más próximo. Los campamentos surgidos con motivo de los festejos reúnen a peregrinos y mercaderes. Tiempo que se relaciona con el de la historia del siglo XIX, pero también con el de pueblos actuales alejados de los centros urbanos más desarrollados:

La capilla, que se levanta sola encima del peladal en medio del monte bajo, sin viviendas ni otra construcción permanente que se le arrime, se abre para las fiestas de la Virgen, únicamente entonces tiene servicio de sacerdote, que llega de la ciudad, allá por la lejanía, de una parroquia de igual devoción8.


Pese a la carencia de localización temporal, el relato se enmarca en el tiempo de la historia, en esa especie de tiempo mítico de fundación del país y de las luchas entre caudillos del interior opuestos al centralismo de Buenos Aires. Período que abarca las primeras décadas del siglo XIX, posteriores a la independencia. La afluencia de peregrinos venidos desde Jáchal, sitúan el espacio geográfico y tópico en el noroeste argentino, más concretamente en los límites entre las provincias de San Juan y La Rioja:

Se asa un chivito, la abuela fríe pasteles, un hombre sirve vino, todos en sosiego y discretos. De las quinchas vecinas brotan cantos, tempranamente entonados.

Se nombra a Facundo, por una acción reciente.

(«¿Que no es qué lo habían muerto, hace ya una pila de años?»)9


La mención del caudillo riojano Facundo Quiroga se inserta como un indicio del tiempo real de la historia y de un tiempo evocado como memoria colectiva y de pervivencia de un mito. Aballay, gaucho nómada un tanto «arisco», se acerca al cura para solicitarle información de algo que ha comentado en el sermón de la mañana. Al gaucho le ha impresionado hondamente la historia de los estilistas y anacoretas que el cura le recrea:

Esos precisamente eran los estilistas, su rara costumbre sólo era posible en aquellos países del mundo antiguo, donde, antes de Cristo, fueron levantados templos monumentales, que apoyaban su techo en pilastras [...] Los estilistas subían a ellas para tratarse con rigor y alejarse de las tentaciones10.


La vida de los estilistas, montados sobre una columna para hacer penitencia y estar más cerca del cielo, para estar alejados de la tierra en la que han pecado, conmueven al gaucho que sabe qué gran pecado es haber matado. Aballay inicia su largo viaje expiatorio. Como buen gaucho reemplaza la columna por la montura de su caballo. Del mismo modo que en Zama la mirada de los hijos de los indios ciegos arrastra a sus padres a la inquietud, Aballay se siente perseguido por la mirada del niño que él ha dejado huérfano:

Mató y de un modo fiero. No se le perderá la mirada del gurí, que lo vio matar al padre, uno de los escasos recuerdos que le han quedado de aquella noche de alcohol11.


Aballay es un penitente montado a caballo. Sobre su montura sueña que es una estilista montado en los pilares de un puente junto a otros santos antiguos cuyos idiomas desconoce. El sueño se convierte en pesadilla con otra imagen recurrente del autor, la de una cabeza llena de pájaros, recreada en «Nido en los huesos» y en «Caballo en el salitral»:

En una parte del sueño hay paz, después cambia en pesadilla: llegan los pájaros.

Le caminan por la cabeza y los hombros, le picotean las orejas, los ojos y la nariz, o quieren alimentarlo en la boca, hacen nido, ponen huevos...12


Aballay transita sin rumbo fijo, atraviesa pueblos, se abastece en pulperías con las monedas que va quitando de su rastra. Vidas y costumbres campesinas son descritas por el narrador en tercera persona que asume el relato en las formas constantes del presente. Entre los mansos indígenas con los que Aballay se cruza y comparte alimentos surge la leyenda. Como no logran explicarse la razón por la que el hombre blanco no desmonta ni para comer, los indígenas dan una razón mágica:

Deduce que no es que el blanco no quiera, sino que no puede despegarse de los lomos del animal, y traslada a su clan esta preocupada conclusión: «hombre-caballo»13.


Entre los blancos la leyenda de un santo montado a caballo se va extendiendo de pueblo en pueblo aún sin conocerlo; la explicación adquiere otro significado:

... le reconocen sus famas, que le han crecido sin él saberlo, que son diversas y contradictorias, pero lo realzan, dentro de una concepción del bien.

«Lleva su cruz», se susurran con actitud reverente14.


Los indios conciben una explicación ingenua y animista en la fusión del hombre con la naturaleza. Los campesinos, herederos de la cultura y civilización europea, elevan a Aballay a la categoría de santo. El relato contrapone permanentemente no solo tiempos y espacios diferentes, sino también visiones enfrentadas. Los ojos de los demás, la mirada ajena modifica la comprensión de la realidad. Dos visiones del mundo se superponen, se entrecruzan y coexisten en el espacio americano. Espacio hecho de contrastes y tiempos históricos diferentes, de tradición y leyenda, frente a urbanización y desarrollo. Di Benedetto reintegra el texto a la historia para unirlo con el presente. Como afirma Ángel Rama:

Lo nuevo de estas invenciones no radica en la recuperación del pasado sino en el intento de otorgar sentido a la aventura del hombre americano mediante bruscos cortes en el tiempo y el espacio que ligan analógicamente sucesos dispares, sociedades disímiles, estableciendo de hecho diagramas interpretativos de la historia. En un nivel más alto de la autoconciencial nacional latinoamericana que parece seguir de cerca el ingente esfuerzo desarrollado previamente por sociólogos, antropólogos e historiadores para construir un discurso global15.


La penitencia de Aballay, como la de don Diego de Zama, conlleva las imprevistas caídas. Don Diego padeció varias caídas de su montura que le obligaron a rodar por la tierra, esa tierra americana de la que quería mantenerse alejado. Aballay, engañado por los sueños, acaba pisando el suelo del que quiere mantenerse despegado:

Cae, Aballay, cree que volteado por el relámpago o el rayo, y al golpearse despierta y ya lo empapa la lluvia, un instante disfruta del agua que le contenta la boca ardida. Hasta que descubre que ha tocado tierra con todo su cuerpo16.


Aballay, al igual que don Diego de Zama, deja los pueblos para internarse en la llanura, en la inmensa pampa en su peregrinar. El gaucho difiere del corregidor de la Corona, pues no es perseguidor sino, como el gaucho Martín Fierro, perseguido:

Por los indicios entiende, que no es polvo del viento, sino de caballada, y no montaraz, sino caballería de tropa armada. Malo eso para Aballay: puede ser reclutado o lanceado, sin causa; puede perder los pingos, por requisa o por codicia.

Se ampara en las lejanías y yendo a ellas se aparta de las últimas huellas de la gente, cae en la bruta pampa17.


Aballay sabe que «... vivir para pagar una culpa no era vivir en vano». En ese camino de expiación, el gaucho nómada recrea la vida pampeana, entabla relación con mercaderes ambulantes, tropieza con los milicos, que pretende detenerlo por «sospechoso de abigeato, y en reincidencia». El humor se incorpora al discurso en la descripción de situaciones grotescas a las que se enfrenta el personaje, al tiempo que el lenguaje coloquial y dialectal refuerza la problemática regional del cuento. Otras veces Aballay tropieza con gentes que caminan a pie, en el éxodo que los campesinos emprenden huyendo del hambre hacia ignorados destinos, -problemática que el autor ha retomado en el relato «Silencio y ternura», en el que describe la situación actual de los indios peruanos en permanente éxodo hacia la periferia de las grandes ciudades-:

Y cada cual proseguía, con el nudo de lo suyo, cerrado, dentro de un mundo tan abierto (y solo).

Podía dar testimonio del éxodo -vaya a saberse hacia dónde que imaginaban el pan- de familias que nada poseían, salvo los hijos. Tropitas polvorientas, en las que el padre hacía la punta y luego los chicos...18


Como en otros relatos y novelas del autor, la vigilia y el sueño se entremezclan no solo con una función estética, sino como una incierta manera de percepción del mundo exterior y de los recuerdos. Aballay sueña, o delira motivado por la fiebre, con durazneros en flor que anuncian la primavera en medio del crudo invierno de la pampa. Sueña que rivaliza con otro estilista durante cien años para ver quién muere primero. Breves microhistorias amplían el sentido y contenido del relato principal.

El destino está prefijado y se cumple de un modo inexorable. Jorge Luis Borges en «El fin» recrea el duelo y la venganza contra Martín Mierro ejecutada por el hermano del negro que este había matado siete años atrás:

Limpió el facón ensangrentado en el pasto y volvió a las casas con lentitud, sin mirar para atrás. Cumplida su tarea de justiciero, ahora era nadie. Mejor dicho era el otro: no tenía destino sobre la tierra y había matado un hombre19.


Aballay sabe que, pese a su ya legendaria fama de santo, no ha logrado desprenderse de la mirada del niño que le ha perseguido a través de los años. Del mismo modo que en el relato borgiano, el pasado y el presente se funden para la ejecución de la venganza y la expiación de la culpa:

Siempre piensa en el gurí que le hincó la mirada.

Pasan años. Un día se encuentra con esa mirada.

Sabe que el niño, hecho hombre, viene a cobrarse.

Lo ha seguido, el mozo. Lo topa en un cañaveral.

Podría parecer un santón de poca edad, en digno caballo.

Trae templados los ojos, pero decididos. Igual que Aballay, está en harapos20.


Iniciada la pelea, Aballay hiere al joven. Pese a su promesa, el gaucho desciende de la montura para ayudar al herido. Este gesto es aprovechado por el vengador para asestar una certera puñalada al histórico enemigo. La culpa y la expiación se reiteran de manera cíclica con la fatalidad de un destino trágico preestablecido:

Alcanza a saber que su cuerpo, ya siempre, quedará unido a la tierra. Con el pensamiento velado, borronea disculpas: Por causa de fuerza mayor, ha sido...

Aballay, tendido en el polvo, se está muriendo, con una dolorosa sonrisa en los labios21.


Como afirmaba también Borges, a «... la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismo»22. En este sentido se orienta «Aballay», como antes lo hiciera don Diego de Zama, en el tiempo circular de la historia de América que se reitera y funde en el presente de la narración. En este relato corto Di Benedetto demuestra nuevamente la maestría que le caracteriza en la condensación de las formas líricas del discurso, en la síntesis de un tema de amplias resonancias que se proyecta en múltiples direcciones de la historia y de la problemática del hombre americano.

«Felino de Indias»

Este cuento corto retoma la descripción pretendidamente objetivista y deshumanizada de «Caballo en el salitral». La muerte de don Antolín de Reartes, mercader ambulante de origen español, provoca la desaparición de los demás protagonistas del relato. Los animales de compañía del fallecido comerciante en tierras de Indias, ocupan el espacio actancial y narrativo. Un papagayo domesticado y parlante y un gato, seculares antagonistas, comparten aventuras y afán de supervivencia en tierras americanas. La América reciente del descubrimiento, la región andina más concretamente, se recrea en el texto con un lenguaje arcaizante de resonancias neobarrocas:

En tierra de Indias, sobre el espinazo de la cordillera de los Andes, un mercader español ha muerto.

Llevaba breve séquito de su raza y origen: Primero, dos mozos de todo provecho, uno de ellos capaz con los números, en la práctica su contador cuando negociaba tejidos y especias, o piedras preciosas, si al caso venía [...] Mayor era el número en el servicio de indígenas, por la necesidad de la carga, aunque el peso fuese sobre doce mulos, y por su baquía para hallar el agua, los refugios y un rumbo seguro sobre el camino del Inca, que se vuelca del océano Pacífico a esas pampas que sólo acaban junto al río de la Plata23.


Muerto el comerciante, los criados se reparten el botín, despiden a los indios «con las manos vacías» y abandonan a los animales en el camino. La lucha constante por la supervivencia en el inmenso espacio cordillerano, genera vínculos de solidaridad entre los dos animales. Las descripciones de contenido lírico del paisaje andino ponen al descubierto la riqueza de la vida vegetal y de la fauna de la región. El fin trágico acecha a los animales domésticos. La imponente presencia del cóndor acaba con las parlantes aventuras del papagayo, el puma amenazante acecha al gato que logra escapar de sus garras. El gato encuentra cobijo entre familias de colonos españoles que subsisten en medio de una vida semisalvaje en las aldeas cordilleranas.

El antiguo espada del comerciante español muerto al comienzo del relato, deambula hambriento y agotado por los cerros. Se acerca a la pequeña aldea solicitando alimento. La presencia del gato, al que no reconoce como antiguo acompañante, desencadena en el hombre el sentido del miedo y de la culpa:

... un susto insuperable se le ha atravesado. Quizá por rara ocasión, sin que él perciba el sentido, le asoman los signos de atormentarse su alma por causas de la conciencia...

En su ventana el gato -enroscado el cuerpo, ceñido por una vuelta de cola- se reinstala en su bienestar, tal vez parecido a la paz del espíritu que tanto apetecen los humanos. Ronronea un sueño24.


El mundo animal y el mundo de los hombres vuelve a fusionarse -como en los primeros relatos de Mundo animal-, en la inmensidad de los espacios de una América recién conquistada. A la manera de la fábula, los animales adquieren connotaciones de tipos de conductas humanas. Conductas que se revelan por las acciones de los protagonistas, sean estos hombres o animales. Retomando la técnica objetiva de la descripción, la secuencialidad propia del cine, este relato del autor mendocino se inscribe en esa tendencia realista de contenido lírico que, con maestría, había iniciado con los relatos «Caballo en el salitral» y «El puma blanco». En estos relatos de Di Benedetto, el espacio de América constituye el escenario y marco en el cual se recrean diversas anécdotas. La inmersión en la historia y la geografía del continente se enlaza con la búsqueda de una identidad propia a través de la ficcionalización del pasado.

Cuentos del exilio

En este libro Di Benedetto retoma el relato breve -o short short story en la denominación de I. Howe25-, para recrear temas de carácter puramente fantástico, de ciencia ficción, de trama policial, que alternan con microrrelatos, aforismos y greguerías de contenido humorístico y lúdico. El espacio geográfico eminentemente americano de toda su obra anterior se amplía con relatos localizados en España, Francia, Estados Unidos, Guatemala, países y ciudades que el autor recorrió en el período de su exilio. Pese al título del libro el tema específico del exilio no está presente en estos cuentos, como anticipa el propio autor en la «Introducción» del volumen:

No se crea que, por más que haya sufrido, estas páginas tienen que constituir necesariamente una crónica, ni contener una denuncia, ni presentar rasgos políticos [...] Ya que son, sencilla y puramente ficciones26.


De los treinta y cuatro relatos breves de Cuentos del exilio, algunos habían sido publicados en revistas literarias en diferentes épocas y han sido reescritos y modificados para su inclusión en este volumen. Los cuentos de nueva creación modifican las técnicas y procedimientos narrativos, los temas y la localización tópica. El relato fantástico se independiza de toda función alegórica y simbólica -como la empleada en los relatos breves de la primera época creativa del autor-, e irrumpe como una estrategia discursiva que implica una mayor autonomía estética del texto -como lo caracteriza L. Aronne-Amestoy27-. Espacios y tiempos que se superponen y coexisten, sucesos insospechados irrumpen en la cotidiana realidad de los protagonistas y los sueños se convierten en la puerta de acceso a mundos insospechados. El relato brevísimo incorpora el absurdo, el humor y la paradoja dentro de las formas discursivas: «Orden de matar», «Hombre en un agujero», constituyen ejemplos de esta nueva manera de abordar el relato fantástico. Lo fantástico se une también a lo humorístico en relatos como «El lugar del malo», «La búsqueda del diablo» y «La verdadera historia del pecado original», «Ortópteros» y «Los reyunos» adoptan las formas del relato policial de investigación e intriga.

En esta antología, los cuentos mínimos -cuentos brevísimos o micro-relatos en la denominación de D. Koch28-, aparecen como una modalidad narrativa autónoma. Relatos que ocupan desde media página hasta tres o cuatro líneas condensan el lenguaje en sus posibilidades expresivas. Retomando las propuestas de los vanguardistas de comienzos de siglo y de otros autores más contemporáneos -las propuestas de Juan Ramón Jiménez y de las greguerías de Gómez de la Serna, del mismo Borges, Felisberto Hernández, Monterroso, Denevi-, el autor tiende a presentar fragmentos atomizados de un aspecto de la realidad, recreados por medio de la sátira y la ruptura del lenguaje, de los límites entre la prosa y la poesía.

Bajo el título de «Espejísimos», Di Benedetto recoge veinte micro-relatos de carácter humorístico y paródico. Metáforas, personificaciones, absurdos paralelismos subvierten la referencialidad del discurso para construir visiones fugaces, imágenes humorísticas de una parcela de la realidad:

Pesadilla
El espejo es un ojo: no lo miramos, nos miramos y él nos ve,
nos está mirando.
Denuncia
Yo vi al que robó el espejo.
Firmado: El espejo
Oscurecimiento
El suicida se cuelga del cuello con el cable telefónico.
La ciudad queda a oscuras29.


En estos relatos breves el autor mendocino renueva la temática y procedimientos narrativos. El dominio de las formas complejas de la narración -puntos de vista, noción de personaje, modos de focalización, la función del narrador-, convierten a los cuentos breves en ejemplos de la complejidad estructural que se suma a la condensación máxima de numerosas ficciones. La experiencia personal de la cárcel y el exilio, como el mismo autor anticipaba en la «Introducción» del libro, no ha incidido en la temática de estas ficciones. De manera inversa, lo fantástico, el humor y la parodia se liberan de los simbolismos y alegorías de etapas precedentes, recreando universos ficticios que no pierden su anclaje con la realidad. La permanente experimentación con las formas y procedimientos narrativos puesta en práctica por el autor en el transcurso de su obra se condensa, diversifica y superpone en los relatos breves que, bajo diversas estructuras y técnicas constructivas, reiteran temas constantes de su obra. Novelas y cuentos recrean universos ficcionales de apariencia simple y cotidiana en los que subyacen preocupaciones filosóficas, metafísicas acerca del hombre y su destino en relación con el pasado y con la historia. Novelas y cuentos recrean preocupaciones esenciales sobre el destino del hombre americano, proponiendo modos de escritura que son, al mismo tiempo, una corrección y una reflexión sobre la escritura anterior.

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