Escucha
atenta. | |
Apenas dulce calma a mis sentidos | 30 |
el sueño
concedió, cuando la idea | |
del Egipto humillado, ante
mis ojos | |
ofreció de los siglos la carrera; | |
desde
el tiempo en que fue gloriosa cuna, | |
donde sus artes
aprendió la Grecia, | 35 |
hasta la Dinastía en
que fundaron | |
los fuertes Mamelucos su opulencia. | |
La ambición
otomana, despojando | |
nuestro nuevo poder, abatió
fiera | |
una nación formada en los combates. | 40 |
Yo
grito, libertad; ya mis empresas | |
ayudaba la Europa, y hasta
el Cairo | |
llegara vencedor, si la sorpresa | |
de un traidor
no impidiese mis designios. | |
He vuelto a ver en sombras
la sangrienta | 45 |
destrucción de mis tropas valerosas
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al pie de las pirámides soberbias. | |
Perdida la
esperanza de salvarme, | |
temeroso de ver mi última
afrenta, | |
en una de ellas pienso hallar asilo. | 50 |
Esfuerzo
mi valor: su mole inmensa | |
subir osaba de sudor bañado,
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y penetrando al fin la entrada estrecha, | |
que a su centro
conduce, me hallo solo | |
en el seno del caos. Las tinieblas,
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y el silencio que habitan este sitio, | |
en su morada esparcen
noche eterna. | |
A cada paso hollando las ruinas | |
del pavimento
obscuro, pude apenas | |
tocar de un mármol fúnebre
la loza, | 60 |
cuando en pálida luz la sombra envuelta
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(Levantándose horrorizado, y AMALIA también.) |
de un descarnado espectro alza la frente; | |
la seca piel,
que con rugosas vueltas | |
cubría su esqueleto, por
su rostro | |
de furor inflamado se desplega. | 65 |
Abre por
fin los macilentos labios, | |
y a su voz pavorosa, que resuena
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por la anchurosa bóveda, el asombro | |
pasma mi corazón,
mi pecho aterra. | |
«Ali-Bek, dice, en estas tristes urnas
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a la inmortalidad llegar esperan | |
los legítimos
dueños del Egipto: | |
aquí descansan las cenizas
regias | |
de aquellos soberanos que llenaron | |
el orbe
de su gloria y su grandeza. | 75 |
Alguna vez en este obscuro
sitio | |
penetró la avaricia, otras la necia | |
curiosidad
del hombre; pero nunca | |
sirvieron estas tumbas de defensa
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para el usurpador. Ven al sepulcro; | 80 |
este será
el asilo que te ofrezcan | |
los manes agraviados que profanas.»
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Y extendiendo hacia mí sus manos yertas, | |
me arrastra
a la morada del espanto. | |
En vano hubiera sido por la
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pretender libertarme, si a tus voces | |
no huyese
el sueño, y la ilusión funesta. | |