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"Amor de ciudad grande" y el transnacionalismo en José Martí

Fernando Operé





Los estudios sobre transnacionalismo han abierto nuevas e interesantes vías en el campo de la antropología, cultural studies, y demografía. El tema cobra especial relieve precisamente cuando vivimos períodos sacudidos por los procesos de globalización que nos empujan, inevitablemente, hacia la formación de sociedades, étnica y culturalmente, cada vez más diversas. El reciente censo publicado en los Estados Unidos arroja cifras espectaculares al respecto. La población actual de hispanos en los Estados Unidos es de treinta y cinco millones trescientos mil habitantes, lo que representa un aumento del 61,6% con respecto a 1990. Estos datos demográficos expresan una dinámica evolutiva social tan sólo comparable a los años del aluvión migratorio de finales del siglo XIX y principios del XX, cuando se produjo una de las mutaciones mayores en la historia de occidente con la llegada de grandes oleadas de emigrantes a los países del continente americano. En esas décadas la ciudad de Buenos Aires tenía una población en la que más del cincuenta por ciento de sus habitantes reales no habían nacido en la capital porteña; años en que Nueva York y Nueva Jersey se poblaron de italianos, polacos, y alemanes en busca de nuevas oportunidades para sus vidas; años marcados por el signo de la modernidad cuyos resultados impactaron la composición humana de los países receptores forzando estructuras acomodaticias a las nuevas realidades, pero también inyectando nuevas energías al cuerpo social. Algunas de estas ciudades se convirtieron en fronteras urbanas, zonas de contacto, o contested grounds, en donde se forjaron culturas alternativas, y los primeros indicios de lo que hoy denominamos transnacionalismo.

Entiendo por transnacionalismo el proceso a través del cual los inmigrantes construyen campos sociales propios que ligan sus países de origen con los países de asentamiento a través del desarrollo y mantenimiento de múltiples relaciones familiares, económicas, sociales, institucionales, religiosas y políticas. Una característica tipificadora del transnacionalismo es el constante trasiego de estas corrientes afectando las modalidades acomodaticias y transformando las originarias. Podría pensarse que esto no es algo nuevo, que en la historia de las grandes migraciones siempre se han generado puntos de contacto más o menos intensos entre el país de asentamiento y el de origen. Sin embargo, dos aspectos fundamentales hacen pensar en unas características propias del trasnacionalismo actual, me refiero a la globalización económica como expansión del capitalismo transnacional, y al desarrollo de nuevos medios de comunicación y transporte, fundamentalmente el Internet, el correo electrónico, los teléfonos celulares, la expansión de su ondas, la televisión por satélite y otros medios cuyo alcance y repercusiones a penas vislumbramos. Ciertamente el transnacionalismo de las últimas décadas es parte del proceso global de penetración capitalista marcado por una nueva división del trabajo sin fronteras y la introducción, en cualquier rincón del mundo, de corporaciones transnacionales que desarrollan modos de producción, distribución y marketing internacionales, afectando al flujo de inmigrantes y la manera en que éstos vienen a entender quiénes son y qué lugar ocupan en el nuevo escenario.

Sin embargo, lo que hace realmente peculiar el transnacionalismo actual es la capacidad de los nuevos inmigrantes para construir campos designados como trasnmigratorios, a través de los cuales pueden comunicar con sus hogares y ciudades de origen sin grandes dificultades, de viajar con cierta facilidad, de vivir al tiempo en dos sociedades con largas temporadas en uno y otro destino, y de mantenerse al día de los acontecimientos diarios a través de los medios de comunicación electrónicos. Con el Internet un individuo puede seguir al día los resultados de la liga de béisbol en la República Dominicana, leer el último debate sobre educación escolar en Caracas, mientras observa como cae la nieve en Chicago, actividades paralelas y simultáneas. Los estudios realizados por Nina Schiller, Linda Basch y Cristina Blanc-Szanton son fundamentales y muestran una variedad de fenómenos peculiares resultado de este proceso transmigratorio al que me estoy refiriendo. Mientras algunos de estos individuos transmigratorios se identifican más y más con una sociedad que con otra, la mayoría parece mantener diversas identidades que les vinculan simultáneamente a ambas. Están, sin duda, aquéllos que resisten ciertos requisitos del proceso integrador, pero incluso en esos casos, se revelan ciertas formas híbridas de transculturación. Un ejemplo revelador es el comportamiento de muchos inmigrantes negros del Caribe que resisten la categorización de negro según los estándares de la cultura estadounidense, sin rechazar otros rasgos, como costumbres, estilos de vestir, e incluso la adquisición de cierto capital político transferible a la metrópoli, lo que se traduce en la posibilidad de ascenso social, económico e influencia política.

Los transmigrantes actúan, toman decisiones, sienten preocupaciones y desarrollan identidades dentro de sistemas sociales que les conectan con dos o más sociedades simultáneamente. Se está hablando de la construcción de nuevos campos, redes, zonas amplísimas de contacto, cuyas repercusiones cambian de a poco, la aldea en metrópoli, la región en continente, el mundo en una gran frontera que ni imaginaron los más audaces visionarios. Y si de visionarios se trata, es obligatorio mentar a uno de sus grandes practicantes, José Martí, quizás el primer visionario de esta aldea mundial, el incorregible globalizador, figura paradigmática que encarna al transmigrante al que me estoy refiriendo con unas características muy especiales. Y de esto trata este ensayo.

José Martí, nacido en Cuba en 1853 y muerto en Cuba en 1895, pasó la mayor parte de su vida exilio, España, Argentina, Guatemala, México, Francia, Venezuela y los Estados Unidos. En este último país, vivió durante quince años, de 1881 a 1895, en momentos cruciales para él y el continente. En los Estados Unidos se formó como intelectual, escribió los poemarios Ismaelillo, Versos libres, y Versos sencillos, la novela Amistad funesta, y más de trescientos artículos y crónicas periodísticas. Al calor de estas experiencias y la vida agitada de la multicolor ciudad, maduró políticamente debido, sin duda, a su gran capacidad de observación y síntesis, pero fundamentalmente a su inmersión en la sociedad de asentamiento. Sus observaciones sobre múltiples temas aparecieron en diversos periódicos del continente ejerciendo una gran influencia ideológica. No podemos ignorar el eco expansivo de su ensayo Nuestra América.

Uno de las lagunas en los recientes ensayos sobre transnacionalismo es el estudio del alcance y dimensiones que intelectuales que vivieron la experiencia transnacional pudieron ejercer en la formación de la cultura y las instituciones de las repúblicas hispanoamericanas. Fueron muchos, vivieron la experiencia del exilio con una intensidad propia del visionario que se ve alejado por la fuerza de su pasión primordial. Mientras polemizaban con sus coetáneos a través de la prensa, estaban articulando las bases ideológicas, jurídicas, e institucionales de sus países de origen. Les conocemos como «nation builders» y la lista de sus nombres es extensa: Domingo Faustino Sarmiento, Juan Bautista Alberti, Esteban Echeverría, Simón Bolívar, Bartolomé Mitre, Eugenio María de Hostos, Andrés Bello, entre otros muchos. Vivieron con pasión febril los acontecimientos políticos de sus países más allá de las fronteras, al tiempo seguían el pulso de los países de asentamiento. Intervinieron en polémicos debates con escritores locales, participaron en la vida pública a través de la prensa y se proyectaron al exterior por medio de artículos, ensayos, crónicas, comentarios, discursos, actuando como corresponsales de medios de comunicación de distintos periódicos nacionales. Podría decirse que el exilio o la inmigración semiforzada ha sido una de las constantes de la intelectualidad hispanoamericana, más allá de la generación de los llamados Nation Builders, extendiéndose a nuestros días.

En el caso de José Martí, nos encontramos frente a un intelectual de una curiosidad extraordinaria, que absorbía con pasión las peripecias de su contorno, que siguió con avidez la vida política en los Estados Unidos desde su baluarte neoyorquino y que leyó a sus más importantes escritores y poetas con los que mantuvo una relación cercana. Fue corresponsal del periódico La Nación de Buenos Aires, La Opinión Nacional de Caracas, La América de Nueva York, y unos veinte periódicos más con los que colaboró con artículos, crónicas, opiniones sobre temas políticos, sociales y culturales, y que, fundamentalmente, mantuvo un diálogo en ambas direcciones, norte-sur. Este diálogo fue, en resumidas cuentas, un diálogo con América. El suyo fue un proceso multidireccional, que pasando por el «nosotros/ellos», le llevaría a la articulación de una visión universalista, cosmopolita y ensanchadora de fronteras y límites, sin duda una de las señas de identidad del pensamiento de Martí. Así lo expresó en el discurso leído en 30 de enero de 1891 en la Sociedad Literaria Hispanoamericana en México: «No hay odio de razas porque no hay razas. Los pensadores canijos, los pesadores de lámparas, enhebran y recalientan las razas de librería, que el viajero justo y el observador cordial buscan en vano en la justicia de la Naturaleza, donde resalta en el amor victorioso y el apetito turbulento, la identidad universal del hombre» (32).

José Martí, mientras que absorbe como por osmosis el civismo republicano del imperio yanqui, observa sus carencias y apunta sus males. Desde los primeros años del exilio neoyorquino, Martí articula una dicotomía en la que incorpora la ambivalencia que siente como ciudadano transmigratorio y que se expresa en la idea del imperio americano (ellos), nación práctica, metódica, próspera, y corrupta, equidistante del (nosotros), la América hispánica, la tierra del corazón, la imaginación y lo nuevo. De sus Escenas norteamericanas, que escribió en Nueva York, podemos distinguir al emigrante transnacional extrapolado a una nueva dimensión. En estos ensayos así como en muchas de sus crónicas y artículos como corresponsal, asoma el escritor admirador y crítico de la sociedad desde la que escribe. Su mirada está centrada en la ciudad, Nueva York, foco de atracción y mina de resentimiento. La observa como un modelo y al mismo tiempo, como una amenaza. En una de sus notables cartas a su amigo mexicano, Manuel A. Mercado, escribe: «Todo me ata a New York, por lo menos durante algunos años de mi vida: todo me ata a esta copa de veneno... la verdad es que todos los días, al llegar la tarde, me siento como comido en lo interior de un tósigo que me echa a andar, me pone el alma en vuelcos, y me invita a salir de mi. ¡El día que yo escriba ese poema! Bueno pues: todo me ata a New York: las consecuencias de los errores políticos de nuestro país» (Ramos Desencuentros, 72). Martín cumplió su promesa y el tema apareció como preocupación pero incluso empleando ciertas imágenes representativas (copa de veneno, copa turbia vacía, copas por vaciar o huecas copas) en su poema «Amor de ciudad grande».


De gorja son y rapidez los tiempos.
Corre cual luz la voz; en alta aguja.
Cual nave despeñada en sierte horrenda,
Húndese el rayo, y en ligera barca
El hombre, como alado, el aire hiende...
Se ama de pie, en las calles, entre el polvo
De los salones y las plazas...
Me espanta la ciudad! Toda está llena
De copas por vaciar, o huecas copas.
Tengo miedo, ay de mí! De que este vino
Tósigo sea, y en mis venas luego
Cual duende vengador los dientes clave!

Es este un poema paradigmático en el que se insinúan muchos de los temas esbozados por Martí una y otra vez, y que son, al tiempo, temas claves de la modernidad latinoamericana. No olvidemos que la gran poesía se hace con insinuaciones de la que esta repleto ese enigmático poemario Versos libres. Se insinúa la existencia de un tiempo alegre y rápido que se difunde como la luz a través de los nuevos canales de la comunicación; tiempo limitado para amarse de pie en el camino con prisas propias de la vida en las ciudades modernas; arrebato urbano que emociona y al tiempo aturde y asusta. Martí expresa esta serie de contradicciones como parte de la misma dualidad, «ellos/nosotros», que es también, «ciudad/naturaleza». Escribe «me espanta la ciudad», ciudad de subterfugios y deliciosos engaños servidos en copas vacías, pero, ay si fueran tóxicas esas copas rojas alzadas al placer de la degustación. Los múltiples desplazamientos ciudad/naturaleza, metrópolis del norte/países del sur, interior/exterior, están reflejando, una y otra vez, la duplicidad vivencial de los sujetos transnacionales.

No hay duda que su «Amor de ciudad grande» se ofrece a una multiplicidad de lecturas. La primera sería la que se origina en la nostalgia romántica del poeta por la naturaleza incorrupta, ese momento edénico que en Martí va aparejado a su experiencia poética, pero también a sus recuerdos infantiles y juveniles en Cuba. No podemos dejar de notar el peso de la naturaleza en su libro póstumo Versos sencillos, un libro que es síntesis y reconciliación armónica de los libros anteriores, pero cuyo denominador común es la naturaleza. Se reafirma en él la necesidad de superar el caos de la ciudad elevándose a esferas en donde la pureza reconcilie al poeta con la deshumanización de la ciudad. El verso «El hombre como alado el aire hiende», hace referencias a un profundo sentido de desarraigo y vacío del exiliado, realidad que fue factor determinante de toda su trayectoria como periodista y poeta. ¿Sueña el poeta con volar a las alturas de una acción que justifique su vida? ¿se encuentra por eso sumido y espantado en la ciudad que le ofrece seductoras imágenes carentes de significado? La lucha política por la independencia cubana, unida a la voluntad de un verso honesto que no eluda la realidad ni el dolor, formarán la praxis intelectual que moverá sus actos e inspirará su pluma hasta el martirio. Martí fue un intelectual y poeta de encrucijada. Tanto en el inicio de la modernidad (entendida como modernismo para el mundo hispánico), como a las puertas de la posmodernidad, la obra de Martí insiste en la multiplicidad de una cosmovisión que, sin duda, fue promovida o facilitada por su experiencia cosmopolita como ciudadano del mundo expuesto a múltiples tendencias, ideologías enfrentadas, renovados estilos, modas y corrientes de las ciudades en las que se formó, aunque su corazón permaneciera ligado a Cuba. Murió luchando por la independencia de un país en el que casi no había vivido, pero cuya presencia fue obsesiva. Corría el año de 1895, fue un combate en Dos Ríos a las órdenes del general Máximo Gómez. Martí no era un soldado de fusil sino un luchador de la palabra. Sin embargo, la suya no dejó de ser sino la acción de un pensador cuya praxis, ideología en acción, expresa su trayectoria siempre honesta.

«Amor de ciudad grande» hace también referencia a otra de las preocupaciones obsesivas en Martí que es la poesía. Es continua su reflexión sobre el género plasmándose en numerosos poemas metapoéticos. Quería Martí un verso que superase la simple emotividad de la poesía romántica y que fuese capaz de convertirse en el lenguaje universal de la aldea global que envisionaba. La cuestión es si Martí fue capaz de superar esa primera modernidad instalada sin duda en Versos libres e instaurar un nuevo lenguaje que capaz de captar la vida urbana o reconciliarla con la naturaleza. Dioniso Cañas escribe que «el poeta de los inicios de la posmodernidad legitima la tradición, hace de la modernidad parte de su tradición, y pretende comunicar su experiencia personal e íntima de la ciudad con un lenguaje cercano a aquellos con los que vive en la urbe» (Cañas 41). En esta encrucijada se mueve el poema de «Amor de ciudad grande» a la búsqueda de un lenguaje de acercamiento, que reconcilie los tiempos veloces y caóticos de la ciudad con la soledad y el vacío que esa misma urbe le produce. A esa angustia hacen referencia estos versos liminales.


¡Me espanta la ciudad! ¡Toda llena
De copas por vaciar, o huecas copas!
¡Tengo miedo ¡ay de mi! de que este vino
Tósigo sea, y en mis venas luego
cual duende vengador los dientes clave!

(125)                


Las sugerencias de estos versos son múltiples. Expresan puritanismo e incluso misoginia «¡Así el amor, sin pompa ni misterio / Muere, apenas nacido, de saciado!» Expresan también la situación de encrucijada del poeta moderno a la búsqueda de un lenguaje que corresponda a los nuevos tiempos. Escribe Roberto González Echevarría que «temáticamente la ciudad representa el lenguaje» (36). Pero hay otro nivel interpretativo que sugiere un miedo subterráneo a que las atracciones de esa ciudad moderna, bulliciosa, de calles largas, de salones y plazas, la ciudad moderna, cosmopolita y babélica seduzca al poeta y lo desvíe de su misión final. Una de las grandezas de Martí como intelectual es haber sido capaz de integrar su poesía a un programa político coherente, anunciado y repetido en su poesía y prosa. Este bagaje, teórico y universal, es observable desde las primeras fases de su exilio y fue madurando hasta convertirse en un corpus de obra fundamental. En contacto con «ellos», la cultura de las ciudades en que vivió, fundamentalmente Nueva York, Martí reelaboró la cultura común del continente, quizás una de sus grandes contribuciones, y lo expresó en su obra en prosa más conocida, Nuestra América. En ella, Martí reconcilia las repúblicas americanas con España, sin dejar de expresar su miedo a ser absorbido por el gigante nórdico, al que no deja de admirar. Postura, como vemos, esencialmente transnacional.






Bibliografía

  • Cañas, Dionisio. El poeta y la ciudad. Nueva York y los escritores hispanos. Madrid: Cátedra, 1994.
  • González Echevarría, Roberto. «Martí y su "Amor de ciudad grande": Notas hacia la poética de Versos libresIsla al vuelo. Madrid: Porrúa, 1983.
  • Martí, José. «Discurso de la Sociedad Literaria Hispanoamericana.» En Nuestra América. Barcelona: Biblioteca Ayacucho, 1985, p. 32.
  • ——, Ismaelillo. Versos libres. Versos sencillos. Ivan A. Schulman ed. Madrid: Cátedra, 1999.
  • Ramos, Julio. Desencuentros de la modernidad en América Latina: Literatura y política en el siglo XIX. México: Fondo de Cultura Económica, 1989.
  • Schiler, Nina G., Linda Basch and Cristina Blanc-Szanton eds. Towards a Transnational Perspective on Migration. Race, Class, Ethnicity, and Nationalism Reconsidered. New York: The New York Academy of Sciences, 1992.


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