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Especialmente, La pérfida, que es una adaptación de Henriette et Luci de L. d’Ussieux. De Ussieux también es Clémence d’Entrogues ou Le siège d’Aubigny, adaptada como La heroína francesa; de Mme. Riccoboni, Histoire d’Enguerrand, con el título de La selva de Ardennes (García Garrosa, 1991) y la Histoire de Christine de Souabe et de Sigefroid (adaptada como Cristina de Suabia o una mujer como ninguna).

 

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En 1800 aparece Les deux Emilies, traducción de la obra de H. Lee.

 

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Olavide habla de seguir el ejemplo de Camus en el Prólogo; pero en este caso, no se refiere más que a la intención moralizante al crear una colección de novelas. No son las suyas de su estilo, aunque le lleguen ecos mezclados en esa tradición, a la que me refiero.

 

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Claro está, en toda hay mal y bien, moralización o enseñanza; pero en proporciones diversas: predominante en casi todas, muy escasa (irrelevante) y -en expresión coloquial- traída por los pelos en algunas -por otra parte-, de muy distintas tendencias entre sí como El amor desinteresado, El sol de Sevilla.

 

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Esperamos hacerlo en el estudio de conjunto que preparamos sobre las Lecturas.

 

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En su reseña sobre las Lecturas (Memorial Literario, 1, 1801, pág. 65). Realmente, no se sabe cómo -salvo, quizá, porque se trata de Olavide- dejó pasar la censura una obra con textos tan explícitos sobre pormenores de conducta y otros aspectos de lo libertino.

 

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Con elementos que siguen la idea del motivo literario de que el matrimonio niña-viejo se hace pensando en infidelidades posteriores, aparte de la esperanza de que el marido muera pronto. Aunque en este caso, el peligro es conjurado por la decencia de la niña, que se niega a casarse y sólo después accede, aunque el matrimonio no llegue a realizarse, por un mal entendido concepto de gratitud.

 

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Por otra parte, las marcas físicas del libertinaje se ponen de manifiesto. En La huérfana, se describen con todo asqueroso detalle los efectos de las enfermedades originadas en el vicio (II, 78-79 y passim); lo que la pobre Ventura tuvo que soportar sólo con su cercanía. Menos brutalmente aparece un tipo similar en La hermosa malagueña; en este caso, joven. De paso se critica, muy en la línea de Jovellanos, el majismo (IV, 9-10).

 

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Es novela francamente negra, que presenta punto de contacto con Morton y Susana, de La noche entretenida. Pero, como vimos repetidas veces, motivos y argumentos -intercambiables-, con desgracias que acosan a los protagonistas, tiranos, deshonras, cárceles y muertes son frecuentes en novelas de la época.

 

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La cárcel constituye uno de los lugares típicos de lo terrorífico arquitectónico en las obras góticas. Parece ser que es en el XVIII cuando, fomentado por la preocupación humanitaria ante la dureza de los castigos anteriores, a la vez que comienzan a disminuirse en la realidad precisamente -como es lógico, por una mayor sensibilidad hacia ellos- es cuando alcanzan mayor amplitud en la imaginación, en la expresión gráfica o literaria (Glendinning, 1994; Romero Tobar, 1994).