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Mgr. de Ségur, conocido por sus opiniones religiosas intransigentes, condenaba en su opúsculo algunos prelados franceses considerados responsables de transigir con el liberalismo. En Francia esta obra polémica alcanzó hasta diez ediciones diferentes y era una condena evidente del obispo de Orleans, Mgr. Dupanloup. Este opúsculo era una confirmación de la tesis ultramontana defendida por católicos intransigentes como Veuillot.

 

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El Diario de Barcelona, de tradición liberal, dirigido por el católico conservador Juan Mañé y Flaquer reflejaba las posturas del grupo de católicos moderados que quisieron desempeñar un papel activo durante la Restauración. Este diario alcanzaba una tirada de 10.000 ejemplares se enzarzó en constantes y violentas polémicas con las publicaciones carlistas e integristas. El enfrentamiento entre El Correo Catalán y el Diario de Barcelona alcanza su punto álgido en el momento de la constitución de la Unión Católica en 1881.

 

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Este trabajo forma parte del proyecto de investigación teatral «El teatro español contemporáneo: La escena madrileña 1900-1936», dirigido por M.ª Francisca Vilches de Frutos (CSIC, Madrid) y Dru Dougherty (University of California, Berkeley), y ha sido financiado por la C.I.C.Y.T. Agradezco los datos relativos al número de representaciones y crítica en provincias que nos han facilitado los directores del proyecto junto con M.ª Teresa García-Abad.

 

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Vid. «La renovación del teatro», ABC, 11-VIII-1927 y «El porvenir del teatro», ABC, 10-XI-1927. Ambos aparecen recogidos en su libro Escena y Sala. También resulta interesante en este sentido «Una obra y un estreno» (23-III-1927), publicado en otra de sus colecciones de artículos teatrales -La Farándula-, pp. 197-219.

 

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Para más información acerca del citado grupo puede consultarse Gordón, pág. 16, Aguilera, pág. 234 -donde se alude a la primera representación de «El Caracol» («Compañía Anónima Renovadora del Arte Cómico Organizado Libremente») y se anticipa parte del programa que llevaron a cabo posteriormente-, y la reciente edición de Margarita Ucelay del texto lorquiano Amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín. Esta última comenta en su introducción los esfuerzos renovadores al frente de teatros independientes de Cipriano Rivas Cherif y, en relación con «El Caracol» y la Sala Rex, señala: «Habían conseguido esta vez un local independiente, un amplio sótano bien situado cerca de la Puerta del Sol, en la calle Mayor 8, al que llamarían Sala Rex. Espartanamente acondicionado, contaba con un pequeño escenario -algo más que una tarima- encuadrado entre cortinas. Pero si el local era austero, las intenciones de El Caracol eran muy loables. Se proponía llevar a escena obras no apropiadas para el teatro comercial o de autores noveles no consagrados o traducciones de teatro extranjero, y su principal objetivo era intentar educar, ilustrar, es decir, crear un público que supiese apreciar el buen teatro con todas sus posibles innovaciones» (Ucelay, 1990, pág. 139). La Sala Rex fue cerrada por la policía el 6 de febrero de 1929 y la obra de Federico García Lorca, Amor de don Perlimplín, incautada por inmoral y prohibido su estreno.

 

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Estévez-Ortega, en su artículo de Nuevo Mundo, cita también como miembros de la agrupación a Juan Calibau, Carmen de Juan, Josefina Hernández y deja abierta la lista, que no recuerda completa. La nómina de intérpretes extraída de la información periodística no coincide totalmente, sin embargo, con la facilitada por Juan Aguilera Sastre: «Rivas Cherif contó en esta ocasión con la colaboración de Magda Donato, Salvador Bartolozzi, Felipe Lluch, Eusebio de Gorbea, Natividad Zaro, Gloria Martínez Sierra, Luis Lluch, Ramón Algorta y Enrique Suárez de Deza» (pág. 234).

 

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La arañita en el espejo se estrenó en el teatro Eldorado, de Barcelona, por la «Compañía Rosario Iglesias», el 15 de octubre de 1927; El segador se vio por primera vez en el teatro Pereda, de Santander, representada por la «Compañía de Rosario Pino», el 30 de abril de 1927; finalmente Doctor Death, de 3 a 5 fue estrenada por esta misma compañía y en el mismo teatro dos días antes, el 28 de abril de 1927. A propósito del estreno en Barcelona de La arañita, el periódico La Voz recogió la siguiente información publicada inicialmente en La Vanguardia de Barcelona: «Esta obrita de Azorín es para ser representada en un teatrito de reducidas dimensiones y ante un público escogido. Se trata de una producción al modo maeterleckiano. Una joven enferma presiente en varios pormenores que la muerte está al acecho. Su fina sensibilidad se altera y un ambiente de profunda tristeza es así generado. Y el autor consigue suscitar de manera penetrante, como agudas saetas que trajeran inquietud, un hondo malestar» (La Voz, 19-X-1927, pág. 2). En relación con el estreno en Santander de El Segador y Doctor Death, véase Heraldo de Madrid, 6-V-1927, pág. 5, donde se recogen interesantes datos sobre su puesta en escena.

 

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La conferencia, titulada «El teatro moderno» fue comentada con suficiente extensión en la mayor parte de estas críticas, destacando la sinopsis ofrecida por el crítico de La Época.

 

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En la misma línea se manifiesta Jorge de la Cueva, de La Época, cuando afirma: «El Doctor Death tiene más emoción, pero diluida y apagada, enfriada por el constante autoanálisis de la heroína; eso no hay que decirlo, hay que mostrarlo; no hay que explicar, sino dar la sensación; otra cosa es desconocer lo esencial en el teatro, que es la visión sintética» (pág. 6). Estévez-Ortega fue mucho más contundente al señalar que, sin el concurso de Rosario Pino (la actriz que estrenó la obra en Santander), el tipo de la enfermera resultaba insoportable e inducía a una constante comparación con La intrusa de Maeterlinck, comparación de la que la pieza de Azorín no podía más que salir malparada.

 

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Para conocer el ideal dramático azoriniano, conviene consultar su artículo «Brandy, mucho brandy», 1945, pp. 191-196. Con respecto al diálogo afirma Azorín: «Y en la obra así el diálogo habría de ser una cosa esencial. ¡Ah, el arte del diálogo! Nadie sabe, hasta que ha hecho la prueba, lo difícil, lo terrible, lo arduo que es condensar en pocas palabras [...] el pensamiento, las ideas, la vida, la sensibilidad toda de unos cuantos personajes» (pág. 195). También se refiere a este mismo asunto en varios de los artículos recogidos en Ante las candilejas, «Sobre el teatro», (pp. 84-88) y «Las acotaciones teatrales», (pp. 98-101). Más precisiones pueden encontrarse en Manso, pp. 208-222 y Riopérez, pp. 542-548.