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El propio Julio Nombela nos da la información relativa a este cambio de nombre. En sus Impresiones y Recuerdos rememora el preciso momento en el que don Pedro José de Peña, editor del Correo de la Moda, elige el nombre de Julio por su carácter eufónico: «En periódicos dedicados como el mío a señoras -me dijo- es necesario que las firmas despierten por la sonoridad de los nombres la simpatía de las lectoras. El apellido de usted me agrada, recuerda los italianos, que por lo general no carecen de poesía; pero el nombre... -no se ofenda usted por lo que le digo-, el nombre resulta vulgar, prosaico [...] si entre los que seguramente le pusieron a usted en la pila no hay otro de los que desde luego se apoderan del aprecio femenil, será preciso buscar un seudónimo.

Le indiqué los dos nombres que además de Santos había recibido en la pila bautismal; oyó mal el de Justo, se le figuró que había dicho Julio, y frotándose las manos exclamó:

-¿Magnífico! Julio Nombela; eso ya es otra cosa» (Nombela 1976, pág. 486).

 

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Julio Nombela conocía muy bien las biografías y las memorias, ya que a lo largo de su labor periodística había escrito biografías de personajes históricos y contemporáneos en diversas ocasiones -San Ignacio, Hernán Cortés, Cristóbal Colón, Barbieri, Arrieta, Fernández y González-. Asimismo había realizado la traducción de las Memoriasde Garibaldi para la Casa Garnier.

 

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Nombela las describe de la siguiente manera: «No se ha borrado de mi mente la impresión que me causaron la sala con sus palcos, sus lunetas, sus galerías llenas de gente; la gran araña que pendía del techo; el telón que ocultaba algo que no podía adivinar [...] Después, cuando se levantó el telón, no apartaba mis ojos del escenario, oía con avidez sin comprender lo que oía, y ante aquel cuadro magnífico que no había podido ni siquiera soñar, me olvidé por completo del objeto que en primer término me había incitado a ir al teatro, y sin explicarme lo que veía, lo que oía, admiré, como mi alma podía admirar entonces, el teatro, ese grandioso cuadro donde el arte reúne y combina todos sus elementos, todos sus encantos, todas sus bellezas; y sorprendido, asombrado, supuse con mi infantil inexperiencia que nada había en el mundo superior al actor» (pág. 52).

 

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Nombela recoge en su autobiografía la generalizada opinión negativa que sobre las gentes del teatro se tiene en la época. Así, cuando en su autobiografía relata su decisión de dedicarse a la escena, señala lo siguiente: «Me guardé bien de confiar a mis padres mi propósito, porque siempre que en la intimidad de la familia o en la conversación con los amigos se tocaba ese tema, todos hablaban mal de los cómicos, calificándolos de holgazanes y viciosos y repetían que la Iglesia los rechazaba y que la buena sociedad no los admitía en su seno» (pág. 84).

 

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Nombela nos ofrece los siguientes datos al respecto: «A continuación hizo el reparto de papeles, confiando el de doña Rosa a Teodora Lamadrid, a quien atribuyó los mayores elogios con el asentimiento de cuantos le oíamos; el de doña Leonor, a Concepción Ruiz; el de Julina, a María Rodríguez; el de don Manuel, a su hermano; el de don Enrique, a Manuel Ossorio; el de Cosme, a Nogueras, encargándose él del de don Gregorio [Joaquín Arjona]. Los del Comisario y el Escribano quedaron a cargo de dos partes de por medio: José Alisedo, concienzudo actor y excelente persona, de quien fui muy amigo, y un tal Bermonet.

 

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El Mundo, fundado por Bécquer, García Luna, Javier Maíquez y el propio Nombela, tuvo una aparición fugaz, pues sólo se llegó a imprimir un número de este periódico literario. Nombela da cuenta de la suerte que corrió el periódico por la falta de experiencia de sus redactores y fundadores: «El periódico sería semanal y se titularía El Mundo. Bécquer fue el padrino y escribió un preciso artículo-programa [...] El primer número de El Mundo apareció con el artículo indicado, otro de Luna, otro mío y poesías de los cuatro únicos redactores; pero olvidamos que era necesaria una administración para hacer la indispensable propaganda, y los miles de ejemplares que se tiraron en buen papel y hasta con lujo tipográfico, no fueron admitidos en las librerías en comisión para su venta» (pág. 371).

 

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Cuando el periódico se funda la redacción está integrada por el propio director, que escribiría los artículos de fondo; un joven poeta alicantino, Carlos Navarro y Rodrigo; Juan Antonio Viedma, poeta discípulo de Zorrilla y el trío formado por Nombela, Bécquer y García Luna. Navarro y Viedma que ayudarían a Belza a escribir los artículos doctrinales percibirán un sueldo de treinta duros mensuales, mientras que Luna -sueltos políticos-, Bécquer -artículos literarios y revistas de teatros- y Nombela -las gacetillas-, percibirán sólo veinte duros al mes.

 

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Nombela señala que «el Diario Español era un periódico batallador, había hecho una terrible campaña contra Espartero y sus adictos y a favor de la política de O'Donnell; era liberal-conservador y no se distinguía por lo esmerado de su confección. Lo principal en él eran los intencionados artículos de fondo de [Juan de] Lorenzana y las valientes polémicas que sostenía Rancés. Inspiraban la política del Diario los hermanos Concha, principalmente don José, y también influían en su actitud don Alejandro Mon, don Antonio Ríos Rosas[...]» (pág. 466). Nombela señala que cuando él entra en la redacción el Diario Español se había convertido en un periódico ministerial que se limitaba a aplaudir al Gobierno hiciera lo que hiciera y a defenderle de sus enemigos.

 

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La dirección de El Fénix recaía en Juan Valero y Soto y entre sus redactores se contaba con las firmas de Baltasar Anduaga y Espinosa que procedía del Heraldo del conde de San Luis; un joven abogado, don Sebastián Fuente Alcázar, Joaquín Pérez Comoto, y García Luna que se encargaba de la confección del periódico y los sueltos periódicos. También colaboraban habitualmente el vizconde de San Javier y Juanito Valero de Tormos.

 

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Julio Nombela al comentar su tarea como cronista de salones subraya las innumerables muestras de afecto que le dirigen actores, autores, cantantes, dueños de restaurantes elegantes, comerciantes y las familias de buen tono que desean ver reproducidas en las páginas del periódico la suntuosa y espléndida fiesta celebrada en su residencia la noche anterior. Nombela desconfía de tales demostraciones de afecto interesado y relata el caso de un periodista italiano afincado en España, Pascual Cataldi, que sin ningún tipo de rubor emitía elogios o agrias censuras dependiendo de la cuantía que el artista destinaba a subvencionar su propio periódico. Nombela incluye este caso para subrayar la sinceridad y gratuidad de los elogios emitidos por los cinco o seis periodistas que en aquel tiempo compartían la redacción de las revistas de salones en distintas publicaciones.