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La Periodicomanía(1820-1821) aparece sin fecha ni periodo fijo. Cada número suelto costaba trece cuartos y tenía alrededor de veinticuatro páginas. Las medidas del mismo son Om, 118xOm,0'66. Se publicaron cuarenta y tres números. En el núm. 1 de La Periodicomanía se alude al precio de la publicación: «Cada cual soltará sus trece cuartitos, según tarifa, porque así se han empezado a vender otros cuadernos, y es justo seguir la loable; y porque este periódico es una propiedad nuestra, y cada uno vende como le acomoda, y porque si no vendiere (lo que Dios no permita), nos quedaríamos gastados, aburridos, y sin oficio» (1 (1823), págs. 6-7). Cfr. Rubio Cremades (1984 y 1985).

 

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La burla o sátira no sólo se percibe en dichos epitafios, sino también en los momentos que la publicación está viva y no fenecida. Por ejemplo en una de las secciones creadas en La Periodicomanía -«Hospital general de incurables»-, se emiten juicios o diagnósticos sobre las enfermedades de los periódicos y las causas de dichas enfermedades, así como los remedios para su curación:

El Universal. Padece extenuación, flojedad en el sistema nervioso, inapetencias, sudores fríos. Método curativo. Tónicos: tintura de quina, baños termales, ejercicios a caballo.

El Espectador. Hemoptisis. Leche de burra, caldos ligeros, ácido nítrico y abstinencia de viandas saladas.

La Miscelánea. Flatos histéricos. Jarabe de adormideras blancas y de corteza de cidra, agua de canela, paseo, bailes y diversiones

El Eco de Padilla. Vértigos. Purgas, sangrías y sanguijuelas, lavativas emolientes, agua nitrada y ejercicio moderado.

Diario Viejo de Madrid. Consunción, insomnios, vómitos, diarrea. Sueros, sustancia de pan, y paños de agras, y triaca al vientre.

El Censor. Calenturas intermitentes. Emético, quina y aguas de naranja, entre caldo y caldo.

 

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De horrible papel lo califica Mesonero, escrito en prosa y verso no exento de cierto gracejo, aunque por extremo desaliñado y procaz. Publicación debida a Luis Mejías y Benigno Morales. Mesonero Romanos lo cita en varias ocasiones y en función de los apodos que dicha publicación daba a determinados hombres de Estado. Martínez de la Rosa era conocido con el sobrenombre de Rosita la Pastelera. El jefe político San Martín fue «bautizado» con el nombre de Tin-Tin y el capitán general Morillo con el apodo Trabuco. Mesonero también recoge el sobrenombre que El Zurriago daba a los ministros, denominándolospasteleros, camarilleros y anilleros. Toda una nomenclatura que sería inventada por El Zurriago y que caló profundamente tanto en los medios políticos como sociales en general (Gil Novales, 1975; Zavala, 1967).

 

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En el capítulo II, Ojeada a la época Calomardina, Mesonero Romanos refiere con no poco dolor el estado caótico por el que atraviesa España, atenazada por el absolutismo más obscurantista. Mesonero refiere parte de esta desolación referida a la libertad de prensa en las líneas que a continuación ofrecemos: «Cerraron las Universidades, prohibiéndose rigurosamente la entrada de los diarios extranjeros, y cesó, en fin, la publicación de todo lo que pudiese oler a ilustración y patriotismo» (II, pág. 48).

 

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Fundada y redactada por el conocido escritor costumbrista Modesto Lafuente, Fray Gerundio, de honda formación humanística, teológica y filosófica. Irónico, chocarrero, sarcástico y, en ocasiones, amargo, reencarnó en el sentenciador Fray Gerundio a don Quijote, y en el ladinoTirabeque del buen Sancho. Los diálogos entre el fraile y el lego son aleccionadores, pues mientras Tirabeque habla de la España plagada de defectos, Fray Gerundio se refiere a la España virtuosa, intachable que quisiera conocer. Desde esa perspectiva nace lo mejor de su sátira y lo más cruel de sus ironías, pues se pone en ridículo la venalidad de los políticos que mantienen a España en el marasmo.

 

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Sirva como botón de muestra el párrafo que a continuación extractamos del capítulo Episodios literarios. El teatro y los poetas: «[Carnerero] pudo obtener de Fernando VII el privilegio exclusivo de publicar un periódico o revista literaria, que tituló Cartas Españolas, y que, como buen cortesano, pero bajo el amparo y protección de la Reina María Cristina; y cuando esta augusta señora se encargó de la gobernación del reino, a continuación de la muerte de Fernando VII, Carnerero, obediente como un girasol, fundó laRevista Española, hallando en ella el medio de prodigar el humo de su incienso a los diversos matices políticos que se sucedieron, hasta que en 1838, falto de fuerzas físicas y sobrado de achaques adquiridos en su vida accidentada, arrojó su incensario a las plantas (que no a las raíces) del altísimo Mendizábal» (II, págs. 67-68).