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«Mesonero Romanos has frequently been called el autor de Madrid (the author from/of Madrid), in reference to the fact that he was an early cultivator, if not an inventor, of madrileñismo. We might take this expresion in a different way though, and propose that Mesonero Romanos not only writes of, and from Madrid, but also writes Madrid, he is its author. He does this in at least two different ways. First, in his autobiography, he makes Madrid the protagonist of a text [...]. Second, as an urban planner, we see Mesonero Romanos throughout hisMemorias proposing improvements, demolitions, and changes of names...» (Fernández 1992, págs. 106-107). Según este crítico, no se trata de algo inocente: Mesonero busca identificación entre la nación española, Madrid y la clase media, fabricando así una conciencia nacional. Por eso, una de sus estrategias autobiográficas consiste en ligar su historia personal con Madrid y con España entera: «Madrid eventually becomes the protagonist of the Memorias; Mesonero Romanos sees fit to replace the words I witnessed with the wordsMadrid witnessed. The autobiographer becomes the eyes and the voice of the city; moreover, the city becomes a person. Indeed, Madrid shares many characteristics with the protagonist of a novel, or perhaps better yet, of an epic» (Fernández 1992, pág. 108).

 

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Mi deseo de restringirme al ámbito autobiográfico hace que no insista en el papel clave jugado por los Episodios nacionales de Galdós, pero se trata de una influencia que no puedo dejar de mencionar. Las dos primeras series de Episodios se escalonaron entre 1873 y 1879; se sabe por una carta al novelista canario de 23-V-1875 que éstos fueron muy bien acogidos por Mesonero, quien se declara como una de las fuentes orales del joven Galdós, cuyo ejemplo le animó en cierta medida a poner sus recuerdos por escrito. Así superaba el estancamiento creativo en que llevaba muchos años sumido, después de haberse agotado su fórmula de cuadro de costumbres.Cf. Escobar y Álvarez Barrientos (en Mesonero 1994, págs. 54-58).

 

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Los otros dos casos contemporáneos serían Francisco de Saavedra (1746-1819), que escribió, pero no concluyó, una espléndida autobiografía en los primeros años del XIX bajo el título de Mis decenios, sin pretensión de hacerla publicar; y el cura gallego Juan Antonio Posse (n. 1766), que preparó hacia 1834 una Historia biográfica con la idea no cumplida de publicarla como justificación política, aunque en realidad era mucho más que eso e incluía, por ejemplo, un emotivo relato de su infancia. Discuto las particularidades de estos textos, del de Mor y de otros relacionados en la segunda parte de mi tesis doctoral La autobiografía moderna en España: nacimiento y evolución (siglo XVIII y principios del XIX), que será leída en la Universidad de Cádiz durante el curso 2000-2001, bajo la dirección de Alberto González Troyano.

 

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Entre la Vida de Ripa de 1745 y el Bosquejillo de Mor en 1836 no se publica ninguna autobiografía que no pertenezca al grupo de las memorias justificativas o al de las pequeñas o grandes vidas literarias, en su sentido más restrictivo (Capmany, Llorente, Sempere, Villanueva, Rojas Clemente). Eso, en un terreno como el de la autobiografía española, de tan escasa y discontinua tradición editorial, es un hecho nuevo y relevante de sociología literaria, que apunta hacia un cambio en la estimación pública del género. De hacer caso al restrictivo criterio de Philippe Lejeune (1971, pág. 43 y ss.), que estima que sin comunicación real con el público no existe verdadero pacto autobiográfico y que no acepta obras anteriores al último tercio del XVIII o memorias políticas como autobiografías legítimas, tendríamos que afirmar que el Bosquejillo es la primera autobiografía de la literatura española. Sin ser partidario de tan rígidos límites, no dejaré sin embargo de destacar el hito que supone esta publicación.

 

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No estoy postulando una influencia directa de Mor en las Memorias de un setentón, de la que no hay prueba alguna. Sería interesante saber si Mesonero leyó el Bosquejillo, pero aunque tuvo oportunidad de haberlo leído, es más probable que no lo hiciera, puesto que el nombre del aragonés hacía años que había dejado de sonar en el mundillo literario madrileño, donde Mesonero había comenzado ya su carrera literaria, y su actividad se circunscribía por entonces a Barcelona, donde era despreciado como una antigualla por los jóvenes románticos (cf. Cáseda 1994).

 

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La proximidad entre el Bosquejillo y el memorialismo de Mesonero ha sido sugerida por Jesús Cáseda, quien, sin embargo, no desarrolla su intuición: «Entre los escritores contemporáneos de Mor de Fuentes [en realidad pertenecen a una generación claramente posterior] destacan dos, Mesonero Romanos y Alcalá Galiano, que supieron, al igual que el aragonés, desarrollar ese género a caballo entre la autobiografía y el documento inestimable de todo punto para los críticos que luego han querido estudiar la vida intelectual, política, social y literaria que ellos describieron en sus trabajos. El Bosquejillo de Mor de Fuentes resulta una autobiografía, con todo lo que ello supone de revelación vital y autojustificación, pero también un apreciable análisis de la sociedad y de la literatura de su tiempo. De este modo se superponen diferentes textos o géneros en uno solo: el de crítica literaria, el estrictamente histórico y el más personal de la biografía del autor. [...] Parece claro que, puestos a realizar un juicio de valor, prevalece sin duda el relato más personal de su propia vida que el resto de discursos que se superponen» (Cáseda 1994, pág. 415).

 

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«Al leer esta obra se tiene la impresión de estar ante un tratado histórico. Sin embargo está escrito con un espíritu muy diferente al de aquellos que querían salvar su fama contando la historia a su manera. Alcalá Galiano quiere contarnos una vida que aún siendo personal sólo es captable teniendo en cuenta el curso de la historia general. La dinámica psicológica, la evolución de las convicciones políticas y las sensaciones personales de triunfo o fracaso son reflejo de los acontecimientos históricos. Alcalá Galiano puede pintar desde la perspectiva del anciano los diversos momentos de una evolución que van desde el entusiasmo juvenil por la revolución democrática hasta una postura escéptica generada por la pérdida de fe en un pueblo que traiciona y abandona repetidamente a sus líderes. Alcalá Galiano logra reflejar en su autobiografía cómo los acontecimientos históricos van modificando su sensibilidad y sus ideas. Pero en el fondo su descripción no está excesivamente individualizada y podría cuadrar a la de cualquier miembro de la primera generación de liberales».


(Sánchez Blanco 1987, págs. 637-638)                


 

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«Es significativo que uno de los primeros ejemplos del uso del término autobiografía, en español, aparezca precisamente en el intento de Mesonero de fijar la identidad de sus Memorias. En una carta de 18 de marzo de 1880, de Vicente de la Fuente a Mesonero, el neologismo aparece como un rechazo explícito del concepto expresado por la nueva palabra en contraste con el de memorias. Por lo que se deduce de esta carta en contestación a otra de Mesonero, que desconocemos, éste no quiere que susMemorias sean tenidas por autobiografía, distinguiéndolas así de los Recuerdos de un anciano, que quiere alejar lo más posible de su propia obra» (en Mesonero 1994, pág. 66). Sobre esta cuestión, véase también el artículo de Escobar (1993).

 

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Un último texto contemporáneo a Mesonero que podría citarse es el de José de Navarrete (1836-1901), Desde Vad-Ras a Sevilla, acuarelas de la campaña de África(1876, reeditado en 1880), unas memorias militares de la guerra de Marruecos que, alejándose de ese modelo inicial, muestran una evidente inclinación hacia contenidos exóticos y costumbristas: crónicas y anécdotas sobre costumbres marroquíes, animados cuadros de la vida militar y unos últimos capítulos que se convierten en descripciones de la feria de Sevilla, de una escena flamenca, etc.

 

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Existe un precedente italiano para el título elegido por Mesonero, las Confessioni de un Ottuagenario (1861), de Hipólito Nievo (cit. en Caballé 1991, pág. 144). Sobre la cuestión de los títulos, cf. Fernández (1992, pág. 104). Además de las obras de las que hablaré con algún pormenor en las páginas siguientes, hay una larga e ininterrumpida serie de títulos semejantes en el siglo XX, que indican el arraigo de un tópico. Por ejemplo, Manuel Polo y Peyrolón (1846-1918), escritor y profesor católico conservador, dejó escritas entre 1906-1917 unas voluminosas Memorias de un sexagenarioen nueve tomos (uno de sus tomos se titula Memorias de un sesentón), depositadas en la Real Academia de la Historia. Sin particulizar las circunstancias de cada texto, puedo ofrecer la siguiente lista orientativa: Antonio González Curquejo, «Recuerdos de un sesentón de 1858 a 1867. La Avellaneda en Cuba», en Cuba y América (abril 1917); Fernando Piñana, Cielo azul y arena roja. Vida y milagros de los grandes toreros... visto, oído y leído por un abonado cincuentón (1915); Francisco Rodríguez Marín, En un lugar de la Mancha. Divagaciones de un ochentón evacuado de Madrid durante la guerra (1939); Teodoro Llorente Falcó, De mi Valencia de otros tiempos. Memorias de un setentón. (Artículos publicados en «Las Provincias») (1942-1945, 4 vols.); Francisco Puig y Alfonso (1865-1946), Recuerdos de un setentón (1943); Zenón Arámburu (n. 1879), Desterrado de China. Memorias de un misionero octogenario (1960); Julio Carro y Carro, La vida contemporánea vista por un octogenario(1969); Manuel Celaya Cendoya, Fragmentos de la autobiografía de un nonagenario dedicados a una nonagenaria (1970); Domingo José Navarro, Recuerdos de un noventón. Memorias de lo que fue la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria al principio del siglo y de los usos y costumbres de sus habitantes(ediciones en 1971, 1991, 1998); Sebastià Gasch, El Molino. Memorias de un setentón (1972); Juan Rico Marlebrera, Memorias de un setentón. De Monóvar a Méjico (1977); Juan Villamaza, Memorias y reflexiones socio-políticas de un septuagenario (1996); Rafael Romero Bonaños (n. 1915), Memorias de un octogenario(1997). La pervivencia de este modelo de referencia se ha extendido también a Hispanoamérica; veánse algunos títulos espigados en bases de datos bibliográficos: Aquileo Sierra, ¡Vive la vida! Memorias de un cuarentón(Medellín, 1934); Eulogio Rojas Mery (n. 1877), Recuerdos de un joven «octogenario» (Santiago de Chile, 1958); Luis Robalino Dávila, Memorias de un nonagenario (Quito, 1974); José Humberto Quintero (n. 1902), Confidencias de septuagenario (Caracas, 1979); José María Arias Rodríguez, Observaciones de un agricultor octogenario(San José de Costa Rica, 1983); Ricardo Bayona Posada,Recuerdos de un ochentón (Bogotá, 1984); Ángel Miolán, Memorias. Testimonios de un octogenario sobre su vida y la política de su país (Santo Domingo, 1995).