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Carlos Blanco Aguinaga consideraba en 1959 que, por haberse dedicado la crítica a tratar de manera exclusiva sobre el Unamuno agónico, había quedado inadvertida «la verdad de una niñez toda vida interior, contemplativa, en la cual la historia es un accidente y la fe apenas parte de un nebuloso mundo de vivencias interiores mucho más difusas, más amplias y hondas, que las realidades concretas del dogma». (1975, p. 130).

 

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«El niño nace artista y suele dejar de serlo en cuanto se hace hombre. Y si no deja de serlo, es que sigue siendo niño».


(Unamuno, O.C., VIII, pág...)                


 

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«El simbolismo europeo encuentra en el integralismo unamuniano su mejor receptor. El sentimiento trágico es ya el modo concreto de interpretar Unamuno el ideal de integración y totalidad que el simbolismo le presentaba en abstracto».


(Morón Arroyo 1977, pág. 22)                


 

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Una versión abreviada de este texto constituyó la intervención de la autora en el Congreso «Escriptura autobiográfica» celebrado por el Departamento de Filología Catalana de la Universidad de Alicante en diciembre de 1999.

 

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Algo que ha generado en el caso de Bryce una opinión general que acepta, sin cuestionarla, la verdad autobiográfica de sus novelas. Por ejemplo: «Quien lo lee, no sólo quiere mucho a Bryce, sino que le agradece también que tal cariño no surja del engaño, de esas malas artes que usan tantos y tantas para que les quieran quienes leen la transcripción de sus desgracias. Y aunque el lector no conozca a Bryce, no podrá dejar de pensar que su personaje tiene mucho de sí mismo» (Suñén: 1982,5).

 

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Es decir, aquellos textos que no cumplen el pacto autobiográfico porque la relación autor-protagonista es sólo de semejanza en el plano del enunciado (el personaje comomáscara del autor), pero que permiten intuir una relación de identidad en el plano de la enunciación (cfr. Lejeune: 1975,52).

 

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«Ya hoy, con cierta perspectiva, veo a aquellas grandes figuras del «boom» [García Márquez, Vargas Llosa] como grandes escritores que trataron grandes temas colectivos, mientras que la literatura que viene después, en la que me sitúo yo mucho más, es una literatura en la que lo individual triunfa sobre lo colectivo, ¿no?, empieza a hablar el héroe individual, el hombre latinoamericano, el antihéroe ciudadano y su forma de estar en la vida, el hombre con toda su fragilidad y su sentimentalismo; entra la cultura media, entra el cine, la canción, el bolero, qué sé yo... Abandonamos el mundo de los grandes hechos por el mundo de la vida cotidiana. En ese sentido probablemente yo creo que me separé de ellos, ¿no? Tomé todo lo bueno pero no me dejé avasallar por ellos porque no era ése mi camino (...)Yo creo que la literatura mía es una visión de mi vida, de lo que ha sido mi vida, antes que de los grandes temas o las «cuestiones colectivas», como se decía entonces. A mí me interesa mucho más cómo se viven los encuentros y desencuentros, los personajes desgarrados entre dos mundos, que viajan continuamente y en todas partes se sienten como en casa aunque entran un poco con el pie izquierdo, ¿no? Me he reído con cariño de todo esto (...) A Mario Vargas Llosa, siempre tan preocupado por los grandes temas colectivos, le impresionaba que yo perdiera el tiempo con mi interés por lo cotidiano y por la vida privada...».


(Bryce:1994)                


 

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Apareció en apéndice a la última novela, El zorro de arriba y el zorro de abajo, Buenos Aires, Losada, 1971 (2ª edición), pág. 297.

 

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José María Arguedas, La novela y el problema de la expresión literaria en el Perú, en José María Arguedas, Una recuperación indigenista del mundo peruano(antología de José Carlos Rovira), Barcelona, Anthropos (suplemento 31), 1992, pág.34.

 

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Ibidem, pág. 33.